viernes, 1 de julio de 2011

Cogido por sorpresa

Últimamente te habías vuelto muy complicado. Resultaba que, cuando te proponía hacer un trío con alguien que yo había conocido, te mostrabas reticente. No porque no tuvieras ganas de novedades, pues para eso eres insaciable. Pero tus fantasías eróticas te hacían desear revolcones exóticos, que temías no pudieras satisfacer con los amigos que yo te recomendaba. Sin embargo, como me encanta tenderte trampas, que tú acabas disfrutando, no cejaba en el empeño de que alguno te diera un buen repaso. Se me ocurrió recurrir a alguien que saliera del tipo de hombres maduros en cuya órbita acostumbro a moverme. Hacía un par de años había ligado, muy satisfactoriamente por cierto, con uno bastante joven, de poco más de treinta años. Aunque los que están por debajo de los cuarenta, e incluso algo más, no suelen interesarme, en ese caso me atrajo su aspecto físico, alto y robusto. De vez en cuando volvíamos a tener contacto y veía que iba engordando, con lo que resultaba aún más corpulento. Lleno de vitalidad y dispuesto a nuevas experiencias, le encantó que le invitara a juntarnos contigo. Así que me puse manos a la obra, seguro de que quedarías satisfecho, pero sin dejarte opción a poner pegas.

Como el chico era muy dócil y no se asustaba ante las rarezas, se avino fácilmente a las explicaciones que le di sobre cómo íbamos a actuar. Recién acabada nuestra comida, sonó el interfono. Acudí a contestar y tú ya te habías puesto en guardia y preguntabas si se trataba de alguna visita. Pero te cogí por sorpresa y rápidamente te anudé un pañuelo doblado sobre los ojos. En tu desconcierto te saqué la camiseta, dejándote solo el slip, y cuando tanteabas para situarte te coloqué en un santiamén unas esposas. Sabía que así impresionarías al visitante. No contesté a las preguntas que me hacías y fui a abrir la puerta a la que llamaban, dejándote de pie despistado e intrigado. Hice pasar al chico y le insté a guardar silencio, por lo que se limitó a mirarte complacido. Empecé a hablarle como si tú no estuvieras: “¿Qué te parece si nos desnudamos?”. Sólo podías oír el roce de nuestra ropa al caer. Desde luego era todo un ejemplar, más grandote que tú y con las energías propias de la edad. Poco después le dije: “¿A que te gusta? Pues ahí lo tienes, no te cortes”. Avanzó hacia ti con cierta timidez y te fue tocando como si comprobara tu consistencia. Movías tus manos ligadas intentando alcanzarle, pero él te esquivaba. Me miró interrogante señalándote el slip y asentí. Te lo bajó y apareció tu polla medio tiesa ya. Se puso a chupártela y ya pudiste alcanzar su cabeza, de cabello muy corto, que tanteabas tratando de averiguar su aspecto. Bajaste más y encontraste unas anchas espaldas de piel lisa. Pero se incorporó y lo que llegó a tus manos fue su gruesa polla ya tan dura como la tuya. Aproveché entonces para pasarte un largo cordón por la cintura y lo até a una columna que había en la habitación. Así pude librarte de las esposas, vigilando sin embargo que no fueras a moverte la venda de los ojos. Pero tú te ocupabas ahora de palpar las sólidas formas del chico, que se dejaba hacer e incluso se giraba para que el repaso a ciegas fuera más completo. Prestándote al juego en silencio concentrado, comprobaste así que te superaba en envergadura y se notaba que encontrabas excitante cuanto tocabas de aquel cuerpo robusto y matizadamente velludo. Sin duda imaginabas ya el placer que te iba a proporcionar entregarte a él.

Una vez que te permitimos ese contacto preliminar, volví a colocarte las esposas y las sujeté a la cuerda que te ceñía la cintura. Entonces, muy cerca de ti pero sin que pudieras alcanzarnos, atraje hacia mí al mocetón, pues no sólo ibas a disfrutar tú de él. Nos metimos mano ostentosamente con murmullos y jadeos mientras te agitabas rabiando de deseo. Por fin te desaté de la columna y te condujimos al dormitorio. El chico te llevaba casi en volandas ciñéndote con sus brazos. Te pusimos en la cama tendido boca arriba y pasé las esposas por una barra del cabecero. El que acababa de conocerte, quien sin duda te tenía ganas, te entró por los pies y se te echó encima. Casi te dejaba sin respiración, pero se restregaba y te sobaba. La succión de los pezones te hacía gemir y agitarte. Te lamía los sobacos y pasaba la lengua por tus costados. Luego, manteniéndote separadas las piernas, sujetó levantada tu dura polla y hundió la cara en tu entrepierna. Sorbía los huevos y mordisqueaba las ingles. Por fin engulló tu polla y la sometió a una enérgica y continuada mamada. Hacías intentos de atemperar su intensidad pataleando, pero él te sujetaba no dispuesto a soltar la presa. Ante tu impotencia, no paró de chupar hasta que tu placer se desbordó y se tragó toda tu leche.
 
Aún resoplabas cuando, sin dejarte un respiro, lo ayudé a girarte. Volvió a echarse sobre ti y restregar su pecho por tu espalda. Debías notar su gruesa polla golpeándote los muslos y resbalando por tu raja en una simulación de follada. Luego fue bajando y se encaró con tu culo. Lo sobaba y abría la raja, en la que acabó aplastando la cara. Lamía con vehemencia y removía la lengua en el agujero. Gimoteabas  de gusto, ansiando que te penetrara. Te dejó bien ensalivado y ya no necesitó más. Con las rodillas forzó la separación de tus muslos y se agarró la polla. Te la apuntó y empezó a empujar. Le costaba entrar y tu te tensabas soportando el impacto. Poco a poco apretaba hasta que su vientre quedó completamente pegado a tu culo. Te removías para que se acomodara a tu interior, aguardando el bombeo. Éste no se hizo esperar e iba aumentando en intensidad. Te quejabas y al tiempo lo animabas a seguir. Pero llegó un momento en que tu resistencia fue desfalleciendo e imploraste: “¡Córrete ya!”. Aún siguió un rato dándote caña, con nuevas súplicas por tu parte, pero un fuerte resoplido indicó su estallido final. Sacó la polla goteante y todavía tiesa y te acarició la grupa con ternura.
 
Habías quedado con la cara hundida en el colchón, pese a la tensión con que las esposas mantenían tus brazos. Te las quité y solté el nudo del pañuelo que te cegaba. Entumecido con estabas, te pusiste poco a poco boca arriba. Por fin pudiste contemplar al desconocido que, arrodillado a tu lado te miraba sonriente. “¿Qué, merecía la pena o no?”, te dije recordando tus reticencias. Sonreíste a tu vez algo azorado y, saciado por delante y por detrás como habías quedado, te fuiste amodorrando.

El espectáculo me había dejado muy excitado, lo que no escapó a la observación del mozo. Me instó a recostarme a tu lado y me hizo una deliciosa mamada, que no cesó hasta dejarme vacío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario