El alcalde de una
capital de provincia se enfrentaba a una durísima campaña electoral. Aunque
había sido reelegido varias veces, la pujanza de una oposición renovada y algún
asunto urbanístico poco claro ponían difícil en esta ocasión su permanencia en
el cargo. De carácter extrovertido y vitalista, su aspecto de bon vivant, que a punto de cumplir los
sesenta reflejaba su oronda figura, había suscitado desde siempre la simpatía
de sus conciudadanos.
En el plano personal,
sus ambiciones políticas habían condicionado considerablemente sus más íntimas
inclinaciones. Cuando era estudiante universitario, había tenido una relación
clandestina y de traumático desenlace con un profesor bastante mayor que él.
Pero desde entonces había mantenido reprimida esa faceta de su sexualidad.
Incluso para dar a su vida pública un lustre de respetabilidad, había llegado a
contraer un matrimonio más o menos de conveniencia. Aparentemente compensaba la
inanidad de su mundo afectivo con la vorágine del poder e influencia social.
Pero ahora corría el
riesgo de que su carrera política, en la que tanto entusiasmo había puesto, se
viera truncada prematuramente. Por supuesto la situación preocupaba de manera
especial a su partido, que decidió poner toda la carne en el asador para asegurar
su candidatura. Entre los recursos dispuestos a tal efecto, se acudió a un
asesor de imagen que planificara la campaña centrada en la persona del alcalde.
El contratado para ello era un experto con un largo currículo de éxitos, que
había de hacer un seguimiento constante y milimétrico desde las intervenciones
y actos públicos hasta la apariencia física. El alcalde, que siempre había
confiado en su espontaneidad y sus dotes personales de seducción, aceptó a
regañadientes esta imposición de su partido. Sin embargo se llevó una sorpresa
al conocer al asesor asignado. Supuso que se trataría de un joven moderno,
puesto al día en las últimas estrategias. Pero resultó ser de pocos años menos
que él y parecida exuberancia corporal. Eso sí, dotado de un savoir-faire y de una capacidad de
inventiva extraordinarios. En particular hubo algo que removió los más
recónditos sentimientos del alcalde, ya que el asesor le trajo inesperadamente remembranzas
del profesor con el que había tenido su único y oculto romance de juventud.
Pasado el desconcierto
inicial, hubo enseguida muy buena compenetración entre el alcalde y el asesor.
Éste desde luego, con sus dotes de persuasión, supo crear un clima de
confianza, empezando por el tuteo inmediato, ya que, siendo ambos de edad e
incluso aspecto similares, el trato como colegas facilitaba las cosas. Aunque, razones
profesionales aparte, el alcalde le había caído muy, pero que muy bien…
A fin de no perder
tiempo con desplazamientos, se escogió un céntrico hotel como cuartel general
de la campaña. Al alcalde se le ubicó en una suite con antecámara y dos habitaciones, una de las cuales ocuparía
el asesor personal para garantizar su permanente presencia junto a aquél. Allí
se instalarían una semana antes del comienzo oficial de la campaña, que habían
de aprovechar para adaptar al candidato a las exigencias del marketing electoral.
Cuando el alcalde entró
en su suite, tuvo un sobresalto al
ver que parte de la antecámara estaba convertida casi en una sala de fitness, con bicicleta estática, cinta
de correr y hasta una camilla de masajes. El asesor, muy persuasivo, le explicó
que el buen estado físico era esencial para afrontar un reto como el que les
aguardaba y que no tenía de qué preocuparse porque él mismo se ocuparía de
dosificarle unos ejercicios muy suaves, que le harían sentirse en forma.
El asesor estaba
dispuesto a desplegar inmediatamente sus competencias. El alcalde, aunque
vestía siempre con corrección, se sentía cómodo con sus trajes usados y no se
preocupaba demasiado de su renovación. Ésta era la cuestión que el asesor iba a
abordar enseguida. “Desde luego hay que actualizar ese vestuario… Vamos a tu
habitación y te enseñaré lo que he preparado”. Abrió el armario donde había
varios elegantes trajes, así como camisas, corbatas, y hasta zapatos y ropa
interior. “Por estos detalles empezarás a ser un hombre nuevo… Espero haber
acertado con tus medidas”. El alcalde estaba asombrado y aún lo estuvo más
cuando el asesor le sugirió: “Deberías probártelo, por si hay que hacer algún
cambio”. “¿Aquí? ¿Ahora?”, preguntó el alcalde desconcertado. “¡Pues claro! Ya
que estamos, aprovechemos”. El alcalde se quitó la chaqueta y fue a ponerse la
de uno de los trajes. “¡Eso solo no!”, lo interpeló el asesor, “El traje
completo… y una camisa que combine. Luego elegiremos la corbata”. El alcalde,
cada vez más nervioso, transigió pero, dando por supuesto que el otro se
ausentaría, dijo: “Me cambio y ya saldré”. “¡No, hombre, no! Si voy a ser tu
sombra todos estos días no te importe que siga aquí”, replicó el asesor como un
aviso de que quedaba descartada cualquier pretensión de privacidad.
El alcalde se resignó
a mostrarse en paños menores a su asesor. Lo cual le producía sin embargo
cierto desasosiego, no tanto por un exceso de pudor como por el gusanillo de
turbación que aquel hombre le causaba, acrecentada por la intimidad que le
imponía. Ya en calzoncillos tan solo, fue rápido a coger una camisa para
cubrirse cuanto antes. Pero el asesor lo retuvo. “¡Espera! Deja que vea cómo
estás de físico”. El alcalde quedó parado, con su torso barrigudo y tetudo,
bastante poblado de vello. No sabía a dónde mirar, pero el asesor sí que lo
sabía. “Estás mejor de lo que me pensaba… Grueso, pero no fofo”. “¿Puedo
vestirme ya?”, casi suplicó el alcalde, al que empezaban a temblarle las
piernas. El asesor siguió implacable. “¡Venga! Verás lo elegante que vas a
estar”. Hasta le ayudó a ponerse la camisa, ya que el alcalde, nervioso, se
liaba con los botones. Con el traje completo, el asesor se mostró satisfecho.
“He tenido buen ojo. Es tu talla clavada ¿Te queda cómodo?”. El alcalde no pudo
menos que asentir. “Ahora elegiremos una corbata ¿Cuál crees que irá mejor?”,
dijo el asesor. “No sé… La que te parezca”. “¡Pues ésta! Pero ya te la pondré
yo, porque el nudo que te haces es un poco anticuado”. Los toqueteos que a tal
fin le prodigó el asesor, tan cerca y emanando un limpio y suave perfume
varonil, enervaron sobremanera al alcalde, haciéndole experimentar sensaciones
ya casi olvidadas.
Después de una agitada
jornada de reuniones y diseño de estrategias, recalaron en el hotel para
descansar un poco y prepararse para la cena prevista. Cada uno fue a su
habitación y el alcalde decidió tomar una ducha. Se desnudó y pasó al baño
compartido. Estaba disfrutando de los reconfortantes chorros cuando se abrió la
puerta que daba a la habitación del asesor. Éste entró sin inmutarse por el estado
del alcalde, mojado y en pelotas, solo separado por una mampara completamente
transparente. “Buena idea, porque después te va a venir muy bien un masaje que
te rebajará la tensión”, dijo el asesor, insensible a la vergüenza del alcalde,
quien preguntó un tanto ingenuamente: “¿Vas a traer ahora un masajista?”. “¡Qué
va! Eso es cosa mía. Soy diplomado en varias técnicas de relajación”, contestó
el asesor, que añadió: “Cuando te seques, te puedes poner este paño a la
cintura… Yo voy a ir preparándolo todo”. Le señaló una tela blanca y volvió a
su habitación. El alcalde tuvo que acabar la ducha con agua fría para atemperar
su desconcierto ante el crescendo tan
turbador que estaba tomando su relación con el asesor.
Salió tímidamente de
su habitación, con el paño bien sujeto, y se llevó una gran impresión al ver
que el asesor también se había desnudado entretanto y solo se cubría con un paño
similar ceñido a la cintura. No le escapó la sorpresa del alcalde y enseguida
explicó: “Yo también he de estar cómodo para dar el masaje”. “¿Cómodo?”, pensó
el alcalde, “…Lo que estás es de provocación absoluta”. Porque el asesor, así
presentado, respondía con creces a lo que ya había intuido. Algo menos grueso
que él y de carnes más firmes, con un vello suave bien repartido, evocaba
recuerdos de otro cuerpo que tanto lo había subyugado en su juventud.
“Vamos a echarte
primero bocabajo en la camilla”, decidió el asesor y el alcalde se dejó ayudar
para acomodar su voluminosa figura a la horizontal. Los toques a brazos y
piernas desnudos empezaron a ponerle la piel de gallina. Para colmo el asesor,
con su característico desparpajo, le soltó y
arremangó el paño, que quedó cubriendo precariamente el orondo culo.
“Así está mejor”, se limitó a decir. El alcalde, con la barbilla clavada en una
toallita, se abstenía de cualquier comentario, resignado a dejarse hacer,
aunque con temor a la reacción de su cuerpo a tanto manoseo. Porque el asesor,
con habilidad profesional, iba recorriéndolo desde los pies hasta la nuca con
las manos untadas de olorosa crema. “Cada músculo debe ir quedando suelto y
relajado”, explicaba. Y entre esos músculos no podía faltar un cuidado
específico de los glúteos, que el asesor sobó y estrujó dejando resbalar el
paño. Estas manipulaciones llevaron ya al alcalde al borde del desmayo.
Sintió alivio cuando
oyó decir: “Esto ya ha quedado bien por ser la primera vez”. Pero poco le duró,
pues el asesor añadió: “Ahora bocarriba, que no podemos dejarlo a medias”. El
alcalde agarró el paño medio caído para preservar tapadas las vergüenzas
mientras se giraba. Por suerte para él, la presión a que había tenido sometida
la entrepierna la mantenía de momento controlada. Sin embargo, los pases de
manos resbalosas sobre sus tetas lo empezaron a poner fuera de control. El paño
iba marcando un delator abultamiento y, cuando el asesor se puso a sobarle los
muslos pasando por debajo de aquél, la erección era ya escandalosa. Ante ello,
el asesor dijo con toda naturalidad: “Eso es muestra de buena circulación de la
sangre por la relajación. No te preocupes”. Como los dedos que se movían bajo
el paño llegaron a rozar los huevos del alcalde, el asesor se lo quitó con una
descarada excusa. “Será mejor que vea por donde toco ¿no te parece?”.
Lo que desde luego
pudo ver el alcalde fue su firmísima erección, que sobrepasaba la curva de su
barriga. Optó por cerrar los ojos y limitarse a sentir el cosquilleo de dedos
por su bajo vientre, que hacían oscilar su polla. De ningún modo podía
esperarse sin embargo que el asesor llegara a ofrecerle: “¿Quieres que te
relaje un poco más? Te vas a quedar en la gloria…”. Arrebatado como estaba y
sin pensar demasiado el alcance de la propuesta, el alcalde se limitó a decir:
“¡Haz lo que quieras…!”. Pero lo que había aceptado fue que el masaje se centrara
directamente en la polla, con un hábil manoseo, suavizado por la resbalosa
crema, que puso al alcalde en el disparadero. “¡Me voy a correr!”, acabó
exclamando entre resoplidos. “De eso se trata”, dijo el asesor esmerándose en
los toques finales. Una leche espesa fue saliendo de la polla enrojecida. “¡Qué
barbaridad!”, farfulló el alcalde ofuscado por lo que acababa de ocurrir. “No
me dirás que no te has quedado a gusto…”, dijo el asesor con todo descaro.
“¿Esto forma parte siempre de tu asesoramiento?”, preguntó el alcalde con un
punto de ironía. “Si intuyo que va a haber receptividad… Y en tu caso estoy
seguro de que tienes bastante escasez de estos desahogos”. “¿Cómo te diría…?
¡Años que no me tocan así!”, reconoció el alcalde. “Eso que se han perdido…”,
dejó caer el asesor. “Con esta facha que tengo…”, recalcó el alcalde, todavía
despatarrado en pelotas sobre la camilla. “Yo diría que ni te sobra ni te
falta”, replicó el asesor mientras le limpiaba con el paño la entrepierna. “Eso
suena muy profesional…”, comentó el alcalde. “Si prefieres considerarlo así…”, repuso
el asesor con pillería.
El asesor ayudó a
bajarse de la camilla al alcalde, que todavía estaba temblón. “Date un repaso
por la ducha, que luego lo haré yo… ¡Y como nuevos para la cena!”. El alcalde
ya no necesitaba taparse nada y agradeció el agua refrescante. Aunque el asesor
le obsequió de nuevo con su desfachatez. Se había quitado el paño de la cintura
y esperaba tan tranquilo su turno en la ducha. Si al alcalde ya le había
trastornado su visión con el paño, sin él se le reprodujo la taquicardia. Porque
además la polla que el asesor exhibía sin recato no estaba precisamente en su
lugar descanso. Menos mal que su reciente descarga lo tenía más calmado. Por
ello se permitió comentar: “Igual habrías necesitado relajarte también…”. El
asesor, riendo, se limitó a replicar: “Ya habrá tiempo para eso…”.
El alcalde se fue
adaptando a las imposiciones de su asesor. No se resistía al uso moderado de la
bicicleta estática o de la cinta de correr ni, por supuesto, a los masajes.
Para éstos, tanto uno como otro llegaron a prescindir de los paños y el alcalde
agradecía que sus erecciones solieran ser calmadas con una eficaz masturbación.
Lo cierto era que los peculiares métodos del asesor le estaban elevando
considerablemente la moral. No obstante, parecían existir unos límites tácitos
por parte del propio asesor. Si bien usaba su desnudez como estímulo y no
dejaba incluso de empalmarse cuando sus tocamientos eran más lúbricos, impedía
hábilmente que al alcalde se le fuera a ir la mano. Y éste se sentía obligado a
respetarlos en la idea de que formarían parte de su estrategia en cuanto
asesor. Por eso, en un papel meramente receptivo, reprimía cualquier
manifestación de deseo. Ni siquiera cuando la polla endurecida del asesor, en
los procesos del masaje, se arrimaba a su mano extendida sobre la camilla, se
atrevía a propasarse. Y bien que le costaba resistirse desde luego…
Este distanciamiento
se mantenía por supuesto en las noches, que cada uno pasaba en su habitación. Sin
embargo, cuando un día se recogieron después de haber conocido una encuesta
algo desfavorable, el alcalde comentó: “Me temo que esta noche no voy a pegar
ojo”. Esperaba que el asesor tratara de animarlo, pero no en la forma en que lo
hizo. Porque dijo: “Si quieres puedo acostarme contigo”. La novedad sorprendió
al alcalde, que tampoco sabía el alcance que podía tener el ofrecimiento. De
todos modos le salió del alma: “Sí que me gustaría, sí”.
Así pues ambos se
metieron desnudos en la cama del alcalde y el asesor se le puso bien arrimado,
transmitiéndole su calor. Las preocupaciones que perturbaban a aquél no fueron
obstáculo para que se le fuera endureciendo la polla. Porque además el asesor,
mientras comentaban los avatares de la campaña, no dejaba de darle toques por
las zonas más sensibles de su cuerpo. Al fin anunció: “Creo que te va a
convenir un tratamiento especial”. Le instó a relajarse con los ojos cerrados
y, cuando lo que esperaba el alcalde era la ya habitual masturbación, sintió la
húmeda boca del asesor tomando posesión de su polla. Emitió un profundo suspiro
de placer. No podía recordar cuándo había experimentado algo semejante, si es
que alguna vez lo había hecho. La cálida mamada le provocaba oleadas de delicia
cada vez más intensas. “¡¿Qué estás haciendo?!”, exclamó, aunque bien que sabía
lo que era. El asesor, en lugar de responder, intensificó las succiones. El
alcalde se dejaba ir y la idea de que aquella boca estuviera dispuesta a
recoger el semen que buscaba salida lo enervaba en extremo. Porque el asesor
mantenía los labios bien ceñidos aguardando la descarga. El alcalde ni siquiera
avisó cuando se saltaron todas las barreras y solo se retrajo cuando el miembro
hipersensibilizado no soportó más la prisión de la boca tragona. “¿Qué tal?”,
preguntó el asesor con toda tranquilidad. “¡Demasiado!”, contestó el alcalde
con el resuello agitado. “He hecho lo que creía que te convenía”, replicó el
asesor aparentemente impasible. Esa noche el alcalde logró dormir plácidamente
con el cuerpo del asesor a su lado.
A la siguiente noche
fue el alcalde quien se levantó de su cama y se desplazó a la habitación del
asesor. La desazón que lo impulsaba a ello se debía a que cada vez le resultaba
más difícil entender la actitud de éste. Sin reparos a la hora de darle placer,
parecía que todo lo hiciera con una dosificada estrategia. Aunque tampoco
ocultaba la excitación que revelaba su cuerpo, se mantenía firme en no darle
salida. Y la contención del deseo de reciprocidad estaba volviéndose
insoportable para el alcalde. Así, cuando el asesor, sin extrañarse de la
visita, le ofreció cobijo diciendo “¿Necesitas que te vuelva a relajar?”, en la
aséptica terminología que usaba, el alcalde se mantuvo de pie junto a la cama y
contempló con fijeza la espléndida desnudez de asesor. “No es solo eso…”,
contestó. El asesor demostró ser consciente de los sentimientos del alcalde y,
sin recatarse lo más mínimo, dijo: “Sabía que llegaríamos a este momento…”. El
alcalde lo interrumpió. “¿También lo tenías calculado?”. “Mira, no soy de
piedra… Creo que lo has podido ver de sobras”, replicó el asesor, “Pero no era
cuestión de liarnos desde el primer momento. Ante todo yo tenía que estimularte…
Y no dudes de que me ha costado mantener las distancias”. “¿Entonces vas a
seguir así?”, preguntó el alcalde confuso. El asesor se puso a acariciarse descaradamente
la entrepierna mientras decía: “Mañana empieza la campaña oficial y vamos a
estar muy ocupados… y cansados. No estaría mal que nos demos un gusto los dos
¿Te parece bien?”. Palmeó el lado vacío de la cama invitando al alcalde. Éste
se dejó caer lleno de excitación y ya no tuvo freno para disfrutar del cuerpo
del asesor, que se entregaba definitivamente. “¡Ahora el masaje te lo voy a dar
yo!”, exclamó. Pero no fue solo las manos lo que usó, pues su boca también se
cebó con las apetecibles tetas y todas las velludas redondeces del asesor.
Tanto estrujaba y chupaba que éste lo tuvo que frenar riendo. “Lo tuyo no es
sexo, sino venganza…”. “Es que me has tenido muy hambriento”, se justificó el
alcalde. “Si quieres comer, ya sabes…”. La invitación no hizo dudar al alcalde
en amorrarse a la jugosa polla del asesor. Sus lamidas pasaban del capullo a
los huevos, y todo era objeto de succiones que estremecían al receptor. De
pronto el alcalde se interrumpió para preguntar: “¿Me quieres follar?”.
“¡Vaya!”, exclamó el asesor, “Esa afición no te la conocía”. “Me lo han hecho
pocas veces y hace mucho tiempo… Pero me gustaba ¿Lo harás?”. El asesor estaba
dispuesto. “Con ese culazo que tienes quién se negaría…”. El alcalde se puso
bocabajo ofreciendo su orondo trasero. “Pero hazlo con cuidado que estoy muy
estrecho”, advirtió. “¿Cuándo he sido bruto contigo?”, protestó con
profesionalidad el asesor. De su surtido de cremas escogió un frasco. “Esto te
va a dejar como la seda”. Untó con precisión la raja y el índice se deslizó
fácilmente por el ojete. “¡Uh, esto es mejor que un masaje! ¿Estoy a punto
ya?”, dijo el alcalde excitado e impaciente. “El que está a punto soy yo”,
replicó el asesor apuntando la verga. Empujó y la crema surtió su efecto. Quedó
clavado a tope. “¡Wow, eso es una polla!”, exclamó el alcalde. “¿Te trae buenos
recuerdos?”, bromeó el asesor acomodándose. “¡Calla y folla!”, lo instó el
alcalde. El asesor lo hacía cambiando los ritmos para hacer durar el gusto que
sentía. “¡Joder, cómo me gusta! ¡Dale, dale!”, pedía el alcalde. El asesor
estaba ya al borde de la resistencia. “¡Me voy a correr bien adentro!”. “¡Sí,
sí, quiero toda la leche!”. Y fue lo que le dio el asesor en sus últimas
arremetidas. Los dos se derrumbaron respirando acelerados. “¡Vaya culo más
tragón! Y eso que lo has usado poco…”, glosó el asesor. “Por eso tenía tantas ganas”,
aclaró el alcalde. Una vez repuestos, el asesor dijo: “Ahora a dormir, que
mañana empieza el no parar”. Lo hicieron juntos, enredándose uno en el otro.
La campaña fue viento
en popa. Alcalde y asesor apenas llegaban a quedarse a solas. Por las noches
estaban demasiado agotados para permitirse expansiones. Además cada uno volvió
a ocupar su habitación ya que, en cualquier momento, podía irrumpir alguien con
las últimas noticias. Pero por fin el alcalde revalidó su cargo. ¿Llegaría el
asesor de imagen a convertirse en asesor personal para todo el mandato?
Maravilla de relato !
ResponderEliminar;-)
que excitación mas grande, gracias de nuevo
ResponderEliminarEspero que la respuesta a la última pregunta sea "SI". No es cuestión de esperar 4 años a que estos dos se enrollen otra vez.
ResponderEliminarme parece buenisimo el relato. ....Y aun que no sueles hacer segundas partes de un relato., no estaria nada mal que este tenga su segunda parte, y cuentes sus encuentros de despues de renovar e puesto de alcalde. Y por ejemplo, de como tambien el alcalde, se folla al asesor
ResponderEliminarGracias... Pero es que, cuando los dejo bien satisfechos, prefiero que se apañen por su cuenta.
ResponderEliminarcomo siempre, me dejaste bien húmedo...
ResponderEliminarTremenda sensación de sentir de la misma manera!!!!
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