Nada más regresar a su ciudad Ramón y Raúl, éste ya me envió
un mensaje. Había disfrutado como loco con Javier y hasta le había sabido a
poco. Estaba deseando que se volviera a repetir. También Ramón se lo había
pasado en grande y confirmaba que mis mamadas eran insuperables. Si bien yo
estaba dispuesto a acudir a la sauna cada vez que ellos anunciaran que
vendrían, no le podía asegurar a Raúl cuándo volvería a coincidir con Javier.
Pero surgió algo que podría dar resultado. Javier tenía que asistir el viernes
a una cena en un hotel cerca de mi casa
y, como de costumbre, se quedaría a dormir conmigo. Como precisamente ese
sábado la pareja contaba con venir para su expansión en la sauna, tras
informarles de que pasaría la noche con Javier, les hice la propuesta de que
adelantaran el viaje al viernes por la tarde. “En mi casa también hay sitio
para vosotros, con toda confianza. Y el sábado podéis seguir con vuestro plan…
si os quedan ganas”. A Raúl le pilló por sorpresa. “No lo teníamos previsto… He
de hablarlo con Ramón”. Pero añadí para agrandar el cebo: “Si venís,
seguramente Javier pasará de la cena y estaremos esperándoos”. No tardó mucho
Raúl en volver a chatear. “A Ramón le parece bien. Podríamos estar ahí sobre
las nueve… si no es una molestia”. “Ninguna. Os recibiremos encantados”. Tras
darle la dirección y explicarle dónde podrían aparcar, el asunto quedó zanjado.
Informé del plan a Javier, que comentó burlón: “Así que
quieres que Raúl me vuelva a dar por el culo ¿eh?”. “Bien que lo disfrutaste”,
repliqué, “Igual podrías hacérselo tú a él, que tiene un culito joven y
prieto”. “Si se deja…”. No lo descartó Javier. En cuanto a su cena, quedó claro
que se la saltaría. “No los voy a hacer esperar ¿no?”, resolvió decidido. Así
pues, ese viernes Javier vino a mi casa un buen rato antes de las nueve, hora
prevista de llegada de la pareja. Para estar preparado se dio una ducha y luego
se puso a rebuscar entre sus variados eslips y tangas sexys. “Al gordito le
gusta también lucir cosas así ¿no? Pues no voy a ser menos”. Escogió la última
adquisición: un eslip, por llamarlo de alguna manera, blanco y
semitransparente, que se ata a los lados con lacitos. Es tan mínimo que, por
delante, apenas le recoge el paquete y deja al aire el pelambre del pubis, y
por detrás, solo alcanza a cubrir la mitad de la raja. Muy adecuado para una
recepción de impacto. Yo, más discreto, opté por unos bóxers de tela estampada.
¿Nos sorprendería también el ‘gordi’ con uno de sus modelitos?
Sonó el interfono y me dispuse a
abrir la puerta. Ambos con pantalones cortos y camisas de cuadros sonreían algo
cohibidos. No les sorprendió verme con los bóxers, pues sabían de sobra de qué
iba el asunto. Con un par de besos a cada uno, dije: “Sois puntuales… ¡Pasad,
pasad! Y estaremos todos”. En la sala aguardaba Javier de pie con su atuendo
provocador. Avanzó hacia ellos y les estampó unos besos cariñosos. “Al saber
que veníais he cambiado de planes para estar con vosotros”, dijo sonriente.
Miraban el modelito de Javier y Raúl le comentó a Ramón: “Tendré que comprarte
algo así”. “Queda muy bien”, replicó Ramón lacónico. “Y se quita muy rápido”,
glosó Javier. Pero la pareja se mostró indecisa y Raúl dejó caer: “Si vamos a
ponernos cómodos también, nos vendría bien ducharnos… En el coche hemos pasado
mucho calor”. “¡Faltaría más!”, dije, “Os enseño el baño”. Me siguieron sin
olvidar Raúl llevar consigo la bolsa que traía. Al ver la ducha, Ramón exclamó:
“¡Qué grande! Ahí cabemos los dos”. Tras entregarles unas toallas, respeté su
intimidad y volví a la sala. Javier había sacado ya unas cervezas. “Es lo que
bebían en la sauna ¿no?”. “¡Qué atento!”, bromeé, y añadí: “Raúl te va a dejar
como nuevo”. “Y a ti el gordo ¡No te jode!”, replicó.
Cuando oí que la pareja salía del baño, sentí curiosidad por
ver cómo aparecerían. Raúl se había limitado a ceñirse una toalla a la cintura,
pero Ramón daba la nota con una provocación no menor que la de Javier. Llevaba
un eslip de un blanco aún más transparente que el de Javier, con delgados ribetes
azules. Por delante la cazuelita que recogía el sexo dejaba traslucir la polla
y, por detrás, quedaba cubierto el culo pero la nitidez del tejido estirado mostraba
la raja. Javier rio al verlo. “¡Vaya! Una dura competencia”. “Y también de
barrigas”, añadí yo. Vino bien echar mano de las cervezas para no precipitar la
situación y, de forma espontánea, nos fuimos acomodando todavía por parejas. Mientras
Ramón se sentaba en una butaca y Raúl lo hacía en un brazo de ésta, Javier y yo
ocupamos el sofá. Había cruces de miradas. Raúl clavaba la vista en el abierto
de piernas Javier, cuyo muslo le iba acariciando. Pero yo contemplaba también
al gordito Ramón, al que Raúl le pasaba un brazo por los hombros.
Representábamos todo un ofrecimiento de próximo intercambio. Javier, el más
dicharachero, entró a rememorar el encuentro en la sauna. “Lo pasamos bien
aquel día ¿eh?”. “Tenía yo ganas de conocerte, le dijo Raúl, “Y cómo
provocabas…”. “En la sauna pierde la vergüenza”, anoté yo, añadiendo: “Ramón
tampoco se queda corto”. El aludido replicó: “Con lo poco que vamos aprovecho
el tiempo… A mí ya me conocías”. “Pues hoy lo vamos a aprovechar todos”,
sentenció Javier.
Dicho y hecho, Javier se puso de pie y se plantó ante Ramón
y Raúl. “¿Alguien quiere soltarme los lacitos?”. No uno sino los dos llevaron
una mano a cada lado y tirando a la vez desmontaron el eslip, que resbaló por
los muslos. “La tienes gorda”, comentó Ramón, que se la veía de cerca por
primera vez. “Más que lo puede estar si quieres”, dijo Javier provocador. Ramón
no tuvo empacho de ponerse a sobársela. Raúl, al ver que le habían tomado la
delantera, se levantó y atacó a Javier por arriba. Le buscó la boca con la suya
y se unieron en un buen morreo. Pero a la vez le iba palpando y estrujando las
tetas. Javier se tomó un respiro para exclamar: “¡Entre los dos me mataréis!”. Me
empecé a escamar por lo encantado que parecía Ramón con lo dura que se le ponía
en la mano la polla de Javier. A ver si me los iba a acaparar a los dos… Pero
Raúl, al que no se le escapaban las dimensiones que había alcanzado la polla,
se agachó para remplazar con su boca la mano de Ramón.
Ya me puse en acción y orillé a los otros para abalanzarme
sobre Ramón que seguía sentado. Lo que más a mano tenía era su cara y me lancé
a besarlo. Enseguida correspondió abriendo los labios y enganchando su lengua
con la mía. Le acariciaba el vello de pecho y barriga, y le dije: “Te voy a
comer por ahí abajo”. Se esponjó abierto de piernas. ¡Oh, sí!”. Me agaché ante
él y el sutil tejido del eslip dejaba que se transparentara la polla. Lo
sorprendí al sorberla con tela y todo. “¡Uh, qué morbo!”, exclamó. Y lo cierto
es que la peculiar mamada también me excitó. Sin embargo de pronto Ramón se
levantó y pidió: “¡Quítamelo!”. Lo hice con gran deleite y volvió a sentarse
para que se la siguiera chupando. Javier, al que las chupadas de Raúl estaban
llevando al límite, soltó divertido: “¡Vaya par de mamones!”. Pero liberando su
polla de la boca de Raúl Javier anunció: “Me voy a la cama. Que me siga el que
quiera”.
Desde luego los tres fuimos detrás de Javier, que nada más
entrar se tumbó en la cama bocarriba y bien despatarrado con la polla tiesa. A
partir de ese momento empezaron a suceder cosas que escapaban a mis
previsiones. Ramón riendo le dijo a Raúl: “Mira, está como en la sauna”. Se
refería sin duda al numerito de Javier en la sala de vídeo. Pero asimismo quedó
claro que la polla de Javier tenía encantado a Ramón, que trepó a la cama y no
solo la agarró de nuevo sino que se la metió en la boca. “¿También tú?”, dijo
Javier dejándose hacer. No le pasó por alto lo descolocado que pareció quedar
Raúl y, con un gesto de la mano, lo reclamó a su lado. “¡Ven aquí!”. Al
arrimarse Raúl, Javier giró la cara para alcanzarle la polla. “La tienes muy
rica ¿Me la meterás después?”. De momento se puso a chupársela, mientras Ramón,
a cuatro patas, se afanaba con la de Javier. Mi opción fue entonces pasarme
detrás de Ramón y ocuparme de su culo. Sobé sus redondeces suavemente velludas
y me animé a darle lametones y chupadas por la raja. Al meter la mano entre sus
muslos encontré la polla completamente mojada.
Aún más inesperado fue que Ramón, deteniendo la mamada para
no gastar las energías de Javier, se alzara con el rostro congestionado para
pedirle: “¿Me la querrás meter?”. Javier entonces, a tope de excitación,
declaró: “¡Os follaré a los dos!”. Yo sabía que le tenía ganas al culo juvenil
de Raúl, pero que estuviera dispuesto a dar el mismo trato al gordo y velludo
de Ramón solo se entendía como fruto de un calenturiento arrebato de ir a por
todas. Por eso, cuando Ramón, tomando otra vez la delantera, se tendió
bocabajo, Javier no dudó en arrodillarse detrás. Como yo había dejado bien
ensalivada la raja de Ramón, quien también se lo había hecho a la polla de
Javier, éste no tuvo más que dejarse caer para clavarse limpiamente. “¡Oh, qué
gorda!”, clamó Ramón. “Tú lo has querido”, dijo Javier encajándose a fondo,
“¡Qué calor más bueno!”. Los meneos que inició arrancaban berridos a Ramón, que
hicieron de reclamo para que Raúl se colocara a cuatro patas a su lado.
Entonces Javier, sin insistir con Ramón, hizo el cambio de culo. Más manejable
Raúl, y tal vez más estrecho, Javier se asió a sus caderas para afinar la
entrada. Apretó las nalgas y empujó
hasta que la barriga le quedó sobre el coxis de Raúl, que acusó el impacto con
un gemido. “¡Qué ganas tenía también!”, declaró Javier afianzándose para el
bombeo. “¡Y yo!”, lloriqueó Raúl. Javier, ya recalentado en el culo de Ramón,
puso todo su entusiasmo en el disfrute del de Raúl. “¡Qué gusto me da!”. “¡Sí,
dame, dame!”, lo alentaba Raúl. A todo esto Ramón se había puesto bocarriba y,
contemplando esta segunda follada, empezó a meneársela. Fue la mía para meter
baza y lanzarme a chuparle la polla. Javier, a tope de excitación, avisaba: ¡Me
está viniendo! ¿La quieres?”. “¡Sí, sí, lléname!”, pedía Raúl. Ante lo cual Ramón
me sujetó la cabeza no lo fuera a soltar. Javier resopló descargándose y mi
boca se fue llenando de la leche de Ramón.
“¡Wof, qué pasada!”, se oyó la voz de Javier, que hubo de
hacerse un hueco entre Ramón y Raúl para dejarse caer derrengado en la cama.
“Ha estado muy bien”, sentenció Ramón que había gozado por detrás y por
delante. “¡Cómo me ha gustado tenerte dentro!”, le dijo Raúl a Javier
acariciándolo. “Los dos lo hemos tenido”, puntualizó Ramón. “¡Vaya culos más
tragones!”, rio Javier. Yo también me recuperaba de la mamada a Ramón. Pero más
lúcido que los demás sugerí que nos tomáramos un receso y, si tanto folleteo
les había abierto el apetito, picar algo que encontraran en la cocina.
Aunque lo mío no es tener una despensa bien surtida, Javier
y Ramón se apañaron para preparar pan con tomate y jamón, una tabla de quesos y
algunos encurtidos. Tampoco faltó vino tinto. Raúl y yo los dejábamos hacer y
era para ver a los dos gordos en pelotas esmerándose en disponerlo todo. Hasta
el punto que Raúl, embelesado, me comentó: “Qué buenos están los dos ¿verdad?”.
No pude menos que asentir. Dimos cuenta con ganas de todo lo preparado y las
dos botellas de vino que llegamos a apurar contribuyeron a caldear el ambiente.
“No sé vosotros, pero esto me deja como nuevo”, alardeó Javier. “A mí todavía
me escuece el culo”, reconoció Ramón, “¡Vaya polla que te gastas!”. “Yo solo la
había probado con la boca, pero en el culo no me lo esperaba… Y me ha
encantado”, dijo Raúl. “Ha sido Ramón el que me ha provocado y no os iba a
dejar con las ganas”, bromeó Javier. “Es que mi chico es muy completito. Le da
a todo”, intervine dándole un cariñoso achuchón. Lo cual dio pie para que
Javier le soltara a Raúl: “Por cierto, recuerda que me has de hacer un
trabajito y esta noche aún estoy virgen por detrás”. “No se me olvida, no”,
replicó Raúl, “Me estoy reservando para ti. Así que cuando quieras”. Javier
hizo entonces una provocación de las suyas y, poniéndose de pie, se apoyó con
los codos en la encimera y meneó el culo en pompa. “Mira cómo se muere de ganas”.
Pero Ramón intervino: “¡Yep! No corráis tanto que tengo una idea”. Quedamos
pendientes y expuso: “Esas fotos en que estás atado en la cama tienen mucho
morbo ¿No sería una buena forma de darte por el culo?”. Javier hizo un remilgo
teatrero. “¡Uy! ¿Queréis torturarme?”. Entonces acogí la sugerencia. “¡Venga,
pues no te va a gustar ni nada! Y entre los tres te dejamos listo en un santiamén”.
Enseguida fui a buscar el material y, cuando volví a la cocina para decir que
ya tenía todo, Javier estaba arrimado entre las piernas de Raúl, que seguía
sentado, provocándolo. “¿Me querrás follar atado? Me pongo caliente solo de
pensarlo”. “¡Ya te estás empalmando, so vicioso!”, le solté, “Vamos a
prepararlo”. Había traído muñequeras y tobilleras, que entre los tres le fuimos
ajustando. Javier se dejaba hacer dócilmente. Pasé una cuerda por las argollas
de las muñequeras, que quedaron unidas a la espalda. “Así que vais a abusar de
mí ¿eh?”, soltó Javier melodramático, aunque la polla se le estaba poniendo
dura.
Lo echamos bocabajo en la cama y dejarlo inmovilizado fue
rápido. Entre los tres atamos bien tensadas las cuerdas de muñequeras y
tobilleras a las patas de la cama con brazos y piernas en aspa. Javier
enseguida se puso a menar el culo provocando. “¡Qué cachondo estoy!”. Le metí
una mano entre los muslos y palpé la polla. “Sí que la tiene dura, sí ¡Tocad,
tocad!”, incité. Raúl ya tenía bastante con meneársela preparándose para el
ataque. Pero Ramón se apuntó al juego. Con más energía que yo hurgó por los
bajos de Javier. “Dura, dura”, confirmo. “Si la tengo aplastada… Me vais a
hacer correr”, lloriqueó Javier. Eché más leña al fuego y dije a Ramón: “Dale
unos tortazos para que se calme”. Ramón no dudó en ponerse a dar palmadas en
las nalgas de Javier, que sin embargo soltaba: “¡Uy, cómo me castigas! Estoy
echando fuego”. Entonces ofrecí a Ramón un sobrecito de lubricante. “¿Quieres
prepararlo para que le entre bien tu chico?”. Encantado con el ofrecimiento,
Ramón rompió el sobre y lo fue vaciando por la raja de Javier. Aún más, empezó
a meterle los dedos por el ojete. “¡Jo, qué abierto estás!”. “¡Sí! Está
deseando una polla”, reclamó Javier.
Raúl, ya en plena forma, se arrodilló entre las piernas
abiertas de Javier y contempló impresionado lo que se le ofrecía. “¡Cómo me
pone verte así! Esto tiene más morbo que en la sauna”. Pero antes Ramón, al que
sin duda le excitaba lo que se disponía a hacer su chico, le frotó la polla con
el lubricante sobrante. Javier insistió. “¡Venga, métela ya!”. Raúl se dejó
caer y la polla le resbaló por la raja hasta dar con el ojete, en el que entró
al completo de un solo impulso. “¡Ah, qué buena! ¡Sigue ahí!”, exclamó Javier.
“¡Um, qué bien se está aquí adentro!”, añadió Raúl encajándose. Empezó a
moverse. “¡Cómo me gusta tu culo!”. “¡Todo tuyo! ¡Destrózame!”, replicó Javier.
Ya fue un continuo de embestidas, con Raúl sofocado y Javier alentando. “¡Sí,
sí, no pares!”. Ramón y yo, a cada lado de la cama, nos excitábamos como si
presenciáramos un combate de lucha libre, con Javier inmovilizado y Raúl
dándole caña agarrándole de las caderas. De pronto Javier pidió: “Metedme algo
debajo para que me entre más”. Eché mano a un almohadón y empujé para que le
levantara la barriga, todo lo que permitía la tensión de las ataduras. Con el
gordo culo alzado efectivamente Raúl pudo incorporarse más y bombear con mayor
precisión. “¡Así te siento aún más adentro! ¡Folla, folla!”, se exaltaba
Javier. “No sé si podré aguantar mucho más”, casi se disculpó Raúl. “Cuando
estés, dámela toda”, pidió Javier. Raúl hizo lo posible por resistir, pero ya
no tardó en aflojar las embestidas, al tiempo que sus resoplidos iban in
crescendo. Cuando al fin se detuvo, Javier suspiró: “Me has llenado ¡qué
bien!”. “¡Vaya que sí! ¡Qué polvazo!”, musitó Raúl saliendo del culo. Pero
claro, Javier no pudo moverse de como estaba. No obstante proclamó: “¡Ah, qué a
gusto me he quedado!”.
Lo que fuera a pasar con Javier a continuación quedó en las
manos de Ramón y mías. Pese a que Javier, una vez bien follado, ansiaba la
liberación de las ataduras, pidió con cierta desconfianza: “Ya me podéis soltar
¿no?”. Pero lo que hicimos de momento fue deshacer los nudos de las patas de la
cama. Cuando Javier se fue volviendo bocarriba y relajaba las extremidades, no
tuvimos más que intercambiar los cabos de las cuerdas y tensarlas de nuevo en
torno a las patas. Javier protestó: “¡Joder, con las ganas que tengo de
meneármela!”. Lo cual es el colofón indispensable para él después de una
enculada. Los esfuerzos para alcanzarse con una mano la polla, todavía flácida
por el aplastamiento que había sufrido, eran inútiles. “¡Quiero correrme!”,
gimoteó. Ramón, que demostraba una vez más su querencia por la polla de Javier,
soltó: “Eso tiene arreglo”. Dispuesto a hacer recuperar al miembro todo su
esplendor, se acomodó entre las piernas abiertas de Javier y se aplicó a un
juego de lo más perverso, para exasperación de Javier. Sin usar todavía las
manos, introducía la lengua sobre los huevos y levantaba con ella el capullo,
que sorbía de sopetón. Chupaba un poco, soltaba la polla e iba lamiendo por los
contornos. Javier se debatía y gemía, pero lo que se metía Ramón en la boca
ganaba dureza rápidamente. ¡Qué caliente me ponía ver al gordito agazapado
entre los muslos de Javier y con el culo en pompa! Así que le di la primacía en
sus maniobras de calentamiento. “¡Necesito correrme!”, suplicó Javier exaltado.
Entonces Ramón cambió de táctica. Se enderezó sobre las rodillas y sustituyó la
boca por las manos. Con lo ensalivada que estaba la polla, el frote al que la
sometió Ramón era fluido. Pero éste, al contrario de Javier, no tenía prisa.
Porque tras unas enérgicas refriegas, paraba en seco y, con la polla agarrada
con una mano, iba restregando la palma de la otra por el capullo. “¡Cabronazo,
que me matas!”, se retorcía Javier. Pero yo sabía de sobra que estas
‘crueldades’ lo excitaban sobremanera. Por eso hice mi contribución y me volqué
sobre su torso para ir mordisqueándole las tetas. También le arrimaba mi polla
a una de las manos atadas y la agarraba con desespero. Las dilaciones de Ramón
no impidieron sin embargo que Javier estallara al fin. Con un reiterado y
lastimero “¡Ah, ah, ah!”, empezó a derramar leche sobre los dedos de Ramón, que
fue suavizando la frotación hasta soltar la polla tiesa. Ésta, liberada ya,
osciló con un burbujeo residual. “¡Qué fuerte!”, clamó Javier con voz
entrecortada y dejó de batallar con las ataduras.
Cuando desatamos las cuerdas, Javier, con la respiración
agitada, flexionaba codos y rodillas mientras que le quitábamos también
muñequeras y tobilleras. Tras unos instantes de relajado estiramiento, Javier
fue levantándose con dificultad hasta sentarse en el borde de la cama. Se puso
de pie y anunció: “Voy al baño”. Y en la habitación quedamos los tres: Raúl
que, después de follarse a Javier, había presenciado lo que vino a continuación
recuperándose en una butaca; recuperación que parecía plena a juzgar por la
erección que le había provocado la agitada
masturbación hecha por su hombre. Ramón que, todavía de rodillas en la cama, se
regodeaba de su crapulosa actuación y cuya polla mojada denotaba la calentura
acumulada. Y yo, no menos excitado, que aproveché el vacío dejado en la cama
por Javier y me arrastré bocarriba hasta poner mi cara bajo la polla de Ramón.
Éste facilitó encantado que me la metiera en la boca y a su vez se volcó sobre
mí para atrapar también mi polla con sus labios. Ambos mamábamos con ansia y,
aunque mi visión quedaba bastante limitada, por la forma en que empezó a zarandearse
el cuerpo de Ramón, percibí que Raúl se nos había unido para empitonar el culo vacante.
De forma continuada, creo que primero me corrí yo, luego tragué la leche de
Ramón y los resoplidos de Raúl indicaron que también se había descargado. Todo
sin que ni una gota de leche cayera al exterior. A todo esto Javier, que
entretanto había vuelto, nos contempló divertido y comento socarrón: “¡Vaya
tres!...Y yo cuatro”.
Fuimos pasando por el baño y a Javier, que nos había
precedido, se le ocurrió descorchar una botella de cava. Había llenado las
copas y, cuando nos juntamos, brindamos muy contentos todos. Pero el vértigo de
lo ocurrido aquella noche no evitó que concluyéramos que era hora de pensar en
dormir. Aparte de la habitación con la cama en que habíamos estado retozando,
tenía otra con una cama no tan grande pero suficiente para dos personas. En una
situación normal se habría asignado esta última para la pareja invitada. Pero
la normalidad no era la regla esa noche y Javier propuso hacer un sorteo.
Recurrimos a las pajitas de distintos tamaños y los dos que sacaran las más
largas irían a la cama grande y los de las más pequeñas, a la otra. Aunque al
parecer no hubo ningún amaño, correspondió la primera a Javier y Raúl, y la
segunda a Ramón y yo. Así que, cada oveja con su pareja de la suerte, fuimos a
acostarnos para un merecido descanso.
La verdad es que me gustó mucho que me tocara Ramón para
poder dormir abrazado a sus redondeces de vello suave. Él cayó enseguida en un
sueño profundo y yo me fui adormilando mientras lo acariciaba. Cuando ya se
hizo de día, me despertaron unos ruidos inconfundibles para mí. Eran los
bufidos y exabruptos que Javier profiere cuando le están dando por el culo. No
dudé de que Raúl le estaría suministrando una ración de propina.
Entre duchas y una mínima puesta en orden, llegó la hora en
que Ramón y Raúl tenían que volver a casa. Por sus cambalaches con los turnos
de trabajo habían sustituido el sábado por el viernes, renunciando así a su
esparcimiento sabatino en la sauna. “Ha valido la pena y de todos modos hoy
poco íbamos a hacer allí… Estamos saturados”, comentó Raúl. Ramón y yo
decidimos acompañarlos hasta donde tenían el coche y, de paso, desayunar juntos
en un bar cercano. No se habló mucho, aunque flotaba en el ambiente que a cada
cual le bailaba por la mente la remembranza de noche tan bien aprovechada.
Cuando los despedimos, bromeé con Javier: “No querrás que volvamos a casa para
que te folle ¿verdad?”. “¡Uf! Por hoy mejor que no”, resopló socarrón.