1.- Unos amigos me habían cedido por unos días un apartamento muy coqueto en un bloque cercano a la playa de una ciudad turística. El único inconveniente era que carecía de aire acondicionado y estaba haciendo un calor sofocante. Aunque estaba fuera la mayor parte del tiempo, por las noches trataba de descansar acostándome desnudo y con todo abierto. En una de éstas, desvelado por el sofoco, salí un rato al balcón. Aunque sólo había una baranda de barrotes separados, la oscuridad preservaba mi intimidad. Como los bloques tenían una arquitectura irregular, me quedaba muy próximo el balcón de otro apartamento. Cuando empezaba a quedarme adormilado, me sobresaltó un ligero ruido proveniente de aquel. Al mirar, vi que había salido una pareja de hombre y mujer. Por la cercanía y la luz de la luna, percibí claramente que ambos se hallaban también completamente desnudos. Ellos se percataron de mi presencia y hasta me hicieron un leve saludo con la mano, pero, sin sentirse en absoluto cohibidos, se pusieron a besarse y abrazarse. Incluso pude apreciar una evidente erección en el hombre, de mediana edad y bastante corpulento.
Al poco rato volvieron al interior y, para mi asombro, encendieron la luz. El volvió hacia el ventanal y pensé que correría la cortina. Sin embargo, en lugar de eso, me mostró deliberadamente su perfil excitado y me dirigió una sonrisa. Visto así y a la luz, el tío quitaba el hipo, con su buena polla y su culo generoso. Tampoco le debió pasar desapercibida la animación que habían experimentado mis bajos, ya que su ventanal me iluminaba.
Parecía que quería darme el espectáculo, pues se dirigió a la cama, de la que yo tenía una vista completa, y se tumbó. Se puso a meneársela hasta que volvió a aparecer en mi ángulo de visión la mujer, más menuda y joven que él. Entró por los pies de la cama y empezó a chupársela. Lo curioso, y que más alterado me ponía, era que el muy provocador no dejaba de mirar hacia donde estaba yo. Debía ser de los que prefieren que le vayan haciendo pues ella, tal vez siguiendo sus instrucciones, se incorporó y se puso a acariciar el vello de la barriga y el pecho, para, a continuación, volverse a inclinar y lamerle los pezones. Entretanto él se mantenía pasivo con los brazos abiertos.
De pronto entró en acción, aunque sólo para hacer que ella se girara y se le montara encima. De espaldas a él, se acomodó sobre su polla, que se fue metiendo. Subía y bajaba, al tiempo que se excitaba con una mano, y su expresión era de placer. El hombre volvía a no hacer el más mínimo esfuerzo, aunque tuvo el descaro de saludarme agitando un brazo. Le correspondí cogiendo mi polla tiesa y mostrándosela. Estaba seguro que ella también debía ser consciente de mi cercana presencia, pero no percibí la menor señal de ello.
Tras un rato de follada clásica, el asunto dio un vuelco inesperado. La empujó para salirse y se puso a cuatro patas sobre la cama. Entonces ella comenzó a acariciarle y besarle el culo. La abría la raja y daba intensas lamidas. Luego alcanzó un grueso consolador, que debía estar en la mesilla de noche, y lo untó con abundante crema. Ya listo, se lo centró en el culo y lo fue introduciendo poco a poco. Él tensaba los antebrazos y los muslos sobre la cama mientras el aparato llegaba al tope. La mujer, hábilmente, inició un mete y saca aplicando diversas cadencias. Cuando ya tenía cogido el ritmo, con agilidad pasó la mano libre bajo la barriga de él para masturbarlo. No me extrañó ya que tuviera la cara vuelta hacia mí, sonriendo complacido al ver que yo también me la estaba meneando.
Creo que nos corrimos casi simultáneamente. La mujer desapareció por una puerta del fondo, probablemente el baño. Él aún se quedo unos instantes boca abajo sobre la cama luciendo su espléndida trasera. De pronto se giró y se tocaba la polla como comprobando su estado y, por supuesto, volvía a mirarme. Me había quedado como petrificado apoyado en la baranda, hasta que se apagó su luz. La sorpresa final fue que salió al balcón y me susurró: “Otra vez te animas y vienes”. Entró y se esfumó en la oscuridad.
2.- Un par de noches después, cuando intentaba conciliar el sueño, me sorprendió un reflejo de luz. Movido por la curiosidad, me acerqué subrepticiamente al ventanal y, en efecto, el dormitorio del vecino estaba iluminado. Esta vez me dio corte salir por las buenas al balcón y preferí apostarme con más disimulo en una ventanita del baño, que también permitía una visión completa del escenario. Pero la situación se presentaba radicalmente distinta. Ahora se trataba de dos hombres: el mismo de la otra noche y uno algo más bajo pero también de aspecto macizo. Ambos estaban vestidos con pantalones cortos y camisas veraniegas. Debían llegar de fuera. Pues enseguida, en medio de la habitación, se pusieron a abrazarse y meterse mano. Iban quitándose la ropa uno al otro y pronto quedaron en cueros.
El que ya conocía –y que estaba tan bueno, aunque el segundo no se quedaba muy atrás– se sentó en la cama y atrajo a su colega para chupársela. Éste se dejaba hacer sujetándole la cabeza, hasta que lo empujó hacia atrás y desapareció de mi vista. El tumbado en la cama fue subiendo para adoptar una posición central y abrió brazos y piernas en aspa, luciendo una polla bien tiesa ya.
Por fin quedó solo por unos instantes, y enseguida reapareció el otro portando un consolador más contundente que el de la otra noche. Éste además iba conectado por un cable a un aparato que supuse sería de vibración. Primero cogió crema de un frasco y la esparció por el culo, insistiendo con brusquedad en la raja. A continuación fue introduciendo el pene artificial hasta que sólo quedaron fuera los falsos huevos. Mientras con una mano mantenía el aparato apretado, con la otra manipuló la pieza conectada. La vibración debía ser intensa porque el culo se agitaba como un flan. Paraba de repente y activaba de nuevo. Así varias veces, hasta que el receptor empezó a dar tirones convulsivos a las ligaduras de sus brazos. Estas actividades debían provocar una gran excitación al gorila, pues cada vez que mi vista alcanzaba su delantera la polla seguía mostrándose bien inhiesta. Por ello no hubo de extrañarme que, una vez extraído el consolador, se abalanzara sobre el culo tan trabajado y se lo follara compulsivamente. Pero de pronto salió y derramó la leche sobre la grupa del de abajo. La extendió con la mano y quedó recostado un momento. Enseguida se incorporó y se puso diligentemente a desatar las cuerdas y liberar a mi vecino. Lo que más me sorprendió fue que, cuando este volvió a estar boca arriba, mostraba una sonrisa satisfecha.
No tardó en apagarse la luz y, en cuanto volví a mi cama, no pude menos que hacerme una paja. A la mañana siguiente, al salir al balcón, me extrañó encontrar una bola de papel arrugado. Lo alisé y llevaba escrito: “Espero que anoche también disfrutaras”.
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