El día en que una pareja de amigos me invitó a pasar una jornada divertida no podía imaginar en qué iba a consistir esa diversión. O sí… Me anticiparon que habían contratado a un profesional del que tenían muy buenas referencias. Conocedor de los gustos de mis amigos, supuse que no podía tratarse de un escort convencional, joven y estilizado. Las posibilidades entonces se acercaban más a ese círculo reducido y selecto que, más allá de tópicos, ofrece cuerpos de hombre maduro y fornido para el placer de clientes que, precisamente, desean este tipo de masculinidad. Y no me cabía duda de que mis amigos tenían que haber buscado en dicho círculo. De todos modos, aunque inmediatamente pensé en ti, y a pesar de que sois pocos los que, como tú, habéis alcanzado en ese terreno un considerable prestigio, juzgué como una casualidad excesiva que pudieras ser precisamente el contratado. Por otra parte, no dejaba de tener curiosidad por apreciar cómo se desenvolvía alguno de tus colegas en tales menesteres. Pero, por muy remota que me pareciera la coincidencia, el “y si…” no dejaba de rondarme, y me regodeaba pensando en la situación que se podía crear.
Así que, a media mañana, me recibieron mis anfitriones en su chalet de la zona alta de la cuidad. Rodeada de un sólido muro y en medio de un cuidado césped, se alza la vivienda de una arquitectura singular. De una sola planta rectangular y toda acristalada por los cuatro costados, el interior era un gran espacio único en el que sólo la distribución del mobiliario, de un gusto exquisito, marca los distintos usos.
La pareja que desde hace años conviven en lugar tan privilegiado, es de mente muy abierta, dispuesta siempre a disfrutar de todos los placeres a su alcance y, por supuesto, de una sexualidad desbordante. Mi amistad con ellos me ha permitido conocerlos a fondo y, en varias ocasiones, hemos hecho unos tríos memorables. A ello se une que no sabría decir cuál de los dos me gusta más. Desde luego resultan complementarios, tanto en carácter como en aspecto físico. El mayor, Raúl, de edad próxima a los sesenta, es alto y barrigón, con abundante vello corporal distribuido por el pecho de apetitosos pezones, el bajo vientre y las robustas piernas, que enmarcan unos gruesos testículos y un pene bien formado y jugoso. Me encanta su ancha espalda, rematada por un culo orondo que se ofrece generoso. Su cabeza, de noble calva y rostro redondeado con barba canosa, le da un aire de patricio romano.
El otro, Miguel, más joven aunque rondando la cincuentena, es un gordito delicioso de carnes prietas y un vello claro y suave que invita a la caricia. La redondez de sus tetas, sus brazos, su barriga, sus muslos y su culo resulta de lo más acogedora. Y qué decir de esos huevos bien pegados entre las ingles y esa polla gorda y lustrosa. La cara, siempre risueña, se adorna con una media barbita que enmarca una incipiente papada.
El otro, Miguel, más joven aunque rondando la cincuentena, es un gordito delicioso de carnes prietas y un vello claro y suave que invita a la caricia. La redondez de sus tetas, sus brazos, su barriga, sus muslos y su culo resulta de lo más acogedora. Y qué decir de esos huevos bien pegados entre las ingles y esa polla gorda y lustrosa. La cara, siempre risueña, se adorna con una media barbita que enmarca una incipiente papada.
Al abrirse la cancela, a través de la cristalera te vi avanzar por el jardín aún ignorante de lo que ibas a encontrar. Yo mismo me sorprendí percibiendo tu aparición como la más lógica, más allá de cualquier cálculo de probabilidades. De todos modos había que prever las reacciones que nuestro encuentro en estas circunstancias pudiera provocar, aunque preferí concentrarme en el momento y dejar que los acontecimientos se fueran desarrollando por sí mismos. Llevabas unos shorts azules apretando tus muslos y una ligera camisa blanca abierta hasta la mitad del pecho. Si no fuera porque ya estaba enamorado de ti, te aseguro que aquella visión habría dado lugar a un flechazo fulminante.
En el momento en que entraste en la casa, tu profesionalidad brilló al más alto nivel, pues el hecho de verme junto a tus nuevos clientes no hizo mover ni un solo músculo de tu rostro. Al contrario, te acercaste a nosotros con una radiante sonrisa y, en los besos de saludo y presentación, ya empezaste a cumplir con tu misión. Tu mirada al besarme sólo denotó un imperceptible destello de extrañeza –si yo estaba en la trama o también había sido sorprendido lo habríamos de aclarar en otro momento–, que no te impidió tratarme con la misma sensualidad que a los otros. Te plantaste ante los tres con una estudiada actitud provocativa e invitadora a apreciar tus cualidades. Así que mis amigos no dudaron en abrirte completamente la camisa para desvelar tu delantera. No me quedé atrás y solté el cinturón de tus pantalones y al caer éstos el pequeño slip negro mostraba la tensión de tu polla. Casi arrancados camisa y slip, te nos mostraste en toda tu virilidad.
Tuvimos que calmarnos para no precipitar los acontecimientos y entonces te ofrecieron una bata como las nuestras algo más transparente de manera que se traslucían tus pezones y el sombreado de tu vello corporal tan equilibradamente repartido. Como se acercaba la hora de comer, enseguida te ofreciste a encargarte de todo y, con el desparpajo que te caracteriza, era para ver cómo, moviéndote por la cocina o disponiendo la mesa, nos ibas ofreciendo, como quien no quiere la cosa, el espectáculo de tus poses más descaradas. Un buen aperitivo visual.
La ducha que todos necesitábamos después de los revolcones sobre la alfombra la íbamos a disfrutar por etapas y, cómo no, tú serias nuestro juguete. La amplia sala de baño de la casa, que parecía la de un gimnasio, con un sofisticado sistema de chorros y mangueras, iba a ser el escenario adecuado. Te dijimos que primero te enjabonaras tú solo mientras nosotros contemplábamos tus maniobras. Y vaya cancha que le diste a nuestra libido extendiéndote la espuma con gestos lúbricos. Marcabas lentos círculos en torno a tus tetas y pellizcabas los pezones. Ibas bajando las manos sobre el vientre hacia el pubis, donde te entretenías enjabonando los huevos y aplicando suaves caricias masturbatorias a tu polla, con el capullo reluciente entre la espuma. Luego te girabas para ofrecernos la visión del lavado de tu culo. ¡Qué lascivamente te pasabas el jabón por la raja, perdiéndose tus dedos por unos instantes en sus profundidades! Y todo ello con miradas y gestos de lo más incitantes. Fingiendo que no considerábamos la higiene suficiente, nos aprestamos a completarla, así que tus manos quedaron sustituidas por otras seis que volvían a cubrir de espuma cualquier zona de tu cuerpo. Te dejabas hacer con indolencia, las piernas entreabiertas y las manos apoyadas en alto sobre la pared. Sólo te estremecías por efecto de algún pellizco o de algún dedo que hurgaba en tu interior. Casi convertido en un muñeco de nieve, pasamos al enjuague con variados chorros y manguerazos, hasta dejar tu piel lustrosa y goteante.
Mis amigos reservaban un juego sorpresa pues, en una zona contigua, se extendía sobre el suelo una gran colchoneta cuadrada forrada de un material impermeable. Su función era evidente y, aunque ninguno de nosotros éramos duchos en la lucha cuerpo a cuerpo –quizá tú tendrías alguna experiencia–, no se nos escaparon las posibilidades eróticas del juego al que nos aprestamos a entregarnos. Así pues, completamente desnudos y provisto cada uno de un frasco con aceite aromático, nos aplicamos en una larga y sensual preparación física. Nos untábamos con lentas pasadas los unos a los otros sin que quedara ni un milímetro de nuestra piel, desde el cuello hasta los pies, que no brillara intensamente. Ni que decir tiene que tanto manoseo aceitoso resultaba de lo más excitante, de lo que daba fe la respuesta de las relucientes pollas a la escurridiza fricción. En un remedo de combate que más bien era frotamiento de cuerpos, formábamos parejas improvisadas que acababan revolcándose sobre la colchoneta resbaladiza por los chorros de aceite que le habíamos echado. A dos y a cuatro nos entrelazábamos y patinábamos por la superficie, simulando llaves de lucha agarrados a cualquier parte del cuerpo. En este escenario, tomaste conciencia de que te correspondía dar algún tipo de satisfacción a tres pollas no menos excitadas que la tuya. De rodillas e inclinado hacia delante, nos ofreciste el panorama de tu culo reluciente. Con una mano sobabas los huevos colgantes y presionabas la polla para mostrarla por debajo. Fue la señal de salida para que las nuestras se te fueran clavando sucesivamente con la facilidad que propiciaba el aceite y, cuando el impulso era muy fuerte, hacía que te desplazaras resbalando de un extremo a otro de la colchoneta. En un momento dado llego a formarse un curioso bocadillo. Miguel se introdujo debajo de ti, de manera que tu polla se le metió como con un calzador. Raúl se echó sobre ti e hizo lo mismo contigo. Esta doble follada se veía dificultada, sin embargo, por lo escurridizo de la base, así que colaboré tomando posición frente a las tres cabezas haciendo de tope y ganándome algunas chupadas. Aunque la situación era de lo más placentera, la ralentización de los movimientos no propició llegar hasta las últimas consecuencias.
Lamentablemente sólo podíamos disponer de ti hasta última hora de la tarde, tal como habías pactado con mis amigos, ya que por la noche tenías un compromiso ineludible, cuya naturaleza no aclaraste.
Pero antes de que nos dejaras, aún teníamos que disfrutar un rato en el gran jacuzzi, casi piscina. Nos fuimos metiendo en el agua y enseguida dominó el espíritu lúdico. Empezaste a hacer de las tuyas y buceando buscabas las pollas flotantes para agarrarlas con la boca como si fueran un tubo para respirar. Pronto tuviste a Miguel sentado en tus hombros y restregando el paquete contra tu nuca. La cosa se ponía candente, pese a la tibieza del agua. Me senté en el borde y tú te acercaste con tu carga a cuestas para chupármela, mientras Miguel por encima me morreaba. Raúl mordisqueaba y lamía el culo de su amante que sobresalía por encima de tu espalda, a la vez que tanteaba para arponearte con su polla bajo el agua. La compleja composición humana acabó viniéndose abajo y arrastrándome consigo. Nos revolcábamos como niños, aunque nada inocentes, e íbamos remedando tus maniobras de buceo. En cuanto alguno se ponía a flotar haciendo el muerto, su polla erguida era objeto de codicia manual u oral. Verdaderamente no había quien pudiera estar tranquilo.
Cuando me tocó a mí opté por cerrarte las piernas apretándolas entre mis rodillas para que tu culo quedara más resaltado. Al metértela por primera vez sentí que mi polla quedaba empapada de la leche de mis predecesores. Adopté una táctica que sabía te desconcertaba e incrementaba tu deseo. Después de unas cuantas embestidas, me salía y me masturbaba tamborileando sobre tus glúteos; volvía a entrar y repetía la operación. Miguel, que observaba atento, se aprestó a colaborar, así que cada vez que mi polla reaparecía era él quien me la meneaba. Al notar que me venía el orgasmo, con un gesto mío le indiqué que él mismo me dirigiera hacia tu interior. Después de vaciarme y al apartarme de ti, Miguel volvió a cogérmela y la limpió con su lengua, cosa que también hizo con tu agujero aún palpitante.
Durante la cena, a base de algunas cosas que habías dejado preparadas, mis anfitriones no paraban de alabar tu buen hacer y se mostraban muy satisfechos por haber contratado tus servicios. Pero no dejó de extrañarles mi actitud un tanto ausente. No quise que pudieran interpretarla como una descortesía hacia el detalle que habían tenido al invitarme a compartirte. Como contaba con su total discreción, decidí confesarles la verdad de mi relación contigo, con sus luces, brillantes, pero también con sus sombras. Lo cual me sirvió asimismo de desahogo. Mostraron una gran comprensión y me reconfortaron con su amistad y cariño, que volcaron sobre mí el resto del tiempo que estuve con ellos.
Aunque insistieron en que me quedara a pasar la noche con ellos, una imprecisa intuición me impulsó a declinar su amable invitación y a decidir ya el regreso a casa. Y mi intuición no me falló, ya que tu compromiso nocturno era precisamente que te encontrara en nuestra cama. Estabas ya dormido, así que me abracé a tu cuerpo desnudo y no tardé en imitarte. Mañana ya habría ocasión de comentar nuestro encuentro inesperado.
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