Ramón era un hombre sesentón
y bastante grueso. Aunque había tenido pareja, ahora estaba solo y se había ido
volviendo un misántropo. Incluso daba por acabada su vida sexual, por la que se
había desinteresado. En su relación con los vecinos de su finca se mostraba un
tanto hosco y no dispuesto a dar confianzas.
Por su parte, Carlos,
ya algo maduro y de cierto sobrepeso, vivía en el mismo rellano. Siendo más
joven había trabajado en un centro de rehabilitación física. Aunque le había
echado el ojo a Ramón, que le parecía de muy buena pinta, éste se limitaba
siempre a un seco saludo cada vez que se cruzaban o compartían el ascensor. Su
actitud distante no invitaba a un trato más personal.
Sucedió, sin embargo,
que Ramón sufrió un aparatoso accidente de tráfico que le obligo a estar hospitalizado una temporada. Esto no lo
supo Carlos ya que lo único que apreció fue la ausencia de Ramón durante un
tiempo, cosa que llegó a extrañarle.
Por eso, el día que al
fin lo vio salir de su piso apoyándose en un bastón Carlos no contuvo su
sorpresa y se interesó por su salud. Ramón extrañamente se mostró más
comunicativo de lo habitual. Ahí le contó lo del accidente y de la estancia
hospitalaria. A continuación añadió: “Para colmo me han dado unas instrucciones
sobre ejercicios que he de hacer para la rehabilitación de la pierna… Aunque si
depende de mí me parece que cojo me quedo”. Su tono mezclaba la irritación y la
autocompasión, probablemente la que le llevaba a ser más comunicativo que de
costumbre. Entonces Carlos, ante la posibilidad no solo de echarle una mano en
su desvalimiento sino también de romper el hielo entre ambos, le hizo un
ofrecimiento. “¡Pero hombre, no hay que desanimarse! Mire, yo sé algo de eso y
si quiere puedo ayudarlo con los ejercicios. Verá que es más fácil de lo que
cree”. Ramón quedó dubitativo pero, pese a no dejar de resultarle incómoda la
intrusión en su intimidad de un extraño, dijo finalmente: “Si para usted no es
mucha molestia, podíamos probar”. En su fuero interno también había hecho el
cálculo de que, si en las revisiones comprobaban que había dejado de lado la
rehabilitación, podrían enviarle a alguien, igual a alguna matrona o a un
jovenzuelo insustancial. Y después de todo su vecino tenía un aspecto que no le
desagradaba. Así pues quedaron en que Carlos pasaría por su casa el día
siguiente. Por lo que respecta a éste, el acuerdo le servía también para
satisfacer la curiosidad que Ramón le inspiraba.
Cuando se presentó en
el piso de Ramón, Carlos se dio cuenta de que no le había dado su nombre,
aunque él sí había curioseado en los buzones del vestíbulo. Por eso enseguida
manifestó: “Soy Carlos, y usted Ramón, ¿no?… ¿Le importa que lo llame así?”. El
mudo asentimiento de Ramón se debió no tanto a su parquedad de palabras cuanto
al impacto de la presencia del vecino.
Ante la inseguridad de
Ramón, Carlos se puso en acción. Como se había vestido en plan informal para la
ocasión, el polo que llevaba dejaba ver unos brazos robustos y suavemente
velludos. “Bueno, ¿y si vemos esa pierna?”. Ramón empezó a subirse la pernera
del pantalón, que no le pasaba de las corvas. “¡Hombre, así no!”, le interpeló
Carlos, “Mejor que se saque los pantalones”. Más por pereza que por pudor,
Ramón se fue quitando la prenda a regañadientes, sosteniéndolo Carlos para que
no perdiera el equilibrio. Quedó en calzoncillos, de los clásicos blancos,
amplios y con abertura. “Vale, siéntese ahí”, dijo Carlos señalándole un
sillón. Luego ocupó un taburete bajo y extendió la pierna lesionada sobre sus
rodillas. “Buenas piernas… Ha debido ser usted deportista”. En efecto, eran
recias y peludas; resaltaban en el blanco del calzoncillo, que se había
retraído casi hasta las ingles. “De eso poco, si acaso andariego”, replicó
Ramón, “Pero ahora….”. “Va a quedar la
mar de bien, hombre. Confíe en mí”. Los toques que Carlos fue dando a la pierna
produjeron en Ramón una sensación agradable. “Si le duele, avise”. Pero el
aviso se lo dio a Ramón su propia entrepierna, donde notó un cosquilleo que
hacía tiempo no sentía.
“Pues en marcha. Vamos
a empezar los ejercicios”, dijo Carlos sacando una fina colchoneta enrollada de
una bolsa que había traído. Miró hacia la cocina y vio una mesa alargada que
podía servir. “¿Le parece bien tumbarse ahí?”. Ramón accedió resignado y miró
cómo Carlos disponía la camilla improvisada. “Ya verá como está cómodo… Pero
mejor sería que se aligerara más de ropa para no sentirse sofocado”, añadió
Carlos, refiriéndose al grueso jersey que aún llevaba Ramón. Éste pues quedó
con una camiseta imperio, que ceñía sus pronunciadas tetas y dejaba ver el pelo
canoso que se extendía hacia sus gruesos brazos. Carlos lo ayudó a subirse y
tenderse. El roce de las pieles desnudas le produjo una agradable impresión. Y
a Carlos le iba resultando de lo más atractivo todo lo que iba descubriendo.
Estirado sobre la
mesa, en calzoncillos y camiseta, con su prominente barriga, Ramón no dejaba de
sentirse ridículo, pero también intrigado por lo que Carlos se disponía a hacer
con él. “Hoy una cosa suave para empezar… Un masajito y coordinar las dos
piernas”, anticipó Carlos. Éste empezó a aplicar una crema por la pierna a
tratar. El ardor suave que Ramón experimentaba atenuaba las molestias de la lesión.
A fin de extender el ungüento de forma más completa, Carlos hizo el gesto de
alzarle la pierna, pero, al ir a apoyarla sobre su pecho, dudó. “Me voy a
pringar el polo… Mejor me lo quito”. Así quedó con el torso desnudo, y Ramón no
pudo evitar sentirse atraído por sus formas redondeadas –se le veía más macizo
ahora–, cubiertas de suave vello.
El masaje iba
avanzando y el roce de las manos, sobre todo cuando se deslizaban por el muslo,
despertaba en Ramón una turbación casi olvidada. Avergonzado, notó que se le
producía una erección, que la floja tela del calzoncillo no era capaz de
disimular. A Carlos no le pudo pasar desapercibida, pero se abstuvo de
cualquier gesto o comentario. No había que precipitarse y, muy profesional, se
puso a hacer ejercicios para mover las articulaciones. Pero cada vez que Ramón
sentía que su rodilla reposaba contra el cálido pecho de Carlos, los
escalofríos lo recorrían.
Todo resultó así este
primer día. Carlos dijo: “Quédese reposando un poco… Con permiso, paso al baño
para lavarme las manos”. Ramón permaneció tumbado y desconcertado hasta que
Carlos volvió y le ayudó a bajarse de la mesa. “Ahora vístase, no vaya a coger
frío”. Mientras se ponía su polo, se despidió: “Pasado mañana vuelvo, si le
parece bien. Ya será una sesión un poco más movida…”.
La confusión de Ramón
fue en aumento durante el tiempo de espera. Se hacía cruces del efecto tan
inesperado de la incursión de Carlos en su intimidad y, sobre todo, de que su
contacto hubiera causado una reacción que ya creía excluida de su vida y que,
para colmo, lo había puesto en evidencia. Porque, además, aunque el hombre no
se había mostrado sorprendido, tampoco había dado el menor indicio de agrado o
complicidad. El caso es que, cada vez que le venía el recuerdo de su cuerpo y
de su tacto, volvía a manifestarse la resurrección de su entrepierna. Desde
luego, lo que tenía que descartar era la posibilidad de tomar cualquier tipo de
iniciativa, que ya no estaba él para hacer el ridículo o que le dieran un
corte. Carlos, en cambio, se sentía muy complacido por los signos que Ramón –o
su cuerpo– había manifestado y que le parecían inequívocos. Poco a poco se
vería lo que daba de sí la situación.
La primera
preocupación de Ramón fue qué ropa ponerse para la nueva visita. El tipo de
calzoncillos que había llevado no sujetaban nada y lo habían delatado, pero no
tenía de otra clase. Se le ocurrió recurrir a un viejo bañador, tipo meyba, que
por lo menos tenía bolsa interior. Pero era de una talla hacía tiempo rebasada
y le oprimía fuertemente la cintura, por más que sacara hacia arriba la
barriga. La camiseta sería igual a la del otro día; no se iba a poner demasiado
playero. Se cubrió con una bata y aguardó inquieto. Él mismo se consideraba
estúpido por el desasosiego que experimentaba a estas alturas.
Por fin llegó Carlos
y, esta vez venía aún más informal, con un chándal. Se quitó directamente la
sudadera y dejó desnudo su torso. Dispuso la colchoneta sobre la mesa de cocina
y, cuando Ramón se desprendió de la bata, bromeó: “¿Qué, vamos a nadar hoy?”.
Lo que avergonzó al aludido. Le ayudo a subir a la mesa y, al ver lo que le
ajustaba la cintura del bañador, exclamó: “¡Pero hombre de dios, si no va a
poder ni respirar!”. A Ramón se le planteó un dilema inesperado. “Pues me bajo
y voy a cambiarme”, pensando en que tendría que recurrir de nuevo a los
calzoncillos delatores. Pero Carlos sugirió entonces: “Mejor le cubro con una
toalla y se quita eso… Al fin y al cabo es lo que se hace en los masajes”. A
Ramón, que nunca se había dado un masaje, la idea le pareció un mal menor,
confiado en que la toalla fuera lo suficientemente discreta. El cambio, sin
embargo, tuvo su complicación. Boca arriba y con una pierna averiada, levantar
el culo para poder desajustar el bañador iba a ser toda una proeza. Carlos le
echó entonces una mano. “Déjeme hacer a mí”. Con ambas manos estiró de la
prenda y solo al quedar ésta al nivel del pubis, extendió la piadosa toalla.
Terminó de sacar el bañador y, por fin, Ramón quedó tendido y púdicamente
cubierto. “Así estará más cómodo ¿no?”, sentenció Carlos.
Ramón, inmóvil, no se
sentía suficientemente protegido por la toalla, que sujetaba con las manos
agarradas a los bordes de la mesa. Ya la unción de la crema suavizante por la
pierna le empezó a poner la piel de gallina. Trataba de mirar al techo para
rehuir la visión del pecho de Carlos inclinado sobre él. Pero lo inesperado fue
que, en sus movimientos, Carlos iba rozándole el paquete, poco sujeto por el
suelto chándal, sobre su mano aferrada al borde de la mesa. El conflicto entre
retirarla bruscamente o dejarla estar lo dejó paralizado, lo cual facilitó la
segunda opción. Por otra parte, ¿era consciente Carlos de dónde se arrimaba o, incluso,
lo hacía deliberadamente? Estas cuitas, más que retraerlo, le fueron
produciendo un acaloramiento que ya notaba en la entrepierna. El caso era que
Carlos, consciente de su turbación, insistía en los roces, lo cual, junto con
el manoseo y la visión de aquel cuerpo maduro, fue provocándole un evidente
endurecimiento. ¿Será posible?, se dijo Ramón al sentir la persistente presión
en su mano. Aun así se obstinaba en no reconocer la realidad. Eso en su mente,
porque el cuerpo le iba por su cuenta. Confiaba en que la toalla lo protegería
de la inoportuna erección que ya estaba notando, pero la tensaba tanto con las
dos manos, y para colmo con una de ellas oprimida por el paquete vigorizado de
Carlos, que el abultamiento se estaba haciendo patente. Recordó que su miembro
viril excitado adquiría un volumen considerable.
Carlos iba haciendo un
seguimiento disimulado, aunque regocijado, de sus avances. En un ejercicio de
subir y bajar la pierna de Ramón, la toalla se fue corriendo hacia arriba y la
polla se liberó. Ramón quedó avergonzado sin saber qué hacer. Pero Carlos
aprovechó su confusión para comentar: “Se nota que está a gusto…”. Ramón no
encontró otra salida más airosa que preguntar: “¿Queda mucho todavía?”. “Eso
depende de usted”, fue la respuesta ambigua de Carlos. “Pues lo dejamos por hoy
¿de acuerdo?”, concluyó Ramón en el colmo de la confusión. Carlos, quien no
quería tensar demasiado la cuerda, lo ayudó a bajar de la mesa e, incluso, a
ceñirle bien la toalla a la cintura. Al despedirse tanteó el terreno. “Si le va
bien, vuelvo mañana”. “¡Por supuesto!”, le salió a Ramón casi sin pensarlo.
Esa noche fue de
profundas reflexiones. No tanto para Carlos, que viendo que el cerco se
estrechaba, solo dudaba en cuál sería el momento oportuno para seducir
definitivamente a Ramón. En cambio éste, por una parte, no se libraba del
calentón que había experimentado y que se acentuaba al representarse el torso
desnudo de Carlos y, cómo no, la dureza que había encontrado contra su mano.
Hasta estuvo tentado de masturbarse, pero lo descartó al considerar que ya no
tenía edad para esos desahogos de jovencito. Esto lo llevó a un segundo nivel
de reflexión. Estar en manos de Carlos lo había puesto en un estado de
excitación como no recordaba en mucho tiempo. Y Carlos había dado alguna
muestra que no parecía precisamente de indiferencia. ¿Por qué no iba a dejarse
querer? Desde luego se mantenía firme, o no tanto, en no dar un primer paso.
Pero ¿y si Carlos se frenaba ante su excesiva pudibundez? Decidió que al menos
daría facilidades. Para empezar prescindiría de la camiseta y hasta escogería
una toalla menos ancha y más liviana, recordando los tiempos remotos en que
había frecuentado una sauna. Solo ceñido con ella recibiría pues a Carlos. Al
fin y al cabo ya había entre ellos más confianza…
Cuando llegó Carlos
quedó gratamente sorprendido del cambio en la apariencia de Ramón, que aún lo
estimuló más en su hasta el momento oculta intención. Con su tetudo pecho,
velludo y canoso, así como la pícara toalla sujeta por debajo de la barriga,
Ramón le resultaba de lo más apetitoso. Carlos se apresuró a quitarse la
sudadera para lucir también su cuerpo, seguro ya de que a Ramón no le era
indiferente. Además se le ocurrió la pillería de aflojarse con disimulo la
cinta que mantenía fijado el pantalón del chándal. Hubo una mayor fluidez entre
ambos en el ritual de subir sobre la mesa a Ramón. Éste ya no se empeñó en
tensar la toalla con las manos, aunque se cuidó de que la del lado en que
Carlos se situaba quedara adecuadamente salida.
A Ramón no le intranquilizó
hoy tanto el cosquilleo en la entrepierna que le provocaban los tocamientos por
la pierna. Sintió escalofríos cuando se repitió el roce del paquete de Carlos
por su mano y más todavía al notar cada vez mayor dureza. Tenía que hacer
esfuerzos para no mover atrevidamente los dedos. Pero en Carlos además iba
haciendo efecto el aflojamiento de la cintura del pantalón. Éste bajaba poco a
poco hasta el punto de que la mano de Ramón fue pasando de tocar tela a tocar
vello púbico y, a no tardar, la mismísima polla tiesa de Carlos que había
quedado al descubierto. Ramón experimentó una conmoción y, sin control de sus
actos, los dedos se le movieron en torno al miembro. Por supuesto Carlos se
dejó hacer sin interrumpir su actividad. Pero veía asimismo con regocijo que la
toalla de Ramón se estaba levantando estirada por la polla desbocada entre unos
hinchados huevos. Con la coartada del ‘tú has sido el primero’, Carlos encontró
vía libre para alargar una mano y empezar a acariciar la entrepierna de Ramón.
Éste reaccionó agarrando con más determinación la polla de Carlos, cuyos
pantalones ya le habían caído. A medida que la mano de Carlos pasaba de
cosquillear los huevos a repasar la polla de Ramón, la barriga de éste subía y
bajaba por la respiración acelerada. Carlos, de natural más locuaz, iba a decir
algo, pero Ramón lo cortó en seco. “No digas nada”.
El torpe sobeo que
Ramón seguía dando a la polla de Carlos no obstaculizó que éste se empleara a
fondo, con boca y manos, por el cuerpo de Ramón, ya libre de la toalla. Inició
una mamada mientras una mano repasaba muslos y huevos, y otra barriga y pecho,
estrujándole las tetas. Le encantaba el tacto del vello sobre las blandas
redondeces. Ramón, sin desocupar la mano que tenía atareada, experimentaba como
una novedad el casi olvidado placer que la boca de Carlos le estaba
proporcionando. El deseo acumulado era tal que no tardó en sentir como una
corriente eléctrica que lo sacudía. Con
la mano libre asió la cabeza de Carlos, dudando entre apartarla para que acabara
manualmente o sujetarla. En su frenesí hizo lo segundo y Carlos, que captaba lo
que estaba a punto de producirse, estrechó el cerco de sus labios. Las
sacudidas de Ramón a punto estuvieron de hacerlo caer de la mesa. Pero no
impidieron que Carlos fuera libando sus ráfagas de semen.
Carlos, entre el
manoseo de Ramón y la excitación de lo que acababa de lograr, tenía la polla a
punto de estallar. Sabía que, en el estado de laxitud en que había caído Ramón,
no podía pretender de él mayores esfuerzos. Así que se puso a meneársela
llevado por la urgencia. Sin embargo Ramón, quien captó la maniobra, tuvo el
detalle de atraerlo y ofrecerle su pecho para que descargara sobre él. El gesto
estimuló todavía más a Carlos, que acabó proyectando su chorro sobre la palpitante
barriga.
“¡Vaya, vaya!”, fue el
único comentario a lo sucedido que salió de la boca de Ramón, porque enseguida
cambió el discurso. “¡Tendré que bajarme de aquí, digo yo!”. Así que Carlos
retomó sus funciones asistenciales y ayudó a Ramón, algo desorientado. La
toalla desechada le sirvió para limpiarse la leche de Carlos.
A cada uno en sus
propias reflexiones le parecía increíble que ahora estuvieran desnudos frente a
frente, aunque ya sosegados. Fue Carlos quien se decidió a preguntar: “Ramón ¿querrás
que vuelva?”. Casi le sorprendió la respuesta: “Por mí desde luego… Y a ver si
nos ponemos más cómodos”.
No se había concretado
fecha y Carlos pensó que tal vez sería conveniente dejar al menos un día de por
medio. Por una parte, para permitir que Ramón se recuperara y se sosegara, ya
que estaba convencido de que aquella situación había sido completamente
inesperada para él. Por otra, él mismo debía reflexionar si no se habría visto
envuelto en un episodio de seducción pasajero. Ramón le atraía mucho, pero
dudaba si superaría su talante huraño.
Ramón, a su vez, tenía
la sensación de haber descendido en el túnel del tiempo. El resurgimiento de su
deseo sexual había sido explosivo. ¡Y qué mamada! Le recordaba las que le hacía
su antiguo amante… Pero estaba asustado; eran muchos años ya de retraimiento y
no entendía que le pudiera gustar a Carlos. Así pues temía y ansiaba a la vez
la vuelta de éste, no ya como asistente del que aprovechar subrepticiamente sus
roces, sino para el goce completo de sus cuerpos. Por ello, al transcurrir el
día siguiente sin novedad, casi sintió alivio: aquello era demasiado para él.
Aunque la agitación sensual seguía dominándolo.
Le dio un vuelco el
corazón un día después la llamada ya no esperada. No había hecho ningún
preparativo y llevaba su descuidada indumentaria de andar por casa. Carlos
venía sin bolsa y había cambiado el chándal por un liviano pantalón corto y una
camiseta ajustada a los contornos de su torso. Impactó a Ramón lo deseable que
lo encontraba y se avergonzó de su falta de previsión. Tuvo unos momentos de
indecisión y de pronto le surgió una idea. “¿Te importa esperar un momento?”.
No aguardó repuesta y se perdió por el pasillo, dejando a Carlos un tanto
perplejo. Aunque no tardó en llamarlo. Carlos avanzó hasta dar con el
dormitorio. Ramón estaba en la cama, desnudo y parcialmente cubierto por la
sábana. A Carlos le llegó a emocionar tal gesto de entrega. Se acercó al borde
de la cama y facilitó que Ramón lo tocara a su gusto. Éste le metió primero una
mano por un camal y hurgó en el sexo;
luego estiró hacia abajo en pantalón. Fue inmediata la erección de Carlos,
quien se despojó de la camiseta. Le sorprendió gratamente que Ramón se girara y
alcanzara con la boca la polla, supliendo la falta de práctica con una gran aplicación.
Mientras, Carlos había apartado la sábana y veía a Ramón de medio lado con la
verga abriéndose paso entre los rollizos muslos.
Al fin Carlos se dejó
caer sobre la cama y los cuerpos se fundieron en un abrazo, palpándose
mutuamente. A continuación Carlos quiso realizar deseos no del todo satisfechos
hasta entonces y con caricias y besos recorrió el orondo y peludo pecho de
Ramón, para bajar luego por la barriga. Ramón se plegaba con gusto a ello y a
su vez iba tocando cuanto alcanzaba. Cuando la cabeza de Carlos se enfrentó al
bajo vientre, su boca se deleitó repasando y lamiendo los rotundos huevos. La
polla se erguía gruesa y húmeda, atrayendo sus labios que la cercaron. No
habría parado de no ser porque Ramón se movió para apartarlo. Y es que
previamente deseaba otra cosa. Esto lo comprendió Carlos al ver que Ramón se
giraba para quedar bocabajo. Su ponderoso culo, que hasta el momento Carlos solo
había vislumbrado, era toda una invitación. Se lanzó hacia él manoseándolo y
jugando con la oscura raja, que luego mordisqueó y lamió. Ramón suspiraba ante
cada envite y, para Carlos, era evidente su demanda. No obstante preguntó:
“¿Quieres que te penetre?”. La voz de Ramón sonó temblona. “Sí, pero me da
mucho miedo… Hace tanto tiempo…”. Si Carlos ese día hubiera traído su bolsa,
habría encontrado algo que sirviera para suavizarlo;…y Ramón no hacía pinta de usar
cremas y lubricantes en el baño. Tuvo una idea. “¿Te parece que vaya a la
cocina a por un poco de aceite?”. La sugerencia tranquilizó a Ramón.
En un momento Carlos
estaba de vuelta con la aceitera. Se echó unas gotas en un dedo y lo pasó por
la raja de Ramón. Cuando llegó al ojete apretó un poco y el dedo fue resbalando
hacia dentro. Un “uyyy” lastimero salió de la boca de Ramón, pero sin el menor
gesto de rechazo. Carlos aprovechó para frotarse la polla y comprobar su plena
turgencia. Apoyado en los glúteos, tanteó por la raja y cuando dio con el
centro empujó un poco hasta meter en capullo. Los “uff, uff, uff” de Ramón no
le parecieron dramáticos, así que llegó
a tenerla toda dentro. Aquellos gemidos se fueron trocando poco a poco en un
sentido “¡Sí, así, así…!”, hasta culminar en un explosivo “¡Hazme tuyo hasta el
final!”. La memoria debió reverdecer en Ramón antiguas proezas. Clavó la cara
en la almohada y sus resoplidos sonaban atenuados, mientras Carlos se esforzaba
en cumplir su deseo. Sin desviar la mirada del maduro cuerpo que se le
entregaba, fue alcanzando el clímax, hasta que se apretó al culo con fuerza y
se descargó en varias sacudidas. Ramón hizo aparecer su cara y exclamó en un
susurro: “¡Cómo me ha gustado!”. Carlos, aun fatigado, se extendió a su lado y
lo abrazó. Con una mano buscó el sexo de Ramón, que estaba flácido. “Hoy no
necesito nada más”, dijo éste.
Pero hubo más días y
cada cual puede imaginar lo que más le complazca en la relación entre Ramón y
Carlos.
Fantástico! una historia excitante de principio a fin, gracias por compartir
ResponderEliminarUffff.... Qué buen relato, me ha provocado un buen calentón. Sigue publicando y animando nuestras fantasías.... Gracias
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros ánimos
ResponderEliminarIncredible relato me has dejao con un calentón qe voy a desahogarme con una buena ........... gracias tio por estos relatos
ResponderEliminares un increíble relato muy calentó ojala tengan mas de estos relatos uffffffffffffffff
ResponderEliminarWooff.... Ya me deja a mí con ganas de necesita un masaje y una rehabilitación!!!
ResponderEliminarExcelente, gracias!!!
Steve, de Argentina.
un poco de ganjha, un vibrador, lubricante y este video, no tienen idea de lo rico que fue.......
ResponderEliminarEstoy cada vez más obsesionado con tener a un hombre así... llenito, velludo y maduro.
ResponderEliminarcompadre contactarme uno así no me gustan los nuevos prefiero gente msdura
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