Presento un experimento que, en estos tiempos tan extraños, me surgió un tanto deslavazado a
partir de una serie de fotos que me lo iban inspirando. Hice una mezcla con
todo ello y éste es el resultado, que ilustro con las imágenes de referencia.
En los blogs de fotos se recogen con frecuencia las tomadas
en manifestaciones, festivas o reivindicativas, en las que, por uno u otro
motivo, concurren personas desnudas. Unas de las más características son las de
ciclistas. En ellas no es escasa la cantidad de hombres robustos, e incluso
bastante gordos. Y se ven algunos ya maduros que quitan el hipo. Son para
verlos con el culazo rebosando el sillín y el paquete oscilando con el pedaleo.
Pero cuando se lucen a base de bien, es en los descansos y asambleas.
Desacomplejados y eufóricos se sienten como peces en el agua, conscientes
además de que su corpulencia no pasa desapercibida. Se dejan fotografiar sin el
menor pudor mientras charlan y bromean desinhibidos con otros como ellos o más
jóvenes.
Hay otro tipo de manifestaciones, como las LGBT, que sin ser
nudistas, tampoco faltan individuos que reivindican su desnudez y se muestran
así con toda naturalidad. No faltan tampoco los de ese tipo de hombre maduro.
En las fotos aparecen dejándose ver, encantados de atraer las miradas de
curiosidad o de deseo.
De entre las muchas fotos que hay de ambas clases, me han
dado un morbo especial algunas de ellas. Se trata de una secuencia de un
ciclista y otra foto suelta de un nudista en una concentración LGBT. Son tipos
distintos de maduros robustos, cada uno con su particular atractivo.
El primero es un gordote cincuentón que se muestra, bien sea
montado en su bicicleta, bien plantado junto a ella en uno de los recesos. En
todas está en una actitud concentrada, exhibiendo con toda naturalidad su
opulenta desnudez. Su única indumentaria la constituye un casco pequeño de
ciclista, ajustado con un par de cintas sujetas bajo la barbilla, unas pequeñas
gafas protectoras y un pañuelo que, a modo de collarín, le ciñe el cuello. El
rostro es mofletudo, de nariz pequeña, mentón con cierta papada y barba escasa
algo canosa. Un vello abundante, con algunas canas, matiza sus recias formas.
Es barrigón y tetudo, de fornidos brazos y piernas. Tiene anchas espaldas y un culo
gordo y respingón. Pedaleando de frente, parece que su cuerpo desborde la
bicicleta. Sobresaliendo de sillín se percibe una polla regordeta sobre la
peluda bolsa de los huevos. Visto desde atrás, se le forman pliegues velludos
bajo los carnosos omoplatos y, al descargar su peso sobre el escueto sillín,
las orondas nalgas se distienden y dejan vislumbrar la oscuridad de la raja del
culo. Cuando está de pie en una parada, rodeado de gente, presenta un perfil de
lo más sensual. En las posturas que adopta, bebiendo de una botella de agua o
reposando las manos por detrás de la cintura, hace resaltar su prominente
barriga, en las que descansan las marcadas tetas con picudos pezones. Más
abajo, enmarcado por unos anchos muslos, se le ve ahora el sexo con más
nitidez. En realidad lo que resalta es la polla ahora algo arrugada, ya que los
huevos, que se intuyen gruesos porque la mantienen semi alzada, se ocultan en
un espeso pelambre. En cuanto al culo, pese a que en estas últimas fotos se le
ve solo de perfil, no deja de mostrar todo su poderío. Ni que decir tiene que no
me canso de mirar las fotos que tengo disponibles de este ciclista y me
encantaría que fueran muchas más. Claro que también desearía otras cosas más
tangibles con él.
Luego volveré a hablar de este suculento ciclista, al que
pretendo situar en una fantasía fruto de mi imaginación calenturienta. Pero
antes comentaré otra foto que, tanto por el personaje como por el contexto, me
resulta asimismo muy seductora.
La foto en cuestión está tomada en plena calle y en un
ambiente festivo LGBT. Así lo hacen suponer las franjas de las banderas que se
exhiben. De cuerpo entero hay un hombre también robusto y de edad similar a la
del ciclista. Parece bastante alto en comparación con las personas que tiene
cerca. Está completamente desnudo, con tan solo los hombros cruzados por las
tiras de una mochila que lleva a la espalda. Debe guardar en ella la ropa que
se había quitado. Contrasta su falta de pudor con la expresión seria e
indiferente de su rostro. Su cara es ancha y bien rasurada, con una desahogada papada.
De cabello oscuro y espeso, ligeramente en pincho sobre la frente, lleva unas
gafas pequeñas y redondas. Su mirada parece perdida o, más bien, fija en algo,
y aprieta los finos labios resaltando la barbilla. Diríase que se trata de un
profesor, y así lo llamaré en adelante. Su torso es ancho y adornado con un
vello suave, con unas pronuncias tetas que le caen sobre la voluminosa barriga,
haciendo un pliegue sobre ella. El vientre le hace otro pliegue bajo el ombligo
para enlazar con el pubis. Hacia la mitad de éste un pelambre más espeso deja
resaltar la polla, no muy grande en reposo, simétricamente posada sobre los
huevos. Todo ello flanqueado por unos recios muslos. Si ya su imagen en sí
resulta sensualmente atractiva, le da un toque de morbo especial el entorno en
que se halla. Por detrás de él se ven pasar muy cerca unos jóvenes vestidos.
Por un lado, dos chicas sonríen y parecen comentar lo que ven, ante la
impasible exposición del cuerpo desnudo. Por el otro, a un chico rubito, más
serio, se le va la mirada al culo del hombre que, con un brazo, hacia atrás
mantiene subida la mochila a la espalda ¡Lástima no podérselo ver también! A
juzgar por su delantera, lo debe tener no menos apetitoso que el resto.
Recalco el morbo que me da siempre que veo fotos de estos
maduros robustos que, pasando de cualquier pudor, acuden a mezclarse
completamente desnudos con gente, aun mayoritariamente vestida, que, por lo
demás, los mira y respeta con la mayor naturalidad ¡Qué sensación de libertad
irradian!
Aquí llega el momento de imaginar una confluencia de ambos
personajes: el ciclista y el profesor. Se trata de un desfile de ciclistas
desnudos en reivindicación del respeto al medio ambiente. Nuestro segundo
hombre, el profesor, está plantado, tal como lo vemos en la foto, mostrando así
su solidaridad, en la primera fila de la acera mirando el paso de la comitiva.
En cuanto al personal del entorno, hay de todo: mucha gente vestida, pero
también disfraces más o menos provocativos y algunos desnudos integrales. Cuando
está pasando un colectivo en el que abundan banderas y cintas LGBT, hay un
parón en la marcha y el ciclista gordo se detiene justo delante del profesor. Baja
un pie del pedal y lo apoya en el bordillo de la acera. Suelta un fuerte
resoplido y mira sonriendo al profesor. Éste le devuelve la sonrisa y le dice
con atrevimiento: “Eres de lo mejorcito que circula por aquí”. Al ciclista le
halaga el piropo y le pregunta: “¿Y tú qué haces ahí provocando?”. El otro
replica: “Soy muy torpe con los pedales, pero me gusta veros y he querido venir
para dar ánimos”. “Pues así como estás desde luego que los das", le dice el
ciclista con picardía mirándolo de arriba abajo. “Me alegro de que hayas parado
precisamente aquí”, declara el profesor. “He buscado aposta un buen sitio para
hacerlo”, confiesa el otro. Parece que se reanuda la marcha y el ciclista ya se
prepara para seguir. Mientras sube el pie al pedal, propone: “Luego hay una
fiesta en el parque ¿Vendrás?”. “No voy en bicicleta”, objeta el profesor. Pero
el ciclista explica: “En ella nos juntamos todos, participantes y animadores”.
“Entonces te veré por allí, afirma el profesor. “Eso espero”, le sonríe el
ciclista, que empieza a pedalear alejándose. El profesor se fija en su grueso
culo desbordando el sillín y se reafirma en el deseo que, desde el momento en
que lo vio, le despertó el orondo ciclista.
Entretanto, se me ocurre dar vida, integrándolos en el
relato, a los personajes que muestra la foto del hombre que llamo profesor y
que sigue mirando el paso de los ciclistas. Resulta que, en la acera de
enfrente a la suya, están las dos chicas de la foto cogidas de la mano. Miran
hacia el hombre y hacen comentarios divertidas. A su lado está también el chico
rubio. En otra parada de los ciclistas, se deciden a cruzar la calle. La más
lanzada tira de la otra y, deteniéndose delante de aquél, lo saluda con
descaro: “¡Hola, profesor! En la uni parece usted más serio”. El profesor reconoce
a una alumna suya y replica didáctico: “Aquí estoy también serio. Es mi forma
de expresarme y reivindicar mi cuerpo tal como es ahora… En clase nunca os
oculté mi condición sexual”. La chica presenta a su compañera: “He venido con
mi novia… Le decía que es usted el profesor más guay”. “Ya lo veo, ya”, ríe la
otra. El profesor bromea relajado: “Pero entonces a vosotras verme así no os
dará ni frío ni calor”. “¡Qué va, profe! Está usted estupendo y da gusto
verlo”, lo adula la alumna. Entonces ésta se dirige al chico, que había
permanecido mudo mirando con ojos como platos al profesor: “¿A ti qué te parece
verlo así? Siempre decías que te gustaba mucho”. Al chico, aunque avergonzado
por la delación, le sale del alma: “¡Sensacional!”. El profesor ríe y reconoce
con desenfado: “Ya me fijo en cómo me miras en clase… Me resulta muy
estimulante”. El chico se anima y ya no tiene reparo en confesar: “En las
clases tan estupendas que usted nos da sobre sexualidad, siempre fantaseo con
que las hiciera tal como está ahora”. “¿Y era así como me imaginabas?”,
pregunta cada vez más osado el profesor. “La realidad es mucho mejor”, declara
el chico. La alumna comenta divertida a su novia: “Estos dos acabarán
liándose”. “Igual le da una clase práctica”, ríe la novia. “Estaría bien ver
cómo se lo montan dos tíos”, suelta desvergonzada la alumna. El ambiente de
libertad que impera, no solo ha disparado la lenguaraz osadía de los jóvenes,
sino que también desinhibe al profesor, que no tiene reparo en informar:
“Precisamente hace poco he ligado con un ciclista… Hemos quedado en vernos en
la fiesta que hay luego”. “¡Uy, los dos en pelotas! ¡Qué morbo!”, ríe la
alumna. El chico, algo decepcionado, pregunta no obstante: “¿Cómo es ese
ciclista?”. El profesor no duda en responder: “Un tipo como yo… Son los que me
van”. Y añade socarrón: “Eso no lo había aclarado en clase”. “¡Qué fuerte!”,
exclama la alumna, “Me cuesta imaginar dos tiarrones así metiéndose mano”.
“Tampoco os imaginabais que me ibais a encontrar en pelotas aquí”, ríe el
profesor. Parece que ya va dispersándose el flujo de ciclistas y la alumna
pregunta: “¿Podemos ir también a la fiesta?”. “Creo que es entrada libre”,
contesta el profesor, “Aunque cantáis un poco tan vestidos”. Lo de desnudarse
no parece tan claro a los chicos, que de momento optan por dejar tranquilo al
profesor. “Que lo pase muy bien con su ciclista”, dice la alumna, que sin embargo
deja en alto la posibilidad: “Igual lo volvemos a ver”.
Una vez concluida la marcha, los ciclistas se van
concentrando en el parque. En un enredo de bicicletas dejadas por tierra, se
mezclan descansando sobre la hierba y refrescándose con el agua de los
botellines que llevan. Pero no todos son ciclistas los que confluyen allí. Se
les unen peatones, la mayoría también desnudos. Entre ellos el profesor, que
busca con la mirada al ciclista que lo ha invitado. No tarda en verlo de pie
junto a su bicicleta, apoyada en un árbol. Se ha quitado el casco y luce una
noble media calva. Con una botella de agua en la mano, charla muy animado con
unos chicos medio tumbados ante él. El profesor los observa sin querer
interrumpirlos. Le parece que la conversación tiene connotaciones sexuales,
porque uno de los chicos alza una mano y acaricia en un muslo al ciclista. Éste
ríe y deja que la mano llegue a sobarle el culo. Luego hace el gesto de cogerse
la polla flácida y agitarla, como indicando que no le hacen efecto las caricias.
En ese momento capta la presencia del profesor y agita una mano para que se
acerque. El profesor ha de abrirse paso entre bicicletas caídas y cuerpos
recostados. Pero, al llegar al grupo en el que se encuentra el ciclista, con el
paquete ante las caras de los chicos, dice: “No querría cortaros el rollo”. El
ciclista ríe: “Son unos chavales que se ponen cachondos conmigo… Pero saben que
no son mi tipo”. Entonces, uno de los chicos, al ver acercarse al profesor,
exclama: “¡Vaya otro tío bueno!”. El ciclista vuelve a reír y, desvergonzado,
se da otro toque a la polla: “Con éste sí que se me va a poner dura”. Entretanto
empieza a atronar uno de los grupos musicales que participan en el concierto y
la mayoría de los que están dispersos por el parque se van concentrando en la
plaza central.
El ciclista toma por el brazo al profesor y lo aparta ya del
grupito, llevando consigo asimismo su bicicleta. Arrimándose al profesor, lo
hace avanzar. “Supongo que no te interesará demasiado el concierto”, le dice. “Ya
sabes lo que me interesa”, replica el profesor pasándole un brazo por detrás de
la cintura. “Entonces iremos a una glorieta muy discreta que está cerca… Ahora
no debe haber nadie por allí”, sugiere el ciclista. “¡Uy, qué peligro!”,
exclama riendo el profesor. “Es lo que buscamos ¿no?”, contesta el ciclista,
que le suelta el brazo y le pasa el suyo por los hombros. Así enlazados llegan
a la glorieta, pequeña y hexagonal, rodeada de celosías cubiertas por
enredaderas. “Buen escondite”, comenta el profesor. “No hay que descartar que
haya fisgones ¿Te importa?”, advierte el ciclista. “Que sufran de envidia”,
responde el profesor. El primero deja apoyada la bicicleta en uno de los bancos
y el segundo se desprende de la mochila y la pone al lado. Quedan enfrentados,
deseando meterse mano ya. El ciclista comenta risueño: “Es una ventaja que no
tengamos que empezar desnudándonos”. Con ello tienen ya vía libre para atacarse
mutuamente.
Se acometen a la vez con un choque de las barrigas. Pasan
los brazos sobre los hombros del otro y, con las caras muy cerca, el ciclista suelta:
“¡Qué ganas te tenía desde que te vi plantado en medio de la calle!”. “Cuando
paraste la bicicleta ya quise estar así contigo”, añade el profesor. El
ciclista replica: “Así que te van los gordos y peludos ¿eh?”. “Tampoco es que
yo sea un alfeñique”, ríe el profesor. Pero el ciclista ya le está tapando la
boca con la suya y mete la lengua para abrírsela. Se morrean con pasión.
Cuando empiezan a palparse, las manos del ciclista caen
sobre las mullidas y apetitosas tetas del profesor. “¡Qué ricas las tienes! Te
las voy a comer”. “¿Sabes que eso me pone negro?”, dice el profesor
ofreciéndoselas, “Luego tendré que comerte también algo”. El ciclista, mientras
con una mano estruja una teta, lleva la boca a la otra. La chupetea y lame el picudo
pezón. Cuando ya lo mordisquea, el profesor se estremece: “¡Oh, sí! ¡Cómo me
gusta!”. El ciclista cambia de teta y le hace lo mismo, mientras el profesor
baja una mano buscándole la polla. Hay que señalar que las pollas que en las
fotos se ven tan recogidas, ahora se han disparado y, a pesar de las barrigas,
llegan a chocarse. Ya el profesor tiene agarrada la del ciclista y, para no
tener que arquearse, lo empuja: “¡Súbete al banco!”. El ciclista se ríe de la
cómoda idea del profesor, pero hace lo que le pide. Se eleva exhibiendo su
contundente figura y, provocador, cruza las manos por detrás de la cintura. La
polla le emerge entre el pelambre que cubre los huevos como una gruesa tranca.
Entonces se oyen unas risitas detrás de las enredaderas. “Ya
están ahí”, comenta el ciclista sin inmutarse. Sin embargo, el profesor cree
reconocer esas risitas como oídas hace poco y dice tan tranquilo: “Me parece
que son unos alumnos míos con los que he estado hablando antes… Me habrán
seguido”. “¿Les darás una clase práctica?”, pregunta el ciclista riendo. “¿Por
qué no? Ahora ya no hay quien me pare”. Dicho y hecho, el profesor agarra las
caderas del ciclista, acerca la cara y engulle entera la polla. “¡Qué furia! ¡Cómo
me gusta!”, exclama el ciclista. El profesor no para de mamar, sujetándose con
una mano en el culo del ciclista y, con la otra sobándole los huevos. Pese a
que han debido oír que el profesor los ha identificado, los camuflados no se
privan de cuchichear. Aun en susurro, se distingue la voz de la alumna: “¡Jo
con el profe! ¡Vaya pedazo de tío también el otro!”. “¡¡Shiss! Que te van a
oír”, le riñe el chico. Se sobrepone el vozarrón del ciclista: “¡Hostia, qué
bien comes! Me estoy poniendo negro”. El profesor suelta la polla y exclama: “¡Qué
ganas tengo de que me folles!”. Pero el ciclista no tiene prisa y dice:
“¡Espera! Antes quiero comerte yo también”. Se baja del banco y añade: “Sube
ahora tú”.
El profesor trepa al banco y se yergue meneándose la polla,
que no desmerece en absoluto con respecto a la del ciclista. Hasta el punto de
que la alumna no se reprime y susurra: “¡Cómo se le ha puesto también al
profe!”. El ciclista le aparta la mano y se la mete en la boca. Mama con tanta
vehemencia que el profesor avisa: “Como sigas así, no voy a poder aguantarme”. El
ciclista se aparta: “De eso nada”. Así que hace que el profesor se dé la vuelta
y le presente el culo. Le planta las manos en las nalgas y hunde la cara en la
raja. Los suspiros del profesor atestiguan la eficacia de las chupadas y
lamidas que recibe. “¡Uf, qué fuerte!”, se oye tras las enredaderas. El
ciclista levanta la cabeza para respirar y suelta: “Ahora sí que no te libras
de que te folle”. El profesor replica: “Lo estoy deseando ya”. Se baja del
banco y, mientras se coloca echado hacia delante apoyándose en el respaldo para
ofrecer así el culo, el ciclista, sin dejar de entonarse la polla, se encara
hacia donde salen las voces y suelta desafiante: “¡Coño, pasad aquí! Nos veréis
más cómodos”. El profesor, ya a punto, lo secunda provocador: “A ver si se
atreven”. Se siente como un ajetreo que agita las enredaderas. “¡Venga, vamos!”,
dice la alumna. “Por mí sí”, la secunda la novia. “No creo que hablen en
serio”, objeta el chico. “Si tú eres el que mejor se lo va a pasar”, lo anima
la alumna. Al fin se deciden los tres a bordear la glorieta y aparecen por la
entrada. El ciclista, desvergonzadamente empalmado, los acoge sonriente:
“¡Hala! Sentaos quietecitos, que no quiero hacer esperar más a vuestro
profesor”. Éste, sin volverse a mirarlos, agita el culo indicando impaciencia.
Los chicos, que a pesar del ambiente, han persistido en conservar toda su ropa,
con cierta timidez ocupan el banco más apartado. Sus miradas atentas van de la
impresionante figura erecta del ciclista al orondo e incitante culo del
profesor.
El ciclista pasa ya de ellos y se coloca detrás del profesor
con la polla bien firme. Lo agarra por las caderas y tantea con la polla por la
raja. Da una clavada tan fuerte que se le contraen las nalgas peludas. El
profesor suelta un bramido, “¡¡Wooouuu!!”, que tiene como eco la exclamación de
la alumna: “¡Qué bruto!”. El ciclista se menea encajándose a gusto y proclama:
“¡Voy a destrozarte este culo tan tragón!”. El profesor, recuperado del impacto
inicial, lo jalea: “A ver si es verdad ¡Folla de una vez!”. “¡Vaya con el
profe!”, se asombra la novia. “¡Impresionante!”, farfulla el chico. El profesor
no tiene que insistir para que el ciclista se lance a darle unas arremetidas
cada vez más enérgicas, que obligan a aquél a sujetarse al respaldo del banco
con fuerza. “¡Sí que traga tu culo! ¡Qué gustazo!”, se explaya el ciclista.
“¡Qué bueno! ¡Qué bien follas!”, replica el profesor. El ciclista demuestra un
buen aguante y no altera su bombeo. “¡Cómo me la aprietas, golfo! ¡Me pones a
cien!”, acusa sin embargo las hábiles contracciones del esfínter que hace el
profesor. Éste, a su vez, le reclama: “¡Sigue zumbando! ¡No pares!”.
A pesar de la concentración con la que el ciclista está
afanándose en el culo de profesor, no deja de extrañarle el silencio que, desde
hace un rato, impera en el banco de los alumnos. Les echa una ojeada y capta
que las chicas están muy amarteladas. La novia tiene metida una mano, por
debajo de la falda, entre los muslos de la otra, que no deja de mirar la
jodienda de los dos gordos. Por su parte, el chico, con las piernas estiradas,
tiene abiertos los tejanos y se toquetea por dentro. El ciclista no se priva de
comentar divertido al profesor: “Tus alumnos ya se apañan por su cuenta”. “¡Ya
era hora!”, exclama el profesor, “Qué disfruten, que son jóvenes ¡Y tú sigue
conmigo!”.
Al ciclista le ha venido bien la momentánea distracción y
retoma la follada con energía renovada. “¡Así, así!”, lo jalea el profesor. Pero
el ciclista ya no tarda en avisar entre jadeos: “¡Estoy a tope! ¡Ya me viene!”.
“No se te ocurra salirte ¡Lléname de leche!”, exige el profesor. “¡Sí!...
¡Toda!... ¡Toda!”, va salmodiando el ciclista mientras, entre temblores, se
aferra con fuerza al culo. “¡Aj, qué a gusto me he quedado!”, exclama por fin.
Le hace eco la alumna, a quien la novia he debido dejar también satisfecha:
“¡Aaahhh!”. El ciclista saca la polla que aún le gotea y, entonces, el profesor
se da un giro y cae de rodillas ante él. Se amorra a la polla y chupetea los restos.
Cuando la deja limpia, se relame: “No quería que se desperdiciara ni una gota”.
El profesor se pone de pie y ahora se fija en sus alumnos.
Mientras las chicas se morrean, el chico ya tiene los pantalones bajados hacia
las rodillas. Pero, al mirarlo el profesor, trata de ocultar lo que tiene entre
manos. El profesor lo interpela sonriendo: “¡No te cortes! ¿No son éstas las
fantasías que te haces en clase?”. El chico, todavía sin destaparse la
entrepierna, tiene un arranque de sinceridad: “Lo de hoy supera cualquier
fantasía”. Entonces el profesor se dirige al ciclista, aún obnubilado por la
corrida, y, pasándole un brazo por los hombros, lo atrae contra él y le dice:
“Me has dejado con una calentura que ya no me aguanto… Así que, con tu ayuda,
voy a hacerme un buen pajón”. El ciclista se ríe y acepta: “¡Venga! Ya te iré
metiendo mano”. Mientras el profesor empieza a meneársela, el ciclista, sin
estorbarlo, se pone a sobarlo y hasta le chupa una teta. Están enfrentados al
chico y el profesor lo reta: “Vamos a hacerlo a la vez… A ver quién se corre
primero”. Y añade para animarlo: “Así tendrás un buen recuerdo cuando me veas
en clase”. Ante la desinhibición con que el profesor se trabaja la polla,
enseguida bien dura, el alumno ya pierde también la vergüenza y destapa una
polla fina y tiesa, que frota acompasado con el profesor. Las chicas dejan
ahora sus arrumacos y observan emocionadas la competición. El ciclista se ha
puesto detrás del profesor y coadyuba a su excitación estrujándole las nalgas o
pasando las manos hacia delante para pellizcarle las tetas. El profesor extrema
sus aspavientos, no solo por la calentura que lleva encima, sino también para
incitar al chico, que se la menea con la vista clavada en él: “¡Oh, qué
cachondo estoy ya!” … “¡cómo me va viniendo!” ... “Ya me falta poco”. Mira al
chico y le pregunta: “¿Cómo vas?”. El chico, congestionado, balbucea: “Cuando
usted quiera, profe”. La disponibilidad del alumno no deja de hacer gracia al
profesor que, para no ser menos en autocontrol, decide: “¡Vamos entonces!”. De
su polla van brotando ya abundantes y seguidos borbotones de leche, que caen al
suelo ante sus pies. A su vez, el chico emite un gemido y lanza un chorro que
se alza haciendo una curva para descender entre sus piernas estiradas y
separadas, con los pantalones caídos hasta los tobillos.
Se hace un silencio que –cómo no– rompe la alumna descarada.
Le dice burlona a su compañero: “¡Qué lanzado! Te habrás quedado en la gloria
¿eh?”. Al chico aún le quedan arrestos para replicarle: “A ti ya te ha hecho
correr antes tu novia ¿no?”. Los dos mayores pasan de ese pique entre los
chicos y el ciclista palpa la polla, ya decreciente, del profesor: “¡Vaya
corrida! Has sacado por ahí hasta los sesos”. El profesor ríe: “No habrá sido
mayor que la que me has echado tú en el culo”. Aún les quedan ganas de
achucharse y besuquearse, aunque ya el ciclista quiere comentar la otra
corrida: “Anda que tu discípulo tampoco se ha quedado corto… Los tienes bien
adiestrados”. El profesor explica: “Cuando me los he encontrado antes de verte
a ti, les ha hecho mucha gracia que estuviera en pelotas en medio de la calle.
Sobre todo ellas se han puesto pícaras, aunque son lesbianas –como habrás
podido ver–, y le han tirado de la lengua al chico. Ha reconocido que se hace
fantasías conmigo…”. Lo interrumpe el ciclista: “Así que también te ligas a
alumnos…”. El profesor puntualiza: “Le dejé claro que lo mío no son
precisamente los jovencitos… Y a la vista está”. Lo subraya dándole un achuchón.
El ciclista pregunta provocador: “¿Le habré gustado yo también?”. “No lo
dudes”, ríe el profesor, “Vernos a los dos juntos lo habrá alucinado”. Y añade marrullero:
“¡Ven! Que se lo vamos a preguntar”.
Loa chicos, en su banco, se recuperan todavía de las
emociones. La alumna, conciliadora ya, pasa unos pañuelos de papel al chico,
que se limpia someramente y recompone los pantalones. No les sorprende
demasiado que los dos hombretones se dirijan a ellos. A estas alturas hay
confianza entre todos… Así se lo toman los mayores, que se plantan tal cual
están ante los chicos. Si bien sus pollas lucen ahora calmadas, la desvergüenza
con que se muestran sigue punzante. El ciclista, que es quien siente más
curiosidad por la peculiaridad de los fisgones, les suelta: “Después de haberle
seguido la pista a vuestro profesor, os habéis encontrado con doble ración…
¿Qué os ha parecido?”. La alumna fue la primera en opinar: “Aunque a nosotras
dos no nos van los tíos, como sabe el profe, la verdad es que ver a dos
tiarrones como vosotros dando y tomando por el culo ha sido toda una
experiencia…”. La interrumpe el chico: “Bien cachondas que os habéis puesto”.
“No somos de piedra… Y mira quién va a hablar”, replica ella. El ciclista va a
lo suyo: “¿Y el ligue de vuestro profesor qué tal?”. La alumna reconoce: “A ti
se te ve como más salvajote ¿no?”. El ciclista ríe: “No soy tan fino como
vuestro profesor”. El chico quiere dejar claro: “Pero también estás de
impresión”. “¡Hombre, gracias”, sigue riendo el ciclista, “Entonces tu corrida
ha ido por los dos ¿no?”. “¡Por todo!”, exclama el chico, “Todavía no me lo
puedo creer”. El profesor interviene, arrimándose al ciclista y poniéndole una
mano en el culo. “A ver si ahora vas a querer llevarte todos los laureles”, le
dice burlón.
Este gesto del profesor da pie para que la perspicaz alumna
plantee una cuestión con toda desfachatez: “A ver, profe, ilústrenos usted…
Acabamos de ver lo bien que se lo ha pasado tomando por el culo ¿Es usted uno
de esos que llaman pasivos?”. El profesor ríe: “Sobre eso hay mucho mito… Lo
que habéis visto vino rodado. El amigo manifestó su deseo de follarme y me
presté muy a gusto… Podría haber sido al revés”. El ciclista corrobora la
información: “Por mi parte, no le haría ascos a que me metiera esa polla tan
apetitosa que tiene vuestro profe”. El profesor se le restriega por detrás: “No
lo digas muy fuerte, que ya me estoy recuperando”. El ciclista, divertido,
tantea con una mano hacia atrás: “A ver, a ver”. Luego, apartándose para hacer
visible al profesor, mantiene agarrada la polla y dice: “Con una mamadita te la
dejo lista”. El profesor sin embargo se muestra remiso: “Va a ser más de lo
mismo…”. “¡De eso nada!”, suelta la alumna”, “Ver al profe dando por el culo
será toda una gozada ¿No es verdad?”. Como esto último lo dirige al chico, éste,
más parco en palabras, confirma: “Desde luego ¡Fabuloso!”.
El ciclista señala al profesor el banco que hace ángulo con
el de los chicos: “¡Anda, ponte cómodo! Que te voy a poner a punto”. El
profesor, para darle facilidades, se sube, pero se sienta en el respaldo con
las piernas abiertas. Su polla ya se muestra bastante cargada. El ciclista se
amorra y mama cosquilleándole los huevos. “¡Jo, cómo me estás poniendo!”, exclama
el profesor sujetándole la cabeza. El ciclista suelta la polla y mira hacia los
chicos: “¿Qué? ¿Lista para que me folle?”. “Tan tiesa como antes de hacerse la
paja”, valora el chico. El profesor se baja del banco y el ciclista se pone a
su disposición para que elija cómo follárselo. El profesor se muestra creativo,
sin duda para dar más emoción al espectáculo. “Túmbate en el banco”, le dice.
El ciclista lo hace, extendiendo a lo largo su pesado cuerpo y con las rodillas
dobladas en el extremo, sin captar todavía cómo se va a apañar el profesor.
Éste entonces le sube la pierna que queda al lado del respaldo para que se le
sujete en él. A continuación le levanta la otra pierna y apoya la pantorrilla
en su hombro. La culata del ciclista se eleva así y su barrigón, que tira
también de la polla, queda en alza comprimiendo las tetas. “¡Uf!”, resopla,
“Así me va a entrar hasta que me salga por la boca”. El profesor se le aposta
detrás, le sujeta una pierna para que quede bien doblada sobre el respaldo y se
agarra con fuerza a la que reposa en su hombro. Tantea con la polla el ojete
que tiene a la vista y se clava con energía. “¡Auhhh!”, ulula el ciclista. Se
añaden unos sincronizados y sobrecogidos “¡Ooohhh!” de los chicos. El profesor,
ya bien afirmado, se ufana dirigiéndose a todos: “Creíais que no iba a poder
¿eh?”. El ciclista le replica forzando la voz: “¡Joder, cómo la siento! ¡Venga,
folla!”. El profesor empieza a dar golpes de cadera y su culo se contrae con
cada arremetida. “¡Sí, sí! Así me gusta”, lo jalea el ciclista, que se agarra
al banco para sujetarse. Pero pronto se suelta de una mano y la lleva a su
polla. “¡Qué caliente me pones!”, exclama, y se la va sobando mientras el
profesor le zumba sin parar. Hay tensión en el ambiente, con los dos gordos
cada vez más sofocados y los chicos sobrecogidos. El profesor ruge: “¡Me está
viniendo”. “¡A mí también!”, corea el ciclista. El profesor se aprieta con
fuerza y da seguidas acometidas, hasta que suelta: “¡Aaajjj!”. Cuando se
detiene, de la polla del ciclista emergen chorros de leche que se le expanden
por la barriga, caen en las tetas e, incluso, llegan a alcanzarle la cara.
Profesor y ciclista se desenganchan ya. Al primero, cuando
se encara a los chicos, todavía le gotea la polla. El segundo, al que le han
caído a plomo las piernas, se desentumece de su retorcida postura y se levanta
con pesadez del banco. Cierra un ojo salpicado de leche y le pide a la alumna:
“¿Tendrías uno de esos pañuelos?”. La chica se lo alarga solícita y puede
limpiarse. “Lo ha bordado, profe”, dice la alumna admirada. Hasta la novia, que
es quien ha estado más callada, añade: “Desde luego”. El chico, queriendo ser
equitativo, declara: “Otro polvo genial”.
El profesor se dirige a los chicos sonriente: “Bueno… Ya no
os falta nada por ver de cómo me manejo en este terreno”. El ciclista se adhiere:
“No os podéis quejar del maestro que tenéis… Lo da todo por enseñaros”. Esto
último lo ilustra con una risotada, pero añade enseguida suavizándola: “Y yo
encantado de haberos conocido y de haber completado la lección”. Entonces el
profesor habla por los dos: “Nosotros ahora vamos a incorporarnos a la fiesta,
que buena falta nos hace beber algo fresco… ¿Qué haréis vosotros?”. Los chicos
ya tienen saciada de sobra su curiosidad y cada uno digiere la crudeza de lo
presenciado a su manera. La alumna se erige en portavoz y dice con su
desenvoltura ya demostrada: “Creo que ya nos marcharemos… Después de lo visto,
no nos quedan ganas de más tíos gordos en pelotas”. No obstante, el chico tiene
el detalle de dirigir una sonrisa al profesor: “¡Gracias, profe!”. El profesor
los despide cordial: “Ya nos veremos en clase”.