Ya tenemos a Manuel instalado a todos los efectos en casa de
Juan. Éste lo asumió con cierto temor. Llevaba muchos años viviendo solo y la
irrupción de un joven tan vitalista, a cuyos caprichos además no se sabía
resistir, sin duda le iba a complicar la existencia. Si bien Manuel le había
abierto a una sexualidad que nunca habría imaginado, ahora se trataba de forjar
una convivencia, para la que no dejaba de sentirse inseguro. Pero ya que las
cosas estaban así, habría de adaptarse y confiar en que Manuel pusiera también
de su parte. No le importó demasiado seguir haciéndolo todo en la casa, ya que
Manuel, que había empezado a ir a la universidad, alegaba que con los cursos y
el estudio bastante trabajo tenía ya.
Sin embargo, la incorporación de Manuel a una vida más
adulta y despreocupada iba a despertarle nuevas inquietudes y curiosidades que
acabarían introduciendo elementos inesperados en su relación con Juan. Veremos
cómo éste fue encajando las nuevas situaciones en que se vio implicado…
Así Manuel le comentó un día a Juan: “He hecho mucha amistad
con un compañero de clase y hemos hablado muy claro de nuestras inclinaciones…
Resulta que le atrae el mismo tipo de hombres que a mí, es decir, como tú”.
“Otro rarillo”, ironizó Juan sin calibrar todavía el alcance de esta
declaración. Pero el semblante se le mudó en sobresalto cuando Manuel continuó:
“Como tenemos muchas confianza, no me ha importado hablarle de mi relación
contigo”. Juan lo interrumpió alterado:
“¡Eso! Tú ve contándolo por ahí. Verás en qué lío nos puedes meter”. Manuel
intentó calmarlo: “¡No seas cenizo, hombre! Si mi amigo es muy discreto. Además
me dijo que me envidiaba y que ya le gustaría algo así para él”.
No se habló más del tema hasta que, días después, Manuel
anunció: “Mi amigo Enrique va a venir a estudiar conmigo”. Juan trató de
escabullirse. “Entonces será mejor que os deje solos… Creo que iré al cine a
ver unas de esas películas que a ti no te gustan”. “¿Le vas a hacer ese feo a
Enrique?”, protestó Manuel, “Si está deseando conocerte”. “Con todo lo que le
habrás contado de mí, mejor que siga imaginándome”, replicó Juan. Manuel cambió
de táctica. “Si te empeñas en no estar, prefiero decirle que no venga… Se
llevará una desilusión o hasta creerá que me lo he inventado todo”. Así Juan se
encontraba de pronto con que su actitud iba a dejar en mal lugar a Manuel. De
ahí a transigir solo hubo un paso. “Si acaso lo espero para saludarlo y luego
ya me marcho para que estudiéis tranquilos”. Manuel correspondió con un sonoro
beso, haciendo ver que se conformaba con eso.
Como Juan estaba con su ropa cómoda de andar por casa, le
preguntó a Manuel: “¿A qué hora vendrá tu amigo?”. “Hemos quedado a las cinco…
Y es muy puntual”, contestó Manuel”. Ya que pasaban de las cuatro, Juan dijo:
“Entonces voy a cambiarme de ropa para salir luego”. “Y para estar guapo cuando
te vea mi amigo ¿no?”, bromeó Manuel. “Será por eso… Con mi facha”, ironizó
Juan, que se fue diligente al dormitorio. Se quitó el chándal casero, que se
había acostumbrado a llevar sin nada debajo, y se puso a sacar lo que iba a
ponerse. Como sería ropa limpia, decidió lavotearse antes un poco y entró en el
baño sin cerrar la puerta. Iba sin prisa; si llegaba el amigo de Manuel, ya
saldría cuando estuviera listo.
Entretanto, el marrullero de Manuel tenía sus propios
designios. En realidad había citado a Enrique a las cuatro y media, de modo que
poco antes se colocó junto a la puerta del piso atento a la parada del
ascensor, a la vez que oteaba por la mirilla. Excitado por la trampa en que
pensaba hacer caer a Juan, en cuanto vio la figura de Enrique, abrió antes de que
llamara. Le hizo un gesto de silencio y lo condujo sigiloso por el piso. Al
llegar al dormitorio mostró a Enrique lo que se veía a través de la puerta del
baño. En ese momento Juan, inclinado sobre el lavabo se echaba agua a la cara,
mostrando así su espléndido culo. Solo cuando se enderezó para alcanzar una
toalla pudo ver en el espejo lo que tenía a su espalda. Enmarcados por la
puerta estaban Manuel, sonriendo con picardía, y un chico más delgado y rubito,
que lo miraba con ojos como platos. Justo entonces Manuel soltó con toda
naturalidad: “Ya está aquí Enrique”. La reacción impensada de Juan fue girarse,
como si ante todo quisiera comprobar que era real lo que había visto en el
espejo, y quedarse allí plantado mostrando su opulenta anatomía. Apenas atinó a
secarse la cara con la toalla y ni siquiera hizo el intento de taparse con
ella; total, aún iba a resultar más ridículo. Solo se le ocurrió reprender a
Manuel: “Podíais haberme esperado”. Manuel replicó con toda la cara: “No sabía
que ibas a estar así”. Y añadió enseguida: “Saluda al menos a mi amigo
Enrique”. Juan, como un autómata, le tendió la mano. “Mucho gusto”, dijo
Enrique estrechándosela. Lo que adornó con un punto de cinismo: “Perdone la
intromisión”. Manuel le echó más sal al asunto: “No te preocupes, si a Juan no
le ha importado ¿verdad?”. “Si tú lo dices…”, contestó Juan que ya no sabía ni
lo que decía. Solo se veía allí en cueros vivos con la mirada de Enrique
recorriéndolo de la cabeza a los pies.
Manuel, con una actitud desenfadada de ‘ya que estamos’, le
preguntó orgulloso a Enrique: “Bueno ¿Qué te parece?”. Enrique, quien por lo
visto no le iba a la zaga en desparpajo, exclamó: “¡Impresionante! Te habías
quedado corto al describírmelo”. Entonces Juan, con la puerta del baño
bloqueada por los dos mirones, avanzó para abrirse paso. “Dejad que me vista
¿no?”, pidió débilmente. Se echaron a los lados pero con poco espacio entre
ellos, de forma que Juan tuvo que pasar rozando su cuerpo desnudo con los chicos
vestidos. Llegó a notar una mano en su culo y pensó: “Si es de Manuel, pase.
Pero si es el otro, estoy apañado”. De cualquier modo no iba muy equivocado
porque, al ir hacia donde había dejado la ropa para ponerse, Miguel, secundado
por Enrique, se interpuso. “No te irás a tapar ahora”, le dijo Manuel como si
le resultara algo fuera de lugar. Juan, cada vez más atrapado, intentó
aclararse. “A ver qué estaréis tramando”. “¿No te das cuenta de lo que le has
gustado a Enrique?”, le hizo notar Manuel. “¡Vale! Pues ya me ha visto ¿no?”,
replicó Juan en un intento infructuoso de acceder a su ropa.
En lugar de ello Manuel, dispuesto a someter a Juan a un
‘pressing’ de los suyos, lo agarró de un
brazo e hizo que se sentara en la cama. Lo hizo él también muy arrimado y, ciñéndolo
por la cintura, le fue hablando con un tono persuasivo. “¿Te acuerdas lo que me
costó conseguir el verte tal como estás ahora?”. “Tampoco te costó tanto”,
matizó Juan, que no sabía a dónde pretendía llegar Manuel y que casi había
perdido la conciencia de que Enrique, en un segundo plano, no dejaba de
observar embelesado las diversas posturas que iba adoptando en su completa
desnudez. “Pues fíjate que mi amigo Enrique, que tiene los mismos gustos que
yo, ha tenido la suerte de verte tal como deseaba… Y ya has oído lo que ha
comentado sobre ti”, siguió Manuel. “Pero no es lo mismo”, protestó Juan, “A él
no lo conozco de nada”. “Pero es mi amigo íntimo y me gustaría que le des el
mismo trato que a mí”, avanzó Manuel en su envolvente estrategia. “¿No me está
viendo ya?”, reiteró Juan, cada vez más liado, “Como sigues sin dejar vestirme,
me está mirando todo lo que quiere”. “Solo de refilón… Deberías ser más
generoso con él”, insistió Manuel, que se dirigió también al expectante
Enrique: “¿Verdad que querrías que Juan te dejara verlo tal como yo puedo
hacerlo?”. “¡Pues claro! Me encantaría”, respondió Enrique sin cortarse un
pelo, “También es el tipo de hombre de mis sueños”. “¿Ves lo ilusionado que ha
venido?”, dijo con énfasis Manuel a Juan, “Le dije que no habría problema
contigo… No me vayas a dejar en mal lugar ahora”. “¡Está bien!”, estalló Juan
rendido, “Si de todos modos ya me ha pillado en cueros… ¡Hala, chico! Mírame
todo lo que quieras”. Se puso de pie y quedó plantado de brazos caídos ante
Enrique, mientras pensaba: “Con este Manuel, si se empeña en algo… Y ahora me
mete en casa a otro como él, también aficionado a los hombres como yo ¡Vaya
gustos! Pero para qué resistirse si le habrá contado ya a aquel niñato todas nuestras
intimidades…”.
Mientras Manuel, orgulloso de su conquista, lucía a Juan,
Enrique lo repasaba con la vista de arriba abajo e iba exponiendo sus
impresiones sin pelos en la lengua. “Desde luego es un pedazo de hombre ¡Cómo
me gustaría tener a alguien así!”. “Gordote y fortachón ¿no te parece?”,
glosaba Manuel palpando un brazo a Juan,
que movía la cabeza como diciendo: “En lo que me he de ver metido”. “Me mola
así bien velludo”, añadía Enrique casi relamiéndose, “Con unas buenas tetas y
una barriga que deben dar gusto acariciar”. Manuel llegó al más destacado
atributo de Juan. “¿Y qué dices de lo que le cuelga?”. “¡Uf, me tiene
alucinado!”, exclamó Enrique, “¡Qué grande! Lo que debe ser cuando se le ponga
dura”. Entonces Manuel no tuvo el menor reparo en echar mano a la polla de Juan
y sosteniéndola dijo: “Ya lo sabrás, ya”. Semejante aviso hizo que Juan
protestara débilmente: “¿Eso también?”. Pero Manuel capeó la cuestión por el
momento y le tiró de un brazo para que se diera la vuelta. “¡Hala! Que te vea
también por detrás”. Enrique lo celebró: “¡Uy, sí! Es lo primero que le vi al
llegar… Es un culo espectacular”. “¿Verdad que sí? Y traga que da gloria”, explicó
Manuel. Juan lamentó: “Lo cuentas todo tú ¿eh?”. De poco le sirvió porque
Manuel le instó: “¡Venga! Échate un poco hacia delante para que lo vea mejor”.
A la vez le presionaba la espalda para que quedara con el culo en pompa. “Mira
qué raja”, hizo notar y, a dos manos, separó las nalgas. “¡Oh! Lo que haría yo
con eso”, musitó Enrique.
Una vez que Manuel se apartó, Juan supuso que daban por
terminada la inspección visual, pero apenas tuvo tiempo para pensar qué hacer
porque oyó que Enrique le decía a Manuel: “Me he puesto excitadísimo”, y que
éste le proponía: “Podíamos desnudarnos nosotros también”, añadiendo como una
gracia: “Así Juan verá lo que le has gustado”. Manuel predicó con el ejemplo y
enseguida se quedó en cueros. Tampoco Enrique tuvo el menor reparo en hacerlo
también. El ardor juvenil se manifestó en sendas erecciones porque, si Enrique
se había calentado a base de bien contemplando la descarnada exhibición de
Juan, a Manuel no le había producido un efecto menor manejar a voluntad a Juan
para obsequiar a su actual amigo del
alma. Juan, que había perdido ya toda esperanza de ponerse algo encima, se
encontró frente a los dos chicos tan desnudos como él. No dejó de apreciar el
contraste entre el de sobras conocido cuerpo, más bien regordete, de Manuel,
con su polla tan fácilmente dispuesta a activarse, y el delgado y casi lampiño
del recién conocido Enrique. Éste a su vez mostraba sin el menor pudor una
polla fina y larga que le balanceaba entre las piernas. “¿Y ahora qué más?”, se
preguntó Juan, que estaba tan confundido con la nueva situación que casi se
avergonzaba de no haberse empalmado todavía.
Por supuesto que las intenciones de Manuel para agasajar a
su amigo Enrique iban más allá de lo ofrecido hasta el momento. Así que, para
entrar en la siguiente fase, activó de nuevo sus dotes para manipular a Juan. “¿No
te parece que llevas demasiado rato ahí de pie?”, le dijo atento, “¿Por qué no
te echas un rato en la cama, ya que estamos en tu dormitorio?”. “¿Para qué?”,
preguntó Juan, que recordó las mañas que se gastó Manuel para tomar posesión
plena de su cama, y de él mismo. “Estarás más relajado… Y nosotros podremos estarlo
también”, afirmó Manuel. “¿Vosotros os meteréis también en la cama?”, quiso
aclarar Juan, como si no le hubiera quedado claro. “Igual que lo hago yo
contigo”, dijo con todo aplomo Manuel, “Y Enrique es como si fuera yo mismo”. Para
remacharlo añadió: “Hasta ahora lo has hecho muy bien… ¡Venga, hombre! Que ya
ves lo a gusto que está Enrique contigo”. La candidez de Juan no era tanta que
no llegara a suponer lo que pasaría con los tres en la cama. Pero lo que sí sabía era que, si Manuel empezaba a meterle mano, y
encima incitaba al otro a imitarlo, acabaría excitándose y ya iban a caer sobre
él como moscas… “¡Vale!”, concluyó para sí, “Si no hay más remedio, que jueguen
los chicos conmigo”.
La verdad es que para Juan, después de tanta exhibición de
pie, sí que supuso un buen descanso dejarse caer cuan largo era sobre la cama.
Se relajó estirando brazos y piernas y cerrando los ojos. No tardó en oír la
voz emocionada de Enrique: “Tumbado así en la cama está impresionante”. “Pues
verás ahora”, dijo Manuel. Juan prefirió seguir con los ojos cerrados. Supuso
que eran las manos de Manuel las que empezaron a sobarle la polla e,
inevitablemente, notó que se le iba endureciendo. Lo confirmó Enrique: “¡Cómo
se le está poniendo!”. Juan seguía sin ver, pero el oído no le fallaba. “Prueba
tú ahora”, invitó Manuel soltando la polla. “¿Tú crees?”, titubeó Enrique.
“¡Claro, hombre! No ves que se está dejando hacer”, recalcó Manuel. Juan captó
el cambio de manos, más torpes pero no menos cálidas. “¡Uf, qué dura y grande
se le pone!”, alabó Enrique. El doble manoseo, además de un evidente efecto
físico, y pese a sus reticencias a la intervención de Enrique a ese nivel, no
dejaba de resultar placentero para Juan, que prefería seguir sin ver quién era
quién. Pero tuvo un sobresalto cuando Manuel dijo: “¿Te gustaría chupársela?”. “Si
no me va a caber en la boca…”, objetó Enrique. “Tú prueba y veras… Lo que no te
quepa lo lames”, insistió Manuel. “¡Pues vale! Cualquiera le quita la ilusión”,
ironizó mentalmente Juan. Enseguida notó una lengua que le recorría el capullo
y luego unos labios estirados al máximo que lo ceñían. Primero la boca de
Enrique se mantuvo a ese nivel, pero poco a poco fue avanzando hasta que la
polla topó con el fondo del paladar. Hubo varias subidas y bajadas, pero pronto
Enrique desistió. “¡Uf! Casi me atraganto”. “Seguro que le has dado gusto”, lo
alentó Manuel sin pedir la opinión de Juan. “¿Le puedo hacer una paja?”,
preguntó Enrique, que se fiaba más de su mano que de su boca. “¡Claro! Si ya lo
estará deseando”, remachó Manuel, que interpretaba así la pasividad de Juan. Éste,
que en efecto ya estaba en plan de admitirlo todo, apretó más los ojos y pensó
sarcástico: “A ver cómo se apaña este pipiolo”. Enrique seguro que se había
hecho muchas pajas a sí mismo, pero agarrar y frotar el pollón de Juan era más
engorroso para él. Entre los nervios, la excitación y la impericia de semejante
empresa, no lograba alcanzar el ritmo adecuado para que la paja surtiera
efecto. Algo avergonzado se excusó: “¡Uy! Si me duele ya la mano”. Entonces
Manuel se mostró comprensivo: “Si es que Juan tiene mucho aguante”. Pero
metidos en faena no quiso dejar las cosas a medias: “¡Espera, ya lo haré yo!
Verás todo lo que le sale”. Así que tomó el control de la polla de Juan y, con
la experiencia adquirida, entre chupetones y pases de mano, encauzó la
situación. Juan captó el cambio y su distanciada pasividad empezó a verse
alterada por irreprimibles resoplidos y el sube y baja de la barriga que
provocaba la aceleración de su respiración. Tras soltar un leve gemido, fue
brotando del capullo sucesivos borbotones de leche. “¡Anda, sí que echa, sí!”,
se admiró Enrique. Pero Manuel, que seguía aferrado a la polla, dio varias
lamidas a lo que aún salía. “A mí me gusta… Prueba tú”, animó a Enrique. Éste,
con más precaución, pasó también la lengua por el capullo. “Sabe más fuerte que
la mía”, comentó tras la cata.
La paciencia de Juan saltó ya por los aires. Abrió por fin
los ojos y levantó el torso apoyándose en los codos. “¿Qué? ¿Os habéis
divertido ya bastante?”, soltó con un tono de voz que solo asustó a Enrique,
que farfulló intentando librarse de culpa: “Yo es que…”. Pero Manuel lo cortó
para neutralizar a Juan: “No más que tú, que vaya corrida has tenido”. Juan quedó tocado, porque al fin y al cabo él
había dejado que llegaran hasta ahí. “Bueno, bueno. Voy a pasar por la ducha,
que estoy hecho un asco”. No se dio cuenta de que lanzaba una provocación. “Dejarás
que Enrique te mire ¿verdad?”, lo cazó al vuelo Manuel, “Le va a gustar mucho”.
“¡Haced lo que queráis!”, contestó Juan despectivo, pero en el fondo cayendo en
la cuenta de que, imprudentemente, se lo había puesto en bandeja.
Cazachudo, Juan se levantó de la cama y se dirigió al baño.
Por supuesto los otros dos le fueron detrás. Juan fingió ignorarlos y procedió
a preparar la ducha. Al inclinarse para abrir los grifos de la bañera para que
se mezclara el agua caliente con la fría antes de conmutar el mando de la
ducha, oyó la exclamación de Enrique: “¡Oh, qué culo tiene!”. El lenguaraz de
Manuel le explicó: “Aquí me lo follé por primera vez”. “¡Vaya suerte!”, le envidió Enrique. Juan, impasible, entró ya
en la bañera y recibió con agrado el agua sobre su cuerpo. Por un mínimo
sentido del pudor, dio la espalda a los mirones para lavarse la pringosa
entrepierna. Pero con ello siguió mostrando lo que ahora se había convertido en
el principal objeto de deseo de Enrique. “Después de lo de la cama, solo me
faltaba esto… ¡Qué caliente me he puesto!”. “Sí que estás empalmado, sí”,
observó Manuel. Cuando Juan cerró los grifos, chorreando agua se dio cuenta de
que no había tenido la precaución de dejar cerca una toalla. Así que tuvo que
pedir: “¿Me pasáis una tolla?”. Manuel cogió una, pero se la alargó a Enrique:
“¿Por qué no lo secas tú?”. Enrique miró implorante a Juan: “¿Puedo?”. La
ingenua, aunque no tanto, devoción que Enrique mostraba hacia él se estaba
sobreponiendo a su incomodidad por las argucias con que Manuel se había
dedicado a lucirlo ante su amigo. Así que Juan contestó escuetamente: “Si
quieres…”. Enrique, entusiasmado, se puso a enjugar con cierta torpeza el
cuerpo de Juan, que se dejaba hacer incluso por las partes más sensibles, hasta
que hubo de calmarlo sin acritud: “¡Vale, vale!”.
Juan no dejó de fijarse en la fuerte erección que mostraba
Enrique, con su polla larga y tiesa que le bailaba mientras lo iba secando.
Como intuía que la evocación que había hecho Manuel a su primera follada no era
para nada inocente, decidió tomar la iniciativa, cosa rara en él. En parte era
una cierta venganza hacia Manuel: “Si tú me has usado para presumir ante
Enrique, ahora te voy a tomar la delantera y ofrecerme yo mismo a lo que seguro
que estabas dispuesto a conseguir que acabara haciéndome tu amigo”, argumentó
para sí. De modo que, para sorpresa del propio Manuel, le soltó por las buenas
a Enrique: “¿Te gustaría metérmela ahora ya que estás tan excitado?”. “¡Oh, me
encantaría!”, le tembló la voz a Enrique, que reconoció con humildad: “Nunca he
hecho algo así”. “Pues ahora Juan te ofrece su culo, ya ves”, intervino Manuel
con retintín porque se le hubieran adelantado. Fue el propio Juan quien
facilitó las cosas remedando en parte aquello
que casi fue una violación. Al salir de la bañera se apoyó sobre los codos en
la encimera del lavabo separando ligeramente las piernas y, con decisión dijo:
“Ya estoy listo”. Enrique temblaba de emoción, pero su erección se mantenía
firme. Se puso detrás de Juan y, con una mano, buscó centrar bien la polla en
la raja. Apenas hubo de hacer esfuerzos para que le fuera entrando. Lo que
acompañó con un largo suspiro de placer: “¡Uuuhhh!”. Juan no dejó de apreciar
que, aun siendo más fina que la polla de Manuel, la mayor longitud de la que
tenía en su interior le causaba nuevas sensaciones. Manuel no quiso quedar al
margen y aleccionó a Enrique: “Ahora ve moviéndote… Verás qué gusto”. Enrique,
sujetado a las anchas caderas de Juan, se puso ya a bombear cada vez con más
entusiasmo. Y fuera por los nervios, fuera por propia voluntad de alargar el placer, resistía bastante
intercalando exclamaciones: “¡Oh, cómo me gusta!”, Es lo mejor que me ha pasado
nunca”. A Juan, por su parte, las continuadas arremetidas, le iban haciendo
efecto, arrancándole tenues suspiros. “¡Aaahhh, me voy a ir!”, farfulló por fin
Enrique tensando el cuerpo. Por sus aspavientos debió soltar una buena descarga,
con toda la excitación que había venido acumulando. Quedó inmóvil aún pegado a
Juan que, por la voz quejumbrosa con que preguntó: “¿Estás ya?”, vino a indicar
que a él también le había pasado algo. En efecto, cuando Enrique se apartó con
la polla todavía tiesa y goteante, también la de Juan, al erguirse, se mostraba
igual, aparte del charquito de leche que había en el suelo. “¡Mira! Se ha
corrido también”, hizo notar Manuel divertido.
Juan se puso ya digno. “Creo que ya ha habido bastante
¿no?”. Sin embargo, inesperadamente, Enrique se dirigió a él para decirle con
tono respetuoso y emocionado: “Nunca había podido ver así a un hombre tan
estupendo y le agradezco la generosidad con que hasta ha permitido que me
estrene con usted”. Juan no sabía a esas alturas si sentirse avergonzado o
halagado. Y aún se quedó más perplejo cuando Enrique le pidió: “¿Podría darle
un abrazo?”. “Ya no viene de ahí”, se dijo Juan, que abrió los brazos para
dejar que Enrique lo ciñera con los suyos. Incluso le dio unos golpecitos en la
espalda. “¡Vale, vale! No es para tanto”. Una vez cumplido el sorprendente
trámite, Juan expresó ya lo que había pensado antes de esta interrupción.
“Ahora dejadme ya para que me limpie un poco con tranquilidad”. Manuel y
Enrique esta vez abandonaron el baño, sobre todo por el interés que ambos
tenían en comentar entre ellos lo ocurrido. Enrique seguía maravillado: “¡Vaya
hombre! ¡Cómo te envidio!”. “Ya ves”, replicó Manuel orgulloso, pero a la vez
suspicaz “Hasta ha querido que le dieras por el culo… Con lo que a mí me costó
conseguirlo”.
Juan, que había cerrado la puerta del baño, se tomó su
tiempo. Se sentó en el wáter para tratar de aclarase tras la vorágine en que se
había visto envuelto. No había supuesto para él ninguna novedad dejarse enredar
por los caprichos de Manuel. Pero era que esta vez había metido por en medio a
un extraño, al que no solo había puesto al día de sus intimidades, sino que lo
traía para que las disfrutara en vivo. Y él allí como si fuera un mono de feria
haciendo y dejándoles hacer cuanto se les viniera en gana. En realidad ni
siquiera había sentido vergüenza, con su actitud de ‘si con eso disfrutan, pues
que disfruten’. Además, la entrada en juego del jovencito ingenuo, o que se
hacía pasar por tal, tampoco lo había afectado tanto como habría pensado. Más
bien lo había llegado a conmover tanto entusiasmo por su persona… Y si ya veía
venir que, de una forma u otra, Manuel se las iba a ingeniar para que su amigo
acabara dándole por el culo ¿por qué no iba a adelantarse y así al menos no
seguir quedando como un pelele? De manera que a lo hecho pecho y más valía no
darle más vueltas. Aunque, para ser sincero, hubo de reconocer que, cansado y
todo, la follada de Enrique lo había dejado bien a gusto.
Entretanto Manuel y Enrique se habían ya vestido. El primero
se ufanó ante su amigo: “No te podrás quejar de todo lo que he conseguido que
hiciera contigo”. “Desde luego te estoy muy agradecido… Nunca pensé que podría llegar
a tanto con un hombre como él. Ha sido todo tan maravilloso”, contestó Enrique
todavía emocionado. Pero Manuel, al que no le hacía demasiada gracia que
hubieran nuevas efusiones de despedida entre Juan y Enrique, añadió: “Pero será
mejor que ya lo dejemos tranquilo. Después del desgaste que ha tenido querrá
descansar”. “¡Claro, claro!”, se mostró comprensivo Enrique, “Si se ha corrido
hasta dos veces… con lo mayor que es”. Menos mal que esto ya no lo oyó Juan. Así
que Manuel acompañó hasta la puerta a Enrique, que no se contuvo de pedir: “¿Le
darás un beso de mi parte?”. “¡Faltaría más!”, afirmó Manuel, “Seguro que ha
quedado muy contento contigo”. Aunque lo que sí tuvo claro Manuel fue que, una
vez hecho el experimento, ya había tenido bastante con lo de juntar a Juan con
Enrique.
Refrescado de nuevo, Juan salió del baño y, al ver que ya no
estaban lo chicos ni su ropa en el dormitorio, respiró aliviado. Descartó la
ropa que ingenuamente había preparado para
recibir al amigo de Manuel y se puso la más cómoda de andar por casa.
Cuando encontró a Manuel ya solo, no hizo la menor alusión a Enrique. Pero
enseguida Manuel no se privó de comentarle con ironía: “Parece que después de
todo no te lo has pasado nada mal con mi amigo”. Juan se puso a repasar lo
sucedido sin alterarse: “¿Qué querías? Te pones a que me mire, que me toque,
que me pajee, que me la chupe y me lo metes en la ducha… Pues ya hasta el final
¿No se trataba de eso?”. Y añadió con un golpe de sinceridad: “Además Enrique me
ha parecido un chico muy majo”. Manuel ya tuvo suficiente para confirmar que
mejor no volver a engolosinar a Juan con Enrique.
Ese Manuel es un desmadre. ¿Que seguirá después?. Persuadirlo para llevarlo a un pub, o invitar a varios amigos más para que se aprovechen de el?. En serio, la idea sería genial, pero sería demasiado para Juan.
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