En el chat de osos y
maduros que frecuento, entré en contacto con un tipo de lo más peculiar. Vi la
única foto de su perfil en la que, si bien ocultaba la cara, mostraba un torso
grueso y velludo que hacía adivinar un cuerpo de los que resultan ideales para
los adictos a hombres maduros y robustos como aquél, entre los que desde luego
me encuentro. Asimismo la edad que hacía constar, de cincuenta y seis años, aunque
probablemente alguno más, completaba su atractivo. Le envié un mensaje y
enseguida me contestó. En las charlas que a partir de entonces mantuvimos, se
reveló tremendamente extrovertido y simpático. Se llamaba Samuel, residía en
una pequeña población del interior, de la que pronto confesó ser el alcalde, y
casado para más señas. Sublimaba la represión a la que se veía obligado con unas
fantasías eróticas, centradas en hombres más o menos de su tipo, que exponía
con todo lujo de detalles. El hecho de que yo viviera en una gran ciudad, con oportunidades
de ligue y, sobre todo, la posibilidad de acudir a bares y saunas donde
encontrar hombres así, lo llenaba de envidia. Le pinchaba hablándole en
concreto de la sauna de clientela más bien granada a la que suelo ir y de todo
lo que allí puede pasar.
Un día me comunicó con
gran alborozo que vendría a pasar unos días a mi ciudad con su mujer y,
aprovechando que ésta dedicaría una tarde a ir de compras, estaba dispuesto a
echar una ansiada cana al aire, en un lugar donde nadie lo conocería. Lo que
más ilusión le hacía era precisamente que lo llevara a la sauna de la que tanto
le había hablado. Como ya nos habíamos visto las caras, y algo más también, por
el chat privado, no fue difícil reconocernos. Nos habíamos citado en el centro
comercial de la ciudad y no lejos de la deseada sauna. En cuanto me echó el ojo
me saludó con la mano, sonriente y con muestras de inquietud. En vivo me
impresionó no menos que por lo que ya conocía de él. Alto y de una espléndida
robustez, destacaba entre la masa de viandantes. “¡Uf, qué ganas tenía de
esto!”, fue su saludo y comprendí que lo decía no tanto por mí como por lo que
dentro de poco le aguardaba. Ya en el corto trayecto me avisó: “Espero que no
te asustes conmigo, pero lo quiero aprovechar a tope”. Desde luego no me cupo
duda de que su desinhibición iba ser total y que, pese a lo novedoso del lugar
para él, se iba a mover como pez en el agua.
Nada más coger las
llaves de las dos taquillas y pasar al vestuario, donde siempre hay cierto
movimiento de los que se desvisten o visten y de los oteadores de las
novedades, empecé a no perderlo de vista. Me resultaba de lo más morboso verlo
desnudarse integralmente, porque además parecía regodearse de las miradas que
recaían sobre él. Miradas que por lo demás no eran nada de extrañar, empezando
por la mía, dados su viril corpulencia y lo bien equipado de sus bajos. Ya en
cueros, tomó el paño para la cintura que había en la taquilla y preguntó: “¿Hay
que ponerse esto?”. “En principio es la costumbre”, dije con ambigüedad. Pero
resultó algo corto para su circunferencia. Entonces dijo: “Voy a ver si me lo
cambian por un taparrabos más largo”. Y tan solo con él en la mano se dirigió
sin el menor pudor a la recepción para la permuta. Volvió con el nuevo ya
puesto y nos dirigimos a las duchas. Escogimos dos juntas y, mientras se
enjabonaba, no resistí ya la tentación de acariciarle el culo y sobarle la
polla espumante. “¡Uf! Mira como me estás poniendo”, dijo al apuntarle una buena erección. A pesar de ella no se molestó
en ceñirse el paño cuando salimos al espacio común, para solaz de los que allí
había… Si no hacía estas exhibiciones a propósito, lo parecía. “¿A dónde se va
ahora?”, me preguntó. Y para hacer boca lo dirigí a la sala de vapor.
Entró decidido en las
brumas vaporosas, donde hay que habituar la vista para empezar a captar las
formas que hay por allí. Avanzó tanteando la pared hasta que dio con una
bancada sobre la que soltó el paño. Indeciso siguió de pie con la espalda pegada
a la pared. Como yo lo seguía, me puse ante él y nos pusimos a besarnos. “Esto
me va a gustar”, murmuró. Luego bajé la boca hacia sus tetas, que chupé y
mordisqueé, a la vez que le manoseaba la polla y los huevos. Este
precalentamiento, que Samuel acompañaba de sonoros murmullos placenteros, tuvo
también un efecto de reclamo. Porque enseguida, uno que ya estaba dentro se le
acercó y lo tanteó. Yo le cedí espacio, aunque no dejé de seguir chupando una
teta para darle pistas. El otro se amorró también y Samuel exageró sus gemidos declarando: “¡Cómo
me gusta esta comida de tetas!”. Pero el otro no dejó tampoco de llevar las
manos a la polla endurecida y, cuando se agachó y se puso a chupársela, lo
llevó al paroxismo. Entretanto, no habían tardado en entrar al vapor más tíos,
sin duda atraídos por lo que ya habían visto en el exterior de Samuel. Quien,
por si fuera poco, mostraba su disponibilidad extendiendo los brazos para
atraerlos. De este modo, sobado y chupado arriba y abajo por varios a la vez, parecía
estar en la gloria en esa penumbra, sin importarle cómo fueran los que se
afanaban con su cuerpo. Sensatamente no quiso sobrepasar todavía el límite de
calentamiento y, para librarse de las mamadas, no se le ocurrió otra cosa que
darse la vuelta y ponerse frente a la pared, sin privarse desde luego de
provocar poniendo el culo en pompa. Dejaba que se lo sobaran y hasta que se
restregaran por él, sin que faltaran amagos de penetración, que a veces debieron
dar brevemente en el clavo, según los sobresaltos que le provocaron.
Después de este
completísimo repaso inicial, y agobiados por el calor de los vapores, conseguí
que saliéramos para tomar una ducha. Le propuse que, para descansar y cambiar
impresiones, fuéramos a tomar algo al bar. Su entusiasmo por supuesto era
tremendo. “¡Joder, cuántos tíos metiéndome mano! ¡Esto es Jauja!”. “Es que tú
estás muy bueno y los atraes como moscas”, aclaré. Pero su provocador
exhibicionismo tampoco cesó en el bar. Aunque llevaba puesto el paño, lo había enrollado
de forma que, con su corpulencia, le tapara lo justo. Así, al apoyarse en la
barra para pedir las bebidas, por detrás le asomaba medio culo. Luego se
encaramó de medio lado a un taburete con los talones sobre el reposapiés, lo
que le hacía mantener las piernas separadas. Con el paño estirado casi al nivel
de las ingles, mostraba lo que le colgaba a todo el que quisiera verlo. Desde
luego, los ojos también se le iban tanto a los que pasaban por allí como a los
que ocupaban alguna mesa. Si el cruce de miradas era más directo, correspondía
con pícaras sonrisas. Por mi parte, me llegué a contagiar de su desvergüenza y
ya no me privé de darle algunas caricias en las tetas e incluso en los
provocadores colgantes, que recibía complacido incluso marcando una impúdica
erección. Aprovechamos para comentar lo que le apetecería hacer a continuación.
Y pareció tenerlo claro. “Después de tanto manoseo, me gustaría que pudiéramos
estar con un tío de esos que nos van… A ver si me das la sorpresa”. Decidí que
lo mejor era darnos una vuelta por la zona de cabinas. Ésta también le encantó.
“¡Qué morbo meterse en una a ver quién entra!”. Quise aclarar: “¿Es eso lo que
quieres?”. “¡No, no! Prefiero que me
busques a alguien”. Le sugerí que entrara en una cabina que estaba abierta y
así lo hizo tumbándose desnudo sobre la cama. Entorné la puerta para que no
quedara demasiado visible y pudiera entrometerse alguien. Al avanzar por el
pasillo, tuve la suerte de ir a dar enseguida con un conocido, que me pareció
perfecto para lo que Samuel deseaba.
Era un tipo, llamado
Jaime, con el que había pasado muy buenos momentos y que precisamente tenía un
aire a Samuel, casi tan gordo y solo algo más joven. Además se mostraba muy
calentorro y hacía unas mamadas de fábula. Se alegró de verme y yo le dije que
había venido con un amigo. Discreto dijo: “Entonces hoy te dejaré con él”. Pero
yo enseguida repliqué señalando la cabina: “No, si está ahí. Ven a verlo”. Se
acercó a la puerta y, nada más vislumbrarlo, exclamó: “¡Jo, que pedazo de
tío!”. Lo invité a avanzar. “¡Pasa, pasa! Serás bien recibido”. Entramos los
dos y Samuel, obscenamente despatarrado, saludó al ver a contraluz al que me
acompañaba: “¡Hola!”, lo saludó. Yo le dije: “Este es Jaime, un conocido mío”.
“¡Um!”, masculló Samuel, “¿Qué tal?”. “Yo bien… y tú estás buenísimo”, contestó
Jaime arrimándose a la cama. “¿Te gusto?”, volvió a preguntar Samuel con voz
zalamera y le alargó una mano. Jaime se la cogió y con la otra suya le acarició
un muslo. “Si sigues así me voy a empalmar”, dijo Samuel. “Eso me gustará”,
replicó Jaime, que ahora a dos manos intensificó el manoseo por las piernas,
acercándose estratégicamente al sexo. Samuel entonces le estiró del paño, que
cayó al suelo. “A ver qué hay por aquí”. De sobra sabía yo que Jaime estaba no
menos bien dotado. Ante lo fluido del encuentro, ya cerré la puerta y me
despojé igualmente de mi paño, dispuesto a tomar parte.
Lanzado ya Samuel, se
giró de costado para ver de cerca y sobar la polla de Jaime, que a su vez tenía
agarrada la de aquél. Las dos desde luego se fueron poniendo duras y Samuel no
se privó de anticiparse para darle una chupada a la de Jaime. Pero éste ya
tenía sus planes y me pidió que me tendiera al lado de Samuel. Nos entró por
los pies y, en medio de los dos, no iba frotando y chupando alternativamente
las pollas. Yo, enseguida la tuve a punto también. Lo hacía tan hábilmente como
ya me constaba y Samuel empezó a manifestar su agrado. “¡Uy, Jaime, qué boca
tienes!”. Yo estaba no menos encantado, cuando Jaime, ya en pleno dominio de la
situación, me pidió que lo abordara por detrás. Así que, totalmente excitado,
bajé de la cama y me arrodillé tras él, que alzó la grupa y, sin detener la
mamada a Samuel, me ofreció su apetitoso culo. Le entré sin apenas esfuerzo y
su cuerpo se tensó brevemente por la penetración. Lo follaba cada vez más
encendido y que se la siguiera chupando al mismo tiempo a Samuel, que resoplaba
y le sujetaba la cabeza, me aumentaba la calentura. “¡Me voy a correr!”, avisé
ya. Jaime asintió con la cabeza sin soltar la polla de Samuel. Me descargué
bien a gusto y no me salí hasta que empecé a aflojarme. Une vez liberado por
detrás, Jaime se dio un hábil giro para quedar con el culo sobre la polla de
Samuel, en la que se dejó caer. Samuel exclamó admirado: “¡Uf, eres insaciable!”.
Jaime, bien encajado, se removía con pericia. “¡Joder, tío, cómo te meneas!
Estoy ya a cien”, mascullaba Samuel que, con un fuerte jadeo, se vació a su
vez. Jaime se levantó y, algo tambaleante por el esfuerzo, bajó de la cama. “No
ha estado nada mal ¿verdad?”, dijo con una sonrisa radiante. Ante lo agotados
que nos había dejado a Samuel y a mí, le pregunté no obstante: “¿Y tú qué?”.
“Yo ya me apañaré. Hay tiempo ¿no? … Ahora pasamos por la ducha y os invito a
tomar algo”, propuso. Quedó claro el feeling
que se había creado entre mis dos acompañantes y daba gusto estar sentado entre
ellos, con sus paños mal ajustados que tapaban más bien poco.
Samuel, a pesar de su
desfogue y de la segunda visita al bar, parecía no tener ninguna prisa. Se
quedó mirando a Jaime, que ocultaba apenas la polla sin usar, y de pronto le
preguntó a la brava: “¿Me follarías ahora?”. Jaime rio. “Si tienes ese capricho
¿por qué no? Ganas no me faltan”. De modo que volvieron a la cabina, y yo desde
luego me apunté, no dispuesto a perdérmelo. Samuel se tiró de bruces sobre la
cama, con el culo bien expuesto. Jaime se lo tomó con calma. Se puso detrás y,
primero, se dedicó a sobar las nalgas gordas y suavemente velludas, metiendo
también el canto de las manos por la raja. Samuel tensaba ansioso el cuerpo.
Luego el otro se inclinó para acercar la cara. Las intensas lamidas y los
mordisqueos por los bordes de la raja hacían estremecer a Samuel. “¡Uy, cómo me
estás poniendo!”. Mientras tanto Jaime se la iba meneando para afianzarla y,
cuando estuvo a punto, apuntó la polla y se dejó caer. “¡Ooohhh!”, soltó Samuel
al sentirla dentro. “¿Te gusta?”, preguntó el otro. “¡Cómo te digo! ¡Sigue,
sigue!”. Jaime empezó a arrear con ganas y Samuel se explayaba de gusto. “¡Qué
polla más buena tienes! ¡Cómo me gusta!”. El compenetrado disfrute que se
traían dando y tomando era todo un espectáculo. Jaime jugaba a retardarse, con
salidas por sorpresa y bruscas clavadas. Lo cual volvía loco a Samuel, que
gemía y lo alentaba a la vez. “¡Qué bruto! ¡No pares! ¡Folla, folla!”. “¡Qué
culo tienes más caliente!”, replicaba Jaime, cada vez más excitado. “Entre los
dos me habéis dejado antes lleno de leche. Ya te voy a dar la mía ahora”,
avisó. “¡Sí, córrete!”, lo alentó Samuel. Jaime incrementó con vehemencia el
mete y saca hasta que, con todo el cuerpo en tensión, se apretó para
descargarse en varios espasmos. “¡Joder, todo lo que me ha salido!”, exclamó.
“¡Uf, cómo me has dejado el culo!”, coreó Samuel. La polla de Jaime salió
brillante de humedad y empezó a amorcillarse. Ayudó a Samuel a ponerse
bocarriba e intuí que la cosa no había acabado. Porque la follada activó de
nuevo la líbido de Samuel y, pese a haberse corrido ya poco antes, lo que le
había arreado Jaime le avivó el deseo. Así que siguió despatarrado y se puso a
manosearse la polla con evidente intencionalidad. Jaime se rio. “Aún te quedan
reservas ¿eh?”. “¡Uy, sí! Me has vuelto a poner muy caliente”, afirmó Samuel.
“Vamos a ayudarte”. Jaime me invitó a cooperar y, entre los dos, fuimos dando
chupadas y mamadas a la polla de Samuel, que ya estaba endurecida de nuevo.
También íbamos acariciándolo y estrujándole las tetas. “¡Oh, qué gusto me dais!”,
decía él. Pero ya le urgía el desfogue y
desplazó nuestras bocas para tomar el dominio manual de su polla. Se la meneó
con energía y, cuando brotó el primer borbotón de leche, Jaime arrimó la lengua
para irla recogiendo. Samuel se estremeció con el roce pero lo dejó sorber
hasta que limpió la polla. “¡Uf, qué buen remate!”, exclamó Samuel que,
mientras se levantaba, dijo a Jaime haciéndose la víctima: “Has hecho conmigo
lo que has querido”. El otro rio con ganas. “¡Anda que no os lo habéis pasado
bien los dos…!”.
Jaime nos dejó ya solos.
“Si volvemos a encontrarnos, ya sabéis…”. Y Samuel no daba el menor síntoma de
cansancio. Seguro que, de buena gana, habría empalmado hasta el cierre de la
sauna. Pero se acercaba la hora en que tenía que recoger a su mujer y el deber
era el deber. No obstante se lo pensó y, para mi sorpresa, hizo un intento de
disculparse: “¿No te parece que me he desmadrado un poco?”. “Ya contaba con
eso… Venías con muchas ganas”, contesté. “Y el poder hacer de todo sin
importarme que me vean me pone la mar de burro”, completó. “Eso se ha notado… Sabes
exhibirte a base de bien”. “Para une vez que puedo… Nunca había estado en un
sitio así”. “¡Bien hecho! Hay que enseñar lo que se tiene”. Samuel hizo una
pausa y, sonriendo, se le ocurrió: “Todavía podríamos hacer algo tú y yo…”.
“¿Aún te quedan ganas?”, me admiré. “¡Claro que sí! No ves que llevo atraso…
Además me he ocupado poco de ti. Ni siquiera te la he chupado”. “No te voy a
dejar con ganas”, dije encantado. Todo este rato habíamos estado con la puerta
de la cabina abierta, sin hacer caso a los que se asomaban a mirar. Pero,
cuando fui a cerrarla para atender sus deseos, Samuel sugirió: “Podríamos ir a
otro sitio ¿no?”. “¿Con publicidad?”, bromeé. “¿Por qué no?”, replicó
sonriente.
Recorrimos el pasillo
con cabinas y cuartos de achuche más o menos oscuros. Como Samuel se había
limitado a echarse el paño al hombro, disfrutó con los toqueteos y hasta
palmadas al culo que le caían. Llegamos a la sala en cuya pared de fondo se
proyectan en gran tamaño películas porno, que suelen ser de jovenzuelos folla
que te folla. No suscitan demasiado interés, por lo que no suele haber más de
dos o tres personas, bien sentados en el banco de atrás, bien sesteando en
alguna de las dos tumbonas que hay juntas en el centro. Todo queda crudamente
iluminado por la película en proyección y por el acceso se van asomando los que
quieren ver no tanto la película como lo que se pueda cocer allí dentro. Si hay
alguna marcha interesante, en el banco o en las tumbonas, los más descarados se
quedan a mirar o tratan de participar. Las tumbonas, que estaban desocupadas,
atrajeron enseguida la atracción de Samuel. “Vamos ahí”. Nos echamos en ellas,
Samuel despatarrado en cueros y yo aún con el paño a la cintura. Los dos tíos
que ya estaban en el banco se pusieron a la expectativa.
Estaba claro que tampoco
era la película lo que interesaba a Samuel, sino entregarse a la más
desinhibida provocación. Por lo pronto empezó a manosearse la polla que, para
mi admiración, no tardó en endurecérsele otra vez. Sin soltársela llevó la otra
mano hacia mí, tiró del paño descubriéndome y me agarró la polla. Su mano hábil
enseguida me la puso tiesa otra vez. Cuando ya se habían asomado varios
mirones, que se quedaban deslumbrados por el sicalíptico espectáculo, y con
algunos que se la meneaban con más o menos disimulo, Samuel se dio un giro.
Moviendo el cuerpo pesadamente se colocó sesgado a cuatro patas sobre su
tumbona. Con la boca sorbió mi polla y se puso a mamármela. Yo, encantado y
contagiado de su desvergüenza, lo disfrutaba acariciándole el costado y
metiéndole un mano bajo su barriga para sobarle la polla. El gordo culo en
pompa de Samuel resultó suficientemente tentador para que unos de los
espectadores, gordote y maduro, superando cualquier prevención, se le arrimara.
Primero le manoseaba las nalgas y repasaba la raja con los dedos. Pero pronto se
agachó y acercó la cara. Lamía y el efecto que hacía en Samuel se transmitía
con vehemencia a su mamada. Todo ello hacía que mi excitación estuviera a punto
de estallar. “¡Me viene ya balbucí!”. Samuel insistió hasta ir tragándose toda
mi leche, mientras yo veía entre brumas a todos los que estaban mirando. Pero
Samuel no había acabado todavía. Volvió a quedar tumbado bocarriba, dejando
momentáneamente descolocado al gordo que le había estado comiendo el culo.
Aunque Samuel quiso compensarlo porque, subiendo las piernas y manteniéndolas
sujetadas por los muslos, le ofreció una nueva perspectiva. El gordo la aprovechó
y, sobándole la polla con una mano, le metió un dedo de la otra en el ojete
humedecido de saliva. Lo frotaba cada vez con más intensidad y hacía bramar de
gusto a Samuel. Hasta el punto de que llegó a provocarle una corrida que se
desbordó sobre la mano del gordo. Éste quedó la mar de satisfecho por su buen
hacer. “¡Eres un fiera, tío!”. Y Samuel dio por fin síntomas de agotamiento,
sonriendo orgullosamente al público boquiabierto.
Samuel volvió a la
realidad y me dijo: “¡Oye, tú! Vamos a ducharnos, que aún llegaré tarde y me
llevaré una bronca”. Aunque, cuando estábamos bajo el agua, matizó: “Igual
quieres quedarte un rato más”. “Desde luego que no”, contesté, “Contigo me lo
he pasado de fábula y ya no necesito más”. Lo miré con cierto pesar mientras nos
vestíamos rápidos ¿Hasta cuándo no volvería a repetirse aquello? Ya en la
calle, Samuel me dio un abrazo. “No puedes imaginarte lo que he disfrutado hoy
gracias a ti”. Y añadió como en respuesta a mi duda: “Verás cómo me las apaño
para que no sea la última vez”. Ya nos separamos y a mí todavía me flaqueaban
las piernas al caminar.
Samuel no tardó en dar
señales de vida a través del chat. También aprovechó para rememorar la
increíble tarde que había pasado en la sauna. “Nunca pensé que llegara a estar
tan a mano darse el lote con aquellos tíos”. Incluso reconoció haber
descubierto nuevas facetas de su personalidad. “Y cómo me molaba hacer de todo
bien a la vista… Mira por dónde me va eso del exhibicionismo ¡Ja, ja, ja!”. Yo
alimentaba su morbo contándole cosas de la sauna, que a veces adornaba para que
quedaran más escabrosas. “Jaime me da siempre recuerdos para ti… Por cierto,
que nos hemos dado unos buenos revolcones a tu salud”… Así Samuel disfrutaba
alimentado su mente, que no el cuerpo. Aunque ni él ni yo perdíamos las
esperanzas de pasar juntos nuevos ratos en aquella sauna.
Joder como me gustaria participar en tus relatos,me pones supercachondo,me encantan los cuerpos que describes.
ResponderEliminargracias por compartir, besos.....
hola majo otra vez te superaste joder que buen relato y que morbo de situaciones y de personajes ojala me pasara esto ami alguna vez sigue deleitándonos con muchos mas porfavor un besazo grande
ResponderEliminarme encanto, espero que sigas escribiendo, tus relatos me ponen a full
ResponderEliminarBuen relato, lastima que no suele ser tan intensas las tardes de sauna.
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