Sigo una serie de
televisión de acción y bastante distraída. Pero un aliciente añadido para mí es
un personaje que, sin tener un papel esencial, aparece con frecuencia como
guardaespaldas fiel de una pérfida liante. Robusto y siempre elegantemente
vestido, al estilo gánster, se muestra devoto de su jefa, con una sonrisa medio
perversa medio sensual. En alguna ocasión aparece en mangas de camisa, que
lleva arremangadas y permite ver unos brazos fuertes y velludos.
Tras una persecución
por los sótanos de un edificio, logra poner a salvo a su jefa y, en una actitud
heroica, planta cara a los pistoleros sicarios que tienen el encargo de
eliminarlos. Allí está él con su elegante traje siempre bien abrochado, las piernas
separadas en actitud desafiante y la pistola ya sin balas. Los pistoleros lo
acorralan. Son tres tipos imponentes y de aspecto patibulario. El que lleva la
voz cantante dice a los otros: “¿Debemos matarlo ya o se lo llevamos al jefe?”.
Se pasa a otra secuencia y en pocos minutos acaba el capítulo.
Aunque evidentemente
la pretensión será la de arrancarle por las malas dónde está su jefa, mi
imaginación vuela por otros derroteros aún más retorcidos y me monto mi propia
película, dándome permiso para cualquier fantasía…
Mi actor aparece en
otro sótano suspendido de una tubería por las esposas y con los pies que apenas
puede apoyar en el suelo. Lleva la boca tapada por una cinta adhesiva, pero su
traje se mantiene impoluto. Con ojos desafiantes mira a los sicarios que lo
rodean, ya sin armas. El que manda le dice fanfarrón: “Debes agradecernos el
estar aún con vida, pero no sé si te compensará… Son muchas las cuentas que has
acumulado con nuestro jefe y se va a querer divertir contigo”. Los sicarios
intercambian miradas burlonas y otro interviene. “Es una lástima que tu jefa se haya gastado tanto en llevarte
siempre tan bien vestido… Pero ahora, ahí colgado, no te debe resultar muy cómodo ¿verdad?”. Es la señal para ponerse
a despojarle de su correcta vestimenta. Primero le arrancan lo más accesible:
corbata, zapatos y hasta calcetines. Luego, a desgarros e incluso esgrimiendo
una temible cizalla, van apedazando chaqueta, chaleco y camisa hasta dejar al
desnudo el robusto y velludo torso del que se agita indefenso. También los
pantalones son objeto de un encarnizado troceo, que hasta afecta al cinturón.
Finalmente los calzoncillos son asimismo desgarrados. El hombre pende ya de lo
alto en completa desnudez, con los restos de su ropa desperdigados por el suelo.
(Desde luego me
imagino al actor tal como desearía verlo, truculencias aparte. Como en esos
recortables que, quitando sucesivas capas, se le va desnudando. Fortachón y con
sobrepeso, que se manifiesta en la redondeada barriga, que sustenta unas moldeadas
tetas. Brazos y piernas macizos, como su orondo culo. El vello se le distribuye
por el cuerpo con simetría y realzando las zonas más eróticas. El sexo, con sus
huevos bien cargados y una polla que, aun en reposo, resulta desafiante y
promete delicias)
Mi actor queda solo y
hace grandes esfuerzos para tratar de liberarse. En su agitación, el cuerpo se
le cimbrea y pone en movimiento sus carnosas formas, con la polla golpeando en
uno y otro muslo. Todo inútil porque pronto entra en escena otro personaje
conocido. Es el gran capo, cuya hegemonía peligraba por la traición de su
colaboradora más estrecha. Hombre de unos sesenta años y cabello plateado, casi
tan robusto como mi actor, viste con no menos elegancia. Observa en silencio y
con sonrisa sardónica al colgado que, pese a su humillante estado, le sostiene
la mirada desafiante. Al fin habla el capo mientras se le acerca. “Yo te saqué
del arroyo y te hice el hombre que eres. Siempre habías sido mi favorito, por
tu fidelidad pero también por otros motivos… Pero no me gusta mezclar el
trabajo con las pasiones, así que te respeté ¿No es cierto?”. Ante el obligado silencio
de mi actor, continúa: “Sin embargo la lagarta traicionera te sedujo y caíste
bajo su dominación, pasando por alto todo lo que me debes”. Casi rozándolo ya,
lo toma por el mentón. “¡Mira cómo te ves ahora! No vales nada y mis esbirros
te van a torturar luego hasta que confieses dónde se esconde tu jefa…”. De
pronto la mano baja del mentón para agarrarle con fuerza el paquete. “Pero antes
me gusta tenerte así y ya no tengo ningún motivo para respetarte ¿No es así?”.
Aprieta más y desliza la otra mano por el pecho. “¿Por qué no voy a disfrutar
de ti, como siempre había deseado, antes de que te conviertan en una
piltrafa?”.
El capo se separa y,
tomando cierta distancia, empieza a quitarse la ropa con parsimonia. “¡Quién
sabe! Si en su momento no hubiese tenido tantos escrúpulos y hubiera hecho lo
que ahora voy a hacer contigo, tal vez seguirías siendo un perro fiel para mí”.
Provocador, el capo ya ha dejado al descubierto un torso que casi me haría
cambiar de preferencias. Tetudo y barrigudo, el vello que lo puebla se adorna
de algunas canas. Se descalza antes de dejar caer los pantalones, que se saca
apoyándose en una mesa. Queda tan solo con un eslip de un blanco impoluto bajo
la desbordante barriga y que ciñe los robustos y velludos muslos. Se gira para desprenderse
del eslip y, en sus manejos, para sacárselos por los pies, si yo fuese el
cámara estaría enfocando el orondo culo en pompa, también velludo y de oscura raja, de la que cuelgan unos
lustrosos huevos. Completamente desnudo se encara a mi actor y hace alarde de
una gruesa polla semierecta. Mi actor se agita tratando de descargar el peso en
los pies sobre el suelo. Pero el capo se le acerca y le palpa descaradamente
las tetas. “¡Qué gordo te has puesto con la buena vida! Pero hasta me gustas
más… Mira lo cachondo que me pones”. Se arrima más y, juntando su polla, que ya
está tiesa, a la decaída de mi actor, las frota con una mano. “Lo notas
¿verdad?”. Sin soltarlas, se restriega
contra él todo lo que permiten las barrigas. “No me importa que estés sudando…
Me gusta tu olor a macho”. Le llega a dar un lametón en el peludo sobaco. “Todavía se nota el perfume
que la zorra te compra”, comenta. Por sorpresa le arranca la cinta adhesiva y
le da un beso en los labios. Entonces mi actor reacciona escupiéndole. Pero el
capo ríe y relame la saliva. “Es un detalle por tu parte”, ironiza.
Ahora se aparta y mira
la polla inerte de mi actor. “No me darás una alegría ¿verdad?”. Decidido, le
pone una mano bajo los huevos y, con la otra, manosea la polla y le descubre el
capullo. Mi actor, que sigue sin decir una palabra –nunca lo he visto demasiado
elocuente en toda la serie–, se mueve convulso tratando de zafarse. Pero el
capo le hace separar las piernas y el tirón de su cuerpo colgante lo deja
inerme. El capo vuelve a agarrarle la polla. “¡Cómo podríamos haber
disfrutado!”, exclama, “Pero nunca es tarde y me vas a dar tu leche como sea”. De
nada le sirven a mi actor sus intentos de resistirse, porque el capo lo sujeta
fuertemente pasándole un brazo por detrás y usa la mano libre para frotar la
polla. Solo el calor desprendido por el persistente manoseo logra que la flacidez
se altere ligeramente. Introduzco aquí una morbosa licencia, consistente en que
mi actor, como medida defensiva, empieza por sorpresa a lanzar un potente
chorro de orines. El capo se aparta, pero no se arredra en su lujurioso
designio. “¡Mea, mea, que aún te tiene que salir otra cosa!”, se burla.
Mi actor parece
momentáneamente relajado, pero cuando el chorro cesa, el capo reanuda su
intento de masturbación. Sin embargo, al no conseguir el engorde de la polla,
impaciente y enfebrecido, se agacha en cuclillas y, con las manos sobre los
muslos de mi actor, presiona para mantenerlo pegado a la pared. Entonces acerca
la boca a la polla y la sorbe. El capo chupa ansioso y de forma constante. El
cuerpo de mi actor tiembla inmovilizado y su rostro se congestiona; encoge los
ojos y resopla. El ritmo de la mamada va decreciendo hasta detenerse y quedar
la cabeza del capo fijada en la entrepierna de mi actor. Al fin se aparta y
levanta la cara con una sonrisa de triunfo y leche resbalándole de los labios.
Al levantarse el capo, se ve la espléndida polla de mi actor todavía tiesa y
goteante.
Ahora el capo, ya de
pie, exhibe una magnífica erección y se encara a mi atribulado actor. “¿Creías
que ibas a poder negarme este tributo? …Pues ya ves que de ti puedo conseguir todavía
lo que quiera”. Se agarra la polla y la sacude obscenamente. “Me queda algo por
hacer ¿no te parece?”, dice desafiante. Mi actor, instintivamente, busca
protección en la pared de ladrillos que tiene detrás, como si ésta lo fuera a
proteger del ataque que teme. Pero el capo se le abalanza y, manipulando la
cadena que liga las esposas a la tubería, consigue retorcerla y así poner de
espaldas a mi actor. El capo contempla con lujuria el gordo y velludo culo, que
muestra enrojecimiento por el roce de la pared. “¡Qué a gusto te lo voy a
desvirgar!”, exclama el capo, “Porque eres virgen por ahí ¿verdad?”. Soba y da tortazos
a las orondas nalgas, que mi actor contrae para mantener cerrada la raja. Pero
el capo se la recorre con la palma de la mano. “¡Ya puedes apretar, ya, que no
te libras!”. El capo se sujeta la endurecida polla y la proyecta hacia la raja.
Da un fuerte golpe de pelvis y se clava despiadadamente. Mi actor aplasta una
mejilla contra la pared con el rostro contraído por el esfuerzo de ahogar un
grito. Ahora queda eclipsado el culo de mi actor por el orondo del capo quien,
para afirmar el bombeo en el que se afana, se sujeta con las manos a los
flancos de aquél. Más que hablar, brama: “¡Sí, traidor, traga! ¡Qué caliente me
pones! ¡Te voy a inundar!”. Mi actor crispa los dedos sobre la pared por encima
de las esposas y su expresión es de una mezcla de dolor y rabia por la
violación que está sufriendo. El capo se agita aún más y ruge con unas
descargas violentas. Se separa de mi actor y su polla cae a plomo. Queda a la
vista el cuerpo derrengado de mi actor y de su raja cuelga un hilillo lechoso.
El capo se sacude la
polla, ya en retracción, y dice irónico: “Espero que te haya gustado tanto como
a mí… ¡Lástima que probablemente sea la primera y última vez!”. Mi actor ya no
puede verlo, de espaldas como está y aún más en tensión por el retorcimiento de
la cadena de la que cuelga. El capo empieza a recoger su ropa. “Ahora vendrán
mis muchachos para hablar contigo…”. Tras una risotada, y dándole una fuerte
palmada en el culo, añade: “En la postura que haces, seguro que les apetece
meterte algo menos agradable que mi polla”.
A este nivel de mi
invención, no puedo menos que apiadarme de mi actor. Por lo demás, sé que en la
serie le queda todavía papel. Así que, al poco de quedarse solo, se oye un
estruendo de disparos cruzados. No tarda en irrumpir un grupo de agentes
especiales de la policía, con sus impresionantes uniformes negros y armados
hasta los dientes. Probablemente ha habido un chivatazo interesado en el juego
de traiciones. Ya solo encuentran a mi desvalido actor y cortan con una cizalla
la cadena que lo mantiene colgado. La escena siguiente es en la calle, donde,
en un barullo de coches policiales y camillas con cadáveres, mi actor está
sentado, envuelto con una manta térmica, en la trasera de una ambulancia. Lo
flanquean dos fornidos agentes y el poli protagonista, de paisano, le dice con
un tono irónico: “Creo que vas a tener mucho que contarnos”.
https://bearmythology.files.wordpress.com/2009/06/drew-powell-shirtless-24.jpg
ResponderEliminarhttps://s3.amazonaws.com/movieswithfriends-dev/cast/173995movie.jpg
Lo saqué, no????
Creo que sí. La serie es Gotham y el actor al que me refiero aparece más maduro y gordo.
EliminarSi ese es el actor... ¡Está buenísimo! y la escena que escribes no puede ser más tórrida.
ResponderEliminarA tí tenía que gustarte...
EliminarEste ?
ResponderEliminarAlex Corrado - http://goo.gl/5qAYaD
Creo que sí
EliminarEres el amo del relato, Víctor, tu imaginación es retorcida y maravillosa. No tengo palabras más que para felicitarte.
ResponderEliminarMuchas gracias. Así me ahorro el psicólogo...
EliminarTotalmente de acuerdo con las alabanzas de los comentarios anteriores. Y te diré que me has puesto el pantalón chorreando de líquido preseminal...
ResponderEliminarSadico el capo pero de vez en vez es buena un poco de dominacion sexual, tener a un hombre asi indefenso para saciar todas mis fantasías sexuales o viceversa, ser uno la presa de un hombre asi que sacie todos sus impulsos sexuales, es una hermosa y herotica fantasía mientras la leia y escribia esto sentia un cosquilleo muy intenso en mi entrepierna y como que se humedece, que remedio hay que hacerse una paja pensando en ese gordito apetecible y el capo no se queda atras. Qué es más herotico dominacion o sumisión, si que me quede cachondo como dije anteriormente deliciosamente placentero atte. Carlos
ResponderEliminarVigila tu ortografía...
EliminarErotico
EliminarMe pasas el link de la serie me gusto mucho
ResponderEliminarLa serie es Gotham. La vi en la tele
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