Para distraer la espera de la jornada electoral, tal vez vayan bien estas historias ligeras...
A mi amigo Javier le encantan las aventuras que le surgen, e incluso provocarlas, pero también se muestra generoso ante las necesidades ajenas. He aquí un ejemplo:
A mi amigo Javier le encantan las aventuras que le surgen, e incluso provocarlas, pero también se muestra generoso ante las necesidades ajenas. He aquí un ejemplo:
Había ido con él a visitar a unos familiares a
una población cercana. Resultó que el coche no nos arrancaba y optamos por
coger un tren de cercanías. Igual tuvimos que hacer al volver, ya avanzada la
noche y cansados por lo mucho que habíamos comido y bebido. El tren a esa hora
iba casi vacío y nos acomodamos en una fila de asientos situados
longitudinalmente en parte del vagón para poder estirar mejor las piernas. Era
en pleno verano y la temperatura muy cálida, por lo que íbamos ligeros de ropa.
En concreto Javier, tan fogoso él, estaba bastante despechugado con la camisa
medio abierta y no se había puesto calzoncillos bajo su liviano pantalón corto.
En la estación siguiente, subió un hombre bastante mayor, regordete y más bien
pequeño. Echó un vistazo en general y fue a sentarse en la fila de asientos
frente a la nuestra y justo delante de Javier. A todas luces parecía que le
había llamado la atención y debió pensar que qué mejor sitio para distraerse en
el viaje. Lo que no podía imaginar el hombre, que se limitaba a echar miradas
discretas, era que Javier, percatado del admirador que había aparecido, se
disponía a desplegar sus desvergonzados recursos para hacerle pasar un buen
rato. Tampoco me había escapado el interés del pasajero por Javier e hice como que
me abstraía en la lectura del libro que llevaba. No obstante, de reojo, no
dejaba de observar no solo la reacción de aquél sino también las maniobras de
seducción de Javier, reflejadas como en un espejo por el oscuro cristal de
enfrente.
Primero Javier, sin mirar directamente al
admirador, exagerando los efectos del calor reinante, se abrió más la camisa y
se pasó una mano por el pecho resaltando las velludas tetas. También hacía como
que aireaba la camisa para que el torso le luciera bien. El hombre se tensó
entonces visiblemente y Javier aprovechó para lanzarle una cálida sonrisa que
podía entenderse “si te gusta lo que ves, sigue mirando”. Porque a continuación
pasó al juego de piernas. Las estiró y echó el cuerpo hacia atrás. Se acarició
varias veces los robustos muslos haciendo subir las perneras del pantalón hasta
las ingles. Luego, tras bajarlas de nuevo para que quedaran sueltas, cambió de
postura. Se descalzó un pie y lo subió hasta descansarlo sobre la rodilla de la
otra pierna. Sin calzoncillos y con la pernera ancha, estaba claro lo que iba a
enseñar. Al hombre se le saltaban los ojos al ver que, sobre los huevos asomaba
la punta de la polla. Una nueva sonrisa de Javier lo invitó a seguir
disfrutando, aunque no pudiera creer que aquello le estuviera pasando. Porque
ya no eran insinuaciones más o menos descaradas, pues Javier, animado por la
estupefacción del admirador, se sacaba toda la polla y la sobaba poniéndola
dura. Al hombre se le notaba la respiración agitada y la lengua le salía
repasando los labios.
Llagábamos al fin de trayecto. Javier y yo nos
pusimos de pie para ir hacia la puerta, aunque me mantuve un poco apartado. El
hombre, como imantado, se puso detrás de Javier, que se giró hacia él y
arrimándosele hizo que la mano la rozara el paquete hinchado. Oí que le
susurraba: “Fuera nos vemos ¿vale?”. La estación estaba desierta y, al salir,
el hombre quedó rezagado mientras Javier, ya que nuestra casa estaba cerca, me
decía: “Adelántate tú, que voy enseguida”. Vi cómo llevaba al hombre hacia un
rincón discreto.
“¿Tanto te ha gustado ese hombre?, le pregunté
algo extrañado. “No se trataba de eso, pero seguro que hace tiempo que no se
comía una rosca y quise hacerle disfrutar”, contestó. “No solo con la vista, al
parecer”, dije esperando que me contara lo que habían hecho en privado. Cosa
que hizo sin dudarlo. “Con lo poquita cosa que parecía, me ha comido las tetas
de maravilla y me ha puesto de lo más cachondo. Luego me ha hecho una mamada
que me ha dejado con las piernas temblonas… Él ha disfrutado como loco, y yo
también”.
---------------
Que a Javier no le duelen prendas en
entregarse con generosidad cuando se le presenta la ocasión lo demostró en esta
otra situación:
Tengo un tío, ya bastante mayor, que había
pasado casi toda su vida en países extranjeros. Boyante económicamente, sin
familia y algo delicado de salud, había decidido pasar sus últimos años en su
tierra. Se instaló en una residencia de tercera edad lujosa y con todas las
comodidades y servicios, sin demasiado sacrificio de la privacidad. Aunque
había tenido poco contacto con él, fui varias veces a visitarlo. Sus
limitaciones físicas le hacían usar la mayor parte del tiempo una silla
ortopédica. Cordial y muy abierto de espíritu, simpatizamos bastante y no tuve
inconveniente en manifestarle mis inclinaciones, así como que tenía un amigo.
Él por su parte reconoció ser igual que yo en ese aspecto, aunque con las
limitaciones y ocultación que su época imponía. Estas, en buena parte, habían
contribuido a su alejamiento. Lógicamente, dada su edad y estado físico, se
trataba de algo que ya se le había quedado anclado en el pasado.
Javier mostró interés en conocerlo y supuse
que a mi tío también le gustaría. Así que lo llevé conmigo a la residencia.
Simpatizaron enseguida y mi tío estaba encantado. Incluso llegó a decirme
jocoso: “Hasta coincidimos en gustos… Si en mis buenos tiempos hubiese pillado
a alguien así, lo que habría hecho yo…”. Javier recogió satisfecho la lisonja y
enseguida me di cuenta de que iba a poner en marcha los impulsos de generosidad
tan propios de él. “Nunca es tarde”, dijo dirigiendo a mi tío una sonrisa
seductora. Desde luego mi tío no quitaba ojo a la robusta y sensual figura de Javier,
y replicó irónico: “Para eso estoy yo…”. Javier no iba a cejar. “Tu sobrino
sabe bien que me gusta gustar y disfrutar con quien quiera disfrutar conmigo”.
Mi tío quedó perplejo ante lo que dudaba haber entendido. Pero Javier siguió.
“Te crees que no noto cuando me desnudan con los ojos… Pues para qué te vas a
conformar solo con la imaginación”. Aquí intervine yo. “¡Tío! Lo que te está
diciendo es que tiene ganas de desnudarse para ti… Él es así”. Mi tío entonces
puso cara de pillo y comentó divertido: “¡Sí que sois liberales ahora!
Cualquiera dice que no”. Javier soltó un par de botones a la camisa y se arrimó
a mi tío: “Sigue tú”. Mi tío, con las manos un poco temblonas la acabó de
desabrochar. Javier la dejó caer y mostró su velludo torso, tetudo y barrigón.
“¿Te gusta?”, preguntó con voz insinuante. “Te caes de bueno”, dijo mi tío
soltando un suspiro. “Pues tengo unas tetas muy sensibles…”, siguió provocando Javier.
Me admiraba el sentido del humor que no abandonaba a mi tío pese a su
turbación. “Si no toco, no me lo creo”, dijo plantándole las manos. Palpó y
acarició con habilidad, endureciendo los pezones., lo que ya empezó a calentar
a Javier. Se arrimó aún más. “Por aquí abajo está pasando algo…”. Cogió una
mano de mi tío y la puso directamente sobre su bragueta. “¡Uf, qué bendición”,
exclamó mi tío al captar el abultamiento. Javier se soltó el cinturón.
“¿Quieres abrir?”. “No sé si lo resistiré, pero vale la pena intentarlo”,
contestó mi tío bajando la cremallera. Javier ayudó por los lados para que los
pantalones cayeran. El prominente vientre, con el espesamiento piloso,
desbordaba el escueto eslip, tensado por la evidente erección entre los compactos
muslos. “¡Joder, qué paquetón!”, soltó el habitualmente bien hablado tío. Javier
ya metía los dedos por el borde del eslip y, al echarlo abajo, dijo: “¡Esto es
lo que hay!”. La polla se elevaba majestuosa y mi tío se recreó primero con la
vista. “Ya ni me acuerdo de cuando vi una cosa así…”. “Pues te está pidiendo
que juegues con ella…”, lo incitó Javier. Pero incómodo por la trabazón de
pantalones y eslip por los pies, añadió: “Espera…”. Se apartó un poco para
quitárselos y aprovechó para mostrar también el culo. Deliberadamente medio
agachado, ofreció una impúdica perspectiva de su trasero y, como si se lo
presentara a mi tío, dijo: “Mi herramienta de trabajo preferida”. Mi tío me
dirigió una mirada de picarona envidia. “¡Cómo debes disfrutar, golfo!”, me
soltó. Repliqué: “¡Sóbaselo, que le pone!”. Javier se agitó voluptuosamente y
añadió con comicidad: “La raja me hace chup-chup”. Mi tío no pudo menos que
reír la desvergüenza. Empezó dándole una divertida palmada, pero el contacto
con el suave vello lo animó a volver a plantarle la mano, e incluso añadir la
otra. Ante la invitación de Javier, se animó a separar las nalgas. “¡Uy, qué
cosa más golosa!”. Tanteó el ojete y Javier emitió un “¡Ummm!” de complacencia.
Metió un dedo y frotó con suavidad. “¡Ay, cómo me estás poniendo!”, exclamó Javier.
Pero mi tío, comprendiendo que no podía hacer más por ahí, dejó el experimento.
Javier entonces se volvió de frente y la polla se mostró aún más tiesa y dura.
“A lo mejor se te han abierto las ganas de comer”, dijo socarrón. “Supongo que
esto no afectará a mi dieta…”, le devolvió la broma mi tío. “Pero antes déjame
tocar el material”. “Todo tuyo”, y Javier se le arrimó. Mi tío rodeó la polla
con las dos manos temblorosas. “¡Joder! ¡Qué grande y dura la tienes!”. La
acariciaba y frotaba maravillado. Javier lo incitó. “Mira cómo se me está
mojando de gusto… ¿Te apetece catarla?”. “¡Que si me apetece…! ¿Puedo?”, contestó
mi tío con voz estremecida. “Lo estoy deseando”, dijo Javier. Mi tío acercó la
cara y sacó poco a poco la lengua. Lamió el capullo y sorbió el juguillo que
destilaba. “¡Qué cosa más rica!”, exclamó. “Puedes sacarme todo lo que
quieras…”, lo invitó Javier. “¡Uy! No tengo yo la boca para esos trotes…Me
ahogaría”, se lamentó mi tío. “Venga, que yo te ayudo”, dijo Javier
meneándosela. Mi tío miraba fascinado y se animaba a chupar el capullo de vez
en cuando. No obstante preguntó incrédulo: “¿De verdad te vas a correr?”. “Si
no lo hago reviento”, contestó Javier, cuya excitación estaba en aumento. Pero
no debió parecerle prudente echar su habitualmente abundante corrida en la boca
del mi tío, porque puso el cuenco de su otra mano bajo la polla. “¿Me la
dejarás probar?”, preguntó mi tío con voz suplicante. “¡Claro que sí ¡ Yo te
aviso”. Mi tío quedó expectante con los ojos bien fijos y la boca entreabierta.
“¡Ya me va salir!”, anunció Javier tensando el cuerpo. La leche empezó a brotar
y dejó que la eclosión más fuerte le
cayera sobre la mano. La fue bajando para no obstaculizar el acercamiento de
los labios de mi tío, que cubrieron el capullo y succionaron el resto de leche.
“¡Uf, qué ganas tenía ya!”, exclamó Javier. “Chupa lo que quieras”, añadió, aun
resistiendo la fuerte sensibilidad que le habría quedado en la polla. Mi tío
desde luego se la dejó limpia y, saciado, comentó: “¡Oh, qué rica la tienes! Ya
pensaba que nunca volvería a saborear algo así”. “Para que veas que cuando
menos te lo esperas salta la liebre”, dijo Javier sonriendo mientras se
limpiaba la mano en una toalla. “¡Menuda liebre estás tú hecho!”, replicó mi
tío, que se dirigió a mí. “No sabes la suerte que tienes”. Javier todavía se
regodeó un rato más en su desnudez, sabiendo que seguía haciendo las delicias
de mi tío. Yo avisé de que pronto no tendríamos que ir y, cuando Javier iba a
empezar a vestirse, mi tío le pidió: “Déjame antes tocarte un poquito más”. Por
supuesto Javier se le plantó delante. “Toca lo que quieras”. Mi tío le acarició
con ternura desde las tetas hasta los muslos y palpo suavemente los huevos y la
polla ya retraída. Cuando Javier se dio la vuelta y dejó que le manoseara el
culo, mi tío acabó dándole un cachete. “¡Anda, vístete ya! Que me va a dar
algo”. Como despedida, Javier lo besó cariñosamente en los labios y le
preguntó: ¿Querrás que acompañe otra vez a tu sobrino cuando venga a verte?”.
“Estaría encantado”, contestó mi tío emocionado. Lamentablemente la salud de mi
tío se fue agravando y, aunque volvimos a visitarlo, ya estaba en otra honda.
---------------
Esa tendencia de Javier a la provocación
y a entregarse a las consecuencias que de ella se deriven la
manifestó una vez más en una situación doméstica. Había venido a casa un
fontanero a cambiar la cisterna del wáter que estaba estropeada y durante unos
días hubo que utilizar cubos. Era un hombre de casi sesenta años y de aspecto
austero, al que no le encontré un particular atractivo. Estaba en plena faena,
que se alargaba más de lo previsto por las típicas complicaciones que escapan a
mi comprensión. De pronto vino Javier y, como era un día muy caluroso, llevaba
pantalón corto y además, nada más entrar, se quitó la camisa. Le avisé: “Hay un
fontanero en el baño”. “¿Y qué?”, replicó él. En éstas apareció el hombre para
decirme que iba a bajar un momento a su coche para buscar una pieza. Al ver a Javier,
con su exuberante pinta, se quedó sorprendido momentáneamente. Nada más salir, Javier
me comentó: “¿Te has fijado en cómo me ha mirado?”. “No es que pases precisamente
desapercibido”, repliqué. “Estoy seguro de que me tiene ganas”, insistió él.
“¡Pobre hombre! Está ahí trabajando y en lo que menos debe pensar es en eso…
Además no me parece que sea tu tipo”, remaché yo. “Eso es lo de menos… No me
cuesta nada hacer la prueba de camelármelo”. Sabía que si se le había metido en
la cabeza no lo iba a disuadir. “Ve con cuidado, no me vaya a quedar sin
cisterna”.
El fontanero volvió y al pasar hacia el baño
repasó de arriba abajo a Javier de reojo. “¿Qué te dije?”, me susurró éste. “No
lo veo tan claro”, traté de desanimarlo. Pero ya estaba dispuesto a ponerse en
acción. Entró en el baño y preguntó afablemente: “¿Cómo va eso?”. “Ya ve, un
poco enredado. Todavía tengo para rato”, contestó el hombre que no esperaba la
visita. “Es que he llegado de la calle con muchísimo calor y necesitaría darme
una ducha… Como creo que ahí sí que va el agua ¿tendría inconveniente en que la
use?”. El otro quedó perplejo y reaccionó. “¿Quiere que me salga?”. “¡No,
hombre, no! No interrumpa su trabajo. Si estoy enseguida”, contestó Javier con
desenfado y, sin más, se quitó los pantalones. Aunque el fontanero le daba la
espalda, los diversos espejos del baño le permitieron una magnífica vista del
orondo culo. La ducha tiene una mampara de cristal totalmente traslúcido. Javier
entró y abrió el agua. Antes de ponerse debajo, soltó como si pensara en voz
alta: “Como no he podido hacerlo en el wáter, mearé mientras sale caliente”. Al
oírlo, el hombre tuvo la reacción de mirar directamente el perfil de Javier
lanzando un potente chorro. Tras lo cual empezó a recrearse bajo el agua. Por
otra parte, el mismo juego de espejos que hacía que el fontanero, sin moverse
de donde estaba, pudiera ver lo que ocurría en la ducha, dejaba que yo,
discretamente apostado a un lado de la puerta, tampoco me perdiera lo que
pasaba en el baño. Desde luego el hombre, por más que tratara de disimular, no
podía evitar el estar pendiente de las provocativas evoluciones bajo el agua de
Javier. Éste, en un avance de su estrategia de seducción exclamó de pronto:
“¡Vaya despiste el mío!”. Y sacando medio cuerpo por el extremo de la mampara
le pidió al fontanero: “Tendría la bondad de acercarme la pastilla de jabón que
hay en el lavabo. Me he olvidado de cogerla”. Era absurdo porque en la ducha
había varios frascos de gel. Pero el hombre cayó en la trampa y fue a la ducha
con el jabón en la mano. Se vio obligado a asomarse y estirar el brazo, porque Javier
se había adentrado de nuevo bajo en agua dándole la espalada. “Aquí tiene”,
dijo con la voz y la mano temblonas. Javier entonces se giró mostrándose bien
de frente y, en el paso de una mano a
otra de la pastilla, ésta resbaló al suelo. Los dos se agacharon
simultáneamente a punto de entrechocar las cabezas. “Se está mojando”, advirtió
Javier. “Da igual”, dijo el otro atolondrado y se hizo con el jabón. Se quedó
con la mano tendida ante la lujuriosa desnudez de mi sonriente amigo, quien
preguntó yendo a por todas: “¿Le
gustaría enjabonarme?”. “¿Cómo dice?”, reaccionó el fontanero para ganar
tiempo. “Que te desnudes y nos duchemos juntos”. Ante ello el hombre podía
haber reaccionado con “¡Pero qué se ha creído!” y armarse la gorda. Sin embargo
solo dijo: “Está el otro señor”. “Por eso no te preocupes”, lo tranquilizó Javier
con el triunfo brillándole en los ojos. El fontanero, que ya solo pensaba en
meterle mano a aquel pedazo de tío, dejó de lado cualquier escrúpulo y empezó a
desnudarse torpemente.
Javier aguardaba provocador con una erección
iniciada, asomado a la mampara y con el agua cayendo a su espalda. El cuerpo
del fontanero era enjuto y casi lampiño. En cuanto quedó desnudo Javier alargó
un brazo para tirar de él dentro de la ducha. Lo puso bajo el agua y se puso a
repasarle el cuerpo con el jabón, seguramente para asegurar una higiene básica.
El hombre se dejaba manejar emitiendo murmullos de asombro y turbación. Al
enjabonarle la entrepierna se disculpó, probablemente por su falta de reacción.
“Estoy muy nervioso”. “¡Tranquilo! Yo no”, replicó Javier y lo atrajo hacia él,
los dos bajo el agua. “¡Chúpame las tetas!”, ordenó. El fontanero iba pasando
la boca de una a otra. “¡Así, así, me pone muy caliente!”, decía Javier. “Ya lo
noto”. Porque la polla debía chocarle contra el cuerpo. Una vez entonado, Javier
se giró para cerrar el agua y aprovechó para preguntar: “¿Te gusta mi culo?”.
“¡Uf!”, fue la desmayada respuesta. “¿Quieres jugar con él?”. El hombre, que no
podía creer lo que le estaba pasando, cayó de rodillas. Manoseó y estrujó las
lustrosas nalgas, y ahondaba con los dedos en la raja. Javier incitaba y
facilitaba el toqueteo agachándose apoyado en la pared. “¡Cómelo!”. El otro no
dudó en hundir la delgada cara en las profundidades de la raja. “¡Oh, qué
lengua más hábil!”, decía Javier. Éste debió querer comprobar si, ya puestos,
podría meterle algo más, por lo que se dio la vuelta para examinar la polla del
fontanero. Como no parecía muy animada, se agachó y se puso a chuparla. El
hombre temblaba y volvió a disculparse. “Cosa de los nervios”. Javier no
insistió y se puso de pie ofreciendo la polla bien dura. El fontanero cayó de
rodillas y compensó su vergüenza con una mamada apasionada. Javier hacía
movimientos obscenos con los brazos en jarra follándole la boca. Dada la
insipidez del fontanero por delante, Javier tuvo un impulso. “¡Te voy a
follar!”, soltó. El hombre se estremeció pero, como sin voluntad propia, dejó
que le agarrara el poco pesado cuerpo y lo pusiera contra la pared. Visto de
espaldas su figura parecía casi juvenil y el culo enjuto debió resultar
tentador para Javier. Cuando le metió un dedo enjabonado, el fontanero se
contrajo todo él. “Ya estás abierto”, dijo Javier para calmarlo. Se le echó
encima arrancándole un lastimero gemido. El poderoso culo de Javier se contraía
y distendía en el esfuerzo del bombeo. “¡Cómo tragas! ¡Qué me gusta!”,
exclamaba. “¿Sí?”, solo llegó a decir el fontanero que, sin embargo, afianzaba
las piernas y se ponía más en pompa. Javier arreaba con ganas y lo zamarreaba.
“¡Qué culo más rico! ¿Sientes mi polla?”. “Sííí, muy gorda”. “¡Estoy a cien! Me
falta poco”. “¿Se va a correr?”. “¿La quieres?”. “¡Démela!”. Javier pegó los
golpes finales resoplando y sujetando el desmadejado cuerpo. Cuando lo soltó,
el fontanero se tambaleó. “¡Quién iba a esperarse esto!”, se atrevió a
exclamar. “¿No te ha gustado?”, preguntó Javier risueño mientras volvía a abrir
el agua. “Mucho, mucho”, y ya estaba saliendo de la ducha. “Usa esa toalla”, le
indicó Javier. “¡Gracias! Me visto y sigo con el wáter… ¿Qué estará pensando el
otro señor?”. “Es muy comprensivo…”, contestó Javier irónico, seguro de mi
espionaje.
De todos modos ya me fui a la cocina como si
hubiera estado atareado todo el tiempo. Apareció Javier en puras pelotas. “¡Qué
descaro!”, le dije, “¿Qué tal el fontanero?”. “Un buen polvo que hemos echado”,
contestó ufano. “¿Lo conseguiste? ¿Y sigue vivo?”, pregunté haciéndome el
nuevo. “Como que no te he visto mirando por el espejo…”. No lo negué, claro. “Le
has puesto tanto entusiasmo…”. “Pues el tío tiene un culo que traga de
maravilla ¡Qué a gusto me lo he follado!”, concluyó Javier. Al cabo de un rato
el fontanero se asomó y quedó indeciso al ver que Javier seguía en cueros. Sin
querer mirarlo me dijo: “El wáter ya no le dará problemas”. “Estupendo. Ya me
mandará la factura”, contesté. Parecía que tenía prisa por desaparecer, pero Javier
le soltó: “¡Eh! Gracias por dejar que me duchara”. “Gracias a usted”, dijo todo
cortado.