Conducía por una
carretera secundaria y salí hacia una gasolinera para repostar. Pensé en tomar
algo y, antes de reemprender la marcha, dejar aliviada la vejiga. Entré en el
desangelado bar anexo y en una bandeja deposité mi pedido. Tenía mesas para
elegir y me puse en una cerca de las ventanas. No fue deliberado pero me alegré
de la elección porque, a cierta distancia, se sentaba un hombre solo que
inmediatamente atrajo mi atención. De una gran robustez, los tejanos apretaban
los gruesos muslos. Completaba su vestuario una camiseta que contorneaba la
barriga y las pronunciadas tetas, hasta marcando los pezones. Llevaba las
mangas cortas enrolladas sobre los hombros, mostrando los anchos y velludos
brazos. Su rostro, de barba recia mal afeitada y enmarcado por un cabello
espeso y corto, parecía con la mirada perdida. Haraganeaba pese a haber acabado
su consumición y llegó a parecerme que se daba cuenta de que lo observaba. Pero
estas situaciones suelen quedar ahí y solo dejan el recuerdo posterior. Ni me
atrevía a abordarlo con cualquier pregunta tonta ni me podía eternizar en su
contemplación. Así que me levanté y me dirigí a los servicios.
Acababa de orinar y me
disponía a lavarme las manos, cuando me llevé la sorpresa de que entraba el
hombre. Por el espejo vi que se metía en uno de los retretes. Pensé que o bien
iría a hacer aguas mayores, o bien era un gesto de pudibundez. Sin embargo solo
dejó la puerta entornada, y ésta era de las desequilibradas que tienden a
volver a abrirse. El caso es que el hombre, para mayor comodidad de la meada,
se había echado abajo el pantalón y hasta los calzoncillos. Así que me vino un
sofoco con la exhibición de los recios muslos y buena parte del culo. Alargué
el lavatorio y él tampoco parecía tener prisa, sin afectarle la indiscreción de
la puerta. Al fin, tras unas sacudidas ostentosas, se recompuso la ropa. Vino
hacia donde yo estaba y le cedí el lavabo para poner en marcha el secador de
manos. Entre el ruido del aparato casi no entendí la primera frase que
pronunció con voz cavernosa. “¿Te he gustado, verdad?”. Me quedé parado, pero
continuó. “¿Querrías chupármela?”. No me sonaba a burla, pues me miraba muy
serio, y su oferta se me convirtió en un deseo irrefrenable. Lo que me daba
cierta aprensión era tener que meternos en uno de los retretes, pero él arreglo
eso. Ante mi silencio desconcertado añadió: “Vamos afuera. Hay un rincón donde
lo podremos hacer”.
Una puerta daba
directamente a la parte trasera y me llevó a un hueco muy discreto. Trasegó con
cinturón y cremallera, y forzó el deslizamiento de los pantalones por sus
velludos muslos para que le quedaran debajo de las rodillas. Se subió la
camiseta por encima de las tetas y la mantuvo sujeta con las manos, con actitud
de provocación. Y lo conseguía, porque aquellas tetas peludas cargando sobre la
barriga me volvían loco. Pero más abajo el eslip oscuro contenía un abultado
paquete que quedó a mi disposición. Con manos temblorosas se los bajé. En la
espesura del pubis, unos rotundos huevos daban apoyo a la verga ancha y a medio
desplegar. Caí de rodillas y, agarrado a los muslos, la sorbí y sentí su agrio
sabor, haciendo emerger el capullo con la lengua. “¡Poco a poco, eh! Que quiero
que dure”, avisó ante mi vehemencia. Atemperé mis ardores a duras penas al
notar cómo la polla se iba endureciendo, hasta llegar a propiciar un
deslizamiento fluido de labios y lengua, entrándomela hasta el fondo del
paladar o bien ciñendo el capullo. Empezó a resoplar y apoyó la espalda en la
pared. “¡Tío, qué bueno!”, “¡Sigue así!”, iba exclamando. Pero también me
avisó. “Que no se te ocurra sacártela cuando empiece a correrme”. Negué con la
cabeza aunque, para asegurarse, me la sujetó con las dos manos. “¡Dale, dale,
que ya me viene!”. Aún tardó un poco y por fin, con temblores del cuerpo y
bufidos contenidos, me fue llenando la boca en varias descargas. Tragué todo lo
que pude, pero también me rebosaba leche y se escurría por la barbilla. Una vez
separados, tuve que limpiármela con un pañuelo. Entumecido me puse de pie y él
todavía seguía medio traspuesto, con la polla en retracción. “¡Qué gusto me has
dado, joder, con la falta que me hacía!”. No tenía por qué darme las gracias…
Creí que aquí se
acababa la aventura, aunque mi calentura seguía punzante. Pero él pareció que
se quedaba reflexionando. Me sorprendió con una pregunta directa. “¿A ti se te
pone bien dura?”. No dudé en responder: “¡Cómo no se me va a poner con un tío
tan bueno como tú!”. Pensó de nuevo unos instantes. “Es que me gustaría que me
follaras… Yo no suelo dar por culo porque la tengo demasiado gorda y entro mal;
prefiero una boca. Pero que me metan una buena polla me chifla… En la cabina
del camión me lo podrías hacer”. El ofrecimiento no podía ser más tentador,
pero aún pregunté: “¿No estarás un poco desganado después de la corrida que te
acabas de pegar?”. “¡Qué va, mejor! Así me concentro en el gusto del culo y
tengo tranquilo lo de delante”. El argumento era concluyente y, por si me
quedaban dudas, antes de subirse los pantalones se giró. “¿No te gusta?”. Dejó
que acariciara la oronda y peluda superficie y luego añadió: “¡Anda, vamos!”.
Lo que más me estaba
excitando de este hombre, aparte de su cuerpo soberbio en todo los sentidos,
era que, pese a su aparente tosquedad inicial, iba mostrando una actitud
alejada del aquí te pillo y aquí te mato. Apreciaba en él el gusto de sentirse
deseado y de fomentar ese deseo. Como pude confirmar en la forma en que pasamos
a mayores intimidades cuando me llevó a su camión, que era un tráiler bastante
grande, con una cabina muy amplia. Detrás de los asientos delanteros había un
espacio que incluía una cama al fondo. El hombre dijo al mostrármela: “Para mí
esto es como una habitación de hotel”. Echó el seguro de las puertas y corrió
las cortinillas. Como el sol ya estaba bajo, se filtraba una luz dorada.
Consciente de su potencial erótico, quiso asegurarse de que yo estuviera al
máximo de excitación. “Si me desnudo del todo te pondrás más cachondo ¿a que
sí?”. “¡Cómo te digo!”, respondí dudando de que pudiera estarlo más todavía. Lo
hizo con precisión, quitándose hasta el calzado y los calcetines. Luego se me encaró rebosando lujuria. “¡Toca, si
quieres!”. Vaya si toqué, y no solo eso, pues con manos y boca disfruté de sus
tetas carnosas y peludas, así como del sobeo de todo su cuerpo. “¡Coño, así me
vas a poner burro otra vez!”, protestaba, pero me dejaba hacer.
De repente me hizo
parar. “¡Oye, que a todo esto todavía no he visto lo que tienes ahí abajo!”. Me
llevó la mano a la entrepierna. “Duro sí que parece… ¡Pero venga, que se vea!”.
Precipitadamente me saqué la camiseta y me quité los pantalones. Me apetecía
estar desnudo también. Ahora sí que me cogió la polla y su mano caliente me
produjo un subidón. “No está nada mal. Veremos cómo se porta dentro de mi
culo”. Todavía hizo más para poner a punto la follada. “¡Anda, súbete a la cama
y ponte de rodillas, que te la voy a trabajar un poco!”. Me la sobó de nuevo y
pasó los dedos por el capullo. “¡Qué mojado lo tienes, tío!”. Cuando vi que
acercaba la boca, decidí hacer un esfuerzo de aguante. “Te la chupo un poco
para dejártela firme”. Sus labios y lengua carnosos me dieron un repaso que,
aunque de buena gana me habría gustado que durara hasta hacerme correr, mejor
si lo cortaba a tiempo para no frustrar su pretensión principal. Así lo hizo y
ya fuimos al grano. “¡Anda, déjame sitio!”. Subió su corpachón a la cama y se
tendió bocabajo con las piernas separadas. “¿Así está bien?”. “¡De maravilla!”,
no pude menos que exclamar. Porque el culo se me ofrecía espléndido, orondo y
sombreado de vello. “En tus manos me pongo”, dijo él con total entrega cruzando las manos bajo la
barbilla, “Con energía, pero sin prisas”. Di un aviso previo. “Te voy a
suavizar”. Lo que hice fue manosear aquellas masas firmes en que clavaba los
dedos y abrirle la raja oscurecida. Hundí la cara en ella enredando la lengua
en el vello y buscando el ojete. Lo lamí segregando abundante saliva. “¡Uy, eso
me gusta!”, dijo él. “¿Te la meto ya?”, pregunté para darle cuerda. “¡Para eso
estamos!”, replicó ansioso. Entrar en aquel culo jugoso y a la vez prieto era
una delicia. Lo fui haciendo poco a poco esperando su reacción. “¡Así, así, y
cuando la tengas toda dentro no pares de bombear!”. Llegué al tope con la polla
bien apretada en su calor y me entusiasmó frotarla para arrancarle placer. Al
moverme mi polla se deslizaba con una presión deliciosa y exclamé: “¡Qué culo
tienes, tío!”. Él replicó: “¿Te gusta? ¡Pues sigue poniéndome a tono!”.
Aceleraba y frenaba, y él disparaba voluptuosos “¡Ah, ah, ah…! ¡Me matas!”.
“¡No te mueras todavía, que tengo que zumbarte más!”, contesté yo. “¡Sí, sí,
aguanta todo lo que puedas!”. Me agarraba a sus anchas caderas y le palmeaba
las lujuriosas nalgas. Cuando ya no pude retener más la excitación que me
recorría, casi grité: “¡Ya me viene!”. “¡Lléname! ¡No se te ocurra salirte!”.
Me apreté fuerte para dominar las
sacudidas de la eyaculación y fui sintiendo un dulce alivio de mi tensión. Me
mantuve dentro hasta que la polla fue aflojándose. El camionero enmudeció por
unos instantes y al fin dijo con voz entrecortada: “¡Qué bueno ha sido!”. “No
pegarle una buena follada a este culo sería delito”, musité con las manos
todavía sobre él.
Cuando nuestras
respiraciones se normalizaron, y estirados uno al lado de otro, él me preguntó:
“¿Qué haces tú ahora?”. “Debería coger mi coche y seguir camino”, contesté con
cierta desgana. “Pues yo, ahora que ya ha oscurecido, me voy a quedar aquí a
pasar la noche… El tráiler lo llevo vacío porque ya entregué la carga, y no
vuelvo a llevar otra hasta dentro de unos días. Así que no tengo prisa”. Yo
sopesé si en realidad me urgía el viaje y dije: “No me gusta mucho conducir de
noche”. “¿Por qué no te quedas conmigo?”. La propuesta, aun deseada, no dejó de
sorprenderme. Él la remachó. “Ya ves que en la cama cabemos los dos y, para
otras cosas, tenemos el bar y los servicios…”. Acepté encantado, por supuesto.
La gasolinera y el bar
cerraban por la noche, así que quedamos en total soledad. Como el camión estaba
aparcado detrás de los edificios, solo se oía muy de tarde en tarde el motor de
un vehículo que pasaba por la carretera. Por eso me sobresaltó que de pronto el
haz de una linterna se proyectara hacia una ventanilla de la cabina. Llegué temer que se tratara de un agente de tráfico
que nos iba pillar allí dentro en pelotas. Pero el camionero dijo enseguida:
“Tranquilo que es el vigilante que viene por las noches. Es un tipo mayor y muy
servicial conmigo. Me abre el bar siempre que necesito algo. Además la chupa de
coña… Dicho sin ánimo de hacer comparaciones”. Como el otro insistía con la
linterna, no tuvo inconveniente en abrir la puerta. Un tipo grandote de cabello
canoso se asomó. “Como he visto luz en la cabina, he venido a mirar”, se
explicó. No le extrañó lo más mínimo que el camionero estuviera en pelotas,
pero cuando se fijó más ya me vio. “¡Vaya! Así que estás acompañado… Y de
juerga, supongo”. “¿Tú que crees?”, le largó el camionero. El otro no se daba
por vencido. “Con lo caliente que venía yo…”. “Te vas tener que conformar con
mirar”. “Ya miro, ya ¡Joder, cómo estáis!”. El camionero se reía
despatarrándose impúdicamente. Insistió el vigilante. “Yo igual chupo una que
dos… Y luego me hago una doble paja tan ricamente”. El camionero me miró como
para pedir mi opinión. No me parecía demasiado buen momento para intromisiones,
pero no pude hacer más que encogerme de hombros. El vigilante ya estaba
subiendo pesadamente a la cabina. El camionero le advirtió: “¡Vale! Pero unas
mamadas discretas, que no queremos quedarnos sin reservas”. “¡A la orden! Lo
justo para ponerme yo cachondo”. Ya con tres quedaba el espacio un poco
apretado y tuvimos que hacerle hueco.
Conociendo las
preferencias eróticas del camionero, no me extrañó demasiado que el vigilante
le dijera: “A ti te gusta más cuando te lo hago en pelotas ¿verdad?".
Empezó a quitarse la ropa y surgió un cuerpo recio y con un vello salpicado de
canas. Lo cierto es que el hombre imponía. Al ver que lo repasaba, me dijo como
disculpándose: “Tengo poca cosa yo por ahí abajo, pero con la mano aún le saco
el jugo”. Ya se entusiasmó. “¡A ver cómo os pongo esas pollas bien duras!”. Le
hice un gesto al camionero para que empezara con él y así yo miraría, porque el
espectáculo iba a valer la pena y de paso me entonaría después de la follada.
El camionero se dejó caer hacia atrás sobre la cama y el vigilante le manoseó
la polla hasta endurecerla. Luego se agachó y empezó a mamársela agarrado a los
muslos. Desde luego era un numerito porno de lo más excitante el de los dos
tiarrones en ese trance. Pero el camionero avisó: “¡Eh, para, que lo que hay
dentro no es para ti!”. El vigilante se apartó y dejó la polla tiesa y
humedecida de saliva. Sentí gratitud hacia el camionero por reservarse para mí.
La verdad es que yo, recién descargado en el camionero, no necesitaba demasiado
una mamada ahora. Pero me supo mal decepcionar al vigilante con su mirada
obsequiosa. Así que le dejé hacer echándome junto al camionero. El detalle de
éste de ponerse a acariciarme el pecho contribuyó, junto a la competente boca
del otro, que mi erección se vigorizara. El vigilante no insistió demasiado,
sabiendo que yo tampoco quería llegar a más. Modestamente dijo: “Bueno, espero
haberos dado gusto. Yo lo he tenido y por partida doble”. Pero aún le faltaba
algo. “Ahora me vendría bien hacerme una paja con vuestra ayuda… Me basta con
que os pueda mirar”. El camionero me explicó en un susurro: “Siempre acaba así
para conseguir excitarse”. Fijó la vista en nosotros y se afanó en meneársela.
“¡Joder, que buenos estáis! Si yo fuera más joven…”. Le costó bastante, pero al
fin, con sonoros resoplidos, detuvo su mano. “¡Qué a gusto me he quedado!”. Ya
fue prudente y recogió su ropa. “No os incordio más y os dejo que disfrutéis…
Vosotros que podéis”. Abrió la puerta y saltó del pescante. “¡Hasta la vista!”.
Nos quedamos un poco
descolocados por la pintoresca interrupción, hasta que el camionero dijo:
“¿Sabes que eso de quedarme a medias me ha dejado chungo?”. Me salió del alma:
“¿Quieres que remate la faena?”. “Si no es mucho pedir…”. No tuve más que
girarme un poco y encararme con aquella verga que mantenía su turgencia para
desear beberme otra vez todo de ella. Me la metí en la boca y él dijo halagador:
“Contigo da más morbo”. Le faltaba poco y no tardó en llenarme la boca de nuevo
con su leche, que tragué con glotonería. Saciado, se removió remolón y me dijo
con una sonrisa: “Vamos a dormir un rato, que mañana hay que coger la
carretera”. Me dio la espalda y dejó en el aire un provocador: “¿Podrá resistir
mi culo hasta el amanecer?”. Me arrimé fuerte a él y disfruté del calor que
desprendía su pilosa humanidad. Mi polla, de momento, solo buscó acoplarse a la
raja, profunda y mullida. Él la acogía, con murmullos a mitad de regañina y a
mitad de incitación. Me mantuve así un rato, hasta que no me resistí a empujar
poco a poco. Estaba dentro y el camionero soltó un “¡Ummm!” de perezosa
complacencia. Me limité a quedarme así sin apenas moverme, agradablemente
atrapado en su cavidad. De este modo nos quedamos dormidos y la luz del
amanecer nos despertó. Su primer impulso fue tantear en busca de mi polla.
“¿Acabarás lo que empezaste antes de dormirte?”. “Si te empeñas…”, respondí zalamero.
Entonces se giró y me dio unas chupadas tan deliciosas que enseguida me empalmé
a tope. Se echó bocabajo y su culo volvió a encandilarme. Entré sin dificultad
mientras él emitía u prolongado “¡Ohhhhhhhh!”. Fue una follada más calmada que
la de la víspera pero, por eso mismo, más prolongada. El camionero se ahorraba
exclamaciones para concentrarse en el goce. Que no era menor en mi caso, que
sentía cómo poco a poco me iba llegando un irrefrenable orgasmo. Esta vez no
hubo aviso y solo cuando me dejé caer sobre él, el camionero preguntó: “¿Ya?… ¡Qué
rico ha sido!”.
Aún estaba cerrados la
gasolinera y el bar, aunque accedimos a éste, así como a los lavabos, con la
complicidad del vigilante. Resultaba extraño vernos ya vestidos, listos para poner
en marcha nuestros vehículos. El camionero dijo al fin: “Si vuelves a pasar por
aquí ¿mirarás si me encuentras otra vez?”. “¡Vaya pregunta! Si esta va a ser mi
ruta favorita a partir de ahora…”. Él se rio. “Mi culo se alegrará”.
Pasé más de una vez
por delante de la gasolinera, pero no llegué a tener suerte. Ni rastro del
camión. Incluso en una ocasión, en que ya había anochecido, vi al vigilante que
rondaba por allí. Me detuve por si me podía dar información. “Sí que lo he
visto algún día…”, recordó. Se me ocurrió preguntarle con una morbosa envidia:
“¿Y qué, se la chupaste?”. Se rio algo azorado. “Siempre se deja… Es un buen
hombre”. Imaginar la escena del camionero despatarrado ofreciéndose a la mamada
me produjo un subidón de excitación. No le escapó al sagaz vigilante, que apoyó
los codos en la ventanilla abierta. “¿No te vendría bien un alivio?”, preguntó
con toda intención. Ni me lo pensé y abrí la puerta. Él ya lo dio por hecho y
me dijo: “Mejor vamos dentro ¿no?”. Me dejé guiar y entramos en el bar, solo
con las luces exteriores. El vigilante se ocupó de bajarme los pantalones y me
senté sobre una mesa. “Échate hacia atrás”, me pidió. Así lo hice y me entregué
a la habilidad de sus manos y de su boca. Iba recorriendo con la mente el
cuerpo magnífico del camionero que tan generosamente me había hecho disfrutar.
Tuve una corrida electrizante de la que el vigilante dio buena cuenta. Cuando
volví al coche, me dijo como despedida: “Ya le diré que has estado por aquí”.
Mmmm, la de veces que habré estado con camioneros en sus cabinas!!! Lástima que nunca me hayan invitado a quedarme ;)
ResponderEliminarComo siempre, un relato muy bueno, y como siempre, he tenido que terminar "desahogándome" mientras lo leía.
Gracias por estos momentos tan buenos que nos regalas con tus historias.
Pues el otro día estuve con uno en una cabina... pero era de una sauna.
EliminarSaludos
menudo relato más morboso!! han caido dos pajotes muy lecheros. que morbazo dan los camioneros. muchas gracias por estos relatos tan ricos!!
ResponderEliminarDan bastante juego. tendré que ocuparme más de ellos...
EliminarSaludos