Emprendí viaje en un
tren de alta velocidad y, como el trayecto era largo, tenía varias horas por
delante. El coche que me correspondía, con doble fila de asientos, estaba casi
vacío y ocupé el mío junto a la ventanilla, bastante distante de los dos o tres
pasajeros ya instalados, por lo que me prometía un viaje muy tranquilo. Como
iba de veraneo y estaba haciendo un calor espantoso, no me fie del aire
acondicionado y opté por la comodidad de unos pantalones cortos. A los pocos
minutos, a punto ya de partir el tren, apareció un voluminoso hombre, alto y
grueso, consultando su billete. Llegó junto a mí, pues al parecer llevaba el de
mi lado. Levantó de un impulso su maleta al portaequipajes superior y, con ese
movimiento, se le subió el polo que vestía, mostrando un espléndido y peludo
barrigón. Se limitó a hacerme un saludo con la cabeza y se sentó. Quedé así
bloqueado y, a modo de disculpa, comentó: “No se sabe si las demás plazas se
irán ocupando y habría que hacer cambios… Mejor cada uno en su sitio”. El tren
inició su marcha y no había entrado nadie más en el coche; para la próxima
parada faltaba al menos una hora. En otras circunstancias se me habría ocurrido
cualquier excusa para liberarme de un vecino de semejante calibre, pero la
visión de su barriga me había descolocado.
De modo que me quedé quieto mientras él se arrellanaba en su asiento,
que desbordaba ampliamente. Las dimensiones de sus piernas, en largo y ancho
hacían que tuviera que mantenerlas separadas al tocar el respaldo de la butaca
de delante, con lo que su muslo rozaba el mío desnudo. Los dos con manga corta,
me dejaba poco espacio del brazo entre los asientos. Notaba su calor en mi antebrazo
y el cosquilleo de su abundante vello. Parecía inmutable, aunque fui percibiendo
que, lejos de evitarlos, propiciaba los contactos, removiendo en la bolsa que
apoyaba en su panza. Esto me iba excitando, con lo que tampoco lo rehuía,
simulando que leía el libro que sujetaba en mis manos.
Al cabo de un rato se
puso de pie. Con una nueva elevación del polo, descorrió parte de la cremallera
de su maleta y sacó una bolsa de
plástico. Con ella se dirigió al cercano lavabo. Pocos minutos después, para mi
sorpresa, reapareció llevando enrollados los pantalones largos que hasta entonces
vestía y que había sustituido por otros cortos. Guardó aquéllos en la maleta,
volvió a sentarse y, con una leve sonrisa, se explicó: “Me ha parecido muy
buena idea la suya de ir cómodo y más fresco. Así que lo he imitado”. Ahora las
piernas se tocaban sin tela alguna intermedia y este contacto, unido a la
visión de los muslos velludos que le reventaban casi desde las ingles, me
estaba poniendo negro. Cada vez había menos disimulo y la ausencia de gente
alrededor facilitaba las cosas. “Un poco apretados ¿no?”, dije para aprovechar
el tema. “Es mi problema con las tallas. Hasta me he quitado el eslip, para que
me encajaran mejor”. Manipuló el mando de la butaca para inclinar un poco el
respaldo hacia atrás. Se subió el polo y la cintura le quedaba desabrochada.
“Me los aguanta la cremallera”. Señaló el paquete, que le quedaba muy apretado
en la entrepierna. “A usted le quedan mejor y más holgados”. Alargó la mano y
pasó un dedo por dentro de una de mis perneras. El roce que sentí en la ingle
me produjo una descarga eléctrica. “Tampoco llevas calzoncillos ¿eh?”, comentó
iniciando el tuteo con sonrisa socarrona. “Como sigas tocando, se me va a humedecer
la tela”. Ya fue más directo: “¡Lástima que se desperdicie!”. Entonces me di el
gusto de meterle mano. Alargando el brazo le sobé el paquete que aprisionaban
sus muslos. “Me van a saltar las costuras”, advirtió risueño. Luego le deslicé
por dentro del polo mis dedos, que se enredaban en el abundante vello. Moldeé
la turgencia de un pecho y toqué la dureza de un pezón. “¡Uy, uy, uy, con lo
que me pone eso…!”.
Miró con disimulo
hacia atrás y comprobó que, de los dos pasajeros que quedaban, uno estaba
absorto en su ordenador y otro dormía plácidamente. Entonces se levantó y me
dijo: “Voy al lavabo. Espera un poco y luego llamas a la puerta”. El corazón me
latió con fuerza durante la breve espera. Me desplacé con discreción y toqué
con suavidad. El pestillo se descorrió y entré rápidamente volviendo a cerrar.
El hombretón estaba desnudo sentado sobre la tapa del váter. Sin darme tiempo a
reaccionar, me bajó de un tirón los pantalones, me agarró la polla y se la
metió en la boca. Chupaba con ansia y yo iba tocando en aquella abundancia
humana todo lo que alcanzaban mis manos. No sé de dónde sacaría la fuerza, pero
hice que se levantara. Le lamía las abombadas y velludas tetas, mordiendo los
duros pezones. A la vez le manoseaba por la entrepierna, llenando mis manos con
sus pesados huevos y agarrando la polla, gorda y crecida.
Él mismo se giró
entonces y, apoyando los codos en el esquinado lavabo, me ofreció su espléndida
trasera. Un culo orondo y magnífico, ornado de vello, era toda una incitación a
la lujuria. Me agaché, comí y baboseé, pero me urgió. “¡Fóllame ya!”. Lo
penetré de un solo impulso y, ayudado por el traqueteo del tren, me fue
invadiendo un agudo deseo. Él jadeaba anhelante y, en cuanto me corrí entre
temblores, puso su polla en el borde del lavabo y se la meneó frenéticamente. No
tardó en chorrear su leche.
Como yo era el que
tenía más fácil adecentarme, me limpié un poco con toallas de papel y me ajusté
los pantalones. Abrí la puerta con precaución y, al no observar movimientos,
salí y me dirigí a mi asiento. Los otros pasajeros seguían igual que antes. Poco después, mi
sensual vecino siguió mis pasos y se acomodó también exhibiendo una
irreprimible expresión de satisfacción. Estábamos de lo más correctos cuando
llegamos a una estación en la que ya subió más gente. Pero nuestros roces de
brazos y piernas seguían, ahora con menos vehemencia y más calidez, sin
importarnos el calor que nos trasmitíamos. Su destino era anterior al mío y me
recreé por última vez en la barriga que descubrió de nuevo al alzar los brazos
para bajar su maleta. Una manchita húmeda marcaba su entrepierna cuando anotaba
algo en una agenda. Arrancó la hoja y me la dio. Era la dirección y el teléfono
en la cuidad de origen de ambos.
guauuuuu, me encantas tio, que relatos mas buenos, me ponen super cachondo
ResponderEliminarguauuuuuuuuuuuu me fascinan los tipos con vello, pantalon corto y que les salga unhuevo como al gordote del relato....muy bueno...Volvere a leerlo...me PONE a mill el contenido
ResponderEliminaryo he visto vergas hermosas ,, pero solo me hace falta el saborear un polla negra gruesa y de mas de 30 cms.. que al eyacular su semen sea blanco y espeso,, tengo 55 años y desde los 8 años he probado pitos de mis compañeros de escuela .. despues en la sec. trataron de meterme una verga,, pero solo entro la pura cabeza,, me dolio pero eso marco .. mi vida para siempre .. he mamado vergas ,, en los baños publicos en los cines xxx ,, me la han mamado,,, me han cojido,, he cojido a otros hombres.. me trago e semen.. he cojido con varias mujeres,, pero lo mas sabroso es tener clavada por el culo una verga de un buen macho,,, tuve un amante se llamo david.. me cojia todas las noches.. tres veces o mas.. me daba su leche. y me mordia las nalgas ,, me metia ls dedos,, fue un gran macho para mi vivimos mas de un año ,, juntos .. como lo extraño. a ese hombre lo ame. y siempre lo recordare por las cojidas que me dio.
ResponderEliminarhola de nuevo otro de los buenos, en una ocasion q viajaba en tren el hombre que tenia a mi lado, llevaba la bragueta abierta y no llevaba calzoncillos, imaginate el morbo y las vistas en muchos momentos del viaje, el no parecio darse cuenta de nada , pues durante todo el trayecto estuvo a sus cosas, leyendo y durmiendo.... este relato me ha recordado aquello, gracias por revivirlo, aunque este es mas molon. abrazote gfla
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