Julio, recién
cumplidos los cincuenta, era jefe de personal de una empresa mediana en la que
gozaba de muy buena consideración. Grueso y afable, era respetado por los
empleados que valoraban su buen trato. Siempre le habían atraído hombres
mayores que él, por lo que la convivencia con aquéllos, bastante más jóvenes en
su mayoría, no le generaba ningún problema ni tentación. Hubo, sin embargo, un
reajuste empresarial que trajo consigo un cambio en el organigrama, de modo que
Julio, a quien mantuvieron en su categoría, pasó a depender de un nuevo
director. Éste, enterado de su buena reputación, pronto iba a adoptar a Julio
como su hombre de confianza. Esta novedad, sin embargo, vino a perturbar la
hasta entonces apacible vida profesional de Julio. Y no precisamente por
motivos laborales, sino por la atracción que Marcos, el nuevo director, le hizo
sentir desde el primer momento. Grandote y enérgico, de poco más de sesenta
años, encajaba al dedillo en el tipo de hombre que cautivaba a Julio.
Pero, por
singularidades del destino, resultó que a Marcos también le había hecho tilín,
y mucho, el aspecto y las buenas maneras de Julio. Con lo cual, y dado el
desconocimiento mutuo de la percepción del otro, quedaba abierto un abanico de
incógnitas de cara a la evolución de su relación. Porque Julio, con un sólido
sentido de la jerarquía y, además, de natural tímido, se esforzaría en que no
trasluciera el menor indicio de sus sentimientos. Asimismo, por lo que se
refiere a Marcos, aunque más abierto y expeditivo, no se podía permitir, desde
su respetabilidad de alto ejecutivo, que su otorgamiento de confianza a Julio,
tuviera otro sentido más allá del profesional. Éste era, pues, el punto de
partida de una jugada en que difícilmente podía preverse cómo se moverían las
piezas.
Nada de particular
tuvo que Marcos, como primera medida, le pidiera a Julio que le apeara el
tratamiento de “Señor Director” cuando se dirigiera a él; prefería el uso de
los respectivos nombres de pila. Se convirtió por lo demás en frecuente que
Marcos convocara a Julio a su despacho para tratar los asuntos de la empresa.
No era inusual que Marcos, quien demostraba una gran capacidad de trabajo,
prolongara su jornada varias horas tras el cierre de las dependencias. No tardó
Julio en ofrecerse a echarle una mano en estos casos, queriendo convencerse a
sí mismo que lo hacía por corresponder a la confianza en él depositada. Marcos,
al principio reticente a que Julio se cargara con este exceso de trabajo, acabó
agradeciendo esa ayuda extra. Lo cierto era que, en tales ocasiones, se creaba
un especial ambiente de intimidad que no desagradaba a ninguno de los dos.
Marcos se mostraba más
relajado en estos momentos y, agobiado por la calefacción que había funcionado
durante todo el día, se quedaba en mangas de camisa, se remangaba y, sin
corbata, se desabrochaba algunos botones. A Julio se le aceleraba el corazón al
reparar en los brazos regordetes y de vello suave, como el del pecho que se
entreveía. Además Marcos instaba a Julio a imitarlo: “¡Venga, Julio! ¡Ponte
cómodo, hombre!”, y no se privaba de observar la piel más velluda de Julio.
Como Marcos trabajaba con el ordenador, mientras Julio, sentado al otro lado de
la mesa, le iba suministrando datos de un cúmulo de informes y facturas, no era
raro que aquél lo reclamara a su lado para que lo ayudara a desatascar algún
embrollo informático. Entonces, la proximidad y el roce de brazos provocaban en
ambos estremecimientos, que se cuidaban muy mucho de disimular. Así podrían
haber seguido indefinidamente, por más que la atracción mutua fuera
consolidándose en su interior. Desde luego Julio habría sido incapaz de dar el
menor paso revelador de aquélla. Pero ¿y Marcos, más fogoso y extrovertido? ¿Se
arriesgaría a afrontar un hipotético y
vergonzante rechazo, que por lo demás cada vez se le aparecía como menos
probable?
Julio vivía solo y
sabía que Marcos era casado y sin hijos. Fueron estas circunstancias la que dieron
pie al último para entrar en el terreno de las confidencias. “¿Sabes, Julio?
Las noches que me quedo aquí son para mí un respiro”. “Ya veo que no tienes
prisa por irte a casa”, se atrevió a comentar Julio. “¡Uy! Mi mujer no me echa
de menos, no”. “¡Vaya! Siento oír eso”, dijo Julio educadamente. “Ya hace
tiempo que solo seguimos juntos por inercia… ¡Suerte tú, que no tienes estos
problemas!”. “Ya sabes que puedes contar conmigo”, y Julio temió que lo que
acababa de decir no venía a cuento. Pero, inesperadamente, Marcos se levantó,
rodeó la mesa y, detrás de Julio, colocó las manos sobre sus hombros, dándole
unos afectuosos apretones. “¡Suerte la mía contigo!”, expresó con voz sentida. A
Julio lo invadió un intenso deseo de llevar sus manos sobre las de Marcos, pero
su azoramiento le hizo perder la ocasión. Marcos lo soltó, pero dijo: “Hoy no
vamos a trabajar más”. Fue a abrir un armarito, del que sacó una botella y un
par de vasos. “Esto no lo habías visto… Es un whisky muy bueno que guardo para
agasajar a alguna visita”. “Es que yo…”. Julio iba a decir que no bebía, pero
Marcos lo cortó: “Yo casi tampoco… Pero ahora sí…, los dos”. Puso los vasos
delante de Julio y sirvió con generosidad. Tomó el suyo y ocupó una butaca en
el mismo lado en que se sentaba Julio, quedando así frente a frente. Se acercó
para chocar los vasos y luego separó un poco más la butaca y se arrellenó extendiendo
las piernas. Esta nueva visión de Marcos medio tumbado, que resaltaba sus
robustas formas, erizó la piel de Julio, quien dio un buen sorbo al whisky.
Para colmo, Marcos soltaba el vaso de vez en cuando y aún se estiraba más,
llevando las manos tras la nuca y haciendo que la camisa se tensara sobre el
pecho y la barriga. Julio se dio cuenta, por otra parte, de que la postura
hierática en que permanecía sentado contrastaba con la desinhibida de Marcos,
denotando demasiado su turbación. Así que optó por echar el cuerpo adelante,
con la barriga volcada sobre sus regordetes muslos, lo cual lo acercó aún más
al cuerpo de Marcos. “Apenas sé nada de ti… ¿Qué vida llevas?”. Le cogió por
sorpresa la pregunta de éste. “Bueno…, ya me ves, aquí en la empresa…”. “Eso ya
lo veo. Pero habrá algo más fuera ¿no?”. “Nada que merezca la pena contar”, se
obstinó Julio en su cerrazón. “A ver si lo adivino”. Y a Julio le entró un
sudor frío. “Poco de mujeres tú ¿verdad?”. El rubor de Julio respondió por él y
lo alivió con otro trago. “¡Oye, que no hay de qué avergonzarse!”, advirtió
Marcos con una sonrisa alentadora, y continuó más frívolo: “Pues con la de
chicos jóvenes que hay aquí estarás muy distraído”. A Julio le salió rotundo:
“¡Eso no!”. Tanto que sobresaltó a Marcos. Pero éste, tal vez porque el whisky
le inyectaba osadía, no estaba dispuesto ya a soltar la presa. “No me dirás que
te van tipos tan mayores como yo…”. “¿Por qué no?”, replicó Julio, que también
tenía la lengua más suelta. Hubo unos segundos de silencio que se podía cortar.
Al fin Marcos declaró muy serio: “No sabes lo que me alegra oír eso”.
Quedaron en silencio y
pensativos sin mirarse, como si hubieran estado hablando en abstracto y no de
ellos. Marcos se bebió el último trago y dijo: “Se ha hecho muy tarde. Será
mejor que nos marchemos”. Así pues se separaron como cualquiera de las otras
noches en que habían prolongado la jornada. Pero cada uno de ellos siguió
pensando intensamente en lo ocurrido. Julio temeroso de que, con su confesión,
hubiera dado lugar a que se elevara a la postre una barrera entre ellos.
Marcos, satisfecho de poder gustar a Julio, indeciso no obstante sobre la
conveniencia de ir más allá.
Los días siguientes
transcurrieron en la más absoluta normalidad. Marcos y Julio se veían con
frecuencia, pocas veces solos, y parecía que la conversación de aquella noche
hubiera quedado olvidada. Pero el día en que Marcos comunicó que volvería a
quedarse más tiempo, Julio preguntó precavido: “¿Querrás que me quede
también?”. Marcos respondió con naturalidad: “Si tú no tienes inconveniente,
por supuesto”. Pronto comprendió Julio que aquella no iba a ser una sesión de
trabajo más. Porque Marcos ni siquiera encendió el ordenador y, desprendiéndose
de americana y corbata, deambuló indeciso por el despacho, cosa extraña en él.
Finalmente volvió a sacar el whisky, pero sin servirlo. “Tal vez nos haga
falta”, explicó enigmático. Se acercó a Julio, levantó los brazos y puso las
manos en sus hombros. Este gesto, que la otra noche también había tenido aunque
desde atrás, conmocionó no menos a Julio. Entonces Marcos dijo: “He pensado
mucho en lo que hablamos aquí”. “Yo también”, replicó Julio. Marcos deslizó las
manos por los brazos de Julio hasta acabar abrazándolo. “No sé si esto estará
bien…”, y juntó la boca a la suya. Julio abrió los labios para recibirlo y la
cabeza le daba vueltas. El beso fue largo e intenso, con las lenguas buscándose
y enredándose, cada vez más pegados los cuerpos.
Pararon para respirar,
y Marcos se fijó en la chaqueta que Julio aún conservaba: “¡Te quito esto!”:
Julio dejó que se la sacara, así como que le deshiciera la corbata. Pero Marcos
no se detuvo ahí, sino que siguió desabotonándole la camisa. Su mano caliente
se adentró acariciando el pecho de Julio y sus dedos juguetearon con el vello recio
en torno a las turgentes tetillas. Julio gimió de placer y quiso corresponder,
pero Marcos, más expeditivo ya se estaba despojando de la camisa. Julio,
liberado de su timidez, lanzó su boca a los pezones que resaltaban en el
robusto pecho de Marcos, poblado de vello suave y entrecano. Marcos lo recibía
complacido, sin descuidar quitarle del todo la camisa a Julio. Ahora, los dos
torsos desnudos se acoplaban enfebrecidos y se entregaban a las manos y bocas
del otro. Fueron frenando, saciados de momento, y se contemplaron. A Marcos le
encantaba ese busto redondeando y peludo. Julio se deleitaba en la robustez
madura que encarnaba Marcos. Éste musitó: “¡Cuántas ganas de tenerte así!”. “¡Y
yo de que me tuvieras!”.
Como obedientes a un
mismo impulso, los dos se apresuraron a desprenderse de los pantalones y, sin
titubeos, también de los calzoncillos, ansiosos de ofrecerse sin velos el uno
al otro. Julio presentaba, bajo su prominente barriga, un pubis peludo que
enmarcaba una polla regordeta como él, asentada sobre unos huevos encajados
entre los muslos. Marcos contrastaba por un pelambre más claro, que daba realce
a verga y huevos.
Lo que ambos deseaban
hacer ahora tropezaba con el inconveniente de la austeridad del despacho.
Marcos lo resolvió despejando la mesa de papeles y otros objetos, así como
arrinconando el ordenador. Hizo que Julio se sentara en ella y se echara hacia
atrás. Así quedó el sexo entero de Julio a su disposición. Le separó los muslos
y metió la cara para lamerle los huevos, mientras le acariciaba la polla, que
se endurecía entre sus dedos. Julio gemía y suspiraba. Pero cuando Marcos se la
metió en la boca, el cuerpo de Julio se estremeció. Marcos chupaba, gozando de ese miembro gordo y jugoso. Julio exclamó:
“¡Oh, qué gusto me estás dando!”. “Pues
no pienses en correrte todavía”, advirtió Marcos haciendo una pausa. “¡Haz lo
que quieras conmigo! ¡Poséeme!”. “¡Es lo que más deseo!”.
Entonces Marcos subió
las piernas de Julio sobre sus hombros, de manera que quedó visible el ojete.
Lo lamió y ensalivó, usando con delicadeza los dedos. Pese a lo cual Julio se
contrajo. “¡Uy, uy, uy!”. Pero al darse cuenta de que Marcos se disponía a
realizar su deseo, le pidió: “¡No vayas tan deprisa! ¡Deja que antes te
disfrute!”. Bajó de la mesa y se puso en cuclillas frente Marcos. Tuvo ante sí
la verga de esté, ya bien dura, y sorbiéndola la mamó con ansia. Marcos le
dirigía la cabeza y llegó a reprenderlo con humor: “No hagas trampas, que ya
sabes dónde me quiero vaciar”. Aún Julio hizo que se girara para contemplar y
acariciar el orondo culo; y tampoco evitó mordisquearlo y lamerlo. “¡Me vuelve
loco todo tu cuerpo!” exclamó exaltado. “Ahora ya sabes que lo tienes”.
Julio al fin se
levantó y le pidió a Marcos. “¡Venga, que quiero sentirte dentro de mí!”. La
mesa sirvió de nuevo para que Julio se echara sobre ella, apoyados los codos.
Ofreció así el apetitoso culo, que Marcos trató con cariño. Comprobó la
abertura, todavía ensalivada, y fue entrando poco a poco. Julio retenía la
respiración acoplándose a la penetración. “¡Sí, sí, adelante!”, profirió
enseguida para estimular a Marcos. Éste se movió para obtener placer y darlo.
Placer que iba en aumento en ambos. “¡Cómo me estoy excitando!”. “¡Sigue, sigue
hasta el final!”. Este final llegó entre resoplidos de Marcos y ablandamiento
del cuerpo de Julio. “¿Quién iba a decir que llegaríamos a esto hace tres
días?”, se preguntó Marcos. “¿Te arrepientes?”. “¡Para nada! Tenía que pasar”.
“¿Y tú qué?”,
refiriéndose Marcos a que Julio no había llegado a correrse. “Me encantaría
hacer una cosa…”. “¡A ver ese capricho!”, soltó Marcos que estaba pletórico de
satisfacción. “Tú descansa ya, pero siéntale como estuvimos la otra noche”.
“Pero si estábamos vestidos…”. “Ahí está la gracia… Si entonces me pusiste a
cien, imagínate ahora”. “Así que te la vas a cascar mirándome…”. “Me apetece
mucho… Si ya lo hice alguna vez solo pensándolo, ahora te tengo bien real”.
“¡Vaya, vaya! Así que, mientras hablábamos de cosas serías, ya me desnudabas
con la mirada”. “¿Acaso tú no lo hacías conmigo?” Marcos rio y Julio aprovechó
para persuadirlo. “Mira cómo estoy ya”, y le señaló la polla bien cargada.
Marcos tomó asiento y
recordó la pose en que había tratado de encandilar a Julio. Así que se
despatarró bien estirado e, incluso, cruzó las manos detrás de la nuca, con la
vista puesta en Julio. “¡Qué buenísimo estás!”, exclamó éste, mientras se
masturbaba a conciencia. “¡Va para ti!”, brindo. Y de su gorda polla fueron
saliendo borbotones de semen. “¡Uf, qué a gusto me he quedado”. Marcos replicó:
“Pero otra vez, eso no se va a desperdiciar”. “¿Habrá otra vez?”. “¿Tú qué
crees?”.
Hombres responsables
como eran ellos, todo siguió funcionando en la empresa como de costumbre.
Incluso hacían las periódicas reuniones nocturnas, que se desarrollaban con
total seriedad, solo que con alguna que otra manifestación de afecto. Pero, de
vez en cuando, en una de ellas se dedicaban exclusivamente a expansionarse. No
eran sesiones maratonianas, pero fueron experimentando y alternando los
diversos placeres sexuales. Así, Julio se follaba también a Marcos y ambos
saboreaban las leches respectivas.
Este relato reclama una continuación ¿no crees?
ResponderEliminarEstaría bien que tuviesen un encuentro en el piso de Julio, más relajados, cómodos y dispuestos a mayores fogosidades.
Eso ya que se lo imagine cada cual a su gusto
EliminarGracias por el relato... No sabes lo que me ponen los maduros gordos en traje.... me ha dado un buen calentón. Ojala que haya mas de estos.
ResponderEliminarSaludos
muy bueno desde el principio al final. Que bien escribes hasta me dio cierta nostalgia poque las fotos acompñan perfectamente con los personajes.
ResponderEliminarGracias otra vez... Encontrar las fotos es lo que me da más trabajo
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