Ir a la sauna con mi
amigo Javier siempre se presta a nuevas experiencias y anécdotas. Lo he
descrito como un gordote, cincuentón ya largo y desinhibido, que va siempre a por
todas y sabe explotar el atractivo que ejerce. En esta ocasión, cuando entramos
en el vestuario, me fijé en que había un antiguo conocido hablando con otros.
Estaba de espaldas y no nos vio, y Javier tampoco se fijó. Al llegar a la zona
de nuestras taquillas, que quedaba en el ángulo del fondo, le comenté: “Está
por ahí Alberto”. “¿Ah, sí?”, se limitó a contestar, porque en ese momento lo
que le acuciaba era despelotarse cuanto antes para lanzarse a la aventura. Así
que fuimos a ducharnos y al dirigirnos como de costumbre a la sala de vapor, vi
que en la piscina estaba Alberto,
que ahora sí que nos vio también.
He de explicar que a Alberto lo había conocido, junto con Emilio, su
pareja de entonces, en esa misma sauna hacía ya bastante tiempo. Simpatizamos y
le hablé de Javier. Enseguida mostraron interés en conocerlo y les dije que
hablaría con él para proponerle que nos encontráremos en mi casa. Se lo comenté
a Javier y le describí a la pareja: Alberto, grueso y guapetón, de unos
cuarenta años, y Emilio, de cincuenta largos, robusto y de aspecto muy formal. Javier
aceptó el encuentro y los citamos a media mañana. Con la desenvoltura que le
caracteriza, no quiso esperarlos con la ropa de calle aunque fueran
desconocidos para él y se puso cómodo, como hace siempre cuando llega: una
vieja camiseta y un eslip más bien pequeño para su volumen. Evidentemente,
cuando llegaron los otros, quedaron prendados de Javier y de la forma en que
los recibía. Estaba claro, por lo demás, que se trataba de ir al grano y, en
los saludos de presentación, aparte de los besos de rigor, Javier fue objeto,
muy a su gusto, de algunos achuches. Mientras los recién llegados y yo nos
desnudábamos, él ya se había ido al dormitorio y, despelotado, aguardaba
bocabajo sobre la cama. No recuerdo si hubo muchos prolegómenos, con la pareja
abordándolo por los dos lados, pero sí que la postura provocadora de Javier dio
lugar a que uno tras otro se lo follaran con ganas.
Mantuvimos una cierta relación de amistad con Emilio y Alberto, aunque
no repetimos el encuentro íntimo. Pero recuerdo que, una vez en que tomé un
café con Emilio, no dejó de evocar divertido la impresión que le había causado Javier.
“¡Vaya una pieza! Sin conocernos todavía, ya estaba medio en cueros
esperándonos”. Javier, por su parte, tuvo algunos contactos en plan profesional
con ellos, y no me consta que llegaran
más allá. Luego supimos que la pareja había roto y Javier incluso ofreció algún
trabajillo a Alberto. Pero resultó ser poco formal y no continuaron. Javier
llegó a comentarme al respecto: “Tenía más interés en follarme que en
trabajar”. Si Alberto lo había conseguido o no, nunca lo supe.
Volviendo a nuestra entrada en el vapor, donde aún no había nadie,
aprovechamos los que iban a ser breves momentos de intimidad. Javier, pegado de
pie a la pared del fondo y dejado el paño de la cintura en un banco, me atrajo
hacia él para que nos morreáramos. Me cogió una mano y la llevó a su polla. Le
gusta que, antes de que se le ponga tiesa, se la estruje junto con los huevos.
Pero enseguida la dureza se afianzó y, sin dejar de sobársela, me puse a
comerle las tetas. Ya suspiraba Javier sonoramente cuando entró alguien.
Enseguida reconocí a un tipo mayor, alto y delgado, que, como en otras
ocasiones, parecía detectar inmediatamente la presencia de Javier. Es un
besucón que se le pega, buscándole la boca y manoseándole la polla. Javier, con
su adaptabilidad, se dejaba hacer, mientras que yo metía la cabeza entre ellos
para seguir chupándole las tetas.
En éstas apareció Alberto que, viendo acaparado a Javier, se colocó
discretamente al lado. Pese a que el otro seguía restregándosele, Javier estiró
un brazo para atraer al recién llegado. Al reconocerlo, lo saludó besándolo
cariñoso y hasta jugueteando con el piercing que llevaba en un pezón. Aproveché
para intervenir yo también y pude comprobar que la polla de Alberto se había
puesto asimismo dura. No sé cómo se las apañó Javier para zafarse del pegajoso
que, no dispuesto a renunciar, se giró y le puso a tiro el culo. Javier no se
privó de metérsela y darle varias arremetidas con ostentosos resoplidos. Alberto
entonces se le arrimó por detrás y, en cuanto el follado se dio por satisfecho
y al fin se largó, se la clavó a Javier. Éste soltó un “¡Uhhh!” complacido
mirándome y se dejó zumbar un rato. Pero pronto hubo un cambio de posiciones y
fue Javier quien se la metió a Alberto. A mí, que seguía a su lado, me comentó:
“Lo tiene de mantequilla” ¿Lo habría comprobado ya antes? Con la fugacidad de estas folladas en el
vapor, Alberto se desenganchó y, ya bien caliente, se la meneó mientras con la
otra mano agarraba la polla de Javier. No tardó en correrse y, después de
besarnos, salió a ducharse. “¡Sí que ha sido rápido!”, se sorprendió Javier.
“Ganas que te tendría”, comenté.
Al entrar más gente, la cosa empezó a desmadrarse. Otro tío alto se pegó
a Javier y, aparte de restregarse y manosearlo, se dedicó a susurrarle cosas
que Javier, complaciente, le iba contestando sonriente y educadamente. Pero
entretanto, un tipo recio y peludete, por lo que pude palpar a su paso ya que
apenas pude verlo, se sentó en el banco junto a Javier y se las apañó para
echarle mano a la polla y ponerse a chupársela. Parece que lo hacía muy bien
porque Javier, a pesar de los acosos que sufría, le daba todas las facilidades
y resoplaba de gusto. De pronto Javier, sofocado, se sustrajo de la melé y
buscó su paño para salir del vapor. Fui con él y me preguntó: “¿Quién era el
que me la estaba mamando?”. “No lo sé… Se metió por allí abajo y quedó tapado
por los de alrededor”, contesté. “Pues me la ha chupado que era un gusto, y me
daba uno lametones a los huevos…”, se recreó. “¿Te ha hecho correr?”. “No he
querido hacerlo todavía. Por eso he salido”. Así que pasamos a las duchas y a continuación nos dispusimos a
ir al bar.
Con las bromas habituales de Javier al chico que sirve, pedimos nuestras
bebidas. Como la banqueta que hay perpendicular a la barra estaba libre,
propuse que nos sentáramos, en lugar de quedarnos de pie o encaramados en los
taburetes. Me gustaba de ese modo poder acariciarle la espalda y bajar hasta el
comienzo de la raja. Javier correspondía apoyándose cariñoso sobre mí con
fugaces besitos. Como tiene por costumbre doblar el paño por la mitad al
ceñírselo bajo la barriga, no le importa lo más mínimo, o más bien le gusta,
que al sentarse se le suba y deje al aire el paquete para todo el que quiera
mirar. Llegaron Alberto y el amigo con el que había venido a la sauna, un tipo
alto y barbudo que nos presentó como Pedro, un compañero de trabajo. Acodados
en la barra frente a nosotros, charlamos un rato. Alberto habló del nuevo
trabajo que tenía y comentó que, después de la ruptura con Emilio, no tenía
planes de volver a emparejarse. Por supuesto Javier no corrigió su procaz
lucimiento de bajos durante la charla, y los ojos de los otros dos, sobre todo
de Pedro a quien le cogía de nuevo, se iban con frecuencia hacia allí.
Cuando terminamos las copas, nos levantamos y, como primera medida, nos
volvimos a dirigir al vapor. Se había llenado mucho y a Javier no le apeteció
ahora meterse en el barullo. Así que iniciamos un recorrido de inspección por
los pasillos y las salas. Me daba la impresión de que a Javier le habría
gustado reencontrar, para que lo rematara, al que le había estado haciendo la
mamada tan eficiente, pero a falta de más datos no pudimos dar con él. Acabamos recalando en el cuarto oscuro que tiene
una gran cama central. Curiosamente no había
nadie entonces, pero Javier decidió
tumbarse bocarriba bien despatarrado, con brazos y piernas en cruz. Para
hacer boca me pidió: “Ponte para que te la chupe”. Así que me subí con las
rodillas a los lados de su cabeza y me sorbió la polla. Intenté volcarme hacia
delante para chupársela también, pero el volumen de su barriga me impedía
alcanzársela y hube de limitarme a sobársela. Ya empezó a entrar gente, a la
que le costaba hacerse la vista en la semioscuridad para vislumbrar el
corpachón de Javier en la cama. Tanteaban a ciegas sobre él y llegaban a
manosearle la polla, aunque no se decidían a atacar más a fondo. Me pareció ver
que entraba Pedro, el amigo de Alberto, que no tardó en identificarme, erguido
sobre la cara de Javier. Tampoco le cupo duda de que éste era el que yacía
sobre la cama. Me aparté discretamente para dejarle el campo libre y Pedro fue
palpando primero por todo el cuerpo de Javier, que ya también lo había
reconocido y le susurró un “¡Hola!” invitador. Se besaron ya y Pedro le dijo
quedo: “Te voy a comer todo lo que estabas enseñando en el bar”. “¡Todo tuyo!”,
contestó Javier. Pedro descendió hasta llegar con la boca a la polla de Javier.
Chupaba con entusiasmo y los efectos que producía los ilustraba Javier
resoplando con sonoridad y agarrándole la cabeza. Yo cooperé con pellizcos en
los pezones, pero también me la iba meneando con la excitación ya desbordada.
Cuando Pedro soltó la polla para lamer los huevos a Javier, éste aprovechó para
agarrársela y pajearse compulsivamente. Sus estertores denotaban la inminencia
de la corrida, que a mí también me iba viniendo. Creo que lo hicimos
simultáneamente, y yo casi lo hago sobre Javier. Pedro no se privó de lamer la
leche que le brotaba a Javier, lo que provocó a éste temblores y risa floja. Cuando
Alberto vio que los tres íbamos en busca de las duchas, comentó divertido: “Veo
que también habéis hecho amistad ¿eh?”. Había sido una jornada de sauna muy
intensa… aunque, yendo con Javier ¿cuándo no lo era?
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El encuentro con Alberto, del que parecía que Javier se había desentendido hacía tiempo,
tuvo sus consecuencias. Unos días después me dijo: “He ido a casa de Alberto
para asuntos de su trabajo”. “¿Cómo es eso? Creía que ya no tenía nada que ver
contigo”. “Es así… Pero me llamó para que lo asesorara en lo que hace él ahora
y, como lo tiene todo en su ordenador, era más práctico que me pasara por su
casa”. Me sonó demasiado explicativo y comenté con retintín: “Así que solo ha
sido una visita profesional…”. “Esa era mi intención…”. “¿Era?”, insistí.
“Bueno… Es que cuando estábamos acabando apareció su amigo Pedro”. “¿Lo había
avisado Alberto?”. “No sé. El caso es que vino”. “Y ya se lio la cosa ¿no?”. “A
lo tonto, a lo tonto empezaron a meterme mano…”. “Tú encantado, claro”. “¿Qué
querías que hiciera? ¿Hacerme el estrecho?”. “Eso tú nunca”, bromeé. “Me tenían
muchas ganas…”, reflexionó Javier muy serio. “Por lo visto no tuvieron bastante
con lo de la sauna…”, le pinché. “Les debió parecer solo como un tanteo”.
“¡Vaya tanteo! Alberto te dio por el culo y tú a él, y Pedro te hizo una
mamada”. “En su casa era más cómodo”, reconoció. “¿Te trataron bien?”. “¡Uf! Me
dieron mucha marcha”. “¿Cómo fue? ¡Cuenta, cuenta!”. “¡Mira que eres
chafardero! ¿Me vas a hacer entrar en detalles?”. “Ya que me lo perdí… Además,
te gustará recrearlo”. “Sí, y hasta me empalmaré”, ironizó. Pero me lo contó
tal como yo quería…
“Alberto y yo hablábamos muy tranquilos del asunto de su trabajo. Ni
siquiera mencionamos el encuentro en la sauna. De pronto sonó el interfono y Alberto
me dijo: “Es Pedro, el compañero que conociste el otro día… No te importa
¿verdad?”. “¡Claro que no!”, contesté creyendo que también estaría interesado
en el tema que tratábamos. Así que subió Pedro y puso cara de sorprenderse al
verme. “Espero no interrumpir nada”, dijo con cierta intención. “Hoy hacíamos
una cosa seria”, le replicó Alberto riendo. “¡Lástima!”, dijo el otro. Y se
dirigió a mí. “No me pareciste tú muy serio…”. “Solo cuando conviene”, le seguí
la broma. Estábamos los tres de pie, porque Alberto había abierto la puerta y
yo me había levantado para saludar a Pedro. Por cierto, con un par de besos,
como había hecho con Alberto al llegar. Pedro lo aprovechó para ponerme las
manos en los hombros y soltó directo: “Me encantó comerte la polla… Lo estaba
deseando desde que nos la enseñabas en el bar”. “¿Eso hice?”, reí, “Pues me
dejaste muy a gusto”. “A ver si voy a quedar fuera de juego”, dijo Alberto
arrimándose también. Total, que empezaron a morrearme y a meterme mano por
todas partes. Tuve que dejarme hacer ¿no crees? Además me empalmé y ellos lo
notaron. Enseguida estuvimos los tres en pelotas y con las pollas duras. Pero
estaba claro que los dos iban a por mí, por la forma en que me sobaban mientras
me llevaban hacia la cama de Alberto. Bien caliente ya me dejé caer y, con cada
uno a un lado, siguieron poniéndome a cien. Pedro la tomó con mi polla y mis
huevos, chupando, lamiendo y sobando, y Alberto me metió la suya en la boca
para que se la mamara. Cuando no podía más, para darme un respiro, no se me
ocurrió otra cosa que darme la vuelta y ponerme bocabajo. Y claro, qué iba a
pasar sino que me follaron los dos. Primero fue Alberto, que me arreó con
tantas ganas que no tardó en correrse. La verdad es que me dio mucho gusto,
pero como su follada había sido corta, ya estaba deseando que Pedro también me
metiera su polla, que además era enorme. Y el tío lo que hizo fue volver a
ponerme bocarriba y levantarme las piernas. Agarrado a las pantorrillas me
mantenía subido el culo y me clavó la polla tan fuerte que me hizo ver las
estrellas. Menos mal que la leche que me había echado Alberto hacía de
lubricante. Pero Pedro se acopló muy bien dilatándome al máximo. Casi no podía
respirar de la presión que me hacía la barriga sobre el pecho y mi polla bailaba
con las arremetidas que me daba. Además ponía una cara de vicio que no veas y
eso me excitaba aún más. Pedro no se corrió dentro sino que, en el último
momento, se salió y me roció de leche que me llegó hasta el pecho. Me soltó las
piernas, que cayeron a plomo, y por fin pude respirar ansioso…”.
Aquí interrumpí el crudo relato de Javier para decirle con malicia: “Así
que te dejaron follado por partida doble, pringado de leche y te tuviste que
desfogar por tu cuenta ¿no?”. “¡Qué va! Si aún tenían marcha…”
“De momento estábamos los tres derrengados sobre la cama. Pronto Pedro
tuvo el detalle de coger una toalla y ponerse a limpiarme la leche que me había
caído por el cuerpo antes de que se secara. Pero también usaba las manos para
pellizcarme los pezones y sobarme la polla y los huevos. Me daba tanto gusto
que enseguida volvió a ponérseme dura, con unas ganas tremendas de correrme.
Empecé a meneármela, aunque entretanto Alberto se había girado dándome la
espalda. Vi su culo bien redondo y liso, y no me resistí. Si él me había
follado, por qué no aprovechar yo ahora… Lo hice moverse para que quedara
bocabajo del todo y tiré de sus caderas para que llegara a elevarse sobre las
rodillas. Alberto rezongaba, pero se dejaba hacer. ¡Qué bien me vino meterme en
su agujero y cómo se adaptó mi polla! Me abandonó el cansancio y le arreé con
fuerza. Acabé echándole una corrida que me supo a gloria…”.
“¡Vaya revolcón más completito tuviste, eh! Ni buscado aposta”, le dije
irónico. “Ya te he dicho que me pillaron por sorpresa… Yo no iba en ese plan”,
contestó Javier muy serio. “Pero no les ibas a hacer un feo, claro”, seguí
pinchándole. “Ya sabes que cuando me tocan me dejo hacer lo que sea”, declaró
en un arranque de sinceridad. “¿Y cómo acabó la cosa? ¿Quedasteis para otra
ocasión?”. “¡No, no! Me di una ducha rápida, me vestí y me marché… Si con Alberto
prefiero mantener las distancias”. “Pues en pocos días os habéis follado
mutuamente al menos dos veces…”. “Coincidencias… Si no me llegas a avisar, ni
siquiera me entero de que estaba en la sauna”. “Ya te echó el ojo él”. “Y tú
hiciste de enlace… Pues no te gusta ni nada que me metan mano ¡Como si no te
conociera!”. Me reí y reconocí: “Si en realidad lo que me sabe mal es haberme
perdido vuestro revolcón”. “Ya ves que te lo he contado todo… y has hecho que
me ponga cachondo”. “Pues yo también lo estoy”. Aquí ya pasamos a los hechos.
“Trae que te la chupe un poco y luego me la metes”, propuso. “Si no tienes
todavía irritado el culo…”. “Me gusta que me lo irrites tú”… Así van las cosas
con Javier.
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Tuve otra versión de la visita de Javier a Alberto por boca de éste.
Resultó que unos días más tarde me lo encontré de nuevo en la sauna, a la que
había ido yo solo. Me acababan de hacer una buena mamada en el cuarto oscuro y,
al pasar por el bar, estaba él. Nos besamos y me invitó a una copa. Le propuse
que mejor nos sentáramos. “Me han dejado seco y aún me flojean las piernas”,
bromeé. “Pues yo me he follado a un tío hace poco… Así que vamos”, replicó Alberto.
La situación era propicia para que pegáramos la hebra y no perdí la ocasión para
comentar: “Ya me dijo Javier que estuvo en tu casa…”. El tono en que lo dije le
sorprendió. “¿Y qué te ha contado?”. “Todo”, contesté, “Según él, os
aprovechasteis de su buena fe”. “¡Será posible! Pues no venía con ganas ni
nada…”. Enseguida quiso rectificar su salida espontánea. “Pero a ver si yo
ahora estoy metiendo la pata”. “¡No, hombre, no! Si ya lo conozco de sobra… y
además me gusta como es. Estoy seguro de que no exageró en lo del folleteo que
hubo entre los tres. Pero se hacía demasiado el pillado por sorpresa y me haría
gracia saber tu versión”. “Si es así, te cuento como fue la cosa… ¡Joder, es
que el tío está cada vez más bueno! ¡Y cómo sabe provocar! ¿Te acuerdas como
fue el otro día aquí?”. “No me voy a acordar… Y Javier quedó encantado”. “A mí no
cogió demasiado de nuevo… Pero Pedro alucinó y por eso se tiró también a por
él”. Noté que se estaba poniendo cachondo evocando a Javier y lo apremié. “¿Y
lo de tu casa cómo fue? Me dijo que lo llamaste para que te echara una mano en
cosas de tu trabajo”. “Sí que lo llamé, pero le dije que iba a estar con Pedro,
el compañero que habíais conocido en la sauna, y si le apetecía pasar por mi
casa”. “Así que de trabajo nada”. “No recuerdo que lo mencionáramos…”. “Según
él, Pedro apareció por sorpresa”. “¡Qué va! Ya estaba aquí cuando llegó, y Javier
lo sabía”. “¡Cómo me lo adornó el muy golfo!”. “Además tenía previsto un
numerito…”. “¿Sí? De él me puedo esperar cualquier cosa”. “Llegó, nos besamos
ya en la boca y se prestó a que lo toqueteáramos un poco. ‘¿Os gusto?’,
preguntaba mimoso y dejando que le sobáramos el culo”. “Eso le encanta… ¿Y el
numerito?”. “Enseguida me pidió ir al baño. Pensé que se estaría meando”. “A
veces le pasa. Aguanta mientras va de un lado para otro y, cuando llega a casa,
ya le urge”. “Esta vez no pareció que fuera por eso”. “¡Uy! ¿Qué tendría in
mente?”. “Tardó un poco, pero apareció en pelotas. ‘¿No es esto lo que
queríais?’, preguntaba sonriendo”. “Te aseguro que no me sorprende”. “Se vino
hacia nosotros, que habíamos quedado sin habla, y se nos ofreció desvergonzado.
‘Todo vuestro… Ya sé que me vais a tratar muy bien. El otro día me disteis un
aperitivo’. “Le debió saber a poco lo de aquí”. Alberto ya se puso evocador…
“Por supuesto le metimos mano, sobándole el culo y la polla, que
enseguida se le puso dura. Él se iba tocando las tetas y pellizcándose los
pezones. Paramos momentáneamente para desnudarnos y, en cuanto estuvimos en
cueros, él nos echó los brazos al
cuello. Nos pusimos a morrearnos a tres bandas, con buenas metidas de lengua.
Luego Javier bajó las manos para cogernos las pollas que, con la calentura que
ya llevábamos, estaban tan duras como la suya. Las palpaba sopesándolas, sobre
todo la de Pedro que, reconozco, es más grande que la mía y, para Javier, tenía
más novedad. Iba diciendo: ‘Os las voy a comer a los dos ¿Me la comeréis
también a mí?’. Dicho y hecho. Impulsó a Pedro para que se sentara en el borde
de la mesa y se puso a chupársela. Yo me arrimé por detrás y me restregué
contra su culo. Sin soltar a Pedro, llevó una mano atrás y me hacía resbalar la
polla por su raja. A continuación ocupé el sitio de Pedro y también me la
chupó. Mientras, Pedro se agachó debajo y lo iba mamando. Javier levantó la
cabeza y me miró con cara de vicioso. ‘¿Me lleváis a tu cama?’, pidió. ¡Cómo
no! Empujándolo por el culo lo llevamos a mi habitación”.
“Así que no lo llevasteis a
rastras”, lo interrumpí. “Más bien se hacía el remolón para que le fuéramos
sobando… Y cuando llegamos se tiró bocabajo sobre la cama. ‘Lo tengo hambriento
de pollas’, decía removiendo el culo”. “En lo de las folladas creo que fue
bastante fidedigno”, dije como si quisiera abreviar. “Pero seguro que no te
contó cómo nos iba provocando… Como debes saber, empecé yo. Cuando me clavé
decía: ‘¡Qué polla más rica tienes! Ya la conocía… ¡Folla, folla, hazme tuyo!
¡Lléname de leche!’. Me puse tan caliente dentro de ese culo tan magnífico que
no tardé mucho en correrme. ‘¡Uy, qué empapado me has dejado!’, soltó apretando
y abriendo las nalgas para absorber bien mi leche. Apenas me había salido y ya
estaba pidiendo a Pedro: ‘¡Ahora tú! Destrózame con ese pedazo de polla’. Se
había dado la vuelta y, bocarriba, separaba las piernas dobladas por la rodilla
y se subía la polla y los huevos sobre la barriga. ‘¿Me ves el agujero?
¡Métemela así, que quiero verte mientras me follas!’… Eso ya lo sabrás ¿no?”,
se interrumpió. “Sí, y que Pedro se corrió por fuera echándole toda la leche
encima”, contesté. “¡Sí que te dio detalles! Pero no te contaría cómo incitaba
a Pedro”. “Pues cuéntamelo tú, que me lo estoy pasando bomba con esta versión
mejorada”, le pedí. “Aunque casi se ahogaba con la postura, con las piernas por
alto y la barriga sobre el pecho, no paraba. ‘¡Así, así, hasta el fondo!’,
‘¡Pedazo de polla tienes, tío!’, ‘¡Eso, bien adentro!’, ‘¡Cómo me estás
ensanchando!’… De pronto cambió de tercio: ‘¡Échame toda la leche encima!
Quiero ver cómo te sale’. Empujaba la almohada bajo su cabeza para mantenerla
levantada y, aunque no le iba a llegar, sacaba la lengua como si quisiera
recoger la leche.”. “¡Joder, qué salvaje! Lo que me perdí…”, solté, “Y según él
erais vosotros los que casi lo violabais”. “Desde luego estaba desatado. Pero nos
ponía cachondos totales”. “¿Y eso de que acabó follándote?”. “Cierto. Ahí sí
que podría decir que casi me violó atacándome por sorpresa, aunque me encantó
que lo hiciera… Mientras Pedro, apurado por haberlo pringado tanto, lo estaba
limpiando un poco, él se puso a meneársela y enseguida la tuvo dura otra vez.
Como yo estaba tumbado a su lado, se puso a hacerme arrumacos y a lamerme por
el cogote, que me da muchas cosquillas. Le di la espalda para esquivarlo y,
antes de que me diera cuenta, ya me la había clavado en el culo. La verdad es
que me dio mucho gusto tenerlo dentro. Se puso a bombear bien agarrado a mí y
diciendo: ‘¡Qué culito tienes! ¡Cómo me hace chup-chup en la polla! Te voy a
devolver la leche que me diste’. Soltó varios bufidos mientras se corría y
luego volvió a tumbarse bocarriba. Como si tal cosa, exclamó con una risotada:
‘¡Qué pasada ¿no?!’”. “¡Sí! Eso es muy suyo”, comenté. “Pero lo más curioso fue
que, con un tono ya de lo más sosegado, me pidió: ‘Voy a lavotearme un poco
¿vale?’. Se fue al baño y Pedro y yo nos miramos todavía recuperándonos del huracán
en nos había envuelto. Volvió secándose. ‘Me visto y ya me voy ¿eh?’. Luego
añadió un poco más expresivo: ‘Espero que os haya merecido la pena… Yo desde
luego me lo he pasado bomba’. Ya vestido, se despidió con un par de besos
convencionales a cada uno. Si no fuera por lo que acababa de pasar, se diría
que solo había venido para hablar de cosas de trabajo, como te dijo a ti”. “No
te extrañe que se comportara así al final”, le expliqué, “Por muy golfo que
haya sido, en cuanto se ha desfogado ya, en la sauna o donde sea, se transforma
en un tío de lo más formal… Siempre le digo que parece Doctor Jekyll y Mister Hyde”.
“Se le puede perdonar todo”, rio Alberto, “Y mira como me he puesto hablando de
él”. Se levantó un poco el paño y me enseñó que estaba empalmado. “Pues yo
también estoy cachondo”, repliqué. “¿Vamos a una cabina?”. “Vamos… A la salud
de Javier”.
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No perdí la ocasión de comentarle a Javier: “He vuelto a ver a Alberto”.
“¿En la sauna otra vez?”. “Sí. Y nos dimos un revolcón a tu salud”. “¡Esta sí
que es buena! ¿Qué habré tenido yo que ver?”. “Me contó su versión de tu visita
a su casa”. “Ya te la había contado yo ¿no?”. “Pero la de él difiere bastante y
me he enterado de muchas cosas…”. “Ya sabes que Alberto es un cantamañanas ¿Te
vas a fiar más de él?”. “No es eso. Aunque conociéndote, me casa bastante lo
que me ha contado”. “¡Vale! Te habrá dicho que yo sabía que estaba su compañero
y que me apeteció estar con ellos… Tú mismo has dicho que me conoces. No te
puede extrañar. Solo quise endulzártelo para que no te pensaras que estoy liado
con Alberto. Fue una cosa puntual y, después del encuentro en la sauna, me
llamó y me hizo gracia lo de su compañero y él”. “Si no te estoy criticando. Me
divertí con lo que me contaste y también con lo que he sabido por Alberto.
Quedaron fascinados con lo lanzado que estuviste. Les montaste un numerito de
los tuyos”. “Una vez que me meto en faena, ya sabes que me gusta ponerle mi
salsa. Al final todos acabamos pasándolo mejor ¿no?”. “Por lo visto también
estuviste muy suelto de lengua”. “¿A qué te refieres?”. “No hablaba de los
morreos y las lamidas de pollas, que creo que los diste con ganas, sino de las
guarradas que les ibas soltando… Parecía que a Alberto aún le zumbaban en los
oídos”. “Bueno, sí. No me mordí la lengua desde luego. Formaba parte del juego
y bien burros que los ponía…”. Javier rio. “Sí que estuve inspirado, sí”. “Lo
que me sabe mal es habérmelo perdido. Con lo que me gusta verte en acción…”.
“Cuando vamos a la sauna siempre estás en primera fila… Sin ir más lejos los
dos trajinamos con Alberto en el vapor…
Y bien que te corriste mientras Pedro me la mamaba en la cama grande”. “Por
cierto, que Pedro se puso malo cuando hablábamos en el bar y tú, con el paño
encogido, le enseñabas todo”. “¡Je, je! ¿Eso te comentó Alberto?”. “A él
también lo pusiste cachondo… Por eso te llamó y tú picaste”. “Alberto siempre
me ha tenido ganas, ya lo sabes. Así aproveché y maté dos pájaros de un tiro…
¡Y vaya polla se gasta Pedro!”. “Pues Alberto es muy completo. Te folla y tú te
lo puedes follar también”. Algo incómodo porque siguiera hurgando en su
relación con Alberto, Javier pasó a preguntarme: “¿Y cómo fue tu revolcón con Alberto?”.
“Nos pusimos muy calientes hablando de ti y fuimos a una cabina… Nos las
chupamos mutuamente y luego me lo follé pensando en ti”. “¿Te gusta más su culo
que el mío?”. “Lo tiene apetitoso y traga muy bien… Ya lo sabes. Pero el tuyo
es fuera de serie ¡Puro vicio!”. “La verdad es que me sorprendió que se dejara
follar en la sauna… Como la única vez que había estado con él, que fue en tu
casa junto a Emilio, me la metieron los dos, no sabía que también le iría poner
el culo”. Me abstuve de mostrar mi escepticismo
ante esta versión oficial y Javier recordó divertido: “¡Cómo
se me tiraron los dos encima!”. “Si tú les pusiste el culo a la primera de cambio…”. “Soy
acogedor para los visitantes”. Total, que después de estas evocaciones, me
quedé con ambas versiones, que se complementaban para dar una imagen muy
completa de la forma de ser de Javier. Sin más conversaciones, me lo follé tan ricamente.