miércoles, 28 de octubre de 2015

Nuevas amistades en la playa


Fui a una playa nudista pues, aunque todavía no hacía tiempo para bañarse, me apetecía disfrutar de la brisa marina y el ambiente de libertad. Era una cala no muy grande y prácticamente estaba desierta. Solo hacia un extremo una familia joven jugaba con los niños. Como soy temeroso de los atracones de sol, iba provisto de una sombrilla que instalé en un recodo protegido del viento. También llevaba un reposo para la espalda y, extendida la toalla, me acomodé plácidamente. Aunque traía prensa y un libro, de momento me apeteció quedarme con la mente en blanco.

Al cabo de un rato apareció un hombre grandote, de unos cincuenta años, en pantalón corto, camisa abierta y una toalla en la mano. Vi que daba una mirada general y pensé enseguida que no me importaría nada que se pusiera cerca de donde estaba yo. Tenía una pinta estupenda y, si como era de prever, se desnudaba, debía resultar impresionante. Pareció que mi deseo se cumplía porque dirigió sus pasos hacia mi recodo. “¡Hola!”, saludó, “Este es mi rincón favorito… Espero que no te moleste compartirlo”. Devolví el saludo con el corazón acelerado y contesté un soso: “¡Faltaría más!”. Soltó la toalla a poca distancia y comentó sobre la sombrilla: “Vienes bien equipado…”. “Si quieres, hay sitio”, no dudé en ofrecer. “Si acaso luego, para la cabeza”. Ya se quitó en un santiamén la camisa y el pantalón sin calzoncillos. Allí de pie delante de mí, se mostró con toda naturalidad. Con una buena barriga, muslos robustos y peludos, aunque no en exceso, el sexo en reposo lo tuve a la altura de mi cara. Se giró agachándose para estirar la toalla. Un culo rotundo, con los huevos asomando al final de la raja, se ofreció a mi vista.

Se tumbó bocarriba a pleno sol, con los brazos estirados a los lados y con los ojos cerrados. Así pude revisar a gusto su viril cuerpo. La barriga le subía y bajaba con la respiración, y los huevos, aupados sobre la juntura de los muslos, desplazaban ligeramente hacia un lado la polla, ahora no tan contraída. Me sacó de su contemplación su voz: “¡Esto es una delicia!”. Como daba pie al palique, le pregunté: “¿No te cogerá demasiado sol?”. “Tengo la piel dura”, contestó. De todos modos le ofrecí: “Tengo crema, si quieres”. “Si acaso luego me pones un poco… Ahora, cuando esté bien sudado, me daré un chapuzón”. Aunque la primera frase me sorprendió, me limité a comentar la segunda. “El agua estará todavía muy fría…”. “Eso me gusta, revitaliza cantidad”. Se pasó ya un buen rato inmóvil y en silencio. Su piel iba brillando por el sudor.

Cogí el libro y lo ojeaba sin leer. Me volvía su expresión de “si acaso luego me pones crema”, y trataba de convencerme de que debió ser un lapsus queriendo decir que le dejaría ponerse de mi crema. De pronto, con un resoplido, se incorporó. Se giró quedando a cuatro patas, alisó la toalla y se dejó caer bocabajo. Levantó un poco el culo para meter una mano y dejar bien colocado el paquete. Quedó estirado y apoyado sobre los codos. El culo, orondo y firme, lucía el suave vello humedecido por el sudor y una raja bien marcada. Aproveché para ponerme de pie y estirar un poco las piernas, así como para aflojar la polla que había empezado a empinárseme. Él habló sin mirarme. “Lo malo de esto es la sed que se pasa… Se me ha olvidado coger el agua que tengo en el coche”. Inmediatamente ofrecí: “Yo tengo aquí y aún estará fresca”. Señalé una bolsa térmica. “Te paso una botella”. Él se incorporó y quedó sentado con las rodillas dobladas. “Sí que vienes bien provisto… Pero no quiero abusar”. “¡Venga ya”, le dije poniendo en su mano la botella. Mientras bebía pude observar que su polla, al haberse librado del calor del aplastamiento, aparecía bastante más crecida. “¡Uf, qué rica! ¡Gracias!”. Me devolvió la botella y se puso de pie. Estaba todo sudado y efectivamente su polla, aunque no erecta, pendía gruesa y descapullada. Se desperezó, brazos en alto y estirando el cuerpo. “¡Ahora sí que me doy un baño de impresión! ¿No te animas?”. Decliné la invitación a mi pesar. A paso ligero se dirigió hacia la orilla, cimbreando el sólido cuerpo. Aunque al adentrarse en el agua, tuvo un momentáneo encogimiento, avanzó más y se zambulló de cabeza. Reflotó y dio varias brazadas, pero pronto volvió a la orilla.

Ya habían llegado algunas personas más que se hallaban dispersas, pero nadie más con planes de darse un baño. Se acercó deprisa sacudiéndose el agua. “¿Fría?”, le pregunté. “Pero deliciosa… Me siento nuevo”. No recurrió a la toalla. “Ahora a secarme al sol”. Pero antes se agachó para rebuscar en un bolsillo de la camisa y sacó un purito. “Uno de mis vicios…”, comentó, “¿Tú fumas?”. “Conseguí dejarlo hace tiempo”, contesté. Lo encendió y se quedó de pie orientado hacia el sol. En inequívoca alusión a su polla que ahora estaba al mínimo, comentó: “Con el frío se le encoge a uno todo”. Yo me había vuelto a sentar y no podía evitar el estar pendiente de la variación de sus poses para absorber el calor solar. Casi quise creer que se recreaba mostrándose a poca distancia de mí. Apagó el purito a medias sobre unas rocas y dejó los restos ocultos.

Vino hacia mí preguntando: “¿Qué tal me irá esa crema que me ofreciste?”. “Te puede aliviar el golpe de sol”, y la saqué decidido de la bolsa. “¿Me podrías poner por detrás?”, pidió tan tranquilo. Pensé que había oído bien lo que dijo antes. Se quedó plantado dándome la espalda. Me faltó tiempo para aplicarle unos pegotes en los hombros y empezar a extenderlos por espalda y brazos, que él separaba del cuerpo para facilitarme la tarea. Hacía esfuerzos para que no se me notara temblor en las manos al contacto con la cálida piel. Fui frenando al llegar a la cintura, pero dijo resuelto: “No te pares. En este tipo de playa se le quema a uno todo”. Menos mal que no me veía la cara al incitarme a  que le embadurnara el culo. Desde luego, el sobeo de los glúteos lo hice a conciencia, pasando por encima de la raja que mantenía apretada. Ya bajé incluso por los muslos y las pantorrillas. Él se dejaba hacer impertérrito. “Sí que refresca, sí… Buenas manos”, se limitó a comentar cuando acabé. Me sorprendió sin embargo que enseguida se fuera a tumbar de nuevo bocarriba sobre la toalla. “¿No te pones también por delante?”, pregunté. “Es verdad… Lo puedo hacer aquí”, dijo tan pancho. Pero enseguida mostró las manos. “Se me ha pegado arena… Ya que estás ¿te importaría seguir tú?”. Se me entremezclaban el asombro por su actitud desinhibida, por no decir descaro, y el efecto de imán que ejercía sobre mí su cuerpo puesto a mi disposición de ese modo. De todos modos no me pude estar de ironizar. “Esto ya es hacer de masajista…”. “Si te parece que abuso…”, dejó caer. “¡No, hombre, no! Si me divierte…”. Con los ojos cerrados, se estiró relajado. Con las manos untadas fui moldeando las tetas, cuyos pezones de buena gana habría pellizcado, mientras los dedos se me enredaban en el vello. Bajé por la barriga que inflaba su respiración y, al llegar al inicio del pubis, salté lo que seguía, que se mantenía en reposo, pero para nada encogido, y pasé a los muslos y el resto de las piernas. Cuando oí que decía: “¿No te dejas algo?”, repliqué tontamente: “¿Ahí también?”. “Es piel sensible ¿no crees?”. Sin hablar ya, puse mis manos resbalosas en la polla y la embadurné con la mayor delicadeza. Al principio la noté blanda entre mis dedos pero, cuando pasé a manosear los huevos, se fue elevando poco a poco. Casi se me escapó: “¡Vaya!”. “¿Te asusta?”, preguntó él. Solo dije: “Era de esperar…”. Se incorporó apoyando las manos hacia atrás y sonriendo soltó: “Cuando se está a gusto…”. “Creo que he hecho todo lo que se puede hacer aquí”, reconocí. Porque una cosa era ponerse cremas, que a nadie le iba a extrañar en esta playa, y otra pasar a mayores ante el público. “¿Te gustaría hacer más?”, preguntó incisivo. “¿Tú qué crees?”, le devolví la pregunta. “Es que no he visto que te animaras demasiado…”, remarcó. “Tampoco es que te hayas fijado mucho”. Porque desde su aparición había estado empalmado con frecuencia, aunque quizás sin atreverme a mostrarlo tan a las claras como hacía él. “Estamos disfrutando con lo que podemos ahora ¿no te parece?”, y añadió. “¿Me acoges en tu sombrilla?”. Como no había mucho espacio, señaló: “Me basta con que me proteja la cabeza. Yo estaba sentado y él tiró de su toalla y se tumbó con la cabeza rozando mi muslo. Su polla aún mostraba bastante alegría. “Me ha gustado mucho cómo me has puesto la crema”, dijo en tono suave. “Ya lo he notado… Me ha encantado hacerlo”.

De pronto se dio la vuelta por completo y su boca quedó sobre mi muslo. Lo beso y dijo: “Si tapas un poco con tu bolsa, podré hacer algo que me apetece mucho”. La corrí hasta que quedó frente a su tronco y mi pierna. Se adelantó un poco más y su cara alcanzó mi entrepierna. Jugando con la lengua dio con mi polla y la sorbió. Se me puso completamente dura dentro de su boca y fue mamando con suavidad. Usaba con tanta eficacia labios y lengua, sin apenas mover la cabeza, que una oleada de placer me iba inundando. Le avisé: “Si sigues así, no respondo”. Sin detenerse, me dio unos golpecitos en la pierna como queriendo decir que eso era lo que pretendía. No tardó mucho en conseguirlo, pues me corrí con un gusto inmenso. No me soltó hasta que lo hubo tragado todo. Luego levantó la cara y me miró sonriente: “¿Ves como también sé hacer cosas agradables?”. Yo había quedado con la respiración entrecortada y él aprovechó para ponerse de pie. “Ahora voy a remojarme otra vez… En cuanto me seque un poco, tendré que irme”.

Fue ligero al agua y repitió el breve baño. Regresó y también quedó de pie escurriéndose y absorbiendo el calor del sol. “Esta vez la he encontrado menos fría, pero estoy entonado”. No pude menos que decir: “Siento que te tengas que ir así…”. “¿Porque no me he desfogado como tú? Por eso no te preocupes… Me lo he pasado muy bien seduciéndote”, concluyó riendo. Pero a continuación añadió: “Si quieres que nos volvamos a ver, pasado mañana vendré con unos amigos. Estaremos todo el día bien equipados”. “Entonces vas a estar muy ocupado…”, alegué. “¡Qué va! Son muy simpáticos. Les caerás bien… Me gustaría mucho que vinieras”. Ya se vistió rápido y me dio un cálido beso en los labios. Cuando despareció de mi vista, me acerqué a la orilla. Pero solo llegué a mojarme los pies.

Por supuesto no falté a la cita dos días después. Cuando llegué, el recodo estaba ya ocupado… ¡y de qué manera! Había montada una tienda de excursión con su toldo desplegado, así como una nevera portátil y diversas bolsas. Divisé a mi ligue que, en su espléndida desnudez mojada, debía acabar de salir del agua. Trajinaban por allí otros dos hombres. Uno, regordete y bastante peludo, de unos cuarenta años. Otro, de más de cincuenta, robusto y de piel muy clara, ornada de vello dorado. Mi ligue me hizo señas para que me acercara. Me presentó como su invitado y me besaron todos. Los otros dos eran pareja, franceses que hablaban muy bien castellano, y que estaban recorriendo la costa. Aunque yo seguía deslumbrado por mi ligue, no dejé de apreciar lo buenos que estaban los franceses desnudos, cada uno en su estilo. Mientras disponía mis bártulos y me quitaba la ropa, mi ligue bromeó. “Como ves, no eres el único bien organizado”. No hizo falta que abriera mi sombrilla porque el toldo era suficiente. Además mis compañeros no parecían ser muy partidarios de buscar la sombra. Los tres se daban chapuzones, lo cual me hizo tener cierto complejo. Pero verlos secarse al sol era un espectáculo de lo más reconfortante.

Llegó la hora de la comida y la pareja extendió una lona bajo el toldo. En el centro se colocaron las provisiones y nos acomodamos alrededor. Tal como estaba orientada la tienda con su toldo, se había creado un ambiente de bastante intimidad. Todos demostramos tener buen saque y la comida, abundante pero no pesada, fue cayendo entre charlas y bromas. La pareja no se privaba de mostrar sus afectos, con unos achuchones que a veces tenían consecuencias en sus entrepiernas. Mi ligue me dirigía miradas cargadas  de picardía y gestos insinuantes, dejando entender que me reservaba alguna sorpresa.

Una vez hubimos recogido, la pareja decidió hacer una siesta al sol, limitándose a cubrirse las cabezas con gorras livianas. Mi ligue no tardó en proponer: “¿Y si nos encerramos dentro de la tienda?”. “¿Es para lo que me imagino?”, volví a preguntar encantado. La tienda daba casi lo justo para dos colchonetas juntas y no permitía estar del todo de pie. Pero poca falta nos hacía… Él se dejó caer con toda su humanidad bocarriba. “¡Qué ganas tenía de esto!”. Me deslicé a su lado. “Supongo que no hará falta la excusa de la crema…”, dije. Su cuerpo se me ofrecía al sobeo más voluptuoso y me entregué a un masajeo en seco, que él agradecía con murmullos de complacencia. La polla se le puso bien tiesa aún antes de que me ocupara de ella. La acaricié disfrutando de su consistencia mientras le palpaba los huevos bien pegados entre los muslos. Lo que no pude llegar a hacer el otro día estaba ahora a mi alcance. Abrí la boca y sorbí la polla con ansia. Mi mamada lo hacía estremecer. “¡Para, para, que no hay que correr!” pidió. A continuación echó sobre mi todo su cuerpo y me besó cortándome la respiración. Fue deslizándose hacia abajo hasta encontrar mi polla, que mostró su dureza al dejar de estar aplastada. “¿Así estás ya? Eso me gusta…”, comentó. La chupó un poco con ternura y dijo: “Desearía que me follaras”. Poseer ese orondo culo no podía atraerme más. “¿Dejarás que te lo coma antes?”, pedí con morbo. “¡Todo tuyo! ¡Pónmelo a tono!”. Se giró y tiré de sus anchas caderas para que quedara elevado. Lo manoseé con lujuria sintiendo en mis dedos el vello suave que lo poblaba. Le abrí la raja y pude ver el punto oscuro con bordes rosáceos. Hundí la cara para besarlo y repasarlo con la lengua. “¡Uuuhhh, cómo me estás calentando!”, exclamó él. Una vez bien ensalivado le metí un dedo y froté. “¡Mete ya otra cosa!”, me instó él. La tenía tiesa y ansiosa, así que no me costó nada cumplir su deseo. “¡Wow, qué bruto!”, protestó. “Es lo que querías ¿no?, repliqué. “¡Folla folla!”, exigió acomodándose. Muy a gusto que lo hice y el ardor de su recto se me trasmitió a todo el cuerpo. Me moví con soltura dentro del generoso culo. “¡Oh, qué vicio tengo! ¡Cómo me gusta!”, proclamaba él. Estaba tan concentrado que apenas lo oía. Quería que durara aquella agitación y a la vez me impulsaba el deseo de vaciarme. Cuando dijo: “¡La quiero toda, eh!”, no aguanté más y el fluido fue pasando de mi polla a su caliente interior. Me aparté y él se girón lentamente hasta quedar bocarriba, con una sonrisa satisfecha. “¡Qué buena follada!”. Llevó una mano a su polla, que había estado aplastada. “Si no me corro, me da algo”. Hice el gesto de colaborar, pero me frenó. “Tú descansa, que ya me apaño”. Enseguida se le endureció la polla y su frotación suave produjo una irrupción mansa y abundante de leche. “¡Puaf! Si ya la tenía a punto”, dijo relajándose finalmente.

Cuando salimos de la tienda, la pareja estaba en el agua y, al vernos, nos saludaron agitando las manos. Mi ligue se apuntó enseguida. “Me hace falta un remojón ¿No te animas?”. Estaba tan sofocado que, esta vez, me decidí a arrostrar el frío y acompañarlo. Solo soporté el primer chapuzón y esperé en la orilla que ellos acabaran de chapotear para entonarse. Sabía que los franceses pasarían la noche acampados, pero ignoraba los planes de mi ligue. Cuando éste me dijo: “Yo me quedo a dormir con ellos ¿Por qué no te animas?”, me quedé extrañado. “¿Todos en esa tienda?”. “¡Umm! ¿No te da morbo?”, replicó él con una sonrisa pícara. Así que me dejé convencer. Cenamos y sobre todo bebimos en abundancia al amor de una hoguera.

Cuando llegó la hora de acostarse, los cuatro, bastante cargados, por no decir borrachos, nos embutimos como pudimos en la tienda sobre las dos colchonetas. El frescor de la noche lo combatíamos con el alcohol que habíamos ingerido y el acoplamiento de nuestros cuerpos. En lo brumoso de mi mente, no diría que fuera una noche de sexo a tope, si por ello se entiende folladas a tutiplén. Pero más de una teta chupé y me chuparon, y pasó por mi boca más de una polla, así como la mía también ocupó otras bocas. Nos fuimos despertando en un maremágnum de brazos y piernas.

Me ofrecí para acercarme con el coche al bar más cercano para traer cafés bien cargados y cruasanes. Al volver, los franceses ya habían desmontado su tinglado y estaban listos para reemprender su ruta. Se despidieron muy cariñosamente y quedamos solos mi ligue y yo. Saturados como estábamos de playa, decidimos marcharnos también. Como cada uno llevaba su coche y las direcciones eran opuestas, intercambiamos teléfonos y señas. Solo añadiré que fue el comienzo de una gran amistad.

jueves, 22 de octubre de 2015

Manifestación de taxistas


Me excita mucho ver imágenes en la que aparecen hombres desnudos entre gente vestida. Sobre todo cuando se trata de maduros gruesos que muestran sus velludas redondeces y sus sexos con toda naturalidad. Estos comportamientos no siempre tienen una directa connotación sexual. Aparte de la deliberada provocación, también se da el simple hecho de sentirse a gusto con el propio cuerpo y aprovechar las ocasiones de mostrarlo en libertad. Por otra parte, a los que disfrutan con ello se le detecta enseguida. O al menos yo así lo percibo.

Recuerdo que, no hace mucho, hubo una manifestación de taxistas. El lema de su queja era “Con el culo al aire”, lo cual picó mi curiosidad. Ya en la caravana que organizaron muchos de ellos iban con el torso desnudo. Al llegar al final de la marcha y una vez que dejaron los coches, en una plaza en la que los esperaban los medios informativos, un nutrido grupo se concentró para montar su número. Bastantes de ellos empezaron a soltarse los cinturones y bajarse los pantalones, que algunos hasta se quitaron del todo, quedándose en calzoncillos. En la euforia que se desata en estas actuaciones colectivas, mi atención se iba hacia varios tíos impresionantes, gruesos y velludos. Como expresión plástica de su protesta formaron una fila, se volvieron de espaldas y, para todos los que quisieran ver, fotografiar o filmar –entre ellos yo con mi móvil–, se bajaron simultáneamente los calzoncillos. Me fascinaron algunos culos de individuos maduros, gordos y más o menos peludos. Pero lo más interesante fueron las reacciones posteriores de alegría casi infantiloide por el eco de su exhibición, que de paso propiciaba palmadas y abrazos entre ellos. La mayoría, con los calzoncillos ya subidos, reían y comentaban el evento. Pero más de uno, joven o no tanto, lo recogió del suelo y, sin ninguna prisa por volverse a cubrir, lo llevaba en la mano mientras se movía por allí en desnudo integral.

De éstos me fascinó particularmente un cincuentón gordote y velludo, que era uno de los que más jaleo había armado todo el rato, y al que se le notaba lo a gusto que se sentía mostrándose en cueros. Llamaba la atención dando botes y volteando el calzoncillo con un brazo en alto mientras lanzaba consignas. Desde luego estaba muy bien dotado, con una gruesa polla que saltaba sobre los huevos en la peluda entrepierna. Hasta se daba manotazos en el orondo culo. Pese a que el ambiente se iba calmando y ya casi todos recomponían su ropa, el tipo seguía paseándose con un entusiasmo desbocado. Se notaba que disfrutaba haciendo notar su descaro y atrayendo las miradas de sus compañeros y del público. Le hice bastantes fotos, aunque prefería no perdérmelo en vivo. Desafiaba divertido las puyas que le soltaban: “¡Joer, tío, sí que le has cogido gusto!”, “Parece que quieras presumir”, “¡Culo gordo, tápate ya!”, “No te vayas a empalmar”, “Van a venir los antidisturbios y te van a dar con la manguera”. Él iba replicando: “¡Pa un día que se puede!”, “¿No has visto nunca a un tío en pelotas?”, “El que mira es porque le gusta”. Al fin fue cediendo y, sin perder el buen humor, se puso los calzoncillos mal encajados. Aún deambuló así en busca de sus pantalones mientras el grupo se dispersaba. Se los puso y, con el tetudo torso desnudo, que era como había llegado, fue en busca de su taxi. Lo seguí a distancia embelesado y hasta se me ocurrió tontamente apuntarme la matrícula y el número de la licencia. Como si volver a dar con él fuera más fácil que encontrar una aguja en un pajar. Pero en mis retinas –y también en mi móvil, que no paraba de revisar– quedó grabada la visión de aquel hombre que, sin complejos, aprovechó la ocasión para disfrutar de su desnudo en público.

Cosas de la vida, al cabo de unos días, salía yo de unos grandes almacenes del centro y, junto a la acera, había una larga lista de taxis. No era mi intención coger ninguno, pero tuve que pasar por su lado. Me dio un vuelco el corazón cuando, hacia la mitad de la fila, me pareció reconocer a aquel taxista, con el culo apoyado en el capó de su vehículo. Por supuesto que iba vestido, pero por más que me decía que era fruto de mi imaginación, a medida que me acercaba me convencía más de que era él. No pude resistirme entonces al impulso de aprovechar el azar y me quedé al acecho del lento desfile de los que iban delante. Pasé así más de media hora, nervioso con que me lo fueran a pisar. Cuando al fin quedó el primero, me precipité a tomarlo. Una vez dentro me saludó sonriente y se me ocurrió darle una dirección bastante alejada. “¡Vamos allá!” dijo él. Aunque su indumentaria ahora era muy diferente, los fornidos brazos velludos y el rostro simpático que veía en el retrovisor bastaban para evocarlo aquel día. Me decidí a sacar el tema. “Ahora que lo veo, usted me suena de algo”. “Igual de algún otro servicio”, dijo él. Hice como que pensaba y volví al ataque. “¿Estuvo en la manifestación de hace unos días?”. “Allí estaba, sí”. “Vaya fin de fiesta que organizaron ¿eh?”. Se rio. “¡Vaya que sí!… ¿De eso me recuerda?”. “Se destacó bastante”, dije procurando que sonara neutro. Rio más fuerte. “La verdad es que sí, pero me quedé a gusto”. “Así parecía”. Me miró por el retrovisor y argumentó: “¿Es que uno, porque sea mayor y gordo, no puede hacer lo mismo que los jovencitos y tíos cachas que hasta hacen calendarios para sacar dinero?”. “Si tiene toda la razón…”, lo azucé. “Además también me desquité de que el verano pasado me sancionaran por ir de servicio con pantalón corto… Me dije: ¡No quieren que enseñe pierna, pues ahí ves todo lo que tengo… y bien gordo!”. Ahora reí yo y lo jaleé. “¡Sí señor, bien dicho! … Y la verdad es que me resultó muy divertido”. Se le notaba satisfecho con su desahogo y me aventuré a decirle: “Saqué unas fotos… En algunas creo que sale usted”. “¿Ah, sí? Pues me gustaría verlas, porque las que han puesto en la prensa están censuradas”. Podía haber sacado el móvil allí mismo y, si acaso, haría un alto para mirarlas. Pero se me ocurrió probar con otra táctica y mentí. “¡Qué lástima! Precisamente hoy, al salir de casa, vi que estaba mal de batería y lo dejé cargando”. Hizo un mohín de disgusto y aguardé su reacción. Dijo lo que había esperado. “¿Vamos en dirección a su casa? Porque podía subir un momento para enseñármelas”. Como me había inventado la ruta, tuve que improvisar. “No, iba a comprar unas cosas… Pero no me corre prisa. Nos podemos desviar por aquí aunque demos un rodeo”. La cosa funcionó. “No se preocupe, que no le cobraré la carrera. Pero si no le es molestia que abuse así… Es que tengo curiosidad”. “Y yo también, ahora que lo he conocido”, concluí. En el nuevo trayecto el hombre siguió explayándose. “Yo es que nunca me he avergonzado de que me vean y hasta me divierte fijarme en las reacciones… Un amigo me dice que tengo cosas de maricón ¿pero qué tendrá que ver eso? Además, si a alguno le pone mirarme, pues que disfrute… Aunque con mis años y mi pinta no creo que eso pase mucho”. Aproveché para aclarar. “Mayor y robusto también se puede resultar atractivo…”. “Es posible… Y no crea… Como me gusta ir a la playa nudista, me doy cuenta de las miradas que me echan algunos… Las mujeres menos, porque a esas parece que le van más los flacos, pero tíos… ¡Pues muy bien! Y hasta lo agradezco, si le soy sincero”. “¡Claro, hombre! Es que hay demasiados prejuicios”, le seguí la corriente, encantado de la deriva de su locuacidad. “¡Y tanto que sí! …Mire, ya que es usted tan comprensivo, ni siquiera me he molestado si me han dado algún toque… Sin ir más lejos el otro día ¿cree que, con tanto jolgorio, no noté más de una intención en los abrazos y palmadas? Si hasta el culo me tocaban”. Se interrumpió riendo. “¡Hala, aprovechad la ocasión!, me decía yo”. No pude menos que exclamar: “¡Cómo me alegro de haber vuelto a dar con usted! ¡Es único!”. Halagado, aún siguió. “Ya ve ahora mismo… Voy con usted a su casa para que me enseñe las fotos en que salgo desnudo ¿Me importa por qué me las hizo? Para nada… ¡Como si quisiera hacerme más!”. Esto último no supe si tomármelo como un mero refuerzo retórico a su argumentación y preferí desviar la conversación a otro tema que también me interesaba conocer. “A todo esto va usted a perder la tarde de trabajo”. “De todos modos, ésta iba a ser la última carrera”. “¿Lo esperan en casa?”. “No, si vivo solo… Estuve casado hace tiempo pero no funcionó. Mi mujer me dejó por un tío flaco que si le soplabas se caía”, dijo riendo. “Yo también vivo solo”, dije a mi vez. “Lo suponía. No me iba a llevar a su casa para ver las fotos con familia por allí”.

Llegados al piso, tuve que hacer una maniobra de despiste para hacer ver que no llevaba el móvil encima. Le dije: “Voy a conectar el móvil al ordenador y así se verá mejor”. “¿Mientras, le importaría que pase por el baño?”, pidió educadamente. “¡Faltaría más! Es la primera puerta en el pasillo”. Y se me ocurrió añadir en broma, aunque en el fondo lo deseaba: “A ver si me va a aparecer en pelotas para dar más ambiente”. Soltó una carcajada. “Pues no sería mala cosa…”. Me temblaban las manos en las conexiones por si se le ocurría hacerlo. Agucé el oído para captar los sonidos: cisterna, grifo y un silencio esperanzador, que se cortó sin embargo cuando abrió la puerta. Seguía igual de vestido y pensé que me había hecho demasiadas fantasías. “¿Qué, ya está eso a punto?”. En el último momento había recordado que, de las fotos que saqué de la manifestación, en las últimas solo lo estuve enfocando a él y hasta algunas con zoom. Cuando yo me las veía me sabían a poco, pero ahora me daba cuenta del exceso descarado. No me daba tiempo sin embargo a expurgarlas e iban a pasar una tras otra. Solo me cabía confiar en que, dada la vena narcisista del taxista, la reiteración no le sorprendiera demasiado. Nos sentamos en dos sillas juntas ante la mesa del ordenador y yo había de ir pasando las fotos con el ratón. Se le notaba lleno de curiosidad y, pegado a mí, se tocaban nuestras piernas y más aún los brazos, por las mangas cortas de los dos. El roce de sus vellos me daba escalofríos, pero él parecía no apreciarlo. Pasé unas fotos del grupo enseñando los culos, que él comentaba alborozado. “¡Joder, qué colección!”, “Ese es el mío… Destaca ¿eh?”. Pero se convirtió en monotema desde el momento en que se quedó desnudo. Se le veía de frente, de atrás, de perfil, agitando brazo en alto los calzoncillos, en desplantes provocadores… Se reía encantado entrechocando conmigo y poniendo la mano en mi brazo. “¡Qué bien he salido! …Bueno, tal como soy”, “Sí que me hizo fotos”. Pero no había asomo de extrañeza en su voz. Quise despistar. “Iba usted tan agitado que alguna ha salido movida”. Él seguía a lo suyo. “Me lo pasé estupendamente”. Llegaron las del zoom, que enfocaban partes de su anatomía. Pese a mis temores, todavía le divirtieron más. “Qué Barrigón que soy”, “Pedazo culo”, “Mira la polla qué bien sale”. Y añadió: “No me esperaba yo todas estas…”. “¿Pero le gustan?”, pregunté receloso. “¡Claro que sí! Me alegro de que estuviera allí”. Aproveche para decir algo que hacía rato me venía rondando. “Creo que podemos dejar de hablarnos de usted ¿no?”. “Es verdad… La costumbre con los clientes”. “A estas alturas no me considero un cliente…”. Se rio dándome una cariñosa palmada en el hombro. “¡Desde luego, eres todo un amigo!”.

No quería que en este momento se creara una situación vacía que lo llevara a considerar llegado el momento de irse. Por eso dije: “Con esto de las fotos no se me ha ocurrido ofrecerte algo… ¿Te hace una cerveza?”. “¡Pues vale! Si no tienes algo que hacer”. “Yo no ¿y tú?”. “Para ver la tele en casa…”, contestó irónico. Traje de la cocina un par cervezas y dije: “No vamos a seguir ahí tiesos en las sillas… El sofá es más cómodo”. Nos sentamos y me gustó seguir allí juntos. Volví a sacar el tema de las fotos porque me rondaba por la cabeza algo que quedó flotando en el aire cuando se explicaba en el taxi acerca de que no le importaría si quisiera hacerle más. “Así que te ha merecido la pena ver las fotos ¿eh?”. “¡Claro! Ha sido muy divertido verme en acción”. Insistí. “Eso que no son de muy buena calidad… Lástima que no hubiese llevado mi cámara, que las hace mejores”. Pareció picar. “¿Tienes una cámara? ¿Y es buena?”. “Bastante…”, y añadí en tono neutro: “En interiores también salen muy bien”. Di en el clavo porque comentó: “Mira, pues de esas nunca me han hecho”. “¿Te refieres a como estabas en la manifestación?”. “¿Por qué no? Ya sabes que no tengo manías con eso”, contestó animado. Estaba poniéndomelo en bandeja, de modo que me ofrecí. “Hombre, yo si quieres…”. “Es que me haría gracia ¿No te importaría?”. Hube de controlar mi entusiasmo y dije: “No voy a ver más de lo que ya he visto”. Se le iluminó la cara. “¡Qué majo eres!”. Casi me abraza. No había más que decidir, de modo que dispuse: “Busco la cámara y mientras te preparas”. “¿Me desnudo entonces?”, preguntó casi incrédulo. “Se trata de eso ¿no? ¿O ahora te va a dar corte?”. “¡De eso nada!”, y ya se estaba soltando en cinturón.

Aunque trataba de mantener la sangra fría, estuve a punto de tirar una lámpara al  sacar la cámara. Él fue rápido porque, cuando volví a la sala, ya estaba completamente desnudo y hasta descalzo. La impresión de verlo allí fue desde luego mucho más fuerte que en la manifestación. Pero él sonreía como si tal cosa. “¿Vas a hacer muchas?”, preguntó. “Con estas cámaras digitales se puede hacer cientos”. “¡Hombre, tantas no!”, se rio. Se movió de un lado para otro buscando una ubicación. “¿Crees que saldré tan bien como en las de calle?”. “¡Hombre, mejor! …Como de estudio”. De pronto se me ocurrió una idea atrevida que no dudé en manifestar. “Me pasa una cosa…” dejé caer. Me miró intrigado y añadí: “Es que me siento raro contigo desnudo y yo vestido… Tal vez si te imitara…”. “¡Pues claro! Si estás en tu casa… Nos sentiremos los dos más cómodos”, dijo enseguida. Así que me desnudé rápido y con decisión para que no se me notara demasiado el temblor de las manos. Me observó satisfecho. “¿Ves qué bien? Si es como mejor se está…”. También bromeó: “Estás más gordito de lo que parecía ¿eh?”. “Así haremos menos contraste”, repliqué. La verdad es que me sentí más liberado, aun a riesgo de que, con tanto mirarlo, enfocarlo y retratarlo, mi cuerpo tuviera alguna reacción delatora. Pero hasta eso me daba morbo, por averiguar cómo se lo tomaría, ya que se había declarado tan comprensivo.

Puesto manos a la obra le sugerí: “Primero te haré unas de pie y luego, sentado… Todas con naturalidad, como si te cogiera por sorpresa ¿Te parece?”. Su naturalidad era lo suficientemente expresiva para que resultara provocadora de por sí. Ponía los brazos en jara o se agachaba con las manos en las  rodillas, de frente o de espaldas; miraba un cuadro de perfil, se desperezaba, ponía brazos y piernas en aspas, se apoyaba en una mesa… Luego se sentaba en una silla con las piernas cruzadas o separadas. Llegué a comentarle: “Pareces un modelo profesional”. “Ya veremos los resultados…”, replicó ufano. A veces no podía evitar quedarme mirándolo embelesado con la cámara bajada, lo que no le pasó desapercibido. Me pilló por sorpresa al decir: “Yo te gusto ¿verdad?”. Intenté una salida ambigua. “Hombre, si no me gustaras no estarías aquí”. “Quiero decir que te pongo”, explicó directo pero sin perder la sonrisa. “¿Por qué lo dices?”, pregunté ya atrapado. “Con la de fotos que me hiciste a mí solo el otro día lo he supuesto”, dijo sin inmutarse. “¿Eso te hace estar incómodo?”, pregunté ya en un tácito reconocimiento. “¡Para nada! Si ya sabes lo que pienso… Hasta me alegro, porque así las fotos serán mejores”. Acompañó con risas su última frase. Tranquilizado, y de paso más excitado, dije: “Entonces seguimos ¿no?”. “¡Por supuesto! No tienes porqué disimular conmigo”. De todos modos las circunstancias habían cambiado y dudaba de cuáles serían los límites de su permisividad. Una vez más me sorprendió cuando preguntó: “¿Te gustaría hacerme algunas fotos guarrindongas?”. “¿Tocándote y eso?”, repregunté tontamente. “Me hará gracia ver cómo resultan… Y a ti no creo que te vayan a escandalizar”, contestó irónico. “Tú mandas. Pero te advierto que me voy a poner a cien”, avisé. “Por eso no te preocupes. No me voy a asustar”, y volvió a reír.

“Me echo en el sofá ¿vale?”, dijo para que empezara. “¡Tú mismo! Ponte guarrindongo, como dices”, pero añadí: “Hay algo que me gustaría preguntarte. ¿Tú cómo te las apañas para desfogarte? …Ya me entiendes”. No dudó en responder: “¡Uf! Para eso soy un desastre… Pajas y alguna vez de putas. Pero no me las follo, que estoy muy gordo. Me tumbo y que me la chupen”. “Bueno es saberlo”, dejé caer. Lo pasó por alto y fue a lo suyo. “Me voy a tocar para que se me ponga tiesa ¿Vale?”. Hice algunas fotos mientras se la meneaba. Oí que comentaba: “¡Joer, se te ha puesto dura antes que a mí!”. “No te debería extrañar a estas alturas”, dije cínicamente. No tardó en emularme y quise pensar que mi estado también lo había estimulado. Si la polla ya le lucía en descanso, ahora estaba magnífica. No me privé de soltarle: “¡Vaya pollón que te gastas!”. “No es para tanto… ¿Sigo meneándomela?”. “Pero a ver si te vas a correr”. “Eso al final, para que se vea saliendo la leche”. “Sí que vas lanzado…”. Me mordí la lengua para no decir que ya me gustaría sacársela yo.

“¿Por qué no te pones ahora de culo? Ahí tienes buen material”, propuse. Rio. “Gordo y peludo ¿Eso te gusta?”. “No me provoques…”, puse tono de broma, aunque lo decía muy en serio. Tan tranquilo, movió su corpachón y puso las rodillas algo separadas sobre el sofá, volcándose sobre el respaldo. “¿Así está bien?”. “¡Cómo te diría…!”. Ya no estaba yo dispuesto a disimular más. Aquél culazo con la raja sombreada de vello y los  huevos colgando entre los muslos me ponía malo. Me arrodillé para enfocarlo mejor. Su pregunta me sorprendió. “¿Se me ve el ojete?”. “Hombre, tendrías que abrirte más la raja…”. “A ver así”. Apoyó más el pecho sobre el respaldo y llevó una mano a cada cachete y estiró hacia los lados. “Tengo curiosidad por saber cómo se ve”, explicó. De la hondonada asomó un círculo fruncido, que fotografié a varias distancias. “¡Ya está! Espero que te guste”, avisé. Él se rio. “¡Qué cosas te está tocando hacer!”. “Si me lo estás haciendo pasar la mar de bien…”, dije encantado.

Ya se dejó caer otra vez bocarriba sobre el sofá. “¡Uf! Con tantas posturitas se cansa uno”, dijo algo sofocado y con la polla de nuevo en reposo. “Tómate un respiro, que no hay prisa”. Se fijó en la erección que se me mantenía. “¡Joer, cómo sigues!”. “Ya sabes por qué”, repliqué. Se quedó pensativo y dijo con la ecuanimidad de que hacía gala: “Supongo que tendrás ganas de meterme mano”. “Ya has visto que no te he tocado ni un pelo”. “Estás siendo muy buena persona… Te dije que no me molestaba si al alguien se le iba la mano”. Casi me sentí irritado y exageré la nota. “Pero es que tocar por tocar de refilón no es lo mío…”. Su reacción fue decirme: “Anda, deja ahora la cámara y siéntate aquí a mi lado”. Lo hice así expectante, con la erección ya más calmada. “Me lo estoy pasando muy bien con esta relación tan de confianza entre nosotros… Pero solo he pensado en mí mismo y he seguido presumiendo al ver que te excitabas”, dijo con expresión seria por primera vez. “Cada uno es como es… Y estoy teniendo una buena experiencia contigo”. Entonces me pasó un brazo por los hombros y me atrajo hacia él. “Ahora soy yo quien te está metiendo mano”, dijo con un cierto tono burlón. Este gesto afectuoso me puso la piel de gallina. Me arrebujé en su abrazo y una mano se me fue sobre su muslo. Por romper el silencio se me ocurrió decir: “Por cierto, aún me falta hacerte fotos corriéndote ¿No las querías también?”. Me devolvió la pelota: “¿No va a ser un desperdicio?”. No supe qué responder. Pero habló él. “Dicen que los tíos la chupan mejor que las tías”. “Supongo que no se puede generalizar”, dije con la voz pastosa. “Yo, con mi barriga, ni veo a quién tengo por abajo”, soltó.

No pude más. “¿Me estás invitando?”. “¡Joder! Estamos aquí los dos arrimados en pelotas, me la he puesto dura y he enseñado el culo para que les saques fotos y he visto cómo te empalmas ¿Me voy a tener que hacer una paja para que me salga la leche si tú estás deseando hacérmelo mejor?”. De lo nervioso que estaba dije tontamente: “Así no podría hacer las fotos…”. “¡A hacer puñetas las fotos! Ya me has hecho bastantes”. Desplazó mi mano del muslo a su polla. “¿Te lo digo más claro?”. Yo tocaba la polla, pero aún no me atrevía a cerrar la mano sobre ella. “No quisiera…”. Me interrumpió. “Si yo lo he estado buscando… Tanto divertirme lo de poner cachondos a los tíos y luego venir aquí a meneármela para que me saques fotos”. Dije lo que estaba notando bajo mi mano. “Pues se te está volviendo a poner dura”. “Eso es que el cuerpo entiende las cosas antes que el coco… ¡Joder, haz algo ya!”. Ahora mi mano se acoplaba a la polla y la frotaba suavemente, descubriendo y volviendo a cubrir el lustroso capullo. Él se fue echando hacia atrás hasta quedar reclinado sobre el sofá. “¿Quieres que me tape tu barriga?”, bromeé para dar escape a la intensidad del deseo que me embargaba. “¡Calla ya y haz lo que te pida el cuerpo!”.

Me incliné y fui metiendo poco a poco la polla en mi boca. Aunque estaba loco de excitación, traté de no precipitarme. Combinaba las succiones con lamidas por el duro tronco y el capullo. Al notar la vibración de su cuerpo me exaltaba aún más. “¡Ufa!”, exclamó, “Va ser cierto eso que dicen”. Yo no quería soltarlo de ninguna manera, por más que fuera diciendo: “¡Joder, cómo estoy ya”, “El que avisa no es traidor”. Tuve que cogerme de sus muslos para que las sucesivas sacudidas de todo su cuerpo no me arrebataran de la boca la polla que expelía borbotones de abundante leche. Sus resoplidos sonorizaban mi absorción, que me estaba sabiendo a gloria. “¡La ostia, qué gustazo!”, declaró con la respiración acelerada. “El gusto ha sido mío”, repliqué. Su buen humor seguía intacto. “¿Ves? Si me hubieras hecho antes las fotos que faltan no habrías tenido que tragar tanto”.

Él seguía reclinado en el sofá, con la polla en recesión. Pero, cuando me puse de pie a su lado, mi erección era insolente. La miró y puso cara de circunstancias. “¿Qué podría hacer yo por ti?”. Como me hacía cargo de que inmediatamente después de una descarga como la que había tenido el ánimo erótico decrece, y más en su caso, de una experiencia tan nueva, contesté enseguida: “No te preocupes… Voy ya tan cargado que a poco que me la menee estallo”. “Al menos puedo tocar ¿no?”, dijo cogiéndomela con una mano. No lo iba a rechazar ni mucho menos. “¡Uf, me vas a dar la puntilla!”. Pocos frotes necesitó para que empezara a disparar. Intenté desviarme para que la leche no le cayera encima. Pero él me siguió sujetando y me vacié sobre su pecho. “¡Umm! Te habrás quedado a gusto ¿no?”, dijo esperando que acabara de gotear. “No menos que tú”, repliqué en un resuello. Se limpió tranquilamente la mano sobre su propio pecho. “Te traigo una toalla”, ofrecí solícito. “¡Espera, que no quema!”, rio. Se enderezó un poco en el sofá para que me sentara a su lado. “Bueno, pasó y no se ha hundido el mundo”, dijo risueño. Le devolví la ironía. “¡Menos mal! No querría sentirme responsable de tu perdición”. “Más que perdido, creo que estaba tomando carrerilla para tirarme a la piscina”, aclaró. “Me alegro de que cayeras en la mía”, concluí.

El taxista se levantó del sofá desentumeciéndose. “Permite que mee otra vez y me lave un poco”. “Te puedes duchar, si te apetece”. “Ya lo haré en casa antes de acostarme”. Me salió del alma: “¿Por qué no te quedas a dormir? Para hacerlo solo…”. Entonces me miró sonriente. “Deja que haga la digestión y tome aire. Que esto no le pasa a uno todos los días”. Pero añadió enseguida: “Mañana tengo un día complicado con turnos en el aeropuerto, que nunca se sabe cómo irán. Pero pasado, en cuanto pueda, me planto aquí para ver las fotos de hoy… Si te va bien”. “¿No me va a ir?, dije encantado, “Las prepararé para verlas en el televisor”. “¡Uf, menuda estrella porno!”, se rio. “Ya sabes lo que puede pasar ¿no?”, dejé caer. “¿Te he dado la impresión de que me chupo el dedo?”.

Nueva nota informativa


Después de varios meses de sequía, por fin me decido a ir publicando de nuevo algunos de los relatos que tenía esbozados y que he logrado terminar. Unos serán más largos y otros más cortos, pero al menos espero que vuelvan a interesar a los que me venían siguiendo. Mi agradecimiento a todos los que me han pedido y hasta reclamado la continuidad, y con los que me disculpo por haber sido parco en las respuestas. En fin, a ver si unos cuantos relatos más animan mi decaído blog.
Se me ha ocurrido también ir recuperando poco a poco algunas de las fotos que ilustraban las historias. Así se puede alegrar la vista al terminar de leerlas.