A mi amigo Javier,
protagonista de muchos de mis relatos, por supuesto le encantan las playas
nudistas. Como es tan altote y grueso, y ya maduro, no pasa desapercibido y le
gusta atraer las miradas. Pero cultiva una morbosa preferencia por las que son
mixtas, es decir, aquéllas en las que hay una convivencia entre textiles y
nudistas. Él mismo lo explica así: “Estar todo el mundo en pelotas deja de
tener gracia. En cambio moverse entre gente vestida da mucho más morbo. Además
los que van allí y no se desnudan se sienten muy liberales y no chistan por
mucho que te pavonees ante ellos”. Una de estas playas era precisamente la del
pueblo en que pasaba unos días. Aparte de la playa, en la que los lugareños,
normalmente cubiertos, ya se habían acostumbrado a compartirla con los
veraneantes nudistas, había un chiringuito que en realidad era el bar del
pueblo. Para no desentonar lucía un cartel que rezaba “VESTIDO OPCIONAL”. Aquí
es donde mi amigo disfrutaba de su exhibicionismo. Porque además, si bien
muchos bañistas nudistas, cuando iban al chiringuito, solían mostrar cierto
pudor y se tapaban de alguna forma, no era éste el caso de Javier, que se
acogía sin recato a la tolerancia. Entraba siempre en el recinto muy decidido,
solo con un monedero en la mano, y hasta le satisfacía si, en ese momento, era
él el único despelotado. Se tomaba su cerveza en la barra y desde luego se
hacía ver con su voluminosa presencia. Contrastaba en especial su impudicia con
el grupo de jubilados que charlaban con su café o su carajillo, o con las amas
de casa que hacían un receso tras la compra. Se volvió tan asiduo que ya lo
conocían y él, con su afabilidad natural, los iba saludando. Se acercaba a los
que jugaban al dominó y los hacía reír con sus chascarrillos. Su polla bien a
la vista era mirada con envidia o con deseo. Las señoras cuchicheaban entre
ellas y soltaban risitas nerviosas cuando mi amigo las saludaba con la mano o
les hacía un guiño. Estaba seguro de que chismorreaban entre ellas picardías a
cuenta de su ostentoso culo o de su desvergonzada delantera. No había la menor
provocación en las actitudes de Javier, tan solo se sentía a gusto con la incongruencia
entre su desnudez integral y la normalidad cotidiana de los parroquianos del
bar.
En una ocasión el alcalde,
que ya había coincidido más de una vez con Javier en el bar y habían departido
amigablemente, apareció acompañando a una comitiva de corpulentos colegas
extranjeros que precisamente habían venido para comprobar in situ la fama de
tolerancia de la población. Encontrar allí a Javier le vino de perlas como
ejemplo indiscutible de ello. Pero además, como no era muy ducho en el manejo
del inglés, Javier le pudo echar una mano. Con entusiasmo cantó las alabanzas a
la libertad que se respiraba, superados los tabúes en una comunidad tan
pequeña. Los observadores lo escuchaban atentos y dos de ellos lo miraban con
algo más que interés. El alcalde, animado, invitó a unas cervezas. Entonces los
dos admiradores de Javier se mostraron proclives a experimentar ellos mismos la
alabada libertad. Divertidos y algo nerviosos se quedaron también en pelotas,
compitiendo con Javier en corpulencia y pilosidad. Se sentaron todos en torno a
una mesa redonda, donde también se les sirvió un pica-pica. Los dos
simpatizantes de Javier se las apañaron para colocarse a ambos lados de éste.
Encantados con sus bromas y contagiados de euforia, le arrimaban las piernas y
hasta le daban palmadas en los muslos.
Como Javier vio que la cosa
se ponía tentadora, les propuso dar una vuelta por la playa. Así que los tres
despelotados pasearon un rato disfrutando del aire y el sol por todos sus
cuerpos. Desde luego el conjunto de voluminosas figuras debía causar impacto.
Darse un remojón se impuso y se adentraron en el agua con juguetonas
zambullidas. Aprovechaban la flotación para arrimarse a Javier, que muy a gusto
lo facilitaba. El roce de cuerpos hizo que a éste se le empezara a producir una
erección. Porque ya se miraban y acercaban más que hablaban, con un deseo cada
vez más indisimulado. El vaivén de agua propició que una mano fuera a dar con
la polla de Javier y ahí se quedó. Él buscó también y encontró una verga dura y
otra en camino. El de esta última hizo entonces una inmersión y Javier sintió
que su polla pasaba del manoseo a una succión, que duró poco por la necesidad
de salir a flote para respirar. Pero ya estaba todo claro entre ellos y antes
de reintegrarse al grupo del bar, acordaron una visita de Javier esa misma
tarde al hotel en que los dos fichajes se alojaban.
Tras ese precalentamiento,
Javier ardía en deseos de entregarse a aquellos dos tiarrones en los que tantas
ganas había despertado. Le gustaban los tríos en que él era la novedad en que cebarse. El hotel era convencional,
sin anuncio de “VESTIDO OPCIONAL”, por lo que se puso el mínimo de ropa, que se
pudiera quitar pronto: un pantalón corto que apenas le cubría los muslos, sin
calzoncillos, y una camisa liviana. Ya en el ascensor empezó a empalmarse. Los
dos que lo esperaban con ansiedad, reunidos en la habitación de uno de ellos,
ya estaban en pelotas. Javier lo hizo en segundos y se les ofreció con su
lujuriosa erección. En contraste con la luminosidad de la tarde, habían creado
una morbosa penumbra que a Javier le excitó aún más. Los dos se lanzaron sobre
él y casi lo inmovilizaron con sus achuchones y sobeos. Le estrujaban las tetas
y se las chupaban, arrancándole gemidos cuando mordían los pezones. Le hacían
subir los brazos para lamerle los sobacos y luego buscaban su boca para meterle
las lenguas. Uno de ellos se acuclilló pata trabajarle la polla, mientras el
otro, por detrás, le manoseaba las nalgas y le repasaba la raja metiendo los
dedos. Dejarse manejar, chupado y baboseado por aquellos hombretones tanto o
más corpulentos que él, llevaba a Javier al mayor arrebato, que lo hacía desear
ser poseído por ellos en lo más íntimo. El dolor en los pezones y el escozor en
el ojete lo enervaban y las succiones a los huevos y a la polla le aflojaban las
piernas. Hacía esfuerzos para no correrse todavía porque quería que lo
penetraran con todo su vigor íntegro. Pese a lo trabado de sus movimientos, con
las manos tanteaba en busca de las vergas de los acosadores. Su tacto era tan
firme y húmedo que, sin poder aguantar más, gritó suplicante: “¡Folladme ya!”.
Entonces lo fueron empujando
hasta hacerle caer de bruces sobre la cama. Cuando Javier puso el culo en pompa
esperando el ataque, el que le había chupado la polla se tomó su tiempo. Como
si tuviera que macerarlo, palmeó las nalgas para a continuación llevar la boca
a la raja. La lamía y mordisqueaba los bordes, mientras Javier emitía gemidos
de gusto e impaciencia. Pero de la boca aún iba a pasar a los dedos, que
hurgaban despiadados ensanchando el ojete. Javier sintió casi alivio cuando fue
la verga la que empezó a abrirse paso. “¡Sí, sí, adentro, adentro!”, exclamaba,
“¡Folla, folla!”. Le ardía el interior placenteramente y a cada embestida
sentía un lujuriante latigazo. El que estaba sobre Javier no llegó a correrse,
sino que cedió la presa al otro. La polla más gruesa que ahora le entró con
brusquedad redobló las sensaciones de dolor y goce. “¡Me matas!”, “¡Soy tuyo!”,
“¡Lléname!”, se explayaba Javier con cada arremetida. El hombretón le daba
palmadas en el culo y en los muslos, resoplando en una excitación creciente.
Éste sí que se corrió entre espasmos, para morbosa complacencia de Javier.
Bien satisfecho con la doble
follada Javier se había de recuperar. Pero poca tregua le iban a dar en cuanto
logró ponerse bocarriba. El que no se había corrido, con la verga tiesa, se
colocó con la cabeza de Javier entre las rodillas. Se la meneaba restregándole
los huevos por la cara y, cuando Javier entreabría la boca para respirar, le
metía la verga hasta atragantarlo. Entretanto el otro manoseaba la polla de
Javier, que no tardó en vigorizarse. La frotaba con energía con una mano y con
la otra mantenía cogidos los huevos. Javier daba palmadas a los costados,
indefenso ante el doble ataque, aunque arrebatadamente excitado. La persistente
masturbación que soportaba hacía sus efectos y una incontrolable necesidad de
vaciarse lo dominaba. El que se meneaba la verga sobre su cara se tensó de
pronto y empezó a disparar la leche, que le cegaba los ojos y corría por su nariz
y sus labios. El sabor del semen alentaba los jadeos de Javier, que al fin se
dejó ir. Su corrida desbordó la mano del masturbador, que la extendió por la
velluda barriga. Los dos hombres rieron satisfechos del lujurioso festín que
les había proporcionado Javier. Éste buscó a tientas algo para limpiarse y le
alargaron una toalla. Cuando recuperó el resuello, exclamó sonriente: “Sois
unos salvajes… Pero me ha encantado”.
Al día siguiente el alcalde
fue a buscar a Javier al bar. Lo encontró como de costumbre en pelotas sobre un
taburete bebiendo una cerveza. Quería darle las gracias por la contribución que
había prestado a la promoción del pueblo. La comisión, que había marchado por
la mañana, había quedado encantada y aseguraron que difundirían en sus respectivos
países la excelente acogida desprejuiciada que se deparaba tanto a nudistas
como a textiles. Javier pensó que la follada del día anterior, que tan
salvajemente habían disfrutado los dos comisionados, era un elemento importante
del éxito de la visita.
Muy buen relato, pero me quedo en duda el fisico de los dos accionistas. ¿Eran obesos realmente?.
ResponderEliminarMe parece que queda bastante claro. Llego a decir que son hombretones tanto o más corpulentos que Javier. Gracias por seguirme.
EliminarMuy Buen Relato Excelente... Amigo ¿ Y Que pasó con las andanzas del comisario? Nos dejó en ancuas..
ResponderEliminarMuchas gracias... Temía que ya cansara tanto comisario. Pero creo que pronto podré sacar algo sobre él.
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