Miguel era un
cincuentón que, en su ya larga vida de casado, había ido adquiriendo peso y una
oronda barriga. Un día se encontró por casualidad en la calle a Antonio, viejo
amigo de los tiempos juveniles y con el que había dejado de tener contacto.
Algo mayor que Miguel, Antonio también había desarrollado un cuerpo robusto y
lucía una muy digna calva. A ambos les costó reconocerse mutuamente, pero se
llevaron una gran alegría y no desperdiciaron la ocasión de irse a un bar para
ponerse al día de sus peripecias vitales. Lo primero que comentaron fueron los cambios físicos producidos. “¡Quién te ha
visto y quién te ve!”, dijo Miguel, “Si ahora pareces un gran señor… con lo
golfo que eras”. “Pues anda que tú”, replicó Antonio, “Con ese barrigón de bon vivant que has echado”. Empezaron a
contarse cómo les iba la vida y no tardaron en retomar la confianza que, en
otra época, habían tenido entre ellos para entrar en los aspectos más íntimos.
Así Miguel explicó: “Desde hace un tiempo a mi mujer no le apetecen las
relaciones sexuales. Ya las últimas y pocas veces que lo hacíamos no le ponía
el menor entusiasmo y me llegaba a desanimar. Ni chupármela quiere ahora… Si le
digo que voy a buscarme algo, no se lo
toma en serio y me contesta que ya estoy mayorcito para aventuras. La verdad es
que eso de ir de putas nunca me ha convencido y acabo matándome a pajas”. La
situación de Antonio en ese tema no era más halagüeña: “Pues qué te voy a contar yo, viudo desde hace dos años y
viviendo en casa de mi hija y su marido. Tampoco me como una rosca y, como tú,
solo me queda darle a la mano”. Cuando ya llevaban un par de gin-tonics cada
uno, empezaron a tomarse con humor su desastrosa vida sexual, hasta el punto de
que Antonio tuvo la ocurrencia de soltar: “Si deberíamos apañarnos entre
nosotros dos…”. “¿Con eso sales a estas alturas?”, se rio Miguel, “¡Vaya dos
gordos metiéndose mano!”. Antonio no se arredró: “Pues no creas, que un
compañero de trabajo, que ya no está, me tiró los tejos una vez”. “No me digas
que te dejaste querer”, se burló Miguel, “¡Uy, uy, uy!”. “Entonces no me atreví”,
contestó Antonio, “Pero, con la sequía que estoy pasando ahora, a lo mejor lo
habría probado”. A pesar del ambiente jocoso en que tenía lugar esta
conversación, la franqueza de Antonio llegó a inducir cierta desazón en Miguel,
quien prefirió cambiar de tema. Pero ya la charla decaía y cada uno tenía sus
quehaceres. Así que se dieron una nueva cita para los próximos días, deseosos
de que su amistosa relación no volviera a interrumpirse.
Cuando Miguel volvió a
su casa se sintió excitado, lo cual atribuyó a los efectos del alcohol
ingerido. Miró a su mujer y supo que de ella nada iba a obtener, por lo que
decidió masturbarse en la ducha, como en tantas ocasiones. Sin embargo, mientras
se la meneaba ansioso, le venía a la mente la inesperada sugerencia que había
dejado caer Antonio. Se preguntaba si éste hablaba mínimamente en serio y, en
tal caso, si sería una opción aceptable. Dos hombres ya maduros entrando en una
dimensión desconocida… El caso es que tuvo una corrida de lo más intensa y la
conversación con su amigo no paró de darle vueltas en la cabeza.
Volvieron a
encontrarse en el mismo bar y Miguel no tardó mucho en lanzar la pregunta que
le rondaba desde el otro día: “¡Oye, Antonio! ¿Aquello que dijiste de nos
podíamos consolar mutuamente era de verdad?”. A Antonio le cogió por sorpresa y
dijo: “Creía que se te habría olvidado ¿Es que te molestó?”. “No es eso, no”,
contestó Miguel, “Es que no me lo esperaba…”. “Y has estado pensando en ello
¿no?”, dijo Antonio con una sonrisa. “Bueno, sí… Está uno tan liado”, admitió
Miguel. Antonio lo miró durante unos segundos y al fin dijo: “A mí no me
asustaría probarlo… Total, hay confianza entre nosotros y, si no funciona, pues
no funciona”. Ante el silencio de Miguel, añadió: “¿A ti qué te parece?”. “No
sé qué decirte”, dudó Miguel, “¿Pero cómo lo haríamos?”. Antonio quiso aliviar
la tensión con una broma: “¡Hombre! No es cuestión de que nos metamos mano aquí
en el bar… Tendríamos que pensar en un sitio más íntimo”. “Un hotel o algo así
me daría demasiado corte”, dijo Miguel,
“Tú no vives solo, pero yo…”. “Tú tienes a tu mujer ¿no?”, lo
interrumpió Antonio. “Sí, pero este fin de semana se va al pueblo a pasarlo con
su madre y me quedo solo”, explicó Miguel. “¿Estás ofreciendo tu casa?”,
preguntó Antonio algo sorprendido. “Si estamos decididos a probarlo, no sería
mal sitio”, admitió Miguel. “Pues te agradezco la confianza. Por mí no hay
inconveniente”, dijo Antonio. Intercambiaron ya teléfonos, por si surgía algún
problema, y Miguel le dio su dirección a Antonio. “Así que te espero el sábado
por la tarde”. Se despidieron con una cierta solemnidad, cada uno concentrado
en el paso que se disponían a dar.
El sábado, ya solo en
su casa Miguel, iba de un lado para otro comido por los nervios. A ratos se
arrepentía de la cita y a ratos lo dominaba el morbo de lo desconocido. Antonio
se presentó con puntualidad y trajo una botella de whisky. “Por si nos hace
falta”, dijo risueño, aunque no menos nervioso que Miguel. Plantados uno
delante del otro como pasmarotes, Miguel preguntó al fin: “¿Cómo lo hacemos?”.
Antonio, que parecía tener más iniciativa, sugirió: “Creo que, para empezar,
será mejor que nos desnudemos… Así nos vamos familiarizando”. “¡Vale! ¿Pero lo
hacemos aquí mismo o nos vamos cada uno a una habitación?”, dijo Miguel
pudoroso. “Si nos andamos con vergüenzas, mal va a ir la cosa”, alegó Antonio,
“¡Venga, no lo pensemos más y a quedarnos en cueros!”. Ambos se decidieron ya y
procedieron mirándose de reojo. La eliminación de los calzoncillos requirió el
mayor arrojo. De nuevo quedaron frente a frente, ahora completamente desnudos.
Miguel, tetudo y barrigudo, era moderadamente velludo y su sexo, encogido entre
los gruesos muslos, quedaba casi oculto por el pelambre. Antonio, por su parte,
era también gordo y bastante peludo, aunque su polla estaba más visible. Se
examinaron con detenimiento y optaron por recurrir al humor para vencer el
nerviosismo. Miguel comentó: “Con el poco pelo que te queda en la cabeza, por
el cuerpo lo compensas ¿eh?”. “Pues tú estás bien llenito… Como para cogerte en
brazos”, replicó Antonio. Tras unos instantes de indecisión silenciosa, éste
tomó la iniciativa de nuevo. “Ya que nos hemos visto en pelotas y ninguno ha
salido corriendo ¿por qué no acortamos distancias?”. “¿Para tocarnos, quieres
decir?”, preguntó tontamente Miguel. “¡Hombre, ya que estamos…! A no ser que
prefieras que nos las meneemos cada uno por su cuenta”, respondió Antonio con
ironía. Miguel calló, pero instintivamente, sin apenas conciencia de ello, se
llevó una mano a la entrepierna para hacer resaltar más la polla que tenía tan
encogida. Enseguida dejó caer los brazos a los costados en espera del
acercamiento de Antonio. Éste le puso las manos sobre los hombros. “¡Uf, qué
frías las tienes!”, comentó Miguel con voz temblorosa. “Así me las caliento
contigo”, replicó Antonio haciendo acopio de control de la situación. Fue
resbalando las manos y las detuvo sobre las
salidas tetas. Las palpó diciendo: “¡Cuánto tiempo sin tocar algo así!”.
“No te confundas, que soy un tío”, protestó Miguel. “No hay confusión posible
con este vello… Pero me gusta manosearlas ¿Tú no sientes nada?”, preguntó
Antonio. “¡Joder! Me estás poniendo la piel de gallina”, reconoció Miguel, que
añadió: “Te voy a tocar yo también ¿vale?”. Llevó directamente las manos al
pecho de Antonio y jugueteó con los dedos por el abundante vello. “Lo tienes
muy suave… Pero los pezones se te han puesto duros”, comentó. “Con los frotes
que les das…”, musitó Antonio. Así se entretuvieron unos momentos sobándose las
tetas, hasta que Antonio observó: “La cosa no va nada mal ¿no te parece?”. Miguel
asintió y se apartó un poco para poder ver más hacia abajo. “¡Ostia, si te
estás empalmando!”, exclamó. “Ya lo he notado, ya. Pero no quería decírtelo”,
casi se excusó Antonio. Miguel entonces llevó una mano a su polla, como si lo
avergonzara tenerla aún tan inerte. Antonio, al verlo, dijo decidido: “¡Déjame
a mí!”. Se la cogió y la frotó suavemente. Miguel resopló y comentó: “Nadie
diría que eres inexperto en tocar pollas”. “Pues es la primera, te lo aseguro…
Y mira cómo se te está poniendo”, contestó Antonio. En efecto la polla de
Miguel había engordado ostensiblemente, en contraste con el encogimiento mostrado
hasta el momento. Miguel volvió a resoplar y dijo: “¡Oye! Se me están aflojando
las piernas con tu toqueteo… ¿No estaríamos mejor si nos echamos en la cama?”.
Antonio se extrañó: “¿En la que duermes con tu mujer?”. Miguel fue categórico: “¡Para
lo que me sirve…! Además, ella tiene la culpa de esto”. Antonio corroboró: “Tal
como va la cosa, igual tendremos que estarle agradecidos…”.
Pasaron al dormitorio
y se dejaron caer sobre la cama, uno al lado del otro. No sabían muy bien lo
que vendría a continuación, pero lo que tenían claro era que sus pollas, bien
duras, les pedían de todo menos tregua. Entonces Miguel se decidió a preguntar:
“¿Te atreverías a chupármela?”. Su polla, gruesa y no muy larga, se elevaba
medio descapullada sobre los huevos. Antonio la miró algo aprensivo y antes de
aceptar volvió a manosearla. “¡Vale! Pero tú me lo harás también ¿no?”.
“¡Claro, claro!”, contestó Miguel, que ya estaba ansioso. Antonio descapulló
del todo la polla y acercó la boca. El contacto de los labios con la tersa y
húmeda hinchazón le produjo escalofríos de momento. Pero avanzó deslizándolos
hasta que polla estuvo en gran parte dentro de su boca. Miguel lo animó: “¡Así,
así!”, y añadió: “¡Coño! Mejor que mi mujer… cuando me lo hacía”. Antonio daba
sorbetones subiendo y bajando para deleite de Miguel, que muy a gusto se habría
dejado ir. Pero Antonio interrumpió la mamada para reclamar su parte del
acuerdo. “¡Ahora tú a mí!”. Miguel, algo a regañadientes por cortar su placer,
se avino a cumplir. Intercambiaron posiciones y Miguel se enfrentó a la polla
circuncisa de Antonio, menos gorda que la suya pero más larga. La cercó con la
mano e hizo un esfuerzo para dar un lametón al capullo. “¡Uy, lo tienes muy
mojado!”, exclamó con un cierto rechazo. Antonio lo apremió: “¡No vengas con
remilgos y chúpamela de una vez!”. Miguel cerró los ojos y se metió la polla en
la boca. La repasó con la lengua y apretó los labios. “¡Sigue, sigue! ¡Joder,
qué gusto!”, decía Antonio. De pronto Miguel tuvo una idea: “¿Por qué no nos
las chupamos a la vez?”. Antonio accedió: “Bien, pero yo me echaré encima, que
peso menos”. Así pues se colocaron a la inversa y Antonio, desde arriba, clavó
de nuevo la polla en la boca de Miguel, mientras se la volvía a chupar a éste. Miguel,
con su gordura aplastada por la de Antonio y su polla hundida hasta la
garganta, no estaba en condiciones de avisar lo que le estaba viniendo. De modo
que, por sorpresa, la boca de Antonio se fue llenando de leche, que se vio
obligado a tragar a medias. “¡Ostia, tú!”, exclamó cuando pudo hablar, “Esto ha
sido a traición”. Ya se salió de la boca de Miguel y buscó algo para limpiarse
la cara. Miguel por su parte, despanzurrado aún sobre la cama, soltó con una
sonrisa beatífica: “¡Uf, qué a gusto me he quedado!”.
Se crearon unos
momentos de desconcierto, con Miguel satisfecho y Antonio confuso por la
corrida en la boca sin previo aviso. Además la accidentada mamada de Miguel lo
había dejado a medias y con sed de revancha. Se arrimó a Miguel y lo zamarreó.
“¡Ponte bocabajo, gordo, que quiero verte el culo!”. Miguel se resistió
alarmado: “¡No estarás pretendiendo algo raro ¿eh?!”. Y hasta ofreció: “Si
quieres, te la chupo y te saco también la leche… ¡Pero eso no!”. “No seas
cagueta, hombre, que solo te lo voy a acariciar”, lo engatusó Antonio. Miguel
pecó de buena fe y accedió a darse la vuelta. Antonio en efecto se limitó de
momento a manosear y estrujar las nalgas. “¡Vaya culazo que tienes! ¡Y qué
suave!”. “¡Uf, qué sobón! A que no me lo lames”, lo provocó imprudentemente
Miguel. Antonio vio que le abría una vía para lo que en último término estaba
deseando hacer. Separó las nalgas y la raja apareció sonrosada y limpia de
vello, con un ojete tentador. Se dijo que el fin justificaba los medios y, si
ya había chupado la polla y hasta tragado la leche, por qué no pasar por ahí la
lengua, lo que de paso serviría de lubricación. Así que chupeteó a fondo
sorprendiendo gratamente a Miguel. “¡Uy, qué lanzado! ¡Me gusta, me gusta!”. Con
la raja bien ensalivada, Antonio se puso a jugar con los dedos, con la aviesa
intención de que uno se le escurriera por dentro del ojete. Miguel no lo
rechazó porque recordaba que a veces en la ducha, antes de masturbarse, le
resultaba placentero meterse un dedo enjabonado y darse una fricción. Es lo que
le estaba haciendo ya Antonio y lo reconoció: “¡Joder, qué bien lo haces!”.
Antonio fue a la suya: “Si es que te abres la mar de bien…”. “¡Cuidado con lo
que estás pensando!”, lo previno Miguel. Pero éste en el fondo estaba sintiendo
la morbosa curiosidad de dejarse hacer más allá de lo que los prejuicios le
permitían. Antonio pareció intuirlo, porque volvió a la carga: “Si el dedo te
entra tan bien, podría probar con otra cosa…”. Miguel optó por la fórmula del
que calla otorga y procuró relajarse manteniendo la dignidad. El intenso deseo
que dominaba a Antonio le había mantenido la polla bien tiesa y solo tuvo que
empezar a tantear con ella por la raja. Cuando el capullo estuvo centrado en el
ojete, empujó y la larga polla fue entrando sin mayor dificultad. No obstante,
Miguel, al sentir una intensa quemazón, exclamó: “¡Cabrón, esto duele más que
el dedo!”. Antonio, clavado a fondo y encantado de la elástica presión que
envolvía su polla, lo calmó: “Lo peor ya habrá pasado… Ahora deja que me mueva”.
A un ritmo creciente se puso a bombear y notó que la tensión de Miguel se iba trocando
en gimoteos placenteros, hasta el punto que llegó a exclamar: “¡Uy qué cosa!
¡Qué gusto me está dando”. Antonio confirmó: “Y a mí… ¡Coño, qué bien tragas!”.
Miguel seguía disfrutando: “¡No pares! ¡Qué bueno es esto!”. Y Antonio: “¡Qué
caliente estoy! Me voy a correr”. “Aguanta un poco más”, pidió Miguel. Pero ya
Antonio se estremeció soltándole una buena descarga. “¡Uf, qué polvazo!”,
musitó todavía agitado y se derribó sobre Miguel. Éste asintió sofocado: “¡Y
que lo digas!”.
Estirados uno junto al
otro sobre la cama, se reponían de las emociones vividas. Miguel comentó: “Sí
que hemos aprendido pronto…”. “¡Es que tu culo da un juego…!”, exclamó por su
parte Antonio. “Quién me iba a decir que eso de que me la metan me guste
tanto”, se sinceró Miguel. “Las mamadas tampoco han estado mal ¿eh?”, añadió
Antonio. Miguel se incorporó apoyado en un codo y preguntó: “¿Qué hacemos
ahora?”. “¿Por qué no abrimos la botella que he traído y lo celebramos?”,
sugirió Antonio. “¡Buena idea!”. Miguel se levantó y volvió con la botella. “A
morro ¿te parece?”, dijo como si compartirla de ese modo tuviera más morbo. Medio
tumbados se fueron pasando la botella para darle tragos. Cuando a Miguel se le
derramó un poco y le resbaló por el pecho, Antonio tuvo un impulso: “No lo
desperdiciemos”. Le lamió la teta mojada y detuvo la lengua en el pezón. “Eso
también me gusta”, reconoció Miguel. Antonio chupó y fue pasando de una teta a
otra. “¡Uy, qué afición le pones!”, exclamó Miguel encantado. Pero como éste
parecía que se limitaba a dejarse hacer, Antonio dijo: “Tal vez que yo sea un
tío tan peludo te hace menos gracia”. “¡Qué va!”, replicó Miguel, “Me gusta que
me roce tu vello”. Para confirmarlo lo abrazó estrechamente. Luego le ofreció
la botella: “Echa un trago, que quiero bebérmelo de tu boca”. De este sensual
modo se pasaron el whisky y sus lenguas se enredaron por primera vez. Ya
lanzados, jugaron a verterse chorritos de licor por el cuerpo y lamérselos
mutuamente.
La consecuencia de
este voluptuoso juego fue que acabaran los dos bien empalmados de nuevo. “¡Cómo
te has puesto otra vez!”, comentó Miguel. “¡Pues anda que tú!”, replicó
Antonio. Con infantilismo propiciado por el alcohol se dedicaron a las
comparaciones mientras se palpaban las pollas mutuamente. “La tienes bastante
gorda”, comentó Antonio. “La tuya es más larga”, glosó Miguel. Éste pensó un
poco y luego preguntó: “¡Oye! ¿Qué te pareció lo de que me corriera en tu
boca?”. “Me pilló por sorpresa, pero no estuvo mal… Si soltaste la leche era
porque te la había chupado bien ¿no?”, contestó Antonio. “¿Quieres que te lo
haga yo ahora?”, ofreció Miguel. “¡Vale! Te daré la leche también ¿eh?”, aceptó
Antonio. “Sí, quiero probarla”, concluyó Miguel. Antonio se despatarró y Miguel
reptó entre las piernas separadas. Sin embargo, entre la trompa que llevaban ya
los dos, la descarga que hacía poco había tenido Antonio en el culo de Miguel y
que éste, aunque voluntarioso, mostraba cierta torpeza en el arte de la mamada,
la cosa no funcionaba. Así que Antonio se dio por vencido. “Mejor que no
insistas…”. Miguel preguntó compungido: “¿No te gusta cómo lo hago?”. “¡Sí,
hombre sí!”, lo tranquilizó Antonio, “Pero creo que ya me debería marchar”.
Pero Miguel protestó: “¿Te vas a ir ahora con lo bien que estamos? Te podrías
quedar esta noche… Total, si ya estamos en la cama”. Antonio se lo pensó y se
dijo que tampoco es que tuviera demasiadas ganas de ponerse en movimiento con
lo mareado que estaba. Además, estaba tan bien arrebujado con Miguel… “Si te
empeñas…”, dijo. “¡Claro que sí!, lo alentó Miguel, “Esto hay que seguir
celebrándolo”. Y como la botella de whisky había quedado seca, corrió a traer
otra que guardaba en el comedor.
El resultado de tanta
celebración fue que acabaron quedándose fritos, enredados con brazos y piernas.
La tregua, no obstante, duró tan solo dos o tres horas, que fueron suficientes
para que Antonio, quien, en las vueltas que iban dando, se había abrazado a la
espalda de Miguel, se sintiera de nuevo excitado. Y como la polla se le
encajaba en la raja de Miguel, presionó con intenciones aviesas. Miguel se
despertó y se limitó a preguntar: “¿Me vas a follar otra vez?”. “Tu culo me ha
vuelto a calentar… Deja que te la meta”, pidió Antonio. “¡Vale! A ver si me da
tanto gusto como antes”. Los dos disfrutaron de nuevo sin prisas, pero a
Miguel, que no se resignaba a que la leche de Antonio le entrara siempre por el
culo, se le ocurrió proponer: “Cuando te empiecen las ganas de correrte ¿por
qué no te sales y me la das en la boca?”. Como Antonio estaba ya casi a punto,
avisó: “Pues venga ya, que te lo debo”. En un rápido tránsito del culo a la
boca de Miguel, bastó el frote de la polla que siguió dándose Antonio y la
presión de los labios de Miguel para que los dos quedaran satisfechos. Miguel
tragó y declaró: “Tenía yo ganas de probar tu leche… Me ha gustado”. Volvieron
ya a dormirse despreocupadamente.
Bastante avanzada la
mañana del domingo, los despertó el ruido de la puerta de entrada al abrirse y,
a continuación, la voz de la mujer de Miguel: “¡Miguel! He vuelto a discutir
con mi madre y he preferido adelantar la vuelta… ¿Dónde estás?”. Los dos
hombres en pelotas sobre la cama se miraron espantados y ni siquiera se les
ocurrió taparse con las sábanas. Lo cual, por lo demás, poco iba a mejorar las cosas.
Porque la visión de las ropas masculinas dispersas por la sala aceleró el
avance de la mujer hacia el dormitorio. Quedó estupefacta al encontrar a su
marido desnudo sobre la cama alborotada junto a un desconocido en el mismo
estado. Miguel entonces le echó un valor a la situación que a él mismo le
sorprendió y, aprovechando la parálisis que todavía inmovilizaba a su mujer,
soltó con total sangre fría: “Ya te avisé de que acabaría buscando algo por mi
cuenta… Y aquí un amigo de confianza me ha ayudado”. Antonio no pudo menos que
esbozar una tímida sonrisa como presentación. La reacción de la mujer no fue,
sin embargo, tan virulenta como sería de temer: “¿Y tenía que ser en mi cama y
con un tío gordo y carroza como tú?”. Miguel se mostró humilde: “Nos hemos
puesto a beber y hemos acabado durmiendo aquí la mona. Como no estabas… Ya
pensaba lavar las sábanas”. Antonio aprovechó para hablar: “Creo que será mejor
que me vaya y os deje solos”. Pero la mujer lo atajó: “¡Tú de ahí no te mueves,
que estáis muy guapos los dos enseñando la minga!”. “Pensaba que eso ya no te
interesaba…”, dijo Miguel con ironía. “Lo que me interesa saber es de qué va
todo esto”, replicó ella. Miguel se explicó: “Antonio es viudo y yo como si lo
fuera para estas cosas. Estábamos probando si nos podíamos apañar entre los
dos… y vas y nos pillas”. La mujer casi esbozó una sonrisa y, entre asombrada e
intrigada, preguntó: “¿Y cómo ha ido la prueba?”. Miguel reconoció: “Bastante
bien ¿Verdad, Antonio?”. Éste asintió y añadió por su cuenta: “Hemos quedado
muy aliviados”. La mujer exclamó: “¡Qué complicados sois los hombres! Con tal
de tener un sitio por donde meterla…”. Miguel preguntó desafiante: “¿Te habría
gustado más encontrarme con una señora?”. “¿Qué pelandusca iba a querer estar
contigo? Mejor que no te gastes el dinero en eso”, dijo la mujer con criterio
práctico. Antonio entonces intervino en defensa de Miguel: “Pues con tu marido
he disfrutado cantidad…”. La mujer lo miró con curiosidad y concluyó: “Sobre
gustos…”. Parecía que estuviera asimilando el apaño de Miguel sin
escandalizarse demasiado y prueba de ello fue que, tras pensárselo unos
instantes, dijo: “Ya que estamos, os vendrá bien para la resaca un buen
desayuno. Mientras os adecentáis un poco, voy a prepararlo”.
Cuando los dejó solos,
Antonio exclamó admirado: “¡Joder, qué mujer más comprensiva tienes!”. “Ni yo
mismo me lo creo… Aunque, si así no le sigo dando la lata con el sexo, ya le
viene bien esto nuestro”. Para no tener que atravesar en pelotas el piso en
busca de su ropa, Miguel se puso una bata y le dejó un albornoz a Antonio. De
esta guisa se presentaron en la cocina, donde la mujer ya estaba disponiendo un
apetitoso desayuno. Lo compartieron amistosamente hablando solo lo justo, hasta
que Miguel se decidió a plantear la cuestión: “¿Y ahora qué?”. Su mujer no se
lo pensó demasiado: “Si lo preguntas por mí, ya podéis seguir con vuestro
rollo… Ya sois mayorcitos”. Pero había otro problema. “El caso es que no
tenemos dónde ir…”, planteó Miguel. La mujer comentó irónica: “Así que también
tengo yo que resolver vuestros problemas…”. Pero la mirada expectante de los
dos hombres la conmovió. “Ya sabes, Miguel, que dos tardes a la semana salgo
con mis amigas… Y otros fines de semana volveré a visitar a mi madre”.
“¿Quieres decir que podemos usar la casa?”, preguntó Miguel incrédulo. “Cuando
os dé el achuchón…”, respondió ella, para puntualizar a continuación: “Eso sí,
lo quiero todo en orden y no ropa y botellas por todas partes… De cambiar la
cama y lavar sábanas y toallas te encargas tú”. “¡Eres un sol!”, no pudo menos
que exclamar Miguel. “Y vosotros unos salidos… Pero qué se le va a hacer”, concluyó
la mujer. Aún tenía, sin embargo, que dar muestras de su dominio de la
situación y dijo en plan maternal: “¡Hala, a ducharos, que falta os hace! Y
acabemos el día en paz…”.
Miguel y Antonio
pasaron un buen rato en el baño y estaban tan asombrados por el insólito curso
de la situación que apenas se atrevían a hacer cometarios. Desde luego,
descartaron volver a meterse mano y Antonio consideró que ya era hora de
ahuecar el ala. Se encontraron su ropa recogida en el dormitorio y disciplinadamente
apartaron las sábanas, que Miguel se encargaría de lavar y cambiar. Buscaron a
la mujer para que Antonio se pudiera despedir y ella no tuvo el menor reparo en
estamparle un par de besos, como si fuera un amigo de toda la vida.
Reconozco que este
final resulta muy poco realista, aún menos que el resto del relato. Pero seguro
que es una fantasía que más de un casado con amores ocultos se podría hacer.
Desde luego yo soy uno de esos casados maduros que han tenido ams de uan ves esa fantasia, solo que enla mia, mi mujer se apunta a la juerga. Muy bueno como todos tus relatos
ResponderEliminarEs muy bueno me encantan tus relatos y me calientas a veces las fantasías pueden hacerse realidad o eso me gustaría. Eres fantástico y tus relatos buenísimos se que no soy muy novedoso al decirte esto pero es lo que pienso un abrazo.
ResponderEliminarBuenísimo y muy caliente como siempre se que no soy muy original pero escribes y describes muy bien las fantasías de muchos por favor no lo dejes un abrazo.
ResponderEliminarUn buen y gracioso final e imaginar la cara de asombro de los protagonistas no tiene precio sigue así con tus relatos!
ResponderEliminarNo sera realista,pero yo me he puesto burro perdido,enhorabuena por los relatos y como me gustaria estar entre dos hombres asi mmmm.
ResponderEliminarNo te creas....yo tengo un amigo que estuvo liado con un casado casi 20 años.....hasta que un dia se descubrio el pastel...Bueno, se descubrio no...la mujer lo puso encima de la mesa..Y te cuento ..o os cuento...Mi amigo estaba liado con un casado desde muchos años atras....Esto pasó en un pueblo...y ellos compartian las tierras que llevaban a medias. Un dia mi amigo fue en busca del casado a la casa y le dijo a la mujer..."No esta Juan"...le contesto la mujer..."no, ha ido a la capital a arreglar unos papeles y hasta la noche no viene"..."ah vale, ya vendre en otro momento a verle"....Y la mujer le contestó..."pero tu que te crees, que yo soy tonta...yo se que estais follando desde el primer dia, y a eso vienes hoy tambien en busca de el...Pero mira, yo me callo por que me conviene...vivimos en un peblo, no me conviene los escandolos, tengo mi bolso con dinero el que quiero....y para que este cada dia follando con uno distinto...y yo en boca de todos, prefiero que folle solo contigo".....Y esto es totalmente veridico...Por tanto, esta mujer del relato, aun que no sea lo normal....pero como ella no queria follar con el y no le apetecia el sexo, pues es casi logica que tomara la postura que tomó ante los dos hombres y su relaccion...Asi ella se quitaba un problema de encima, y evitaba los escandalos
ResponderEliminarWanupp, continuas a sorpreenderme...
ResponderEliminarMagnifico relato!
Grato ;-)
Querido Víctor:
ResponderEliminarEste relato es diferente, me ha resultado un poco menos morboso pero es buenísimo también. Me puedo imaginar perfectamente la situación. He vividi la tensión y la cara de póquer de los protagonistas al final de la historia.
De nuevo te quiero agradecer tu generosa actitud al compartir tus relatos,
Contesto conjuntamente a los comentarios que me han caído de golpe y celebro que os haya gustado mi historia ¡Cuánto casado pillo hay por este mundo...! En mis relatos procuro ir cambiando de registro para no aburrirme. Unos resultarán más morbosos y otros teñidos de humor; depende de lo que se me ocurra en cada momento. Al fin y al cabo no son más que una diversión para mí y espero que sigan siéndolo también para vosotros. Muchas gracias por darme ánimos.
ResponderEliminarEste relato podria ser perfectamente el guión de una obra de teatro o cine porno/erótico/humorístico. A la par que me he reido un montón, no he podido evitar estar empalmado prácticamente desde el principio. Menudo pajote ha caido en la parte de que después de dormirse se despiertan y follan hasta que se corre en la boca....
ResponderEliminarTio, para mi, eres el mejor y espero tus escritos como agua de mayo!!
Un beso GRANDE!!!! :-)
El sexo también puede ser divertido...
EliminarPor supuesto, de lo contrario dan ganas de no practicarlo.
EliminarUn saludo y gracias por contestar.
Ponme en una historia con un profesor me llamo Javier y me gustaria que el profesor se llame Francisco y que sea de Cultura fisica y gordo.
Eliminarquerido victor me encanto el relato como todos los que nos escribes joder que situación mas morbosa un aplauso para ti majo sigue por favor haciéndonos disfrutar de estos momentos
ResponderEliminarSe hará lo que se pueda...
EliminarCada vez son más vividos tus relatos y tan eroticos llenos de morbo y deseo por los hombres maduros y gorditos que a mi me fascinan no importa que no pongas imágenes que con lo poco que cuesta imaginarselas por tus descripciónes que das en todos tus relatos animo no me faltan para hacerme una paja y al ver un hombre como los que describes me los imagino tal cual en tus relatos. Son vivencias o pura imaginación creativa disculpa la pregunta pero después de leerlos queda uno muy exitado y tembloroso de deseo te felicito soy fan tuyo aun me faltan de leer algunos pero como la buena comida poco a poco para gozarlos al máximo. P. D. El mejor sexo comienza puramente mentalmente para después llevarlo a lo fisico gracias por llevarnos a la lujuria y despertar esos deseos tan intensos saludos desde durango México
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