Me excita mucho ver imágenes en la que aparecen hombres
desnudos entre gente vestida. Sobre todo cuando se trata de maduros gruesos que
muestran sus velludas redondeces y sus sexos con toda naturalidad. Estos
comportamientos no siempre tienen una directa connotación sexual. Aparte de la
deliberada provocación, también se da el simple hecho de sentirse a gusto con
el propio cuerpo y aprovechar las ocasiones de mostrarlo en libertad. Por otra
parte, a los que disfrutan con ello se le detecta enseguida. O al menos yo así
lo percibo.
Recuerdo que, no hace mucho, hubo una manifestación de
taxistas. El lema de su queja era “Con el culo al aire”, lo cual picó mi
curiosidad. Ya en la caravana que organizaron muchos de ellos iban con el torso
desnudo. Al llegar al final de la marcha y una vez que dejaron los coches, en
una plaza en la que los esperaban los medios informativos, un nutrido grupo se
concentró para montar su número. Bastantes de ellos empezaron a soltarse los
cinturones y bajarse los pantalones, que algunos hasta se quitaron del todo,
quedándose en calzoncillos. En la euforia que se desata en estas actuaciones
colectivas, mi atención se iba hacia varios tíos impresionantes, gruesos y
velludos. Como expresión plástica de su protesta formaron una fila, se
volvieron de espaldas y, para todos los que quisieran ver, fotografiar o filmar
–entre ellos yo con mi móvil–, se bajaron simultáneamente los calzoncillos. Me
fascinaron algunos culos de individuos maduros, gordos y más o menos peludos.
Pero lo más interesante fueron las reacciones posteriores de alegría casi
infantiloide por el eco de su exhibición, que de paso propiciaba palmadas y
abrazos entre ellos. La mayoría, con los calzoncillos ya subidos, reían y
comentaban el evento. Pero más de uno, joven o no tanto, lo recogió del suelo
y, sin ninguna prisa por volverse a cubrir, lo llevaba en la mano mientras se
movía por allí en desnudo integral.
De éstos me fascinó particularmente un cincuentón gordote y
velludo, que era uno de los que más jaleo había armado todo el rato, y al que
se le notaba lo a gusto que se sentía mostrándose en cueros. Llamaba la
atención dando botes y volteando el calzoncillo con un brazo en alto mientras
lanzaba consignas. Desde luego estaba muy bien dotado, con una gruesa polla que
saltaba sobre los huevos en la peluda entrepierna. Hasta se daba manotazos en
el orondo culo. Pese a que el ambiente se iba calmando y ya casi todos
recomponían su ropa, el tipo seguía paseándose con un entusiasmo desbocado. Se
notaba que disfrutaba haciendo notar su descaro y atrayendo las miradas de sus
compañeros y del público. Le hice bastantes fotos, aunque prefería no
perdérmelo en vivo. Desafiaba divertido las puyas que le soltaban: “¡Joer, tío,
sí que le has cogido gusto!”, “Parece que quieras presumir”, “¡Culo gordo,
tápate ya!”, “No te vayas a empalmar”, “Van a venir los antidisturbios y te van
a dar con la manguera”. Él iba replicando: “¡Pa un día que se puede!”, “¿No has
visto nunca a un tío en pelotas?”, “El que mira es porque le gusta”. Al fin fue
cediendo y, sin perder el buen humor, se puso los calzoncillos mal encajados.
Aún deambuló así en busca de sus pantalones mientras el grupo se dispersaba. Se
los puso y, con el tetudo torso desnudo, que era como había llegado, fue en
busca de su taxi. Lo seguí a distancia embelesado y hasta se me ocurrió
tontamente apuntarme la matrícula y el número de la licencia. Como si volver a
dar con él fuera más fácil que encontrar una aguja en un pajar. Pero en mis
retinas –y también en mi móvil, que no paraba de revisar– quedó grabada la
visión de aquel hombre que, sin complejos, aprovechó la ocasión para disfrutar
de su desnudo en público.
Cosas de la vida, al cabo de unos días, salía yo de unos
grandes almacenes del centro y, junto a la acera, había una larga lista de
taxis. No era mi intención coger ninguno, pero tuve que pasar por su lado. Me
dio un vuelco el corazón cuando, hacia la mitad de la fila, me pareció
reconocer a aquel taxista, con el culo apoyado en el capó de su vehículo. Por
supuesto que iba vestido, pero por más que me decía que era fruto de mi
imaginación, a medida que me acercaba me convencía más de que era él. No pude
resistirme entonces al impulso de aprovechar el azar y me quedé al acecho del
lento desfile de los que iban delante. Pasé así más de media hora, nervioso con
que me lo fueran a pisar. Cuando al fin quedó el primero, me precipité a
tomarlo. Una vez dentro me saludó sonriente y se me ocurrió darle una dirección
bastante alejada. “¡Vamos allá!” dijo él. Aunque su indumentaria ahora era muy
diferente, los fornidos brazos velludos y el rostro simpático que veía en el
retrovisor bastaban para evocarlo aquel día. Me decidí a sacar el tema. “Ahora
que lo veo, usted me suena de algo”. “Igual de algún otro servicio”, dijo él.
Hice como que pensaba y volví al ataque. “¿Estuvo en la manifestación de hace
unos días?”. “Allí estaba, sí”. “Vaya fin de fiesta que organizaron ¿eh?”. Se
rio. “¡Vaya que sí!… ¿De eso me recuerda?”. “Se destacó bastante”, dije
procurando que sonara neutro. Rio más fuerte. “La verdad es que sí, pero me
quedé a gusto”. “Así parecía”. Me miró por el retrovisor y argumentó: “¿Es que
uno, porque sea mayor y gordo, no puede hacer lo mismo que los jovencitos y
tíos cachas que hasta hacen calendarios para sacar dinero?”. “Si tiene toda la
razón…”, lo azucé. “Además también me desquité de que el verano pasado me
sancionaran por ir de servicio con pantalón corto… Me dije: ¡No quieren que
enseñe pierna, pues ahí ves todo lo que tengo… y bien gordo!”. Ahora reí yo y
lo jaleé. “¡Sí señor, bien dicho! … Y la verdad es que me resultó muy divertido”.
Se le notaba satisfecho con su desahogo y me aventuré a decirle: “Saqué unas
fotos… En algunas creo que sale usted”. “¿Ah, sí? Pues me gustaría verlas,
porque las que han puesto en la prensa están censuradas”. Podía haber sacado el
móvil allí mismo y, si acaso, haría un alto para mirarlas. Pero se me ocurrió
probar con otra táctica y mentí. “¡Qué lástima! Precisamente hoy, al salir de
casa, vi que estaba mal de batería y lo dejé cargando”. Hizo un mohín de
disgusto y aguardé su reacción. Dijo lo que había esperado. “¿Vamos en
dirección a su casa? Porque podía subir un momento para enseñármelas”. Como me
había inventado la ruta, tuve que improvisar. “No, iba a comprar unas cosas…
Pero no me corre prisa. Nos podemos desviar por aquí aunque demos un rodeo”. La
cosa funcionó. “No se preocupe, que no le cobraré la carrera. Pero si no le es
molestia que abuse así… Es que tengo curiosidad”. “Y yo también, ahora que lo
he conocido”, concluí. En el nuevo trayecto el hombre siguió explayándose. “Yo
es que nunca me he avergonzado de que me vean y hasta me divierte fijarme en
las reacciones… Un amigo me dice que tengo cosas de maricón ¿pero qué tendrá
que ver eso? Además, si a alguno le pone mirarme, pues que disfrute… Aunque con
mis años y mi pinta no creo que eso pase mucho”. Aproveché para aclarar. “Mayor
y robusto también se puede resultar atractivo…”. “Es posible… Y no crea… Como
me gusta ir a la playa nudista, me doy cuenta de las miradas que me echan
algunos… Las mujeres menos, porque a esas parece que le van más los flacos,
pero tíos… ¡Pues muy bien! Y hasta lo agradezco, si le soy sincero”. “¡Claro,
hombre! Es que hay demasiados prejuicios”, le seguí la corriente, encantado de
la deriva de su locuacidad. “¡Y tanto que sí! …Mire, ya que es usted tan
comprensivo, ni siquiera me he molestado si me han dado algún toque… Sin ir más
lejos el otro día ¿cree que, con tanto jolgorio, no noté más de una intención
en los abrazos y palmadas? Si hasta el culo me tocaban”. Se interrumpió riendo.
“¡Hala, aprovechad la ocasión!, me decía yo”. No pude menos que exclamar:
“¡Cómo me alegro de haber vuelto a dar con usted! ¡Es único!”. Halagado, aún
siguió. “Ya ve ahora mismo… Voy con usted a su casa para que me enseñe las
fotos en que salgo desnudo ¿Me importa por qué me las hizo? Para nada… ¡Como si
quisiera hacerme más!”. Esto último no supe si tomármelo como un mero refuerzo
retórico a su argumentación y preferí desviar la conversación a otro tema que
también me interesaba conocer. “A todo esto va usted a perder la tarde de
trabajo”. “De todos modos, ésta iba a ser la última carrera”. “¿Lo esperan en
casa?”. “No, si vivo solo… Estuve casado hace tiempo pero no funcionó. Mi mujer
me dejó por un tío flaco que si le soplabas se caía”, dijo riendo. “Yo también
vivo solo”, dije a mi vez. “Lo suponía. No me iba a llevar a su casa para ver
las fotos con familia por allí”.
Llegados al piso, tuve que hacer una maniobra de despiste
para hacer ver que no llevaba el móvil encima. Le dije: “Voy a conectar el
móvil al ordenador y así se verá mejor”. “¿Mientras, le importaría que pase por
el baño?”, pidió educadamente. “¡Faltaría más! Es la primera puerta en el
pasillo”. Y se me ocurrió añadir en broma, aunque en el fondo lo deseaba: “A
ver si me va a aparecer en pelotas para dar más ambiente”. Soltó una carcajada.
“Pues no sería mala cosa…”. Me temblaban las manos en las conexiones por si se
le ocurría hacerlo. Agucé el oído para captar los sonidos: cisterna, grifo y un
silencio esperanzador, que se cortó sin embargo cuando abrió la puerta. Seguía
igual de vestido y pensé que me había hecho demasiadas fantasías. “¿Qué, ya
está eso a punto?”. En el último momento había recordado que, de las fotos que
saqué de la manifestación, en las últimas solo lo estuve enfocando a él y hasta
algunas con zoom. Cuando yo me las veía me sabían a poco, pero ahora me daba
cuenta del exceso descarado. No me daba tiempo sin embargo a expurgarlas e iban
a pasar una tras otra. Solo me cabía confiar en que, dada la vena narcisista
del taxista, la reiteración no le sorprendiera demasiado. Nos sentamos en dos
sillas juntas ante la mesa del ordenador y yo había de ir pasando las fotos con
el ratón. Se le notaba lleno de curiosidad y, pegado a mí, se tocaban nuestras
piernas y más aún los brazos, por las mangas cortas de los dos. El roce de sus
vellos me daba escalofríos, pero él parecía no apreciarlo. Pasé unas fotos del
grupo enseñando los culos, que él comentaba alborozado. “¡Joder, qué
colección!”, “Ese es el mío… Destaca ¿eh?”. Pero se convirtió en monotema desde
el momento en que se quedó desnudo. Se le veía de frente, de atrás, de perfil,
agitando brazo en alto los calzoncillos, en desplantes provocadores… Se reía
encantado entrechocando conmigo y poniendo la mano en mi brazo. “¡Qué bien he
salido! …Bueno, tal como soy”, “Sí que me hizo fotos”. Pero no había asomo de
extrañeza en su voz. Quise despistar. “Iba usted tan agitado que alguna ha
salido movida”. Él seguía a lo suyo. “Me lo pasé estupendamente”. Llegaron las
del zoom, que enfocaban partes de su anatomía. Pese a mis temores, todavía le
divirtieron más. “Qué Barrigón que soy”, “Pedazo culo”, “Mira la polla qué bien
sale”. Y añadió: “No me esperaba yo todas estas…”. “¿Pero le gustan?”, pregunté
receloso. “¡Claro que sí! Me alegro de que estuviera allí”. Aproveche para
decir algo que hacía rato me venía rondando. “Creo que podemos dejar de
hablarnos de usted ¿no?”. “Es verdad… La costumbre con los clientes”. “A estas
alturas no me considero un cliente…”. Se rio dándome una cariñosa palmada en el
hombro. “¡Desde luego, eres todo un amigo!”.
No quería que en este momento se creara una situación vacía
que lo llevara a considerar llegado el momento de irse. Por eso dije: “Con esto
de las fotos no se me ha ocurrido ofrecerte algo… ¿Te hace una cerveza?”.
“¡Pues vale! Si no tienes algo que hacer”. “Yo no ¿y tú?”. “Para ver la tele en
casa…”, contestó irónico. Traje de la cocina un par cervezas y dije: “No vamos
a seguir ahí tiesos en las sillas… El sofá es más cómodo”. Nos sentamos y me
gustó seguir allí juntos. Volví a sacar el tema de las fotos porque me rondaba
por la cabeza algo que quedó flotando en el aire cuando se explicaba en el taxi
acerca de que no le importaría si quisiera hacerle más. “Así que te ha merecido
la pena ver las fotos ¿eh?”. “¡Claro! Ha sido muy divertido verme en acción”.
Insistí. “Eso que no son de muy buena calidad… Lástima que no hubiese llevado mi
cámara, que las hace mejores”. Pareció picar. “¿Tienes una cámara? ¿Y es
buena?”. “Bastante…”, y añadí en tono neutro: “En interiores también salen muy
bien”. Di en el clavo porque comentó: “Mira, pues de esas nunca me han hecho”.
“¿Te refieres a como estabas en la manifestación?”. “¿Por qué no? Ya sabes que
no tengo manías con eso”, contestó animado. Estaba poniéndomelo en bandeja, de
modo que me ofrecí. “Hombre, yo si quieres…”. “Es que me haría gracia ¿No te
importaría?”. Hube de controlar mi entusiasmo y dije: “No voy a ver más de lo
que ya he visto”. Se le iluminó la cara. “¡Qué majo eres!”. Casi me abraza. No
había más que decidir, de modo que dispuse: “Busco la cámara y mientras te
preparas”. “¿Me desnudo entonces?”, preguntó casi incrédulo. “Se trata de eso
¿no? ¿O ahora te va a dar corte?”. “¡De eso nada!”, y ya se estaba soltando en
cinturón.
Aunque trataba de mantener la sangra fría, estuve a punto de
tirar una lámpara al sacar la cámara. Él
fue rápido porque, cuando volví a la sala, ya estaba completamente desnudo y
hasta descalzo. La impresión de verlo allí fue desde luego mucho más fuerte que
en la manifestación. Pero él sonreía como si tal cosa. “¿Vas a hacer muchas?”,
preguntó. “Con estas cámaras digitales se puede hacer cientos”. “¡Hombre,
tantas no!”, se rio. Se movió de un lado para otro buscando una ubicación.
“¿Crees que saldré tan bien como en las de calle?”. “¡Hombre, mejor! …Como de
estudio”. De pronto se me ocurrió una idea atrevida que no dudé en manifestar.
“Me pasa una cosa…” dejé caer. Me miró intrigado y añadí: “Es que me siento
raro contigo desnudo y yo vestido… Tal vez si te imitara…”. “¡Pues claro! Si
estás en tu casa… Nos sentiremos los dos más cómodos”, dijo enseguida. Así que
me desnudé rápido y con decisión para que no se me notara demasiado el temblor
de las manos. Me observó satisfecho. “¿Ves qué bien? Si es como mejor se
está…”. También bromeó: “Estás más gordito de lo que parecía ¿eh?”. “Así
haremos menos contraste”, repliqué. La verdad es que me sentí más liberado, aun
a riesgo de que, con tanto mirarlo, enfocarlo y retratarlo, mi cuerpo tuviera
alguna reacción delatora. Pero hasta eso me daba morbo, por averiguar cómo se
lo tomaría, ya que se había declarado tan comprensivo.
Puesto manos a la obra le sugerí: “Primero te haré unas de
pie y luego, sentado… Todas con naturalidad, como si te cogiera por sorpresa
¿Te parece?”. Su naturalidad era lo suficientemente expresiva para que
resultara provocadora de por sí. Ponía los brazos en jara o se agachaba con las
manos en las rodillas, de frente o de
espaldas; miraba un cuadro de perfil, se desperezaba, ponía brazos y piernas en
aspas, se apoyaba en una mesa… Luego se sentaba en una silla con las piernas
cruzadas o separadas. Llegué a comentarle: “Pareces un modelo profesional”. “Ya
veremos los resultados…”, replicó ufano. A veces no podía evitar quedarme
mirándolo embelesado con la cámara bajada, lo que no le pasó desapercibido. Me
pilló por sorpresa al decir: “Yo te gusto ¿verdad?”. Intenté una salida
ambigua. “Hombre, si no me gustaras no estarías aquí”. “Quiero decir que te
pongo”, explicó directo pero sin perder la sonrisa. “¿Por qué lo dices?”,
pregunté ya atrapado. “Con la de fotos que me hiciste a mí solo el otro día lo
he supuesto”, dijo sin inmutarse. “¿Eso te hace estar incómodo?”, pregunté ya
en un tácito reconocimiento. “¡Para nada! Si ya sabes lo que pienso… Hasta me
alegro, porque así las fotos serán mejores”. Acompañó con risas su última
frase. Tranquilizado, y de paso más excitado, dije: “Entonces seguimos ¿no?”. “¡Por
supuesto! No tienes porqué disimular conmigo”. De todos modos las
circunstancias habían cambiado y dudaba de cuáles serían los límites de su
permisividad. Una vez más me sorprendió cuando preguntó: “¿Te gustaría hacerme
algunas fotos guarrindongas?”. “¿Tocándote y eso?”, repregunté tontamente. “Me
hará gracia ver cómo resultan… Y a ti no creo que te vayan a escandalizar”,
contestó irónico. “Tú mandas. Pero te advierto que me voy a poner a cien”,
avisé. “Por eso no te preocupes. No me voy a asustar”, y volvió a reír.
“Me echo en el sofá ¿vale?”, dijo para que empezara. “¡Tú
mismo! Ponte guarrindongo, como dices”, pero añadí: “Hay algo que me gustaría
preguntarte. ¿Tú cómo te las apañas para desfogarte? …Ya me entiendes”. No dudó
en responder: “¡Uf! Para eso soy un desastre… Pajas y alguna vez de putas. Pero
no me las follo, que estoy muy gordo. Me tumbo y que me la chupen”. “Bueno es
saberlo”, dejé caer. Lo pasó por alto y fue a lo suyo. “Me voy a tocar para que
se me ponga tiesa ¿Vale?”. Hice algunas fotos mientras se la meneaba. Oí que
comentaba: “¡Joer, se te ha puesto dura antes que a mí!”. “No te debería
extrañar a estas alturas”, dije cínicamente. No tardó en emularme y quise
pensar que mi estado también lo había estimulado. Si la polla ya le lucía en
descanso, ahora estaba magnífica. No me privé de soltarle: “¡Vaya pollón que te
gastas!”. “No es para tanto… ¿Sigo meneándomela?”. “Pero a ver si te vas a
correr”. “Eso al final, para que se vea saliendo la leche”. “Sí que vas
lanzado…”. Me mordí la lengua para no decir que ya me gustaría sacársela yo.
“¿Por qué no te pones ahora de culo? Ahí tienes buen
material”, propuse. Rio. “Gordo y peludo ¿Eso te gusta?”. “No me provoques…”,
puse tono de broma, aunque lo decía muy en serio. Tan tranquilo, movió su
corpachón y puso las rodillas algo separadas sobre el sofá, volcándose sobre el
respaldo. “¿Así está bien?”. “¡Cómo te diría…!”. Ya no estaba yo dispuesto a
disimular más. Aquél culazo con la raja sombreada de vello y los huevos colgando entre los muslos me ponía
malo. Me arrodillé para enfocarlo mejor. Su pregunta me sorprendió. “¿Se me ve
el ojete?”. “Hombre, tendrías que abrirte más la raja…”. “A ver así”. Apoyó más
el pecho sobre el respaldo y llevó una mano a cada cachete y estiró hacia los
lados. “Tengo curiosidad por saber cómo se ve”, explicó. De la hondonada asomó
un círculo fruncido, que fotografié a varias distancias. “¡Ya está! Espero que
te guste”, avisé. Él se rio. “¡Qué cosas te está tocando hacer!”. “Si me lo estás
haciendo pasar la mar de bien…”, dije encantado.
Ya se dejó caer otra vez bocarriba sobre el sofá. “¡Uf! Con
tantas posturitas se cansa uno”, dijo algo sofocado y con la polla de nuevo en
reposo. “Tómate un respiro, que no hay prisa”. Se fijó en la erección que se me
mantenía. “¡Joer, cómo sigues!”. “Ya sabes por qué”, repliqué. Se quedó
pensativo y dijo con la ecuanimidad de que hacía gala: “Supongo que tendrás
ganas de meterme mano”. “Ya has visto que no te he tocado ni un pelo”. “Estás
siendo muy buena persona… Te dije que no me molestaba si al alguien se le iba
la mano”. Casi me sentí irritado y exageré la nota. “Pero es que tocar por
tocar de refilón no es lo mío…”. Su reacción fue decirme: “Anda, deja ahora la
cámara y siéntate aquí a mi lado”. Lo hice así expectante, con la erección ya
más calmada. “Me lo estoy pasando muy bien con esta relación tan de confianza
entre nosotros… Pero solo he pensado en mí mismo y he seguido presumiendo al ver
que te excitabas”, dijo con expresión seria por primera vez. “Cada uno es como
es… Y estoy teniendo una buena experiencia contigo”. Entonces me pasó un brazo
por los hombros y me atrajo hacia él. “Ahora soy yo quien te está metiendo
mano”, dijo con un cierto tono burlón. Este gesto afectuoso me puso la piel de
gallina. Me arrebujé en su abrazo y una mano se me fue sobre su muslo. Por
romper el silencio se me ocurrió decir: “Por cierto, aún me falta hacerte fotos
corriéndote ¿No las querías también?”. Me devolvió la pelota: “¿No va a ser un
desperdicio?”. No supe qué responder. Pero habló él. “Dicen que los tíos la
chupan mejor que las tías”. “Supongo que no se puede generalizar”, dije con la
voz pastosa. “Yo, con mi barriga, ni veo a quién tengo por abajo”, soltó.
No pude más. “¿Me estás invitando?”. “¡Joder! Estamos aquí
los dos arrimados en pelotas, me la he puesto dura y he enseñado el culo para
que les saques fotos y he visto cómo te empalmas ¿Me voy a tener que hacer una
paja para que me salga la leche si tú estás deseando hacérmelo mejor?”. De lo
nervioso que estaba dije tontamente: “Así no podría hacer las fotos…”. “¡A
hacer puñetas las fotos! Ya me has hecho bastantes”. Desplazó mi mano del muslo
a su polla. “¿Te lo digo más claro?”. Yo tocaba la polla, pero aún no me
atrevía a cerrar la mano sobre ella. “No quisiera…”. Me interrumpió. “Si yo lo
he estado buscando… Tanto divertirme lo de poner cachondos a los tíos y luego
venir aquí a meneármela para que me saques fotos”. Dije lo que estaba notando
bajo mi mano. “Pues se te está volviendo a poner dura”. “Eso es que el cuerpo
entiende las cosas antes que el coco… ¡Joder, haz algo ya!”. Ahora mi mano se
acoplaba a la polla y la frotaba suavemente, descubriendo y volviendo a cubrir
el lustroso capullo. Él se fue echando hacia atrás hasta quedar reclinado sobre
el sofá. “¿Quieres que me tape tu barriga?”, bromeé para dar escape a la intensidad
del deseo que me embargaba. “¡Calla ya y haz lo que te pida el cuerpo!”.
Me incliné y fui metiendo poco a poco la polla en mi boca.
Aunque estaba loco de excitación, traté de no precipitarme. Combinaba las
succiones con lamidas por el duro tronco y el capullo. Al notar la vibración de
su cuerpo me exaltaba aún más. “¡Ufa!”, exclamó, “Va ser cierto eso que dicen”.
Yo no quería soltarlo de ninguna manera, por más que fuera diciendo: “¡Joder,
cómo estoy ya”, “El que avisa no es traidor”. Tuve que cogerme de sus muslos
para que las sucesivas sacudidas de todo su cuerpo no me arrebataran de la boca
la polla que expelía borbotones de abundante leche. Sus resoplidos sonorizaban
mi absorción, que me estaba sabiendo a gloria. “¡La ostia, qué gustazo!”,
declaró con la respiración acelerada. “El gusto ha sido mío”, repliqué. Su buen
humor seguía intacto. “¿Ves? Si me hubieras hecho antes las fotos que faltan no
habrías tenido que tragar tanto”.
Él seguía reclinado en el sofá, con la polla en recesión.
Pero, cuando me puse de pie a su lado, mi erección era insolente. La miró y
puso cara de circunstancias. “¿Qué podría hacer yo por ti?”. Como me hacía
cargo de que inmediatamente después de una descarga como la que había tenido el
ánimo erótico decrece, y más en su caso, de una experiencia tan nueva, contesté
enseguida: “No te preocupes… Voy ya tan cargado que a poco que me la menee
estallo”. “Al menos puedo tocar ¿no?”, dijo cogiéndomela con una mano. No lo
iba a rechazar ni mucho menos. “¡Uf, me vas a dar la puntilla!”. Pocos frotes
necesitó para que empezara a disparar. Intenté desviarme para que la leche no
le cayera encima. Pero él me siguió sujetando y me vacié sobre su pecho. “¡Umm!
Te habrás quedado a gusto ¿no?”, dijo esperando que acabara de gotear. “No
menos que tú”, repliqué en un resuello. Se limpió tranquilamente la mano sobre
su propio pecho. “Te traigo una toalla”, ofrecí solícito. “¡Espera, que no
quema!”, rio. Se enderezó un poco en el sofá para que me sentara a su lado. “Bueno,
pasó y no se ha hundido el mundo”, dijo risueño. Le devolví la ironía. “¡Menos
mal! No querría sentirme responsable de tu perdición”. “Más que perdido, creo
que estaba tomando carrerilla para tirarme a la piscina”, aclaró. “Me alegro de
que cayeras en la mía”, concluí.
El taxista se levantó del sofá desentumeciéndose. “Permite
que mee otra vez y me lave un poco”. “Te puedes duchar, si te apetece”. “Ya lo
haré en casa antes de acostarme”. Me salió del alma: “¿Por qué no te quedas a
dormir? Para hacerlo solo…”. Entonces me miró sonriente. “Deja que haga la
digestión y tome aire. Que esto no le pasa a uno todos los días”. Pero añadió
enseguida: “Mañana tengo un día complicado con turnos en el aeropuerto, que
nunca se sabe cómo irán. Pero pasado, en cuanto pueda, me planto aquí para ver
las fotos de hoy… Si te va bien”. “¿No me va a ir?, dije encantado, “Las
prepararé para verlas en el televisor”. “¡Uf, menuda estrella porno!”, se rio. “Ya
sabes lo que puede pasar ¿no?”, dejé caer. “¿Te he dado la impresión de que me
chupo el dedo?”.
Gracias por volver, echaba de menos tus relatos.
ResponderEliminarMe encantan los gorditos simpático
Perfecto relato !
ResponderEliminar:-P
Sigo recordando el relato, así hice un pequeño regalo. Espero que te guste. http://tinyurl.com/peachm5
ResponderEliminarGracias. En eso me inspiré. Lo he puesto en el otro blog de fotos-
EliminarMuy bueno el gif, pero habría estado mejor fotos fijas para apreciarlas bien.
EliminarEl gif no está aquí. Ahora no pongo tantas fotos como antes. Llevaba mucho tiempo. Solo alguna de ilustración.
Eliminaren cual de ellos te basaste?
ResponderEliminarEn el más hermosote que está a la vista... Luego ya entra la imaginación.
Eliminaren el de la derecha del todo supongo, de gafas no?
ResponderEliminaryo creo que es el de la derecha del todo. Es el que esta mas bueno.
ResponderEliminarEs el que más me sirvió de inspiración...
Eliminarlo vi en fotos desnudos y esta pa.......
ResponderEliminar¡Qué suerte! Si las tienes, me las podías mandar...
ResponderEliminarestan en un video de youtube puesta.
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=bBwJTJ4wPL0
y este video creo que es el que tu te basaste
https://www.youtube.com/watch?v=5J0grhZ-Js0
Gracias, ya los vi. También hay fotos sueltas.
EliminarJo, ¡lo que te he echado de menos!
ResponderEliminarMuy buen relato, y con el final abierto: ¡habrá que ver las fotos que han hecho! ¿no?
Me alegro que hayas vuelto a publicar tus relatos. Un saludo
Gracias. Saco algunos que tenía atascados.
ResponderEliminaren este video hay mas fotos que las sueltas que encontre
ResponderEliminarDe todos modos ya estoy preparando otra historia...
Eliminarmuchas gracias majo que gozada de relato gracias por volver a deleitarnos me encanto que morbo gracias y un besazo no nos dejes mas por favor
ResponderEliminarGracias. Ya iré añadiendo algunos más...
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