Emilio, tras una
ruptura bastante dolorosa con su pareja, había entrado en una etapa de
alejamiento de cualquier actividad sexual. Recién cumplidos los cincuenta años,
grueso y bien parecido, no habría tenido problemas para encontrar desahogo
entre los numerosos admiradores de los osos maduros. Pero había quedado
demasiado afectado y no tenía ganas de nuevas aventuras. Por ello decidió pasar
sus vacaciones en solitario y de una forma muy convencional, alquilando un
apartamento en una población costera.
Casi a desgana se
impuso aprovechar la playa y ya el primer día, a media mañana, acudió a la que
le cogía más a mano, que estaba bastante concurrida. Buscó una zona que le
pareció algo más despejada y allí se echó sobre su toalla. Pero poco le iba a
durar la tranquilidad porque a los pocos minutos, se instaló a escasos metros
toda una familia con varios niños. Familia de momento incompleta, pues no había
ningún adulto varón. Emilio temió que su reposo playero se viera alterado y a
punto estuvo de cambiar su emplazamiento. Sin embargo, de pronto se incorporó
al grupo el varón que faltaba. Ya en traje de baño, gordo, tetudo y velludo, no
debía tener menos de sesenta años, y dejó a Emilio con la boca abierta, haciéndole
desistir de su huida. Para colmo al hombre no le pasó desapercibida la
presencia de Emilio y no tardó en dirigirse a él muy sonriente. “Espero que no
le causemos muchas molestias…”. Emilio salió de paso. “Hay mucha gente en esta
playa…”. Entonces el hombre le hizo una inesperada propuesta. “¿Sabe lo que le
digo? Si no es un fanático de asarse al sol me puede acompañar a ese
chiringuito, que es donde yo me refugio mientras la tribu retoza por aquí”.
Desde luego a Emilio no se le ocurrió rechazar la oferta y los dos acabaron
ocupando sendos taburetes bajo la sombra y ante dos frescas cervezas.
La cordialidad y la
proximidad física del nuevo conocido empezaron a despertarle a Emilio un
gusanillo que hacía tiempo no había sentido. La posición sobre los taburetes
propiciaba el roce de las peludas rodillas de ambos y las piernas separadas del
otro hacían difícil que a Emilio no se le fueran las miradas al bañador que
aquél se iba remangando desenfadadamente. Ya se tutearon e hicieron las
presentaciones: Emilio y Joaquín. El primero reconoció sus vacaciones
solitarias, lo que hizo comentar a Joaquín: “¡Vaya suerte!”. Porque él, desde
luego, estaba suficientemente acompañado. A Emilio le extrañó que aquellos
críos tan pequeños pudieran ser los hijos de Joaquín, cosa que éste aclaró.
“¡Qué va! Son mis nietos… Mi hija se casó muy joven y ahora está separada. De
modo que cargamos con ella y con los niños”. Joaquín, dicharachero y alegre, le
hizo a Emilio una nueva propuesta. “En el puerto deportivo tengo un pequeño velero
con el que desconecto de vez en cuando ¿Qué te parece si mañana lo cogemos los
dos y pasamos un buen rato navegando?”. Emilio no tenía ninguna experiencia,
pero la idea no pudo menos que resultarle atractiva. “Navegar a vela es
estupendo… Verás la sensación de libertad que da”, remató Joaquín. Así que
quedaron en encontrarse en el puerto al día siguiente.
Emilio pasó el tiempo
restante con una cierta desazón. Por supuesto no podía negar que Joaquín le
resultaba de lo más apetecible, hasta el punto de que se le alborotaba la
entrepierna nada más recordarlo. Pero también descartaba que la amabilidad
mostrada por Joaquín pudiera ser algo más que eso. Lo que iba a obligarle a un
esfuerzo de contención para no delatarse en situación tan íntima.
Cuando Emilio llegó al
puerto ya estaba Joaquín esperándolo y lo saludó con gran alegría. “Aquí está
mi media nuez. Espero que no te dé canguelo… Tengo buena mano y el mar está
espléndido”. Ambos iban en traje de baño y camiseta pero, nada más subir a
bordo, Joaquín se desprendió de ésta para tener más soltura en el despliegue de
la vela. A Emilio le dio un vuelco el corazón al ver a Joaquín moverse con una
agilidad increíble para su volumen. Para colmo, el bañador no le ajustaba
demasiado y, cuando se agachaba para alguna maniobra, mostraba parte de la
oscura raja del culo. En una de sus evoluciones, Joaquín se fijó en que Emilio
conservaba la camiseta y le animó: “¡Vamos, hombre, sácate eso! Aquí se toma el
sol mejor que en la arena”. Emilio así lo hizo y la mirada de complacencia que
le dirigió el otro lo puso en guardia.
Cuando ya se habían
alejado bastante de la costa, impulsados por un viento no muy fuerte pero
constante, Joaquín dijo: “Vamos a quedarnos aquí un rato. Esto es una
delicia…”. Echó el ancla y el velero quedó con un suave balanceo. Pero antes de
sentarse en la banqueta frente a la que ocupaba Emilio, con un “¡Esto sobra
aquí!”, se echó abajo el bañador. Todavía de espaldas, Emilio se encontró con
el culazo completo, peludo y de negra raja. Al inclinarse y apoyarse en el
borde del velero para sacárselo por los pies, la mole, al oscilar sobre los
robustos muslos, quedó cerca de las narices de Emilio. Con total desenfado se
dio la vuelta y, en un pubis espeso de pelambre, bajo la visera de la prominente
barriga, mostró una verga ancha y medio descapullada sobre los gruesos
testículos. Joaquín se sentó en la estrecha banqueta frente a Emilio, con los
muslos bien abiertos entre los que sobresalía el paquetón. “¡Venga, tú también,
que aquí no nos ve nadie!”. A Emilio le pilló por sorpresa la incitación de
Joaquín y no era precisamente pudor lo que le inquietaba, sino la hinchazón que
había empezado a producirle el despelote de aquél. Como cualquier remilgo iba a
resultar ridículo, se decidió a hacer la misma maniobra de ponerse de espaldas
y apoyarse para quitarse el bañador. Pero cuando se dio la vuelta con la
intención de sentarse cuanto antes y expuso todo su cuerpo, también robusto y
velludo aunque en proporción algo menor, Joaquín lo retuvo plantándole las
manos en los muslos. Miró a Emilio de abajo arriba y dijo: “Ya sabía yo que no
me equivocaba contigo”. “¿A qué te refieres?”, aún preguntó Emilio como para
ganar tiempo, aunque su erección era ya indisimulable. “Que es lo que esperaba
desde que vi la buena pinta que tienes, y
parece que yo tampoco te soy indiferente…”. Joaquín, sin soltarlo, ya le estaba
acariciando suavemente los huevos y aceleraba así el levantamiento de la polla.
“Podemos aprovechar el tiempo ¿no crees?”. A Emilio ya le temblaban las piernas
y no le salían palabras por la excitación. Joaquín siguió adelante y acercó la
cara. “A ver qué te parece esto”. Abrió la boca y ciñó los labios a la polla. Chupaba
de manera tan suave y constante que Emilio hubo de apoyarse en sus hombros para
no perder el equilibrio, sin poder resistirse al placer que sentía. No
obstante, halló fuerzas para pedir: “¡Para, por favor!”. Joaquín se apartó
entonces y Emilio, al que le costaba creer la forma en que se había precipitado
todo, se dejó caer de culo en la banqueta con la respiración entrecortada.
Joaquín se extendió en
la suya apoyado en un codo y subió un pie al asiento. Dando el frente se
manoseó voluptuosamente la verga mostrando su potente erección. “¿No querrías
catarla también?”. Emilio, que arrastraba una dolorosa represión, cayó de
rodillas ante aquella verga que oscilaba sobre los huevos. La engulló con tal
decisión que casi se atraganta. “¡Uy, tenías tantas ganas como yo ¿eh?!”, dijo
Joaquín satisfecho. Emilio mamaba y Joaquín manejaba su cabeza para entrarle a
tope, o bien se salía para que le lamiera los huevos. Su actitud dominante, que
no dejaba de añadir morbo a la excitación de Emilio, culminó en un: “¡Te voy a
follar!”. Tan imperativa decisión sorprendió a Emilio. “¿Aquí?”. “¡Claro!
¿Dónde mejor?”. Joaquín se levantó y tiró de Emilio. “En el centro, no vayamos
a zozobrar”. Hizo que se apoyara en el último peldaño de la escalerilla que
subía hacia la proa y afirmó las piernas para caerle encima. Emilio temía la
contundencia de semejante verga, pero el deseo se sobreponía al temor. Sintió
un fuerte salivazo que le resbaló por la raja y unos dedos que extendían la
humedad hasta dentro del ojete. Aceptó su dolor como preludio del que vendría y
procuró relajarse. La verga tanteó y se fue clavando. Emilio gemía, en espera
de la penetración total. “¡Buen culo, sí señor! ¡Y tragón como a mí me gusta!”,
proclamaba Joaquín ajeno a los gemidos. Emilio deseaba que el bombeo que se
iniciaba despertara el placer tanto tiempo olvidado. Las arremetidas cada vez
más enérgicas hacían moverse la embarcación y Emilio tenía que asirse
firmemente para no perder el equilibrio.
“¡Sí, sí, cuánto me gusta!”, llegó a declarar ya. Joaquín aceleraba y sus
bufidos se mezclaban con los gritos de las gaviotas. “¡Te voy a inundar, so
putón!”. “¡Sí que lo soy, sí!”, reconocía Emilio en su desvarío. La aparatosa
corrida a punto estuvo de lanzarlo sobre la proa. Emilio dio tumbos hasta que
logró caer sentado en la banqueta. Joaquín le plantó entonces la verga que
goteaba pendulona. “¡Toma, chupa lo que queda!”. Emilio lamió mecánicamente
como si ingiriera un calmante. “¡Me quiero correr también!”, expresó su deseo
con tono suplicante. “Hazte una paja mirando al mar… Sube a la banqueta, que yo
te sujeto”. “¿Me puedo fiar?”. “No, pero ya gritaré: hombre al agua!”, bromeó Joaquín.
Era tanta la excitación de Emilio que le hizo caso. Se subió y con el culo
apoyado en el pecho de Joaquín, que lo abarcaba con sus brazos, dio suelta a
una masturbación compulsiva. Joaquín le daba lamidas en la espalda y, sin
soltarlo, le pellizcaba las tetas. Emilio tembló todo él y los chorros de leche
salpicaron sobre el agua. Se dejó caer hacia atrás confiado en la sujeción de
Joaquín, que comentó burlón. “¿A que nunca te la habías meneado de esta
manera?”.
El baño que se dieron
a continuación en las frías aguas del mar abierto les atemperó los ardores. Aun
así no se privaron de abrazos y sobeos acuáticos. Emilio no se podía creer que
las aburridas vacaciones que preveía estuvieran dando semejante vuelco.
Volvieron a subir al velero y, cuando se
iban acercando al puerto, recuperaron sus trajes de baño. Joaquín advirtió: “Por
desgracia estas escapadas no las puedo hacer cada día… Y ahora que te he
encontrado lo lamento más”. Emilio, aún embelesado, preguntó: “¿Pero podremos
repetir alguna vez?”. “¡Por supuesto!”, respondió Joaquín categórico, “Dentro
de un par de días, además, te voy a llevar a un sitio que te gustará”. Ni que
decir tiene que Emilio esperó ansioso la nueva excursión. Ni siquiera fue a la
playa, por no encontrarse a Joaquín rodeado de su familia. Pero acudió puntual
a la nueva cita.
Navegaron a vela
desplegada, los dos en paradisíaca desnudez y con espontáneos magreos, hasta
que Joaquín enfiló hacia una pequeña cala que parecía inaccesible por tierra y
en la que, amarrada a una estaca, se balanceaba una barca de pescador. Joaquín
fue acercando el velero y lo ligó a la barca. “Bajemos, que ya tenemos pie”.
Emilio preguntó intrigado: “¿Hay alguien aquí?”. “Espera y verás”, contestó
Joaquín sonriente. Cuando estaban ya en la orilla, de una especie de cueva
entre las rocas surgió un hombretón que dejó pasmado a Emilio. Solo con un
viejo y rasgado calzón, superaba en volumen a Joaquín. El aspecto fiero de su
peluda corpulencia se atemperaba por la sonrisa de oreja a oreja que iluminaba
su cara mal afeitada. Gritó a Joaquín: “¡Ya era hora de que te dejaras caer por
aquí! …Y en buena compañía por lo que veo”. No le sorprendía en absoluto
nuestra desnudez y nos abrazó a los dos con fuertes golpes a la espalda.
Joaquín me dijo entonces: “Te presento a Eusebio, que asa el pescado de
maravilla… Pero además hace unas mamadas que te cagas ¿No es verdad, Eusebio?”.
El aludido rio halagado. “¡Vaya fama que me das, Joaquín! A uno le gusta lo que
le gusta… ¿Hablas por propia experiencia?”. “Mía y de todo el que se deja caer
por aquí. Que a veces hay cola”, completó Joaquín, que explicó a Emilio:
“Eusebio fue el que, hace muchos años, me abrió los ojos… y el culo. Casi me
tienen que dar puntos”. “¡Mira que eres exagerao!”, protestó Eusebio.
“¿Exagerado? Quítate los calzones, para que el amigo vea si exagero”. Eusebio,
sin el menor reparo, se quedó tan encueros como ellos. Emilio tuvo ante sí un
aparato que, aun en reposo, se veía importante”. Joaquín le instó: “Tócasela un
poco y verás cómo se le pone… Ya me dirás si exagero”. A Emilio le tenía algo
cortado esta desvergonzada camaradería, pero la provocadora sonrisa de Eusebio
lo animó. Solo tuvo que darle unas fricciones para que la verga se levantara
dura y potente. Emilio, de la sorpresa, retiró la mano y el miembro quedó
oscilando retador. Eusebio, sin dejar de exhibirse orgulloso, reconoció:
“También te asusta ¿verdad? Es lo que tiene que sea tan vistosa… Solo viciosos
como Joaquín se atreven con ella”. Joaquín añadió: “Ahora no sé si me
atrevería… ¡Si hasta parece que te ha crecido más! En cambio a tus mamadas no
hay quien se resista”. “¡Oye, que si me la chupan tampoco digo que no!”,
replicó Eusebio. Emilio no podía apartar la vista, no solo del pollón, sino del
conjunto que parecía sacado de los relatos mitológicos, e imaginaba el morbo de
ponerse en manos de aquel hombre. Por eso dio un respingo cuando la ruda mano
de Eusebio le agarró la polla, al igual que hizo con la de Joaquín. “¡Venga, a
ver si os alegráis vosotros también!”. La maestría de su manoseo logró en
segundos que las dos pollas se endurecieran como piedras. “¡Así me gusta, todos
bien cachondos! Que para eso habéis venido ¿no?”.
Pero primero había que
coger fuerzas con la sencilla y deliciosa habilidad culinaria de Eusebio. Les
mostró orgulloso unas magníficas piezas. “No hace ni una hora que las he
pescado”. Y también un par de botellas de vino blanco enterradas en la arena
mojada para refrescarlas. Sacó de la cueva una brazada de ramas y sobre ellas
colocó una parrilla. Así empezó la ceremonia del asado. Entretanto a Jacinto se
le ocurrió sugerir a Eusebio: “¿Por qué no nos cuentas algunas de tus anécdotas
que seguro las tendrás sabrosas?”. Eusebio no se hizo de rogar y, mientras se
cuidaba del pescado y servía vino, fue desgranado:
“Desembarcó un equipo
de rugby al completo. Venían borrachos como cubas y me retaron a chupársela a
todos ellos tragándome la leche. Me los fui afanando sin tomarme un descanso y
la leche ya me salía por las orejas. Estaban tan eufóricos que provocaron al
capitán para que dejara que me lo follara. Era un tiarrón casi tan grande como
yo, pero no las tenía todas consigo. Así que lo sujetaron poniéndolo bocabajo y
yo, ante ese culo tan jugoso, no me iba a contener. Le pegué una clavada que
los gritos se debieron oír a varias millas, entre el jolgorio de sus colegas. Ya
no me paraba y lo embestí con firmeza hasta que le eché dentro casi tanta leche
como la que había tragado. Se lo llevaron medio grogui a la barca… Pero al cabo
de unos días volvió él solo”. Eusebio se rio al recordarlo, pero enseguida
empalmó otra aventura:
“Una vez apareció por
aquí un político importante. Lo reconocí porque sale bastante en la tele, y eso
que no la miro mucho. Claro que en bañador se le veía más gordo y chaparro. No
sé si tendría alguna información sobre lo que pasaba en la cala, pero el caso
es que dijo a los que llevaban la lancha: “Id a dar una vuelta mientras me
quedo un rato charlando con este amable pescador”. Talmente como si fuera a
pedirme el voto. Pero no era eso lo que buscaba. Empezó dándome coba. “Aquí
tienes tu pequeño paraíso… Así estás de fornido y rebosante de salud”. Yo
asentí viéndolo venir y, como al descuido, me pasé una mano por la entrepierna.
“No quiero perturbarte en tu remanso de paz, pero ¿te importaría si la comparto
tumbado en esta arena tan fina?”. “¡Haga, haga… y póngase cómodo!”, lo animé.
Él aún dio un paso más. “Aquí hasta el bañador desentona ¿no te parece?”.
“¡Claro, se lo puede quitar! No lo verá nadie”. Se echó abajo el bañador y
mostró una polla regordeta sobre unos huevos de buen tamaño. Como lo miré con
descaro, me pinchó. “¿Siempre te dejas puesto ese calzón?”. “Bueno, por
costumbre y porque…”, dejé la frase en suspenso. “¿Porque…?”, quiso que
completara intrigado. “Porque no me gusta enseñar todas las cartas desde el
principio”. Mi directa lo dejó descolocado. “Pues me voy a tumbar ¿vale?”.
Extendió la toalla que había traído y se echó bocarriba con los ojos cerrados
al sol. Aproveché para tomarle medidas: tetitas muy chupables, barriga
juguetona y entrepierna con la que sacar partido. También vi que la mano se le
iba al pito de vez en cuando y lo acariciaba con disimulo. Entonces ya sí que
me dispuse a enseñar todas las cartas. Me quité el calzón y me puse de pie a su
cabeza, con la polla tan tiesa que hacía sombra sobre su cara. Lo notó y abrió
los ojos. Su mirada pasó del sobresalto al deseo. Levantó un brazo y me la
agarró. “¿Esto es lo que escondías?”, dijo usándola de asidero para girarse y
quedar de rodillas ante mí. “Si te gusta, aquí lo tienes”, ofrecí provocador y
apeando ya el tratamiento. “¡Cómo que si me gusta! Lo más grande que he visto
en mi vida”. “Pues agradece una boca viciosa”. “¿Crees que eso es la mía?”. Al
político por lo visto le iban los estímulos acanallados. “Nada más tengo que
ver cómo se te está cayendo la baba”. Me había soltado la polla y se limitaba a
mirármela con los ojos salidos. He de reconocer que tan dura y levantada como
la tenía no me extrañaba su asombro. “Se te está mojando toda la punta”,
comentó con voz pastosa. Y es que tanta veneración me estaba haciendo lubricar
a base de bien. “Es que quiere mezclarse con tu saliva”, dije incitador. Ahora
sí que le dio tal lametón al capullo que me lo dejó limpio. “¡Sabe a sal
marina!”, exclamó poético. “¡Pues verás a lo que te sabe la leche que vas a
tragar!”. “¿Me la vas a dar toda?”. “En la boca o por el culo, donde
prefieras”. “¡Por el culo no, que me destrozarías!”, se alarmó. Pero, entre
tanto romance, parecía dudar todavía de metérsela en la boca. Así que le sujeté
la cabeza y le hice engullir todo el capullo. Tuvo que abrir bien la boca y
seguí entrándole hasta que vi que se quedaba sin respiración. Aflojé un poco
para que mamara a su gusto. Con las manos agarradas a la base chupaba y lamía
como si fuera un muslo de pavo. El juego que le daba a labios y lengua me
estaba poniendo negro, y lo estimulé. “¡Dale, dale, mamonazo!”. “¡Sí, sí, es lo
que soy!”, murmuraba con la boca llena. Me entraron temblores y volví a
sujetarle la cabeza. No reprimí los berridos mientras iba largándole varias
oleadas. Le rebosaba la leche que no le daba tiempo a tragar, pero seguía
amorrado con la cara congestionada. Cuando quedé bien aliviado y se
desenganchó, aún se restregó mi capullo por los pezones y se extendió por las
tetas la leche que le resbalaba de la barbilla. “¡Cuánta polla y cuánta leche!
¡Increíble!”, exclamaba arrebatado. “Así que te ha gustado ¿eh?”, dije ufano.
“¡De locura! ¿Y a ti?”. “¡Buena mamada, sí señor!”, lo halagué, “Pero aún me
falta algo…”. Porque yo, naturalmente no daba la fiesta por acabada.
Aprovechando su extrañeza, lo hice tumbar en la toalla y me puse a comerle todo
lo comible. Le mordí las tetas, todavía pringadas de mi leche, y él se retorcía
de gusto. Restregué la lengua por la barriga hasta dar con la polla toda
mojada. Pero antes de ocuparme de ella, azucé su deseo mordisqueando el
pelambre, sorbiéndole los huevos y levantándole las piernas para lamer el
ojete. Me apiadé de sus gemidos ansiosos y al fin puse en juego mi
especialidad. Trabajé la polla con dedos y boca acercando el placer y
retardándolo. Tragada entera, mis contracciones bucales, acompañadas de giros
de lengua, lo llevaba a la locura. Le retenía con mi cuerpo las piernas para
frenar sus pataleos. Él sollozaba: “¡No aguanto más, no aguanto más!”. Y yo le
daba cachetes. “¡Llorica, te correrás cuando yo quiera!”. “¡Soy tuyo! ¡Cómeme
entero!”. Sorbí al fin con fuerza y emitió un silbido como el de un globo al
deshincharse. La leche me borboteó en la boca e hice gargarismos con ella. “¡Me
matas, canalla!”, gritó. Cuando hube tragado, le espeté: “¿Todavía te quejas?”.
“¡Nooo! ¡Me has llevado al cielo”. Empezó a oírse un lejano rumor de motor y el
político tuvo que volver a la realidad. De un salto se metió en el agua,
cuidando de coger el bañador, que también remojó. Al salir del rápido chapuzón,
se lo puso y quedó sentado en la toalla. Yo a mi vez recuperé mi calzón para no
dar la nota. La motora no tardó en enfilar la cala. “¿Ha descansado a gusto el
señor?”, preguntó el ayudante. “¡Una delicia! …Y la charla con este pescador ha
sido muy amena”. Al subir a la lancha aún le temblaban las piernas”.
Joaquín y Emilio
rieron bien a gusto a cuenta de las anécdotas, que con tanto detalle había
ilustrado Eusebio. Pero ya no quedaban más que espinas y las botellas estaban
vacías. Eusebio había ido hablando con miradas picaronas, especialmente
dirigidas a Emilio, como nuevo conocido. A Joaquín ya lo tenía bien calado. A
su vez Emilio tampoco le quitaba ojo a la envergadura del pescador, cuyo badajo
oscilaba ostentosamente mientras realizaba sus tareas de anfitrión. De pronto
Eusebio, medio empalmado ya, soltó: “Yo no sé vosotros, pero a mí recordar esas
cosas me está poniendo burro”. Joaquín sin embargo dijo haciéndole un guiño a
Emilio: “Ahora lo que nos va a venir bien es una siestecita ¿no te parece?”.
Emilio entendió que en la propuesta había gato encerrado y siguió el juego de
Joaquín de tenderse los dos juntos sobre las toallas en la semisombra. “¡Vale,
vale!”, replicó Eusebio socarrón, “Me apañaré a mi manera…”. Joaquín ya sabía
cuál iría a ser “su manera”. De momento, en su posición supina, la polla se le
empezó a levantar y llevó una mano a la de Emilio para alegrársela también. Se
toqueteaban los dos lascivamente con los ojos cerrados a la luminosidad del día
y aunque sabían que Eusebio no se iba a quedar quieto, empezaron a amodorrarse.
Efectivamente el
pescador, como en un juego de sorpresas, serpenteó entre sus piernas.
Hábilmente sorbió la polla de Emilio, que se desveló sobresaltado, mientras,
con una mano sobaba la de Joaquín. Desde luego Emilio pudo comprobar en carne
propia la fama de las mamadas de Eusebio. Sus hábiles succiones y juegos de
lengua lo subieron enseguida al séptimo cielo. Pero no iba con prisas sino que
dosificaba la chupada para no precipitar el placer. Aunque éste no pudo menos
que estallar al fin y Emilio se agitó vaciándose en la boca del pescador, que
tragó sin dejar una gota. Joaquín, quien aguardaba su turno, preguntó jocoso a
Emilio: “¿Qué te ha parecido?”. “¡De muerte! ¡Vaya boca!”, le respondió éste
con la voz quebrada. Con respecto a Joaquín, Eusebio cambió de táctica. Con la
enorme verga bien dura pasó a colocarse detrás de la cabeza de aquél. No solo
se volcó hacia delante para alcanzar la polla de Joaquín, sino que pillándolo
por sorpresa, le metió la suya en la boca. Joaquín, medio atragantado, tuvo que
mamar aquella verga que le arreaba fuertes arremetidas y a la vez gozar de lo
que le hacía el pescador. Para admiración de Emilio, que los contemplaba más
recuperado, Eusebio controlaba el doble ritmo con tal precisión que, cuando
Joaquín tensaba el cuerpo como síntoma de la corrida que se iba tragando aquél,
también empezó a rebosarle de su boca la leche que en abundancia le estaba
echando Eusebio. Cayeron los dos revueltos y derrengados. “¡Mira que eres
bestia!”, exclamó Joaquín con la boca pastosa. “¡Anda que no te ha gustado!”, replicó
Eusebio bien satisfecho.
Joaquín y Emilio
tuvieron que dar por terminada la excursión y se despidieron afectuosamente del
pescador, no sin promesas de una nueva visita. Navegando de vuelta a la
civilización, Emilio exclamó: “¡Ni soñando habría imaginado unas vacaciones tan
movidas!”. Joaquín auguró socarrón: “Y la de polvos que nos faltan por echar
mientras duren…”
hola de nuevo amigo que bueno que bueno eres la ostia que gozada de relato me quito el sombrero ante ti un besazo grande, hecho de menos que haya besos muchos besos pero chapo por los relatos gracias
ResponderEliminarGracias por lo del sombrero... Reconozco que hay poco besuqueo, van demasiado al grano. Tendré que arreglarlo. Saludos
Eliminarunos relatos estupendos, mucho mejor si cave que los de la primera etapa y las fotos de estas bellezas osunas todo una gozada para la vista y la imaginacion.
ResponderEliminarun fuerte abrazo y gracias, sigue asi tu vales mucho
Gracias. Supongo que con la práctica voy mejorando la técnica. Muchos de los primeros relatos ahora los escribiría de otra manera. Si encuentro fotos que encajan con la historia, me gusta ponerlas.
EliminarMuy buen relato....realmente buenisimo...Creo que has cometido un error al dar un nombre..El nombre de Jacinto, que creo que no existe ninguno en la historia
ResponderEliminarGracias por la observación. No sé como apareció el nombre de Jacinto en lugar de Joaquín. Además es un nombre que no recuerdo haber usado nunca...
Eliminarque continúen las vacaciones por favor
ResponderEliminarA ver si se me ocurre algo...
EliminarA mi al menos es que siendo asi, de mas mayores aun, como en este crelato, me pone cachondo perdio...Como se me va la mano, a practicar el 5 contra 1, leyendo este relato....
ResponderEliminarMe gustaria un dia verte un relato publicado, sobre algo de lo mas rural posible...Yo he sido de campo, he vivido en el campo, y he vivido del campo...y siempre se me paso mil imaginaciones por la cabeza al respecto...Lo rural me da mucho morbo....un pastor, un cabrero, un tractorista, un segador, un hortelano...etc etc
Lo tendré en cuenta. Es buen tema para inspirarse...
EliminarYo soy Rafael, y soy el del comentario anterior, y el de la observacion del nombre de Jacinto
ResponderEliminarNo hace mucho conoci a un señor de una zona montañosa de Granada, cabrero por cierto, y le contë de mis fantasias con ganaderos, pastores, cabreros...etc etc..Y me dijo......
"si yo te contara lo que se puede hacer por ahi en el monte todo el dia y a veces mas dias, y hasta semanas. Lo que pasa es que ya no habemos tantos cabreros en el monte"..
"O lo que me contaba un tio de mi padre, cuando se iban de pastoreo y con la trashumancia, hasta meses, y estando entre hombres, y solos todo el dia en el monte. Lo que pasa en el campo entre nosotros, nadie se lo puede imaginar. Solo nosoitros, y si alguien nos ve"
Ya me gustaría hablar con alguno de esos hombres mayores que cuentan sus experiencias por el monte. Saldrían buenas historias.
EliminarAlgo de policia o de carpinteria sooy ebanista amante de los gordos y de relatos sadico en las pajas soy campeon con tus relatos
ResponderEliminarGenio
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