El lance mercenario de
Sergio tuvo sin embargo continuidad.
Pasaron bastantes días y ya casi se había olvidado de ello. Pero tuvo una
llamada de un número desconocido. “Soy con quien estuviste en mi despacho ¿me
recuerdas?”. “¡Claro que sí!”, dijo Sergio haciendo memoria. “Es que me
gustaría volver a contar contigo…”. “Tú dirás”, y con esto Sergio volvió a
dejarse enganchar en su propia ocurrencia. “Verás, es que lo que te quiero
proponer preferiría explicártelo en persona ¿Tendrías inconveniente en
encontrarnos en el bar donde nos conocimos? Te llevará poco tiempo, pero así
podrás entenderlo mejor”. Sergio no pudo menos que aceptar, incitado por el
morboso gusanillo de la curiosidad. Cuando llegó al bar, el jefe ya estaba
sentado en una mesa algo apartada. Como esta vez no hacía falta ningún paripé
de vestuario, Sergio, a tono con el calor reinante, se limitó a llevar una sutil
camisa veraniega. Ello dio lugar a que el saludo del jefe se completara con un
sentido: “¡Desde luego estás impresionante!”. Entrados en materia, el jefe explicó:
“Van a venir dos colegas extranjeros con los que espero hacer buenos negocios.
Conozco sus aficiones, muy similares a las mías, y me gustaría darles una
sorpresa”. Sergio lo interrumpió: “¿Yo sería esa sorpresa?”. “Sí, pero hay
detalles que quiero que aceptes… Habrá un pequeño catering que tú deberías
servir…”. “¿En pelotas?”, soltó Sergio. “¡No, hombre, no!”, replicó el jefe
riendo la ocurrencia. “Solo que el camarero les resulte lo suficientemente
atractivo para aguzar su deseo. Y así, cuando vayan comprobando tu
disponibilidad para mucho más que servir el catering,
se entusiasmen”. Insistió: “Así que no te contrato para que hagas de camarero
cachas… Esto solo es el pretexto. Ya me entiendes ¿no?”. “Así que me meterán
mano…”, razonó Sergio. “Seguro que tú sabrás facilitarles las cosas… Por
supuesto tendrás una buena compensación”. “¡Hecho!”, aceptó sin pensárselo dos
veces. “¿Y cómo me tendré que disfrazar?”. “Deberías venir un rato antes como
uno más de los asistentes al encuentro. Mi secretaria te vio el otro día y
sería raro que te presentaras como camarero. Luego la despacharé, diciéndole
que nos serviremos nosotros mismos”. “Entonces habré de traer también ropa
alternativa”. “No hará falta. Como contaremos con tiempo, tendré preparadas
algunas prendas para que escojamos las más adecuadas”. Ya solo le quedó a Sergio
esperar la confirmación de la cita, la mar de divertido imaginando su papel de
camarero putón ¿Cómo serían los invitados? ¿Valdría la pena darles marcha? Con
el jefe no se lo había pasado mal después de todo y, por poco que los
calentara, alguna follada caería.
Repitió el ritual de
la anterior ocasión, perfectamente trajeado. La secretaria lo recibió
obsequiosa, como si lo conociera de toda la vida. Una vez introducido en el
despacho, oyó las instrucciones que daba el jefe a aquélla. “Marisa, ahora voy
a hacer los preparativos de la reunión con este señor y no quiero que nos
molesten por ningún concepto. El catering
ha quedado perfecto e iremos dando cuenta de él si se alarga la noche. Usted ya
se puede marchar porque, dada la importancia que tienen los visitantes, yo
mismo saldré a recibirlos en cuanto me avisen de su llegada en recepción”. Así
quedaron los dos en la intimidad del
gran despacho. La novedad era un buffet con abundancia de delicatessen y
bebidas. “¡Ahí tienes tus dominios!”, dijo el jefe en tono irónico. “Será mejor
que te quites esa ropa tan formal… Ahora veremos qué encontramos para que no
enseñes demasiado desde el primer momento”. Sergio se despojó rápidamente hasta
de los calzoncillos, mientras el jefe sacaba unas bolsas de un armario, aunque
la verlo no se contuvo de expresar: “¡Lástima que hoy he de quedarme en segundo
plano! Si no, te daría un revolcón ahora mismo”. Pero enseguida se preocupó de
la puesta en escena. “Como ves el buffet está montado deliberadamente un poco typical spanish. Algo hortera, pero a
los que vienen les molará. Así quedarás bien con un atuendo de tabernero ¿qué
te parece?”. Sergio empezó poniéndose una camisa blanca de satén sedoso y sin
cuello. Bien arremangado, y con un desabotonado generoso, lucía bastante.
Sonó el móvil del jefe
y acudió raudo a recibir a los visitantes. Sergio quedó en posición de firmes
junto al buffet, muy regocijado por su papel de camarero de pega. No tardó en
abrirse la puerta y el jefe hizo pasar a los dos colegas, ignorando el buffet y
a su servidor, aunque Sergio no dejó de percibir alguna mirada de reojo.
También él aprovechó la ocasión para tomar las medidas a los recién llegados.
Uno era de aspecto nórdico, corpulento y coloradote; el otro, oriental, más
bajo y regordete. Se sentaron en un extremo de la larga mesa, con el jefe
presidiendo y una a cada lado. Enseguida empezaron a sacar documentos de sus carteras, hablando en inglés. Sergio
captaba casi todo, aunque no se interesó en los tecnicismos. Lo que sí temió
fue que su intervención se demorara, porque ya le apretaba demasiado el tanga.
Pero el jefe tenía
calculado que, antes de inducirlos a las firmas, la sorpresa encarnada en mí
habría de disipar cualquier reticencia. Así que propuso un inicial brindis con
champagne que serviría “nuestro gentil camarero”, para a continuación tomar
fuerzas en el buffet, atendidos con su “original estilo”. Ahora sí que las
miradas de los dos invitados recorrieron a Sergio de la cabeza a los pies. Éste,
muy profesional, ya se estaba acercando con una bandeja que contenía una
botella y tres copas. Parsimoniosamente, dejándose ver, depositó la bandeja
y puso una copa, con su correspondiente
posavasos, ante cada uno de los sentados. Pero, con unas poco ortodoxas
maneras, se arrimaba descaradamente a los codos que reposaban en los brazos de
las butacas. A continuación, descorchó la botella y, al llenar con lentitud las
copas para que se redujera el burbujeo, se las apañaba para que el roce con los
codos, que los otros ya procuraron dejar bien salidos, fuera directo al
paquete. Los invitados no eran tontos y dirigieron una mirada interrogativa al
jefe. “Espero que os agrade el servicio”, dijo éste con sonrisa ladina. Sergio
se había colocado hierático al lado del jefe, quien le indicó que se inclinara
para susurrarle algo al oído. Luego levantó su copa. “Brindemos por la grata
velada que nos aguarda”. Los otros lo imitaron y casi les sale el champagne por
las narices, porque Sergio acababa de desabotonar la camisa y se la iba
quitando. Mientras el jefe le soltaba el cinto rojo y explicaba: “Es mi
sorpresa para que lo pasemos bien… ¿No es así?”. Esto último lo dirigió a Sergio,
quien, manteniendo aún las formalidades, confirmó: “Los señores me tienen para
lo que les apetezca”. Lo que hizo coincidir con un tirón del pantalón, que cayó
desarmado al suelo. Un doble “¡¡oh!!” salió de la boca de los sorprendidos ante
la visión del robusto cuerpo apenas velado por el provocativo tanga. “Creo que
he acertado con vuestros gustos”. El jefe rio satisfecho.
A continuación se
levantó y cedió su butaca a Sergio para que la usara de peldaño y se subiera a
la mesa. ¡Vaya, la fantasía de ejecutivos!, se dijo Sergio, ¡A calentarlos!. Se
quedó sentado en medio del semicírculo que formaban los tres, con el cuerpo
hacia atrás apoyado en las palmas de las manos, y las rodillas subidas y
separadas. La deslizante superficie de la mesa facilitaba que pudiera ir
girando en redondo, para ir ofreciendo la lúbrica perspectiva de su polla
pugnado por desbordar el tanga. El grandote, congestionado, ya se había soltado
la corbata y se abría el cuello de la camisa. El oriental se quitó la chaqueta
para acodarse con más comodidad sobre la mesa y poder mirar más de cerca. El
jefe, por su cuenta, ya se acariciaba el paquete. Antes de darles tiempo a que
le echaran mano, Sergio se levantó de un salto. Hizo un gesto como de
desperezarse elevando los brazos y tensando todo el cuerpo. Ello provocó que la
polla no resistiera más y saliera retadora por un lado del tanga. Los dos
invitados se pusieron de pie como impulsados por un resorte y el grandote ya
llevaba una mano hacia la polla. Pero, antes de que lo tocara, Sergio aprovechó
para hacer que se quitara la chaqueta. El oriental, impaciente, metió un dedo
por la tira trasera del tanga para atraer a Sergio. “¡Calma, colegas, que no
hay que precipitarse! Tenemos tiempo de sobra para disfrutar…”, avisó el jefe.
Y añadió algo que le pareció de perlas a Sergio, que no se resignaba a ser el
único despelotado: “¿Qué os parece si nos ponemos tan cómodos como ya lo está
nuestro amigo y pasamos al buffet? Podremos así combinar gula y lujuria ¡ja,
ja, ja!”. Él empezó a predicar con el ejemplo y a quitarse la ropa y los otros,
sofocados, lo siguieron a pies juntillas. De momento, los tres conservaron los
calzoncillos. Sergio, mientras, volvió a capturar a duras penas la polla con el
tanga, bajó de la mesa y se dirigió al buffet, encantado con la marcha que
estaba dispuesto a darle a su rol de licencioso camarero.
Porque, aparte del
jefe al que ya tenía catado, los otros no tenían desperdicio. El grandote era
rubicundo, con dos buenas tetas cayéndole sobre la barriga; sus calzoncillos blancos
tentaban a averiguar lo que cubría. El oriental tenía un cuerpo redondeado y,
para sorpresa de Sergio, bastante velludo y con un sicalíptico taparrabos que
competía con el tanga de Sergio. Por lo que se refería al jefe, con unos
provocativos boxers ad hoc, reconoció
que no le importaría volver a darle un repaso.
Una vez que atacaron
el buffet, se creó un ambiente de camaradería sensual en el que me amigo se
integró ya como uno más, y su obsequiosidad al atenderlos iba encaminada a
mostrarse como el mejor manjar. Porque los invitados, zascandileando en paños
menores, abordaron con entusiasmo el opíparo yantar. Con la boca llena y las
manos ocupadas con platos y copas, que Sergio se cuidaba de irles colmando, éste
propiciaba a la vez roces que les recordaran para qué estaba él allí.
Al fin el grandote
dejó libre una mano y, aprovechando que Sergio estaba de espaldas, se la plantó
en el culo con un enérgico sobeo. Sergio, fingiendo sorpresa, se fue girando y
le quitó la copa que el otro aún sujetaba. Intercambiaron entonces manoseó de
tetas, que al grandote lo puso a cien. Excitación que se incrementó cuando bajó
hasta el tanga y comprobó la dureza cautiva que Sergio mantenía. Éste, con
deleite, dejó que le hurgara hasta que el tanga quedó convertido en un guiñapo
bajo los huevos. Sergio consideró llegado el momento de investigar por la
abertura de los calzoncillos del grandote. Le complació dar con una verga
contundente y húmeda que se endurecía en su mano. Entretenido con ella, se dio
cuenta de que el oriental se había agachado tras él y le estaba bajando la
tirilla trasera del tanga, con lo que éste acabó ya por los suelos. El manoseo
del culo le encantó a Sergio, que ya decidió dejar al grandote en cueros. Se
inclinó y atrapó la verga con la boca, mientras sentía la lengua del oriental
empapándole la raja. Como los resoplidos del grandote aconsejaban no
precipitarse y además debía repartirse más equitativamente, se dio la vuelta
para ofrecerle la polla al oriental, que la atrapó al vuelo con la boca y le daba
una experta mamada. El grandote no estaba dispuesto a quedar marginado, por lo
que se estrechó contra la espalda de Sergio, restregándole la verga por la raja
babeada. Muy a gusto Sergio habría facilitado ya la follada, pero había que
medir los tiempos y ahora aún se estaba en la fase de calentamiento extremo.
Por eso también contuvo el chupeteo del oriental y lo alzó para que trasladara
su boca a las tetas. Aprovechó también para tantear su polla, regordeta y dura.
El jefe, a todo esto, despelotado por su cuenta y recostado en un extremo del
buffet, contemplaba alborozado y sobándose la entrepierna el emparedado que se
había formado a costa de Sergio.
Ya dominaba la lujuria
sobre la gula y el buffet quedó desechado. Sergio simuló una huida, sacándose
por los pies el tanga. Como sabía que la gran mesa de reuniones era un fetiche
para los ejecutivos, se subió de nuevo a ella y se colocó provocadoramente a
cuatro patas. Los otros, desembarazándose ya de sus inútiles taparrabos, se
lanzaron a la caza. El grandote estiró por la grupa a Sergio, que resbaló sobre
las rodillas por la pulida superficie, hasta tenerlo disponible y se entregó a
una obscena degustación. Lamía y chupaba el culo y los huevos, y estiraba de la
polla por entre los muslos para acceder al capullo. El oriental entonces, con
una asombrosa agilidad, trepó sobre la mesa y se tumbó ante la cara de Sergio
para que accediera a la polla. La imagen que éste presentaba, comido por detrás
y mamando por delante, hizo que el jefe aplaudiera regocijado. Sobre todo
cuando el oriental, con fuertes palmadas a ambos lados en la mesa, dio síntomas
de un irreprimible vaciado en la boca de Sergio. Aquél se retiró algo
avergonzado de su falta de contención, aunque para él desde luego la juerga no
había acabado.
Era ahora la
sobreexcitación del grandote la que requería toda la atención de Sergio. La
verga tiesa y babeante del nórdico reclamaba ya con urgencia lo que, por su
parte, Sergio no tenía ni mucho menos inconveniente en atender. Ni aunque lo
hubiese tenido, porque aquél volvió al método del estirón, haciendo que Sergio
resbalara hasta que piernas y culo salieran de la mesa. De no ser por la
corpulencia del grandote, que hacía de muro de contención, Sergio habría caído
de bruces al suelo. Al fin quedó bien afianzado y con los codos apoyados sobre
la mesa, en espera de la arremetida que estaba a punto de encajar. La verga
nórdica apuntó certeramente al ojete de Sergio que se le ofrecía generoso. Pero
la clavada fue tan contundente que le cortó la respiración aunque, una vez
encajado disfrutó de tener dentro aquel émbolo. El grandote resoplaba y lo
embestía agarrado a sus caderas, y Sergio lo incitaba: “¡Yeah, fuck, yeah!”. No
se le escapó que el jefe y el oriental, no resignados a ser meros espectadores,
se apañaban por su cuenta. El jefe, sentado sobre la mesa con las piernas
colgando, recibía una mamada del oriental. El grandote cada vez zumbaba con más
fuerza y hacía que el culo de Sergio echara fuego, hasta que, con un rugido se
lo inundó. Tras unos segundos de recuperación, se dejó caer desmadejado en un
sillón. Sergio se incorporó y lo miró. “¿Good?”, le preguntó. “¡Wonderful!”.
Sergio se tomó un
respiro y pasó por el buffet para beber algo que lo entonara. No tardó sin
embargo en acercarse al tándem que aún formaban el oriental y el jefe. Éste se
hallaba ahora volcado hacia atrás sobre la mesa, con los pies subidos y las
rodillas plegadas, lo que posibilitaba que el oriental, dejando descansar la
polla, le lamiera los huevos y el culo. Sergio, que ya había recibido las
descargas de los dos invitados por vía bucal y anal, creyó llegado el
momento de tener él la suya. Y el culo
redondito y respingón del oriental se le aparecía como un verdadero bocatto di cardinale. Cuando éste vio
que Sergio se le arrimaba manoseándose la polla, le pareció de perlas darle
cobijo. El jefe, para no entorpecer la operación, optó por sentarse a lo indio
sobre la mesa de la que aún no se había bajado y así servir de apoyo al
oriental para el inminente ataque por la retaguardia. Sergio estaba ya que se
salía por darle gusto a su polla. Así que sin más contemplaciones, se acopló al
oriental, quien ya se sujetaba con firmeza al jefe. Se sorprendió de la
facilidad con que entraba aquello ¿Habrían jugado el jefe y él con algún
ungüento? Pero el caso era que ya estaba dentro y bien caliente, y la oronda
espalda del oriental era una estupenda agarradera. Le arreaba con ganas,
haciéndolo bufar sobre el regazo del jefe. Y, claro, acabó echándole una
corrida que lo sacó de penas.
El comportamiento
comedido, como buen anfitrión, del jefe estaba ya haciendo aguas. Después de
las persistentes mamadas del oriental, y una vez los invitados satisfechos –al
menos de momento–, debió considerar que ya le había llegado la hora de darse un
gusto. Después de todo era él quien corría con los gastos. Y el culo de Sergio
seguía ejerciendo el atractivo que merecía. Ya que estaba sobre la mesa, por lo
visto le hizo gracia que ese fuera una vez más su centro de operaciones que,
por otra parte, permitiría ofrecer a los invitados un espectáculo que
mantuviera vivas sus bajas pasiones. Así que instó a trepar también sobre
tablero a Sergio. Éste, con la polla aún goteante de la reciente follada al
oriental y el ojete irritado por la que le había endilgado el grandote, no
rehuyó sin embargo la sugerencia. A cuatro patas puso su trasero a disposición
del jefe, quien, arrodillado detrás, ya le tomaba medidas. Fue una jodienda
magistral allá arriba, que los invitados apreciaron en lo que valía, volviendo
a ponerse de lo más excitados en los sillones en que reposaban como
espectadores. Lo cual tuvo como consecuencia que Sergio no tuviera apenas tregua
tras la nueva penetración de la que –por qué no reconocerlo– había disfrutado.
Porque fue insistentemente reclamado por los sedentes pollas en ristre.
Genuflexo ante ellos se dispuso a rematarlos. Empezó por el oriental, sabiendo
que le daría menos trabajo. Y efectivamente, le bastaron unas cuantas chupadas
para que, con grititos de desahogo, se le vaciara en la boca. El grandote ya
estaba tirando impaciente de Sergio, que se abocó en la verga poderosa, más de
su gusto. Insistió en la mamada, y el nórdico le sujetaba la cabeza rezongando.
La erupción que le desbordó los labios fue tan copiosa que Sergio no pudo menos
que pensar en que, si ésta había sido la segunda descarga del grandote, cómo
sería la que le metió antes por el culo.
Se produjo un momento
de calma que el jefe aprovechó para proponer: “Creo que ahora todos necesitamos
reponer fuerzas…”. No tuvo que insistir para que los cuatro, en promiscua
desnudez, se abalanzaran sobre el buffet y las bebidas. Estaba quedando claro
que la idea del jefe de usar a Sergio como cebo había dado en la diana. La
satisfacción de los colegas era evidente y el jefe no la desperdició, acercándoles
unos cartapacios en los que estamparon complacidos sus firmas. Sergio, por
supuesto, recibió un sobre con una buena suma… y alguna solicitud de visita
hotelera.