Un
día a media tarde estaba cerca de un bar de osos y me apeteció tomar una copa.
No era hora de que hubiera ambiente y, efectivamente, apenas tenía clientela.
En la barra solo ocupaban taburetes dos individuos que parecían estar juntos y ambos
más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Eran gordotes y, aunque de
aspecto algo rústico, atrajeron mi atención. No me costó deducir que habían
venido del pueblo a la cuidad por negocios y dispuestos a echar una canita al
aire. No pude evitar, ni tampoco quise, oír sus comentarios. “¡Joder, tú! ¡Qué
poco tino estamos teniendo! En la sauna a la que fuimos ayer no había más que
jovenzuelos flacos y, aunque dicen que aquí vienen tíos maduros y gordos, no sé
dónde se meterán”, se lamentaba uno. El otro se mostró menos impaciente. “A lo
mejor más tarde…”. “Sí, pero me temo que vaya a ser otro día perdido”. Me
decidí a intervenir, no para ligármelos directamente, pues entendí que no era
yo el tipo que buscaban, sino porque se me había ocurrido un plan maquiavélico.
Me
vino a la mente que quien encajaría a la perfección en sus gustos no era otro
que mi amigo Javier. A éste, cincuentón, bien robusto y velludo, le encanta
lanzarse a las aventuras sexuales más diversas, que aprovecho como inspiración
para muchos de mis relatos. Como, precisamente, una recurrente fantasía suya es
la de que lo entregue a extraños, pensé que merecía la pena el intento de
enfrentarlo a estos dos personajes. Así que me dirigí a ellos: “Perdonad que os
haya oído, pero me ha parecido que vais algo despistados”. No les molestó mi
intromisión, sino que más bien la aprovecharon para buscar asesoramiento. De
modo que reconocieron sin pelos en la lengua: “¡Sí, oye! Creíamos que íbamos a
poder pasárnoslo bien con tíos grandotes y no nos estamos comiendo una rosca”.
Me lancé a hacer mi propuesta. “Es que tengo un amigo y creo que encajará en
vuestros gustos”. Uno dijo medio en broma medio picado: “¿Nos quieres dar
envidia?”. “¡No, hombre, no!”, reí, “Es que es un tío muy marchoso y le entusiasman
las sorpresas”. “¿Cómo que nos presentemos nosotros por las buenas?”, preguntó
el otro ya más intrigado. “¿Por qué no? Lo conozco bien y, con lo calentorro
que es, recibirá encantado a dos tipos como vosotros”, recalqué. “¿No será de
los que cobran?”, volvió a preguntar. Me reí. “¡Cómo va a ser de esos un tipo
como él! Lo hace todo bien a gusto… Si os animáis, ya lo comprobaréis”. Pero el
más quisquilloso objetó todavía: “Sin que sepamos cómo será en realidad…”. A
esta razonable pega respondí sacando mi móvil. “Podéis juzgar vosotros mismos”.
Les fui enseñando varias fotos en que Javier muestra sin reparos sus encantos.
“¡Coño, qué tío más bueno!”, “Si es lo que buscamos”, fueron sus reacciones.
Aunque ya estaban casi convencidos, me pareció el momento de introducir con
mucha persuasión lo que sobre todo me había inducido a invitarlos. “Yo os
acompañaré a su casa, que está cerca, pero no me quedaré con vosotros”. “¿Cómo
es eso?”, se extrañaron. “Yo me encuentro con él con frecuencia y prefiero que
lo tengáis solo para vosotros… Bastará con que le digáis que vais de mi parte y
os acogerá encantado”. Esperé su reacción, pero iban tan desesperados que
comentaron entre sí: “Igual tiene su gracia y todo”, “Con la marcha que
llevamos, no perdemos nada con probar”, “Desde luego el tío está buenísimo…”,
para acabar preguntando: “¿Y nosotros qué tendremos que hacer?”. “Ya veréis lo
fácil que os pone las cosas. Es un tipo muy abierto”, sinteticé. “Puede ser la
ostia… ¿Vamos?”, “Vamos”, decidieron.
Estuve
tentado de hacer una llamada a Javier para advertirle mínimamente, pero opté
por lo más emocionante de dejarlo en ascuas, seguro de su capacidad para
encajar cualquier situación. Todo lo que sucedió a continuación lo cuento en
base a lo que Javier me contó con detalle… Como si lo hubiera visto:
Los
dos salidos llamaron a la puerta. Javier, que pensaba que sería yo, tardó algo
en abrir, tal vez extrañado de que no hubiera usado mi llave. Se los encontró
muy serios y cortados. “¡Hola!”, los saludó con un tono interrogante. Iba de
estar por casa con unos pantalones muy cortos y de perneras anchas, y una
camisa de verano con solo un botón abrochado. Suficiente para que quedaran
boquiabiertos. Uno se decidió a hablar. “Un amigo tuyo nos ha dicho que
podíamos venir…”. El otro añadió más pistas. “Nos ha enseñado algunas fotos
tuyas que estaban muy bien”. Javier captó inmediatamente mi jugarreta y puso la
más cordial de sus sonrisas. “Así que me ha recomendado ¿eh? Pues me alegro de
que hayáis venido ¡Adelante!”. A medida
que pasaban ante él les dio un par de besos en las mejillas a cada uno. Pasaron
a la sala y Javier, para aliviar la tensión que les notaba, propuso: “Será
mejor que nos conozcamos un poco ¿no os parece? Seguro que os vendrá bien una
copa ¿Os hace un whisky? Es lo que me iba a tomar yo”. “Si no es molestia…”,
contestó uno agradecido. “¡Nada, nada! Enseguida lo traigo… Mientras, poneos
cómodos”. Les indicó el sofá y fue a la cocina. Al quedarse solos, comentaron
en voz baja: “¡Joder, qué pedazo de tío!”, “¿Tú crees que podremos follar con
él?”. “Es lo que ha dicho su amigo… Hasta ahora está acertando”. Por su parte Javier,
preparando una bandeja, aprovechó para hacerse una composición de lugar. Aunque
parecían algo pardillos, estaba seguro de que darían mucho juego con esa pinta
de machos en celo. Merecía la pena usar con ellos todos sus recursos de
seducción. Javier dejó la bandeja en la mesita baja que había ante el sofá,
donde ya se sentaban circunspectos los dos visitantes. Muy servicial, fue llenando
los vasos a gusto de cada cual para, de paso, dejarse mirar un poco más. Notaba
cómo se les iba la vista al paquete que le marcaba el indiscreto pantalón. En
cuanto se sentó en el butacón que había frente a ellos, se puso a desplegar su
doble arma de incitación. Mientras iba colocando las piernas en posiciones que
dejaban asomar más de la cuenta por las anchas perneras, mostraba una
desfachatada simpatía. “Mi amigo sabe lo que me gustan este tipo de sorpresas y
con vosotros creo que ha acertado…”, empezó. Los invitados se esforzaron en
soltarse ya más. Le explicaron con humor más o menos lo que ya me habían
contado en el bar. “Así que estamos bien quemados”, “Lo que vemos parece
prometer…”. Cuando Javier cruzó el tobillo por encima de la rodilla, le asomó
la polla bastante endurecida. “¡Joder, cómo te has puesto ya!”, no pudo menos
que exclamar uno. Javier se abrió de piernas aún más provocativamente y
replicó: “Ya veis… Lo que me habéis contado me ha empezado a calentar”.
Entonces se levantó, bordeó la mesita y se plantó delante de ellos diciendo:
“Supongo que os gustará tenerme más cerca”. Metía las piernas desnudas entre
las de ellos, que se repantigaban en el sofá viéndolas venir y parecían entrar
en el juego. “Sí que eres lanzado, sí ¡Cómo sabes calentar!”, rio uno.
“Vosotros me ponéis cachondo”, replicó Javier con la polla levantando ya la
pernera. “¿Te quitarás la camisa?”, pidió el otro con voz temblorosa. Javier dejó
enseguida el torso desnudo, con la barriga y los redondeados pechos poblados de
vello suave. “¡Coño, qué tetas más ricas!”, exclamó el mismo. “Pues no os digo
lo que me gusta que me las trabajen”, informó Javier estrujándoselas y chupando
un dedo para pasarlo por los pezones. “Son vuestras”, confirmó. El hombre ya no
se resistió a ponerse de pie y echarles mano directamente, para satisfacción de
Javier. “¡Te las voy a comer!”. Aplicó la boca los pezones y Javier lo rodeó
con los brazos. “¡Uy, como muerdes! Me vuelve loco”. Pero el otro no se quedó
quieto. Se inclinó hacia delante y, sin más preámbulo, agarró la polla
destapada. “¡Vaya pollón, tío!”. Su hambre atrasada se tradujo en bajarle de un
tirón los pantalones y metérsela en la boca. “¡Uy, sí, comédmelo todo!”, pidió Javier
en trance.
Javier
tuvo que poner coto a este primer arrebato que lo estaba poniendo al límite.
Así que se liberó de las chupadas y les hizo frente lleno de lascivia. Desde
luego estaba tremendo, empalmado y con la piel enrojecida y brillante. “¿No
dejáis que yo también disfrute de vosotros”. El que le había estado haciendo la
mamada, henchido de excitación, se puso de pie y empezó a quitarse la ropa.
“¡Ahora me la vas a chupar!”. Ya despelotado, rechoncho, regordete y de recio
pelambre corporal, impactaba con una polla bastante grande y ya dura. Javier
premió su iniciativa impulsándolo sobre el sofá. “¡Échate aquí!”. Con decisión
se arrodilló ante él y le separó los robustos muslos. “Me gusta tu polla ¿Me la
meterás luego?”, dijo antes de ponerse a chuparla. El otro siguió el ejemplo de
su compañero y también se desnudó. Un poco más alto, era no menos recio y
velludo, y la larga polla que se meneaba mirándolos tampoco estaba nada mal. Javier,
sin dejar de chupar, tiró de él para que se sentara al lado. Entonces se dedicó
a trabajarse a los dos con manos y boca. Le hizo gracia que el segundo le
preguntara: “¿También te podré follar?”. Javier se detuvo un momento y contestó
sonriente: “¡Claro que sí! Tengo un culo muy tragón”. Con esta perspectiva de
futuro próximo, los dos se entregaban inflamados a los sobeos y las mamadas que
Javier les prodigaba. Uno se expresaba más comedido. “¡Qué boca tienes tío! Me
estás poniendo a cien”. Pero el otro era más basto. “¡Chupa, chupa, mamón, que
más dura la vas a sentir en el culo!”.
Javier
fue frenando prudentemente, hasta levantarse y dejarlos despatarrados y
calientes al máximo. Entonces les dijo: “Así que queréis follarme los dos con
esos pedazos de polla que tenéis entre las piernas ¿eh?... Pues a ver si os
gusta dónde las vais a meter, que me está ardiendo ya”. Con obsceno desenfado
puso el culo en pompa vuelto hacia ellos. Con las manos estiraba las nalgas
para abrirse al máximo la raja. “¿Qué os parece cómo os pide guerra?”. Ellos se
lanzaron a sobarlo. “¡Ostia, qué buen pandero!”, “¡Vaya agujero que tienes!”,
“¡Qué a gusto te la voy a meter!”. Javier insistió. “¡Tocad, tocad, que me
vuelve loco!”. Se arrimó más y, primero, se lo sobaron, pero luego uno ya le
metió un dedo por el ojete y lo frotó. “¡Uuuhhh, cómo me pone!”, dijo Javier.
Otro optó por darle una palmada en las orondas nalgas. “¡Sí, pega, pega!”.
Ahora fueron los dos quienes se animaron con los tortazos, que Javier soportaba
vicioso. “¡Cómo me estáis calentando!”.
Se
enderezó porque ya se estaban pasando en su entusiasmo y dio un paso más. “¿Os
apetece que os lleve a mi cama para que me folléis con comodidad?”. “¡Venga,
vamos!”, contestaron al unísono. Javier tiró de ellos. “¡Seguidme, que me muero
de ganas!”. Los dos le fueron detrás babeando y con las pollas tiesas. Javier
dejó caer su opulenta humanidad bocabajo en el centro de la cama, con brazos y
piernas extendidos. “¡Hacedme vuestro!”, pidió con tono melodramático. Los dos
treparon sobre la cama y, de rodillas cada uno a un lado, se sobaban las pollas
ansiosas mirando el culo embelesados sin decidirse a ser el primero. Javier,
que removía incitador el culo, se impacientó. “A ver si vamos a tener que jugar
al que saque la pajita más larga”. Al fin el más lanzado se decidió. “¡Vale,
voy yo!”. Era el más alto y de polla más larga. Javier pensó que así mejor,
porque le abriría camino a la otra polla más gorda. “Te la meto ¿eh?”, titubeó
ante la opulencia del culo el que ya se le había colocado entre las piernas.
“¡Claro, clávate!”, lo instó Javier. Se dejó caer sujetándose la polla para no
desviarse y se coló al completo. “¡Uy sí! ¡Qué adentro te siento!”, lo jaleó Javier,
“¡Fóllame!”. El otro, comido por los nervios, se puso a moverse con cierta
torpeza encima de Javier. Pero esto mismo, con salidas involuntarias y vueltas
a la carga, aumentaba las ansias de éste. “¡Déjala dentro!”, “¡Así, así! ¡Dame
fuerte!”. El follador, sin embargo, que se afanaba jadeando silencioso, no
debió querer correrse demasiado pronto. Así que ofreció a su colega: “¡Sigue
tú!”.
Javier
aprovechó el intercambio para facilitar la tarea al segundo, más barrigón. Se
encogió alzando las rodillas y se metió la almohada doblada bajo el vientre.
“¡Destrózame con esa polla tan gorda!”, lo retó. Este segundo, que había estado
meneándosela y babeando en la espera, cogió con ganas a Javier, que llegó a
bramar cuando la polla le entró entera: “¡Aaajjj! ¡Cómo me dilatas!”. Bien
encajado en el culo, el gordo bombeaba bufando y agarrado a las caderas de
Javier, que llegó a exclamar: “¡Me vais a matar entre los dos! ¡Vaya pollas que
tenéis!”. El gordo se esforzaba congestionado, pero el que antes le había
cedido la vez, atraído por el cambio de postura de Javier, se impuso: “¡Déjame
a mí ahora!”. El gordo soltó sofocado a Javier y el otro le entró con energías
renovadas. “¡Tú otra vez!”, lo acogió Javier, “¡Qué dura la sigues teniendo!”. Tanto
la tenía y tan a fondo llegaba a metérsela, que Javier ya tuvo demasiado con
esta repetición. De modo que, de pronto soltó: “¡Ya no puedo más! ¡Necesito
correrme!”. Dio un vuelco haciendo que la polla le saliera y, panza arriba, se
puso a meneársela con ardor. Para compensarlos, pidió: “¡Dadme vuestra leche!”.
Los otros, que estaban ya a punto de caramelo, se le apostaron arrodillados a
ambos lados para meneárselas a su vez. El de la polla más larga se debió tomar
literalmente la petición de Javier, porque apuntó a la cara de éste. El otro,
menos ágil, lo hizo sobre las tetas.
Pese
a que Javier llevaba algo de retraso porque, a diferencia de los otros, tuvo
primero que ponerse dura la polla, después del aplastamiento que había sufrido,
su calentura llegaba a ser extrema. Y estar bajo aquellas pollas acosándolo
ansiosas lo llevaba al delirio. Hasta el punto de que, al mirar la que se
blandía ante su cara, hizo un gesto, más bien simbólico, de sacar la lengua y
relamerse. Pero el otro, al que ya le venía la corrida, lo entendió tal como
parecía y le largó el chorro en plena boca. Enseguida el gordo expandió su
leche por las tetas de Javier, quien, finalmente, lanzó sus buenos borbotones
de leche sobre el pelambre del pubis. Con la respiración agitada y la boca
pastosa, Javier llegó a exclamar: “¡Qué pasada!”.
Los
otros dos, no menos sofocados que Javier, se dejaron caer a ambos lados. “¡El
polvazo de mi vida!”, declaró el que se había corrido en la boca. “¡Cómo nos ha
calentado!”, reconoció el gordo. Pero a Javier ya empezaron a cerrársele los
ojos y se dispuso a aislarse de mundo circundante. Indiferente a las caricias
que le hacían como si quisieran cerciorarse de que lo sucedido había sido bien
real, resoplaba ya plácidamente. La relajación se volvió contagiosa y, hechos
una piña, quedaron pronto los tres fritos.
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Cuando
dejé a los dos forasteros en casa de Javier, me sentí algo frustrado. Mi
ocurrencia de enfrentarlos solos, me había dejado fuera de juego. Así que
decidí distraerme yéndome al cine. Luego ya vería si pasaba por casa de Javier
para saber cómo había ido todo. Por supuesto que finalmente me venció la
curiosidad y decidí comprobarlo, con la intriga de si la pareja todavía
seguiría allí o si Javier los había despachado ya. Abrí con mi llave y todo
estaba muy silencioso, aunque vi los vasos y la botella de whisky. Aunque la
pista más clara fue la ropa dispersa de cualquier manera. Avancé sigiloso por
el pasillo y, al llegar al dormitorio, me encontré con un panorama de lo más conmovedor.
Los tres en pelotas dormitaban plácidamente sobre la cama, con Javier en medio
y los otros dos bien arrimados a él. Fue Javier el primero que me detectó.
“¿Ahora apareces tú?”, dijo con voz soñolienta. “Quería comprobar si los habías
tratado bien”, contesté, “Y parece que sí”. “No te iba a dejar en mal lugar”, replicó
socarrón. El más gordo de los otros dos se despabiló al oírnos y me miró, no
demasiado extrañado de mi presencia. En un arranque de sinceridad, soltó: “¡Pues
nos has arreglado el día!”. Su colega se adhirió: “¡Ha estado de puta madre!”. A
todo esto, y una vez despejados, sin que mi intrusión les cortara, habían retomado
los sobeos por todo el cuerpo de Javier, que los recibía complaciente. “Ya ves
que nos hemos caído bien”, dijo éste riendo.
Javier
tomó ya conciencia de lo pringoso que había quedado, con leche secándosele por
todas partes. Así que se incorporó en la cama y se abrió paso para bajarse.
“Necesito una ducha”, manifestó, yéndose cachazudo hacia el baño. Mis dos
recomendados se sentaron entonces juntos en la cama y, sin el menor pudor ante
quien solo habían conocido un rato en el bar y que estaba tan vestido como
entonces, se deshicieron en mostrarme su agradecimiento. “¡Lástima que solo sea
agradecimiento!”, pensé, porque estaban de lo más apetitosos. “Si no llegamos a
hacerte caso, lo que nos hubiéramos perdido”, dijo el gordo. “Tu amigo no solo
es que esté más bueno que el pan. Es que además tiene un vicio de la hostia”.
“Me alegro de que al final os haya resultado tan bien la fiesta”, repliqué
divertido, “Ya sabía yo que mi amigo os acogería encantado”. “Y así por las
buenas, sin conocernos de nada”, reflexionó el gordo todavía asombrado. “Me
caísteis bien y también quise darle la sorpresa a él”, expliqué, “Ya lo conozco
de sobra”.
Javier
reapareció rehecho y secándose con una toalla. Vino directo hacia mí y,
echándome un brazo por los hombros, me besó largamente en la boca. Luego dijo
burlón: “¿Pensabas que no iba a atender a estos nuevos amigos?”. A mi vez, le
pasé un brazo por detrás y, sobándole el culo, repliqué: “Sabía que te gustaría
una sorpresa como ésta”. Javier se desprendió de mí y se arrimó provocador a
mis recomendados. “Me habéis dejado bien a gusto”, declaró sonriéndoles. Se
inclinó para besarlos en los labios y, al más alto, le comentó: “¡Qué rica tu
leche!”. Al gordo le soltó: “¡Cómo me has ensanchado el culo!”. No se privaron
los así halagados de acariciar los muslos de Javier, e incluso, darle algún que
otro toque suave a la polla aflojada. Pero, ante esto último, Javier se retrajo
riendo. “No sigáis por ahí, que me voy a descontrolar otra vez”.
Los
invitados pidieron ya tímidamente si podrían lavarse un poco y les indicamos el
baño. Al quedarnos solos, Javier, que seguía en pelotas, se dirigió a la cocina
y fui con él. Sacó un refresco del frigorífico y se lo bebió entero. “¡Estaba
seco!”, exclamó. “Ya imagino que seco del todo ya”, ironicé. “No creas”,
replicó fardón, “Solo me he corrido una vez… Aunque el culo me lo han trabajado
muy bien”. “¡Lástima!”, dije, “Yo que venía con ganas…”. Entonces Javier tuvo
una retorcida idea. “Vamos a montarles un numerito para cuando vuelvan… Bájate
los pantalones y siéntate encima de la mesa de cara a la puerta”. Captando su
intención, le seguí el juego e hice lo que proponía. Enseguida se puso a
chupármela. No tardaron en venir a buscarnos los otros dos, también en cueros,
y quedaron estupefactos ante lo que se encontraron: A mí, con los pantalones
bajados hasta los tobillos y a Javier, que les presentaba el orondo culo, inclinado
hacia delante y mamándomela. Parados en la puerta, no sabían que hacer y yo,
que los tenía de frente, les dije con toda la naturalidad que pude: “Coged
vosotros mismos algo fresco de la nevera”. Les vino bien esa salida para su
desconcierto y rápidamente echaron mano de unas bebidas. Ya siguieron mirándonos
con descaro y Javier, consciente de ello, les obsequiaba con provocadores meneos
del culo. Lo cual dio pie a que se pusieran a tocarse las pollas. Entonces me
uní a la provocación de Javier, que no paraba de chupármela, y les solté:
“Tiene un buen culo ¿eh?”. Esto fue ya suficiente para que el más alto se
acercara con la polla en muy buena forma. Me dio un morbo tremendo la idea de
que se lo follara mientras Javier seguía mamándomela. Así que le sujeté la
cabeza e hice un gesto incitador al otro, que no dudó en agarrarse a las
caderas de Javier y, como le debía tener tomadas las medidas, clavársela
limpiamente. Temí que repercutiera en mi polla el efecto producido en Javier, aunque
éste, sin llegar a soltármela, tan solo emitió un rugido sordo. Pero enseguida
volvió a chupar con más ahínco, agarrado a mis piernas, mientras el de atrás se
iba moviendo cada vez con mayor soltura. Cuando éste, con resoplidos, mostró
indicios de estar listo para llegar hasta el final, mi calentura se desbocó y
me vacié sin compasión en plena boca de Javier. Ya solo supuse que la follada
se había también consumado cuando el de atrás se separó de Javier y éste se
irguió con el rostro congestionado y los labios mojados de leche. “¡Cómo
abusáis todos de mí!”, exclamó con lastimera teatralidad.
Pero
resultó que el gordo, que había estado meneándosela mientras su compañero se
cepillaba de nuevo a Javier y, probablemente, controlándose por si tenía
ocasión de mojar también, miró con cara de decepción a Javier. Ni yo me esperaba
que éste estuviera dispuesto a rizar el rizo. El caso fue, sin embargo, que
Javier no lo pasó por alto, sino que le soltó: “Tú también querías ¿no?”. El
gordo preguntó incrédulo: “¿Puedo?”. “¿Por qué no?”, contestó Javier con
chulería. Como yo me había bajado ya de la mesa, Javier se volcó sobre ella y
se agarró al borde contrario para sujetarse bien. “¡Venga esa polla!”, incitó
al gordo. Éste se lanzó ansioso y aún tuvo que empujar para meter la gruesa
polla. Javier, que esta vez no tenía la boca ocupada, exclamó: “¡Oh, cómo me
abres! ¡Lléname pronto!”. No tuvo que insistir más, porque el gordo, que ya
estaba bien quemado, esta nueva oportunidad lo tenía tan excitado que no tardó
en soltar resoplidos y quedarse bien pegado al culo de Javier. “¿Ya?”, preguntó
éste, que esperó a que el gordo sacara la polla. Lo que hizo con un fuerte
suspiro: “¡Uf, qué gusto!”.
Yo
sabía que Javier iba a necesitar descargarse de nuevo y me vino otra malévola
idea. Así que me quité rápidamente la ropa que me quedaba y, antes de que se
recuperara de la última follada, animé a los otros dos: “¡Vamos a por él!”.
Pillado Javier por sorpresa y, como en un acuerdo tácito, tiramos de sus brazos
y le hicimos tumbarse bocarriba sobre la mesa, con las piernas colgando desde
las rodillas. Javier exclamó quejumbroso: “¡¿Qué vais a hacer conmigo ahora?!”.
Aunque añadió en el mismo tono: “¡Estoy muy caliente otra vez!”. Le sujeté las
manos sobre la cabeza y dejé que los otros le reanimaran la polla retraída
después de las folladas. Se alternaban con manoseos y chupetones, sin que apenas
les costara ponérsela dura a tope. Javier gimoteaba, con ganas de meneársela él
mismo. Pero yo no lo soltaba y además me puse a chuparle las tetas. “¡Qué malo
eres!”, lloriqueó. Su falsa rabieta se proyectó también a los que se afanaban
en pajearlo. “¡No me haréis correr! ¡No quiero!”. Con lo que ellos,
desconcertados, optaron por cederme la responsabilidad. En un rápido
intercambio, pasaron a sujetar los brazos de Javier y, de paso, me imitaron en
el chupeteo de tetas. Y yo tomé el control de la polla. Se la froté de manera
suave pero constante y ya Javier empezó a serenarse, sustituyendo las
imprecaciones por resoplidos. Pronto gimió: “¡Ya me viene!”. La leche le fue
brotando en varios borbotones sobre mi puño y, por fin, los tres lo dejamos
libre. “¡Cómo me habéis usado! ¡Abusones!”, dramatizó aún.
Tuvimos
que ayudar a Javier a bajarse de la mesa y, ya más calmado, dijo: “Voy a
lavarme otra vez”. Y se fue al baño. Noté cierto alucine en mis recomendados y
les comente divertido: “A que no os esperabais esta segunda parte”. “¡Joder!
Nos hemos vuelto a poner burrísimos”, exclamó el alto. “Tú tampoco te lo has
pasado mal ¿eh?”, me dijo irónico el gordo. Javier no tardó en volver, tan
desnudo como se había ido. Aunque anunció sonriente: “Ahora ya vengo en son de
paz”. El gordo aprovechó para avisar: “Nosotros tendríamos que marcharnos ya”.
“Nuestra ropa deba haber quedado por ahí”, recordó el alto. La buscaron por la
sala y, ya vestidos, llegó la hora de la despedida. Nos besaron afectuosos. “Ha
sido lo mejor que nos podía haber pasado”. “Hemos disfrutado lo increíble”.
Javier tuvo la última palabra: “Pues ya sabéis… Si volvéis por aquí, seréis
bien recibidos”.
Que bien leerte otra vez.... con este Javier sediento siempre de nuevas aventuras y capaz de ventilarse a tres en este relato. Un beso. Gfla
ResponderEliminarGracias como siempre. Aunque no sé si me estoy ya pasando con tanto Javier.
EliminarPara mi con Javier nunca hay suficiente, son los relatos más excitantes, es un placer leerte, cada vez que leo tus relatos me sorprendes más, gracias
EliminarVeo que te vas poniendo al día. Alguno más irá saliendo, con foto incluida. Saludos de su parte.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
EliminarSi, he comenzado desde los últimos y voy hacia atrás, en cuanto tengo tiempo me gusta leer todos tus relatos, pero ya sabes que hay algunos especiales para mi, espero ansioso un nuevo relato, muchas gracias y saludos para ambos
Eliminary con la cuarentena, no sale alguna historia de algo entre parejas, o algo asi?
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