lunes, 2 de julio de 2018

El comisario cierra el círculo (1) (8)

Habíamos dejado al comisario Jacinto en una situación que jamás podría haber imaginado. En un lugar extraño, seguía sentado sobre un camastro, con las manos atadas y unas pinzas con colgantes prendidas en los pezones. Pese a la unión de sus muñecas, había logrado hacerse una paja, excitado mientras se veía, como en un espejo, en la pantalla del televisor, que iba repitiendo la grabación en un bucle. Tal como habían quedado, esperaba el regreso del chantajista y empezaba a ponerse nervioso por su tardanza. No obstante si éste, como le había asegurado, estaba dispuesto a dejarlo marchar sin más, en la certeza de que Jacinto no iba a dar ningún paso en su contra, tal liberación no podía sino traerle serios problemas. De ninguna forma cabía que se arriesgara a que ese vídeo se difundiera. Pero tampoco podía dar por acabada su investigación cuando hacía tan poco tiempo que se la habían encargado ¿Debería seguir un tiempo pululando por los urinarios públicos para despistar? Aunque entonces podría ser que volviera a darse con el extorsionador y éste pensara que no había desistido de seguir detrás de él. Lo que con toda probabilidad daría lugar a que diera cumplimiento a su amenaza de difusión.

Jacinto, sin embargo, parecía tener predisposición a un cierto síndrome de Estocolmo, que lo llevaba a confiar e incluso sentirse confortado con los hombres que ejercían alguna forma de dominación sobre él. Por eso, ante los dilemas a los que se enfrentaba, pensó que tal vez su secuestrador pudiera serle de alguna duda. Así que la impaciencia por su retraso se iba debiendo menos al deseo de estar al fin libre que al de poder recabar su asesoramiento. En consecuencia oyó con alivio el ruido de la puerta metálica al abrirse y ser cerrada después. Una mezcla de estupor y decepción invadió a Jacinto, sin embargo, cuando quien accedió al cuarto no fue el esperado, sino un tipo alto y gordo de aspecto aún más bravucón que el otro. Soltó una carcajada al ver sentado allí a Jacinto. “¡Joder! Parece que estés esperando al novio”. Su mirada pasó al televisor, que en ese momento mostraba a Jacinto chupando un pie. “¡Que fuerte!”, siguió riendo, “Ya me habían dicho que esta peli es la coña”. Fue calmándose ya para notificar a Jacinto: “El jefe me ha mandado para que te dé una vuelta… Le ha salido un asuntillo y va a tardar más de la cuenta”. Jacinto preguntó angustiado: “¿Entonces cuándo vendrá?”. “Cuando acabe con el viejo que se ha ligado y lo ha llevado a su casa”. Jacinto pensó que aquello era toda una organización y aún se sintió más atrapado. De todos modos se atrevió a pedir: “Ya que estás aquí ¿podrías desatarme las manos? Yo no voy a hacer nada. Está todo guardado bajo llave”. Jacinto elevó los brazos en gesto suplicante y el otro se sacó del bolsillo una navaja y empezó a cortar las cuerdas. De pronto se detuvo. “¡Joder, si están pringosas! No me digas que te la has estado meneando viendo la tele”. Jacinto dijo humilde: “Lo siento… Es que estaba muy nervioso”. “Por lo que me ha contado el jefe eso se te da mejor que el espionaje”, comentó el hombre. Pero Jacinto ya pudo separar las manos y suspiró aliviado. Aún le faltaba otra cosa y pidió: “¿Puedes quitarme con cuidado también las pinzas?”. “Ya tienes manitas ¿no?”, replicó el otro. “Es que parece que se me hayan pegado a la piel…”, explicó Jacinto. El hombre lo solucionó rápido. Cogió con las dos manos las bolas colgantes y dio un fuerte tirón de ambas “¡Listo!”. Jacinto vio las estrellas y se le saltaron las lágrimas.

Jacinto había seguido sentando y el hombre dijo entonces: “¡Qué! ¿Me invitas a ver la tele?”. Se desprendió de la cazadora, quedando con una camiseta que mostraba unos brazos recios y velludos, y se dejó caer en el camastro pegado a Jacinto. Divertido, iba comentando lo que aparecía. “¡Vaya mamada le estás haciendo!”, “¡Mírate! Empalmando y  dejándote poner adornos”. Le pasó amistosamente un brazo sobre los hombros. “¡Cómo disfrutas el rabo con las bolitas!”, “En ese culo te cabe de todo ¿eh vicioso?”. De pronto se puso de pie. “En este sitio hace un calor de la hostia… Si me quedo como tú, no te irá a molestar ¿verdad?”, soltó con recochineo. “¿Cómo me va a molestar después de todo lo que estás viendo?”, dijo Jacinto con aparente indiferencia, aunque suponía se trataba de un primer paso y que aquello podría ir a más. El tipo se apañó por su cuenta para quedarse en pelotas y Jacinto quedó impresionado. “¡Vaya tío! Si es en todo casi el doble de grande que el otro…”, pensó. Volvió a sentarse y esta vez le cogió una mano a Jacinto y la puso en su entrepierna. “Ve tocándome un poco, que ahora debe venir lo más fuerte”. A Jacinto casi le sirvió para calmar los nervios ir removiendo los dedos por el abundante pelambre y palpar unos huevos y una polla de tamaño extragrande. Sin embargo el hombre se llevó un chasco cuando, dispuesto a regodearse viendo a su jefe dar por el culo a Jacinto, que era la esperada escena más morbosa, la grabación se interrumpió y volvió al principio. “¿No te folló el jefe?”, preguntó extrañado. “Y tanto que lo hizo”, reconoció Jacinto, “Pero quiso que, mientras lo hacía, empezara ya a enterarme de que todo lo anterior estaba gravado”. “¡Me cago en…! Con el calentón que me estaba entrando”, se lamentó el hombre.

Mientras se repetía por enésima vez en el televisor el striptease inicial de Jacinto, el brazo de hombre, ahora completamente desnudo, que había vuelto a rodear el cuello de Jacinto, se fue desplazando poco a poco por la espalda hasta llegar a la rabadilla. Y no pudo seguir de momento porque la mano quedó parada al dar con el colchón. Pero Jacinto se lo veía ya venir y más al haber conseguido con su manoseo que la polla del hombre se pusiera descomunal. En efecto éste, si bien no exigió, optó por la persuasión. Así que se inventó sobre la marcha una máxima. “Lo que no ha quedado gravado es como si no hubiera pasado ¿no te parece?”. Jacinto no lo veía tan claro y lo que sí notaba era que la mano del hombre, haciendo presión en el colchón, ya se le había metido debajo de culo y un dedo le pasaba más adentro de la raja. Sin embargo, en cierta forma agradecía que este tipo no fuera excesivamente brusco y, con el día que llevaba, más le valía darle facilidades. “Así que te gustaría follarme también ¿no?”, dijo con el dedo del otro bien clavado. Jacinto dio un respigo cuando lo sacó de repente para ponerse de pie, tomando como un ofrecimiento la sugerencia de Jacinto. “¡No veas! Mira cómo me he puesto ya”. La verga que el hombre exhibía no dejaba de resultar mareante, pero Jacinto no se iba a arredrar ya ante ese detalle. “¿Cómo quieres hacerlo?”, preguntó solícito. “¡Échate bocabajo, que te voy a planchar!”, fue la elección del hombre, que hizo pensar a Jacinto que, con aquel corpachón encima, no lo podía haber expresado mejor. Se colocó bien estirado, todo lo que le permitían las abolladuras del no demasiado confortable colchón y su propia barriga. El hombre lo abordó por los pies y primero le separó las nalgas para echarle un escupitajo en la raja. Siguió trepando sobre Jacinto a quien, a medida que el otro avanzaba, se le iba cortando la respiración. Notó cómo la tiesa verga se abría paso entre sus muslos y le iba entrando entera. Él mismo, con la experiencia adquirida ya, removía el culo para que se encajara a gusto. El hombre lo aprovechó desde luego y se puso a bombear entusiasmado. “¡Hostia, cómo tragas!”. Jacinto resistía los embates y, a pesar de la difícil situación en que había acabado metido, no podía menos que reconocer que una buena polla trabajándole el culo llegaba a entonarlo. Así que, cuando el hombre empezó a emitir un atropellado jadeo, ladeando la cara aplastada le espetó: “Por mí no tengas prisa… Total, si hemos de esperar a tu jefe…”.  Pero la calentura del otro ya no daba más de sí y, con unos arrebatos que hacían peligrar la resistencia del camastro, se entregó a una espasmódica descarga.

Tras ella, el hombretón fue desplazando el cuerpo con pesadez para bajar del estrecho camastro. Logró equilibrarse de pie junto a Jacinto, todavía bien aplanado. “¡Joder, qué buen polvo!”. En un gesto de generosidad, le acercó a la cara la polla goteante. “¡Mira! Aún queda leche ¿La quieres?”. Jacinto, mecánicamente, se puso a lamer y chupetear el empapado capullo. “¡Uy! Como sigas me voy a correr otra vez”, soltó el hombre disfrutando de la propina. Pero Jacinto ya necesitaba desentumecerse e ir sentándose de nuevo en el camastro. Enseguida volvieron a acuciarle sus problemas, a lo que se añadía la sed y las ganas de orinar. Solo se atrevió a preguntar: “¿Tardará mucho tu jefe?”. “¡Cualquiera sabe!”, contestó el otro flemático. “Es que llevo horas aquí y voy necesitando…”, empezó a reclamar Jacinto. “¡Claro!”, lo interrumpió el hombre, “No hay ni agua”. Pensó unos segundos y añadió: “¡Vamos a hacer una cosa!... ¿No intentarás nada raro si salgo un momento y te traigo agua y un bocata?”. “¡¿Qué quieres que haga?! Si estoy bien atrapado”, se lamentó Jacinto. El  hombre se vistió rápidamente y, cuando abrió la puerta que daba al garaje, Jacinto le pidió: “¡Oye! ¿Dónde podría orinar?”. El otro rebuscó y volvió con una garrafa de boca ancha. “Apáñate con esto”. Ya cerró esa puerta y, mientras oía el ruido de la exterior, Jacinto pudo al fin vaciar la vejiga.

Aliviado al menos en eso, a Jacinto empezó a darle vueltas la cabeza. ¿Por qué el extorsionador seguía sin darse prisa en soltarlo? Claro que él tenía en parte la culpa al querer quedarse viendo el vídeo. Por otra parte ¿podría buscar alguna ayuda del subordinado, que parecía más tratable? Aunque, de todos modos, el jefe iba a continuar teniendo la sartén por el mango al guardar a buen recaudo la dichosa película. En conclusión, no le quedaba más que esperar acontecimientos y conseguir algún tipo de acuerdo que no lo comprometiera demasiado con el extorsionador ni con sus superiores. No pudo reflexionar más sin embargo porque el segundo hombre no tardó en volver. Traía una botella grande de agua y un bocadillo grasiento envuelto en plástico. Jacinto echó mano enseguida del agua y bebió con gusto. El hombre se le quedó mirando. “Ahora que te has refrescado la boca, podías devolverme el favor”. Jacinto resignado soltó la botella. “¿Qué quieres?”. “Una mamadita me vendría de coña… Seguir viéndote en pelotas me ha hecho volver las ganas”. Jacinto, que no llegaba a entender que su desnudez resultara tan erótica, se aprestó a complacerlo. “¡Venga! ¿Cómo te pones?”. El hombre se bajó los pantalones y se sentó abierto de piernas en el taburete. Jacinto recordó que era más o menos lo mismo que había hecho el jefe, y se dijo que el de ahora, mucho más buena persona, se merecía una no menor atención por su parte. Eso sí, tuvo la precaución de poner un trapo doblado en el áspero suelo para arrodillarse sin que las irregularidades lo torturaran. La polla colgaba todavía morcillona y Jacinto se dispuso a vigorizarla con un experto manoseo. “¡La boca, la boca!”, lo apremió sin embargo el hombre. Así que Jacinto se afanó en la mamada con el buen hacer que había ido aprendiendo. “¡Joder, qué gusto me estás dando! Casi mejor que la follada de antes”, proclamó el hombre. Y, como entonces, fue llenando de abundante leche esta vez la boca de Jacinto, que la tragó disciplinadamente.

Uno vez vaciado de nuevo, el hombre se subió los pantalones. “Ahora ya a esperar al jefe”. Jacinto, que acababa de dar un nuevo trago al agua, tuvo una curiosidad. “¿Le parecería mal lo que has estado haciendo conmigo?”. “¡No, qué va! Si ya me dijo que me lo pasara bien mientras tanto”, contestó el hombre. “¡Sí que lo has cumplido, sí!”, pensó Jacinto. Quien aprovechó para sugerir: “¿No podría vestirme yo también?…Por ganar tiempo lo digo”. “Tu ropa está en el armario y él tiene la llave”, le recordó el hombre, “Así seguiremos disfrutando de tus encantos”. Jacinto se preguntó: “¿Esto último va en coña o se debe a su inexplicable aptitud para poner cachondos a los tipos más insospechados?”.

Fuera como fuese, Jacinto le hincó el diente al bocadillo de atún con pimientos, generosa aportación de su guardián, dado que, con la actividad desplegada, necesitaba un refuerzo. Tuvo el detalle sin embargo de ofrecerle la mitad al otro, que la aceptó gustoso. Mientras zampaban en silencio, las miradas se les perdían en el televisor, que reproducía por enésima vez la inserción del rabo de cerdo en el culo de Jacinto.

Al fin se oyeron los ruidos de la puerta metálica. Ya no cabía duda de que no podía tratarse sino del jefe extorsionador. Éste en efecto apareció con una bolsa de deportes y respondió exultante a la pregunta del colaborador, “¿Qué tal te ha ido?”. “¡De puta madre! Y más no teniendo a este sabueso pisándome los talones”. Esto último lo dirigió con ironía a Jacinto. Se fue directo al armario para guardar la bolsa y, antes de cerrar, sacó un ostentoso reloj dorado que entregó al subalterno. “¡Toma! A ti que te gustan estas cosas”. Ya se encaró con el despelotado Jacinto. “¿Qué? ¿Has disfrutado viéndote de protagonista?”. El asentimiento mudo y contrito de Jacinto lo completó el guardián. “Si se había hecho una paja cuando llegué… hasta con las manos atadas”. El jefe soltó una risotada. “¡Vaya con el poli! Le puede la calentura”. El guardián, ufano de la misión asignada, comentó: “Pero será un pez gordo ¿no?”. “¿Pez gordo éste?”, se burló el jefe, “Más bien un pardillo… Aunque me va a ser bastante útil ¿verdad?”. Interpelado Jacinto, respondió: “De eso habíamos hablado, sí”.

De momento el extorsionador dejó aparcado el tema y se interesó por lo ocurrido en su ausencia. “¡Bueno! ¿Y se ha portado bien?”, preguntó al subalterno. “De eso no tengo queja”, contestó éste, “¡Cómo traga el tío, se la metas por donde se la metas!”. “¡Lastima no haberlo gravado también! ¿A que sí?”, se burló el jefe. “Ya tienes bastante ¿no?”, se lamentó Jacinto al recordar la amenaza pendiente. Un impase momentáneo sirvió para que cada uno estuviera en la posición que le correspondía. El jefe ocupó el taburete frente a Jacinto que, en actitud sumisa, seguía sentado en el camastro. El vigilante, por su parte, entendiendo que se trataba ya de un asunto entre los otros dos, se mantuvo discretamente apartado, con el culo apoyado en la repisa que sujetaba la cocinilla, aunque atento a todo lo que se cocía.

El jefe le dijo a Jacinto con tono amenazante: “Ya que has seguido aquí ¿querrás que te vuelva a dejar claro lo que espero de ti?”. Jacinto se lo pensó antes de responder. “Que no voy a hablar a nadie de esto lo tengo claro… Pero es que habré de seguir investigando, aunque no sea más que para despistar, y no quisiera que haya malentendidos…”. “Tú eres el listo ¿no? Ya te apañarás”, dijo burlón el otro. Jacinto no tuvo más remedio que reconocer su falta de ideas y pedir humildemente: “¿No se te ocurre algo que puedas sugerirme?”. La carcajada del hombre achantó a Jacinto. “¡Esta sí que es buena!”, exclamó, “¿Ahora tengo yo que enseñarte cómo burlar a tus jefes?”. Jacinto se esforzó en seguir hablando. “Es que como tú conoces muy bien el ambiente en que te mueves… a lo mejor sabes de un trabajillo que pudiera hacer para cubrir el expediente y así no habría peligro de que te molestara”.

Lo que no esperaba Jacinto, y ni siquiera el jefe, fue la intervención del subalterno. “Con permiso, a mí se me ha ocurrido algo”, soltó. El jefe lo miró con escepticismo. “A ver por donde sales”. Y a Jacinto se le aceleró el corazón. “El hombre este me ha caído bien y no creo que tenga mala fe”, declaró el guardián como introducción a su plan. El jefe lo cortó en tono burlón. “¡Sí que te ha debido dejar a gusto! ¿Tú también eres de los que piensan con la polla?”. Pero el otro no se arredró. “Escuchadme y a ver qué os parece mi plan”. “¡Venga, desembucha, lumbrera!”, admitió el jefe, por diversión más que otra cosa. El guardián, pensándose las palabras, prosiguió. “El poli aquí presente que siga haciendo como que investiga por los meaderos públicos durante unos días. Y cuando lo acordemos, me dejo caer por allí haciéndome el despistado. El madero entonces avisa a una patrulla para que proceda a mi detención como sospechoso de ser el que se camela a los vejetes…”. Jacinto escuchaba con atención, pero el jefe interrumpió el discurso con un estallido de asombro. “¡Eso sí que ha sido un encoñamiento a primera vista! ¿Te quieres sacrificar por tu amor?”. “¡Quita, hombre!”, lo atajó el guardián, “No será la primera vez que pase por el cuartelillo… No por asuntos como el tuyo, que en eso te respeto la exclusiva”. Para seguir desdramatizando, glosó: “Si hasta me lo paso bien… A más de un colega le he dado por el culo en el calabozo, mientras los guardias hacían la vista gorda”. “¿Y de allí quién te saca?”, preguntó el jefe ya más interesado. “Como harán una rueda de reconocimiento con los denunciantes, ninguno me confundirá contigo… Y ya a la calle otra vez”, concluyó el guardián orgulloso de su ingenio.

Jefe y subalterno miraron ahora a Jacinto cuya mente trabajaba. “¿Qué piensa Sherlock Holmes de la triquiñuela?”, lo interrogó con sorna el primero. Jacinto meditó la respuesta. “No es que vaya a quedar muy airoso… Pero verán que me he esforzado y acabarán disculpando mi equivocación. Probablemente el asunto quedará olvidado…”. “Y más te valdrá que así sea”, sentenció el jefe. El guardián, encantado de que su idea hubiera fructificado, se permitió incluso una broma. Se puso al lado del jefe y le preguntó a Jacinto: “No nos parecemos mucho ¿verdad?”. Jacinto calibró que era bastante más voluminoso y alto que el jefe, aunque en la pinta de facinerosos estaban así así. Pero dijo con rotundidad: “¡Qué va! Imposible tomar uno por otro”. El jefe concluyó: “¡Allá vosotros! Esperemos que resulte el experimento… Para bien de todos”.

Jacinto vio con alivio que el jefe abriera el armario, en el que, no solo dejó por fin apagado el televisor, sino que además sacó la ropa confiscada. Mientras se vestía, Jacinto estuvo a punto de emocionarse. A ver si salía de aquella pesadilla… El jefe dijo: “Ya os podéis ir los dos y así os ponéis de acuerdo… Yo me quedo guardando todo esto”. Y despidió a Jacinto: “Espero no volver a verte en la vida… aunque siempre me quedará el vídeo, por si acaso”.

Por fin en la calle, Jacinto no pudo menos que mostrar su agradecimiento al guardián. “Con tu idea me has quitado un gran peso de encima… Si funciona, no quedaré demasiado mal parado”. “¡Sí, hombre sí!”, exclamó el otro dándole un afectuoso achuchón, “Va a ser pan comido”. Pareció además no tener prisa en separarse de Jacinto. “¡Venga! Te invito a una copa y así acordamos el plan a seguir”. Aunque se sentía agotado y sucio, Jacinto aceptó el ofrecimiento. Lo que no se esperaba era su concreción. “Iremos a un bar de ambiente”, dijo el guardián. “¿Ambiente de qué?”, preguntó el ingenuo Jacinto. “¡¿De qué va a ser?! De hombres como tú y como yo”, replicó el otro.

Fueron entonces a un local que el guardián conocía bien. Poca luz y música estridente aturdieron a Jacinto, que se vio con unos brazos rodeándole el cuello y una lengua que se le metía en la boca. Cuando el otro se cansó del morreo, comentó: “Aquí estaremos bien”. Jacinto trató de calmarlo. “Pero tenemos que fijar día y hora para coordinarnos”. “Eso mejor con una copa”. Y por su cuenta el guardián pidió dos gin-tonics. La verdad es que la bebida entonó algo a Jacinto, que se dejó meter mano en el paquete. “Allí encerrado la tenías muy pocha, pero ya te la podré dura”, le decía el sobón. “Ya me había hecho una paja”, se justificó Jacinto. “¿No me corrí yo dos veces? En tu culo y en tu boca”, fardó el otro. “He tenido un día muy duro… Ya habrá ocasión”, trató de escurrirse Jacinto, “Además no es prudente que nos vean juntos”. “¡Vaaale! Pero cuando haya quedado clara mi inocencia nos daremos unos buenos revolcones”, auguró el guardián. Finalmente convinieron en que Jacinto seguiría con su trabajo ficticio durante un par de días y que, al tercero, haría acto de presencia el guardián para dejarse detener. Con gran sentimiento por parte de éste, hubieron de separarse y Jacinto buscó con ansia el cobijo de su casa para recuperarse y rebajar la tensión de la accidentada jornada.

3 comentarios:

  1. Muy bueno, me gusto mucho, espero hayas mas sobre el comisario y que siga aprendiendo nuevas cosas

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  2. Caramba, vaya con el final. Jacinto la saco muy facil esta vez, jejeje. Ya espero leer la siguiente parte, y ver si hacen un trio o algo bien morboso.

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  3. excelente saga, no pares nunca. Siempre expectante de todo lo que publicás. Me encanta!

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