Habíamos
dejado al comisario Jacinto en una situación que jamás podría haber imaginado.
En un lugar extraño, seguía sentado sobre un camastro, con las manos atadas y
unas pinzas con colgantes prendidas en los pezones. Pese a la unión de sus
muñecas, había logrado hacerse una paja, excitado mientras se veía, como en un
espejo, en la pantalla del televisor, que iba repitiendo la grabación en un
bucle. Tal como habían quedado, esperaba el regreso del chantajista y empezaba
a ponerse nervioso por su tardanza. No obstante si éste, como le había
asegurado, estaba dispuesto a dejarlo marchar sin más, en la certeza de que
Jacinto no iba a dar ningún paso en su contra, tal liberación no podía sino
traerle serios problemas. De ninguna forma cabía que se arriesgara a que ese
vídeo se difundiera. Pero tampoco podía dar por acabada su investigación cuando
hacía tan poco tiempo que se la habían encargado ¿Debería seguir un tiempo
pululando por los urinarios públicos para despistar? Aunque entonces podría ser
que volviera a darse con el extorsionador y éste pensara que no había desistido
de seguir detrás de él. Lo que con toda probabilidad daría lugar a que diera
cumplimiento a su amenaza de difusión.
Jacinto, sin
embargo, parecía tener predisposición a un cierto síndrome de Estocolmo, que lo
llevaba a confiar e incluso sentirse confortado con los hombres que ejercían
alguna forma de dominación sobre él. Por eso, ante los dilemas a los que se
enfrentaba, pensó que tal vez su secuestrador pudiera serle de alguna duda. Así
que la impaciencia por su retraso se iba debiendo menos al deseo de estar al
fin libre que al de poder recabar su asesoramiento. En consecuencia oyó con
alivio el ruido de la puerta metálica al abrirse y ser cerrada después. Una
mezcla de estupor y decepción invadió a Jacinto, sin embargo, cuando quien
accedió al cuarto no fue el esperado, sino un tipo alto y gordo de aspecto aún
más bravucón que el otro. Soltó una carcajada al ver sentado allí a Jacinto.
“¡Joder! Parece que estés esperando al novio”. Su mirada pasó al televisor, que
en ese momento mostraba a Jacinto chupando un pie. “¡Que fuerte!”, siguió
riendo, “Ya me habían dicho que esta peli es la coña”. Fue calmándose ya para
notificar a Jacinto: “El jefe me ha mandado para que te dé una vuelta… Le ha
salido un asuntillo y va a tardar más de la cuenta”. Jacinto preguntó
angustiado: “¿Entonces cuándo vendrá?”. “Cuando acabe con el viejo que se ha
ligado y lo ha llevado a su casa”. Jacinto pensó que aquello era toda una
organización y aún se sintió más atrapado. De todos modos se atrevió a pedir:
“Ya que estás aquí ¿podrías desatarme las manos? Yo no voy a hacer nada. Está
todo guardado bajo llave”. Jacinto elevó los brazos en gesto suplicante y el
otro se sacó del bolsillo una navaja y empezó a cortar las cuerdas. De pronto
se detuvo. “¡Joder, si están pringosas! No me digas que te la has estado
meneando viendo la tele”. Jacinto dijo humilde: “Lo siento… Es que estaba muy
nervioso”. “Por lo que me ha contado el jefe eso se te da mejor que el
espionaje”, comentó el hombre. Pero Jacinto ya pudo separar las manos y suspiró
aliviado. Aún le faltaba otra cosa y pidió: “¿Puedes quitarme con cuidado
también las pinzas?”. “Ya tienes manitas ¿no?”, replicó el otro. “Es que parece
que se me hayan pegado a la piel…”, explicó Jacinto. El hombre lo solucionó
rápido. Cogió con las dos manos las bolas colgantes y dio un fuerte tirón de
ambas “¡Listo!”. Jacinto vio las estrellas y se le saltaron las lágrimas.
Jacinto
había seguido sentando y el hombre dijo entonces: “¡Qué! ¿Me invitas a ver la
tele?”. Se desprendió de la cazadora, quedando con una camiseta que mostraba
unos brazos recios y velludos, y se dejó caer en el camastro pegado a Jacinto.
Divertido, iba comentando lo que aparecía. “¡Vaya mamada le estás haciendo!”,
“¡Mírate! Empalmando y dejándote poner
adornos”. Le pasó amistosamente un brazo sobre los hombros. “¡Cómo disfrutas el
rabo con las bolitas!”, “En ese culo te cabe de todo ¿eh vicioso?”. De pronto
se puso de pie. “En este sitio hace un calor de la hostia… Si me quedo como tú,
no te irá a molestar ¿verdad?”, soltó con recochineo. “¿Cómo me va a molestar
después de todo lo que estás viendo?”, dijo Jacinto con aparente indiferencia,
aunque suponía se trataba de un primer paso y que aquello podría ir a más. El
tipo se apañó por su cuenta para quedarse en pelotas y Jacinto quedó
impresionado. “¡Vaya tío! Si es en todo casi el doble de grande que el otro…”,
pensó. Volvió a sentarse y esta vez le cogió una mano a Jacinto y la puso en su
entrepierna. “Ve tocándome un poco, que ahora debe venir lo más fuerte”. A
Jacinto casi le sirvió para calmar los nervios ir removiendo los dedos por el
abundante pelambre y palpar unos huevos y una polla de tamaño extragrande. Sin
embargo el hombre se llevó un chasco cuando, dispuesto a regodearse viendo a su
jefe dar por el culo a Jacinto, que era la esperada escena más morbosa, la
grabación se interrumpió y volvió al principio. “¿No te folló el jefe?”,
preguntó extrañado. “Y tanto que lo hizo”, reconoció Jacinto, “Pero quiso que,
mientras lo hacía, empezara ya a enterarme de que todo lo anterior estaba
gravado”. “¡Me cago en…! Con el calentón que me estaba entrando”, se lamentó el
hombre.
Mientras se
repetía por enésima vez en el televisor el striptease inicial de Jacinto, el
brazo de hombre, ahora completamente desnudo, que había vuelto a rodear el
cuello de Jacinto, se fue desplazando poco a poco por la espalda hasta llegar a
la rabadilla. Y no pudo seguir de momento porque la mano quedó parada al dar
con el colchón. Pero Jacinto se lo veía ya venir y más al haber conseguido con
su manoseo que la polla del hombre se pusiera descomunal. En efecto éste, si
bien no exigió, optó por la persuasión. Así que se inventó sobre la marcha una
máxima. “Lo que no ha quedado gravado es como si no hubiera pasado ¿no te
parece?”. Jacinto no lo veía tan claro y lo que sí notaba era que la mano del
hombre, haciendo presión en el colchón, ya se le había metido debajo de culo y
un dedo le pasaba más adentro de la raja. Sin embargo, en cierta forma
agradecía que este tipo no fuera excesivamente brusco y, con el día que
llevaba, más le valía darle facilidades. “Así que te gustaría follarme también
¿no?”, dijo con el dedo del otro bien clavado. Jacinto dio un respigo cuando lo
sacó de repente para ponerse de pie, tomando como un ofrecimiento la sugerencia
de Jacinto. “¡No veas! Mira cómo me he puesto ya”. La verga que el hombre exhibía
no dejaba de resultar mareante, pero Jacinto no se iba a arredrar ya ante ese
detalle. “¿Cómo quieres hacerlo?”, preguntó solícito. “¡Échate bocabajo, que te
voy a planchar!”, fue la elección del hombre, que hizo pensar a Jacinto que,
con aquel corpachón encima, no lo podía haber expresado mejor. Se colocó bien
estirado, todo lo que le permitían las abolladuras del no demasiado confortable
colchón y su propia barriga. El hombre lo abordó por los pies y primero le
separó las nalgas para echarle un escupitajo en la raja. Siguió trepando sobre
Jacinto a quien, a medida que el otro avanzaba, se le iba cortando la
respiración. Notó cómo la tiesa verga se abría paso entre sus muslos y le iba
entrando entera. Él mismo, con la experiencia adquirida ya, removía el culo
para que se encajara a gusto. El hombre lo aprovechó desde luego y se puso a
bombear entusiasmado. “¡Hostia, cómo tragas!”. Jacinto resistía los embates y,
a pesar de la difícil situación en que había acabado metido, no podía menos que
reconocer que una buena polla trabajándole el culo llegaba a entonarlo. Así
que, cuando el hombre empezó a emitir un atropellado jadeo, ladeando la cara
aplastada le espetó: “Por mí no tengas prisa… Total, si hemos de esperar a tu
jefe…”. Pero la calentura del otro ya no
daba más de sí y, con unos arrebatos que hacían peligrar la resistencia del
camastro, se entregó a una espasmódica descarga.
Tras ella,
el hombretón fue desplazando el cuerpo con pesadez para bajar del estrecho
camastro. Logró equilibrarse de pie junto a Jacinto, todavía bien aplanado.
“¡Joder, qué buen polvo!”. En un gesto de generosidad, le acercó a la cara la
polla goteante. “¡Mira! Aún queda leche ¿La quieres?”. Jacinto, mecánicamente,
se puso a lamer y chupetear el empapado capullo. “¡Uy! Como sigas me voy a
correr otra vez”, soltó el hombre disfrutando de la propina. Pero Jacinto ya
necesitaba desentumecerse e ir sentándose de nuevo en el camastro. Enseguida
volvieron a acuciarle sus problemas, a lo que se añadía la sed y las ganas de
orinar. Solo se atrevió a preguntar: “¿Tardará mucho tu jefe?”. “¡Cualquiera
sabe!”, contestó el otro flemático. “Es que llevo horas aquí y voy
necesitando…”, empezó a reclamar Jacinto. “¡Claro!”, lo interrumpió el hombre,
“No hay ni agua”. Pensó unos segundos y añadió: “¡Vamos a hacer una cosa!...
¿No intentarás nada raro si salgo un momento y te traigo agua y un bocata?”.
“¡¿Qué quieres que haga?! Si estoy bien atrapado”, se lamentó Jacinto. El hombre se vistió rápidamente y, cuando abrió
la puerta que daba al garaje, Jacinto le pidió: “¡Oye! ¿Dónde podría orinar?”.
El otro rebuscó y volvió con una garrafa de boca ancha. “Apáñate con esto”. Ya
cerró esa puerta y, mientras oía el ruido de la exterior, Jacinto pudo al fin
vaciar la vejiga.
Aliviado al
menos en eso, a Jacinto empezó a darle vueltas la cabeza. ¿Por qué el
extorsionador seguía sin darse prisa en soltarlo? Claro que él tenía en parte
la culpa al querer quedarse viendo el vídeo. Por otra parte ¿podría buscar
alguna ayuda del subordinado, que parecía más tratable? Aunque, de todos modos,
el jefe iba a continuar teniendo la sartén por el mango al guardar a buen
recaudo la dichosa película. En conclusión, no le quedaba más que esperar
acontecimientos y conseguir algún tipo de acuerdo que no lo comprometiera demasiado
con el extorsionador ni con sus superiores. No pudo reflexionar más sin embargo
porque el segundo hombre no tardó en volver. Traía una botella grande de agua y
un bocadillo grasiento envuelto en plástico. Jacinto echó mano enseguida del
agua y bebió con gusto. El hombre se le quedó mirando. “Ahora que te has
refrescado la boca, podías devolverme el favor”. Jacinto resignado soltó la
botella. “¿Qué quieres?”. “Una mamadita me vendría de coña… Seguir viéndote en
pelotas me ha hecho volver las ganas”. Jacinto, que no llegaba a entender que
su desnudez resultara tan erótica, se aprestó a complacerlo. “¡Venga! ¿Cómo te
pones?”. El hombre se bajó los pantalones y se sentó abierto de piernas en el
taburete. Jacinto recordó que era más o menos lo mismo que había hecho el jefe,
y se dijo que el de ahora, mucho más buena persona, se merecía una no menor
atención por su parte. Eso sí, tuvo la precaución de poner un trapo doblado en
el áspero suelo para arrodillarse sin que las irregularidades lo torturaran. La
polla colgaba todavía morcillona y Jacinto se dispuso a vigorizarla con un
experto manoseo. “¡La boca, la boca!”, lo apremió sin embargo el hombre. Así
que Jacinto se afanó en la mamada con el buen hacer que había ido aprendiendo.
“¡Joder, qué gusto me estás dando! Casi mejor que la follada de antes”,
proclamó el hombre. Y, como entonces, fue llenando de abundante leche esta vez
la boca de Jacinto, que la tragó disciplinadamente.
Uno vez
vaciado de nuevo, el hombre se subió los pantalones. “Ahora ya a esperar al
jefe”. Jacinto, que acababa de dar un nuevo trago al agua, tuvo una curiosidad.
“¿Le parecería mal lo que has estado haciendo conmigo?”. “¡No, qué va! Si ya me
dijo que me lo pasara bien mientras tanto”, contestó el hombre. “¡Sí que lo has
cumplido, sí!”, pensó Jacinto. Quien aprovechó para sugerir: “¿No podría
vestirme yo también?…Por ganar tiempo lo digo”. “Tu ropa está en el armario y
él tiene la llave”, le recordó el hombre, “Así seguiremos disfrutando de tus
encantos”. Jacinto se preguntó: “¿Esto último va en coña o se debe a su
inexplicable aptitud para poner cachondos a los tipos más insospechados?”.
Fuera como
fuese, Jacinto le hincó el diente al bocadillo de atún con pimientos, generosa
aportación de su guardián, dado que, con la actividad desplegada, necesitaba un
refuerzo. Tuvo el detalle sin embargo de ofrecerle la mitad al otro, que la
aceptó gustoso. Mientras zampaban en silencio, las miradas se les perdían en el
televisor, que reproducía por enésima vez la inserción del rabo de cerdo en el
culo de Jacinto.
Al fin se
oyeron los ruidos de la puerta metálica. Ya no cabía duda de que no podía
tratarse sino del jefe extorsionador. Éste en efecto apareció con una bolsa de
deportes y respondió exultante a la pregunta del colaborador, “¿Qué tal te ha
ido?”. “¡De puta madre! Y más no teniendo a este sabueso pisándome los
talones”. Esto último lo dirigió con ironía a Jacinto. Se fue directo al
armario para guardar la bolsa y, antes de cerrar, sacó un ostentoso reloj
dorado que entregó al subalterno. “¡Toma! A ti que te gustan estas cosas”. Ya
se encaró con el despelotado Jacinto. “¿Qué? ¿Has disfrutado viéndote de
protagonista?”. El asentimiento mudo y contrito de Jacinto lo completó el
guardián. “Si se había hecho una paja cuando llegué… hasta con las manos
atadas”. El jefe soltó una risotada. “¡Vaya con el poli! Le puede la
calentura”. El guardián, ufano de la misión asignada, comentó: “Pero será un
pez gordo ¿no?”. “¿Pez gordo éste?”, se burló el jefe, “Más bien un pardillo…
Aunque me va a ser bastante útil ¿verdad?”. Interpelado Jacinto, respondió: “De
eso habíamos hablado, sí”.
De momento
el extorsionador dejó aparcado el tema y se interesó por lo ocurrido en su
ausencia. “¡Bueno! ¿Y se ha portado bien?”, preguntó al subalterno. “De eso no
tengo queja”, contestó éste, “¡Cómo traga el tío, se la metas por donde se la
metas!”. “¡Lastima no haberlo gravado también! ¿A que sí?”, se burló el jefe.
“Ya tienes bastante ¿no?”, se lamentó Jacinto al recordar la amenaza pendiente.
Un impase momentáneo sirvió para que cada uno estuviera en la posición que le
correspondía. El jefe ocupó el taburete frente a Jacinto que, en actitud
sumisa, seguía sentado en el camastro. El vigilante, por su parte, entendiendo
que se trataba ya de un asunto entre los otros dos, se mantuvo discretamente
apartado, con el culo apoyado en la repisa que sujetaba la cocinilla, aunque
atento a todo lo que se cocía.
El jefe le
dijo a Jacinto con tono amenazante: “Ya que has seguido aquí ¿querrás que te
vuelva a dejar claro lo que espero de ti?”. Jacinto se lo pensó antes de
responder. “Que no voy a hablar a nadie de esto lo tengo claro… Pero es que
habré de seguir investigando, aunque no sea más que para despistar, y no
quisiera que haya malentendidos…”. “Tú eres el listo ¿no? Ya te apañarás”, dijo
burlón el otro. Jacinto no tuvo más remedio que reconocer su falta de ideas y
pedir humildemente: “¿No se te ocurre algo que puedas sugerirme?”. La carcajada
del hombre achantó a Jacinto. “¡Esta sí que es buena!”, exclamó, “¿Ahora tengo
yo que enseñarte cómo burlar a tus jefes?”. Jacinto se esforzó en seguir
hablando. “Es que como tú conoces muy bien el ambiente en que te mueves… a lo
mejor sabes de un trabajillo que pudiera hacer para cubrir el expediente y así
no habría peligro de que te molestara”.
Lo que no
esperaba Jacinto, y ni siquiera el jefe, fue la intervención del subalterno.
“Con permiso, a mí se me ha ocurrido algo”, soltó. El jefe lo miró con
escepticismo. “A ver por donde sales”. Y a Jacinto se le aceleró el corazón.
“El hombre este me ha caído bien y no creo que tenga mala fe”, declaró el
guardián como introducción a su plan. El jefe lo cortó en tono burlón. “¡Sí que
te ha debido dejar a gusto! ¿Tú también eres de los que piensan con la polla?”.
Pero el otro no se arredró. “Escuchadme y a ver qué os parece mi plan”.
“¡Venga, desembucha, lumbrera!”, admitió el jefe, por diversión más que otra
cosa. El guardián, pensándose las palabras, prosiguió. “El poli aquí presente
que siga haciendo como que investiga por los meaderos públicos durante unos
días. Y cuando lo acordemos, me dejo caer por allí haciéndome el despistado. El
madero entonces avisa a una patrulla para que proceda a mi detención como
sospechoso de ser el que se camela a los vejetes…”. Jacinto escuchaba con
atención, pero el jefe interrumpió el discurso con un estallido de asombro.
“¡Eso sí que ha sido un encoñamiento a primera vista! ¿Te quieres sacrificar
por tu amor?”. “¡Quita, hombre!”, lo atajó el guardián, “No será la primera vez
que pase por el cuartelillo… No por asuntos como el tuyo, que en eso te respeto
la exclusiva”. Para seguir desdramatizando, glosó: “Si hasta me lo paso bien… A
más de un colega le he dado por el culo en el calabozo, mientras los guardias
hacían la vista gorda”. “¿Y de allí quién te saca?”, preguntó el jefe ya más
interesado. “Como harán una rueda de reconocimiento con los denunciantes,
ninguno me confundirá contigo… Y ya a la calle otra vez”, concluyó el guardián
orgulloso de su ingenio.
Jefe y
subalterno miraron ahora a Jacinto cuya mente trabajaba. “¿Qué piensa Sherlock
Holmes de la triquiñuela?”, lo interrogó con sorna el primero. Jacinto meditó
la respuesta. “No es que vaya a quedar muy airoso… Pero verán que me he
esforzado y acabarán disculpando mi equivocación. Probablemente el asunto quedará
olvidado…”. “Y más te valdrá que así sea”, sentenció el jefe. El guardián,
encantado de que su idea hubiera fructificado, se permitió incluso una broma.
Se puso al lado del jefe y le preguntó a Jacinto: “No nos parecemos mucho
¿verdad?”. Jacinto calibró que era bastante más voluminoso y alto que el jefe,
aunque en la pinta de facinerosos estaban así así. Pero dijo con rotundidad:
“¡Qué va! Imposible tomar uno por otro”. El jefe concluyó: “¡Allá vosotros!
Esperemos que resulte el experimento… Para bien de todos”.
Jacinto vio
con alivio que el jefe abriera el armario, en el que, no solo dejó por fin
apagado el televisor, sino que además sacó la ropa confiscada. Mientras se
vestía, Jacinto estuvo a punto de emocionarse. A ver si salía de aquella
pesadilla… El jefe dijo: “Ya os podéis ir los dos y así os ponéis de acuerdo…
Yo me quedo guardando todo esto”. Y despidió a Jacinto: “Espero no volver a
verte en la vida… aunque siempre me quedará el vídeo, por si acaso”.
Por fin en
la calle, Jacinto no pudo menos que mostrar su agradecimiento al guardián. “Con
tu idea me has quitado un gran peso de encima… Si funciona, no quedaré
demasiado mal parado”. “¡Sí, hombre sí!”, exclamó el otro dándole un afectuoso
achuchón, “Va a ser pan comido”. Pareció además no tener prisa en separarse de
Jacinto. “¡Venga! Te invito a una copa y así acordamos el plan a seguir”.
Aunque se sentía agotado y sucio, Jacinto aceptó el ofrecimiento. Lo que no se
esperaba era su concreción. “Iremos a un bar de ambiente”, dijo el guardián.
“¿Ambiente de qué?”, preguntó el ingenuo Jacinto. “¡¿De qué va a ser?! De
hombres como tú y como yo”, replicó el otro.
Fueron
entonces a un local que el guardián conocía bien. Poca luz y música estridente
aturdieron a Jacinto, que se vio con unos brazos rodeándole el cuello y una
lengua que se le metía en la boca. Cuando el otro se cansó del morreo, comentó:
“Aquí estaremos bien”. Jacinto trató de calmarlo. “Pero tenemos que fijar día y
hora para coordinarnos”. “Eso mejor con una copa”. Y por su cuenta el guardián
pidió dos gin-tonics. La verdad es que la bebida entonó algo a Jacinto, que se
dejó meter mano en el paquete. “Allí encerrado la tenías muy pocha, pero ya te
la podré dura”, le decía el sobón. “Ya me había hecho una paja”, se justificó
Jacinto. “¿No me corrí yo dos veces? En tu culo y en tu boca”, fardó el otro.
“He tenido un día muy duro… Ya habrá ocasión”, trató de escurrirse Jacinto,
“Además no es prudente que nos vean juntos”. “¡Vaaale! Pero cuando haya quedado
clara mi inocencia nos daremos unos buenos revolcones”, auguró el guardián.
Finalmente convinieron en que Jacinto seguiría con su trabajo ficticio durante
un par de días y que, al tercero, haría acto de presencia el guardián para
dejarse detener. Con gran sentimiento por parte de éste, hubieron de separarse
y Jacinto buscó con ansia el cobijo de su casa para recuperarse y rebajar la
tensión de la accidentada jornada.
Muy bueno, me gusto mucho, espero hayas mas sobre el comisario y que siga aprendiendo nuevas cosas
ResponderEliminarCaramba, vaya con el final. Jacinto la saco muy facil esta vez, jejeje. Ya espero leer la siguiente parte, y ver si hacen un trio o algo bien morboso.
ResponderEliminarexcelente saga, no pares nunca. Siempre expectante de todo lo que publicás. Me encanta!
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