domingo, 24 de abril de 2011

Una gallinita ciega chic

Los relatos de tus andanzas que me haces siempre me ponen a cien y éste, por su sofisticación, desborda todo lo imaginable:

Me solicitaron para que tomara parte en una fiesta que un grupo de ejecutivos de alto nivel celebraban en un salón privado de uno de los hoteles más exquisitos de la cuidad. Nunca me dan muchos detalles sobre la índole del servicio que se espera de mí, pues confían en mi adaptabilidad a las más diversas demandas. Así que lo único que me constaba era la afición de los reunidos por el tipo de hombre que yo represento y que, de una u otra manera, habría sexo de por medio. Como el encontrarme ante retos desconocidos es una de las cosas que más me estimulan, me limité a cumplir con la indicación de presentarme correctamente vestido, como exigía el rango de los anfitriones –Pronto comprendería que este requisito sólo servía para cubrir las apariencias y que acabaría por resultar superfluo–.

Con mis mejores galas acudí, pues, al hotel y pregunté por la fiesta a la que había sido invitado. Como no figuraba en la lista oficial, y dado que todos lo que constaban en ella hacía un rato que estaban ya reunidos, tras unas consultas vino a buscarme un sujeto muy melifluo que se presentó como el organizador del evento. Me pidió que lo acompañara y subimos silenciosos varias plantas en el ascensor. Llegamos a una  pequeña antesala, donde entramos los dos y cerró la puerta. A través de otra puerta en la pared opuesta podía oírse una suave música swing  y rumor de voces y risas. La primera sorpresa fue que mi acompañante, muy circunspecto, me pidió que me desvistiera completamente. Aunque algo extrañado, no tuve inconveniente en despojarme de mi elegante indumentaria, que él iba recogiendo y colocando cuidadosamente en un galán de noche. En un momento quedé ya en total desnudez, que por cierto no le inmutó lo más mínimo, a pesar de que su pluma era evidente –quizás no sería su tipo–. Muy profesionalmente se permitió alisarme el vello del pecho e, incluso, centrarme la polla que había quedado un poco torcida al desprenderme del slip. Cuando abrió una pequeña alacena pensé que sacaría algunas prendas alternativas, pero sólo extrajo un pañuelo rojo de seda. Ante mi asombro, se limitó a enrollarlo y liarme con él una muñeca. Sólo me dijo que ya sabría su utilidad, y añadió que ni siquiera me hacía falta calzado, dada la limpieza del encerado y las alfombras. Así pues, en pelotas como estaba, me había de enfrentar a lo desconocido. Lo cual no se hizo esperar, porque el organizador entreabrió la puerta que daba al salón de la fiesta y discretamente avisó de mi presencia. Susurrando “buena suerte” me hizo pasar y cerró tras de sí.


De momento quedé algo deslumbrado por la iluminación intensa, aunque matizada, que desprendían las arañas del salón. Se hizo el silencio, sólo quebrado, en un segundo plano,  por la voz de Peggy Lee que desgranaba “Black Coffee” (Me acordé de lo mucho que te gusta esta canción). Y yo allí, en mi estado natural, ante un conjunto de quince o veinte hombres, maduros la mayoría y bastantes con sobrepeso, en trajes oscuros, incluso algún smoking, con vasos o copas en la mano. Formaban pequeños grupos y, ante mi aparición, fueron desplegándose en semicírculo, sin duda conscientes de que se trataba de la sorpresa de la fiesta. El efecto que me produjo encontrarme allí completamente desnudo frente a las miradas complacientes de un grupo tan formal fue muy excitante e hizo que recorriera mi cuerpo un agradable calorcillo.
 
Evidentemente estaba abandonado a mis propias dotes de improvisación, por lo que decidí avanzar hacia ellos con la mayor naturalidad. El semicírculo de fue entonces abriendo para formar un estrecho pasillo. Lentamente me fui desplazando por él y la proximidad física ya propició algo más que la mera contemplación. Cuando alguno más osado hacía ademán de tocarme, me detenía para dejarle hacer. Así fui siendo palpado por pecho, barriga y culo, según lo que más atrajera a cada cual. Ni que decir tiene que, a los primeros tocamientos,  mi polla se puso ya contenta y centró el interés en sopesarla, interés que se extendió también a mis huevos. Me entregaba con una agradable complacencia a contactos que se efectuaban con toda delicadeza, como si se tratara de un objeto de valor. Todo mi cuerpo quedó de este modo enardecido por el deseo que suscitaba, lo que me estimuló a dar todo de mí.
 
Una vez concluido el periplo, me mantuve expectante por un momento ante a excitación que denotaba la concurrencia, no menor que la mostrada por mí, expuesto a la vista de todos. Los murmullos y comentarios se cortaron cuando uno de los reunidos –tal vez el anfitrión, de prominente barriga y cabellera y barba canosas– se me acercó para ofrecerme una copa de cava. Pero al tiempo fue soltando el pañuelo rojo ligado a mi muñeca, cuya utilidad pronto capté. Porque con él me vendó los ojos, dejándome sumido en una rojiza penumbra. Me explicó a continuación que íbamos a jugar a una gallinita ciega un tanto peculiar. En lugar de que el atrapado por mí tuviera que sustituirme, lo que ocurriría es que se ganaría el derecho de hacerme o hacer que le hiciera lo que le viniera en gana. Ante mi alegación de que esta variante del juego podría provocar que se formara una cola para ser cogido, me aseguró que las reglas se respetarían escrupulosamente en cuanto a destreza para escabullirse y que quedaría descalificado quien diera excesivas facilidades. No pude menos que admirarme por la sofisticación incorporada al inocente juego infantil, que obligaría a un equilibrio entre el deseo de poseerme y el autocontrol exigido a los participantes.
 
Tras el ritual inicial de hacerme girar varias veces, me puse en acción, tanteando con cuidado para no tropezar con los muebles de la estancia. Al no topar en mi primera batida con ningún ser viviente, me dio la sensación de que la estancia hubiera quedado vacía. Pero tal impresión se neutralizaba por los susurros y arrastres que oía, entremezclados con la suave música que seguía sonando. En todo caso, el deseo de dar alcance a una presa que, sin embargo, me iba a someter a sus caprichos aumentaba mi excitación. La dificultad inicial de mis intentos de caza podría haber sido interpretada por otro menos optimista que yo como falta de interés en solazarse conmigo, pero yo la asumí como un acicate, estimulándome pensar en el efecto que debían producir en tantos ojos atentos mis vacilantes trasiegos, en total desnudez y sin descuidar tocarme de vez en cuando para que no decayera mi vigor.
 
Ya había llegado a rozar algo movible, aunque mi privación de visión dificultaba un agarre más certero y a la presa le daba tiempo de escurrirse. Pero por fin así con fuerza una manga y su poseedor no tuvo más remedio que rendirse. Se quedó inmóvil, lo que me dio ocasión de ir palpando su silueta. Era un cuerpo macizo y barrigón enfundado en lo que intuí como un smoking. Como me dejaba hacer, me aventuré a ir deshaciendo la botonadura. Metí una mano y toqué el vello suave de la barriga. Subiendo topé con unos pechos de marcada redondez cuyos pezones se endurecieron a mi contacto. Ahora fue cuando una mano me agarró con fuerza el paquete, tan accesible como estaba, provocándome un sobresalto. Me atrajo hacia él y, con la camisa ya abierta, hizo que restregara mi pecho por el suyo.
 
No tardó en empujarme hacia abajo para que me arrodillara. Enfrentado a sus bajos, sin duda predispuestos a un repaso bucal, dudé entre limitarme a sacarle la polla por la bragueta o bien bajarle por completo los pantalones. Aunque fuera más trabajosa, opté por la mayor y, mientras me afanaba en ello, no dejaba de pensar en el espectáculo que estarían contemplado los otros, lo que aumentaba mi calentura. Desnudo ya de cintura para abajo mi primer capturado, mi lengua dio pronto con el espolón húmedo que la esperaba. Estiré los brazos para agarrarme al sólido culo tapizado de pelusa y, antes de engullir la dispuesta polla, lamí los huevos en que ésta se asentaba. Me concentré después en una ardorosa mamada que, además del placer que me producía, quería que sirviera de muestra de mis aptitudes. Noté el temblor de piernas del que tenía sujeto y el líquido caliente que me llenaba la boca. Inmediatamente, sin brusquedad pero con determinación, fui apartado y quedé de nuevo aislado en la oscuridad. Al incorporarme, de tan excitado como estaba, de buena gana me habría pajeado ante el público oculto a mis ojos. Pero hube de contenerme y reservar mis energías para otros servicios.
 
Nuevos tanteos en el aire me condujeron al poco rato a mi segundo encuentro. Esta vez toqué la cabeza calva de alguien que debía hallarse encogido entre dos butacas. Se levantó y pude contornear un cuerpo rechoncho y no muy alto. Sorpresivamente se desasió y creí que pretendía escapar. Pero lo que hizo al zafarse de mí fue someterme a un sobeo impresionante. Me tocaba por todas partes, recreándose con presiones y pellizcos donde más le apetecía. Iba añadiendo lamidas y chupadas que me erizaban la piel. Cuando me dio la vuelta se concentró en mi culo. Lo apretaba y abría cadenciosamente, hasta que me restregó por la raja una sustancia viscosa –probablemente procedente de un manjar cuya naturaleza desconocía–. Me hizo apoyar la barriga sobre el brazo de un sillón y oí el sonido de una cremallera que de descorría. Seguidamente algo que no podía ser más que su polla buscaba acomodo en mi agujero. Era gorda y tuvo que apretar, pero no demasiado larga, por lo que enseguida quedó llena mi cavidad y la tirantez que producía me daba un gran placer. Éste se incrementó con el ritmo que imprimió a la follada, a la que yo ayudaba con mis meneos. Cuando, sin ni siquiera haberse desabrochado la chaqueta, se desplomó sobre mí, sentí al mismo tiempo el ardor de su leche en mi interior. Mi follador tuvo el detalle de ayudar a levantarme y recobrar el equilibrio. Pero inmediatamente quedé de nuevo a merced de aleatorias capturas y cada vez más excitado.
 
Sorprendente fue que uno de mis manoteos recayera sobre una espalda descubierta. En efecto, palpé el suave vello que la poblaba y que se extendía, al ir bajando mi mano, sobre un culo poderoso. Por lo visto, alguno o algunos de los participantes en la fiesta habían prescindido radicalmente de la etiqueta dominante a mi llegada. Me aventuré más y, a través de la entrepierna, vine a dar con unos huevos balanceantes y una polla que engordaba al acariciarla. Pero su poseedor sabía ya lo que quería porque, echado hacia delante me tomó una mano y la llevó hasta la raja del su culo. Estaba bien preparado porque, con un dedo, comprobé lo lubricado del agujero. La pretensión era evidente y, para mi alivio, coincidía con lo que ya me estaba pidiendo a gritos el cuerpo. Sin pensármelo dos veces, tomé posiciones, hice que separara bien las piernas, apunté mi polla con precisión y me dejé caer. Respingó firmemente apoyado sobre algo y ya fue un no parar en mis acometidas. No sólo quería satisfacer a quien tan generosamente se me había ofrecido sino también descargar la tensión acumulada en mi travesía a ciegas. Me derramé con fuertes espasmos y él apretaba en culo como para no perderme. Por fin salí y me enderecé. Pero al extender la mano para acariciar la generosa grupa, misteriosamente encontré el vacío.
 
Me tomaron por un brazo y me condujeron para que me sentara en un sofá. Por la voz reconocí al anfitrión que me instaba a tomar un merecido pero breve descanso. Me puso en una mano otra copa de cava y, cuando extendí la que estaba libre tentado por la curiosidad de comprobar si él también había optado por aligerarse de ropa, ladinamente se escabulló con una risita. El resto del personal debía estar asimismo relajándose, pues las conversaciones y carcajadas habían subido de volumen.
 
Sin embargo, al cabo de poco rato –apenas me había dado tiempo a acabar de saborear el cava– se fue apaciguando el ambiente. Entendí que debía ponerme de nuevo en acción y volver a buscar a alguien que disfrutara conmigo. Pero percibí una variación respecto a la situación anterior, pues al ruido de los desplazamientos sigilosos se mezclaban ahora sospechosos jadeos y resoplidos. Pensé que tal vez estaba perdiendo  la exclusiva y de buena gana me habría arrebatado el pañuelo para satisfacer mi curiosidad sobre lo que pudiera estar pasando. Mas el oficio es el oficio y no podía tomar iniciativas por mi cuenta.
 
Extrañamente, ahora no me resultó tan difícil la caza y casi tropiezo con mi próxima pieza. Seguía vestido y, al tantear su anatomía, su cabellera encrespada me permitió reconocer al anfitrión. Lo cual me alegró, pues desde el principio me había resultado atractivo –aparte de que siempre conviene quedar bien con quien parecía ser mi contratante–. Empezó a sobarme voluptuosamente y llegó a hacerme recuperar todo mi vigor. Traté a continuación de aligerarlo de ropa y él dejaba hacer a mis cuidadosas manos. Una vez liberado el busto me complací en acariciar y besar los bien formados pechos y la curva del estómago. Enredaba mi legua en el vello que adivinaba canoso y me abrazaba cuando le hacía cosquillas.
 
Como no ponía límites, me ocupé de las prendas inferiores. Pronto cayó el pantalón, que ayudé se sacara para mayor comodidad. Un boxer ajustado apenas contenía la protuberancia que se le había formado. Con delectación la contorneaba con mis dedos y la lamía, incrementado su dureza. Fui bajando poco a poco la prenda y, cuando la polla surgió liberada, la engullí de un solo golpe. Entonces él, con un rápido movimiento de piernas, se deshizo del boxer por los pies y me arrastró consigo hasta caer los dos sobre un sofá. En ese momento me liberó del pañuelo que me había privado de la visión.
 
Aunque atenazado por los brazos de mi pareja, no pude menos que dar una ojeada al espacio por el que me había estado moviendo a ciegas. En torno a nuestro sofá había varios individuos, desnudos o medio vestidos, dispuestos a contemplar el espectáculo que sin duda esperaban de nosotros, y que se entonaban manualmente sin el menor recato. No menos desinhibidos retozaban algunos dúos y tríos por otras zonas de la sala. Tal exhibición de sexo, desterradas ya las formas que había parecido exigir tan elegante reunión, me enardeció enormemente y ya me volqué en el placer con el que había sido mi última presa. Verlo allí a mi lado en espléndidas desnudez y excitación, confirmó la atracción por él que desde el principio había sentido.
 
A nuestro abrazo añadimos besos profundos, que extendimos mutuamente por todo el cuerpo. Metíamos la cara entre los muslos del otro y comíamos todo lo que alcanzaran nuestras bocas. Al fin se sentó en el borde del sofá y yo lo hice sobre su polla endurecida, que me entró llenándome de calidez. Un impulsivo espectador no se contuvo y arrodillándose ante mí se puso a mamármela. Así, entre los golpes de pelvis del mi follador, que me frotaban el interior, y el ardor que labios y lengua trasmitían a mi polla, me retorcía de placer. Y, como si se tratara de vasos comunicantes, al sentir el chorro que me inundaba por detrás, solté el mío en la boca receptora.
 
De nuevo abrazados, entramos en la fase de dulce reposo, mientras a nuestro alrededor seguían desahogándose las calenturas de diversas maneras. Felicité al anfitrión por lo imaginativo y sofisticado de la planificación del encuentro, y le agradecí la participación que me había correspondido, cargada de emoción y placer. Él también se mostró muy satisfecho de mi actuación, que había colmado todas sus expectativas.

Más allá de tan corteses argumentos, y puesto que la transacción comercial correspondía directamente a mi agencia, no se abstuvo de entregarme una tarjeta personal con el deseo que de volviéramos a tener un encuentro más privado.

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