Marta y Esther eran
dos mujeres de mediana edad y buen ver, que tenían en común estar casadas con
hombres bastante mayores que ellas, Rodrigo y Julio respectivamente. En ambos
casos, los matrimonios se habían basado no tanto en la pasión como en las
conveniencias sociales y económicas. Ellas se conocieron en el gimnasio que
frecuentaban y, dadas las coincidencias de sus peripecias vitales, habían hecho
una buena amistad. Consecuencia de ella fue que les pareciera adecuado ampliarla
a los maridos, ya que, siendo ambos hombres de negocios, también podrían
congeniar. Así que cada una por su lado convenció a su esposo de que se
conocieran todos, con el acicate de que incluso tendría interés profesional
para ellos.
Pero sucedía que, al
margen de este posible interés común, Rodrigo y Julio compartían una afición
que por supuesto sus mujeres ignoraban. Ambos sentían una clara atracción por
hombres similares a ellos, es decir, maduros y robustos. Sin embargo, por su status profesional y social, tenían muy
oculta su inclinación y escasamente le llegaban a dar salida. Rodrigo solo en
los viajes buscaba alguna expansión, mientras que Julio, esporádicamente, se
veía con un antiguo amigo bastante mayor que él, con la excusa de que le hacía
de asesor fiscal.
Por todo ello, cuando
las amigas concertaron una visita y Marta acudió con Rodrigo a casa de Esther y
Julio, tras las presentaciones, en la expresión de los varones hubo un destello
de asombro que no alcanzó a ser captado por las esposas. Porque en sus mentes
surgieron pensamientos similares. “¡Joder, cómo está el tío!”. “¡Vaya pedazo de
hombre!”. Pero, claro, ignorando a su vez esta coincidencia de apreciaciones.
Así pues, se limitaron a saludarse cordialmente, con total satisfacción de las
esposas.
A partir de ahí las
relaciones entre ambos matrimonios se institucionalizaron, con frecuentes visitas
y actividades en común. Ellas estaban satisfechas del feeling que parecía darse entre los maridos. Y éstos se conformaban
viendo contentas a sus mujeres, sin atreverse a darse pistas entre ellos de
algo más que una sana camaradería.
Pero la situación iba
a dar un giro inesperado. Porque resultó que la amistad entre las dos esposas
fue derivando en algo más. La escasez de sexo satisfactorio con sus maridos y
la atracción creciente por el cuerpo de la otra las llevaron a saborear nuevas
delicias y, amparándose en una intimidad que no infundiría sospecha,
aprovechaban las obligadas ausencias profesionales de los maridos para, en casa
de una o de otra, entregarse a ellas. Aunque menospreciaban el aspecto físico
de los cónyuges, a los que consideraban unos carrozas fondones carentes del
menor sex-appeal, empezaron a
fantasear con la para ellas inverosímil idea de que ellos también se pudieran
entender. Entre risas comentaban: “¿Te los imaginas desnudos dándose el pico?”, “¿O haciendo un 69?”, “¿Cuál de los dos se la
metería al otro?”.
En una de estas ocasiones
en que las mujeres retozaban confiadas, resultó que Rodrigo había olvidado en
casa un documento importante. Así que regresó desde el aeropuerto, tras cambiar
el vuelo por otro posterior. Entró y, mientras buscaba en su despacho, oyó unas
risas que provenían del piso superior. Subió las escaleras con sigilo y, a
través de una puerta entornada, vislumbró a las damas en plena faena. A pesar
de la lógica sorpresa, no tuvo ni mucho menos una reacción visceral de marido
ultrajado. Se retiró discretamente y salió de la casa. Durante todo su viaje
estuvo dándole vueltas al descubrimiento. No fue ningún sentimiento de celos lo
que le embargó, sino más bien de envidia. “Las dos ahí disfrutando y yo me
tengo que conformar con mirar de reojo al buenorro del otro cornudo…”. ¿Debería
informar a éste de lo que ocurría entre sus esposas? ¿Reaccionaría igual que él
o se sentiría más ofendido?
El caso es que, en
cuanto volvieron a tener un encuentro a cuatro, Rodrigo aguzó su capacidad de
observación, no solo respecto a las mujeres, sino también con la esperanza de
captar en Julio algún signo que le permitiera alimentar la fantasía que ya se
iba haciendo de una relación similar. Desde luego pudo constatar las grandes
dotes de disimulo en ellas, sin permitirse el menor desliz ante sus maridos. En
cuanto a Julio, aparte de la cordialidad que éste siempre mostraba, seguía sin
dar pie a un acercamiento de otro tipo.
Por ello Rodrigo
decidió dar el paso de contar a Julio el affaire
de las esposas. Así, en la primera oportunidad que tuvieron de hacer un aparte,
le relató lo que había visto con sus propios ojos. Julio quedó no menos
sorprendido que lo había estado él, pero sin denotar un especial enfado. “¡Vaya,
vaya, qué callado se lo tienen, eh!”. Entonces Rodrigo tuvo una idea diabólica,
que soltó casi sin pensarlo. “Se merecerían que también nos pillaran a
nosotros… A ver cómo reaccionan”. La expresión de perplejidad de Julio, le hizo
desear haberse mordido la lengua. Pero el “¿Tú crees?” que a continuación
expresó éste le hizo pensar que su atrevimiento tal vez no caía en saco roto. “¿Pero
cómo simularíamos una cosa así?”, añadió Julio con un interés prometedor, que
estimuló a Rodrigo en su plan. “Deberíamos hacerlo sin equívocos… Que nos pillen
tal como yo lo hice”. “¿Quieres decir desnudos en la cama?”, preguntó Julio
casi temblándole la voz. “¿Te parece demasiado?”, quiso suavizar Rodrigo. “No
es por eso… Pero ellas tienen más facilidad para estar solas en casa”. A
Rodrigo le encantó que la propuesta en sí no escandalizara a Julio y dio el
asunto por zanjado. “Ya se nos ocurrirá algo…”.
Rodrigo quedó
entusiasmado con la facilidad con que Julio había aceptado su loca propuesta y
casi bendecía a las casquivanas esposas por haber dado pie a la realización de
un deseo hasta entonces utópico. Por su parte Julio no estaba menos contento
con la oportunidad de intimar tan estrechamente con Rodrigo, por muy simulado
que fuera el plan.
Para preparar éste y
garantizar que las mujeres picaran, acordaron que deberían dejar algunas pistas
que dieran pie a que empezaran a sospechar. No hay más malpensado que el que
tiene a su vez algo que ocultar. Así, en aras a la confianza adquirida,
cambiaron por besos en ambas mejillas el convencional apretón de manos de
saludos y despedidas; cuando coincidían en un sofá, dejaban que las rodillas
permanecieran juntas… y alguna que otra muestra de complicidad. Lo que ellos no
sabían es que sembraban en terreno abonado y que las bromas que las muy
taimadas habían hecho a su costa cobraban ahora cierta verosimilitud. Hasta el
punto de que lo comentaron entre ellas: “¿Tú no notas algo raro entre esos
dos?”, “A ver si no va ser tan de coña como nosotras lo imaginábamos…”, “¿Será
posible? ¿Qué se verá el uno al otro?”.
El momento álgido
llegó cuando Rodrigo y Julio acordaron ver juntos en casa de éste un partido de
futbol importante. No dejaba de resultar chocante, ya que ninguno de los dos
había mostrado con anterioridad un especial interés por ese deporte. Pero es
que además insistieron en que las mujeres no tenían por qué aburrirse y mejor
si se iban de compras y a merendar por ahí. Todo ello puso la mosca detrás de
la oreja en las esposas y la tentación del espionaje quedaba garantizada.
A punto de empezar el
partido las despidieron muy cariñosamente. “No tengáis prisa en volver… Ya nos
apañamos nosotros”. Mostraron las bebidas y el pica-pica que habían preparado.
Ellas se marcharon aparentando candidez, aunque con la clara intención de
regresar subrepticiamente antes de lo previsto. Todo iba encajando con lo
planificado por los esposos vengativos.
No pasó mucho rato
para que Rodrigo sugiriera: “¿Vamos arriba?”. “¿Ya?”, replicó Julio algo
cohibido. “Hombre, así nos vamos ambientando”. “Vale entonces”. Escogieron la
habitación de invitados, que quedaba más cerca del rellano y era mejor para ser
visualizados con discreción. Nada más entrar Rodrigo dijo: “Tendremos que
desnudarnos ¿no?”. “¿Del todo?”, inquirió Julio al tomar conciencia de que
hasta entonces, como mucho, se habían visto en mangas de camisa. “Es como las
vi a ellas…”. Empezaron pues a desvelar sus contundentes anatomías, intentando
darle naturalidad a la tarea, a la vez que procuraban no mirarse con demasiado
descaro. Al fin no tuvieron más remedio que enfrentarse en puros cueros. No
faltaron tontos comentarios nerviosos: “Estamos llenitos los dos…”, “Y
barrigones…”. Pero la procesión iba por dentro de cada uno: “¡Qué tetas, qué
muslos, qué paquete se gasta el tío!”, “¡Bien peludo y con un culo de locura!”,
“No sé si voy a poder disimular la calentura”, “Esto va a ser muy duro”… Los
pensamientos eran perfectamente intercambiables ya que ambos, con más o menos
vello y las generosas carnes rebosando por aquí o por allá, mostraban similares
cualidades prototípicas de maduro-robusto-que-está-para-comérselo. Pero esto
último tendría que esperar ya que ninguno de ellos atribuía al otro su propia
inclinación. Lo cual no dejaba de hacer la situación falsamente embarazosa.
“¡A la cama pues! No sabemos lo que tardarán
en aparecer”, decidió Rodrigo. “¿Y si no vienen?”, planteó Julio, que era el
más escéptico. “Estoy casi seguro de que han picado y no aguantarán la
curiosidad… En todo caso, como desde aquí oímos el partido, si termina y no han
venido, nos vestimos y bajamos”. “¡Vaya!”, se le escapó a Julio con un deje de decepción
ante esa eventualidad. En esa habitación la cama, aunque ancha, era de tipo
individual, por lo que tuvieron que tumbarse bastante juntos para que sus
cuerpos no la desbordaran. El contacto entre ambos elevó un grado más la
turbación que los embargaba. Aunque tumbados, procuraban mantener una rodilla
ligeramente elevada para disimular el engorde que sus pollas empezaban a
experimentar. “Estoy sudando”, declaró Julio. “Ya lo noto… Aguantemos un poco”.
Cambiando de tema, Julio preguntó: “¿Crees que harán como tú y no darán señales
de habernos visto?”. “Pienso que sí, que se guardarán ese arma”. “¿Pero y si
irrumpen aquí y nos montan un número?”. “Entonces yo sacaré lo que sé de
ellas”.
No les dio tiempo a
más elucubraciones, porque, a pesar del sonido del partido y de su propio
sofoco, no dejaban de estar atentos al menor ruido delator. Y éste lo produjo
el lento crujir de la puerta de entrada. “¡Venga, vamos a abrazarnos!”, susurró
Rodrigo. Se enfrentaron y estrecharon los cuerpos. “¡Si estás empalmado!”,
exclamó por lo bajo Julio. “¡Tú también, pero calla ahora!”. Y es que,
efectivamente, las esposas habían regresado antes de lo acordado, llevadas de
una morbosa curiosidad. Al encontrar vacía la planta baja y sin que nadie
hiciera caso al televisor, se regocijaron de su intuición. Con los zapatos de
tacón en la mano ascendieron por la escalera y no tuvieron más que otear por
una rendija de la puerta para descubrir el pastel. Los varoniles cuerpos de sus
maridos se hallaban entrelazados en una confusión de piernas y brazos. Por lo
demás, para dotar de mayor realismo a la coyunda, las bocas de ambos se habían
juntado y, con los nervios, las lenguas se enredaban más allá de lo exigido por
la representación. Ante tan evidente confirmación de sus sospechas, las mujeres
hubieron de abandonar la observación, temerosas de que las risas que apenas
lograban sofocar las delataran. Misión cumplida, dejarían que los maridos
siguieran retozando y volverían a marcharse. Ya regresarían más tarde como si
hubieran cumplido con el plan oficial. En cuanto a la utilización que podrían
hacer de su descubrimiento, tenían tiempo para considerarla…
Una vez que tuvieron
la certeza de que habían vuelto a quedar solos, Rodrigo y Julio aflojaron el
enredo corporal. “¡Uff! Tenías razón tú. Se han limitado a espiarnos”, comentó
Julio. “Ahora nosotros sabemos lo de ellas y ellas creen saber lo nuestro, pero
no saben que nosotros lo sabemos todo”, sentenció Rodrigo en un alarde de retórica.
“No acierto a comprender para qué va a servir todo esto”, apostilló Julio el
escéptico. “De momento ha servido para algo….”, y Rodrigo llevó una mano a las
erectas pollas. “Va a ser que sí”, reconoció Julio rendido a la evidencia. “Al
partido aún le falta la segunda parte… ¿Lo aprovechamos?”, sugirió Rodrigo. Como
movidos por un resorte, recuperaron el abrazo. Pero esta vez con un ansioso
sobeo de los cuerpos y unas inquietas bocas que lamían y chupaban. En un
respiro Julio reconoció: “La verdad es que estaba deseando esto desde que te
conocí”. “A mí me pasaba lo mismo…”, confirmó Rodrigo, “Y ya ves, ellas se nos
habían adelantado”. Con las cartas sobre la mesa, nada bloqueaba sus deseos al
reanudar la acometida mutua. “¡Uy, qué bueno estás!”, “¡Me vuelven loco estas
tetas!”... Sabían que su tiempo era limitado y debían dosificar este primer
encuentro. “¡Deja que te coma la polla!”, exclamó Rodrigo abalanzándose a la
verga gorda y húmeda de Julio. Mamaba con vehemencia, como recuperando el
tiempo perdido, y la excitación de Julio iba llegando al cenit. “¡Trágatela
toda! Así no ensuciaremos nada”, propuso éste previsor. Nada más deseado por
Rodrigo, quien insistió hasta que la boca se le inundó. Cuando se separó,
exclamó: “¡Limpia como una patena!”. Pero ya tenía una urgencia en su cuerpo y
se puso a meneársela. Julio, medio repuesto de su éxtasis, acercó la cara
atento al derrame. En cuanto Rodrigo se tensó y le surgió el primer brote,
Julio aplicó la boca para recoger la cosecha. “¡Qué gozada! ¡Al fin!”, proclamó
Rodrigo. Julio entonces lo hizo volver a la realidad. “Será mejor que dejemos
arreglada la cama y nos vistamos para irnos abajo”.
El partido estaba en
sus postrimerías, así que tomaron una cerveza y vaciaron en el fregadero
algunas botellas más. También echaron a la basura parte del pica-pica. Tras
estas precauciones, se aposentaron en el sofá recuperando la expresión de
inocencia absoluta. Tardaron bastante en aparecer las esposas, quizás porque
quisieron darles margen para su expansión, o más bien para sacar sus propias
conclusiones de lo descubierto, ya sin asomo de dudas. De momento decidieron
seguir haciendo como si nada y volver a casa de Julio y Esther poniendo énfasis
en lo agotadora que resulta una tarde de compras, aunque poco era lo que al
final les había interesado. Los maridos, que encontraron repantigados en el
sofá, ante varias botellas de cerveza vacías y los restos del pica-pica diseminados
por la mesa de centro, se apresuraron a comentar el partidazo que habían visto
y hasta reconocieron que se habían pasado un poco con las cervezas.
El galimatías en que
se hallaba el cuarteto era pues de órdago: Maridos y esposas liados entre sí
respectivamente, con desconocimiento oficial, pero con conocimiento oculto ¿Qué
provecho podrían sacar todos de ello? De momento había una situación de
desventaja práctica, pues, mientras ellas tenían garantizada la disponibilidad
de sus casas mientras los maridos se ausentaban por trabajo, para éstos los
encuentros –que desde luego ansiaban ya repetir– resultaban más problemáticos.
Para usar las casas necesitarían recurrir a pretextos nada fiables para tener
el campo libre, y acudir a ciertos locales u hoteles les daba reparos a estas
alturas. Con lo que no contaban, sin embargo, era con la extraordinaria
capacidad de maquinación de las mujeres.
Como a ellas ya les
iba bien con la situación, idearon dar facilidades a sus maridos. Pero a un
precio torticero. Morbosamente atraídas por la para ellas insólita fornicación
entre dos hombres de su edad y falta de atractivo a sus ojos, decidieron
institucionalizar el espionaje para su propia diversión. Como la casa de Julio
y Esther –donde precisamente habían descubierto el rollo entre los maridos– era
de construcción bastante antigua, sobre las habitaciones había unos dobles
techos abuhardillados con respiraderos disimulados en los artesonados.
Comprobaron que los del dormitorio de invitados permitían una visión bastante
completa y totalmente discreta del mismo. Además los dobles techos, de
suficiente altura para instalarse en ellos, eran practicables desde la escalera
del servicio. Saliendo por la puerta principal y volviendo con sigilo por la
trasera sería fácil la maniobra de despiste.
El siguiente paso fue
dar confianza a los maridos para que pudieran repetir su expansión, dejándolos
solos sin que estos tuvieran que inventarse pretextos. Ellos interpretaron la
liberalidad de sus esposas como un gesto por su parte, en la idea de que, al
constatar su relación, y estando ellas mismas en situación similar, habían optado
por la condescendencia. Lo que ellos no podían imaginar, sin embargo, es que el
espionaje no se había acabado ni mucho menos.
Así llegó el momento
que Rodrigo y Julio consideraron propicio para volver a entregarse el uno al
otro,…y Marta y Esther para hacer realidad su morboso escudriño. ¡Y vaya si
tuvieron espectáculo! Porque los hombres, que se habían ido arrebatando la ropa
por el camino, nada más entrar en la habitación, y ya sin los tanteos del
primer día, se entregaron el uno al otro con toda la pasión acumulada. Mientras,
sobre sus cabezas, las mujeres tenían que hacer esfuerzos para controlar sus
risitas nerviosas. Y lo que para las de arriba resultaba poco menos que
grotesco, para los de abajo estaba constituyendo un goce indescriptible.
Aún de pie,
estrechaban sus cuerpos venciendo la resistencia de las barrigas y uniendo sus
bocas con húmedos besos. Las manos palpaban, estrujaban y acariciaban el vello.
Julio se desasió con suavidad para contemplar el busto macizo de Rodrigo. Las
tetas que resaltaban sobre la barriga atrajeron la boca de Julio, que chupó y
mordisqueó arrancando gemidos a Rodrigo. En las alturas, Esther susurró: “Le
gustan más esa tetas que las mías”. Julio se fue agachando hasta alcanzar la
polla de Rodrigo, que se le ofrecía bien tiesa y jugosa. Sus labios la
atraparon y mamó con tal vehemencia que Rodrigo hubo de sujetarle la cabeza
para controlarlo. Nuevo comentario de Esther: “A mí nunca me ha comido el
coño”. “Te lo hago yo”, replicó Marta. Julio alzó luego la vista al rostro de
Rodrigo. “Estoy deseando que me folles”. Éste lo sujetó entonces y lo hizo caer
bocarriba sobre la cama diciendo: “Ven aquí primero”. Con manos y boca recorría
toda la delantera de Julio, que se agitaba como un flan. Mordió los pezones y
arrastró la lengua por el vello del vientre. Arrodillado, pasó las piernas de
Julio sobre sus hombros y su cara se hundió entre los gruesos muslos. Chupó la
polla dura y mojada, y su lengua jugó con los huevos. Forzando la elevación de
Julio, llegó a lamerle el ojete. “¿Esto es lo que me ofreces?”. “¡Quiero tu
polla bien adentro!”, exclamó Julio vibrante de excitación. “Mi Rodrigo es el
que va a dar por culo”, comentó Marta con un punto de orgullo.
Ajeno a esta
observación, Rodrigo impulsó a Julio para que se pusiera bocabajo. Éste le
señaló un tubo de crema que, en previsión, había dejado en la mesilla de noche.
“Ponme un poco de eso”, pidió. Rodrigo, encantado ante la visión del gordo culo
puesto a su disposición, le untó la raja con largueza. Al profundizar con los
dedos, Julio emitió un leve quejido. Esther no se abstuvo de expresar: “¡Pobre
Julio! Le va a doler…”. Lo que Marta contrarrestó: “Sarna con gusto… Ye te
meteré yo un consolador”. Rodrigo manoseó su bien cargada polla y la apuntó a
la raja que distendía con la mano libre. “¡Qué a gusto te voy a follar!”. “¡Oh,
sí! Pero poco a poco”, advirtió Julio que trataba de relajarse. Rodrigo fue
entrando con cautela hasta llegar al final. “¡Toda!”, exclamó. “¡Y me has
dejado abierto!”, confirmó Julio. Cuando Rodrigo se puso a moverse, los gemidos
de Julio mezclaban el dolor y el placer. “¿Sabes que me estoy mojando?”, musitó
Marta ante la crudeza de la escena. “¡Para ahora!”, la cortó Esther que no
quería perder detalle de la jodienda de su marido. Porque éste empezó a pedir
caña. “¡Sí, dale fuerte y lléname!”. Rodrigo lo cabalgaba inflamado y sudoroso.
“¡Ya no aguanto más! ¡Me voy a ir!”. “¡La quiero toda dentro!”, lloriqueó
Julio. Rodrigo lo cumplió entre estertores. “¡Jo, qué polvazo!”. Julio aún
preguntó: “¿Has disfrutado?”. “¡Cómo te diría! ¿Y tú?”. “Estoy en la gloria…”.
“¿Será posible…?”, farfulló Esther impresionada.
Hubo un remanso de paz
en el que Rodrigo iba recobrando el resuello. Pero pronto Julio se puso a
restregarse con él. “Tengo unas ganas locas de correrme”. Su polla engordaba a
medida que se la sobaba. Tampoco tardó Rodrigo en ofrecer su mano. Julio dejó
que se la meneara. “Me falta muy poco”. Y efectivamente su leche brotó
rebosando el puño de Rodrigo. “¡Buena corrida también!”, sentenció éste. “Después
de tu follada, si no me corro estallo”, concluyó Julio ya calmado.
Esta vez no se dieron
tanta prisa en poner orden y recuperar su indumentaria de maridos modélicos.
“Todavía tardarán en volver”, previó Julio. Y desde luego que tardearían
porque, enardecidas por lo curioseado, las mujeres se estaban dando el lote en
la buhardilla.
Así siguieron las
cosas. Entre los cuatro reinaba la armonía. Ellos daban por supuesto que las
mujeres se apañaban por su cuenta, dejándolos en paz para que ellos lo hicieran
a su vez. Lo que no podían sospechar era el espionaje institucionalizado al que
estaban siendo sometidos. Bien es cierto que esto no pasaba siempre. Algunas
veces ellas realmente pasaban la tarde con sus paseos y compras. Y otras, más
que mirar por la rejilla, se entregaban a su propio placer excitadas por los
eróticos sonidos que les llegaban desde abajo.
¡Que bueno!!! Deberías poner a los cuatros en alguna situación comprometida para todos ellos. Con tu imaginación seguro que sería una situación espectacular.
ResponderEliminarSigue escribiendo, por favor.
Gracias. Veremos si se me ocurre algo
Eliminarhola genio de los relatos que bueno pero muy bueno me gusto mucho y mas con todos los besos que has metido ya que en los otros notaba falta de esos besos que dan tanto morbo y placer un beso y sigue asi que nos das alas como esa bebida del anuncio un abrazo majo
ResponderEliminarTendré más en cuenta eso de los besos, que son buenos preliminares.
EliminarJoder tio que gran relato. El espionaje y el conocimento de mabos bandos sobre sus andanzas si que le dan mucho morbo, mas que la follada en si. Sigue así de buen escritor jeje. Un abrazo
ResponderEliminarEso busco, darle morbo a las historias. Gracias por tus ánimos.
EliminarMmmmmm que buenos relatos. Me ponen muy animado. A mi me gustan mucho tus relatos de curas y obispos, y los de hombres trajeados. Sigue así. Gracias
ResponderEliminarYa hay algunos de esos, para quitarles las sotanas o laa chaquetas. Gracias
EliminarQuisiera saber que las imágenes que pones son tuyas, porque no creo en ellas, tienes desde el 2009 veo tu rica gordura y sin ser oculista veo que cambias, porque sera¿
ResponderEliminarNinguna de las fotos de mis relatos son mías y nunca he dicho que lo fueran.
EliminarTus relatos me entusiasman. Me excitan y me entretienen. Voy a leerlos todos dosificándolos para que me duren.
ResponderEliminarAdemás he de agradecerte que me hayas reconciliado con mi aspecto físico.
Y te agradezco también que en tus relatos de saunas voy aprendiendo cosas para desenvolverme mejor cuando voy.
Sigue escribiendo por favor.
Me alegro de que te sean también útilies...
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