Mi amigo Javier,
cincuentón de muy buena presencia, alto, bastante robusto y velludo, ha sido
protagonista de muchos de mis relatos. En alguno de sus lances he participado
o, al menos, he sido testigo. Esta nueva peripecia suya no la presencié, pero
doy forma a lo que él me contó con la minuciosidad en la que se recrea al
hacerlo.
El caso es que volvía
un día de la playa en su coche. Se había quitado el traje de baño mojado y,
para conducir se limitó a sentarse sobre la toalla que colocó en el asiento.
Adelantó a un motorista de vigilancia en carretera de forma absolutamente
correcta. Pero al poco este aceleró y le hizo luces. Javier se detuvo en el
arcén y tuvo la precaución de tirar de una esquina de la toalla para taparse
mínimamente el paquete, no fuera a ser que lo denunciara por conducción
indecente. El motorista descendió y se acercó a la ventanilla. Fornido y
guapetón dijo muy educadamente: “Buenas tardes ¿Sabe usted que tiene un
intermitente trasero roto?”. Javier pensó que lo habría visto al hacer el
adelantamiento. “Sí que lo sé. Precisamente llevo un repuesto en el maletero.
Tendría que ir a un taller para que me lo cambien”. “No es conveniente circular
así ¿No sabría hacerlo usted mismo?”. Javier captó que al guardia se le iba la
vista a lo que tan precariamente tapaba la toalla. “Es que soy un manazas para
estas cosas… Si pudiera ayudarme usted…”. Sabía que había dado en el clavo,
porque el motorista, tras pensar unos segundos, dijo: “De acuerdo… Pero aquí
estamos a pleno sol. Si se adentra en aquel grupo de árboles será más cómodo”. Javier
tuvo que contener una sonrisa al responder: “Es usted muy amable. Allá voy”.
Coche y moto se
adentraron en el discreto paraje indicado. El guardia bajó de la moto y se
extrañó de que Javier siguiera en el coche. “¿Qué espera?”, preguntó
asomándose. Javier puso voz de falso pudor. “Es que ya ve cómo voy…”. “¡Bah,
hombre! Póngase la toalla, si quiere”. A este ‘si quiere’ le encontró Javier un
punto de morbo. Pero, con una cierta prevención de respeto a la autoridad, optó
por no precipitarse. De todos modos bajó del coche dándole la espalda al
policía aparentando recato, aunque se tomó su tiempo para sacar, estirar y
ceñirse a la cintura la toalla que, al no ser demasiado grande, quedó precariamente
sujeta. Iba pensando: “Mírame el culo, que lo demás te lo enseñaré luego”.
“¡Vamos, vamos!”, lo apremió el guardia algo nervioso. Calmosamente para que
éste llenara su vista con sus exuberantes formas, abrió el maletero atestado de
cachivaches. Sabía perfectamente dónde estaba la caja con el accesorio nuevo,
pero revolvió por el lado contrario. “Yo diría que estaba por aquí”. El policía
se le arrimó y empezó a buscar también. Se rozaban y, al sentir el vello del
brazo del guardia contra el suyo, empezó a ponerse cachondo. No dudaba de que
al otro le pasaba algo parecido.
Al fin dieron con la
caja pero, para sacarla, había que apartar una tumbona plegable que se había
enganchado con el respaldo del asiento posterior. Javier adentró el cuerpo para
intentar moverla sin mucho éxito. Entonces el policía, impaciente, se abrió
paso casi echado sobre Javier. “Espere, hay que levantarla de aquí”. Con el
cuerpo tenso, el guardia mantuvo subido un extremo de la tumbona y Javier pudo
así sacar la dichosa caja. Pero al enderezarse con ella en la mano, la toalla
se le aflojó de la cintura y cayó al suelo. El policía quedó paralizado,
todavía medio tumbado dentro del maletero innecesariamente, y con la descocada entrepierna de Javier en la línea
visual. Éste con la caja en alto y una sonrisa cínica preguntó: “¿Vamos a
cambiar el piloto ahora?”. “¡Sí, claro!”, contestó el guardia confuso.
“Entonces voy a tener que buscar un pantalón…”, dijo Javier. “No nos
entretengamos más… Si no hay nadie por aquí”, contestó el policía poniéndose ya
derecho. “Está usted…”, replicó Javier con intención. “No lo multaré por eso”,
quiso bromear el guardia. “Entonces no tengo nada que ocultar”, dijo Javier en
el mismo tono. Se puso a abrir la caja para sacar la pieza, consciente de que
el policía, que extraía mientras una bolsa de herramientas de la mochila de su
moto, no le quitaba ojo. “Supongo que ajustará bien… Usted es el que entiende”,
dijo Javier con la pieza en la mano. El
guardia se agachó para desatornillar le piloto roto y Javier descaradamente se
puso a su lado con todos los ornamentos viriles a la altura de su cara. Los
tornillos se resistían a salir y el policía se ponía nervioso. Su camisa
marcaba manchas de sudor cada vez más extensas. Se enderezó resoplando. “¿Por casualidad
no tendrá 3-en-uno o algo similar?”, preguntó. “Creo que sí. Miraré en la
guantera”, dijo Javier y añadió: “¡Pero hombre, quítese la camisa, que la está
empapando! … Si no hay nadie por aquí”. Empleó la misma frase que había
pronunciado el guardia.
Cuando volvió con el
lubricante, el policía lucía ya un torso robusto y velludo, brillante por el
sudor. Se agachó de nuevo para rociar los tornillos y el pantalón se le bajaba
por detrás haciendo visible el comienzo de la raja del culo. Javier no pudo
evitar, ni quiso, que la polla le fuera engordando. La nueva broma del guardia
fue algo más que condescendiente. “Eso sí que lo podría multar…”. “Debería
cachearme”, lo provocó Javier. “Si quiere que juguemos… ¡Ponga las manos sobre
el techo del coche y separe las piernas!”. Javier obedeció encantado. “¡A
fondo, eh! Que nunca se sabe”. Las manos del policía, cuyo temblor notaba Javier,
cayeron sobre él siguiendo un método profesional, carente de sentido en este
caso, en que todo estaba al descubierto. Iba palpando los brazos hasta las
axilas y recorría los costados. Arrimándose y rozando con el velludo pecho la
espalda de Javier, llevaba las manos hacia delante. Agarraba las tetas que, en
la postura que ponía Javier, estaban colgantes. Siguió manoseando la peluda
barriga, pero se detuvo bajo el ombligo. De ahí pasó a las piernas, de una en
una y de abajo arriba. Cuando subía por los muslos, Javier sentía los dedos
cosquilleándole los huevos. El culo fue objeto de una inspección especial. Las
nalgas eran manoseadas y la raja escrutada. Javier se atrevió a decir: “La de
cosas que se pueden meter ahí…”. Pero el policía dio una nueva orden. “¡Ahora
de frente y con las manos tras la nuca!”. Javier se plantó sin poder evitar una
sonrisa socarrona. En paralelismo con su firme erección, el guardia marcaba un
inequívoco abultamiento en el pantalón. “Le convendría airearse también por ahí
abajo… Lo puedo ayudar”, le soltó Javier. Pero el policía lo atajó. “Está
resultando ser un sujeto peligroso”, replicó severo, “Voy a tener que
esposarlo”. Javier le tendió los brazos juntando las muñecas. “Usted es la
autoridad”. “¡No, a la espalda!”, ordenó el guardia, que tomó las esposas y se
las puso a mi obediente amigo. Luego las sujetó a una de las manillas del
coche. La postura de Javier, con el torso ligeramente arqueado hacia atrás,
resaltaba aún más la turgencia de su polla. “Ahora sí que estoy en sus manos”,
dijo provocador.
El policía se decidió
ya y, desviando su mirada de la de Javier, se soltó el cinturón y bajó la
cremallera del pantalón. Este se escurrió hacia abajo y, por la bragueta de los
bóxers, asomaba la incontrolada polla. Los bajó también y toda la robusta
delantera quedó al descubierto. Obviando comparaciones, Javier se dijo que
aquella verga tan dura le podría poner la mar de contento el culo. Pero el
guardia tenía de momento otras intenciones. Con Javier inmovilizado, se le
acercó con los ojos cargados de lujuria. Le plantó las manos en las tetas y las
amasó para, a continuación, pinzarles los pezones. “¡Uf, uf!”, emitía Javier
dramatizando el gusto que le daba. Como en un impulso irrefrenable, los tomó
con la boca, chupándolos y mordisqueándolos. “¡Aj, aj!”, seguía Javier.
Mientras la mano del guardia iba resbalando por la barriga y el pubis hasta
agarrar la polla. La frotó y sacudió con energía, lo que hizo que Javier se
encogiera. Más calmado, fue bajando hasta caer de rodillas. Levantó la polla y
metió la cara para alcanzar los huevos con la lengua. La pasaba de uno a otro
con lamidas que hacían estremecer a Javier. Volvió a ocuparse de la polla y,
con un dedo, extendió por el capullo la gota brillante que destilaba la punta.
De un sorbetón engulló la polla casi entera. Javier resoplaba totalmente
entregado. El policía combinaba la mamada con frotaciones manuales, que
provocaban un enervante subibaja en el deseo de Javier. “¡No me aguanto!”,
decía éste, y el otro frenaba, para reanudar con más intensidad. Cuando el
primer borbotón de leche empezó a brotar, la boca del guardia se acopló a la
polla para recogerla toda, mientras a Javier gimiente se le aflojaban las
piernas. Una vez hubo tragado, el policía, como si aquello hubiera tenido que
hacerlo por obligación, dijo muy serio: “¡Vaya trabajo que me está dando!”. Javier,
que prefirió seguirle la cuerda, calló humildemente.
El guardia soltó ya a Javier
de la manilla, aunque solo abrió una de las esposas y, pasando los brazos hacia
delante, volvió a cerrársela. “¡Apoye los antebrazos sobre el capó!”. Javier
captó enseguida de qué iba y se colocó con el culo en pompa. “¡Soy todo suyo!”,
declaró. El policía ignoró esto último y le ajustó las piernas a su gusto.
Volvió a sobar el culo y se centró ahora en la raja. La abrió al máximo y
escupió sobre el ojete. La súbita humedad sobrecogió a Javier que, no obstante,
hubo de soportar una inmisericorde metida de dedos. “La verga será más
agradable”, se dijo. Y aunque le dio una
brusca clavada, rezongó más que a gusto. Éste aumentó a medida que el bombeo se
hacía intenso y persistente. “¡Qué buenos métodos tiene!”, “¡Cómo va al
fondo!”, lo estimulaba Javier sin salirse de su papel. El policía crispaba las
manos en las caderas y, con los meneos que le daba, Javier tenía que afirmar
los codos para no resbalar sobre el capó. Sintió la tensión del cuerpo del
policía y las sacudidas que daba entre resoplidos. Javier se regocijó por la
leche que debía estarle inyectando. Al fin le quedó vacío el culo y, cuando se
enderezó todavía esposado, el guardia ya se estaba subiendo los pantalones.
Mantuvo el tipo hasta
el último momento porque, tras quitarle las esposas, se puso la camisa y se
ajustó el casco. Muy serio dijo: “Ahora se podrán sacar los tornillos. Cambie
usted mismo el piloto”. Arrancó la moto, se montó y, con un saludo marcial,
salió disparado. A Javier, divertido y satisfecho, no le quedaban ganas desde
luego de seguir con el bricolaje. Así que echó la caja nueva en el asiento de
atrás y se metió en el coche para reanudar su camino. Si lo paraba otro guardia
de tráfico, ya se apañaría...
hola de nuevo muchas gracias por este relato joder que morbo me ha encantado muy bueno estoy calentísimo gracias de nuevo un besazo y un abrazo majo
ResponderEliminarQue caliente me ponen tus relatos, muchas gracias por escribirlos, te sigo desde principios de año gracias por regresar
ResponderEliminarEnhorabuena, otro relato sobresaliente y calentorro, hmmmmm
ResponderEliminarMe encanto, imagino toda la escena. Realmente sabes describir y lograr la atencion
ResponderEliminarMuchas gracias a todos los que os tomáis la molestia de hacer comentarios tan estimulantes.
ResponderEliminarHola amigo, muchas gracias de nuevo por tus relato, has vuelto a escribir y eso es lo importante, además mejor que nunca.
ResponderEliminarMuchos besos.
Pakoso (Bearwww.com/javiypaco)