Mi amigo desde tiempo
inmemorial, cincuentón y grandote –del que ya he relatado muchas de sus rocambolescas
peripecias eróticas, aunque últimamente estaba un poco más calmado–, me contó
un ligue que le acababa de surgir y en el que dejó demostrada la vigencia del
refrán “genio y figura…” (Aquí lo llamaré Sergio)
Había asistido a un
cocktail promocional en la zona de negocios y, a media tarde, sofocado por su
vestimenta de punta en blanco, aunque iba ya un poco cargado, le apeteció una
última copa. Entró en un bar de lo más chic y se plantó en la larga barra. No
había mucha gente y se fijó en que, al poco rato, entraba otro hombre solo, tan
bien trajeado como él. Primero fue a situarse más alejado pero, tras recorrer
con la mirada el local, antes de que el camarero lo atendiera, se acercó
significativamente a Sergio. Éste captó la maniobra y lo observó con mayor
atención. Era de edad similar a la suya y bastante robusto. Se le ocurrió
dirigirle una sonrisa a modo de saludo, que el otro aprovechó para pegar la
hebra. “¿Qué tomas?”. Sergio le indicó su whisky de 21 años. “Buena elección.
Pediré lo mismo”. Una vez atendido, continuó: “¿Vienes mucho por aquí?”. “No.
He entrado de pura casualidad”, aseveró Sergio. “Me gustan las casualidades…”. Ante
lo cual Sergio se puso en guardia. “Yo he salido un rato para tomarme un
respiro… Mi empresa está aquí al lado”, continuó el otro. “¿Trabajas ahí?”.
“Bueno, digamos que es mía”. “¡Vaya, afortunado!”, le salió a Sergio. “No
creas… He de ir con mucho cuidado para según qué cosas”. “Supongo que sé por
dónde vas”. “¿Tanto se me nota?”, preguntó sonriendo, para añadir: “Si te
apeteciera venir conmigo…”. A Sergio le extrañó: “¿A tu empresa? ¿Me la quieres
enseñar?”. La segunda pregunta no dejó de sonar un tanto ambigua y los dos se
rieron. “Aunque parezca paradójico, el sitio más seguro para ciertos encuentros
es mi propio despacho. Frecuentemente tengo visitas muy confidenciales en las
que me aíslo por completo, y tú podrías pasar por una de ellas…”. Aquí es donde
Sergio, antes de decidir si aceptaría, tuvo
una de esas ocurrencias suyas que le salen casi sin pensarlas: “Es que yo cobro
¿sabes?”. Su interlocutor se mostró lógicamente sorprendido: “¡Qué dices! Nadie
lo imaginaría por tu aspecto…”. Nada de rectificar y dejarlo en una boutade por parte de Sergio, que se
limitó a mantenerle la mirada, aunque supuso que se le había acabado el ligue.
Sin embargo el otro reaccionó de forma también inesperada: “¿Sabes lo que te
digo? Prefiero pagarle a un tipo como tú, que es el que me atrae, que a los
jóvenes que suelen ofrecerse”. Ahora fue Sergio quien preguntó superando su
propia incredulidad: “¿Así que quieres que vaya contigo?”. “¿Por qué no? Me
gustas y estoy seguro de que serás una buena inversión”.
Así fue cómo Sergio se
encontró autoconvertido en prostituto y, una vez dado el paso, no estaba
dispuesto a meter la marcha atrás. Antes bien, rápidamente se puso el chip de
profesional del sexo, decidido a cumplir con rigor.
Pocos pasos tuvieron
que dar por la calle para acceder a un edificio high tech, por el que uno casi se perdía de tantos ascensores y
pasillos. Accedieron por fin a las dependencias de la empresa y a Sergio casi
le daba corte recorrer aquel dédalo de cubículos a uno y otro lado llenos de
currantes afanosos ¿En ese ambiente se iba a dar el jefe un revolcón con él?
Llegaron ante una solemne puerta a cuyo lado se aposentaba una pizpireta
secretaria, que los saludó con una educada sonrisa. A ella se dirigió el jefe con voz firme,
mientras abría la puerta y hacía pasar a Sergio: “Marisa, ya se puede marchar
hoy, porque tenemos un asunto delicado y no quiero interrupciones ni llamadas”.
Ya dentro, el jefe antes de nada cerró la puerta con varias vueltas de llave.
“Ya ves donde tengo que esconderme… Pero aquí estamos seguros”. Enseguida miró
de arriba abajo a Sergio. “Desde luego das el pego ¡Vaya buena planta!”,
comentó. “No mejor que la tuya”, correspondió aquél. “Eso estarás obligado a decirlo
¿no?”, replicó el jefe con tono irónico. Lo cual sirvió a Sergio como
recordatorio del papel que había asumido. Así que pasó por alto la puya y
ofreció: “Pues tú dirás lo que hacemos…”. “No tendrás prisa ¿verdad?”, preguntó
el jefe como para ganar tiempo mientras decidía. “¡Claro que no! El tiempo que quieras…
y para lo que quieras”, lo incitó Sergio. Pero el otro aún dijo: “¿Sabes que
verte aquí ahora me inspira respeto?”. “Pues no he venido precisamente para que
me respetes…”. “Ya, ya… Quítate al menos la chaqueta y la corbata”. “¿Por qué
no me las quitas tú?”, lo provocó. Aceptó la sugerencia y se acercó con la mirada
brillante. Le deshizo primero la corbata y soltó un botón. “Puedes seguir…”, lo
animó. Siguió con algunos más y apareció el pecho velludo, que acarició adentrando
una mano hasta una teta.
“Hueles a hombre”.
Esto sorprendió a Sergio, que temió que hubieran pasado los efectos de la
concienzuda ducha y del desodorante de media mañana. “¡¿Mal?!”. “¡Qué dices, si
me encanta esta fragancia caliente!”. Sobaba con dedicación por el pecho y el
estómago, hasta que se decidió a quitarle la chaqueta, arrimando los cuerpos
para hacerla deslizar. Sergio aprovechó para sujetarlo de las caderas y
restregarle el paquete. “Está duro por ahí abajo…”, comentó el jefe con voz
excitada. “¿Qué pensabas? ¿Qué soy insensible a tus caricias?”. Ya se apresuró
a despojarlo de la camisa, que cayó con los faldones aún remetidos en el
pantalón. “¡Tiarrón que eres! Justo lo que me va”. “Entero para ti… ¡Ahora
verás!”. Porque, aunque no tenía prisa, Sergio
pensó que el jefe estaba resultando demasiado contemplativo. Así que, con decidido
proceder, se echó abajo pantalón y eslip. La polla liberada tenía ya un buen
engorde. “¡Uf, qué maravilla! No me canso de mirarte”. “Si tocas no me rompo”.
Se decidió a agarrársela y, aunque a Sergio no dejaba de darle morbo el
contraste entre su desnudez y la vestimenta del otro, aprovechó para hacer un
intento de quitarle la chaqueta. Pero lo detuvo. “Todo a su tiempo”. ¡A la
orden! El que paga manda, se dijo para sí Sergio.
Mientras seguía
sobándosela con una mano muy caliente, el jefe señaló la larga y pulimentada
mesa de reuniones que ocupaba una buen parte del gran despacho. “¿Sabes? En las
pesadas sesiones muchas veces tengo la fantasía de un tipo como tú por ahí
encima, y con mis colegas sentados alrededor con cara de pasmo”. Sergio se
imaginó enseguida la escena y le dio mucho morbo. “¿Por qué no te subes y te
paseas un poco?”. “¡Cómo no!”. Usando una silla de escalón trepó sobre la mesa.
Como ya iba descalzo tuvo una cierta inseguridad resbalosa, pero pronto se
afianzó y se desplazó con parsimonioso exhibicionismo. Lo miraba alelado y
entonces Sergio completó provocadoramente su fantasía. “…Y yo ofreciéndoles la
polla para que me la chupen”, adornándolo con gestos obscenos. “¡Pues ahora lo
voy hacer yo! ¡Ven para acá!”. Sergio se acercó al borde de la mesa, donde la
polla le quedaba justo a la altura de la cara. La cogió con dos dedos, la
examinó y se decidió a pasar la lengua por el capullo. Sergio impulsó las
caderas hacia delante y fue traspasando sus labios. Quedó bien amorrado y al
fin mamó con tal ansia que puso burro a Sergio, y más si pensaba en ejecutivos
pasándolo de uno a otro. Sus murmullos de gusto hicieron parar al jefe y
preguntar: “¿Va bien?”. “Tan bien que como sigas me corro”. “¡Tan pronto no!”,
exclamó alarmado. “¡Tranquilo, que aguanto lo que haga falta!”.
A Sergio le estaba
empezando a parecer ridículo seguir allí arriba en pelotas y que el otro
siguiera de traje completo. Aunque se daba cuenta de que, con el papelón que
había asumido, era el cliente quien dictaba las reglas, se decidió a incitarlo.
“¡Venga, a ver esas fantasías! O si no, me bajo y te dejo en cueros, que ya
tengo ganas de ver lo que tapas tanto”. El jefe se rio distendido. “¡Espera,
que me apetece una cosa! Tiéndete bocarriba y deja la cabeza fuera de la mesa”.
Así que Sergio, obedeciendo, quedó panza al aire y con la cabeza colgando. Le
sorprendió ver del revés que se bajara los pantalones. “¡Mira cómo me has
puesto!”. Le acercó entonces la polla, de muy buen tamaño y en erección. La
cazó con la boca y, mientras la mamaba, el jefe le pellizcaba con fuerza los
pezones; la polla tiesa se le bamboleaba por los sobresaltos que le causaban
los despiadados pinzamientos. Excitado, el jefe explicó: “Te quiero follar pero
también me gustaría que luego me lo hicieras tú a mí ¿Podrá ser?”. “¡Por
supuesto que sí!”, respondió Sergio de inmediato. Por lo visto iba a resultar
que era como él, en lo de dar y tomar. “¡Pues vamos allá!”, exclamó el jefe, y
lo dejó con la boca abierta y sin polla.
Mientras Sergio se
bajaba de la mesa, el otro aprovechó para quitarse del todo los pantalones,
pero siguió con chaqueta y corbata. “¿Cómo lo quieres hacer?”, preguntó
obsequioso. “Échate sobre la mesa y mantén las piernas separadas”. ¡A la orden!
Se colocó como pedía, con el culo a su entera disposición. Sergio se preguntó
si se lo pretendería hacer a la brava y en seco, pero, cuando notó que le abría
la raja con las manos y le caía en ella un escupitajo, supo que optaba por el
método más simple. Alabando lo apetitoso del culo, le hizo una inmisericorde
entrada de dedos… uno, dos e, incluso, hasta tres. Sergio se alegró de que su
ojete fuera bastante elástico. Claro que, a continuación, la polla le entró
como la seda. Ya de otro cantar era el ímpetu que le ponía a la jodienda. Se
meneaba como un poseso y Sergio tuvo que afirmar tanto los codos y las piernas
que casi no le daba tiempo a cogerle el gusto. Encima no se corrió sino que,
como el que desenvaina una espada, lo soltó diciendo: “Prefiero reservarme”.
Dejó a Sergio un poco
desconcertado, pero él seguía con su plan. “Túmbate otra vez en la mesa, hacia
el centro”. Trepó pues de nuevo y se colocó como decía. La polla se le había
aflojado un poco y al jefe no le pasó desapercibido. Así que, cuando éste se
subió también a la mesa, se le acercó gateando y se amorró tras decir “¡Voy a
ponértela dura!”. Buena mamada, pero la justa para sus fines. Luego, en
cuclillas y con chaqueta y camisa arremangadas por encima de la barriga, se
movió con saltitos de rana. A Sergio le admiró su agilidad a pesar del
sobrepeso…; debía ser frecuentador de gimnasios. Le entró por la cabeza y pasó
el culo sobre su cara, a la vez que comprobaba si la polla estaba ya a su
gusto. El culo era poco peludo y recio. Siguiendo su ejemplo Sergio le abrió la
raja. No escupió, sino que la lamió con abundante salivación. El dedo lo usó lo
imprescindible para extender la saliva; prefería que el ojete no quedara
demasiado dilatado previamente. Sin cambiar de postura, el jefe se dio media
vuelta posicionando el culo al alcance de la polla. Soltó una mano de la ropa y
se la llevó atrás para cogerla y dirigírsela al punto exacto. Se fue dejando
caer con esfuerzos para metérsela entera y el rostro contraído. Una vez
logrado, subía y bajaba con una precisión gimnástica. Dejadas ya caer chaqueta
y camisa, entre los faldones le aparecía su polla, que iba golpeando en la
barriga de Sergio. A éste le proporcionaba cada vez más gusto lo prieto del
culo y le dio por meter las manos por dentro de la camisa. Las tetas eran duras
y peludas, adecuadas para ser magreadas. Al sentir los apretones, el jefe
jaleó. “¡Dale, dale!”. De pronto se paró y, con la polla clavada a tope, echó
mano a la suya y se puso a meneársela sobre la barriga de Sergio. Éste veía
venir lo que iba a pasar y se entretuvo sobándole los muslos, contrariado
porque su jodienda se iba a quedar a medias. Y pasó que la leche le cayó por el
pecho y hasta le salpicó la cara. “¡Puaf, vaya corrida!”, exclamó el jefe como
si Sergio no estuviera debajo. Aunque al sacarse la polla lo miró: “Qué
desastre ¿no? …Espera un momento”. Bajó de la mesa y trajo una caja de pañuelos
de papel. Se limpió con uno y le pasó la caja. “Toma, antes de que se te
seque”.
Sergio se sintió un
tanto grotesco, allí bocarriba y con la polla aún dura. Se sentó con las piernas
cruzadas, dudando de si bajarse o no de la mesa. Le sorprendió que el jefe ahora
se estuviera quitando la ropa de arriba, pero dio su explicación: “Me daba
morbo hacer trajeado lo que he hecho, aunque ahora me siento incómodo… Además
tú querías verme ¿no?”. A buenas horas, pensó Sergio, pero dijo: “Es que tienes
muy buen cuerpo”. La verdad es que, desnudo, apreció lo que solo había intuido
por la visión a retazos que le había permitido: cuerpo recio, con algún
michelín, y vello muy bien repartido. Por eso aún le sabía peor que se quedaría
sin descargar, si el jefe ya estaba saciado, que era el que mandaba. Hasta
llegó a pensar en pedirle permiso para hacerse una paja y salir de penas.
Pero la suerte le
sonrió, porque el jefe se le acercó meloso y puso las manos en sus rodillas.
“Me ha encantado sentir tu polla dentro de mí y me gustaría que remataras la
faena… A saber cuándo podré volver a disfrutar de algo así”. “¿Eso quieres?”,
preguntó Sergio un tanto incrédulo. “Sí, y que me lo hagas como más te guste”.
Con lo cargado que iba, Sergio no estaba ahora para posturitas, pero por
prestigio debía coronar su intervención con algo de qualité. De la mesa tan dura ya estaba harto y le echó el ojo a una
mullida alfombra extendida ante un sofá. “Te vas a tender bocabajo ahí”, dije
dando ahora él la orden. El jefe lo hizo encantado con la idea. Sergio fue detrás de él y le separó los muslos con sus rodillas.
Le apetecía mucho poseer ya ese culo que ahora veía con otra perspectiva, pero
se contuvo y antes se echó sobre su espalda. Iba a saber lo que era un polvo
con clase. Le restregaba el pecho, haciéndole sentir su peso. De paso la polla
iba deslizándose morbosamente entre los muslos hasta raja, aplazando la
penetración. Le gustó oírle decir: “¡Hay que ver cómo sabes poner a tono!”.
Entonces fue cuando, orientando con disimulo la polla, la calvó con un golpe
certero. “¡Uy, eso ha sido a traición!”, exclamó el jefe. “Ya me tienes dentro
¿No es lo que querías?”. “¡Claro! Aún mejor que lo de antes”. Empezó a moverse
con un ritmo variado. “¡Sí, sí, no te vayas a salir!”. Aguantó todo lo que
pudo, hasta que avisó: “Me voy a correr ¿sigo?”. “¡Sigue, sigue, no te pares!”.
Por fin largó lo que se le había ido acumulando y se salió poco a poco. “Si me
lo llego a perder…”, reflexionó el jefe girando el cuerpo.
Ya se pusieron los dos
de pie y Sergio le dijo: “Bueno, si no quieres nada más…”. “Ha sido perfecto… Tendremos
que salir juntos; ya no quedará nadie. Así que nos vestimos, te pago y nos
vamos. Le dio lo acordado previamente, que Sergio no sabía si era mucho o poco.
Lo que no se le ocurrió fue deshacer el entuerto, más aún cuando el jefe
comentó: “Desde luego ha valido la pena”. Recorrieron los espacios vacíos sin
hablar, lo acompañó hasta la calle y, al darle sobriamente la mano, preguntó:
“¿Seguirás disponible?”. “Supongo que sí”, respondió Sergio. “Pues tal vez… ¿Me
darías un teléfono?”. No lo dudó y el jefe tomó nota. A continuación volvió
adentro para bajar al parking. Sergio comprendió que, una vez acabado el
servicio, no procedía que le hubiera ofrecido llevarlo al algún sitio.
Hola FELIZ AÑO atrazado soy el que te escribio la anterior vez de Costa Rica la verda estuba bastante bueno este primer relato te tengo una pregunta nunca se te a acurido pantear alguno de los relatos tuyos como la algun clip o pelicula la verdad seria genial Saludos
ResponderEliminarFeliz año también. Tendré en cuenta tu sugerencia, aunque lo veo difícil. Saludos
EliminarLlevo varias horas leyendo tus relatos y no puedo parar de lo bueno que están. Saludos Genio!
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