miércoles, 19 de octubre de 2022

La edad no es lo que cuenta

Cuando era bastante más joven hice amistad con Javi, un tipo más o menos de mi edad, bajito y muy simpático. Enseguida habíamos captado que los dos entendíamos y, aunque ni él era mi tipo ni yo era el suyo, teníamos en común que a los dos no iban los hombres maduros. A Javi incluso bastante mayores. Era mucho más golfo que yo en aquel entonces y siempre me hablaba de los ligues que hacía en los lugares más insospechados.

En una ocasión me contó: “He ligado con un tío en los urinarios de un centro comercial. Nos enseñamos las pollas y enseguida me propuso ir a su casa. Setentón y gordote, vive solo y tiene un marcha tremenda. Se deja hacer de todo y me pongo las botas con él. Voy mucho por su casa y siempre está dispuesto a que le meta mano”. “¡Quién os viera en acción!”, solté bromeando. Javi me propuso entonces: “Te puedo llevar para que lo conozcas y veas cómo nos las gastamos. Si a él hasta le dará más morbo”. “¿Por qué no?”, me dije con mi afición de voyeur. “Ahora mismo lo llamo. Verás lo salido que es”, decidió. Así lo hizo y además puso el altavoz: ¡Hola, Fernando! ¿Qué te cuentas?”. Contestó una voz recia: “Aquí meneándomela, si no me lo haces tú”. “Pues prepara café que voy a ir con un amigo que quiere ver lo que hacemos ¿No te importa, verdad?”. “¡Qué coño me va a importar! Que mire todo lo que quiera. Como si se apunta también…”. “Para allá vamos entonces… ¡Ah! Y ponte los pantalones que tú ya sabes”. “Cuenta con ello… ¡Venga! Que os espero”. “¿Qué es eso de los pantalones?”, pregunté. “Los que se pone para enseñar la chorra”, rio Javi. Así que nos pusimos en marcha.

Nos recibió el tal Fernando como si nos conociera a los dos. No muy alto y barrigón, de cara mofletuda y con papada, tenía una mirada vivaracha y risueña. Vestía una chaqueta vieja de cuadritos y un polo de lana claro. No pude menos que fijarme en los pantalones que, algo arrugados, no parecían tener nada especial. Nos hizo pasar directamente a la cocina donde, bajo la ventana, en una mesa de formica de dos tableros plagados, había ya tazas y una cafetera. Fernando se dejó caer con pesadez en una silla y nos indicó otras dos frente a él. Fue Javi quien sirvió los cafés y Fernando se bebió el suyo de un trago. A continuación se recostó en la silla con la chaqueta abierta hacia los lados y las piernas separadas. Solo entonces se dirigió a mí: “Así que vienes a ver cómo se aprovecha de mí tu amigo ¿eh?”. Javi rio: “No sé quién se aprovecha más de quién”.

Se notaba que Fernando ya estaba bien dispuesto, con un brazo caído a un lado y una mano sobre la mesa. “Verás lo que le gusta que haga”, me dijo Javi. Se fue hacia Fernando, que se dejó hacer. Primero Javi le tiró hacia arriba del polo, arrastrando también la camiseta que llevaba debajo, hasta descubrir todo el barrigón algo peludo. Quedaron asimismo a la vista los tirantes de pinzas que sujetaban los pantalones. Y ahora se vio la originalidad de estos. Javi no tuvo más que soltar los botones de la cintura para que los dos lados se abrieran y apareciera entero el paquete bajo el pelambre del pubis enmarcado por la curva que hacía la barriga. Ya entendí el aviso de Javi. No solo no había calzoncillos, sino que la costura de los pantalones estaba descosida por debajo, con lo que podía salir fuera con facilidad todo el contenido. Que no era sino una polla corta y gruesa sobre unos rotundos huevos.

Ante la socarrona pasividad de Fernando, Javi se puso a sobar la polla mientras me decía: “Mira qué durita se le pone enseguida”. Lo cierto era que la polla, bien descapullada, apuntaba hacia arriba. Javi entonces me invitó: “Tócasela también, que le va a gustar”. De todos modos pregunté: “¿Puedo, Fernando?”. “¡Pues claro! Ya que estás…”, contestó Fernando indolente. Alargué una mano y se la cogí. Aunque seguía corta estaba como una piedra. Me animé a palparle también los peludos huevos y comenté: “Los tienes gordos ¿eh?”. “¿Te gustan?”, dijo Fernando, “Javi se los mete enteros en la boca”.

Javi se dispuso entonces a hacer una demostración. Como primera medida se puso el cuclillas delante de Fernando y soltó los tirantes. Luego cogió los dos lados abiertos de los pantalones y estiró para bajarlos. Como el culo pegado a la silla de Fernando oponía resistencia, le soltó: “¡Tú, ayuda!”. Fernando entonces se levantó ligeramente, lo justo para que los pantalones pudieran ceder. Javi no solo los bajó hasta los tobillos sino que incluso, al ser anchos, se los pudo sacar por los pies. “Así queda más abierto, con esos muslazos que tiene”, explicó. En efecto Fernando, sin que de barriga para arriba se alterara su ropa, quedó con las peludas piernas separadas y las zapatillas caseras ofreciéndose a Javi.

Este se puso a chupetear la polla y lamer los huevos. Fernando, impasible en su posición, solo mostraba su agrado con algún resoplido y la hinchazón de la barriga. Solo se estremeció ligeramente cuando Javi hizo lo que había anticipado Fernando cuando alabé sus huevos. Sorbió los dos de golpe y los mantuvo unos segundos en la boca con los carrillos inflados. Cuando los soltó y volvió a mamar la polla, Fernando me sorprendió con una petición: “Ven aquí al lado y sácatela. Que te la chuparé también”. No supe qué hacer, pero Javi ya me estaba haciendo un gesto con la mano animándome. La verdad es que viéndolos me había puesto cachondo. Así es que me acerqué al lado de Fernando y me abrí la bragueta para sacarme la polla. Fernando no tuvo más que alargar la cara y, sacando una lengua carnosa, engullírmela. ¡Cómo chupaba el tío! Parecía que se la quisiera tragar y me puso a cien. Pero pronto paró para decirle a Javi: “No me hagas correr todavía”. Javi, que conocería las costumbres de Fernando, se detuvo enseguida levantándose. Pero mientras este volvía a chupármela, Javi aprovechó para sacarse a su vez la polla. Se metió entre las piernas de Fernando y se puso a restregársela por la barriga. Aunque no me faltaban ya ganas, no quise tampoco correrme en la boca de Fernando y aproveché para ofrecerle a Javi: “Que te la chupe ahora a ti”.

Javi muy a gusto ocupó mi lugar y Fernando asumió el cambio de polla sin inmutarse. Yo, con la mía tiesa, no sabía qué hacer y Javi me dio una idea: “Destápale las tetas. Verás qué ricas las tiene”. Como Fernando aceptaba todo, no tuve reparos en subirle el polo y la camiseta hasta debajo de la papada. Con la chaqueta descolgándole de los hombros, lucía unas tetas resaltadas entre canas y con unos grandes pezones. Javi, sin dejar de follar la boca de Fernando, volvió a sugerirme: “Dale pellizcos, que lo calienta mucho”. Así que palpé las tetas e hice pinzas con los dedos en los pezones. Temí haber apretado demasiado, porque Fernando soltó la polla de Javi y se estremeció. Aunque enseguida dejó claro con un bufido: “¡Uf, cómo me pone eso!”. La cosa ya se desmadró y Javi soltó: “¡Venga! Vamos a acabar de despelotarlo”.

También en esto Fernando se dejó hacer remolón. Aunque una vez ya sin pantalones solo tuvo que echarse un poco hacia delante en la silla para que le quitáramos la chaqueta y acabáramos de sacarle polo y camiseta por la cabeza. Allí, medio despatarrado sobre la silla, lo cierto era que su completa desnudez irradiaba una lasciva exuberancia. Únicamente reclamó: “¿Y vosotros qué?”. Javi habló por los dos y replicó: “Nosotros ya mismo también”. Empezó a quitarse la ropa y yo lo imité.

Como depredadores, siguiendo yo los pasos de Javi, nos lanzamos sobre Fernando, que nos acogió pasivo. Sin embargo, en esa actitud de dejarse hacer había una larvada complacencia que nos incitaba. Mientras Javi se cebaba con las tetas de Fernando, ahora con succiones de los pezones, me animé a agacharme para chuparle la polla. Me encantó lo dura que se mantenía y, si bien no me atreví a meterme en la boca los huevos, sí que los apretaba y lamía su piel rugosa y peluda. Fernando resoplaba e intentaba manotear para darnos alcance. Unas veces me sujetaba la cabeza haciéndome tragar toda la polla, y otras estrechaba contra su barriga a Javi, que intensificaba el mordisqueo haciéndole soltar gemidos.

Llegó un momento en que, más por sofoco que por rechazo, Fernando intentó deshacerse de nosotros. Pataleó para apartarme y empujó a Javi, mientras exclamaba: “¡Mira que sois brutos!”. Nosotros nos calmamos ya, pero la obscena estampa que presentaba, lleno de babas y con la respiración acelerada, nos seguía pidiendo más. Desde luego Javi lo tuvo claro. Cogiéndolo de los brazos tiró de Fernando: “¡Venga, levántate! Que parece que tengas el culo pegado a la silla!”. Consiguió que Fernando se pusiera de pie vacilante aunque, apoyándose las manos en la barriga, preguntó desafiante: “¿Qué más querréis hacer?”. “¿No lo sabes?”, replicó Javi rodeándolo y dándole un cachete en el culo, “Con lo que te gusta que te metan pollas”. A continuación se dirigió a mí: “¿Qué te parece el pandero que se gasta? ¿A que da ganas de calentárselo?”. Ahora que lo veía desnudo por atrás, no pude menos que dar la razón a Javi. Unas anchas espaldas algo velludas remataban en un culazo que competía con el barrigón. Estuve dispuesto a lo que fuera.

Fernando, que parecía necesitar siempre un punto de apoyo, puso a buen recaudo la cafetera e hincó los codos en la mesa plegada, como resignado a que su culo fuera ahora el objeto de nuestras sevicias. Lo confirmó al rezongar: “¡A ver lo que vais a hacer, eh! Que hoy sois dos”. Javi quiso demostrar el dominio con el que trataba el cuerpo que Fernando entregaba con tanta facilidad. Se puso a sobarle el culo apretándole las nalgas con los dedos y me incitaba a imitarlo: “Mira qué gordo ¡Toca, toca!”. No me privé de hacer como él y pasé las manos por la carnosa superficie con un vello suave. “Sí que da gusto”, confirmé. “Más le da a Fernando ¿verdad?”, rio Javi. Se oyó la voz ronca: “¿Me vais a follar de una vez?”. “¡Qué vicio tienes!”, replicó Javi dándole una fuerte palmada, “Antes te vamos a calentar”. “Haced lo que queráis”, aceptó Fernando que tan solo se afirmó con los pies y los codos. Casi me dolió la mano del tortazo que le di, pero Fernando se limitó a soltar: “¡Uf, vaya otro!”. Seguimos con un repiqueteo de palmetazos que dejaban sonrosadas las nalgas. Sin embargo la reacción de Fernando, que lo soportaba estoicamente, fue: “Si no fuera porque soy viejo, os corría yo a hostias”. “No lo haces porque te gusta… Que ya te tengo calado”. rio Javi.

Pero ahí no se acabó el juego perverso, en el que no dejé de participar, que se traía Javi a cuenta del culo de Fernando. Porque enseguida se ocupó de la raja. Apartó las nalgas para abrirla y se puso en cuclillas. “Agáchate también”, me dijo, “Verás el agujero negro que tiene ahí”. Así lo hice y pude ver el oscuro ojete que me mostraba. “Le gusta que se lo coma ¿verdad?”, afirmó Javi. Fernando no contestó, pero puso el culo aún más en pompa. Era algo que yo no había hecho nunca y me asombró ver que Javi hundía la cara en la raja. Lamía y mordisqueaba, y parecía que el propio Fernando, que emitía ahogados murmullos, meneara el culo para que ahondara. Cuando Javi se apartó y me miró sonriendo con la cara brillante de sus babas, me soltó: “¿Qué te dije? Se pone como un verraco… Ahora sí que nos lo podemos follar a gusto”.

Decliné el intento de Javi de que empezara yo. Preferí ver cómo se manejaba él con aquel culo tan gordo. Pero el espectáculo no me lo daba solo Javi, agarrado a la anchas caderas y arreándole frenético. Porque Fernando había dejado de lado su aparente indiferencia hacia lo que veníamos haciéndole y, sujetándose con fuerza a la mesa, lanzaba ya continuados y broncos gemidos. Excitado y abstraído en la desigual coyunda, me pilló por sorpresa que Javi se saliera de pronto y me dijera: “Sigue ahora tú”. Además oí a Fernando que seguía ofreciendo el culo: “¡Venga el otro!”. Entonces me lancé ya sobre él y apunté la polla tiesa a la raja. Pareció que me la aspirara y de pronto la sentí entera atrapada en un intenso ardor. El meneo que dio Fernando para encajarla me animó a iniciar un bombeo creciente que él acompañaba con gemidos iguales a los que antes le había arrancado Javi. El vaivén que llevaba entre aquellas carnosas nalgas me excitaba tanto que pronto me dio un subidón. Sin poder controlarlo, solo pude exclamar: “¡Me viene!”. La voz de Fernando diciendo “¡Echa, echa!” entonó mi inevitable descarga.

No supe si fue la contracción que hizo Fernando con su culo para expulsar mi polla, pero el caso es que perdí el equilibrio y caí sentado en el suelo. Desde allí vi que de la raja de Fernando goteaba leche. Javi sin embargo protestó: “¡Joder! Te podías haber corrido fuera. Ahora quién la vuelve a meter ahí”. Pero hizo pagar el pato a Fernando, que todavía no había cambiado de postura. Le dio un buen tortazo en todo el culo y le soltó: “Y tú animándolo con ‘echa, echa’ ¡So vicioso!”. Fernando se incorporó ya y, como si tuviera que disculparse, propuso una alternativa: “Si quieres, te saco la leche con la boca”. No otra cosa quería ya Javi, que se metió entre Fernando y la mesa para, dando un salto, quedar sentado en el borde. “¡Venga, cómeme la polla! Y no pares hasta que te tragues todo lo que eche”, le espetó.

Yo me había quedado sentado en el suelo con las piernas cruzadas detrás de Fernando. Desde ahí lo veía inclinado con la cabeza subiendo y bajando entre las piernas de Javi, que se la iba sujetando. También tenía en primer plano el culazo que me acababa de follar, con los huevos colgándole con leche pegada. Me vinieron las ganas de echarme hacia delante y meterle una mano entre los muslos hasta alcanzarle la polla. Me puse a sobársela y se le fue endureciendo. Cuanto más increpaba Javi a Fernando, más insistía este chupando: “¡Mamonazo!”, “Mira que te gusta comer pollas”, “Ni se te ocurra parar”. Yo no dejaba de frotar cada vez con más energía y, de pronto, Javi exclamó: “¡Toma ya y traga!”. De pronto noté que la mano se me llenaba de una pasta pegajosa. Así que los dos se habían corrido casi al mismo tiempo.

Antes de que Fernando se enderezara, aparté la mano y me la limpié pasándosela por el culo. Ni se debió dar cuenta. Porque Javi, al bajar de la mesa, se fijó en que la polla de Fernando se iba encogiendo y soltaba alguna gotita. “¡Anda, que también te han dejado apañado!”, se burló. Me había levantado y así quedamos los tres despelotados en medio de la cocina. Javi se mostró ya más afectuoso con Fernando. Le puso las manos en los hombros y le preguntó: “¿Te ha gustado que hoy haya venido acompañado?”. “¡Mucho!”, contestó serio, “Podéis volver cuando queráis”. Puse también mi nota educada: “Me ha alegrado conocerte. Me lo he pasado muy bien”. Ahora ya Fernando rio: “¡Vaya par de golfos! ¡Quién tuviera vuestra edad!”. “¡Anda que no das guerra tú!”, replicó Javi. Nos vestimos y Fernando siguió en cueros, solo con las zapatillas. Al despedirnos los dos lo besamos en los labios.

Ya en la calle, Javi me preguntó: “¿Qué te ha parecido mi nueva amistad?”. “Cuando lo vi me pareció demasiado mayor”, me sinceré, “¡Pero qué marcha tiene…! Me ha puesto a cien”. “Estos mayores dan sorpresas”, afirmó. No obstante comenté: “¿No eres un poco cruel con él?”. “Si es todo comedia y le gusta”, rio, “Él mismo me dijo que le iba que le dieran caña”. Ya vi que, con la amistad de Javi, iba a aprender muchas cosas. Así que le pedí: “Ya me darás su teléfono… Por si te acabas cansando de Fernando”. Ahora que ya estoy más cerca de la edad de este, valoro que se nos tenga en cuenta, como hacía Javi.


 

8 comentarios:

  1. Gracias por los buenos ratos que provocan tus relatos

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  2. Soy un gran seguidor de tu blog. Me encanta que hayas vuelto a relatos como este, los dos últimos sobre vacaciones…., con todos mis respetos, no me han gustado.

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  3. Yo sigo tu blog porque me encantan los gruesos y maduros, incluso abuelos, por tanto m, en mi opinión, las mujeres no deberían aparecer. Me encanta tu blog y más de un pajote me he hecho con ellos. Gracias.

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  4. muchas gracias por volver

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