En estos tristes tiempos de separación forzada, vuelvo a hablar de Javier, mi amigo, amante y compañero de
tantas aventuras. En muchas ocasiones he relatado las que he tenido con él,
pero también aquéllas suyas de las que he sido testigo directo o indirecto. Le
gusta contármelas y las recojo con todo el morbo que me transmite. En su
variedad y osadía reflejan el caleidoscopio de su imparable sexualidad. Muy
satisfecho con su corpachón de hombre que va madurando y que, por lo demás, le
gusta lucir con largueza, sabe hacerse notar y llega a dar la impresión de que
está dispuesto a acoger a todo aquel, incluso todos aquellos a la vez, que
muestren interés en hacerlo disfrutar. En este sentido, he señalado ya alguna
vez que Javier, en cuestión de preferencias, más que escoger él, se deja
escoger. Esta actitud, incluso, parece resultarle cómoda y, muestra de ello, es
la frecuente petición que me hace, medio en serio medio en broma: “A ver si me
entregas a tus amigos”. Y aunque éstos suelan ser de tipo similar al suyo, es
decir, tirando a entrados en carnes, Javier no tiene el menor inconveniente en
compenetrarse, en el sentido más amplio de la palabra, con ellos muy a gusto. Para
no glosar sus desmanes en la sauna, más de una vez materia de mis relatos.
Sin embargo, en la calenturienta imaginación de Javier, hay
una fantasía que saca a relucir de vez en cuando y que incluso influye en sus
actitudes respecto al tema de la penetración. Los que han seguido los relatos
que protagoniza habrán podido constatar la liberalidad con que ofrece el culo y
cómo disfruta a tope cuando lo folla una buena polla, y hasta más de una si se
tercia. Sin embargo, en el gusto por meterla él, es algo más selectivo. Aunque
no se retrae si hay mucho interés de la otra parte, puesto a escoger le atraen
más lo culos no muy gruesos ni demasiado peludos. Lo cual él mismo suele
expresar con una frase que va en la línea de aquella fantasía: “Como un culito
terso y sin pelos no hay nada”.
Ya en un relato anterior (Una sorpresa por partida doble),
traté el entusiasmo con que Javier se deja querer por chicos bastante jóvenes
si se le presenta la ocasión. Ahora recojo también una de las vivencias más
excitantes en que su fantasía se hizo ampliamente realidad.
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Javier tuvo que desplazarse, por asuntos de trabajo, a una
ciudad donde había residido hacía ya varios años. Entonces hizo buena amistad
con un colega y su esposa, que tenían un hijo pequeño. Muy cordiales y
abiertos, conocían las inclinaciones de Javier y, aunque no se habían vuelto a
ver, mantenían las relaciones amistosas. Les divertían las desinhibidas
crónicas que Javier les enviaba de sus lances amorosos, incluidas fotos de
algunos de ellos. Cuando supieron de la visita de Javier, se empeñaron en que
se alojara en su casa. Lo cual aceptó de buen grado.
Javier llegó a última hora de la tarde y fue recibido con la
esperada afabilidad. Como el tiempo no pasa en balde, los anfitriones bromearon
sobre el volumen que había ganado el cuerpo de Javier. Y éste no se mordió la
lengua al replicar: “Pues aún tengo más éxito que antes”. Mientras saboreaban
una espléndida cena, charlaron animadamente y Javier se interesó por el hijo,
Luis. “Aunque tiene muchas ganas de verte de nuevo, se ha disculpado esta noche
porque había de hacer un trabajo en casa de un compañero y vendrá tarde a
dormir”, explicó la madre. A lo que el padre añadió: “Como ya ha empezado en la
universidad, ahora le vemos menos el pelo”. “Debe estar ya enredado en
amoríos”, sugirió Javier. “Algo de eso hay”, dijo el padre, quien precisó con
toda naturalidad: “Aunque parece que ha salido más de tu cuerda… Ya nos lo ha
comentado, pero dice que no tiene prisa”. A Javier no dejó de picarle la
curiosidad por esta inesperada información.
Cuando llegó la hora de acostarse, mostraron a Javier la
habitación de invitados. Y, como la reunión que tenía Javier sería por la tarde
del día siguiente, le dijeron: “No tengas prisa en levantarte. Nosotros nos
marcharemos temprano para abrir el comercio y volveremos para comer. Entretanto
Luis se encargará de hacerte los honores… Si ves que se le han pegado las
sábanas, lo puedes despertar. Se alegrará de verte”. Tras darse las buenas
noches, Javier se acostó y pronto se entregó a un sueño apacible.
A la mañana siguiente, Javier se despertó algo tarde, con la
casa en completo silencio. Fue al baño que había junto a su habitación y que,
según le dijeron, compartiría con el chico de la familia. Desnudo, tal como
había dormido, antes de ducharse se puso a repasarse la barba con la maquinilla
eléctrica. Poco después, como ni se le había ocurrido echar el pestillo de la
otra puerta, Luis irrumpió soñoliento y con unos bóxers tan solo. “¡Ostras,
perdón!”, exclamó el chico. Pero Javier no se inmutó lo más mínimo y, soltando
la maquinilla, se dirigió hacia él. “No pasa nada, Luis. Tenía ganas de
saludarte. No te veía desde que tenías diez años… ¿Cuántos tienes ahora?”.
“Diecinueve”, contestó Luis, aún sorprendido por la naturalidad de Javier, que
se había ido acercando para estamparle un par de besos. Luego Javier se apartó
para mirarlo mejor y le dijo sonriendo: “Pues te has convertido en un chico la
mar de guapo”. Pero esta contenida valoración quedaba pálida en comparación con
la que en realidad bullía en su mente desde el momento en que vio aparecer a
Luis. Aquel niño regordete y juguetón que recordaba se había convertido ahora
en el arquetipo de su fantasía. De cuerpo espigado y totalmente lampiño,
parecía que se fuera a quebrar en cuanto se le pusieran las manos encima.
Por su parte Luis fue discreto para devolverle el piropo. Sin
poder apartar la mirada del cuerpazo de Javier, dijo: “Ya me acuerdo de ti…
Eras muy simpático”. Javier, con buen tino para descifrar ese tipo de miradas,
echó mano de una provocadora coquetería: “Ahora te debo parecer un carrozón
gordo”. Incluso se mostró con más descaro. “¡Qué va!”, exclamó Luis, “Si estás
estupendo”. Javier bromeó: “Si tú lo dices… Desde luego me has pillado tal como
soy enterito, sin trampa ni cartón”. “Más motivo para lo que he dicho”, replicó
Luis con un desenfado que agradó a Javier, dispuesto ya a darle toda la cuerda
posible al chico. “Pero tú haz lo que venías a hacer”, le dijo, “Me ducho y,
mientras, me vas contando cosas de ti”. “Si no te importa…”, contestó algo
cortado Luis, que vio cómo Javier entraba en el plato de ducha abierto y daba
al agua. Entonces Luis se bajó los bóxers y se puso a orinar largamente en el
wáter. “Tenía muchas ganas”, comentó con un suspiro. Aunque Javier no debió
oírlo, porque ya estaba debajo de la ducha.
Cuando Luis terminó, dudó si volver a subirse los bóxers o
echarlos a la cesta de ropa sucia, que era lo que solía hacer. Tras mirar a
Javier despelotado y en remojo, optó por esto último, decidido a no quedar como
un ñoño. Incluso se quedó de pie, apoyado en la encimera del lavabo y, enfrentándose
a la ducha, no le importó ya presentar su sexo al escrutinio de Javier. “Si
este pedazo de hombre lo enseña todo sin el menor problema, por qué lo iba a
tener él”, debió pensar. Javier cortó el agua para poder hablar mejor y se puso
a extenderse gel con parsimonia. A su vez había pensado: “Si al chico se le
veía encantando con la situación ¿por qué no dejarlo disfrutar?”. Así que, sin
apartar la mirada de aquel cuerpo juvenil, que ahora se le ofrecía al completo,
mientras se frotaba las tetas, comentó: “Tiene gracia que nos hayamos
reencontrado de este modo ¿no te parece?”. Luis pareció demostrar que, pese a
su juventud, no se quedaba corto. “Ya has visto que no he salido corriendo al pillarte
así”, dijo sonriendo. “Me ha gustado que te quedaras”, declaró Javier, que se
vertía gel en una mano para pasarlo por la entrepierna, “Sentía curiosidad por
saber cómo serías ahora”. “Poca cosa ¿no?”, dijo Luis provocativo. “Si me lo
parecieras ¿crees que estaría haciendo esto?”. Porque Javier ahora se frotaba
lascivamente la polla con la mano enjabonada. Luis contempló, con los ojos como
platos, el endurecimiento que rápidamente se producía en la polla de Javier. “¿Te
pasa eso siempre que te duchas?”, preguntó con una ironía que encantó a Javier.
“Si tengo compañía…”, replicó éste, que se giró con tranquilidad para que el
agua de la ducha le aclarara la entrepierna. Lo cual dio lugar para que Luis,
fijándose en el culo que le mostraba ahora, aprovecha para acariciarse su
polla. Entretanto comentó socarrón: “Lo que veo ahora tampoco está nada mal”.
“Eso me lo dicen muchos”, replicó Javier con descaro. En ese momento cerró el
agua y se volvió hacia Luis.
Ya con el cuerpo enjuagado, Javier presentaba una
desvergonzada erección. Sin inmutarse, le pidió: “¿Me acercas esa toalla?”.
Este truco para el acercamiento pilló por sorpresa a Luis que, algo
descolocado, cogió mecánicamente la toalla sin apartar la vista de la desvergonzada
imagen que ofrecía Javier. Además, al dejar su apoyo en la encimera para
alargársela, no pudo disimular que la polla se le estaba levantando. La sonrisa
traviesa con que Javier lo miró cuando iba a tomar la toalla aceleró el corazón
de Luis y le impulsó a mantenerla retenida. Javier dijo entonces: “¿Es que
quieres secarme tú?”. Luis ya se descaró: “Lo estoy deseando”. Javier levantó
los brazos y se ofreció lascivamente: “¡Todo tuyo!”. Ahora le temblaban las
manos a Luis cuando empezó a pasar la toalla por el opulento pecho de Javier.
Éste le dirigía elocuentes miradas dejándose hacer. Pero, antes de que Luis
siguiera bajando, se dio la vuelta para presentarle sus anchas espaldas de
vello suave. Javier ya no impidió que continuara por atrás. Más bien lo incitó
resaltando el gordo culo. “¡Uf, cómo provocas!”, exclamó Luis. “Tú sigue
secando”, susurró Javier con la voz quebrada. Si Luis estaba excitado a tope,
Javier no lo estaba menos por la facilidad de la conquista. Luis repasaba las
nalgas mezclando el roce de la toalla con el de sus manos. Al profundizar en la
raja, Javier soltó un exagerado “¡Oh, sí!”. Flexionó ligeramente las rodillas y
echó el torso hacia delante, lo que dio lugar a que los huevos asomaran entre
los muslos. Toalla y manos de Luis los palparon con suavidad, hasta ir a dar
con la polla que apuntaba bien dura. Javier entonces, con teatreros “¡Ah, ah!”,
fue girándose y quedó medio sentado en la encimera del lavabo exhibiendo la
polla tiesa.
Luis dejó caer la toalla y le acarició la polla a dos manos.
“¡Cuánto había soñado con poder hacer algo así!”. “¿Te gusto?”, preguntó Javier
meloso. “¡Joder! Si eres mi tipo de hombre inaccesible”, explotó Luis. “Pues
aquí me tienes ahora”, replicó Javier, que tiró de él para quedar enfrentados.
Le pasó los brazos sobre los hombros y le dijo sonriendo: “Tú me gustas mucho”.
Se abrazaron y las pollas entrechocaron por primera vez, mientras juntaban los
labios y abrían camino con las lenguas. “No se le daba mal al chico”, pensó
Javier. Pero Luis, exaltado, se apartó y casi gritó: “¡¿Qué quieres que
haga?!”. Javier contestó con énfasis: “¡Cómemelo todo, fóllame…!”. Ante la
amplitud de la oferta, Luis titubeó: “Eso último no lo he hecho todavía… y
menos a un tío como tú”. Pero en lo de comer no tenía pegas. Así que fue
deslizándose para quedar en cuclillas y hacerse con la polla de Javier. “¡Qué
hermosura!”, exclamó sopesándola. Ya acercó la boca y ciñó los labios al
capullo. Javier gimió mientras la polla iba entrando en la boca: “¡Sí, qué
gusto!”. No le excitaba tanto la mamada, no muy experta, como la devoción que
le ponía Luis. Y Javier no se iba a conformar con ella. Sujetó la cabeza de
Luis y le preguntó: “¿Quieres estrenarte conmigo?”.
La propuesta desconcertó a Luis. No es que no deseara con
locura entrar en culo tan espléndido, pero le cortaba su propia impericia.
Buscó un subterfugio para darse tiempo: “Yo no me he duchado aún”. Javier
sonrió captando la argucia y se avino a darle margen, confiado en sus dotes de
seducción: “¡Vale! Te espero en mi habitación”. Dejó abierta la puerta y, muy
en su estilo, se lanzó bocabajo sobre la cama. Aunque la ducha de Luis fue
rápida y de mero trámite, mientras oía el sonido del agua Javier vibraba de
excitación pensando en aquella polla juvenil e inexperta que pronto, sin duda,
le iba a penetrar. Cuando el agua cesó, Luis aún tardó unos segundos en
aparecer. Javier, con la cara medio hundida en la almohada, solo supo que
estaba allí cuando lo sintió suspirar: “¡Uf, qué fuerte es esto!”. Porque
Javier no solo ofrecía su exuberante cuerpo despatarrado, sino que removía el
culo como si ya tuviera dentro una polla. Sin embargo no quiso concretar lo que
tanto deseaba y declaró: “Haz conmigo lo que más te apetezca”.
Pero resultó que los nervios habían jugado una mala pasada a
Luis, aflojándole la erección que había alcanzado antes de la ducha. Aunque
Javier no había llegado a verlo, captó el apuro de Luis cuando dijo: “No sé si
voy a poder”. No dispuesto a frustrar el morbo que ya sentía por adelantado de
que se estrenara con su culo polla tan deliciosamente joven, Javier se giró de
medio lado y lo llamó: “¡Anda, ven aquí!”. Luis se le acercó avergonzado. Su
polla no estaba floja, aunque tal vez no mantenía la firmeza que le habría dado
más confianza. Javier tiró de él y se la sobó. “Con lo rica que es… Te la voy a
dejar a punto”. ´Sujetó a Luis por el culo y acercó la polla a la boca. Cuando
la sorbió de sopetón con avaricia, a Luis se le puso la piel de gallina. Le parecía
increíble que un hombretón como Javier se la estuviera chupando. Javier se
esmeraba, con relamidas y murmullos de placer. Hasta que, con un sonoro “¡Aj”,
soltó la polla, que quedó horizontal, fina pero más larga de lo que le había
parecido a primera vista. “¡Mira qué tiesa la tienes ya! Mi culo la desea”,
exclamó suplicante.
Ya no había vuelta de hoja y Javier volvió a su posición
inicial meneándose con lascivia. Luis, a quien la mamada lo había revitalizado
y puesto a cien, trepó por los pies de la cama y se arrodilló entre las piernas
de Javier. Éste, incitador, se llevó las manos a las nalgas y las apartó para
mostrar la raja. “¡Mira qué abierto estoy!”. “¡Cómo me excitas!”, exclamó Luis.
“¡Venga, métemela ya!”, lo instó Javier, que soltó las nalgas y estiró los
brazos a los lados. Luis se volcó sobre él, acoplando su cuerpo elástico a las
redondeces de Javier. Éste notó cómo, con cierta torpeza, la polla tanteaba por
su raja y, cuando sintió que rozaba el ojete, avisó: “¡Ahí, ahí, aprieta!”. No
tuvo que forzar mucho Luis para que la polla se le deslizara al completo por
las golosas tragaderas. Javier ululó: “¡Oh, sí… Toda, toda”. “¡Uuhh, qué gusto!
¡Ya estoy dentro!”, coreó Luis certificando el logro de su primera follada. Javier
quiso lucirse e hizo unas contracciones del esfínter que enloquecieron a Luis.
“¡Cómo me aprieta! ¡Me pone muy caliente!”, clamó. “Ahora bombea y aún te
pondrás más… Yo estoy ya a cien”, lo alentó Javier. Luis alargó los brazos para
asirse con fuerza a los hombros de Javier y empezó a activar las caderas en un
sube y baja cada vez más decidido. “¡Así, así!”, clamó Javier, “¡Cómo te
siento!”. Y cada vez que Luis se frenaba para tomar aliento, bramaba: “¡No
pares! ¡Sigue, sigue!”. Pero Luis ya no tardó en manifestar que estaba al
límite: “¡Ya no aguanto más! ¡Me va a venir!”. Y Javier entonces quiso
asegurarse: “¡Ni se te ocurra salirte! ¡Quiero toda tu leche!”. Con este
exhorto, Luis fue dejándose ir con espasmos saltarines y duraderos, para
delicia de Javier. “¡Oh, qué corrida más buena!”, acabó por soltar Luis antes
de derrumbarse sobre Javier. Éste, en cuanto notó que la polla le resbalaba
fuera del culo, se dio la vuelta y, con una sonrisa de oreja a oreja, abrazó a
Javier: “¿Ves qué bien? Me has hecho muy feliz”. “Aún no me lo puedo creer”,
replicó Luis hundiendo la cara en el acogedor regazo de Javier.
Si Luis se hallaba saciado, no era ese el caso de Javier,
que pronto declaró: “Me has dejado muy caliente”. Luis, que desconocía la
imperiosa necesidad de correrse que tenía Javier después de ser enculado, ofreció:
“¿Qué quieres que haga?”. “Tú recupérate, que ya me sé apañar”, contestó
sonriendo Javier, quien, en tal tesitura, le resultaba más gratificante la
autosatisfacción. Aunque la polla se le había ablandado con los embates de
Luis, no se cortó lo más mínimo para empezar a sobársela bajo la atenta mirada
de Luis, encantado al ver cómo se endurecía. No obstante Luis, espontáneamente
y sin estorbar el ritmo de la paja, se puso a acariciarle las tetas. “¡Sí!”,
aceptó enseguida Javier, que añadió con la voz entrecortada: “Estrújamelas…
Pellízcamelas… Me pone negro”. Cosas que fue haciendo Luis con gusto, aunque
con cierto comedimiento para el aguante de Javier, y sin perder de vista lo que
ocurría en la entrepierna. Poco más tuvo que frotar Javier para que las piernas
se le tensaran y lloriqueara: “¡Me viene, me viene!”. La leche brotó salpicando
el vientre y derramándosele sobre el puño hasta los huevos. Luis había detenido
el sobeo de tetas y contemplaba la corrida deslumbrado. Javier levantó la mano
pringada de leche evitando tocar las sábanas y exclamó: “¡Oh, qué falta me
estaba haciendo ya!”. Luis, solícito y para calmar su emoción, le alargó unos
pañuelos de papel, que Javier usó para limpiarse.
Javier fue el primero en aterrizar del relajado impase en
que flotaban. “Voy a tener que ducharme otra vez”. Se levantó de la cama y dijo
con picardía: “¿Vienes?”. No pudo gustarle más a Luis esta invitación y se
apresuró para seguir a Javier al baño. Por supuesto se ducharon juntos, con
jabonosas caricias y sobeos. Ambos disfrutaban del cuerpo tan diferente del
otro. Mientras se secaban, Javier bromeó: “¿En esta casa no se desayuna?”. Luis
rio: “¡Uy, sí! Que me habían encargado que hiciera de anfitrión”. Aunque
estaban solos en la casa, por prudencia se pusieron al menos unos eslips. Desayunaron
con ganas, sobre todo Javier, y a partir de ahí fueron retomando el
conocimiento mutuo que se había visto interrumpido por el arrebato de sexo al
que se acababan de entregar. Abrió el fuego Javier, que dijo con cinismo:
“¡Vaya, vaya! ¡Qué peligro haberse quedado a solas contigo”. Luis le devolvió
la pelota certero: “Sabía que eras un tipo de armas tomar, pero no me esperaba
esa forma de desplegar tus dotes de seducción”. “A ver si me vas a salir ahora
con que me he pasado contigo”, se recochineó Javier, aunque algo a la
defensiva. “¡Para nada, hombre! La de fantasías que me había hecho con algo
así, que me parecía tan lejano… Y va y se me presenta al abrir la puerta del
baño”, aclaró Luis. Javier, que pensaba que la entrada de Luis había sido de
todo menos inocente, se interesó más por lo que había dicho al principio: “¿Qué
conocías tú de mí, para que supieras que soy de armas tomar?”. Luis rio: “Como
te dije, de pequeño te recordaba como un tipo muy simpático. Luego oía a mis
padres hablar de ti y, últimamente, con más claridad. Como yo empezaba ya a
saber lo que me iba, me interesaste más. Incluso curioseé en tus correos y vi
tus fotos. Si hasta había alguna en una playa nudista… Cuando me enteré de que
venías, me entraron muchas ganas de conocer cómo serías ahora”. “Y me pillaste
en pelotas”, completó Javier divertido. “Pero lo que no sabía era si yo te
podía interesar”, reconoció Luis. “A nadie le amarga un dulce”, dijo Javier socarrón,
“Y me has follado de maravilla”.
La mañana había ido pasando casi sin que se dieran cuenta y
ya no faltaba demasiado para que regresaran los padres de Luis. Así que fueron
a arreglar las respectivas habitaciones y vestirse correctamente. Tras este
adecentamiento, Javier aprovechó el tiempo que les quedaba para preguntarse:
“¿Qué pensaran tus padres de lo que hemos podido estar haciendo los dos solos
toda la mañana?”. Luis dijo con desenfado: “Con tus antecedentes, que tan bien conocen,
y lo que ya saben de mis inclinaciones, no creo que les fuera a extrañar
demasiado que nos hubiéramos liado”. “No sé yo si en sus esquemas mentales
entraría que te llegara a atraer un tipo gordo y tan mayor que tú”, argumentó
Javier. “Alguna pista ya tienen”, reveló Luis, “Cuando me dijeron que venías y
me encargaron que te atendiera esta mañana, me mostré encantado y hasta bromeé
con que podías ser un peligro. Mi padre comentó en el mismo tono: ‘A lo mejor
te espabila… Qué Javier sabe de eso’. Y mi madre añadió: ‘Igual eres tú más
peligroso que él’. Javier rio: “¡Qué razón tiene tu madre!”. No obstante Luis precisó:
“De todos modos mejor que no entremos en detalles de lo que ha pasado… Que se
imaginen lo que quieran”. “¡Por supuesto!”, confirmó Javier, “Prefiero que no
me consideren además como seductor de jovencitos”.
Cuando llegaron los padres de Luis, enseguida se dispusieron
a hacer los preparativos de la comida. Los cuatro se concentraron en la cocina,
cada uno con su misión. Luis ponía la mesa. El padre preparaba una ensalada.
Javier, por supuesto, cooperaba con la madre en las tareas culinarias. Afanados
como estaban, no comentaron cómo habría transcurrido la mañana, lo cual se
inició una vez estuvieron sentados en la mesa. La madre abrió fuego preguntando
a Javier: “¿Qué tal te ha atendido Luis?”. “De maravilla”, contestó Javier, “Un
perfecto anfitrión”. “Lo he tratado como se merecía”, añadió Luis risueño.
“¡Vaya, vaya!”, intervino el padre con tono irónico, “Habréis tenido ocasión de
conoceros a fondo”. “Hemos congeniado mucho”, replicó Luis, “Es un hombre muy
abierto”. Javier se sintió obligado a aportar su visión más formal: “¡Cómo ha
cambiado Luis desde que lo conocí de crío! Ahora lo he encontrado de una gran
madurez”. “Me alegra que digas eso”, replicó la madre, “Seguro que este
encuentro contigo le ha venido muy bien para saber lo que quiere”. A Javier le
cabía la duda de si los padres solo pensaban que Luis habría debido aprovechar
la experiencia de Javier para aclararse en la cuestión de sus inclinaciones
hacia los hombres, o si incluso asumían que hubieran llegado a tener una
lección práctica.
Aquella tarde Javier ya tenía sus reuniones de trabajo.
Además había de asistir a una cena, de la que regresaría algo tarde. Por eso le
dejaron una llave para que entrara a dormir. Cuando volvió pasada la
medianoche, la casa estaba en silencio. Acalorado, se desnudó enseguida y se
metió en la cama sin taparse. Algo desvelado, se puso a evocar lo sucedido
aquella mañana y cómo había disfrutado con la entrega de su cuerpo al bisoño,
pero ardoroso, Luis. La mano se le fue a la polla y no tardó en ponérsela dura.
A punto de masturbarse, lo distrajo sin embargo la luz del baño que se filtró
por debajo de la puerta. Ésta no tardó en abrirse y Javier pudo ver la silueta
de Luis, también desnudo, que avanzaba hacia la cama. Javier no se mostró
demasiado sorprendido y dijo soltándose la polla: “¡Hola! ¿Me estabas
esperando?”. La luz del baño resaltaba la oronda figura de Javier, despatarrado
y con la polla tiesa. “¿Estás ocupado?”, preguntó a su vez Luis con ironía.
“Pensaba en ti”, contestó Javier. “Sería una lástima que te lo hicieras tú solo
¿no?”, dijo Luis. “Ven entonces”, pidió Javier abriendo los brazos.
Luis subió a la cama y se estrechó contra Javier, que lo
abrazó. Aunque advirtió: “Ahora no estamos solos”. “El dormitorio de mis padres
está en la planta de abajo… No se enteran de nada”, replicó Luis. “Si tú lo
dices…”, admitió Javier, cautivado por el atrevimiento de Luis. Éste ya le estaba
acariciando la polla y pilló por sorpresa a Javier al declarar: “Quiero que
seas tú quien me desvirgue”. Javier se tomó su tiempo antes de contestar:
“¿También quieres estrenarte conmigo en eso? ¿No has tenido bastante con darme
por el culo?”. “Luis trató de explicarse: “Al encontrarme contigo he sabido lo
que buscaré en el futuro y quiero estar preparado para lo que pueda venir… No
sé cuándo nos volveremos a ver, pero le he estado dando vueltas todo el día y
tengo claro que quiero que seas tú quien me deje listo”. A Javier no dejaba de
admirarle la firmeza que mostraba Luis y soltó como desahogo: “¡Vaya encargo el
tuyo!”. Y añadió enseguida: “¿Has visto bien lo que quieres que te meta por el
culo? No es precisamente de talla pequeña”. Pero Luis siguió impertérrito: “Me
encanta lo dura que se te pone y no me aguanto las ganas de tenerla dentro… No
me importa que pueda dolerme al principio”. Javier, que ya empezaba a ceder,
evocó: “Yo también tuve una primera vez… Fue con un tío que acababa de conocer,
aunque me trató bien y acabé disfrutándolo”. Luis tuvo el acierto de dar con el
punto flaco de Javier: “Debes estar acostumbrado a follarte culos de más
envergadura que el mío… Tal vez te parecerá poca cosa”. Javier rio de la treta:
“Eso mismo me dijiste cuando te vi la polla y bien que he disfrutado de ella… Para
que lo sepas, los culos jóvenes y firmes como el tuyo son los que prefiero y me
excitan más”. “¿Entonces?”, preguntó Luis. “Solo es que temo hacerte daño y que
los dos nos quedemos frustrados”, confesó Javier. “Contigo me sentiré más
seguro que con cualquier otro. Por muy echado para adelante que seas, sabes
tratarme con delicadeza”. Javier calló ya. Porque además Luis se había ido
deslizando y ahora le chupaba la polla. Quedó claro que la decisión estaba
tomada, también por Javier. Al que, al calentón por la perspectiva de follarse
a Luis, se le unían los efectos de la dulce mamada que le estaba haciendo. No
obstante, en su papel de entrenador, y para hacer las cosas bien, hizo un
encargo a Luis: “En el baño está mi neceser ¿Por qué no vas a buscar un
frasquito de lubricante que encontrarás dentro?”. Luis saltó enseguida de la
cama para cumplir el encargo y Javier retomó el sobeo de su polla.
Luis reapareció con el frasquito en la mano completamente
empalmado. Aunque contemplar la vitalidad de aquella polla juvenil no dejaba de
excitar a Javier, ahora no era de ella de lo que se iba a ocupar. Así que
pidió: “Échame unas gotas en la punta… Tienes que mimármela”. Luis vertió un
poco sobre el capullo con mano temblona, pero enseguida se puso a frotar la
polla con suavidad para extender el lubricante. “¡Qué caliente me pone eso!”,
murmuró Javier. “Así me entrará mejor ¿no?”, dijo Luis. “Antes te prepararé
también”, advirtió Javier, controlando sus propias ganas. Luis se subió ya a la
cama e, imitando lo que había hecho Javier por la mañana, se tendió bocabajo
ofreciéndose. Pero Javier prefirió una posición más cómoda para sus respectivas
anatomías. Se irguió quedándose de rodillas y, andando sobre ellas, se metió
detrás de las piernas de Luis. A continuación le tiró de las caderas para hacer
que se pusiera a cuatro patas y le instó: “Apoya los codos en la almohada”.
“¿Ya vas?”, preguntó nervioso Luis. “He dicho que te voy a preparar”, recordó
Javier simulando serenidad ante el apetitoso culo sonrosado y lampiño que tenía
ante él. Primero lo acarició como si le tomara las medidas y, al apartar con
delicadeza las nalgas, tuvo un subidón de deseo al ver el botón del ojete
virginal. “¡Cómo me gusta tu culo!”, exclamó. “¿De verdad?”, preguntó Luis
receloso. Javier le dio un cachete cariñoso. “Pronto lo vas a comprobar”. A
continuación vertió un poco de lubricante en el comienzo de la raja y lo
extendió por de ella con la palma de la mano. “¡Uuhh, qué sensación!”, musitó
Luis. Sin hacerle caso, Javier empezó a tantear con el índice y, al ponerlo
sobre el ojete, presionó. “¡Aahh!”, se quejó Luis. “¿Lo dejamos?”, lo retó
Javier, que aun así, profundizaba con el dedo. “¡No, no! ...Ha sido la
sorpresa”, replicó Luis. “Pues relájate, que así te dilato”, explicó Javier
retorciendo el dedo. Cuando lo sacó, Luis dio un respingo silencioso.
Llegó ya el momento decisivo y, tras volver a lubricarse la
polla, Javier se arrimó más a la trasera de Luis. Se subió la barriga por
encima de ella y sujetó la polla con una mano. Tanteó ostentosamente por la
raja para que Luis se pusiera en guardia. No obstante le instó: “No te tenses y
déjame hacer”. “¡Sí, hazlo ya!”, se oyó en sordina a Luis con la cara empotrada
en la almohada. Y es que había una confluencia de emociones. Luis consideraba
aquello, con temor y deseo, como el segundo y más decisivo bautismo de fuego,
en las últimas veinticuatro horas, con un hombre que colmaba todas sus
fantasías. A Javier no solo le embargaba la avidez de poseer aquel culo prieto
y juvenil, sino también el morbo de que, con ello, iba a hollar un terreno
virgen. Lo que, a su vez, le imponía un especial cuidado para su logro.
Javier guio ya la polla hacia lo más profundo y, cuando la
tuvo apostada en el punto justo, se equilibró con las manos en las caderas de
Luis para poder empujar. Dio ya una arremetida de tanteo, pero tan certera que
el capullo empezó a tomar acomodo. Esperaba el silbido lastimero, aunque
contenido, de Luis y se detuvo. “Ahora ya te voy a entrar”, avisó. “¡Sííí…!”,
musitó Luis bien agarrado a la almohada. A Javier le pudo ya la excitación que
había venido controlando y arreó una fuerte embestida que hizo que la polla se
le metiera al completo. Empotrado como estaba pudo evitar que el salto que
amagó Luis, con un sentido lamento, lo desplazara. “¡Toda dentro!”, exclamó
gozoso Javier. “¡¿Ya?!... ¡Cómo me quema!”, farfulló Luis. “Pues aguanta, que yo
estoy en la gloria”, replicó Javier, todavía sin moverse. Javier fue sacando
lentamente la polla hasta la mitad y volvió a clavarla a tope. Sin hacer caso
al ulular de Luis, le avisó: “Agárrate que vienen curvas”. Ya no cabía vuelta atrás
y Javier crispó los dedos en la espalda de Luis para empezar a impulsar su
propio culo, que se expandía y contraía mientras bombeaba a un ritmo creciente.
“¡Oh… oh… oh!”, iba gimoteando Luis. Lo que Javier interpretó a su manera: “Te
va gustando ¿eh?”. Luis se mostró ambiguo al farfullar: “No sé”. Javier redobló
ya sus arremetidas y las iba glosando: “¡Qué culo más rico tienes!”, “¡Qué
caliente me estoy poniendo!”. A este alboroto se sumaba que, al arrear con
tanta energía, a veces llegaba a salirse y tenía que reemprender la follada con
nuevas ganas. Porque no mostraba prisas por acabar, mientras Luis, zamarreado,
llegó a corear: “¡Qué pedazo de polla!”, “¡Me destroza! …Pero ya va mejor”.
Toda resistencia tiene sin embargo un límite y Javier empezó a soltar bufidos,
cada vez más sofocado. “Te voy a dar la leche ¿eh?”, farfulló. “¡Sí!”, contestó
Luis lloriqueando. Los estertores y resoplidos con que Javier descargó su
corrida fueron de antología, tan agarrado a Luis que casi lo levantaba en vilo.
Puso punto final con un desgarrado “¡Qué pasada!”. Quedó parado unos segundo,
sacó la polla con un sonido de descorche y se derrumbó hacia un lado.
Luis apenas se atrevía a moverse porque, mientras recibía la
corrida de Javier, le había pasado algo que no sabía cómo encajar. Las
sensaciones que había ido experimentado, con un ardiente dolor que se iba
combinando con un progresivo y extraño placer, habían acabado produciéndole un
efecto de choque que, casi sin darse cuenta, le había hecho eyacular. La
quietud de Luis no dejó de extrañarle a Javier una vez que estuvo más repuesto.
“¿Todavía quieres más?”, preguntó sacudiéndolo suavemente. Luis, aún con la
cara sobre la almohada, se decidió a confesar: “Es que yo también me he
corrido”. Javier rio: “Entonces no hace falta que te pregunte cómo te ha ido”.
Luis insistió: “¿Pero eso es normal? …A ti no te pasó”. “Me tuve que hacer
enseguida una paja… Eso que te has ahorrado”. Entonces Luis se volvió ya hacia
Javier y, abrazándolo, reconoció: “Ha acabado siendo todavía mejor de lo que
esperaba de ti”. “Pues por mi parte, ha sido un polvo glorioso”, dijo Javier no
queriendo solemnizar la situación.
Relajados los dos y estirados uno junto a otro, Luis soltó
de pronto: “Y pensar que mañana tengo un examen…”. “Te refieres a hoy ¿no?”,
puntualizó sorprendido Javier, dado que habían sobrepasado la medianoche. “Sí,
claro…”, admitió Luis, “No es demasiado difícil”. A Javier le salió un impulso
paternalista: “De todos modos, deberías irte a dormir a tu cama y descansar… Ya
has tenido bastantes emociones”. “Sí… No me aguanta el cuerpo”, reconoció Luis.
Pero también quiso preguntar: “¿Y tú cómo estás?”. Javier soltó una de las
suyas: “Con el culo y la polla bien contentos… Y todo gracias a ti”. Luis se
enganchó a esto último para estirar su pereza. “Las gracias te las tengo que
dar yo. Te has prestado a que haga contigo todo lo que para mí no eran más que
fantasías que no sabía si llegaría a realizar alguna vez”. “No ha sido un
sacrificio precisamente… Me has puesto en bandeja una perita en dulce”, ironizó
Javier. Pero ya lo empujó cariñosamente. “¡Venga, a dormir! No vaya a ser
responsable además de que te cateen”. Luis entro ya en razón y dijo, tras besar
a Javier en los labios: “Que descanses tú también”. Bajo de la cama y atravesó
el baño camino de su habitación. Javier tardó segundos en quedarse frito.
Cuando Javier se despertó, Luis debió haberse ido ya a la
universidad. Mientras se duchaba, casi echó en falta que no irrumpiera de nuevo
en el baño. Los anfitriones lo esperaban para desayunar, pues habían dejado que
el comercio lo abriera el encargado, como deferencia hacia Javier y para
despedirse de él, que tenía prevista la marcha para el mediodía. Antes de dejar
la habitación, sin embargo, Javier se fijó en la cantidad de leche de Luis que
manchaba la cama. Así que hizo un revoltijo con las sábanas y se lo llevó. Al
llegar a la cocina, dijo: “Esto es para la lavadora”. La mujer rio asombrada:
“¡Qué mirado eres! No hacía falta”.
Durante el desayuno Javier, para despistar, preguntó por
Luis. “Hoy tiene un examen”, dijo el padre, que añadió: “Es curioso… Suele
ponerse muy nervioso, pero esta vez parecía la mar de contento”. Javier bien
que sabía el motivo y amagó una sonrisa. Sentía no haber llegado a despedirse
de Luis. Aunque tal vez era mejor así. Ya sabría de él más adelante.