miércoles, 21 de octubre de 2020

El chatarrero

Era yo bastante joven todavía y poco ducho en acceder al tipo de hombres que cada vez me atraían más: maduros y entrados en carnes, a ser posible cargados de experiencia y dotes de seducción. Una tía mía, que tenía un anticuario, me pidió que le buscara unos herrajes para un mueble que quería restaurar. Me dio la dirección de un chatarrero, que estaba en un barrio de las afueras. Pregunté en un bar, donde me señalaron una casa bastante deteriorada. La puerta estaba abierta y accedí a una pequeña entrada. No avancé más y pregunté: “¿Hay alguien?”. Enseguida me contestó una recia voz: “¡Sí, aquí!”. Pasé por una cortina de flecos metálicos y me encontré, en una especie de patinillo, con un hombre de algo más de sesenta de años, tirando a grueso y de rostro afable, que retrepado cómodamente en una butaca de jardín fumaba un pitillo. Pero lo que destacaba sobre todo era que, de su bragueta abierta, le salía una contundente polla volcada hacia un lado. No se inmutó y me dijo: “Tú debes buscar a mi hijo, pero hoy está de ruta con el camión… Yo aquí vigilando el material”. Asombrado, no se me ocurrió más que decir: “Ya veo, ya”. Sin alterarse esbozó una sonrisa y dio una explicación surrealista: “Me gusta que se ventile y, como he oído la voz de un hombre, no me he molestado en guardármela”. Me pareció tan provocador que ironicé: “También habrá hombres que se impresionen por una cosa así”. Replicó con descaro y sin personalizar: “Pues si les gusta, eso tienen ganado… Y si les entran ganas de hacerme una paja o una mamada, aquí la tienen. Que uno no va sobrado de esas cosas”. No sé lo que me dio porque me oí decir: “Ya que estoy aquí…”. No dudó en invitarme: “¡Toca, toca, si quieres! Verás lo dura que se me pone”.

Ante tanto descaro me corté y, para alargar la cosa, se me ocurrió preguntar: “¿Los huevos los tiene tan gordos?”. Él sí que no se cortaba. “¡Ya lo creo! A veces me los saco también, pero si quien viene es una mujer o un chiquillo que no quiero que me vea, tardo más en guardármelo todo”. Como quedé dubitativo, me incitó: “¡Venga, hombre! Si tienes la curiosidad…”. Como la cintura del pantalón la llevaba suelta, tapada por la camisa, solo tuvo que levantar un poco el culo y tirar de él, en ausencia de calzoncillos, hasta las rodillas. Por supuesto, entre los velludos muslos y alzando la polla, tenía una gruesa bolsa peluda en la que se marcaban las dos bolas. “Tampoco están mal ¿no?”, dijo con cierto orgullo. Me di cuenta de que, en todo el tiempo, él no se había tocado ni una sola vez, como si sus genitales tuvieran vida propia. Mi reflexión quedó cortada cuando oí: “¿Tocas o qué?”. Aunque estaba excitado a tope, su desvergüenza me frenaba. Por eso dije: “Es que eso de ir por trozos…”. Como parecía tener tantas ganas como yo, soltó impaciente: “¡Joder! Aún me voy a tener que despelotar”. Y añadió: “¡Anda! Ve a echar el pestillo a la puerta de entrada”.

Estaba tan nervioso que, con torpeza, me enredé en los flecos de la cortina y me hice un lio con el pestillo. Así que, cuando volví, le dio tiempo para que lo encontrara sentado como antes, pero con el pantalón por los tobillos y el resto del cuerpo desnudo. Con los brazos cruzados sobre el pecho y sonrisa irónica, me preguntó: “¿Te gusta más así?”. ¡Vaya si me gustaba! Aunque ya le conocía los bajos, su conjunto de hombre maduro y recio emanaba lujuria. Para alargar el recreo de la vista, todavía le pinché tuteándolo también ya: “¿Das tantas facilidades a todos los que entran por esa puerta?”. Él se rio. “No todos son tan puñeteros como tú… La mayoría se conforman, como te dije, con una paja o una mamada, y se van tan contentos. Pero no creas, que también hay tíos que se la dan de machos y hacen ver que se las trae floja verme la polla”. Como se sentía a gusto viéndose admirado y deseado, y tampoco parecía tener prisa, se dejaba tirar de la lengua. Y no me privé de aprovecharlo, por el morbo que me daba su desenfado. “Pero con ésos te la enfundarás ¿no?”. “¡Qué va!”, contestó rápido, “Si ya me conocen en el barrio… A veces viene alguno, me ve así, y se sienta para echarnos un cigarrito”. “Y tú con la polla al aire…”. “¡Pues claro! Uno hasta me dijo: ‘Con ese buen cipote, te voy a traer a mi mujer a ver si se le pasa la mala leche’. Pero le contesté: ‘¡Quita, quita! Que con la mía, que en paz descanse, ya tuve bastante’”.

En su cháchara, había descruzado los brazos y aunque gesticulaba con parsimonia, sus manos nunca bajaban hacia su entrepierna, que seguía inalterada. Me había quedado de pie frente a él con el codo apoyado en un estante y me encantaba ver cómo sus tetas velludas se agitaban impulsadas por la respiración que le hinchaba la barriga. Cuando movía las piernas, la gorda polla, que reposaba sobre los huevos peludos, se iba desplazando sobre uno u otro muslo. Me miraba con una sonrisa socarrona y me daba cuenta de que esperaba que por fin me decidiera a meterle mano de alguna forma. Sin embargo, pese al ofrecimiento tan evidente, yo seguía como un pánfilo sin atreverme a hacer más que mirar. Lo cual dio ya lugar a que, dejando de lado sus confidencias, me soltara: “Por lo visto lo tuyo va de mirón ¿no?”. Respondí evasivo: “Me divierten las cosas que cuentas… y la vista no está nada mal”. Él se rio de nuevo. “Mira todo lo que quieras… Pero me vas a permitir que haga una cosa que me pide la próstata”. Se echó hacia delante y pataleó para sacarse el pantalón por los pies. Librado de él, se levantó para dirigirse a un cuartito que había detrás. Era un pequeño lavabo y, con la puerta abierta se puso a orinar dándome la espalda y ofreciéndome la perspectiva de su orondo culo también velludo. Se la sacudió ostentosamente y se puso de lado para pasar la polla por el borde de una pileta, abrir el grifo y enjuagársela. Se secó y volvió hacia mí. “Limpia otra vez… por si te animas”, bromeó.

Tanta provocación logró sacudirme el encogimiento y ya no dejé que se sentara. Me encaré a él y lo sujeté tomándolo de los hombros. Me dijo con tono más serio: “Hazme todo lo que quieras, pero yo no te voy a corresponder… No es lo mío”. Lanzado como estaba, no contesté y le llevé las manos a las tetas. Las estrujé y me decidí a chupárselas. Él se dejaba hacer con los brazos caídos. Miré hacia abajo y su polla seguía tal cual. Entonces se la agarré y, ahora sí, noté cómo se iba hinchando en mi mano. “¡Ya era hora!”, soltó de nuevo risueño. “Esto es lo que te gusta ¿eh?”, dije arrebatado por aquella dureza dentro de mi mano. “Ya te lo dije… Y de ahí, lo que quieras”, contestó. Si la polla en reposo ya impresionaba, como estaba ahora daba vértigo, desbordando el grueso capullo cárdeno y brillante. Gozaba frotándola, pero deseaba mucho más. Él lo captó y pidió: “¿Me dejas que me siente? Y ya sigues". Volvió a sentarse en la butaca con las piernas abiertas y separadas, ostentando incitador todo su vigor.

Me arrodillé ante él dispuesto a tomar posesión de aquel pedazo de polla, la más gorda y dura que en mi vida había tenido en las manos. Pero ahora, además, la veía jugosa, con un liquidillo traslúcido que vertía su capullo a medida que la manoseaba. Me debatía entre el deseo intenso y el pavor de meterme aquello en la boca cuando un aporreo en la puerta de la calle me paralizó. A continuación se oyó un vozarrón: “¡Pepe! ¿Qué haces cerrado? Si sé que estás ahí”. El chatarrero no se alteró demasiado: “¡Joder! Es el droguero, que tendrá un calentón…”. Ante mi perplejidad, explicó: “Este viene a darme por el culo… Pero tú tranquilo, que va rápido y luego sigo contigo”. Con la voz temblona pregunté: “¿Qué hago? ¿Me escondo?”. “¡No, hombre!”, rio, “Si es muy campechano y no le importará que estés. Viene a lo que viene y todo lo demás se la sopla”. Pregunté de nuevo incrédulo: “¿Va a hacer eso ahora?”. “¡Claro!”, volvió a reír, “Ya verás la tranca que me mete”. Y para remacharlo añadió jocoso: “Así aprendes… Igual querrás follarme si vienes otra vez”. Como el droguero insistía golpeando la puerta, El chatarrero me dijo: “Anda, ve a abrirle, que va a oírlo todo el barrio… Yo no estoy presentable”.

Sofocado de vergüenza, quité el pestillo a la puerta y casi me golpea con el empujón que le dio el droguero. Me encontré frente a un tiarrón con una bata de trabajo abierta, la camisa medio desabrochada, que mostraba el pelambre del pecho, y con el cinturón de los pantalones que se habría ya soltado para ganar tiempo. Se sorprendió al verme: “¿Qué haces tú aquí?”. “Había venido por un encargo”, contesté con un hilo de voz. “Ya imagino el encargo”, replicó mientras avanzaba decidido hacia el patio. Allí estaba el chatarrero tal como yo lo había dejado, despatarrado y con la polla todavía tiesa. “¡Coño! Ya te estaba trabajando el chico ¿eh?”, le soltó el droguero. “También tengo tiempo para ti”, contestó el chatarrero. “Mejor, porque tengo prisa”, dijo el droguero, “He dejado la tienda con el aprendiz y no me fío”. Mientras hablaba se iba bajando los pantalones y sacando a relucir una polla que no desmerecía frente a la del chatarrero. Lo que menos me podía esperar era que se me encarara para ofrecerme: “Como a este no le gusta tocar, ya que estás, me la puedes poner contenta y así ganamos tiempo”. Con la bata abierta y los pantalones por debajo de las rodillas, se sujetaba a dos manos el borde de la camisa y mostraba la barriga peluda.

Una vez que me había soltado con el chatarrero, pasé de lo surrealista de la situación y no dudé ya en echar mano a aquella soberbia polla que pendulaba insinuante. La notaba caliente y húmeda, e iba endureciéndose con mis frotes. Pero el droguero fue a más: “¡Venga, chúpamela! Que se te está dando muy bien”. Era lo que estaba a punto de hacerle al chatarrero cuando nos interrumpió el droguero y me dije que más valía pájaro en mano… Así que me arrodillé y me metí la polla, dura ya, en la boca ¡Cómo me gustaba ceñirla con mis labios y repasarla con la lengua! Al verme tan afanado, el chatarrero rio: “Eso no me lo había hecho todavía…”. El droguero le replicó: “Ya tendrá tiempo cuando os deje tranquilos… Aprovéchalo porque el chico se esmera”. Luego añadió: “¡Y tú ve poniendo ese culo vicioso que yo lo vea! Enseguida voy a por él”. El chatarrero se levantó con pachorra de la butaca y se acodó en la mesa de al lado. “¡Anda, vamos! Que el chico me había puesto ya cachondo y tengo el culo a punto de caramelo”, le instó. Por mi parte, lanzado como iba, habría estado dispuesto a llegar hasta el final de la mamada. Pero el droguero me apartó ya: “¡Chico, que ya has hecho bastante! Deja algo para el culo de Pepe”. Me quedé sentado sobre los talones, relamiéndome los labios, en espera de presenciar lo que iba a pasar.

Ahora me fijé en el culo del chatarrero que, en la forma en que lo estaba ofreciendo, resultaba lascivamente apetitoso. “Así que no solo se deja hacer pajas y mamadas, sino también que se lo follen”, pensé goloso. Pero pronto se interpuso el droguero, que se había quitado la bata para que no le estorbara. Por debajo del borde de la camisa, lucía también un culo gordo y peludo. Con la polla bien tiesa, se arrimó al chatarrero y le dijo: “Veras lo dura que me la ha dejado tu amiguito”. “¡Venga, métela ya!”, lo urgió el chatarreo, “Y no seas demasiado bestia”. No pareció hacerle demasiado caso el otro, porque se le echó encima y debió clavársela de golpe. “¡Hala, so animal!”, se quejó el chatarrero, “Si no fuera por el gusto que me acabas dando…”. Ya fue todo un ir y venir del culo del droguero, cuyas nalgas se contraían para hacer más fuerza. Nunca podía haber imaginado que vería a dos pedazos de hombre como aquellos entregados a una follada salvaje. El chatarrero, por lo demás, no ocultaba su disfrute y jaleaba al otro: “¡Así, dame hasta el fondo!”, “¡Eso es una polla!”, “¡Más, más!” … El droguero, a su vez, coreaba sofocado: “¡Qué bien tragas, cabrón!”, “Te va a salir la leche por los ojos”, “No tenía ganas yo de esto” … Tuve que hacer esfuerzos para no correrme de manera espontánea. Aún no sabía lo que me aguardaba en aquella visita.

Me traspasó los tímpanos un aullido mientras el corpachón del droguero se erguía todo tenso y bien pegado al culo del chatarrero. Siguió con un jadeo que parecía que se le estuviera escapando el alma. Sacó por fin la polla y pude ver que aún goteaba. “¡La hostia, vaya polvo!”, exclamó. “Como todos los tuyos”, replicó el chatarrero socarrón, que se desentumecía de la tensión que había tenido que mantener por las embestidas del droguero. Este rio mientras se subía ya los pantalones: “¡Anda que no te gustan ni nada!”. “No te digo que no”, dijo el chatarrero con cinismo, “Ya sabes que dejo que me hagan lo que sea… Pero paso de trabajar yo”. El droguero se percató de nuevo de mi presencia, allí encogido en plan mirón. Risueño me preguntó: “¿Qué? ¿Has visto lo que se puede hacer con este cabronazo?”. “¡Uf! Ha sido la leche”, contesté poniéndome a su nivel. “¡Pues hala! A seguir con lo vuestro, que yo me las piro ya”, dijo y, poniéndose la bata de cualquier manera, se dirigió hacia la puerta.

Reinó la calma por unos segundos cuando despareció el droguero. Pero el chatarrero ya se estaba derrengando en su butaca mientras rezongaba: “Cuando menos te lo esperas le ponen a uno el culo como una brasa”. “Pues parecía que te gustaba”, me atreví a comentar, todavía sentado en el suelo. “¡Claro que sí!”, admitió, “Una polla como esa bien metida es para disfrutarla”. Con la calentura que había acumulado, temí que ya habrían pasado mis oportunidades con él. Pareció que me leía el pensamiento porque, para mi sorpresa, me dijo: “¿Por qué no vuelves a echar el pestillo a la puerta? Que no nos interrumpan otra vez… Supongo que querrás seguir con lo que empezaste conmigo”. Me puse de pie como movido por un resorte, aunque, pese a la excitación que me produjeron sus palabras, mostré cierta incredulidad: “¿Todavía te quedan ganas?”. “¡Y tanto que sí!”, contestó rotundo, “Cuando me han llenado de leche por detrás, me va muy bien que luego me la saquen por delante”. Casi corrí a cerrar la puerta y, cuando volví, el chatarrero sonreía picarón, despatarrado y presentando obscenamente sus atributos.

Esta vez ya sabía lo que tenía que hacer. Había tenido un inesperado entrenamiento con el droguero. Pero no quise precipitarme para disfrutar como merecía aquel pedazo de polla se me volvía a ofrecer. Caí de rodillas entre las piernas que el chatarrero abría con lascivia y me puse a sobarla para que recobrara todo su vigor. No tardó mucho en ponerse dura como una piedra y la lubriqué con el juguillo que salía del capullo. Con gran placer me la metí ya en la boca hasta que topó con el fondo del paladar. Enfebrecido, mamaba y chupaba jugueteando con la lengua y, cuando la soltaba para respirar, lamía los huevos entre el pelambre. La inexperiencia en saborear una verga de esas proporciones la suplía con el entusiasmo de un neófito. Me llenó de orgullo que el chatarrero exclamara: “¡Joder, cómo me estás poniendo! Si sigues así me vas a sacar más leche que la que me ha metido el semental del droguero”. No podía desear más que hacerlo correr y desterré cualquier prevención en ingerir ese caudal que se derramaría en mi boca. Puse aún más ahínco en mis chupadas y un gruñido del chatarrero me impulsó a ceñir los labios con más fuerza a la polla tensada al máximo. El gruñido se prolongó en una sucesión de resoplidos mientras que todo el cuerpo del chatarrero se estremecía. Borbotones espesos y agrios fueron llenando mi boca y me veía forzado a ir tragando para darles cabida. Solo relajé la succión cuando lo oí quejumbroso: “Si ya no hay más… ¡Deja, deja!”. Aún relamí el capullo y, al apartar la cara, contemplé el lento desinflado de la polla hasta entonces tan guerrera. Me seguía bombeando el corazón y noté húmedos los calzoncillos.

Hube de apoyarme en las rodillas del chatarrero para ponerme de pie. “¿Te has quedado a gusto?”, le pregunté lleno de morbosa satisfacción. “¡No te digo!”, contestó seguido de un resoplido, “Entre el otro poniéndome el culo a caldo y tú sacándome hasta los hígados me habéis arreglado el día”. Aún le goteaba la polla, que yacía inerte, que no encogida, entre sus muslos. Luego se levantó con calma y echó mano de los pantalones. Fue levantado las piernas con cierto desequilibrio y, una vez subidos, volvió a sentarse. No se molestó en cerrarse la bragueta y dejó la polla fuera. “¡Así! Que siga ventilándose”, comentó. Entonces se me ocurrió preguntarle: “¿Cuándo podré hablar con tu hijo por lo de los herrajes?”. “Tú déjate caer por aquí dentro de unos días… Si mi hijo tampoco está, siempre me puedes encontrar a mí”, contestó con naturalidad. Capté la invitación y repliqué con segundas: “Así tampoco sería un viaje en balde”. Sin embargo, añadió más serio: “Pero ¡ojo! Que mi hijo no sabe lo que hago aquí cuando él no está… Algo se olerá, que en el barrio se sabe todo. Aunque pensará que son cosas de un viejo chocho”. No me contuve de comentar riendo: “Poco tienes tú de eso”. Al fin lo dejé tal como lo había encontrado, con su polla al aire y toda su lúbrica pachorra.

Absorto por la vorágine en que me había visto envuelto desde que puse los pies en el patinillo del chatarrero, solo cuando me senté en el coche pude hacerme una idea cabal de todo lo que, en menos de dos horas, había superado mis más tórridas fantasías. Un hombre maduro como tanto lo había deseado me provoca con la desvergonzada exhibición de su magnífica polla y me incita a que le meta mano cuanto quiera. Para colmo aparece un tío no menos impresionante que también me ofrece ponerle dura la polla con manos y boca, para hacerme presenciar a continuación la follada más salvaje que hubiera podido imaginar. Para acabar con una mamada épica, cuyo sabor aún me duraba. Tuve que detenerme en un área de descanso, por suerte desierta, para hacerme un pajón, porque ya no aguantaba más. La corrida fue tan explosiva que llegó hasta el salpicadero.

Pero el gusanillo del morbo no me daba tregua. No me quitaba de la cabeza la sugerencia que había dejado caer el chatarrero en el sentido de que podía repetir la visita. Y si en tal caso se me volvía a ofrecer, cosa bastante probable dado su peculiar talente, mi deseo se concentró en una idea fija: Si el droguero le había dado por el culo ante mis ojos ¿por qué no iba a poder yo estrenarme en algo que no había llegado a hacer hasta entonces? Imaginarme follando por primera vez nada menos que a un hombre como el chatarrero me tenía obsesionando. De manera que, para evitar que mi tía fuera a decantarse por otras opciones, le mentí descaradamente: “El chatarrero me ha enseñado piezas que estaban bastante bien. Pero me ha dicho que la semana que viene tendrá más y así habría mayor surtido para elegir”.

Convencido de que todo iba a salir tal como deseaba, emprendí el regreso a la casa del chatarrero. La excitación que me embargaba impedía que pudiera prever algo distinto. Sin embargo, tuve ya un primer signo de alarma cuando, al franquear la puerta abierta, oí voces que venían de otra puerta opuesta a la que daba entrada al patinillo. Me asomé y pude ver una especie de almacén que acumulaba objetos de todo tipo. Los que hablaban no eran sino el chatarrero y el que debía ser su hijo. Este era un tipo grandote y casi cuarentón que, dicho sea de paso, tampoco estaba nada mal. Al verme, el chatarrero padre, muy en su papel, me presentó al hijo: “Este chico vino el otro día para hablar contigo, pero no estabas”. “¡Ah, muy bien!”, dijo el otro, “Tú dirás lo que buscas”. Con toda la serenidad que pude, me enzarcé en una explicación del tipo de herrajes que interesaban a mi tía y el hijo entonces me llevó a una zona donde había objetos de esa clase. Mientras me los enseñaba, me puso nervioso que el padre, que nos había acompañado en silencio, me lanzaba sonrisas socarronas cuando el hijo le daba la espalda. No sé con qué criterio, y a riesgo de que mi tía no volviera a confiarme sus encargos, escogí unas cuantas piezas y ajusté el precio con el hijo. Entonces, para mi sorpresa, el padre tuvo una intervención providencial. Le preguntó a su hijo: “¿No habías quedado para vaciar un piso? Te estarán esperando”. El hijo reaccionó: “¡Uy, es verdad! Debería ir enseguida para que no se me adelanten”. Como faltaban por empaquetar los herrajes que había comprado, el padre le dijo decidido: “Pues vete rápido. Ya me encargo de acabar con esto”. El hijo me dio la mano y salió en busca de su furgoneta.

De momento el chatarrero se puso a envolver en plástico de burbujas los herrajes, para hacer luego un paquete con papel de estraza y meterlo en una bolsa. Yo no sabía qué pensar y guardaba silencio. Pero, al alargar la mano para coger la bolsa que me tendía, sin soltarla, dijo sonriente: “Supongo que no habrás venido solo por esto”. Más animado repliqué: “¿Tú qué crees?”.  “Espero que esta vez tengas ya más claro lo que quieres… Aunque me hayas pillado muy tapado”, comentó burlón. Yo iba ya a lo mío y pregunté: “¿Nos vamos a quedar aquí?”. “¿Por qué no?”, contestó, “Esto siempre está cerrado cuando no está mi hijo, que no volverá hasta la noche… Si echo la llave, aunque venga alguien, irá al patio y verá que tampoco estoy”. “Si no prefieres otras visitas…”, repliqué, complacido por que se reservara así para mí. Pareció picarse y echó mano de la ironía: “Como mi hijo ha hecho negocio contigo, tengo que tratarte bien”. Tras lo cual, ostentosamente, echó el pestillo de la puerta.

Llegado el momento de la verdad, lo cierto es que no sabía cómo proceder. El chatarrero entonces me desafió: “Ya conoces cómo funciono yo… No querrás que te lo vuelva a explicar”. Dije tontamente: “Como no estás con la polla al aire…”. Su réplica me impactó: “Me la puedes sacar tú”. Llevaba los tejanos desajustados del otro día y una similar camisa por fuera. Lo miré y ya mi inseguridad se esfumó. Le eché mano a la bragueta y, al encontrarla abierta reí: “Ni siquiera la llevas cerrada”. “¿Para qué?”, contestó, “Así no me da trabajo sacarla”. Enseguida mi mano topó con la polla, flácida pero maciza, y la hice salir. Sopesándola comenté: “Así es como te conocí”. “Pues no te costó ni nada atreverte a tocármela”, ironizó. Entonces expresé el deseo que me asaltó de repente: “Te lo voy a quitar todo”. “Tú mismo. Eso que me ahorras”, dijo confirmando su peculiar actitud pasiva. Dejándole la polla al aire, empecé a desabrocharle la camisa, con el morbo creciente de ir desvelando su torso tetudo y peludo. Dejó que se la quitara y, sin cinturón ni calzoncillos, solo tuve que soltar el botón que sujetaba los pantalones para poder deslizarlos hacia abajo. El muy comodón hasta levantó los pies para que sacara las perneras. Volver a tenerlo desnudo me hizo exclamar: “Así es como me gustas”. “Tú sabrás lo que quieres hacerme”, dijo con su conocida actitud provocadora.

Perdí ya la más mínima contención y le eché los brazos al cuello arrimándome todo lo que podía. Rozar mi ropa con su desnudez me producía una morbosa sensación. Entonces hice algo que ni siquiera pensé. Puse los labios sobre los suyos y presioné. Tras un brevísimo sobresalto por su parte, enseguida noté que los separaba y dejaba penetrar mi lengua. La enredaba con la suya sin importarme que simplemente se dejara hacer. Cuando me aparté, me sonrió: “¡Uf! Esto no me lo esperaba”. “¿Acaso me he pasado?”, pregunté casi disculpándome. Pero contestó tranquilo: “Si te apetecía, ya me va bien”. Su aparente indiferencia la desmentía sin embargo el hecho de que, al bajar una mano, encontré que su polla había adquirido consistencia. Con manos y boca fui palpándolo y chupeteándolo. Me recreaba en sus tetas, cuyos pezones se endurecían. Si mis lamidas y mordiscos le tiraban del vello o le hacían cosquillas, soltaba risitas complacidas. Me agaché para manosearle a gusto la polla y los huevos, que pronto trabajé también con labios y lengua. Bien dura que se le puso ya.

El chatarrero había resistido a pie firme mis vehementes metidas de mano y zamarreos. Pero llegó un momento en que advirtió: “Me canso de seguir de pie… Voy a ponerme más cómodo”. Entre el batiburrillo de objetos que poblaban el almacén, había una cama con un colchón algo ajado, que cubrió con una colcha que estaba doblada en un estante. Se dejó caer bocarriba dando un suspiro y me dijo: “¡Hala! Sigue si quieres”. Hoy ya no se me ofrecía en la sencilla butaca del patinillo, sino en toda una cama con su provocador exhibicionismo. Ante ello, sin embargo, tomé conciencia de que la ropa que, al igual que el otro día, había conservado se convertía en un estorbo para lanzarme sobre la cama. Así que dije: “Voy a desnudarme también ¿Te importa?”. “Tú mismo”, contestó con su habitual indolencia, “No me vas a asustar”. Enseguida me quedé desnudo y, con cierta vergüenza de mostrar mi erección, me eché rápidamente junto a él. No noté la menor reacción por su parte y, ajeno a ello, me entregué a seguir disfrutando de su cuerpo con renovado empeño. Restregarlo con el mío me excitaba sobremanera y, aún más, juntar mi polla con la suya, bien dura ya. Fui bajando hasta poder atraparla con la boca y mamé con toda mi alma. El chatarrero reía satisfecho: “Sí que vas fuerte hoy”.

Tal vez pensaría que estaba dispuesto a seguir hasta el final. Pero yo tenía otra intención. Solté la polla, que penduló bien tiesa, e irguiéndome sobre las rodillas, confesé con el corazón en un puño: “Me gustaría follarte”. No pareció muy sorprendido: “¡Vaya! Sí que aprendiste el otro día con el droguero”. La alusión me impulsó a decir: “Comparado con él, igual mi polla te va a parecer poca cosa”. Tenía salidas para todo: “¡Mira! Casi siempre me dan por el culo tipos como el que conociste. Así que una polla joven es de agradecer para variar”. Con toda naturalidad, él mismo fue dándose la vuelta e incluso alzó el culo flexionando las rodillas. “¿Así te gusta?”, preguntó con un tono socarrón ¡Cómo no me iba a gustar! Ver aquellas nalgas velludas y la oscura raja que me daba entrada me puso la piel de gallina. En un golpe de sinceridad reconocí: “Nunca lo he hecho y tengo muchas ganas de estrenarme contigo”. “Pues adelante con tu primera vez. Todo tuyo”, me animó tan tranquilo reposando la cabeza en las manos cruzadas. Al recordar las expresiones de placer con que acogía las embestidas del droguero superé mis complejos y me propuse hacer todo lo posible para que no disfrutara menos conmigo.

Le excitación que sentía me mantenía la polla bien tiesa y puse toda mi atención en acertar el punto en que meterla. La raja era tan profunda que no dudé en tirar de las nalgas hacia los lados y así poder vislumbrar, entre el pelambre, la más oscura roseta del ojete. Con cálculo, desplace la polla por la raja e hice presión. Se me coló como un cuchillo en la mantequilla, al tiempo que sentía una caliente presión. “¡Oh, qué bien la has entrado!”, masculló el chatarrero, “No te cortes y arrea”. Empecé a moverme recreando la imagen del droguero al hacer fuerza contrayendo las nalgas. De este modo la polla atrapada se deslizaba con unos roces que aumentaban más y más mi placer ¡Qué bueno era esto de dar por el culo! “¡Así…, más, más!”, me guiaba el chatarrero. “¿Voy bien?”, pregunté, más que nada para oírle confirmarlo. “¡De coña! Fina y dura… Me llegas muy a fondo”, alabó. Me agarraba con las manos crispadas a las caderas y tensaba el cuerpo para profundizar. “¡Estoy muy caliente!”, exclamé. “¡Sigue, sigue, que me gusta!”. Poco después avisé: “¡Voy a correrme!”. “¡Sí, sí! No se te ocurra salirte”, advirtió. Traté de aguantar y todavía di unas cuantas embestidas más con tal energía que sonaba mi choque contra el culo. “¡Qué bueno! ¡Estoy ardiendo!”, correspondía así a mi empeño. Pero ya no pude más y un chispazo que me partía del cerebro desembocó en fuertes espasmos de mi bajo vientre. Con la cara congestionada, notaba cómo mi leche se abría paso descontrolada por el estrecho conducto que envolvía mi polla y, mientras el chatarrero la recibía en silencio, me desfogaba con reiterados “¡Oh, oh, oh…!”.

Seguí tan inmóvil con la polla todavía dentro, que el chatarrero bromeó: “¿Te vas a quedar ahí?”. “Es que me ha gustado mucho”, dije obnubilado. “Ya, ya. Pero deja que me pueda estirar”, pidió jovial. Tuve un estremecimiento cuando la polla fue deslizándose hacia fuera y, todavía de rodillas, noté que poco a poco iba perdiendo firmeza. El chatarrero aprovechó mi aturdimiento para cambiar de postura y poder tenderse bocarriba. “¡Qué a gusto me has dejado el culo!”, afirmó. Lo veía de nuevo allí tumbado como si tal cosa con su característico desenfado, cuando yo apenas podía recuperarme de la experiencia, tan nueva para mí, que acababa de vivir dando por el culo a un hombre como él. “¡Cuánto he disfrutado!”, exclamé al fin. “Ya he visto. Te has puesto las botas conmigo”, replicó añadiendo un pronóstico, “No te van a faltar culos para que te los folles”.

Estaba tan pletórico que casi llegué a pensar que ya no cabía más aquel día. Sin embargo el chatarrero no era de la misma opinión. Todavía despatarrado sobre la cama, me soltó una indirecta: “Ya ves… Tú tan satisfecho y yo a medias”. Solo entonces caí en que, después de tomar por el culo, iba a necesitar un alivio complementario. Por más saciado que hubiera quedado yo, su reclamación me activó el deseo de tener de nuevo en mis manos su excitación. Me instalé entre sus piernas y le dije: “De a medias nada. Te voy a dejar tan seco como me he quedado yo. “¡Menos mal!”, exclamó burlón. Le pasé una mano por debajo de los huevos y, con la otra, le fui manoseando la polla hasta hacerle recuperar todo su vigor. “Tienes buenas manos”, murmuró. “Y la boca también ¿no?”, repliqué antes de ponerme a chupar. No obstante, algo fatigado y con la lívido atenuada por la reciente enculada, no lo hacía con la vehemencia glotona que había puesto el otro día, en que estaba con la calentura a tope y sin desfogar. Por ello le daba más juego a las manos y pareció que el chatarrero quería sobre todo que le arrancara una buena corrida, fuera cual fuera el método empleado. Lo confirmó al exclamar: “¡Dale bien y sácamela toda!”. Por lo demás, también me pico la morbosa curiosidad de ver cómo brotaba la abundante leche que, en la anterior ocasión, me había ido llenando la boca en varias rachas. Y no me decepcionó porque, cuando le entraron los temblores mientras profería repetidos “¡Ya, ya, ya!”, el hinchado capullo tuvo una primera explosión que subió en vertical, seguida de una serie de borbotones espesos que se deslizaban por encima de mi mano. Me dio vértigo pensar que todo aquello me lo había tragado el otro día, aunque muy a gusto con la calentura que tenía encima. “¡Uf! ¡Vaya pajón que me has hecho!”, masculló con la respiración agitada. “Ya lo he visto, ya”, dije risueño limpiándome la mano con la colcha, “Parecía que no ibas a acabar nunca”. “Por eso me gusta que me lo hagan… Así no me canso”, replicó con cinismo.

Bien servidos ya los dos, el chatarrero giró las piernas para bajar de la cama y también usó la colcha para limpiarse la leche que le había caído encima. Luego la tiró arrugada a un rincón. Plantándose ante mí con su natural descaro me soltó: “No dirás que has desaprovechado el viaje… Y a última hora no te vayas a olvidar el paquete”. “Lo que he aprendido contigo…”, reconocí. “Ya has visto que yo no hago nada… Solo me dejo hacer”, concluyó confirmando su talante vital.

El pronóstico que me había hecho el chatarrero de que no me iban a faltar culos que follar llegó a cumplirse más o menos con el tiempo. Pero mi estreno con personaje tan curioso que, en aquel momento, me permitió realizar mis tórridas fantasías, no se me olvidará nunca.


 

11 comentarios:

  1. Que buen pajon me hice con este relato, pero tengo algunas preguntas: ¿Que edad tendría el joven que acude al chatarrero?. Según mi parecer, hay potencial como para una secuela, con o sin el joven. Eso depende de tu criterio e imaginación, Vic. Hacía rato que no me editaba tanto con uno de tus relatos, muy bueno en serio.

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  2. Una edad, por la que hemos pasado muchos, en que el tipo de hombre que realmente nos atraía nos parecía inaccesible. Ya veremos si hay más visitantes del chatarrero...

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  3. los machos de antes, son hombres de verdad. Ahora son maniquies yogurines, que no valen para nada.

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  4. Hola querido...vaya pedazo relato..como siempre me sorprendes muy gratamente. Y la foto no tiene desperdicio.. vaya herramienta.. jaja..besos

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  5. Gracias por otro relato tan caliente, tan bueno como todo lo que escribes

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  6. A ver si pronto pongo otro sobre Javier,que son los que más te gustan.

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  7. muy buen relato, seria agradable mas del chatarrero, promete.

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  8. Muy buen relato y una bonita foto quien lo pillara

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  9. Que buen relato..magnifico..de lo mejor que he leido.
    Estos son los relatos que me ponen a mil...maduros, toscos, de pueblo, rural...etc etc...
    Continua por favor con el chatarrero y alguno mas del pueblo que se apunte. Mucho mejor que Javier y la sauna o la discoteca, que sintiendolo mucho, a mi ya no me ponen nada nada

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  10. Son muy intensos tus relatos hojalá hubiera revistas así en México me ponen muy ardiente gracias por tus historias.

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