En una época
de mi vida en que pasaba por una situación económica poco boyante, por
influencias de un amigo –la relación con el cual no vienen al caso ahora–, fui
contratado como dependiente de refuerzo para las rebajas de verano en unos
grandes almacenes. Por mi aspecto maduro y mi buena presencia, me asignaron a
la planta de ropa para caballeros y, más en concreto, en la sección de
artículos para el baño. Frecuentemente, la clientela estaba constituida por
matrimonios de mediana edad que, provistos de un surtido de trajes de baño,
tomaban posesión de los probadores. Dado el escaso espacio, casi siempre la
esposa quedaba fuera y acudía a los requerimientos del marido. A mí, que
obsequioso rondaba por allí para atender la solicitud de otra talla o de un
nuevo modelo, no se me escapaban ráfagas de piernas desnudas, bultos del
paquete o barrigas bajo las camisas arremangadas. Algunas de estas visones no
dejaban de resultarme excitantes y de desatar mis fantasías.
Un día, a
primera hora de la tarde y con escasa clientela, se dirigió a mí un hombre de
unos cincuenta años, regordete, no muy alto, de barbita canosa y rostro muy
agradable. Con simpatía y desparpajo me interpeló: “A ver si usted me puede
orientar para escoger un bañador que me vaya bien”. Como primer paso le
pregunté: “¿De que tipo lo querría: bermudas, meyba clásico, eslip…?”. “Más
bien este último… ¿No cree que me quedaría mejor?”, replicó con una sonrisa
picarona. A lo que añadió: “En realidad solo lo usaría para la piscina del
hotel. En la playa a la que iré no necesitaré ninguno”. Ante esta explicación
no pedida, no pude menos que experimentar un cierto rubor y casi me temblaban
las manos mientras buscaba varios modelos para mostrárselos. Él siguió haciendo
gala de su elocuencia: “Ya se habrá fijado en mi talla… Que me ajuste bien”.
Desde luego que me había fijado en sus formas redondeadas y en su culo
respingón. Le traje de varios colores y se inclinó por uno azul turquesa. “Éste
me sentará bien, ¿verdad? ¿Puedo probármelo?”. “Por supuesto”, contesté. “¿Quiere
llevarse algún otro color o más de una talla?”. “De momento me llevo éste y ya
veremos… No tengo prisa”.
Aunque todos
los probadores estaban vacíos, se dirigió al más apartado, entró y cerró la
puerta. Quedé a la espera con la imaginación excitada ante tan singular
cliente. A los pocos minutos abrió y asomó la cabeza. “¿Podría pasar?”, pidió.
Debió notárseme cierta expresión de sorpresa cuando vi que no solo se había
quitado los pantalones para ponerse el eslip turquesa sino toda la ropa, porque
dijo: “Es mejor ver el conjunto, ¿no le parece?”. Su visión, duplicada por el
espejo desde el que me sostenía la mirada, me dejó clavado. Estaba
tremendamente bueno. También me fijé, ahora que estaba desnudo, que tal vez había
calculado a la baja la talla, porque era algo más grueso. Así observé que, por
detrás, no llegaba a cubrir la totalidad de la raja. “¿Cómo me ve?”, me sacó de
mi reflexión. Me salió sin querer una expresión que podía resultar equívoca:
“Lo veo muy bien…”, que maticé inmediatamente: “Quizás un poco pequeño”. “¿Sí?
¿Por qué lo dice?”. Entre aclararle que enseñaba parte de la raja del culo y
hacérselo notar de facto opté impulsivamente
por lo segundo. Pasé un dedo por la fracción a la vista: “No le cubre del
todo”. Soltó una risa. “¡Vaya! Tengo el culo más gordo de lo que había
calculado… Pero tampoco es tan grave, ¿no?”. Y se giró para verse por detrás en
el espejo. A renglón seguido volvió a mirarse la delantera. “Por aquí sí que me
queda todo sujeto, ¿verdad?”. Lo que forzó que fijara mi atención en las
modulaciones del tejido que marcaban el contorno del pene y los testículos. Me
sonó casi a una invitación a que también tocara por ahí, pero tal vez se
compadeció de mi turbación y me dio una tregua. “De todos modos, no está de más
que me pruebe una talla mayor para comparar ¿Le importaría traérmela?”.
Salir del
probador me sirvió para aliviar la tensión sexual que había acumulado. Sin
embargo, al volver, la situación se recrudeció. Despojado del eslip, me
aguardaba completamente desnudo con el mayor descaro. Me temblaba la mano
cuando le alargué el nuevo traje de baño, sin poder desviar la vista de lo
ahora desvelado. Y su misma expresión beatífica y sonriente me descolocaba aún
más.
Con
parsimonia se puso el bañador y se contempló atentamente en el espejo,
girándose para una visión completa. Refiriéndose a la parte de atrás dijo
socarrón: “Éste me tapa lo que a usted parecía disgustarle que enseñara…”. En
efecto, el borde superior llegaba ahora justo al límite del comienzo de la
raja. Torpemente repliqué: “Disgustarme, para nada. Solo fue una observación”.
El examen de la parte delantera dio lugar, sin embargo, a que objetara: “Pero
éste me sujeta menos y además queda flojo por los lados”. Distendió con un dedo
el filo que se ajustaba a la ingle, y añadió: “Pruebe y verá”. Lo que no osé
hacer antes se me ofrecía ahora explícitamente y no lo desaproveché. Imité su
gesto no con un dedo, sino con uno por cada lado. Mientras rozaba la calidez
pilosa de las ingles y la rugosa piel del escroto, siguió hablando
impertérrito: “Fíjese si tengo una erección y esto se estira. Podría salírseme
algo”. De repente, su tono de voz cambió y se volvió susurrante: “¿Quieres
probarlo?”. Entonces saqué uno de los dedos acoplados a las ingles y fue mi
mano entera la que se puso a acariciar sobre el tejido azul. Su contenido se
endurecía y la elástica tela se tensaba. Le saqué los huevos por un lado y, a
continuación, salió la polla tiesa y reluciente. Entretanto ya estaba bajándome
la cremallera y hurgando en mi bragueta. Sacó mi polla y estrujó el mojado
capullo. “¡Humm!”, murmuró goloso. Le bajé el eslip y se lo sacudió por los
pies.
Las
limitaciones del espacio y el sigilo al que obligaba dieron lugar a una especie
de mudo pugilato erótico. Yo quise tomar el dominio de la situación, después de
las provocaciones que me habían ido enervando, y me alcé frente a su cuerpo
desnudo. Le sobé y chupé las ricas tetas que, ensalivadas, pellizqué luego,
arrancándole sordos quejidos. Fui bajando y recorriéndolo con la boca hasta
alcanzar la polla palpitante. Lo rodeé con mis brazos, firmemente asido a sus
glúteos. Sorbí el duro apéndice y todo él se estremeció. Con las manos sobre mi
cabeza dirigió el ritmo de la mamada. De pronto tiró de mí hacia arriba y fue
él quien se inclinó. Tomó posesión de la polla que me salía por la bragueta y
lamió su húmeda superficie. Succionó enérgicamente, dispuesto a no soltarme.
Mis piernas temblaban, inundado de placer. Cuando me vacié, sorbió hasta la
última gota y no se desprendió de mí hasta que mi polla, completamente saciada
y limpia, se fue retrayendo hacia el refugio de mi bragueta. Mi desahogo físico
no había extinguido, sin embargo, el deseo que aquel deleitable cuerpo seguía
infundiéndome. Lo acorralé contra el espejo y lo cubrí de sobeos y lamidas de
arriba abajo. Él se agitaba entre mis embates y liberaba una mano para
masturbarse. En el cenit de la excitación, me cogió una de mis manos y la puso bajo su polla a punto
de estallar. La palma se me llenó de leche y él, tras unos relajantes
resoplidos, la subió hacia su cara y la lamió hasta no dejar rastro.
Quedamos
ahítos unos instantes, yo vestido y él desnudo. Empezaron a oírse movimientos
en otros probadores. Recompuse pues el gesto y salí con los dos bañadores tan
provechosamente comparados. En unos minutos reapareció el cliente tal como
había llegado al principio. “Creo que me llevaré el primero”. Y mi hizo un
guiño que solo yo percibí. Cuando le entregué la bolsa y el ticket, le dije:
“Espero que lo disfrute. Y ya sabe…., aquí estamos para servirle”.
Mmmmm, ya echaba de menos tus relatos y ahora me sorprendes con dos seguidos!
ResponderEliminarMuchas gracias por los buenos ratos que me haces pasar.
Fantástico, como me ponen tus relatos.....
ResponderEliminarMe ponen a 1000. Tus relatos: erección segura!.
ResponderEliminarRelato calentante!!!
ResponderEliminarme encanta todo lo que escribis, 10000 pajas me he hecho con tus relatos, Los releo y me repajeo(pochoccho@gmail.com
ResponderEliminarMe enloquecen tus relatos. Gran poder de descripción en todas tus naraciones. Soy José...
ResponderEliminarotro relato impresionante , los probadores dan mucho morbo y juego
ResponderEliminarenhorabuena y woofer como modelo ummmmm.... abrazote gfla