Julio, el protagonista
del relato “Un profesor cum laude”, siguió
recibiendo esporádicamente al director del Departamento en su angosta
buhardilla, pero, por obligada discreción, no se habían repetido las noches
completas. Sin embargo les surgió una oportunidad que no dejaron de aprovechar.
Porque el director había sido invitado a un congreso en Munich y, al tratarse
una materia en la que Julio había colaborado estrechamente, no resultó nada
forzado que lo acompañara. Así que ambos formalizaron encantados la inscripción
y las reservas.
En principio les
habían asignado habitaciones individuales en el hotel y, aunque por supuesto
solo pensaban utilizar una, no dejaba de ser un engorro, al estar rodeados de
congresistas. Sin embargo, al llegar, pareció que en el hotel se había dado un
cierto problema de overbooking, que
los empleados estaban tratando de solucionar. Una de las habitaciones asignadas
a ellos estaba ya ocupada y entonces el director, mostrándose conciliador,
manifestó que no tenía inconveniente en compartir habitación con el profesor
acompañante. Otra cuestión era que la habitación solo disponía de una cama
grande, lo cual evidentemente no disgustaba a la pareja, pero aceptaron la
oferta de añadir otra cama individual, que estaría instalada en cuanto
volvieran de la sesión inaugural. Así solo tendrían que acordarse de dejar
arrugada la ropa de la cama pequeña cada mañana…
Esa primera noche
estaban deseando que acabara la cena ofrecida por la organización del congreso
para disfrutar de su intimidad. Por primera vez dispondrían de un gran lecho
para retozar a gusto, en una habitación por lo demás bastante lujosa y con un
magnífico baño, lo que no dejaba de añadir encanto. Ello influyó en que, nada
más entrar, se besaran apasionadamente, como si fuera la noche de bodas.
Ansiaban entregarse uno a otro y se desnudaron mirándose mutuamente pues,
aunque ya conocían bien sus cuerpos, este proceso les excitaba. Al fin se
revolcaron en la gran cama que, con sus suaves sábanas y mullidos almohadones,
representaba para ellos una deliciosa novedad. Sus erecciones estaban al
completo, enredados en un amasijo de manoseos y chupadas. Ni siquiera hubo de
pedírselo el director para que Julio lo montara con decisión. “¡Así me gusta!
¡Bien adentro!”, lo estimuló aquél. Julio folló con un ardor que las
excepcionales circunstancias extremaban. “¡Qué fiera! ¡Qué bien te ha sentado
el cambio de aires”, murmuraba el director entregado. La corrida de Julio fue
explosiva y, a continuación, se dejó caer agotado sobre la cama buscando las
caricias del director. Pero éste se irguió con las rodillas a los lados de la
cabeza de Julio. “¡Qué caliente me has llegado a poner, golfo! ¡No me aguanto
más!”. Se masturbó frenético y llegó a rociar la cara y el pecho de Julio, que
se relamió vicioso. Ya abrazados de nuevo y agotados por los trajines del día,
se deslizaron en un dulce sopor… Aún había más noches por delante.
En las sesiones del congreso,
el director se encontró con un colega al que abrazó afectuosamente y quiso
presentárselo a Julio. Era de edad y aspecto muy similares a los del director,
que se deshizo en alabanzas. “Este es Fritz, un gran amigo, que me acogió y
ayudó mucho cuando vine a hacer estudios aquí siendo como tú. Me abrió los ojos
sobre muchas cosas…”. Esto último lo dijo con un tono que no dejó de llamar la
atención de Julio, y más cuando Fritz comentó: “Esta vez te has traído muy
buena compañía…”.
Estando ya solos, el
director contó con más detalle su relación con Fritz. “La verdad es que él hizo
que me empezaran a gustar los hombres y hasta fue el primero que me penetró”.
Julio recibió la confidencia con cierta ironía: “Como los dos os pareceríais a
mí ahora…”. “Ya ves, mismos gustos en distintas épocas…”, celebró el director
la perspicacia de Julio, “Y ahora él te puede gustar también”. Pero el director
expuso además su plan: “Mañana, después de la cena del congreso, podíamos
invitarlo a tomar una copa y recordar viejos tiempos ¿No te parece?”. Julio,
que no llegó a captar el alcance que podía tener lo de “recordar viejos
tiempos”, expresó su conformidad.
Desde luego Fritz
aceptó encantado y los acompañó al hotel cuando quedaron libres de compromisos.
Aunque el hotel disponía de un bar amplio y acogedor, tanto el director como su
amigo dieron por supuesto que la reunión sería más íntima en la habitación. Todo
muy normal para Julio en este encuentro de viejos camaradas y en el que él
suponía que debería mantenerse en un segundo plano. Sin embargo, el hecho de
que compartieran habitación, y pese a la arrumbada a todas luces cama
supletoria, ya daba pie a Fritz para confirmar lo que había entre ellos, más
allá de la relación académica. Nada de particular tuvo que el director
propusiera en primer lugar que se pusieran cómodos, sin las chaquetas y
corbatas de rigor. El minibar les surtió de bebidas, que se añadían a las ya
tomadas durante la cena. Julio se dio cuenta pronto de que, mientras los dos
amigos hablaban, Fritz no le quitaba ojo. Además la conversación se fue
introduciendo en derroteros cada vez más desenfadados, desde el momento en que
el director hizo saber a Fritz que ya había
puesto al día a Julio de su aventura con él. “¡Cómo me rondaste hasta
que te entregué mi virginidad!”, recordaba. “Si es que tú no me quitabas ojo”,
replicaba Fritz. “Pues desde entonces me ha quedado el vicio”, confesaba el
director con malicia. “Así que ese es el trabajo que le darás a tu colaborador”,
dio por hecho Fritz. Julio se ruborizó ante aquella alusión. Pero eso era solo
el primer paso de los aprietos en que se iba a ver envuelto. “Yo diría que
Julio se parece a ti cuando eras más joven”, dijo el director. “Estaba pensando
lo mismo de él y de ti”, contestó Fritz. A Julio le vinieron resonancias del
truco que ya había usado el director para seducirlo. Se le ocurrió meter baza.
“Vosotros seguís pareciéndoos ahora”. “¿Quieres decir que somos
intercambiables?”, bromeó Fritz. Julio casi deseó haberse tragado la lengua,
pero aún le desconcertó más oír al director. “Podríamos hacer mejor las
comparaciones si nos quitamos las ropa ¿no os parece?”. “¡Magnífica idea!”,
respondió Fritz que ya contaba con ello. Julio comprendió que estaba incluido
en la pregunta, pero solo dijo: “No sé yo…”. Porque lo de un tercero metido en
faena no encajaba en su restringida experiencia. Aunque no iban a perder el
tiempo en darle explicaciones y los dos profesores empezaron ya a quitarse
camisas y pantalones. Como Julio no se decidía, Fritz lo instó. “A ver si es
que necesitas ayuda”. Con lo cual se apresuró a ponerse a la altura de los
otros dos.
Julio se turbó
enormemente al ver el conjunto que formaban los dos seniors. Fritz lucía tan
carnoso y velludo como el director, aunque más rubicundo, y la novedad le
añadía un componente de voluptuosidad. A su vez, la escrutadora mirada en que
aquél lo envolvía le hacía sentirse más desnudo de lo que ya estaba. El
director los sacó del impase. “¿Nos vamos a quedar todos mirándonos como
pasmarotes?”. Entonces le pasó un brazo por los hombros a Julio y así arrimados
provocó a Fritz. “¿Qué, hacemos buena pareja?”. Fritz sonrió y se les acercó.
“Supongo que se podrá tocar ¿no?”. Con ambas manos les acarició las pollas. A
Julio le produjo un excitante sofoco este sobeo de un ajeno a la pareja en la
que habían mantenido hasta entonces su intimidad. Pero notó en su hombro la
presión de la mano del director que lo incitaba a corresponder. Alargó una mano
y tomó la polla de Fritz, cuyo calor y tensión lo sobrecogió. El director lo
soltó y se lanzó ansioso a chupar una teta de Fritz. Éste se retorció por el
gusto que le producía el doble acometimiento y los retó. “Así que vais los dos
a por mí ¿eh?”. Retrocedió hasta echarse hacia atrás sobre la cama exhibiendo
su polla ya erecta. No se lo pensó dos veces el director para ponerse a
chuparla con fruición. Pero además agarró por un brazo a Julio para que se
sumara a la mamada. Así entre los dos se la repartían, lamiéndola a la vez o
pasándola de una boca a otra. Fritz gemía de placer mientras se tocaba y
estrujaba las tetas. Prefirió tascar el freno y estiró de los dos que se
pusieron a su altura a cada lado. Las chupadas y mordiscos a los endurecidos
pezones que le daban lo volvían loco. Julio entonces vio con sorpresa, y no sin
cierta desazón, que el director se arrastraba sobre la cama poniéndose
bocabajo. Porque estaba incitando lúbricamente a Fritz para que usara la polla
que tan dura le acababan de dejar. Mientras éste se colocaba entre las piernas
del director y las separaba para tener más accesible el culo que se disponía a
penetrar, el director se dio cuenta de que ver cómo se lo follaban, por muy
viejo amigo que fuera Fritz, iba a impresionar a Julio, que se había apartado
algo confuso. “Tú ven aquí a mi lado y no tengas suspicacias, que hay confianza
entre nosotros”. Fritz entonces tuvo un detalle de cortesía para con Julio.
“¿Querrías hacérselo tú primero?”. “¡No, no, faltaría más!”, correspondió Julio
avergonzado. El director medió, con el culo ya ansioso. “Él me la meterá
después, que la tiene más gorda”. Lo dijo con un tono que, por una parte
alagara a Julio, y por otra Fritz lo tomara como broma sin ánimo de comparar.
Al fin pudo Fritz
clavarse con toda precisión en el ojete del director. Julio, ya más adaptado,
no se perdía ni un detalle de la operación, arrodillado junto a ellos. Oyó
decir al director: “¡Uy, sí, cómo la reconozco!”. Fritz, vibrante de
excitación, empezó a darle tales embestidas que el follado exclamó: “¡Tan bestia
como entonces…! ¡Pero qué rico!”. Entonces Fritz, tal vez para retardar la
corrida introduciendo una variante, echó mano de la polla de Julio que se había
puesto la mar de cachondo. Éste se sobresaltó por lo inesperado, pero agradeció
la caricia. Fritz ya se concentró en lo que cada vez iba siendo más
incontrolable, pero no se privó de alardear. “Todavía soy capaz de dejarte bien
lleno”. “¡Eso, eso!”, remugaba el director exaltado. Fritz no tardó en llegar
pronto al culmen, con fuertes sacudidas durante la descarga. Julio los
contemplaba atónito y sobándose la polla mecánicamente. Fritz se dejó caer al
lado del director, que empezó a enderezarse. “Igualito que en los viejos
tiempos”, comentó. Y Julio entendió mejor ahora a lo que se refirió el director
cuando le habló de recordar los viejos tiempos.
Fritz pareció
recuperarse pronto y pudo seguir dando suelta a su concupiscencia. “Ahora os
las voy a chupar a los dos, que esta ocasión no se presenta todos los días”. Se
dirigió a Julio. “Empezaré por ti, pobre, que aún no te has comido una rosca…
Con el permiso de tu jefe”. El aludido emitió unas risitas. “Anda, tiéndete,
que verás lo bien que te trato”. Julio así lo hizo, deseoso de saciar su
excitación. Fritz pudo entonces ocuparse a placer de cuerpo tan apetitoso.
“Deja que juegue con estas tetas tan ricas”, y las amasaba y chupaba provocando
estremecimientos a Julio, cuya polla oscilaba erguida entre sus muslos. Bajó
resbalando la lengua hasta llegar al bajo vientre. Pero primero acarició la
polla, de cuya punta brotaba juguillo incoloro. La succión que Fritz le dio
hizo saltar a Julio, con un gemido placentero. A estas alturas al director le
entró la premura con que solía reaccionar a una buena follada. Se la meneaba
impaciente y todavía se calentaba más viendo la mamada entre Fritz y Julio. Se
corrió sobre la espalda del primero, quien no pudo reaccionar porque estaba en
el punto crítico de sacarle la leche a Julio. Cuando éste se vació con intensos
temblores, ya pudo increparlo Fritz. “¡Serás cochino! ¿No te podías esperar?”.
Pero se apresuró a dar una chupada a la polla goteante del director. “Al menos
me das los restos”. Julio, encantado con el trato recibido, se mantuvo al
margen del juego entre los dos amigos.
Como tuvieron un fin
de semana libre, quisieron disfrutar de la encantadora ciudad, que el director
ya conocía, pero no Julio, recorriendo monumentos, museos y restaurantes. Pero
se les añadió un guía, Fritz, que les animó a que no se perdieran la vida
nocturna. Él los llevaría a un club privado que no los iba a decepcionar. Para
acceder al local, con una sólida puerta, había que llamar a un timbre y Fritz
se identificó a través de una rejilla. Los recibió un hombre grandote, tipo
oso, con tan solo un exiguo suspensorio. La primera sorpresa, en particular
para Julio, fue que los hicieran acceder a una especie de vestuario con
armaritos donde debían guardar toda su ropa. Las normas de la casa permitían,
como máximo, conservar los calzoncillos. Ya se veían algunos tipos fornidos
enseñando el culo. El director y Fritz optaron sin más por el desnudo integral,
mientras que Julio prefirió no quitarse el eslip. Lo malo para él fue que, como
era blanco, al acceder a la sala, la tamizada iluminación daba a su prenda una
fluorescencia azulada; lo que lo hacía destacarse más.
Fritz hizo de guía en
una primera inspección de conjunto. Tuvieron que adaptar la visión para
apreciar la ya nutrida concurrencia que pululaba de un lado para otro. La
mayoría de los tíos iban la mar de felices en pelotas y abundaban los gordos de
distintos niveles de madurez, para satisfacción de los recién llegados. Hacia un lado había una barra de bar, donde, en
taburetes o de pie, lucían bastantes buenos ejemplares. Al lado, una pequeña
pista de baile y una tarima, en la que un aficionado al karaoke remedaba con voz atiplada I will survive. Lo más llamativo era que se trataba de un gordo
peludo en puras pelotas que, en su dramática actuación, agitaba toda su
anatomía. Algunas parejas bailaban restregándose a base de bien. Pero lo más
fuerte era la zona de desmadre, no demasiado recoleta, con que se toparon. En
dependencias sin puertas, gracias a una iluminación tenue pero suficiente,
pudieron observar variados y desinhibidos intercambios sexuales. Más
espectacular aún era una sala equipada con varios instrumentos de bondage. Vieron en un sling a un gordo despatarrado, al que un
oso arrodillado le comía el culo y la polla, mientras otros dos, de pie a los
lados, jugaban con sus tetas. Visto lo visto Fritz sugirió: “Por falta de
marcha no os podéis quejar… Vamos primero al bar para coger fuerzas y después…
¡a desmadrarse el que quiera!”.
La barra estaba bastante repleta,
atendida por un gordote
en excitante tanga. Para buscar un hueco y alcanzar el pedido, tenían casi que
restregarse con los cuerpos desnudos que hacían de barrera, que por lo demás no
se privaban de meter mano entretanto. El director y Fritz se dejaban tocar y
tocaban a su vez divertidos. Julio no se quiso quedar atrás y acabó con el
eslip por las rodillas. El ambiente se iba caldeando y ya el sexo más o menos
explícito no se limitaba a la zona más discreta, mientras el gordo del karaoke seguía cantando, ahora Over the rainbow bastante distorsionada.
Por lo visto, el romanticismo de la canción le había provocado una erección,
que se tocaba de vez en cuando, para regocijo de algunos admiradores. “¡Qué
cosas!”, se decía Julio…
Fritz y el director
estaban ya dispuestos a buscar cosas más fuertes. Julio por su parte decidió
prescindir de los calzoncillos pues, dadas las circunstancias, iba a quedar más
discreto sin ellos y, como era muy cuidadoso, llevarlos al armarito para
guardarlos. Aparte de que así se tomaba un respiro, por el miedo que le daba el
aventurerismo al que parecían querer lanzarse los otros dos. Así que les dijo:
“Id vosotros, que luego os busco”. Al dejar el vestuario, se entretuvo
observando el ajetreo en torno al bar, que le parecía menos peligroso que la
zona donde estarían los profesores. Hubo de reconocer que el cantante, que
ahora se tomaba un descanso despanzurrado en una butaca, tenía una buena metida
de mano, que si él se hubiese atrevido, tal vez no rechazaría, dada la
relajación imperante. De todos modos no consideró correcto desentenderse de sus
acompañantes y, armándose de valor, fue a buscarlos.
No le costó demasiado a
Julio vislumbrar al director encajado en un sling
con las piernas por alto. Pero lo que más le impactó fue que ya un tiarrón de
pinta fiera se lo estaba follando y dándole un enérgico balanceo. Para colmo,
aunque intentó pasar desapercibido, el director lo vio y le hizo una seña para
que se acercara. Julio tuvo el impulso de no hacerle caso, porque le estaba
entrando un cabreo por la actitud disipada de su amante. Pase que se lo hubiera
cepillado su antiguo amigo, pero esto… Aunque reconociendo su pusilanimidad, se
dijo que era una más de las cosas inesperadas con que se estaba encontrando en
este viaje. Así que se aproximó y el director, en uno de sus balanceos y con
sonrisa beatífica, pretendió justificarse. “¡Un día es un día y este chisme es
fabuloso para follar! Luego me lo haces tú…”. Julio pensó: “Estás listo si
pretendes que te la meta con todo lo que ese te va a echar ahí dentro”. Pero se
limitó a decir: “¡Sigue, sigue!”. Y se
fue a buscar por dónde andaría Fritz.
A Julio le llamó la
atención un tipo parecido de cuerpo al cantante, aunque encapuchado, que
colgaba del techo con brazos y pies en aspa. Los primeros, sujetos a unas
argollas por las muñecas, y los segundos, que apenas podían posarse en el
suelo, separados por una barra. Y detrás de él apareció Fritz dándole azotes en
el culo con una especie de raqueta. Acogió a Julio con toda naturalidad. “Éste
quiere que le caliente el culo antes de que me lo folle”. Cada vez que
golpeaba, al azotado se le ponía cara de gusto y la polla bien tiesa se le
agitaba. Julio creía que ya no le quedaba capacidad de asombro, pero a la vez
el desenfado lujurioso de que hacían gala sus superiores en teoría estaba
horadando su buenismo. La visión de
aquel tío, que tanto le recordaba al cantante, le dio una subida de excitación
que le llevó a pedir a Fritz: “¿Me lo cedes?”. “¡Todo tuyo! Luego me lo
cepillaré yo también”, y Fritz le ofreció la raqueta. Pero Julio la rechazó
para concentrarse en el culo que mostraba su enrojecimiento entre el vello. Se
restregó contra él y la erección fue automática. Agarró con firmeza el gordo
cuerpo para que no se balanceara y le clavó la polla descargando todo la
tensión que había acumulado. Bombeaba frenético y alargó una mano hacia delante
para alcanzar la polla dura del otro. Lo pajeaba al tiempo que lo zumbaba y,
cuando le vino la corrida, la mano se le llenó de leche. Fritz, que entretanto
había estado observando y estimulándose, comento: “¡Joder, te has superado a ti
mismo! ¡Cómo lo has dejado…! Tendré que buscarme a otro”. Julio tuvo un
ramalazo de ironía. “A lo mejor encuentras a tu amigo con el culo libre”. Aún
consideró tener un detalle con el colgado y le preguntó: “¿Quieres que te
suelte?”. El otro contestó con un desmayado “¡Sí!”.
Julio ya no se
preocupó de lo que los otros pudieran estar haciendo. Hubo de reconocer que él
mismo había echado por tierra sus prejuicios. Se acercó a la barra y hasta
disfrutó del calor de los cuerpos que lo asediaban. A lo lejos vio al cantante
que ahora se la chupaba a un hombre mayor. “Lo que se han perdido mis
acompañantes”, se dijo Julio con sarcasmo. Ellos al fin aparecieron muy
risueños, pero con aspecto de cansados. A saber cómo habían acabado la juerga
¿Se habría vuelto a follar Fritz al director? Decidieron que era hora de
marchar. Se vistieron y Fritz los despidió en la puerta. Volvieron al hotel
dando un paseo para respirar aire puro. Fue la primera noche en Munich en que
no hubo sexo entre ellos, aunque sí durmieron abrazados en una expiatoria unión.
gracias mil de nuevo nos has vuelto a sorprender y a ponernos a 100 un besazo eres el mejor no decaigas y mucho animo con tigo todas las semanas hay un dia o mas de fiesta gracias y un besazo
ResponderEliminarGracias... De momento tengo material para acudir a la cita. Me encanta que disfrutéis.
Eliminarde los mejores relatos que he leido !!!
Eliminartodos variados y excitantes, las fotos un plus que alegra la vista
animo, sigo esperando cada relato con impaciencia
Un abrazo
Victor me encantan tus historias, un saludo desde Costa Rica
EliminarGracias a todos, pero si ponéis los comentarios como respuestas no puedo contestar individualmente. Saludos
EliminarEnhorabuena por tus relatos, me encantan. Siempre me excitan muchísimo y además están muy bien escritos.
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