sábado, 15 de octubre de 2011

Experimento futurista

Con frecuencia tengo sueños calientes a tu costa y este que relato me pareció de tanta complejidad interpretativa que, nada más despertarme, me esforcé en transcribirlo de la forma más fiel posible. 

Era un sueño sin sonido. Estabas tendido en una especie de camilla de quirófano bajo un potente foco, desnudo y como dormido. En la penumbra a tu alrededor, sobre un estrado, se encontraban hombres y mujeres de diversas edades y aspectos, cubiertos con batas blancas. Otros dos hombres, con unos pijamas verde claro como de cirujanos, se hallaban junto a ti. Uno maduro y robusto, otro algo más joven y también fornido. El mayor hablaba a la concurrencia, señalándote de vez en cuando. A una indicación suya, el más joven se puso a darte unos suaves cachetes en las mejillas. Parecías reaccionar y abrías los ojos, aunque aturdido por la fuerte luz. Tal vez para evitar esto, el joven te colocó un antifaz negro. A continuación, te cogió cada uno de los brazos y los dejó apoyados por las muñecas en sendas perchas que había a los lados. Te dejaste así poner en cruz con toda docilidad. También te separó las piernas hasta los límites de la camilla.

Al quedar tú dispuesto de esta manera, el mayor empezó a actuar sobre tu cuerpo, sin dejar las explicaciones. Te palpó los brazos levantándolos ligeramente y mostrando los músculos que lo formaban. Al rozarte las axilas, tuviste un leve estremecimiento, que el otro controló sujetándote los pies. El orador  se colocó luego frente a tu cabeza y, casi apoyando la barriga en ella, llevó las manos a tu pecho. Removía el vello que lo cubre y hacía copa en ambas tetas presionándolas. Particular atención le dedicó a los pezones. Frotaba la punta con un dedo y los pellizcaba, hasta hacer que se endurecieran. En ese momento tu pene, hasta entonces inerte, adquirió mayor volumen. Él lo señalaba como si fuera un efecto reflejo. Pasó a manosear el vello de la barriga y metió un dedo en el ombligo. Pero esto, así como los roces por tus costados, te provocó nuevos temblores, que hubo de controlar el que te asía de los pies. Para asegurar mejor las manipulaciones, ahora ya ligó tus muñecas a las perchas, pues iba a ocuparse de tus partes más sensibles. En efecto, llevo las manos a tu pubis y revolvía el encrespamiento piloso, como si comprobara su textura. Cogió con delicadeza la polla, que se hinchaba a ojos vista, y la mantuvo pegada al vientre. Hizo que el ayudante lo sustituyera en la sujeción y él se dedicó a manipular los huevos. Los sopesaba y levantaba para que fueran bien visibles para los observadores. Asimismo estiraba la piel para separarlos y marcar las dimensiones de ambos. Tras este repaso testicular completo, quedó liberada tu polla que, ya del todo tiesa, fue objeto de especial atención. Disertaba sobre ella y la cogía con la mayor soltura. Ceñía los dedos al capullo y lo apretaba para resaltar el orificio. Aunque hasta ahora se te notaba relajado con esas manipulaciones, debía llegar el punto más delicado, pues el joven se volvió a apostar a tus pies para asirlos firmemente. Así inmovilizado, el que se suponía el jefe, sin parar de hablar, empezó a frotar tu polla, primero suavemente y luego con más energía. Tus sacudidas quedaban neutralizadas por las sujeciones mientras él detenía y reanudaba la operación. En un momento dado, con el índice de la mano libre señaló tu capullo e inmediatamente brotó de él un potente chorro de semen. Como si de un exitoso experimento científico se tratara, los asistentes batieron palmas alborozados. Liberadas de nuevo tus piernas pudiste dar ya los últimos estertores.
 
Los circunspectos observadores rodeaban ahora al maestro. Entretanto, el ayudante, tras limpiarte el vientre con unas gasas, soltó las ligaduras de tus brazos, que pudiste alinear con tu cuerpo. Pero, a cambio, pasó las perchas hacia delante, te levantó las piernas y las dejó sujetas por las corvas, como si fueras una parturienta. Lo que quedó entonces expuesto frente al estrado fue tu culo alzado, con la polla y los huevos volcados sobre la barriga. Un foco proyectaba una clara luz sobre la zona. Los preparativos se completaron colocando una banda de parte a parte de la camilla que te dejaba los brazos pegados al cuerpo.
 
Una vez reintegrados al estrado los concurrentes, el oficiante mayor reanudó el discurso al tiempo que manoseaba tu parte expuesta. Presionaba las nalgas y repasaba las zonas más pilosas. Las separaba abriendo la raja y señalaba su punto más oscuro. El colaborador le entregó entonces un guante de látex y lo ayudó a calzárselo. Lentamente fue introduciendo un dedo en el ano y siguió con una frotación interior. Te estremeciste un poco y apretaste los puños. Sacó el dedo y ahora juntó dos metiéndolos con más energía. Los hacía girar y tus temblores y crispación de manos aumentaron. Pero el intenso masaje que te aplicó a continuación llegó a provocarte una nueva erección. Miró a los espectadores satisfecho por el logro obtenido.
 
El subalterno se dirigió hacia una puerta e hizo entrar a un individuo alto y musculoso. Estaba también completamente desnudo, encapuchado y con las manos atadas a la espalda. Fue conducido al centro de las operaciones donde lo mantenía sujeto el ayudante. El conferenciante inició en él unos tocamientos similares a los que te había realizado antes. Palpaba los pechos y la barriga, bastante velludos. Pero pasó con más rapidez a ocuparse de la polla. La levantaba y valoraba sus dimensiones para, a continuación frotarla con decisión, logrando así ponerla dura. Señalaba asimismo hacia la tuya, que se mantenía tiesa, como si las comparara.
 
No obstante, una vez cumplido su objetivo, el recién llegado fue colocado ante tu camilla, en el espacio entre tus piernas alzadas y colgantes. Mientras el más joven lo mantenía sujeto, el mayor le hizo bajar la cabeza hasta que quedó sobre tu polla. Presionó para que le entrara en la boca y, al principio, agarrado por el cabello, forzaba las subidas y bajadas. El sometido llegó a coger su propio ritmo y, a medida que chupaba, tú te ibas agitando. La sujeción de la cabeza volvió a repetirse, cuando diste indicios de máxima tensión. Sólo tras tu nuevo vaciado acabó la presión y la boca se separó de la polla ablandada.
 
La mamada fue observada con gran atención por los asistentes, cuyo interés no decrecía, pendientes de que continuara la demostración. El hombre fue apartado y expuesto otra vez frente al público. Mientras el ayudante accionaba una manivela para ajustar la altura de tu camilla, el jefe volvió  a someter a aquél a una enérgica masturbación. Conseguida la erección deseada, se lo enfrentó con tu culo, cuyo orificio quedaba bien expedito. El manipulador enfiló la punta de la polla y el otro empujó por detrás. Así quedaste ensartado y, agarrado por las caderas el que te había penetrado, era forzado a moverse. Como había ocurrido con la mamada, la arremetida llegó a volverse más espontánea y tú palmeabas sobre la camilla. Al apreciarse un temblor en las piernas del follador, fue obligado a salirse y su leche se derramó sobre tus huevos y tu polla. Cumplida su misión al parecer, el encapuchado despareció por donde había venido. El ayudante, a continuación, te limpió cuidadosamente y dejó que te relajaras.
 
Se creó una gran expectación acerca de lo que había de venir. Tras una consulta a los observadores por parte del maestro, éste dio instrucciones de que se te destaparan los ojos y se te hiciera descender de la camilla. De momento te costaba sostenerte sobre tus piernas y hubo que estabilizarte. Aunque con la mirada como perdida, pareció que el hecho de ser escrutado por aquella concurrencia te produjo efecto. Tu polla empezó a endurecerse, ahora no a causa de manipulación alguna, sino por sí misma. Esto impresionó al personal, y aún más cuando fuiste empujado para que te acercaras al estrado y algunos se atrevieron a palpar su consistencia.
 
Sin duda, que hubieras pasado de la anterior posición yaciente a otra más vivaz y próxima alentó el interés en un escrutinio de mayor calado. Quisieron ahora examinar tu parte trasera que, en vertical, ofrecería una nueva perspectiva. Moviéndote como un autómata, te giraste bien cerca para que pudieran palpar la turgencia de tus glúteos.
 
Cuando te inclinaste hacia delante, les encantó ver que aparecieran las pelotas colgando entre tus muslos. Al apretártelas con la mano uno más osado, dejaste mansamente que se recreara y llegara a alcanzar, pasando entre los muslos, la polla que seguía tiesa.
 
No tardó el director en hacer que te apartaras del grupo y dejarte en un compás de espera mientras conversaba con su ayudante. Los gestos iban siendo cada vez más autoritarios, pues el subordinado parecía disconforme. A su vez los presentes discutían entre sí, hasta que finalmente el interpelado asentía resignado. En consecuencia empezó a despojarse de su verdosa vestimenta, con gran alborozo del personal. Llegó a quedar completamente desnudo, mostrando un cuerpo recio poblado por abundante vello rojizo. Su jefe lo instó entonces a que se encarara a ti. Sin duda se trataba de comprobar tu reacción ante el hombre que se te ofrecía.
 
Aunque con movimientos algo mecánicos no tardaste en aproximarte a él. Retrocedió con temor, pero la indicación imperiosa del jefe le hizo parar sumiso. Entonces pusiste tus manos sobre él y empezaste a palparle todo el cuerpo, que se mostraba tenso. Te entretuviste acariciando el vello dorado del pecho y, al rozar los pezones, tu boca los buscó y se fue acoplando a ellos para succionarlos. Tus manos se deslizaron hacia la polla de tu partenaire, que al firme contacto fue adquiriendo volumen, lo que suscitó expresiones de asombro y admiración en los observadores.
 
Ante la consumada erección, te agachaste para tomar la polla con tu boca. Las chupadas que le dabas hicieron salir de su actitud pasiva al ayudante, quien había posado sus manos sobre tu cabeza y cuyo rostro mostraba el deleite que sentía. No menor era la expectación que la hazaña suscitaba.
 
Cuando el director verificó que la operación inicial había llegado al resultado deseado, te hizo una indicación para que liberaras la polla de tu boca. Como si supieras ya lo que correspondía hacer a continuación, te giraste para dejar bien resaltado el culo, que quedó disponible para la siguiente fase. No le costó nada al de la polla tiesa seguir las instrucciones del su jefe para que te penetrara. Se clavó en ti, quedándose quieto de momento. Tú te pusiste entonces a moverte para alentarlo y ya no dudó en darte cada vez más fuertes acometidas. En un momento dado, quedó rígido y sus piernas temblaron. La intervención se había consumado y, como demostración exhibió su polla goteante a los presentes.
 
Habías restado inmóvil tal y como te dejó el follador. Los asistentes al cónclave abandonaron su contención y rodearon al maestro y su ayudante, quien todavía daba signos de conmoción. El experimento había sido todo un éxito, según el entusiasmo mostrado. Una vez calmados los ánimos e iniciada la dispersión, el director accionó un mando a distancia y te desplomaste blandamente al suelo como un juguete roto.

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