domingo, 27 de agosto de 2023

New York en blanco y negro

He encontrado una foto vintage que, por los detalles del dormitorio y la ropa de uno de los personajes, retrotrae a un ambiente del cine clásico de los años 40 o 50. Más bien parece una recreación más actual de aquella época, que se subraya con el recurso al blanco y negro. Es el morbo que me ha producido su visión lo que me lleva a profundizar en el contraste entre la figura del hombre desnudo y la del otro vestido a su lado.

Diseccionando las imágenes, se observa que el primero, sentado al borde de la cama abierto de piernas, mira sonriente y nada cortado el corpachón que se le ha arrimado. Gordito de unos cincuenta años y bien peinado, muestra en el arqueo de sus brazos la simetría entre los pezones de sus pechos y el ombligo de la oronda barriga sobre la que aquellos cargan. Se intuye perlado todo de un vello suave. La posición de los antebrazos, con el cruce de las manos sobre la entrepierna, indican una equívoca actitud de pudor. Mientras la mano derecha se posa en la izquierda, esta queda en contacto con el sexo. Hasta podría pensarse que ya se lo toquetea, estimulado por la cercanía del otro, como sugiere la forma complacida en que lo mira.

El sujeto erguido al lado, que parece haber irrumpido en la habitación, es más corpulento y ya sesentón. Lleva pantalón oscuro de talle alto, camisa blanca y corbata. Tal conjunto propicia que, en su posición estirada y de brazos caídos, presente una silueta de barriga prominente, casi partida en dos por el ajuste de la cintura. Precisamente es la que está arrimando al brazo del que se halla desnudo y que este contempla. El perfil de su rostro, de nariz gruesa y barbilla con papada, resulta algo inexpresivo no obstante, con una mirada no tan incisiva como la del otro. Pero esta actitud al parecer pasiva contrasta desde luego con la osadía de su acercamiento.

¿Cómo han podido llegar a esta situación tan morbosa y, sobre todo, qué puede suceder a partir de ella? Estas preguntas me impulsan a dar vida a los personajes, inventándoles una biografía, y fantasear a partir de la escena reproducida.

Owen, el gordito desnudo, proviene de una conservadora y acaudalada saga familiar de Baltimore. Desde muy joven se fue apartando de los negocios familiares, cuyo grueso quedó en manos de su hermano mayor. Teniendo asegurada una desahogada situación económica, Owen se volcó en diversos proyectos de mecenazgo artístico. Asimismo fue distanciándose de su familia, que le resultaba excesivamente opresiva, y acabó trasladándose a Londres, en cuyo Soho se instaló. En su ambiente más bohemio y abierto pudo al fin dar suelta a sus inclinaciones hacia otros hombres, aunque siempre dentro de los márgenes que la sociedad de entonces permitía. Fue teniendo diversos amantes en el privilegiado círculo de relaciones en que se movía. Su cuerpo, que se fue redondeando con el tiempo, de piel clara y vello suave, unido a su rostro agradable y vivaracho, lo hacían muy atractivo. Se entregaba con fogosidad sobre todo a hombres maduros, con los que practicaba un sexo sin tabúes.

Las relaciones de Owen con su familia se fueron diluyendo, especialmente tras el fallecimiento de sus padres. No había llegado a perder el vínculo sin embargo con su prima Emily, de su misma edad, con la que congeniaba mucho desde la infancia. Era también de mente muy abierta, aunque bastante alocada. Lo cual no dejaba de divertir a Owen, que seguía al tanto de sus varios y poco duraderos matrimonios, siempre con hombres acaudalados, que solían acabar en sonados divorcios. Precisamente el último matrimonio, y que parecía más estable, había sido con Mark, con quien vivía en un lujoso apartamento del Upper Side neoyorkino.

Así las cosas, al saber Emily que Owen tiene previsto hacer un viaje a New York para algunas actividades artísticas, se empeña en que se aloje con ellos. En cierta forma quiere presumir de esa última etapa de su imparable ascenso social. Owen acepta la invitación con agrado. Le apetece volver a estar con su querida prima Emily y también tiene cierta curiosidad en conocer cómo será su último marido. Desde el primer momento disfruta de la cordialidad con que lo acogen ambos y, tras pasar el día ocupándose cada cual de sus actividades, suelen tener agradables veladas.

Owen, todo y la confianza que tiene con Emily, siempre ha preferido no darle detalles sobre sus inclinaciones. Más que nada por su naturaleza lenguaraz y poco dada a la discreción. Por ello mantiene su fama de soltero de oro, sin más precisiones.

En cuanto a Mark, ha causado muy buena impresión en Owen. Grandote y algo reservado, prefiere dejarlos solos cuando Emily y Owen se enzarzan en sus chismes y confidencias. Emily reconoce que está encantada con este nuevo matrimonio. Mark le deja hacer lo que quiere y le permite todos sus caprichos. Sin embargo Owen se da cuenta pronto de que Mark no pierde ocasión de escrutarlo con miradas más o menos fugaces. Lo cual lleva a elucubrar a Owen sobre qué estaría pasando por la mente de Mark. Había adquirido un buen ojo clínico para descifrar el significado de ciertos comportamientos y el de Mark no dejaba de llamarle la atención. Así que Owen llega a no hurtarse a esas miradas, que devuelve con un punto de picardía.

Resulta que, tras unos días de grata convivencia, Emily debe ausentarse por breve tiempo para acompañar a su madre a un examen médico en Baltimore. Sin embargo no ve el menor problema en dejar solos a los dos hombres. “Podéis quedaros tranquilos sin mí. Por la mañana vendrá la asistenta a haceros el desayuno y arreglar la casa”, los anima, “Regresaré en cuanto pueda”.

El primer día en que los hombres se ha quedado solos, Owen ha tenido una jornada agitada. Ha visitado varias exposiciones y luego ha cenado con los organizadores de una de ellas. Llega algo tarde a casa y le sorprende que Mark esté todavía leyendo en el salón. Se saludan cordialmente y Owen le dice a Mark: “Estoy deseando irme a la cama… Así que te dejo tranquilo”. “Que descanses”, le replica Mark sonriéndole. Pero Owen no iba a descansar precisamente…

Ya en su habitación, Owen se desnuda completamente. Tiene por costumbre dormir siempre así. Aún se queda sentado en el borde de la cama y le da por ponerse a pensar en Mark, que se ha quedado solo en el salón, y en las miradas que este le ha ido dirigiendo desde que se alojó en su casa. Por lo demás, el hecho de que Emily y Mark tuvieran habitaciones separadas hace suponer a Owen que el sexo no es algo esencial en su matrimonio. La verdad es que él encuentra a Mark de lo más apetitoso…

En estas cavilaciones está Owen cuando oye unos leves golpes a su puerta. “¡¿Sí?!”, responde sin moverse de como está. Se abre lentamente la puerta y a la mitad asoma Mark que, al ver desnudo a Owen, recula y exclama: “¡Oh, perdona! No quería molestar”. Pero no deja de mirar fijamente a Owen que replica sin dar la menor importancia a su desnudez: “¡Para nada, hombre! Pasa tranquilo”. Mark entra entonces y va avanzando pese a farfullar: “No sabía que te encontraría así”. Owen explica desinhibido: “Es que siempre duermo así”. “Ya veo, ya”, dice Mark con un hilo de voz, sin detenerse hasta casi rozar a Owen. “Tú dirás”, le ofrece este sonriente y que, ante la proximidad de Mark ya cruza las manos sobre su entrepierna para disimular la excitación que empezaba a sentir. Este gesto hace que el codo le roce el brazo estirado de Mark, que sigue firme mientras chapurrea: “Como estamos solos… No sabía si…”. Y aquí ya estamos en la foto en blanco y negro…

Aunque sus amantes siempre habían sido hombres hechos y derechos, mayores que él muchas veces, para evitar posibles malentendidos y sorpresas, Owen tenía por sistema no ser el que diera el primer paso. Entonces, la entrada inesperada de Mark en su habitación y la forma en que se le ha arrimado desnudo como está puede considerarlas ya como un primer paso. Así que no duda en actuar, intuyendo por lo demás una cierta inexperiencia en Mark.

Owen levanta ya el brazo derecho que pasa por la cintura de Mark para acercárselo más y, apartando la otra mano de la entrepierna, muestra la erección que ha empezado a tener. “¿Te refieres a esto?”, pregunta suave. Mark se tensa aún más firme y sisea: “¡Sí…!”. Sin soltar la cintura de Mark, Owen lleva la mano libre a la bragueta que palpa presionando. Entonces Mark, consciente del obstáculo de tela y botones en pantalones y calzoncillos de aquella época, el mismo se pone a darle solución a dos manos, hasta dejar la bragueta disponible para Owen. Este puede ya hurgar a gusto y atrapar la gorda y semi erecta polla de Mark, que saca al exterior sin mayor dificultad, aunque notando un cierto temblor en sus piernas mientras la soba para darle una mayor dureza. Es una polla cabezuda y descapullada que seduce a Owen. Así que se desliza hasta quedar con una rodilla sobre la alfombra y no duda en atrapar la polla con la boca. Mark, al sentirlo, emite un gemido y se entrega a las ansiosas chupadas que le da Owen.

Pero pronto el temblor de piernas que se acelera en Mark le hace llevar las manos a la cabeza de Owen impulsándolo a levantarse. Entonces lo empuja para que se eche de espaldas sobre la cama y así queda Owen con las rodillas dobladas por fuera del borde presentando la polla, no tan grande como la de Mark pero bien tiesa. Sobre ella se vuelca este para chuparla a su vez. Le da golosos lametones mientras soba los hinchados huevos. Owen suspira aunque, sin perder el sentido práctico, viendo la polla de Mark salida de los pantalones, le dice con humor: “¿Piensas quedarte así?”. Mark se endereza y, efectivamente, toma conciencia de lo ridículo que resulta seguir tan vestido y con la polla al aire. Pero también le abochorna ponerse allí mismo a quitarse toda la ropa que lleva y llega a dudar si debería retirarse a su habitación para volver ya tan desnudo como lo ha recibido Owen. Este capta la indecisión de Mark y le puede el morbo de un striptease in situ. Así que lo anima ofreciéndole: “¿Quieres que te ayude?”. No se lo espera Mark, pero aun así no deja de hallarle también cierto morbo a la experiencia de ponerse en manos de Owen para una tarea tan íntima. De manera que se planta de nuevo de brazos caídos encarado a Owen, que ya se ha ido levantado de la cama para quedar frente a él. Cuando quieras”, ofrece Mark algo cortado.

Owen empieza deshaciendo con suavidad el nudo de la corbata, que queda a los lados aún sujeta por el cuello de la camisa. Mark coopera ya soltando los gemelos de los puños. A Owen le excita tener a sus disposición la blanca camisa y todo lo que esta contiene, deseando que se le desvele del todo aquel corpachón que va a poder disfrutar. Antes de desabotonar la camisa, no se resiste a palpar las protuberancias que tensan la tela, desde los pechos, en los que capta el pico de los pezones, hasta la oronda barriga que se fracciona por la cintura del pantalón. Mark suspira aguantando el tipo. Los botones van saliendo de los ojales y, al ir abriéndose la camisa, Owen encuentra una camiseta imperio. Por su escote asoman algunos vellos recios entreverados de canas. Pero para acabar de abrir la camisa Owen ha de tirar de ella para sacarla de la cintura del pantalón, y Mark la extrae también por detrás. Ya se puede quitar la camisa y Owen la va deslizando desde los hombros, mientras Mark abre los brazos para acabar de sacarla. Cuando la camisa queda sobre una banqueta, Owen acaricia los brazos recios y velludos. Pero enseguida despoja a Mark de la camiseta, sacándosela por la cabeza. El robusto torso tetudo y peludo encandila a Owen, que no se resiste a acariciarlo. Mark le pone entonces las manos en los hombros y se estrechan. Owen, más bajo, levanta la cara buscando la de Mark, que se deja besar. Pero, algo cortado, sugiere: “¿Seguimos?”. Como la bragueta ya estaba abierta, Owen no tiene más que soltar la presilla de la cintura para que los anchos pantalones puedan bajarse. Estos van aflojándose hasta medio muslo y desvelan los calzoncillos blancos, cuyos botones también habían quedado sueltos. Pero ahora Mark, para evitar unos incómodos equilibrios, opta por sentarse en la cama y, tras descalzarse, tira de las perneras para desprenderse del pantalón. Deja sin embargo que sea Owen quien culmine el despojo de ropa y, de nuevo de pie, le baje los calzoncillos, que caen al suelo. El cuerpo de Mark, al fin tan desnudo como el de Owen, inflama el deseo de este. No le defrauda ni mucho menos la madura virilidad que se le ofrece. La contundente polla, que ya había chupado, resurge bajo la pronunciada curva de la barriga liberada y resalta en el pelambre del pubis sobre unos sólidos huevos.

Ya sí que Owen se echa todo él en la cama e incita a Mark: “¡Ven!”. Este trepa a la cama y, cómodo con las iniciativas de Owen, todavía arrodillado le dice: “Hazme lo que quieras, que yo te seguiré”. Mark, entregado, deja caer bocarriba todo su volumen y la polla erecta se le balancea por su propio peso. Ahora sí que Owen se la puede chupar sin los estorbos de antes. Le encanta lamer y engullir ese capullo tan lustroso. Mark lloriquea de placer, pero no tarda en decir: “Así me dejaría ir muy a gusto, pero querría que me penetraras”. “Si es lo que quieres, antes habrás de volver a ponerme a punto”, advierte Owen que desea ardientemente lo que le pide Mark. Este se revuelve sobre la cama y, pesadamente a cuatro patas, busca con la boca la polla de Owen. La chupa con ansia para darle la dureza que quiere disfrutar de otra manera. Una vez lograda, pide con urgencia: “¡Venga, ya!”.

Owen se endereza y, andando de rodillas, se posiciona entre las piernas de Mark, que sigue a cuatro patas. Acariciar el culo gordo y velludo lo inflama de deseo. Cuando Mark siente la polla tantear por la raja, se acobarda: “Con cuidado. Estaré muy cerrado”. “Iré poco a poco”, lo tranquiliza Owen. La raja es profunda y ya atrapa la polla que va buscando el orificio que la absorba por entero. Owen presiona hasta que su pelvis topa con los bordes de la raja penetrando del todo en el interior de Mark. Este emite un gemido, mezcla de dolor y de deseo logrado. Pero enseguida alienta con la voz entrecortada: “Vas bien… ¡Sigue, sigue!”. Owen, enardecido por la ardorosa presión que envuelve su polla, se agarra a las anchas caderas de Mark y activa el bombeo. A medida que este se acelera, va adquiriendo mayor fluidez y también Mark se relaja con gemidos melosos. Llega a exclamar: “¡Qué falta me hacía! ¡Cómo me gusta!”. Owen respira intenso al compás de sus golpes de cadera. También proclama: “Ya me va viviendo…Estoy a punto”. “¡Sí, no pares!”, lo incita Mark. Owen se estremece apretándose aún más y, cuando cesan sus sacudidas, se va apartando hasta quedar sentado sobre los talones. “¡Qué bueno ha sido!”, farfulla. Mark, que ya se aplana sobre la cama y hace esfuerzos para ponerse bocarriba, declara: “Me has hecho muy feliz”. Sin embargo, él no ha acabado. Necesita atender el ardor que le muerde en la entrepierna y se pone a sobarse la polla para revitalizarla. Owen se tiende a su lado y, consciente del alivio que urge a Mark, lo acaricia dejándole hacer. Poco tardan en hacer su efecto las enérgicas frotaciones que Mark da a su polla y los borbotones que expele van desbordándole el puño. Se limpia la mano en el pelambre del pubis y, con tono socarrón, exclama: “¡Completo!”. Owen lo secunda: “Los dos lo estamos”.

Se quedan relajados un rato uno junto a otro, sin necesitar ya palabras para mostrar su satisfacción. Sin embargo la presión de las apariencias no tarda en aparecer y Mark comenta: “Necesitaré asearme y ya será mejor que duerma en mi cama”. Owen es comprensivo y se limita a besarlo: “Buenas noches entonces… Que descanses”. “Los dos lo necesitamos”, replica Mark, que ya está recogiendo toda su ropa. Pero antes de marcharse vuelve sobre sus pasos y besa también a Owen. No hay más palabras.

A la mañana siguiente Owen se despierta relajado después de un sueño reparador. Se pone una bata y sale de la habitación. La asistenta está arreglando la de Mark y, al verlo, le dice: “El señor se ha marchado ya y me ha dejado una nota para usted”. En ella Mark lo cita para cenar en un restaurant cercano. Owen disfruta de un espléndido desayuno y, tras ducharse y vestirse, sale para dirigirse hacia Greenwich Village, donde pasará el día en varias visitas. No deja de ir pensando con regocijo en cómo se está enredando inesperadamente con el buenorro de Mark. Sin que ello, no obstante, le haga sentir el menor escrúpulo por estar poniéndole los cuernos a su querida prima.

Cuando Owen llega al restaurant, Mark ya lo espera en una mesa algo apartada y le sonríe con un guiño de complicidad, sin duda evocando el revolcón de la noche anterior. Encargan los platos, que no tardan en servirles, y mientras los degustan con apetito, Mark se siente impulsado a abrirse a Owen. “Para mí ha sido providencial quedarnos los dos solos en casa”, empieza diciendo. Owen reafirma: “Yo también te deseaba y me gustó que no dejaras pasar ni la primera noche”. “No creas… Me costó dar el paso”, reconoce Mark, “Y quién me iba a decir que te iba a encontrar en cueros como si me esperaras”. “Algo de eso hubo”, ríe Owen, “Tenía un presentimiento”. Pronto quiere entrar Mark en asuntos más personales: “Tal vez ya supongas que el matrimonio con Emily se basó sobre todo en la conveniencia mutua. Yo me había casado bastante mayor por las convenciones sociales, pero lógicamente no funcionó demasiado bien, aunque tardamos en divorciarnos. Pero no me interesaba volver a la condición de célibe sospechoso y entonces conocí a Emily. Coincidimos en que a ella, después de su torbellino de matrimonios y divorcios, le convenía ya una cierta estabilidad. Lo que en mi caso también resultaba adecuado. Quise dejarle muy claro desde el principio que prefería prescindir del sexo en nuestra relación matrimonial. A ella le pareció muy bien, sin más preguntas. Lo que fue un alivio para mí… Y así nos has visto, bastante bien avenidos aunque sin compartir dormitorio”. “¿Y cómo te has apañado para desahogarte?”, preguntó Owen interesado. “Me he sacrificado bastante en aras a la respetabilidad”, reconoce Mark, “Aunque con discreción siempre se puede hacer algo…”. Concluyó riendo: “Hasta tuve un secretario muy devoto, pero no aguantó tanta clandestinidad”.

Owen aborda entonces el asunto más candente: “Y ahora aparezco yo para romper la armonía matrimonial”. “Armonía de conveniencia”, rio Mark, “¿Acaso piensas que Emily, además de un marido tras otro, no tiene sus amantes? Ahora mismo no me extrañaría que, aprovechando el viaje a Baltimore, estuviera con alguno”. “A pesar de la confianza que tiene conmigo, de eso no me habla”, reconoce Owen. “Ella habla solo de lo que le interesa… Hay cuestiones sobre la que prefiere no preguntar para que no le pregunten”, añade Mark socarrón. Owen confirma: “Tampoco le he hablado nunca de mis inclinaciones, ni Emily ha mostrado curiosidad”. “¿Crees que no lo sospecha ya?, apunta Mark, “De ti y supongo que también de mí. Pero son asuntos que prefiere no remover”. Owen interpreta finalmente: “De lo que me estás diciendo deduzco que no te produce ningún escrúpulo que estemos usando tu casa aprovechando las circunstancias…”. “¡Carpe diem!”, exclama Mark sonriendo, “Y brindemos por este delicioso encuentro”. Así lo hacen con un exquisito champagne.

Ni que decir tiene que esa noche se van directos a la habitación de Owen. Cada uno se desnuda por su cuenta y, cuando ya están en cueros, se abrazan disfrutando del restregar de sus cuerpos. Mark acepta con gusto que la lengua de Owen hurgue en su boca y hasta la enreda con la suya. Todavía enlazados, Owen mira sonriente a Mark y le dice: “Hoy te toca a ti”. “¿Me toca qué?”, pregunta el otro intrigado. “Follarme”, contesta decidido Owen. “¿Te atreves a eso?”, pregunta a su vez Mark sorprendido. “Lo estoy deseando”, se reafirma Owen. Mark le previene: “Mira que la tengo demasiado gorda… Y no es por presumir”. “Yo estoy más abierto que tú”, replica Owen risueño. “¡Qué envidia! La de vergas que te habrán metido… A mí me lo han hecho con cuentagotas”, compara Mark. Pero no tienen prisa y, al echarse los dos en la cama, se toman su tiempo para recorrer cada uno el cuerpo del otro con besos, lamidas y chupetones. Cuando Owen mordisquea los pezones de Mark, este se estremece riendo: “¡Uy, cómo me gusta eso!”. Owen, más lanzado, va recorriéndole con labios y lengua desde los pechos hasta más abajo del ombligo. Ya tiene a su alcance la polla deseada y juguetea con ella. Antes de metérsela en la boca declara: “Me encanta cómo se te pone tiesa y dura como una maza”. “Qué bien sabes ponérmela así”, reconoce Mark. Owen la va chupando con tanta fruición que Mark ha de advertirle: “Como sigas así me voy a salir antes de metértela”.

Entonces Owen reacciona pillándolo por sorpresa. Se levanta y le da la espalda para ponerse en cuclillas entre sus muslos. Alcanza la polla con una mano y la apunta a su raja. Ya la suelta y empuja con todo el cuerpo hacia abajo. Logra metérsela y se paraliza unos segundos. “¡Aj, cómo me llena!”, llega a exclamar. “Sí que ha entrado, sí”, se admira Mark, que no puede sino dejarle hacer. Cuidando que no se le salga, Owen se pone a dar saltitos para írsela metiendo a fondo. “¡Vaya pollón que tienes! ¡Qué gusto me está dando!”, vuelve a exclamar. Por su parte Mark, una vez despejada su prevención por el tamaño de su polla, quiere ya adoptar un papel más activo. Desplaza hacia un lado a Owen, que queda tumbado de costado. La polla se ha salido, pero Mark se pone detrás y, apretando la barriga contra la zona lumbar de Owen, se acopla de forma que con un fuerte impulso de las caderas llega a meterla de nuevo en el conducto ya dilatado. Owen acusa el cambio: “¡Sí, no te vuelvas a ir!”. Mark, exaltado, bombea ya con energía y hasta levanta una pierna para una mayor penetración. “¡Oh, oh, que fiera!”, “¡Cómo me estás poniendo!”, va balbuciendo Owen, que con una mano alcanza a sobar su propia polla. “Estoy ya muy caliente”, anuncia Mark. “Y yo”, corea Owen. “Me voy a correr ya”, insiste Mark. “¡Sigue, sigue! Lo haremos juntos”, pide Owen. Mark da las últimas embestidas y se queda paralizado con la polla bien adentro. Así espera a que Owen acabe también. Finalmente se desacoplan y quedan derrengados respirando con fuerza. “Ha sido fabuloso”, alcanza a musitar Mark. “Ya has visto que has conseguido que te siga”, replica Owen con la voz entrecortada.

Cuando ya están más serenos, Mark deja caer como un mero comentario: “Mañana no vendrá la asistenta…”. “¿Quieres decir que…?”, entiende al vuelo Owen. “Que podré quedarme a dormir contigo”, ratifica Mark. Se vuelven a abrazar y Mark bromea: “Igual te arrepientes… Dicen que ronco mucho”. “Yo también lo hago”, reconoce Owen, “Así nos haremos más compañía”. Sin embargo, una vez que el agotamiento va venciendo a la excitación, el sopor en el que van cayendo ambos deriva en un profundo sueño de modo que ninguno puede comprobar cuál ronca más. Por la mañana Mark se despierta antes que Owen y, como buen anfitrión, se levanta sigiloso para preparar el desayuno, que luego disfrutan los dos en un remedo de vida hogareña.

Owen y Mark aprovechan a tope los ya pocos días de libertad que les quedan. Durante la jornada atienden cada uno por su lado sus propios asuntos. Algunas noches se citan para cenar en el mismo restaurant de la primera vez, que les gusta porque en él se habían sincerado. Pero otras veces prefieren pedir comida y quedarse en casa. Disfrutan moviéndose como peces en el agua totalmente desnudos, como prólogo del revolcón que seguirá en la cama de Owen. Aunque, salvo otra ocasión en que la asistenta libra de nuevo, Mark se mantiene estricto en volver a dormir a su habitación.

Tanto Mark como Owen han ido hablando con frecuencia con Emily, a la que aseguran que se están apañando divinamente pese a su ausencia y que no debe preocuparse por ellos si necesita más días de estancia en Baltimore. Pero esta ampliación de la ausencia de Emily se va a acabar cuando anuncia que estará con ellos al día siguiente. Aunque el futuro de su relación pende ya de un hilo, esa noche vuelven a amarse intensamente sin querer pensar en lo fugaz que ha sido el carpe diem invocado por Mark en su primera cena solos.

Emily aparece pletórica como siempre, cargada de regalos costosos y caprichosos. En cuanto a su relación con ambos hombres, y dado que Owen prevé quedarse un tiempo más, todo vuelve a ser como antes de su marcha. Ellos se readaptan con resignación y solo les queda hablarse con las miradas y, si acaso, algún que otro roce cariñoso con absoluta discreción. Pero llega un momento en que Mark no puede más. Más de una noche ya entrada se desplaza sigiloso a la habitación de Owen, quien lo acoge con no menos agrado. Son encuentros fugaces de besos y caricias. Como mucho alguna mamada. Y ese es el consuelo que les queda.

Sin embargo, los amantes han llegado a calcular mal la sagacidad de Emily. Una noche, aprovechando que los tres están cenando juntos, le pregunta a su marido: “¿Te encuentras bien, Mark? Es que me da la impresión de que por las noches estás muy inquieto, saliendo y entrando de tu habitación… Tú que siempre duermes como un tronco la noche entera”. Mark quiere quitarle importancia: “Bueno… Quizás alguna vez necesito ir a la cocina a beber algo caliente. Pero supongo que es pasajero”. Emily no se conforma con la laxa explicación y se dirige a Owen: “¿A ti no te despierta cuando pasa por delante de tu habitación?”. Owen es algo más imaginativo: “Tengo un sueño bastante profundo… No me enteraría ni si aporreara la puerta”. “Ya”, suelta Emily lacónica anunciando tormenta. Pero esta no va a ser de rayos y truenos, sino toda una lección de desenvuelta mundología.

Emily empieza ofreciendo la pipa de la paz: “¿Por qué no nos tomamos una copa y hablamos como adultos civilizados que somos?”. Mark, obediente, se apresura a traer unos vasos y escoge una botella de buen Bourbon. Sirve una ronda a los tres y se sienta tan atento a Emily como Owen. Emily comienza con este: “Tú y yo nos queremos de siempre, y somos confidentes de muchas cosas. Sin embargo nunca me has hablado de tus sentimientos más íntimos. Ni yo, por mucha fama de cotilla que tenga, te he tirado de la lengua. ¿Pero acaso crees que no me llegaban rumores de tu vida en Londres y de la libertad con que allí podías realizarte?”. Emily bebe un trago y cambia de tercio: “¿Y qué decir de ti, mi querido Mark y remanso de paz en mi desacertado periplo matrimonial? Pese a tu indiscutible prudencia, también algún rumor a cuenta de tus matrimonios tardíos me había llegado y tu petición de alcobas separadas me hizo confiar en tu sinceridad, sabiendo que, aunque no renunciaras a tus sentimientos, cosa que tampoco te pedí, no te ibas a permitir deslices irresponsables”. Toma otro trago e introduce jovial un chascarrillo: “A uno de mis maridos lo dejé porque se traía jovencitos a casa con muy poca discreción”.

Mark y Owen van bebiendo en silencio pendientes de a donde va a llegar el repaso que Emily les está dando. Y la inesperada conclusión pronto empieza a adquirir forma. Así prosigue Emily: “No soy mojigata y pocas cosas me escandalizan… Al insistirte, Owen, en que te alojaras en nuestra casa siempre que vinieras a Nueva York, no pretendía meter el zorro en el gallinero. Sin embargo, cuando vi lo pronto que congeniabais y algunas que otras miraditas que se os escapaban, empecé a atar cabos. ‘¿Y si…?’, me dije. La idea no me espantó ni mucho menos. Hasta llegué a elucubrar: ‘A ver si estos dos se deciden y Mark se sacude la melancolía a la vez que Owen sienta la cabeza por fin’”. Mark y Owen no pueden evitar mirarse estupefactos. Emily lo capta y ríe: “¿Acaso creéis que necesitaba prolongar tantos días mi estancia en Baltimore? Al surgir el asunto de mi madre, decidí daros margen suficiente por si se confirmaba mi intuición… Y sospecho que habéis aprovechado bien el tiempo”.

Mark se siente ya obligado a responder: “Por esa sinceridad que me atribuyes, no puedo negar que lo que habías intuido y, para gran sorpresa mía y seguro que de Owen, incluso favorecido, se ha hecho realidad. He de reconocer además que fui yo quien dio el primer paso, ya la primera noche en que nos quedamos solos. Y ocurrió sin saber todavía que ibas a prolongar tu ausencia. Es difícil saber cómo habría evolucionado nuestra relación si hubieras regresado en un par de días. Pero la tregua que intencionadamente nos dabas, como dices, ha servido para que se consolide. Aunque teníamos asumido que nuestras relaciones íntimas no podrían proseguir contigo de nuevo en casa, cuesta poner vallas al campo y sí… Alguna escapadita nocturna he llegado a hacer, como no dejaste de detectar con tu sexto sentido”.

Owen no quiere tampoco seguir guardando silencio: “Por lo que a mí respecta, no puedo más que suscribir lo que con tanta franqueza ha expuesto Mark… Solo he de añadir que reconozco haberle dado señales, tal vez insensatamente, para que se decidiera a dar ese primer paso. Yo también aproveché el tiempo que nos estabas concediendo”.

A Emily no parece afectarle demasiado la doble confesión y hasta tiene una reacción muy suya: “¡Pobrecitos míos! Lo mal que lo estaréis pasando desde que volví”. Y con un inusitado sentido práctico declaró: “Vosotros sois mis dos hombres más queridos y no quiero hurtaros la felicidad que os habéis ganado”. Como si ya lo tuviera todo pensado lanza su propuesta: “Aquí cada uno tiene su habitación y lo que hagáis en las vuestras no es asunto de mi incumbencia… Tampoco es que seáis unos tortolitos que han de estar todo el día juntos”. Algo más relajado, Mark reconoce: “Yo me acostumbré a ir a la habitación de Owen, pero siempre vuelvo a dormir a la mía, para que la asistenta la encuentre usada”. Owen también está más animado y se permite añadir sonriendo: “Salvo la víspera del día de libranza de la asistenta”. Emily, divertida con el juego que se traen los dos hombretones, añade risueña: “Eso sí, Mark. Usa zapatillas más silenciosas”.

Pese a todo Mark no llega a tenerlas todas consigo y pregunta a Emily: “¿Crees que algo así va a funcionar?”. Emily es directa: “Eso depende de vosotros. Aunque yo también me tomaré mis libertades… No necesito traer amantes a mi cama. Tengo muchas amistades que visitar y viajes que hacer. De paso os estorbaré menos”. “Siempre has tenido esa libertad”, puntualiza Mark. Pero a Emily no le interesa ahondar en ese tema y vuelve a sus recetas: “Vosotros id a cenar por ahí cuando os apetezca, como ya habréis hecho… Aunque no me privaréis del gusto de acompañaros alguna vez. Pero tened en cuenta que, en casa, es donde estaréis más a resguardo de habladurías”. Entonces Owen quiere ser realista: “Os recuerdo que mi estancia aquí es temporal”. Emily lo anima: “Quédate toto el tiempo que quieras y vuelve cuando te apetezca… Lo contento que pondrás a Mark”. Aún añade: “En cuanto a ti, Mark, trabaja menos y vive más la vida. Viaja tú también a Londres y encuéntrate con Owen. Son cosas que te rejuvenecerán”.

Tras este intercambio emocional, las cosas vuelven a ser como antes del viaje de Emily a Baltimore. Solo en apariencia, porque los revolcones, más o menos intensos, en la habitación de Owen se hacen de nuevo casi diarios. Y así, ellos satisfechos y Emily cual hada madrina, se recompone la armonía familiar. Aunque Owen ha de regresar a Inglaterra, queda la esperanza del reencuentro con Mark, en Londres o en Nueva York.

 

viernes, 9 de junio de 2023

Mirando obras en la calle

Estaban remodelando la plaza que tengo enfrente de casa. Ensanchaban las aceras y renovaban el pavimento. Como mi finca está en un chaflán, había actividad por los dos lados, algo molesta por el ruido y el polvo que se levantaba. Por mi zona trabajaba una brigada de unos ocho operarios, todos con chaleco amarillo y casco. La mayoría eran más o menos jóvenes y delgados, pero destacaba uno que enseguida llamó mi atención. Era un gordote de cuarenta y pico de años, con una barriga que sobresalía del chaleco, que no habría podido cerrar. Me fijaba en él cada vez que salía, demorándome en el semáforo o incluso, acogiéndome a lo que se dice de los jubilados sobre su afición a ponerse a mirar obras en la calle, me detenía para recrearme siguiéndolo con la vista. Me gustaba el posar que tenía cuando estaba de pie, con ese gesto de los gordos en que los brazos caídos se le desplazan un poco hacia atrás resaltando la barriga. Aparte de esto, siempre con el casco, tenía un rostro vivaracho y mofletudo con algo de papada. Era sin embargo de los más activos y, mientras los otros se escaqueaban de vez en cuando, él siempre estaba en movimiento. Solía encargarse casi siempre de los trabajos que requerían más fuerza y era frecuente verlo echado hacia delante o arrodillado, manejando la cortadora eléctrica o extendiendo el cemento. Lo cual, y para mi delectación, hacía que muchas veces se le escurriera el pantalón enseñando el comienzo de la raja del culo. Era lo único del cuerpo que le podía ver, al ser invierno e ir más abrigado. Lo demás me lo imaginaba. Pero además, no solo lo veía cuando salía a la calle, sino que, como vivo en un segundo piso, podía espiarlo desde un ventanal.

Estaba tan pendiente que hasta sabía el horario de trabajo. Era de lunes a viernes y acababan sobre las seis de la tarde. Mi operario favorito solía ser el último en soltar las herramientas. Sin embargo un viernes vi desde mi ventanal que, cuando los demás ya se habían marchado, él seguía más tiempo del habitual puliendo algunos perfiles y extendiendo una lechada a las baldosas. Entonces llegó un fulano que ya tenía visto. Era un cincuentón bastante alto que aparecía con frecuencia para charlar con los trabajadores y dar instrucciones. Debía ser un directivo que, aunque también con chaleco y casco, iba siempre bien trajeado. En esta ocasión no los llevaba y fue directo al que seguía ocupado. El recién llegado le puso una mano en el hombro y hablaron tranquilos. Pude ver que el operario asentía con la cabeza y luego el otro se fue hacia el barracón que había a un lado de la zona acotada, cerrando la puerta tras él. Debía servir para guardar material e incluso de vestuario. Poco después el trabajador recogió sus herramientas y se quitó el casco. Por primera vez le vi el cabello oscuro, denso y bastante corto. Me llamó la atención que mientras iba hacia el barracón, desplazara la cabeza hacia un lado y hacia otro, en un gesto, como si se dijera a sí mismo algo así como “¡Vamos allá!”. Entró también y cerró la puerta. No supe cuánto tiempo estarían dentro, ni si salieron juntos o por separado. Debió ser en un momento en que no estuve mirando.

Por más fantasías que me hiciera con aquel hombre, ni por un momento pensé que pudiera tener cualquier posibilidad de acercamiento y menos de hacer con él lo que me gustaría. Pero como plan B siempre recurro a la imaginación y, para empezar, fabulo sobre lo que podría haber pasado dentro de aquel barracón. Por lo pronto, les pongo nombre y llamo al protagonista Daniel. En cuanto al personaje secundario, que iré viendo cuánto dará de sí, le llamaré Rafael.

Érase una vez...

Daniel entra en el barracón, donde está Rafael sentado en una banqueta y trabaja con una tablet. Mira a Daniel y le dice: “Ve haciendo mientras acabo con una cosa”. Daniel cuelga chaleco y casco en una percha. Como si ya estuviera acostumbrado, se quita el grueso polo y la camiseta que lleva debajo. La barriga le desborda el cinturón y unas pronunciadas tetas reposan sobre ella. Tiene la piel clara poblada de cierto vello, que se nota más en los fornidos brazos. Desde este momento Rafael le presta más atención que a la tablet. Daniel se lavotea la cara y las manos en un pequeño lavabo y se seca con una toalla. A continuación se va quitando las botas y el pantalón de trabajo. Se queda solo con unos calzoncillos que le ajustan poco los recios muslos y, cuanto va a ponerse otros pantalones, Rafael, que ahora ya lo está mirando abiertamente, le dice: “No te irás a dejar esos calzoncillos sudados...”. Daniel contesta tranquilo: “No llevo otros”. “¡Qué más da!”, replica Rafael, “De aquí a tu casa no te vas a cagar en los pantalones”. Daniel no contesta, pero se baja los calzoncillos y se los saca. Lo hace de frente a Rafael, que ya se ha levantado y se le acerca, ante lo cual Daniel se queda quieto y le dice: “Esto es lo que quería ¿no?”. Está bastante bien dotado, con unos huevos que resaltan en la apretada entrepierna y, sobre ellos una polla descapullada en descanso. Rafael responde con tono suave: “Ya sabes lo que me gusta verte así”. Daniel replica a su vez: “Ya ve que no me hago de rogar con usted”. Llama la atención que, en una conversación como esta, Daniel persista en dirigírsele con respeto, frente al tuteo que Rafael usa con él. Cosas de la jerarquía...

Rafael está tan cerca que casi roza la barriga de Daniel con su traje de buen corte. Solo tiene que mover un poco la mano para tocarle el paquete. “¡Uyyy!”, suelta Daniel sonriendo al notarlo, “Que ya sabe lo que pasa y hoy tengo un poco de prisa”. “¿Te está echando en falta tu mamá?”, pregunta Rafael burlón. Daniel contesta descarado: “Como a usted su mujer y sus hijos”. Rafael ríe y le agarra de los huevos. Daniel da un respingo, pero se deja hacer. Rafael le dice apretando más: “Te lo has buscado”. Pero añade: “Precisamente de mi familia quería hablarte”. Ahora soba con más delicadeza la polla mientras le explica: “Mañana por la mañana se irán mi mujer y mis hijos de fin de semana a casa de la abuela y yo me quedo solo... Me gustaría aprovechar para hacer algunas cosas que tengo pendientes y se me ha ocurrido que podrías venir a echarme una mano”. Daniel no se espera algo así en absoluto y lo que está haciendo Rafael con su polla, que ya se le ha puesto dura, lo pone tan caliente que le cuesta digerir la propuesta.

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Para entender mejor la sorpresa de Daniel por la proposición habría que dar para atrás la manivela e ir al comienzo de su particular relación con un directivo de la empresa en cuyas obras trabaja, que no es otro que Rafael. Este supervisa dichas obras y tiene echado el ojo a Daniel. Con mucha sutileza se lo va camelando, parándose a charlar con él y alabando su trabajo. Como Daniel es simpático y sabe conectar con la gente, disfruta con ese traro y le corresponde. Lo que no pasa por su imaginación es que aquel directivo tan agradable pueda sentir otro tipo de atracción hacia él, gordo y fofo como se ve. No es que Daniel sea un pusilánime para el sexo, pues tiene sus aventuras y está ya bastante baqueteado sobre todo en que se lo follen. Pese a su complejo de gordo, su labia y gracejo le sirve para tener bastante éxito. Pero a Rafael lo ve en otro nivel, con quien no puede haber sino una relación profesional. Sin embargo Rafael se las ingenia para hacerle cambiar esa idea. Es la costumbre perfeccionista que observa en Daniel de no acabar la jornada hasta terminar lo que está haciendo, y que le lleva a quedarse un rato más cuando los otros se han marchado, la que sirve a Rafael para conseguir un mayor nivel de intimidad. Y el lugar escogido para ello es precisamente el barracón que nunca falta en las obras. “A ver si así se entera de que le tengo ganas”, piensa.

De modo que, un día en que Rafael ve que efectivamente Daniel se va a quedar solo, hace ver que también se marcha. Permanece acechando por las cercanías y, cuando ve que Daniel ya entra en el barracón, aguarda aún unos minutos. No sabe muy bien cómo encontrará a Daniel, pero al menos el secretismo del barracón es adecuado para alguna que otra insinuación. Resulta que Daniel nada más entrar, sudoroso como viene ya que es pleno verano, no solo se deshace del casco y el chaleco, sino que se desnuda por completo. Si bien el barracón no tiene ducha propiamente, sí que hay una pileta en el suelo y, con una manguera, puede darse al menos un remojón. Así está, empezando a disfrutar de los primeros chorros de agua fresca, cuando se abre la puerta y aparece Rafael. Cada uno se desconcierta a su manera. Rafael por la inesperada suerte de encontrarse de golpe a Daniel en pelotas. Y Daniel porque quien menos se espera que entre es ni más ni menos que su respetado jefe. No es que sea particularmente pudoroso. No sería la primera vez que hace lo mismo ante otros compañeros. Por eso, al ver allí plantado a Rafael, reacciona precipitándose a cerrar el grifo más que a cualquier intento de cubrirse. “¡Oh, perdona”, finge Rafael sorpresa, aunque es auténtica por lo que está viendo, “Creía que ya te habías marchado... Es que me había dejado aquí un documento que necesito para mañana”. Daniel, todavía con la manguera en la mano, dice con cierta calma: “Faltaría más! Soy yo el que no debía estar haciendo esto... Justo acababa de empezar”. “¡Pues sigue, hombre! Te mereces refrescarte después del calor que habrás pasado”, lo anima Rafael. Daniel le sonríe: “Usted siempre tan amable”. Esa sonrisa de Daniel en pelotas es el colmo para Rafael, que ya va a más en su amabilidad y ofrece: “¡Mira! Pues ya que estamos te voy a ayudar... Deja que sujete la manguera y así te refrescarás mejor”. Casi se la arrebata y le apremia: “¡Hala, abre el grifo”. Daniel lo hace riendo: “¡Cómo es usted!”. Pero mientras Rafael lo va regando, no se corta un pelo en irse moviendo para que el agua le dé por todas partes.

Pese a todo, a Daniel le está empezando a entrar un gusanillo ante tanta condescendencia de Rafael y la forma en que lo mira en aquellas circunstancias un tanto chocantes. Tampoco es que le disguste dado su carácter abierto y comunicativo. Sin embargo, cuando ya no queda nada más que remojar y Daniel opta por cerrar el grifo, la situación va tomando otro cariz. Al quedar escurriéndose en la pileta, ya que no tiene ninguna toalla, Rafael comenta como si tal cosa: “¿Sabes que tienes un buen cuerpo?”. Daniel se ríe: “Venga, no se burle de mí. Si soy una bola de grasa”. Rafael insiste: “No te valores tan poco, con la fuerza que he visto que tienes además”. Daniel precisa: “Eso no lo niego, pero que tenga un buen cuerpo... Es gordo y fofo ¿no ve?”. Al decir esto se coge con las dos manos la barriga y la sacude, con lo cual por debajo se le agita también la polla, para delectación de Rafael, que no ceja en sus alabanzas: “Los gordos tenéis un atractivo mayor de lo que pensáis y tú en concreto lo tienes”. Daniel ya empieza a ver la luz de por dónde parece ir Rafael y siente que, por más inesperado que le resulte allí en pelotas bajo su mirada, le está gustando. Por eso pregunta: “¿Es lo que piensa que yo tengo?”. “Lo pienso desde hace tiempo”, reconoce Rafael sin ambages, “Y hoy al encontrarte así me he convencido aún más”.

Ante lo que es casi una declaración, a Daniel empieza a acelerársele el corazón y sentir una cierta excitación, lo cual lo deja sin saber qué decir, tan locuaz él. Rafael no sabe cómo interpretarlo y recula: “Tal vez estoy haciendo el ridículo y poniéndote en una situación incómoda. Me he dejado llevar por un impulso que no he sabido controlar...”. Entonces Daniel reacciona ya y, acercándose, le coge una mano: “De qué ridículo habla ¿Cree que si me gusta tanto charlar con usted es solo por hacerle la pelota? Pasaba que el respeto que le tengo no me dejaba alimentar las fantasías que me venían sobre usted... Pero ahora nos hemos encontrado aquí y más disponible de lo que me está viendo sería difícil”. La sonrisa con la que Daniel aprieta la mano de Rafael desarma a este, que se anima a confesar: “Esto de hoy lo había planeado para estar a solas contigo y mira por dónde te pillo como más podía desear. Y ya me he ido de la lengua...”. Daniel dice entonces: “Ya estoy seco ¿Para qué esperar más entonces?”.

La forma en que se le entrega Daniel pone a Rafael en el disparadero. Lleva las manos a sus hombros y lo atrae hacia él. Pero no tiene que hacer más, porque Daniel estrecha su cuerpo desnudo contra el vestido de Rafael. No hablan ya sino que se funden en un largo beso. A Daniel le gusta cómo le mete la lengua Rafael y la enreda con la suya. Sus ligues solían ser más bien de aquí te pillo aquí te mato. Lo que no ha visto todavía Rafael es la erección que tiene Daniel. Pero este quiere mostrarle cuanto antes que siente de todo menos indiferencia hacia él. Así que, agotado el beso, va apartándose y retrocediendo hasta que topa con una mesa. Apoyado en ella separa las piernas presentando a Rafael su polla regordeta y dura. Este nuevo ofrecimiento lleva a Rafael a agacharse en cuclillas sujetado a los muslos de Daniel. Da un lametón a la polla, en cuya punta asoma una gota transparente, que hace estremecer a Daniel. Cuando Rafael la sorbe ya y chupa con ansia envolviéndola con la lengua, a Daniel se le aflojan las piernas ¡Quién iba a decirle, pocas horas antes, que su respetado jefe se la chuparía como hace ahora!

Rafael, sofocado, detiene la mamada sin querer llevarla hasta el final. Pero enseguida, sin levantarse todavía, pide: “¡Date la vuelta!”. Daniel se gira dócil y, apoyando los codos en la mesa, pone también su orondo culo a disposición de Rafael. Este acaricia las nalgas con delicadeza mientras las contempla, hasta que exclama: “¡Cómo me gusta lo suave que lo tienes, con esa pelusilla que se te mete por la raja!”. Cuando llega a pasar los dedos por ella, Daniel pregunta con una voz temblona: “¿Adivina lo que estoy deseando que me haga ya?”. Es una sutil invitación y Rafael se levanta entonces. Sin quitarse siquiera la americana, se suelta el pantalón y lo baja junto con los calzoncillos hasta media pierna. Aunque Daniel no lo ve, dice agitado: “Creo que estoy listo ya”. Se ha empalmado también y, sobándose la polla, se acerca añadiendo: “Estaba esperando que me lo pidieras”. Al repasar la polla por la raja encuentra enseguida por dónde meterla. Aprieta hasta tenerla toda dentro y Daniel gime estremeciéndose. Es una follada sin palabras, sustituidas por jadeos y quejidos. Daniel afianza las piernas para resistir a las embestidas de Rafael que crispa las manos en las anchas caderas. Los dos saben y desean llegar hasta el final, sin que haga falta ningún tipo de aviso. Es el movimiento agitado de Rafael el que marca la pauta y cuando este aminora las arremetidas pero que golpean con más fuerza y sonoridad en los glúteos ese final es irremediable. Rafael va ya de salida con una respiración agitada y se queda de pie con la polla en retracción, que aún gotea sobre los calzoncillos bajados. “¡Cómo me has hecho disfrutar!”, exclama. Daniel, al enderezarse muestra que su polla también gotea. Tiene la sensibilidad de correrse espontáneamente si se lo follan bien follado. Se permite ironizar: “Yo también me he descargado, pero el esfuerzo ha sido todo suyo”. Rafael ríe: “El culo tragón que tienes ha ayudado mucho”.

Rafael se recompone la ropa y Daniel empieza a vestirse. Así termina este primer encuentro y Rafael, que es el primero que se va a marchar, no deja de proponer: “Volveremos a hacer esto ¿no?”. Daniel es prudente: “Si usted lo sigue queriendo, yo también”. Pero además le avisa con cierta chacota: “No se olvide del documento que ha venido a buscar”. “Ya ni me acordaba... No sería tan importante”, ríe Rafael. Al salir este con cautela, Daniel se queda un rato sentado en el barracón, en un estado de encantamiento que no lo abandona. Ya pensaría más en frio si no se habría metido en un lío.

El caso es que siguieron con esos encuentros furtivos con una relativa frecuencia. Las obras en que trabaja Daniel van para largo y, aunque el barracón cambia de sitio, sigue siendo el mismo. Precario pero suficiente para sus escarceos, siempre intensos. Ya se citan por signos secretos y, cuando Daniel espera en el barracón, ya desnudo para ganar tiempo, no tarda en aparecer Rafael. Es significativo, y a Daniel le cautiva, que en la segunda cita Rafael, en lugar de su habitual traje de ejecutivo, se presente con un chándal deportivo. Ante el asombro de Daniel, que ha de fijarse bien para estar seguro de que se trata de su Rafael quien entra, este se explica un tanto avergonzado: “No es que a estas alturas me haya dado por hacer ejercicio, pero el otro día fui yo solo quien disfrutó de tu cuerpo al completo, mientras que apenas llegué a dejarte ver el mío. Por eso hoy quiero que haya un equilibrio... Espero que, al mirarme tan desnudo como tú, no te decepcione”. En un momento se despoja del chándal y queda sin nada más. Por primera vez Daniel lo ve más allá de como lo había imaginado. Un cuerpo maduro en sus cincuenta y pico de años, más robusto de lo que parece vestido y bastante velludo. La envergadura y dureza de su polla ya las había comprobado el otro día y ahora la puede ver todavía en calma. Calma que poco dura al lanzarse Daniel hacia él y fundirse ambos en un abrazo. Al juntase ya sus cuerpos desnudos, los dos notan cómo entrechocan sus pollas al erizarse. Bajan las manos para disfrutar de su engorde, hasta que Daniel se desliza hasta el suelo y, sentado en los talones, se pone a chupar la polla de Rafael. “¡Um, qué rica!”, dice interrumpiéndose un momento. Rafael goza de la mamada con las manos en la cabeza de Daniel. Hasta que avisa: “Si sigues así me vas a dejar fuera de combate... Y no es eso lo que queremos ¿verdad?”. En respuesta, Daniel se levanta con presteza para ofrecerle el culo, como ya hizo el primer día. Y como ese día, Rafael le zumba hasta correrse y provocando que Daniel también lo haga.

Así crean un hábito, que se moldea en función de las circunstancias. A veces se limitan a rápidas mamadas o a folladas casi sin desvestirse. Pero siempre que les es posible, procuran alargar los placeres mutuos. Por otra parte, apenas hablan de temas personales, aunque se afiance la confianza entre ellos. Rafael sabe que Daniel es soltero y vive con su madre, y este que Rafael es casado y con hijos. Daniel tampoco oculta que, gozando de mayor libertad, no se priva de dejarse querer por algún amigote. Así están las cosas y ninguno juzga al otro ni hurga en sus vidas fuera del barracón.

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Con el anterior retroceso en el tiempo se ha explicado cómo se fraguó la relación íntima entre el trabajador Daniel y su superior Rafael. Procede por tanto avanzar al momento presente y continuar a partir de la inesperada propuesta que hace Rafael a Daniel de que vaya a su casa un fin de semana, en que se queda sin la familia, para que le eche una mano. Como resulta que esto lo está diciendo Rafael sobando la polla que ha puesto dura a Daniel, este, por ganar tiempo, le pregunta irónico: “¿Cómo la mano que me está echando usted ahora?”. Porque Daniel, al que ya le vienen bien unos encuentros furtivos sin buscar más que un buen sexo y sin compromiso alguno, ir a casa de Rafael lo ve como un delicado salto cualitativo en su relación. Si ya cuando la iniciaron temió haberse metido en un lío, ahora le inquieta no menos este acceso al espacio privado de Rafael, que no deja de ser un superior y que ni siquiera le ha apeado de tratarlo de usted. No es que eso le importe, pero no deja de ser una barrera entre ellos. Sin que Daniel pueda llegar a madurar su actitud ante la propuesta, Rafael, quien al parecer no tiene dudas sobre el alcance de esta, apremia a Daniel dorándole la píldora: “Vamos a estar muy a gusto los dos allí solos y mucho más cómodos. Si ya aquí tenemos unas buenas folladas, imagínate cómo nos lo podremos pasar... Así verás además el jacuzzi que he instalado no hace mucho. Me muero de ganas de compartirlo contigo”. Cuanto más entusiasmo muestra Rafael más se debilitan las prevenciones de Daniel, incapaz ya de manifestárselas. Así que se oye decir: “¿Cuándo quiere que vaya?”.

La proposición de Rafael ha dejado en segundo término lo que constituye la razón principal de sus encuentros. Sin embargo Daniel, tal vez para despejar la mente de sus dudas, pregunta con picardía: “¿Y hoy qué?”. Rafael sugiere entonces: “Aunque yo sí que tengo un poco de prisa por la marcha de mi familia mañana temprano, podemos hacer una cosita rápida... Sin corrernos ni nada, solo por darnos el gusto”. Daniel, cuya polla está dura por las agarradas que le estaba dando Rafael como argumento para convencerlo, enseguida pone el culo en pompa. Rafael ríe: “Si tienes todavía más ganas que yo”. Y tal como está vestido se abre la bragueta y saca la polla, no menos empalmado que Daniel. Se la mete con la precisión adquirida por la costumbre y Daniel remueve el culo acomodándola. Rafael se menea sin ponerle excesiva energía, pese a lo cual Daniel lo acompaña con gemidos. Rafael le dice: “Si no sabré yo lo que te gusta esto”. “¡Sí, como a usted!”, replica Daniel con la voz entrecortada. Rafael sin embargo cumple con lo que había propuesto y, después de unas cuantas arremetidas, se sale y le da un tortazo en el culo: “¡Vale ya! No nos desgastemos para mañana”.

Rafael vive en una urbanización en el extrarradio. Su casa, de una sola planta, no se ve lujosa, pero sí moderna y amplia, con un pequeño jardín delante muy cuidado. Daniel ha ido en autobús a media mañana, cuando Rafael ya se habrá quedado solo. Va algo inquieto por lo extraño que le resulta su incursión en casa de Rafael. Pero también siente curiosidad y cierta excitación porque vayan a hacer en ella lo mismo que en el barracón, pero en un ambiente muy diferente. Le sorprende que Rafael lo reciba en camiseta y pantalón corto. Lo hace pasar enseguida y nota que hay buena calefacción. Se le hace raro, pero también le atrae verlo tan informal, en contraste con la gruesa parka que lleva él. Todavía algo apocado se deja besar, pero al meterle Rafael la lengua se siente más reconfortado. “Así que ya le han dejado solo”, comenta por decir algo”. “Toda la casa para nosotros”, contesta Rafael exultante, “Y he puesto buena temperatura para que podamos estar hasta en pelotas”. “A usted poco le falta”, ironiza Daniel. “¿No te gusto así?”, pregunta Rafael coqueto. “¡Claro que sí!”, contesta Daniel, “Falta de costumbre”. “Pues venga, quítate eso”, le insta Rafael. “¿Todo?”, lo provoca Daniel. “Tendré que darte ejemplo a estas alturas”, dice Rafael que, en un pispás se quita lo poco que lleva. A Daniel le da morbo la situación, cuando otras veces era él quien estaba desnudo y Rafael vestido. Por eso le pide: “¡Venga aquí!”. Lo abraza y lo va sobando. “¡Uh, cómo me estás poniendo ya!”, susurra Rafael. Una vez entonados, este recoge la ropa que se ha quitado y dice: “¡Vamos! No dejemos tiradas las cosas por ahí, que vas a pensar que soy un desordenado”. Lo conduce a una habitación que a Daniel le parece que no es la conyugal, aunque la cama es grande. Rafael la señala: “Mira qué buenas siestas vamos a poder echar ahí”. A Daniel no deja de chocarle el plural de ‘siestas’. “¿Qué tendrá este hombre en la cabeza?”, piensa. Rafael añade: “¡Hala! Ponte cómodo”. Se sienta en una butaca y mira con deseo cómo va Daniel quedándose también desnudo. Cuando ya lo está y se queda plantado en esa pose desinhibida que tanto excita a Rafael, este le dice: “¡Ven aquí!”. Se echa hacia delante en la butaca y alarga una mano para palparle la polla. “¡Cómo me gusta que engorde en mis manos!”, exclama Rafael. Es lo que está pasando y Daniel se deja hacer embelesado. Pero Rafael quiere ya que disfruten juntos lo que va a enseñarle: “Verás ahora el jacuzzi... Ya lo había puesto calentito y burbujeando”.

La casa, de construcción más abierta hacia el interior que al exterior, circunda un patio resguardado por una claraboya. Es allí donde habían instalado un jacuzzi redondeado. Daniel no había usado, y ni siquiera había visto en funcionamiento, uno de esos artefactos. Se queda al borde mirando el burbujeo del agua. Rafael lo anima: “¡Venga, entra!”. Daniel pone un pie dentro sobre un escalón y baja el otro hasta quedar en medio. Ahí de pie, el nivel del agua le queda justo bajo la polla, que se le menea por las burbujas. “¡Uy, qué gustito!”, exclama, “Esto pone a cien”. Rafael, entrando también, lo calma: “Primero vamos a relajarnos”. Se sienta frente a Daniel y este lo imita. El agua les bulle al nivel de las tetas. “No me digas que no es una gozada”, comenta Rafael. Daniel dice divertido: “¡Cómo me bailan los cataplines!”. Rafael cierra los ojos disfrutando del relax. Pero, sin que se note en superficie, va alargando un pie que se introduce entre los muslos de Daniel. De momento este cree que es el burbujeo que se ha intensificado, pero, al notar que el pie le busca la polla, se abre de piernas para dar facilidades. “Así no hay quien se relaje”, comenta divertido con el juego del pie de Rafael con su polla y sus huevos. Al que él también contribuye apretando los muslos para atraparlo. 

Aunque a Daniel pronto se le ocurre algo. Va deslizándose hasta que el agua le llega a cubrir la cabeza y entonces se gira. En un improvisado buceo a medias, dada la escasa profundidad y que hace que su culo salga a la superficie, logra atrapar con la boca la polla de Rafael. No llega a retenerla porque este prefiere levantarse para quedar sentado en el borde del jacuzzi. Daniel recupera el equilibrio y, arrodillado en el agua, se pone a chupar con ganas la polla de Rafael. Cuando este la tiene dura, esquiva la mamada y vuelve a deslizarse dentro del jacuzzi. “Anda, ven”, le dice a Daniel, que no duda en darse la vuelta y sentarse sobre Rafael. Menea el culo en busca de la polla, que fácilmente se le mete dentro. Con saltitos y contoneos disfruta mientras Rafael, al tenerla así atrapada, suspira con gusto. Pero pronto empuja a Daniel para que se levante y que, al quedar de pie y girarse hacia Rafael, provoca que este no se resista a ponerse a chuparle la polla que, bien tiesa, baila entre las burbujas.

Estos juegos en el jacuzzi no van a ir a más por parte de ambos. Daniel prefiere que se reserven para la siesta. Le hace ilusión revolcarse con Rafael en una cama. Y también este tiene previsto lo que van a hacer a continuación. Así que suelta la polla de Daniel y se levanta. “Todo esto me ha abierto el apetito”, comenta, “Vamos fuera, que he pedido comida japonesa y no tardarán en traerla”. Daniel frunce el ceño: “No me apaño demasiado con los palillos”. “¡Tranquilo!”, ríe Rafael, “Podremos comer con lo que queramos”. Salen del jacuzzi y se secan con sendas toallas. Siguen desnudos y van a poner la mesa en el office de la cocina. Rafael muestra a Daniel una botella de buen rioja y dice: “Este vino no es japonés ¿Te hace?”. “Un día es un día”, contesta Daniel. No tardan ya en llamar a la puerta y Rafael se pone con rapidez lo que llevaba al recibir a Daniel. Este bromea: “Así va a ligarse al mensajero”. Pero Rafael vuelve enseguida con las bolsas de la comida. Esta es abundante y variada, y Daniel mira con recelo algún que otro plato. El jacuzzi sin embargo también le ha abierto el apetito y acaba comiendo de todo con no menos entusiasmo que Rafael. Además, el vino y los licores que toman con los postres hacen su efecto. Hasta que al fin Rafael hace la propuesta que tanto estaba esperando Daniel: “¿Qué te parece si echamos ya una siesta?”. Para Daniel, hablar de ‘siesta’ en ese contexto solo puede significar ‘revolcón con Rafael en una cama como dios manda’ y le hace exclamar: “¡Lo estoy deseando!”.

Tan ilusionado accede Daniel a la habitación que, sin esperar la invitación de Rafael, se lanza sobre la cama y, abierto de brazos y piernas, se ofrece: “¡Haga conmigo lo que quiera!”. A Rafael le excita ver así a Daniel, resaltando su apetitoso cuerpo en la sábana blanca bajo la luz de media tarde que entra por la ventana ¡Qué distinto todo de la precaria semipenumbra del barracón! Así que se lanza sobre él y toma posesión de su polla: “Verás qué comida más buena te voy a hacer”. Se pone a chuparla con un ansia que saca fuera de sí a Daniel que, entre suspiros va dando palmadas a la cama. Hasta que pide gimiendo: “¡Deme la suya!”. Pero lo que hace Rafael es girarse y, de rodillas sobre la cabeza de Daniel, le mete la polla en la boca. Se la va follando mientras echado hacia delante retoma la mamada de la de Daniel. En un revoltijo acaban cayendo de costado para chupárselas con mejor agarre.

Cuando la excitación que alcanzan apunta a la tentación de dejarse ir en la boca del otro, Rafael frena y exclama: “¡Ven que te folle!”. “¡Sí, hágalo!”, suplica entonces Daniel. Rápidamente se coloca para ofrecer el culo y Rafael se le echa encima. Se la mete con tal ímpetu que arranca un quejido a Daniel, que no obstante sube las rodillas para que la penetración sea aún más profunda. Rafael bombea resoplando, pero de pronto pregunta: “¿También te correrás al hacerlo?”. “¡Sí, sabe que no me puedo aguantar!”, farfulla Daniel. “Entonces quiero verlo”, declara Rafael. Se sale y, con brusquedad, hace que Daniel, desconcertado, se ponga bocarriba. Le agarra las piernas y, arrodillado entre ellas, las sube hasta sus hombros. Así queda alzado el culo de Daniel y Rafael se le clava para zumbarle con no mejor energía que antes, sujetándose a las piernas en alto. La polla de Daniel se le ha levantado también y le va golpeando en la barriga. Rafael se tensa en las últimas arremetidas y avisa: “¡Ya me viene!”. Entre temblores se va descargando, pero no pierde de vista lo que sucede a Daniel. De su polla van saliendo sucesivos chorros de leche que le van a parar a la barriga y hasta al pecho. Rafael suelta al fin las piernas de Daniel, que caen por su propio peso, y al dejarse caer a su lado, bromea: “¡Vaya semental estás hecho!”. “¿Le ha gustado verlo?”, pregunta Daniel todavía aturdido. Medio abrazados se recuperan estirados en la cama. Guardan silencio aún con la respiración acelerada. Y ahítos de sexo, ahora sí que van a hacer una siesta en sentido estricto. Pues los dos se están dejando caer en un sueño reparador.

Se van despertando después de un buen rato y Damián, discreto, se dispone a marcharse, pues ni se han planteado la posibilidad de que se quede a dormir. Pero Rafael aprovecha para preguntarle: “¿Qué harás mañana?”. “Tal vez vaya a tomar unas birras con amigos”, contesta sincero Daniel. “¿Los que te dan por el culo?”, ironiza Rafael. “Alguno de esos habrá”, contesta tan fresco Daniel. Entonces Rafael le suelta: “A lo mejor te apetece más otra cosa...”. “A ver por dónde me sale”, piensa Daniel y espera. Rafael expone: “Un amigo de hace muchos años va a venir mañana... Hay mucha confianza entre nosotros y los dos coincidimos en gustos”. Daniel despista: “Pues se lo pasarán muy bien ¿no?”. Pero Rafael insiste: “Nos tenemos ya muy vistos para lo que estás pensando... Le he hablado de ti y está deseando conocerte”. “¿Ah, sí? ¿Sabe lo que hacemos?”, se sorprende Daniel. “Claro, no tenemos secretos”, contesta Rafael, “Es un hombre muy simpático, que te gustará... Igual más que yo”. “¿A dónde quiere llegar?”, pregunta Daniel inquieto. Rafael dispara: “A que hagas cosas nuevas, si no las has hecho ya, y que también disfrutes con los dos”. Daniel no ha hecho nunca un trío y entiende la propuesta de Rafael a su manera: “Así que me follarían los dos...”. Rafael quiere aclarar: “No va solo de eso... Igual eres tú el que se folla a mi amigo”. “No sé yo”, duda Daniel, “Con usted lo que sea, pero además con otro señor que ni conozco...”. Rafael es tajante: “No te quiero presionar... Mi amigo vendrá a tomar café y también estás invitado. Si te decides a venir, serás bien recibido”. Aunque Daniel se va sin despejar la incógnita, Rafael tiene pocas dudas de que acabará presentándose.

Daniel está dándole vueltas a la invitación. Con lo bien que lo ha pasado con Rafael aquel día, tiene que salirle con esa novedad... “Es más golfo de lo que creía”, barrunta, “¡Y él que se burlaba de mis ligues!”. Por otra parte, si no va, el amigo podrá pensar que Rafael iba de farol y lo dejaría en mal lugar. Y si el otro está también apetitoso ¿por qué no va a dejarse querer? Así que el gusanillo de no perderse la invitación va despejando sus recelos y acaba decidiendo que sí que irá otra vez a casa de Rafael. En lo que duda sin embargo es el momento adecuado para presentarse allí. Mejor dejarles que tomen su café con la incógnita de si llegará a ir y así se alegrarán más cuando aparezca. Hace pues una comida ligera y vuelve a coger el autobús para dirigirse a casa de Rafael.

Entretanto el antiguo amigo de Rafael ya ha llegado a la casa. Se llama Ramiro y es pocos años mayor que Rafael. Algo más robusto y de muy buena presencia, está divorciado y es bastante bon vivant. Aunque ambos guardan las apariencias y mantienen en el armario sus aficiones, al coincidir en un congreso hace ya años, Ramiro sedujo a Rafael, al que le encantó follarse su culo rollizo y velludo. Mantienen una relación amistosa, pese a las pocas ocasiones que se les presentan de repetir los revolcones. Rafael le ha hablado a Ramiro de su ligue con Daniel, al que ensalza: “Es un gordote algo tímido al principio. Pero cuando se lanza, se puede hacer con él de todo”. “¡Qué envidia me das!”, había exclamado Ramiro, “Con el tiempo que hace que no me como una rosca… Y ya sabes lo que me gustan también esos gorditos”. “Daniel te encantaría”, insistía Rafael, al que ya le estaba dando morbo la idea de compartirlo. “Me estás poniendo los dientes largos”, protestaba Ramiro. “Algo podremos hacer…”, decidió Rafael. Así es cómo, aprovechando la oportunidad que se le presenta a Rafael de disponer de su casa durante un fin de semana, trama que se junten los tres aquel domingo. Porque Rafael, que ya conoce bien a Daniel, planifica las posibilidades del encuentro dedicándole a este por entero el sábado para que, una vez superado el impacto que sin duda supone para Daniel ser invitado nada menos que a su casa, quedara más predispuesto a lo que le va a proponer para el día siguiente. El riesgo de que no acuda es casi inapreciable.

Rafael y Ramiro se besan afectuosamente en la entrada. Pero enseguida el segundo pregunta si está el ligue del que habían hablado. Rafael explica sin rodeos: “Ayer vino por primera vez aquí y nos dimos unos buenos revolcones. No le propuse que se quedara y, antes de que se marchara, le dejé caer lo de tu visita. Al principio le daba algo de corte venir también. Pero lo conozco lo suficiente para saber que picaría el anzuelo… Ya verás como no tarda en aparecer”. Ramiro no lo ve tan claro y objeta: “A ver si lo dejaste tan agotado que se ha quedado sin ganas de más marcha”. “¡Qué va!”, ríe Rafael, “Daniel es insaciable y lo del trío no lo va a desaprovechar”. No obstante, en la espera, deciden tomarse tranquilamente el café que Rafael tiene preparado. Pero antes este propone: “¿Y si nos ponemos ya en pelotas? Como nos encuentre así se va a poner a cien”. “Por mí no hay problema”, acepta Ramiro, “Hace tiempo que no nos veíamos tú y yo, y también me apetece comprobar si sigues tan buenorro”. “Seguro que Daniel te va a gustar más”, ríe Rafael. Ramiro añade previsor: “Si al final no viene, ya nos apañaremos nosotros”.

Una vez desnudos, mientras degustan el café se van mirando con complaciente interés. Ramiro comenta: “Por ti no pasan los años. No me extraña que a tu ligue lo tengas encantado con esa polla tan hermosa”. “Si no fuera porque esperamos visita, ya estaría disfrutando con ella en ese culazo que has echado”, replica Rafael. No da tiempo para más requiebros, porque se oye el timbre de la puerta. “¿Qué te dije?”, exclama Rafael triunfal. Se levanta rápido y va a abrir, desnudo tal como está. No obstante, por si acaso, solo asoma la cabeza por la puerta entreabierta. En efecto, es Daniel quien ha llamado. “¡Pasa, pasa!”, le insta. Cuando entra, Daniel lo mira e ironiza: “¿Ya está así? En el barracón soy yo el que lo recibe en pelotas”. Rafael solo da como explicación: “Es que te estábamos esperando”. “¡Ah!”, entiende Daniel, “¿Ya está el otro señor?”. Rafael no tiene que contestar porque Ramiro, exhibiendo su cuerpo fornido y velludo, ya viene hacia Daniel. Le tiende los brazos y lo atrae cogido por los hombros para plantarle un beso en toda la boca. Luego le sonríe afable: “Tenía muchas ganas de conocerte”. Lo toma del brazo y siguen a Rafael de vuelta a la sala. Ahora es Daniel el que se siente incómodo de ser el único vestido y ofrece: “Si quieren me desnudo también”. “Lo estamos deseando”, ríe Ramiro. Pero a Daniel le da corte hacerlo allí mismo y pide: “Puedo pasar por el baño”. Rafael le dice: “Tú mismo. Ya sabes dónde está”. La ausencia de Daniel da pie a Ramiro a comentar: “¡Joder! ¡Qué gordito más apetitoso! Te lo pasarás teta con él”. Rafael replica ufano: “Pues ahora lo verás mejor… Ya sabía yo que te iba a gustar”. “Que le guste yo también a él”, espera Ramiro. “No me cabe duda de que sí, con lo bueno que sigues estando”, lo halaga Rafael.

Daniel no da ya muestras del menor pudor cuando reaparece completamente desnudo. Teme sin embargo que su gordura, que él valora tan poco, no sea del agrado del invitado de Rafael. Así que no se le ocurre más que decir con humildad: “Esto es lo que hay”. Rafael mira a Ramiro, complacido del buen efecto que sabe le está dando Daniel. Efectivamente Ramiro exclama: “¡Pues todo lo que hay me encanta!”. Resulta además que, si antes habían estado tomando el café sentados en butacas enfrentadas para poder contemplarse a gusto, ahora los dos amigos ocupan deliberadamente el sofá, pero dejando espacio entre ellos. Rafael entonces invita a Daniel a sentarse en el hueco que queda: “¡Anda, ven aquí! Que te conozca mejor Ramiro”. Pero este ya se anticipa porque, cuando Daniel está ante el sofá, lo agarra por los muslos y se los va sobando mientras dice: “Así te veo más de cerca”. A Daniel le hace gracia lo impulsivo que se muestra Ramiro con él de buenas a primeras … y delante de Rafael.  “Con lo señorón que se le ve, vaya manera de meterme mano”, piensa. De todos modos Ramiro, tal vez para atenuar sus excesos, lo suelta y le sonríe: “Ya he dicho lo que pienso de ti…  ¿Qué te parezco yo?”. Daniel se muestra hábil: “Don Rafael ya me había dicho que usted me gustaría… y tuvo razón”. Los términos tan respetuosos usados por Daniel para referirse a ellos no dejan de chocar a Ramiro, que mira a Rafael y le dice jocoso: “¿Así te habla a pesar de los polvos que echáis?”. Pero Daniel libra de responder a Rafael e interviene: “No sabría hacerlo de otra forma con ustedes”. Ramiro zanja la cuestión riendo: “Si lo prefieres así… Hasta tiene su morbo”.

Al fin Daniel puede sentarse entre los dos, quedando algo ajustados. Aunque Rafael, con el revolcón del día anterior, tiene la lívido más calmada y no le importa ceder a su viejo amigo el disfrute preferente de Daniel, tampoco quiere quedar al margen. Así que le pasa un brazo por los hombros en gesto de cierta posesión. Lo cual no impide a Ramiro, que no ve la hora de darse el lote con Daniel, volver a sobarle un muslo y preguntarle: “¿Qué podemos hacer tú y yo?”. Daniel, dubitativo, mira a Rafael, que entonces le acerca la cara a un oído y le susurra, aunque en un tono muy audible: “Por mí no te cortes”. La permisividad de Rafael no deja de chocar a Daniel, que se decide a contestar a Ramiro: “No sé… Lo que usted quiera… Verá cómo reacciono enseguida”. “Lo comprobaré entonces”, le falta tiempo a Ramiro para echarle mano al paquete, que manosea encantado al ir haciendo que la polla engorde. Daniel se deja hacer y mira de nuevo a Rafael, que aprovecha entonces para ponerse a morrearlo.

Ramiro sin embargo pronto va a querer acaparar a Daniel. Una vez que le ha dejado bien dura la polla, le dice ansioso: “¡Anda, levántate!”. Rafael suelta a Daniel, que se planta ante Ramiro con la polla tiesa. No cabe duda de cuál es el propósito de este, que se inclina hacia delante. Atrapándole los huevos engulle la polla, que chupa con delectación. Daniel empieza a suspirar y, para hacer algo con las manos, se pellizca los pezones. Ramiro le pone tanto entusiasmo a la mamada, que Rafael tiene que frenarlo: “No vayas a dejarlo fuera de juego tan pronto”. Ramiro lo comprende y deja de chupar: “Tienes razón. Es que la tiene tan rica…”. Daniel, ya animado, sugiere: “¿Se las chupo a ustedes?”. Sin esperar respuesta se arrodilla frente al sofá, en el que los otros dos se han ido acercando, y empieza por agarrar las pollas a dos manos. Ya con los primeros sobeos, Ramiro exclama: “¡Uy, qué bueno!”. Para chupar se le presenta un dilema a Daniel, que resuelve no obstante dando preferencia a Ramiro, que es el más impaciente y que, sin querer comparar, reconoce que la tiene bien hermosa. Ramiro además se está mostrando muy agradecido con la mamada, bien eficiente por cierto: “¡Oh, qué boca tienes!”, “¡Como me estás poniendo!”, “La tengo gorda ¿eh?”. Tanto entusiasmo hace que Daniel, prudentemente, opte por cambiarse a la polla de Rafael, tan conocida. Pero no deja de seguir trabajando con una mano la de Ramiro. Rafael le va sujetando la cabeza llevando el ritmo y se llega a marcar un tanto frente a Ramiro, al pedir: “¡Siéntate encima!”. Daniel, a quien le había gustado hacerlo el día anterior en el jacuzzi, no duda en montarse sobre Rafael y menearse para encajarse la polla. Al verlos, Ramiro se arrebata con la maniobra y reclama: “Luego yo ¿eh?”. Pero Rafael aún se recrea un ratito con la penetración, a la que Daniel adereza con sus saltitos. Ramiro mientras se la menea para mantenerla a punto. Cuando al fin Daniel se cambia, tiene que hacer más fuerza para meterse la polla de Ramiro. “Sí que es más gorda, sí”, piensa apretando. Consigue tenerla dentro y va dando unos meneos que hacen las delicias de Ramiro: “¡Sí, vaya culo más tragón”, “¡Dale, dale!”.

A Daniel ya le tiemblan las piernas y empieza a aflojar. Si sigue así teme tener una de esas corridas espontáneas que tanta gracia le hacen a Rafael, pero que, en lo que están metidos ahora, sería prematura. Se sorprende cuando oye declarar a Ramiro: “¡Quiero que me folles ahora!”. Como le da la espalda, no sabe a quién va dirigido ese deseo. A él se lo folla siempre Rafael y supone que también se habrá cepillado más de una vez a Ramiro. Por eso piensa que será Rafael el interpelado. Aunque precisamente es este el que lo saca de la confusión, porque le da una palmada en el hombro y le avisa: “Te lo dice a ti”. No es que Daniel sea solo pasivo y ya se ha follado más de un culo si se ha terciado. Pero hacérselo él a un señorón como Ramiro, con el culazo gordo y peludo que luce, le da un morboso vértigo nada más imaginarlo. Sin embargo trata de eludir el reto y le dice a Rafael: “Usted es mejor para eso”. Pero Ramiro, que ya tiene el culo sediento de polla, media: “¡Venga, los dos!”. Mientras se deciden, se levanta para arrodillarse de espaldas en el sofá y, apoyando los codos en los almohadones del respaldo, proclama: “Ahí tenéis mi culo con ganas de que me las metáis”. Lo menea con lascivia como reclamo y, ante la indecisión de Daniel, Rafael, que recuerda lo que había disfrutado en tiempos con aquel culo amigo, se dispone a atacarlo. Colocado detrás, poco manoseo tiene que darle a su polla para dejarla lista. Se arrima al orondo culo y la clava. “¡Oh, sí”, exclama Ramiro, “¡Qué gusto volver a tenerte dentro!”. Rafael bombea y, entretanto, Daniel lo contempla impresionado. Verlo follándose a otro lo excita sobremanera y el placer que denota Ramiro al recibir las arremetidas le barre cualquier prevención. “Yo no voy a ser menos”, se dice. Rafael no va a correrse, porque quiere que Daniel remate la faena, que es lo que también desea Ramiro. Así que, antes de perder el control de su excitación, se sale e insta a Daniel: “¡Sigue tú!”. Daniel, que ya tiene la polla bien dura, no titubea al sustituir a Rafael, con el morbo añadido de meterla donde la acaba de sacar su amante. Ramiro acusa el cambio inmediatamente: “¡Qué rica también! ¡Cómo me gusta nueva y tan dura!”. No menos encantado está ya Daniel zumbando aquel culo tan caliente y mullido, y hace lo posible para no irse demasiado pronto.

Rafael sin embargo no queda indiferente en absoluto a la follada que está presenciando. Se ha quedado a medias y el calentón se le aviva. Le surge entonces una idea morbosa que no duda en poner en práctica. Se sitúa detrás de Daniel y, sibilino, apunta la polla al culo. Con un golpe de caderas se la mete limpiamente. Daniel, sobresaltado, se detiene un momento sin salirse de Ramiro. Pero en cuanto Rafael empieza a arrearle, recupera la movilidad y adapta el ritmo de su follada al que le imprime aquel. Ramiro apenas percibe la maniobra y hasta acoge con gusto el renovado ímpetu que nota en la polla de Daniel. No obstante, llega a caer en una cierta confusión cuando oye primero que Rafael avisa: “¡Ya me viene!”. Y enseguida Daniel: “¡A mí también!”. Los temblores de Rafael repercuten en los que siguen de Daniel y, ante el frenazo de este, Ramiro pregunta: “¿Ya te has corrido?”. Al sacar la polla Daniel, añade: “¡Qué a gusto me habéis dejado!”. Cuando Ramiro se pone de frente en el sofá y ve a Rafael con la polla goteando detrás de Daniel, al fin lo entiende todo y suelta una risotada: “¡Qué golfos sois! Así que jugando al trenecito a mi costa ¿eh?”. Daniel, muy solícito, le pregunta entonces: “¿Ha quedado usted satisfecho?”. Ramiro no duda en contestar: “¡Joder! Si entre los dos me habéis dejado el culo más contento que unas pascuas”.

Ramiro, relajado en el sofá con las piernas estiradas, se pone ahora a tocarse la polla y comenta: “La que me ha quedado echando chispas es esta”. Es el único que todavía no se ha descargado y Daniel, con esa ventaja que tiene de correrse espontáneamente cuando terminan de darle por el culo, se muestra comprensivo: “Sí quiere, le puedo echar una mano…”. Ramiro acepta enseguida: “Mano o lo que sea”. “También te va a dejar contento”, interviene Rafael dispuesto a ver cómo se las apaña Daniel con la polla de Ramiro. Este se abre de piernas y deja que Daniel se arrodille entre ellas. Se suelta ya la polla y se la ofrece: “Toda tuya".

Daniel no encara por compromiso precisamente el ocuparse de la polla de Ramiro. Está ya recuperado de la laxitud post corrida y dispuesto a volver a disfrutar de tan magnifica pieza. Bien posicionado entre las acogedoras piernas, empieza por dar un repaso manual, con frotes y caricias, incluidos los huevos, para darle la turgencia que ya había iniciado Ramiro, que se relaja y suspira. Pero enseguida Daniel se lanza a dar lametones y chupadas a la polla descapullada, lo que ya desata la efervescencia de Ramiro: “¡Sí, cómetela toda!”. Le coge la cabeza para hacer que la engulla y Daniel dócilmente la sorbe hasta el fondo del paladar. A partir de ahí inicia un sube y baja de la cabeza, que Ramiro, sin presionar, no deja de acompañar con la mano, al tiempo que va enredando la polla con la lengua. Ramiro suelta gemidos y lleva la otra mano a una teta, que estruja y pellizca. Rafael entonces se anima a cooperar y, a su lado, se pone a chupar la otra teta. Daniel, sin cejar en su mamada, es consciente también de que va encaminada a un final feliz para Ramiro y se pregunta si habrá aviso previo. Resulta que, aunque las mamadas con Rafael son frecuentes, siempre hacen de paso intermedio para la follada. De modo que no llegan a plantearse correrse en la boca. Ni siquiera ha probado nunca el sabor de la leche, en particular la ajena. Así que ahora, si Ramiro va a por todas, avise o no, tiene que estar preparado para la experiencia. Se guía por el aumento de los clamores y estremecimientos de Ramiro, que vuelve a apretarle la cabeza y que llega a lanzar un sonoro “¡Ahí va!”. Pero la eclosión es tan inmediata que Daniel solo tiene tiempo de apretar los labios en torno a la polla e ir deglutiendo lo que Ramiro, entre temblores, va soltando. Que es por lo demás tan abundante que tiene que ir tragando para que no le rebose la boca.

Daniel caído de culo al suelo, Ramiro despanzurrado y resoplando con fuerza, y Rafael divertido a su lado. Esta es la foto fija que, por unos segundos, presenta el trío. “¡Wof, qué bien me he quedado!”, exclama por fin Ramiro. “Se la has echado toda ¡eh!”, ríe Rafael. “Se trataba de eso ¿no?”, dice Daniel levantándose, satisfecho de su buen hacer. “Es una joya este Daniel”, declara Ramiro dándole una palmada al culo. “Sabía que os entenderíais”, ironiza Rafael. Ramiro pide pasar por el baño y, de paso, se vestirá ya. Solos Daniel y Rafael, este no se priva de comentar: “Lo que te habrías perdido si no llegas a venir… Bien que lo has disfrutado”. Daniel replica con retranca: “Si a usted le ha parecido bien, todos contentos”. Cuando vuelve Ramiro ya vestido pregunta: “¿Qué haréis vosotros?”. Rafael es muy claro: “Tengo que ordenar todo para que no queden pistas… Mañana está aquí la familia”. Ramiro se dirige entonces a Daniel: “¿Tú cómo te vas?”. “En autobús, como he venido”, contesta Daniel. “He traído coche”, dice Ramiro, “Ya te llevo yo”. “Si es tan amable…”, agradece Daniel, que mira a Rafael buscando su beneplácito. Aunque este solo le dice sonriendo: “Anda, vístete. No lo hagas esperar”. Mientras Daniel va por su ropa, Rafael aprovecha para lanzarle una pulla a Ramiro: “A ver a dónde lo llevas con el coche, que tú no tienes familia que te espere”. Ramiro se limita a replicar sonriendo con pillería: “En eso te saco ventaja”.

Una vez listos para la marcha Ramiro y Daniel, Rafael los despide con afecto, aunque no deja de quedarse con la mosca detrás de la oreja…

¿Seguirán encontrándose en el barracón Daniel y Rafael? ¿Cuajará la relación entre Ramiro y Daniel? ¿Hará compatible este último el dejarse querer por ambos?


sábado, 22 de abril de 2023

Ofrecerse a los demás

Hay veces en que, mirando fotos, doy con alguna que me atrae enseguida, no solo porque el hombre que aparece como figura principal me resulta muy apetecible, sino también porque el contexto en que está tomada la foto me da un morbo especial. Entonces tiendo a echar a volar la imaginación e irme inventando una historia a partir de ese contexto.

 

Lo llamaré Juan y se ve cincuentón, gordo, rubicundo y guapetón. Le gusta lucir su cuerpo y le atraen sobre todo los hombres jóvenes, en especial si son de otras etnias. Se declara preferentemente pasivo, a mucha honra y, si se tercia, disfruta chupando las pollas que le van a entrar para ponerlas bien duras.

Ahora Juan trabaja en una ONG en un campo de refugiados subsaharianos. Hoy le ha tocado ocuparse de un grupo de jóvenes que, después del desayuno, están sentados por los salientes de una zona rocosa. Unos acaban de comer con calma, otros miran el móvil y algunos tienen la mirada perdida. Todos visten con trajes de baño largos y camisetas variopintas. Juan, sin embargo, que viene de darse un chapuzón en la playa vecina, sigue con su bañador negro, tipo bóxers cortos, no demasiado ajustado. Pasea entre los chicos interesándose por sus problemas o bromeando. Se siente muy a gusto entre ellos, resaltando con su corpachón semidesnudo. Porque Juan no es de los que acechan en los vestuarios o en las duchas, ni mucho menos mete mano por sorpresa. Su filosofía vital al respecto es muy simple. Sabe que, en este grupo, como en cualquier otra parte, siempre habrá algunos chicos que se sientan atraídos por hombres como él, aunque les parezcan inaccesibles. Por supuesto nada de menores y, en caso de duda, prefiere abstenerse. Así que no se aprovecha de esos chicos, sino que se les ofrece. Si alguno se queda fijándose en él y percibe el deseo que suscita, le sonríe con simpatía guiñándole un ojo. Da facilidades, pero deja al chico la iniciativa de seguirlo o no. Si no lo hace, todos tan amigos.

Reina la tranquilidad en el ambiente de indolencia forzada en que pasan el tiempo los chicos. Pronto se da cuenta Juan de que uno de ellos, que ni come ni se distrae con el móvil, sino que se apoya en un repecho, no le quita la vista de encima, aunque lo disimule con el gorro que le sombrea la mirada. Bien moreno, como todos, tendrá poco más de veinte años, no muy alto y ligeramente llenito. Juan capta al instante el interés del chico y, desde una cierta distancia, se le encara con los brazos en jara. Sonríe como si le preguntara: “¿Es esto lo que te gusta?”. El chico le devuelve la sonrisa, pero se tensa sorprendido. Juan hace un gesto con la cabeza y el chico, que ya lo ha entendido, le muestra con disimulo un puño cerrado con el pulgar levantado. Juan con calma se aparta del grupo y se dirige hacia el pabellón donde tiene su habitación. A esta hora no hay nadie allí, pues todos los otros encargados están en sus tareas. Juan sabe que el chico lo va a seguir y entra en su cuarto dejando la puerta entreabierta.

El chico demuestra ser avispado y sigue a distancia los pasos de Juan. En el pabellón ve que solo hay una puerta sin cerrar y se asoma con precaución. Juan está allí sonriéndole como antes y le dice: “Si quieres, pasa y cierra la puerta”. El chico, que no duda de para qué está allí, lo hace con sigilo y se queda parado a poca distancia de Juan. Mecánicamente se quita el gorro y lo mira con ojos como platos. “Parece que antes te gustaba lo que estabas viendo”, le dice Juan sonriente. “Y ahora todavía más”, replica el chico, aunque sigue serio. A Juan le gusta su desparpajo y sigue con su seducción: “Si tienes ganas de ver todavía más no hay problema”. El chico solo sigue mirándolo y Juan se baja el bañador, que cae al suelo. “¿Mejor así?”, pregunta. Muestra una polla no muy grande, en reposo sobre unos huevos más gruesos. El chico exclama con la voz temblona: “¡Jo, cómo estás!”. Juan ríe y levanta los brazos sobre la cabeza exhibiéndose. “Te gustará ver algo más ¿no?”, añade y se da la vuelta. Le interesa que al chico le atraiga en especial su culo y lo luce bien poderoso. El chico suspira con fuerza: “¡Cómo me estoy poniendo!”. Juan lo encara de nuevo y da un paso más: “También me gustaría verte”. El chico parece dispuesto pero, antes de desnudarse, quiere advertir: “Me he duchado hace un rato y llevo ropa limpia”. Información que satisface a Juan: “Los dos aseados ¡Qué bien!”. El chico se quita rápido la camiseta, pero titubea con el bañador, cuya amplitud está disimulando lo que ahora va a mostrar. Se decide al fin a bajárselo y le salta una buena polla en erección. “Bendita juventud!”, piensa Juan y dice: “Es el mejor saludo que me puedas hacer”. El chico tiene la picardía de soltar: “¿Y tú no me saludas?”. Juan ríe: “No tengo ya tanta vitalidad como tú. Pero si haces algo más que mirarme...”.

Por si no queda claro, Juan tiende los brazos hacia el chico, que no duda en acogerse a ellos. Quedan abrazados y a Juan le encanta el golpeteo entre sus muslos de la polla del chico. Como a este le queda a la altura de la cara, se pone a chuparle una de las pronunciadas tetas. “¡Uhhh”, ulula Juan, “Así vas a conseguir cualquier cosa de mí”. La promesa anima al chico, que va alternando las tetas. Mientras, baja una mano y va a dar con la polla de Juan, que ya ha empezado a engordar. “¡Qué bien!”, exclama y se inclina para chuparla. No es tan larga como la suya, pero le entusiasma la dureza alcanzada. “¡Qué rica está ya!”. La posición es incómoda y Juan retrocede hasta caer de espaldas en la cama con las rodillas dobladas por fuera. El chico se agacha entre sus piernas y continúa la mamada, ahora con más vehemencia. Juan suspira de placer, pero sabe que no deben seguir así más tiempo. Tiene otras prioridades. “¡Para, por favor! Que me estás matando”, gimotea. Y en compensación hace que sea el chico quien se eche en la cama. A Juan le entusiasma la polla tiesa del chico, pensando en lo que va a poder disfrutarla. Y como preliminar, se lanza a chuparla con no menor ímpetu que el que había puesto el chico. Dura, tiesa y flexible, es justo el tipo de polla que ahora desea tener bien adentro. Y para que esto suceda, una vez saboreada y comprobada su valía, se detiene y pide al chico: “¿Me la meterás ya?”. Como le parece que el chico titubea, tal vez porque no ha llegado a tener claro cuál es el propósito final de Juan, este le pregunta: “¿Tienes experiencia en eso?”. El chico contesta: “Alguna... Pero nunca con un hombre como tú”. Juan lo considera suficiente y va girándose en la cama: “¡Pues venga! Ahora me lo podrás hacer”. Mientras Juan dobla las rodillas alzando el culo, el chico se frota la polla y confirma emocionado: “¡Qué ganas tengo!”. La expectación no es menor en Juan que ansía la penetración de esa polla joven y potente. El chico se acopla entre las piernas de Juan y contempla el orondo culo que le está ofreciendo. Dirige la polla con la mano y da un golpe certero. Juan va emitiendo un ¡Ohhh! prolongado a medida que la polla va profundizando. “¡Sí, qué adentro la siento!”, exclama. El chico, cada vez con más seguridad, va arreándole con soltura y Juan gime, pero con alegría: “¡Qué bueno! ¿Te gusta también?”. El chico responde solo con resoplidos, concentrado en la follada. Aunque todo llega, quizás algo pronto para los dos, que se esfuerzan para retener el placer. “¡Ya me viene!”, avisa el chico. “¡A mí también!”, le sorprende al propio Juan. Entre estertores y rugidos sordos entremezclados, cada uno da salida a lo que ya no pueden retener. Tras inmovilizarse ambos unos segundos, el chico saca la polla todavía tiesa y se aparta para que Juan se estire y vaya poniéndose bocarriba. Es este el primero que habla: “¿Te ha gustado?”. “Con locura”, farfulla en chico. “Me has dejado en la gloria”, confirma Juan. El chico entonces se fija en la mancha que ha quedado en la sábana. “¿Te has corrido también?”, pregunta. Juan asiente: “Me pasa cuando me dan tanto gusto como el que me has dado tú, Amin”. Este se sorprende: “¿Sabías mi nombre?”. “Os conozco a todos”, ríe Juan.

Ya se levantan y son conscientes de que no es prudente seguir allí más rato. El chico se viste y Juan le dice: “Sal tú primero. Esperaré un poco”. Antes de dejar la habitación, el chico pregunta: “¿Volveremos a hacerlo?”. Juan, que sigue desnudo, sonríe: “Demos tiempo al tiempo”. Cuando se queda solo, se lavotea la entrepierna y enjuaga la sábana. Con el calor se secará rápido. Vuelve a ponerse el bañador satisfecho y con la conciencia muy tranquila, se dirige calmoso a seguir con sus tareas. Tanto él como el chico han obtenido lo que deseaban.

Durante unos días Juan no tiene turno con el grupo de chicos. Cuando por fin le toca, allí está Amin, que le sonríe de lejos. Juan lleva esta vez un chándal de pantalón corto con la parte de arriba abierta. Acusa el recibo de la sonrisa de Amin, que le ha abierto el apetito, y va de un lado para otro charlando con los chicos. Amin se ha ido a un lugar algo más apartado y Juan se le acerca. Habla con naturalidad: “Hoy tengo poco tiempo. Pero si quieres, cuando me veas salir, puedes venir donde ya sabes”. A Amin se le ilumina la cara y, al cabo de un rato, deja que Juan desaparezca de la vista. Dando un cierto rodeo Amin va a parar a la ya conocida habitación. Juan está ya en cueros y le apremia: “¡Venga, algo rápido!”. Amin se lo quita todo y se abalanza sobre Juan. Le come las tetas y enseguida está ya empalmado. Busca la polla de Juan, pero este le dice: “¡Fóllame ya!”. Ni siquiera se echa en la cama, sino que apoya los codos en el escritorio y pone el culo en pompa: “¡Así mismo!”. Amin no vacila en clavarle la polla y, agarrado a las caderas de Juan, le zumba con energía. Juan exclama: “¡Oh, qué ganas tenía!”. “Pues anda que yo...”, replica Amin con la voz entrecortada. Le pone tanto empeño que no tarda en murmurar: “¡Ya viene, ya!”. Juan aprieta el culo para que no se le vaya a escapar la polla y Amin tensa el cuerpo mientras se corre. “¡Uf, qué polvazo!”, farfulla al salirse. Juan se yergue sofocado. “¿Tú qué?”, le pregunta Amin. Juan contesta como si tal cosa: “No tengo tiempo ahora. Cuando esté más tranquilo me haré una paja a tu salud”. Amin ríe, se viste y marcha. Juan espera un poco, se pone el chándal y sale también con el cuerpo bien a gusto.

A pesar de esta relación ‘especial’ de Juan con Amin, ambos hablan de vez en cuando con la misma naturalidad que emplea Juan con todos los chicos. En una ocasión, sin embargo, Amin hace un gesto disimulado que Juan entiende como que quiere decirle algo más íntimo. Juan se aleja y, cuando Amin se cambia a una zona más despejada, vuelve para hablar con más discreción. Amin explica: “Nadir, el mejor amigo que tengo aquí y de absoluta confianza, tiene las mismas inclinaciones que yo. Varias veces me ha hablado de lo mucho que le gustas y está convencido de que hemos hecho algo. Como me fío de él, se lo he reconocido y no para de decir que ojalá pudiera él también...”. Al principio a Juan no le hace mucha gracia que Amin se haya ido de la lengua. Pero conoce a Nadir y sabe que es un chico muy noble. Incluso lo ve de lejos ahora y se fija mejor en él. Poco mayor que Amin, es más alto y espigado. Entonces invita a Amin a continuar: “¿Y a qué viene todo eso?”. Aunque no duda de por dónde van los tiros. Amin se sincera: “¿Sería mucho pedir que la próxima vez que nos veamos venga conmigo?”. “¿Para follarme los dos?”, pregunta a su vez Juan irónico. “Bueno...”, Amin se piensa cómo suavizarlo, “Como es algo que te gusta tanto...”. Juan ríe: “¡Cómo me has calado ¿eh?!”. Reflexiona y decide: “Hoy no va a ser... Pero cuando veas que me rasco las dos orejas será que lo puedes traer”.

A partir de entonces Juan se da cuenta de que Nadir no se separa de Amin, que le habrá dado la buena nueva, y espera paciente el gesto mágico. Pero Juan no puede siempre tener disponibilidad para hacer de las suyas, y llevarse nada menos que a dos a la vez requiere aún más discreción. Sin embargo, no tarda mucho en encontrar una ocasión propicia. Un compañero viene a relevarlo y Juan dice que se va a descansar un rato. Antes de marcharse, sin mirar siquiera hacia donde están Amin y Nadir, se da un par de estirones en los lóbulos de las orejas. Está seguro de que el mensaje ha sido captado y, ya en su habitación, decide esperar desnudo a los chicos. Así el impacto, sobre todo en Nadir, será mayor. Entra primero Amin, seguido de Nadir. “¡Wow!”, exclama este al ver a su deseado Juan sonriendo en cueros. Juan bromea: “Me han dicho que este gordinflón te gusta mucho”.  Ante el mutismo momentáneo de Nadir, Amin intercede: “Tanto como a mí”. “¡Eso!”, consigue articular Nadir. Amin, que se erige como maestro de ceremonias, le dice con un punto de ingenuidad: “Lo podemos tocar ¿sabes?”. Esto provoca a Juan una carcajada: “Tocar y más... Bien que lo sabes, Amin”. Este, reconociendo que se ha quedado corto en su información, afirma: “Y tanto... Mucho más”. Juan se planta ya: “Pues aquí me tenéis... Todo vuestro”. Pero Amin cae en la cuenta de algo: “Vamos a desnudarnos primero”. Juan, divertido con el atolondramiento de los chicos, se pone a sobarse la polla mirándolos. Ya tiene visto de sobra a Amin y ahora centra su atención en el cuerpo de Nadir. Si la polla de Amin le gusta por lo larga y lo bien que le entra, la que presenta Nadir destaca por lo gorda. “Buen combinado”, piensa Juan.

Ya tiene Juan bastante hinchada la polla y Amin asesora a Nadir: “Vamos a comerle primero las tetas. Verás cómo le gusta”. Es el primero en amorrarse a una de ellas, imitado ya por Nadir, que se ocupa de la otra. Que le chupen y mordisqueen las dos a la vez excita sobremanera a Juan que los estrecha contra él. Las pollas ya erectas de los tres entrechocan continuamente. Una vez más Amin marca los tiempos: “Vamos a chupársela”. Entre los dos arrastran a Juan a la cama y lo empujan para que caiga desmadejado sobre ella. Amin, generoso, le cede a vez a su amigo: “¡Hala, empieza tú!”. Nadir se lanza a manosear y chupar la polla de Juan, que gime y manotea. Pero Amin no va a quedar ocioso entretanto, porque Juan llega a pedirle: “¡Dame la tuya!”. Amin corre a ponerse a horcajadas sobre la cabeza de Juan y le mete en la boca la flexible polla. Juan la sujeta con los labios para que no se le escape en el sube y baja que le da Amin. Pero Juan no solo quiere chupar también la polla de Nadir, sino que, ante la perspectiva de una doble follada, prefiere que el primero sea Amin, para que luego Nadir le meta su polla más gorda. Así que suelta la polla de Amin y le dice: “Métemela tú ahora”. Pero a la vez hace una finta con su cuerpo y, a cuatro patas, inclina el torso para alcanzar con la boca la polla de Nadir. Amin, ante el culazo levantado sobre las rodillas de Juan, no duda en clavársela y ponerse a zumbarle. Juan gime, pero con la boca llena con la polla de Nadir, al que le parece un sueño que el hombre de sus fantasías se la esté chupando con tanto entusiasmo.

Amin, entre su excitación creciente y el morbo añadido de ver lo que están haciendo Juan y Nadir mientras él folla, ni se molesta en avisar. Solo sus sacudidas y jadeos dan señales de su corrida. Juan entonces deja de mamar a Nadir y, recién follado, necesita unos momentos de sosiego. Pero al ver que Nadir parece desasosegado con el cambio, lo tranquiliza: “También me vas a follar”. Por su parte Amin necesita poco tiempo para estar en condiciones de meter baza de nuevo. Arrogándose por veteranía autoridad sobre el cuerpo de Juan, despatarrado e indefenso ahora sobre la cama, no renuncia a tomar cierta parte activa en la follada de Nadir. Agarra una pierna de Juan y la levanta en vertical, a la vez que insta a Nadir: “Súbele la otra”. Nadir lo hace sin entender muy bien todavía para qué. Entonces Amin se pasa detrás de Juan y sujeta las dos piernas. Cuando Nadir ve ahora en alto las gordas nalgas de Juan, con la raja expuesta, y la polla volcada sobre la barriga, ya lo tiene claro. Amin además subraya: “Así te lo follarás la mar de bien”. Por su parte Juan se ha dejado hacer con un morboso regusto y se pregunta no sin cierto regodeo: “¿Dónde habrán aprendido esa postura?”.

Nadir se posiciona de rodillas en la cama y algo flexionado tras la culata alzada de Juan. Tiene que apretar para meter la polla y Juan la siente como si le encajaran un tapón. Compara con la más ligera de Amin y reconoce que, cada una en su estilo, le encantan ambas. Pero ahora se concentra en adaptarse a la presión que lo perfora y se alivia con un gemido. Como esperaba, la cosa mejora a medida que la polla de Nadir lo va frotando por dentro. Y Nadir también va encontrando más fluidez para moverse. Además, para hacerlo con más ímpetu se va cogiendo a las piernas que Amin mantiene sujetas. Follador y follado están cada vez más compenetrados y lo exteriorizan a su manera. Juan lloriquea sofocado por la opresión del pecho que ejerce su barriga agitada por los meneos de Nadir y sobre la que además va golpeteando su propia polla. Por su parte Nadir sonoriza sus arremetidas con resoplidos y jadeos. No tanto por el ejemplo que le ha dado Amin, como porque el descontrol le viene de repente, Nadir tampoco avisa. Pero no hace falta porque está claro lo que ocurre cuando detiene el bombeo, se aprieta muy fuerte contra el culo de Juan y, bramando, se abraza con tanta energía a sus piernas que se las llega a arrebatar a Amin. Pero a este no le importa, porque su atención se dirige a la leche que brota de la polla de Juan y que se le extiende por la barriga. Con la misma resolución con que Nadir había agarrado las piernas de Juan,  se las suelta ahora, haciendo que caigan a plomo a ambos lados.

Nadir deja libre a Juan y baja de la cama. Juan, aturdido, sigue panza arriba y exclama: “¡Cómo me habéis dejado... ¡”. Amin se compadece y lo ayuda a irse levantando. Juan, sentado con las piernas fuera de la cama, echa mano a un paño para limpiarse la barriga y los bajos. “Os consiento demasiado... Mirad lo que habéis hecho conmigo”, dice sudoroso, “Me duele todo”. Los chicos se visten ya, pero Juan les pide que no salgan juntos. Le hace un gesto a Amin, al que no le importa salir el primero. Entiende que Juan quiera que Nadir lo conozca mejor. En efecto, cuando Amin se marcha Juan pregunta a Nadir: “¿Qué te ha parecido que Amin haya querido compartirme contigo?”. Nadir sonríe: “Es muy buen amigo y sabía cuánto que me gustabas”. “¿Y te ha merecido la pena venir?”, vuelve a preguntar Juan. “¡Cómo no!”, contesta Nadir, “Ha sido increíble poder estar con alguien como tú. Nunca había disfrutado tanto”. “No exageres”, ríe Juan, “También me ha gustado mucho lo que me has hecho”. La pregunta de Nadir era inevitable: “¿Podremos repetir?”. Juan razona: “Es un poco arriesgado que volváis a venir juntos... Pero ya veré la forma de poder estar con uno o con otro”. Nadir se va ya esperanzado.

Aparte de la discreción con que debe administrar las citas con Amin y Nadir, Juan también tiene claro su deseo de seguir disfrutando del placer que ambos le dan, sin preferencias por uno u otro. Amin le hace gozar con su polla larga que le llega muy al fondo y Nadir, con la suya que lo dilata a tope. Pero también lo estimula poder satisfacer la necesidad que ellos tienen de gozar con alguien como él. Por todo ello va a tratar de dosificar los encuentros a gusto de todos, alternando entre los chicos con ponderación. Esta seguro por lo demás que la leal amistad entre ellos aleja cualquier riesgo de rivalidad.

Así que sin prisas, dejando un tiempo prudente entre cada contacto, sigue con sus señales secretas, bien a Amin, bien a Nadir. Y los chicos se adaptan a respetar un turno, de modo que si uno se folla a Juan, ya sabe que al otro le toca la próxima vez. Los encuentros van según las circunstancias. Desde revolcones en la cama, en que las folladas más elaboradas, mamadas mutuas incluidas como aperitivos, provocan las corridas espontáneas de Juan, a rápidas enculadas de las que luego Juan se resarce por propia mano. Entretanto Juan sigue tratando con ellos como con los demás chicos, sin excesos de confianza ni privilegios. Les basta con que Juan se les entregue tan generosamente.

Así van transcurriendo las monótonas jornadas, en que los dos chicos encuentran la vía de escape que suponen para ellos las relaciones con Juan, y este obtiene una limpia satisfacción de ellas. Hasta que, al cabo de un tiempo, resulta que, formando parte de un grupo más heterogéneo, Amin y Nadir van a ser trasladados para formalizar su estatuto de refugiados. En cuanto se entera, Juan quiere felicitarlos y despedirlos. Va a verlos y departe alegremente con ellos. Incluso los besa con cariño antes de que se marchen. No deja de apenarle, sin embargo, la separación, con lo bien que se han portado con él. Pero, optimista y generoso, ya volverá a estar disponible para quienes libremente quieran disfrutar con él.