Trabé
amistad con Eugenio unos años después de mi relación con Javier. Es un
informático, que por aquel entonces tendría cuarenta y pico de años, muy
agradable y con tendencia a engordar. Empezó a venir de vez en cuando a mi casa
para hacerme algún arreglo con el ordenador e introducirme en el mundo de los
blogs. Como sabía que le van sobre todo los tipos maduros y grandotes, me animé
a enseñarle las fotos que le hago a Javier, quien no tiene el menor
inconveniente en posar de las formas más descaradas. Desde luego a Eugenio le
encantaron y no le faltaban ganas de conocerlo en persona.
Surgió la
ocasión a cuenta de que Javier estaba interesado en un nuevo ordenador y le
sugerí que Eugenio lo podría asesorar. Javier solo sabía que me echaba una mano
en el tema, pero no le dije que había visto sus fotos. Eugenio por supuesto se
mostró encantado y nos dimos cita en un establecimiento del ramo para hacer la
elección. Todo quedó muy formal, aunque ambos derrocharon simpatía y entendimiento.
Cuando
más tarde hablé con Eugenio, comentó enseguida: “¡Oh, qué bueno está! Y
habiendo visto las fotos que se deja hacer… Además tiene un trato encantador”.
Por su parte Javier también tuvo una muy buena impresión de Eugenio. “Parece un
tío muy majo y está bastante bien”. Entonces ya le confesé que le había
enseñado sus fotos y le habían entusiasmado. “¿Ah, sí, golfo? ¿En las que estoy
en pelotas?”. Como sabía que eso le daba morbo, detallé más. “Y con la polla
tiesa o metiéndote consoladores por el culo”. “Vaya, vaya… Así que se puso
cachondo a mi costa… Pues con lo del ordenador estuvo muy correcto”,
reflexionó. “Es muy profesional”, afirmé. Pero ya tuve claro que la cosa no iba
a quedar ahí, así que le propuse: “¿Quieres le diga que venga un día en que
estés en mi casa?”. “¡Claro que sí! Ya que me ha visto en fotos, que me vea en
vivo. Y si se anima…”.
En plan
marrullero me limité a pedirle a Eugenio si le vendría bien pasar por mi casa
para hacer una actualización del ordenador. Como es muy servicial aceptó
enseguida, aun sin saber que vería de nuevo a Javier… y de una forma mucho más informal.
A éste sí que le dije que Eugenio iba a venir. Se puso contento. “Entonces
tendré que recibirlo como a él le ha gustado verme ¿no?”. “¡Hombre! Que aparezcas
en pelotas por las buenas será un poco fuerte”, lo frené. Pero me acordé de
algo. “¿Sabes unas fotos que le dieron mucho morbo? Las de ese minieslip que se
ata a los lados”. “Pues eso me pondré”, afirmó decidido, “Le daré una buena
sorpresa”.
Al llegar
Eugenio lo recibí yo solo. Pero le dije divertido: “Hoy me parece que te vas a
ocupar poco del ordenador… Hay alguien más por aquí”. Enseguida lo captó.
“¿Él?”, preguntó sorprendido y algo turbado. “Ya verás cómo se las gasta, ya”,
lo previne. Sabía que Javier, que se estaba duchando, iba a preparase también a
su manera. Para calmar la inquietud de Eugenio le ofrecí entretanto una bebida
fresca y nos sentamos en sillas en torno a la mesa de la cocina. Cuando oí que
se abría la puerta del baño, hice que Eugenio prestara atención. “No te lo
pierdas”. Javier avanzaba con pachorra, sonriente y con tan solo el dichoso minieslip.
Cuando abordó a Eugenio sin embargo se comportó como si tal cosa. Se inclinó y
le dio un par de besos. “Me alegro de volver a verte”. Eugenio superó su
impresión con humor. “Pues anda que yo”. Javier, erguido de nuevo, se le mostró
descarado. “Me he puesto esto porque me han dicho que te gustaba”. “Hay mucho
chivato por aquí”, siguió bromeando Eugenio. Javier lo provocó más. “Pero cuando
quieras me lo podrás quitar ¿eh?”. “Si puedo hacer algo más que mirar…”,
replicó Eugenio. “Si me tocas me derrito”, dijo Javier acercándosele más. Las
cartas estaban echadas y era de lo más excitante el contraste entre Eugenio
todavía vestido y Javier casi en cueros.
Me
sorprendió el desparpajo con que Eugenio, tan equilibrado y sensato como lo
conocía, hacía frente a la desvergüenza de Javier. Se puso de pie y soltó: “De
lo bueno que estás, cuando te he visto aparecer casi me caigo de culo”. “¿Culo
dices? Ya te daré el mío”, se desvergonzó Javier. Éste ya le rozaba con la
barriga y Eugenio, simulando que lo fuera a apartar, le plantó las manos en las
tetas. “¿Te gustan?”, preguntó enseguida Javier. “De rechupete”, contestó
castizo Eugenio, que las palpaba. “¡Cómo me pone eso!”, exclamó Javier. Eugenio
ya no contestó sino que se puso a chuparlas. Javier gemía. “¡Esto aún más!
¡Cómo sabes, bribón!”. Puso los brazos en alto y las lamidas de Eugenio se
extendieron hasta las axilas. Javier se estremeció y se apartó mimoso. La polla
le tensaba ya el minieslip y Eugenio le echó mano. “¡Uf, lo que tienes aquí!”.
“Me has puesto muy caliente”, declaró Javier. “Pues todavía te dejo esto
puesto, que me da mucho morbo”. Eugenio palpaba con ganas. Metía una mano entre
los muslos y la subía restregando huevos y polla. “He soñado con hacer esto
desde que vi las fotos”. “¡Toca, toca!”, decía Javier ofreciéndose
lascivamente. “¡A ver ese pedazo de culo!”, soltó Eugenio haciéndole dar la
vuelta. El minieslip, con los achuchones, se había bajado con tendencia a meterse
en la raja y a Javier le faltó tiempo para poner el culo en pompa. “¡Todo
tuyo!”. Eugenio entonces metió los dedos por la franja de tela elástica, tiró
de ella y la soltó. Al golpearle en toda la raja, Javier se estremeció. “¡Uy,
cómo sabes tratarme!”.
Estos
devaneos preliminares, aun de alto voltaje, no daban ya más de sí. Así que
intervine. “Podéis iros a la cama ¿eh?”. Pero Eugenio, muy pulcro él, pidió:
“Me gustaría darme una ducha. Vengo del trabajo”. Mientras pasaba por el baño, Javier
tomó posiciones sobre la cama. Bocarriba y bien despatarrado, irradiaba lujuria
expectante. Conservaba el minieslip para satisfacer el deseo de Eugenio, pero
el estiramiento del pequeño trozo de tela por la polla en plena erección le
dejaba fuera parte de los huevos y el pelambre del pubis. Yo me desnudé ya para
no desentonar, aunque sabía que ese día era sobre todo para ellos. No obstante,
tampoco descartaba intervenir en algún momento.
Eugenio
salió del baño y, con cierto pudor, conservaba la toalla a la cintura. Se
acercó a la cama y acarició toda la
delantera de Javier. “¡Qué bueno estás, repito!”, exclamó. Javier se giró hacia
él y le dio un estirón a la toalla. Acercó la cara a la polla semierecta y le
dio unos chupetones. Pero Eugenio pronto lo hizo poner de nuevo bocarriba. Con
morbosa complacencia fue deshaciendo uno de los lazos laterales del minieslip,
que se desajustó haciendo emerger la polla bien dura. Soltó el otro lazo y ya
arrugó la tela en un puño para tirar de ella. La parte que estaba encajada en
la raja del culo fue saliendo con cierta presión. Javier dio un respingo de
gusto resoplando. “¡Todo para ti!”. Eugenio, manteniendo una actitud extasiada,
frotó la polla con suavidad. Javier entonces, dio unas palmadas a su lado en la
cama invitándolo a echarse. “¡Ven, ven!”.
Eugenio
subió a la cama y los dos quedaron enfrentados. Enlazaron los brazos y las
bocas se acercaron. Morreándose ardorosos, las manos de Eugenio fueron a parar
en las tetas de Javier. Este le facilitó la tarea y se puso bocarriba. Eugenio
alternó ya manos y boca, con estrujones, pellizcos de los pezones, chupadas y
mordidas, con una vehemencia tal que superaba las que yo mismo solía mostrar.
Sin embargo Javier lo aceptaba todo con una excitación tremenda. Gemía,
golpeaba la cama con las manos y se meneaba la polla dura febrilmente. “¡Oh,
bruto, cómo me gusta!”, “¡Cómemelas!”, iba exclamando entre sollozos. Al fin Eugenio
se calmó y, con el rostro congestionado, se alzó arrodillado junto a Javier.
Este aprovechó para ponerse bocabajo y exclamar aparatoso: “¡Qué caliente
estoy! ¡Fóllame ya!”.
La
contundente petición de Javier pilló por sorpresa a Eugenio quien, todo y lo
excitado que estaba también, tal vez no se esperaba llegar a ese extremo en un
primer encuentro. De manera que, para ganar tiempo o incluso –como más tarde
llegó a reconocer– por una pulsión morbosa, me soltó aún más sorpresivamente:
“¿Por qué no se lo haces tú primero? Me gustará veros y así me pondré más a
tono”. Yo no podía negar que, de pie junto a la cama, me había estado recreando
con no menos morbo en el revolcón de Eugenio y Javier, que, casi sin ser
consciente de ello, me había provocado una fuerte erección. Así que no dudé en
apuntarme a la sugerencia de Eugenio, que además quedó reforzada por la
intemperancia de Javier. “¡Sí, dos pollas mejor que una! ¡Venga, decidíos!”. Como
tenía por costumbre en esta faena, quise preparar el culo de Javier y eché mano
a un frasquito de lubricante. Pero para incrementar la morbosidad de la
situación, se me ocurrió pasárselo a Eugenio. “¡Úntaselo tú, anda! Así me la
pondré más dura”. En eso ya no vaciló Eugenio que, con decisión, vertió
lubricante en la raja y usó sus dedos para extendérselo a fondo. Cada vez que
le metía uno, o tal vez dos, Javier gimoteaba. Entretanto yo contemplaba la
operación sobándome la polla para mantenerla tiesa.
Sustituí
a Eugenio detrás de Javier, que vibraba de excitación, y me abrí paso entre sus
piernas. Me eché encima y, con la abundancia de lubricante que había puesto
Eugenio, se la metí de golpe. Javier se estremeció, pero enseguida exclamó:
“¡Ay, sí, cómo me gusta! Ya lo sabes”. Eugenio, de rodillas a nuestro lado, no
se perdía un detalle de la coyunda y, cuando empecé a bombear, se puso a meneársela lleno de excitación. A la que
seguro que contribuían lo gemidos de placer y los meneos que hacía Javier para
aprovechar bien la follada. Aunque yo me estaba poniendo a tope de calentura,
no quise correrme para dejarle a Eugenio la vía en condiciones. Y también para
que, al salirme sin acabar, Javier siguiera con ganas de más. “¡Tu turno!”, le
dije a Eugenio.
Sin
embargo Eugenio, superados sus remilgos, tuvo el avieso capricho de hacer un
cambio de postura. “¡Anda, ayúdame!” me pidió. A Javier le pilló por sorpresa
que empezáramos a zarandearlo para hacer que se pusiera bocarriba. “¿Qué pasa?
¿No me vais a follar más?”, preguntó alarmado. Pero Eugenio, sin contestarle,
ya le estaba subiendo las piernas y metiéndose entre ellas. “Vamos a
sujetárselas”, me dijo. Así que él con una y yo con otra las manteníamos lo más
verticales posibles. De este modo la barriga de Javier le oprimió el pecho, y
la polla y los huevos se le volcaron sobre aquella. Javier masculló: “¡Qué
golfos sois!”. Al tiempo que su culo, con el ojete recién vaciado por mí, quedaba
accesible a la polla de Eugenio. Tenía lubricante de sobra y Eugenio se la
metió limpiamente. “¡Wuah, vaya polla!”, exclamó Javier crispando las manos a
los lados de la cama. “¿Creías que no te iba a follar?”, dijo Eugenio. Se puso
a arrearle y la polla de Javier le golpeteaba en la barriga. “¡Oh, sí, así me
gusta también”, confirmaba gimoteando. “¡Qué caliente estás! ¡Cómo deseaba
estar dentro de ti!”, declaró Eugenio. “¡Qué bien te siento ahora! ¡No pares
ya!”, replicó Javier. Mientras Eugenio, agarrado a una pierna y cada vez más
congestionado, iba dando fuertes impulsos con la pelvis, yo sujetaba la otra y,
con la mano libre, me la iba meneando no menos excitado. Tanto Eugenio como
Javier resoplaban y este, más exaltado, iba soltando: “¡Cómo me llenas!”,
“¡Así, así!”, “¡Qué bien follas!”. Eugenio iba llegando al límite. “¡Estoy a
cien ya!”. “¡Sí, échame tu leche!”, pidió Javier. Eugenio no se corrió dentro
sino que, en el último momento, se salió y la polla cayó sobre los huevos de
Javier expulsando varios chorros sobre su vientre. En ese momento me vino
también el orgasmo y me vacié sobre su
pecho.
Quedamos
los tres sofocados y sin respiración. Solo cuando le soltamos las piernas, que
cayeron a plomo, Javier llegó a exclamar: “¡Uf, cómo me habéis puesto!”.
Expresión que tanto podía referirse al rocío de leche que le había caído sobre
su cuerpo como a la calentura que le había producido la rocambolesca jodienda.
Eugenio, solícito, todavía de rodillas entre las piernas de Javier, echó mano a
la toalla que había quedado cerca y se afanó en ir limpiando el estropicio. “¿Qué
tal ha ido?”, preguntó. “¡Bestial!”, respondió Javier, “¡Qué abierto me he
quedado!”. “Nos hemos repartido tu culo salomónicamente”, comenté yo. Y me
tendí a su lado para besuquearlo. “¡Joder, qué buena corrida he tenido!”,
exclamó Eugenio que aún parecía no creérselo. Javier, bien despatarrado después
de la contorsión a que había estado sometido, soltó sonriente: “Pues yo me he
quedado como nuevo”. Aunque pudiera parecer una ironía, supe que a lo que se
refería era a que su calentura trasera le había dejado incólume y avivada la
delantera. Y para aliviar eso prefería bastarse solo. Ante la mirada curiosa de
Eugenio, y también la mía aunque ya conociera su costumbre, se puso a sobarse
la polla, haciéndole adquirir poco a poco cuerpo y consistencia. Coadyuvé
secundariamente chupeteándole una teta y Eugenio me imitó entonces ocupándose
de la otra. La frotación de Javier, acompasada pero constante, fue haciendo su
efecto. Su respiración se aceleraba y el cuerpo se le tensaba. Una sucesión de
gemidos acompañó ya el derrame de sucesivos borbotones. Javier mantuvo apretado
el capullo hasta la última emisión de leche, que se le extendía por el pubis.
Luego se limpió la mano pasándosela por un muslo. “¡Uf! ¡Qué falta me hacía
ya!”, declaró con un fuerte suspiro. Ahora fui yo quien usó la toalla para
pasársela por el pelambre y la polla, lo que a Javier, que se deja hacer, le
produce cosquillas al estar aún hipersensibilizado.
Aun
incómodo por la mezcla de leches cuyos restos quedaban sobre él, Javier estaba
en la gloria y acogía gustoso nuestras suaves caricias. Sonriente preguntó a
Eugenio: “¿Qué te ha parecido el estreno?”. “Un polvazo como no recordaba”,
contestó Eugenio. Javier rio. “Eso se lo dirás a todos, pero me ha gustado
conocerte en la intimidad”. “Hombre, tan íntimo no ha sido”, intervine, “Que yo
he tenido que ayudar”. “Me daba mucho morbo ver cómo te lo follabas”, confesó
Eugenio. Pero a Javier, como le suele pasar tras un revolcón, se le cerraban ya
los ojos y pronto emitió leves resoplidos. Respetando su reposo, Eugenio se
quedó mirándolo embelesado y yo aproveché para ir a la cocina a beber algo.
Cuando volví, Javier se había vuelto de lado y Eugenio lo abrazaba pegado a su
espalda.
Así fue
el primer encuentro de Eugenio y Javier, que dio lugar a una larga amistad.
Cada vez que le anuncio su visita, Javier lo recibe encantado y hace saltar
chispas con sus provocaciones que tanto excitan a Eugenio.
Buen relato, cortó pero picante. Yo estaba pensando, ¿Que tal una orgía o ganbang donde Javier sea el centro de atención?. Eso sería glorioso.
ResponderEliminarAlgo de eso quiero intentar
EliminarDeseando estaba volver a leerte de nuevo. Relato picanton y morboso como solo tu lo sabes hacer, por cierto el de la foto es J ? si no lo es se le parece. Feliz Verano y a por el siguiente relato. gfla
ResponderEliminarSí, el de abajo
EliminarComo siempre un placer leer tus relatos..gracias
ResponderEliminarHola, llevo meses leyendo estos relatos, y la verdad que es de lo mas excitante. Las fotos por lo menos para mi, no me aporta nada, mi imaginación hace mejores fotos y siempre de mi gusto. Eres estupendo. Si además lo alguno es real, enhorabuena.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. En cuanto a las fotos, me he acostumbrado a distraerme buscando una asociación visual al relato. Como casi siempre están al final, no creo que interfieran demasiado en la lectura, si prefieres usar la imaginación, cosa que me parece estupenda. Espero que sigas leyéndome. Saludos
EliminarHola querido...como siempre un auténtico placer leer tus relatos..y yo opino que las fotos aportan mucho. Y más si sale tu niño...gracias y a esperar el siguiente relato..a veces vuelvo a releerlos..y me siguen encantando..besos
ResponderEliminarMuy agradecido de nuevo. Pero hay algo que me intriga: ¿nos conocemos?
ResponderEliminarUna gozada leer estos relatos, me pongo más cachondo que viendo porno, eres maravilloso
ResponderEliminarGracias. Este relato es bastante real y puedes encontrar a Javier en muchos más.
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