Anselmo y Julián se
conocieron en la portería de la finca uno de cuyos pisos desocupados habían de
pintar. Los enviaba una empresa de trabajo temporal y, al menos, tendrían faena
para varios días. Los dos eran pintores de profesión aunque, rebasados ya los
cincuenta años, cada vez les resultaba más difícil tener ocupación. Así que se
saludaron y recogieron la llave de la portería. El piso era grande y, después
de haber sido vaciado de muebles, necesitaba una buena mano de pintura. Anselmo
era más bien bajo y regordete. Muy dicharachero, ya en el ascensor, contó que
era soltero pero que tenía a su cargo a los padres ancianos. Así que Julián
tuvo que declararse casado y con dos hijos también en el paro. Más parco en
palabras, era bastante corpulento y de aspecto forzudo.
En la entrada
encontraron todo el material de pintura que la empresa ya había traído, así
como los característicos monos blancos con sus gorras. Como estaban en pleno
verano, Anselmo comentó: “Con el calor que hace, no me pienso dejar nada
debajo… Ni los calzoncillos, para no sudarlos. Además, como no está cortada el
agua, hasta nos podremos duchar al terminar y así ponernos nuestra ropa limpia”.
Dicho y hecho, rápidamente dejó al desnudo su cuerpo rollizo, de piel clara y
poco velluda. Julián, acostumbrado a no andarse con remilgos cuando se trabaja
en equipo, hizo otro tanto. Se le vio robusto, aún más grueso de lo que parecía
vestido, y de pelambre abundante. Sin embargo, al sorprender la vista de
Anselmo clavada en su entrepierna, se sintió incómodo y le soltó: “¿Y tú qué
miras?”. “¡Perdona!”, reaccionó enseguida Anselmo con desparpajo, “Es que
tienes una polla que lo acompleja a uno”. La vanidad venció al desagrado de
Julián, que concedió: “¡Bueno! No me puedo quejar”. Ya se pusieron los monos y
empezaron el trabajo.
Anselmo no se quitaba
de la cabeza, no solo la polla de Julián, sino a todo él, con ese cuerpazo que
solo había podido ver al completo por unos segundos. Por su parte, a Julián le
había llegado a hacer gracia el complejo de polla pequeña que había reconocido
Anselmo. Llevaban ya un buen rato rascando paredes en silencio, solo alterado
por el canturreo que, de vez en cuando, entonaba Anselmo. De pronto Julián
exclamó: “¡Joder! ¡Qué calor hace aquí y cómo se suda con este mono de los
cojones! Mañana me traigo algo más fresco que ponerme”. Anselmo no perdió la
ocasión. “Por mí que me lo quitaba… Total, no va a venir nadie y, al terminar, nos
podremos duchar”. Julián rio por la sugerencia. “A ver si lo que quieres es
verme otra vez la polla…”. Anselmo se salió por la tangente con humor. “Si
comparamos, salgo perdiendo”. “¡Venga, hombre! Si lo importante no es el
tamaño, sino saber usarla”, siguió con la broma Julián. “Tú eso sí que debes
saberlo…”, replicó Anselmo. “Si yo te contara…”, dejó caer enigmático Julián.
Anselmo prefirió callarse lo que tenía en la punta de la lengua –“¡Cuenta,
cuenta!”–. Mejor no precipitarse con ese tipo de confidencias; ya saldrían en
otro momento en que pudiera sacarles más partido. Lo que hizo fue poner en
práctica lo sugerido. “Pues tú haz lo que quieras, pero yo me quito esto… Y no
seas mal pensado”. Así que volvió a quedarse desnudo y siguió trabajando tan pancho.
Julián encajó con naturalidad la desvergüenza y preguntó con sorna: “¿Haces
mucho eso de pintar en pelotas?”. “Si hay confianza…”, se limitó a contestar
Anselmo. Sin embargo Julián no lo imitó y siguió con el mono puesto. Cuando
terminaron la jornada, usaron el baño por separado. Primero fue Julián, que se
llevó la ropa de calle y salió ya vestido. “Si no te importa cerrar tú, me voy
pitando. Lo tengo justo para coger el tren”. Anselmo se quedó con las ganas de
verlo de nuevo desnudo y, en la ducha, se contuvo de hacerse una paja pensando
en él. “Mañana será otro día”, se dijo.
Al día siguiente
volvieron a subir juntos. Al quitarse los dos la ropa, Anselmo preguntó: “¿Te
has traído algo más fresco que el mono?”. La respuesta de Julián le pilló por
sorpresa. “Se me ha olvidado con las prisas. Pero creo que haré como tú… Tienes
razón: hay confianza”, medio rio. Anselmo disimuló su satisfacción y procuró
tomarlo con naturalidad, sin mirarlo demasiado directamente. “¡Claro que sí!
Menos agobios”. Julián se puso en acción sin el menor recato ya y Anselmo iba
haciendo recuento mentalmente de las maravillas que se le desvelaban. “¡Qué
muslazos y qué culo se gasta el tío! ¡Vaya tetas peludas! Y eso que tiene la
polla en calma, porque tiesa tiene que ser la ostia”. Lo que no se esperaba fue
que, en un momento en que estaba subido en una escalera, Julián, al pasar por
delante, le dijera: “Tampoco la tienes tan pequeña… Debe ser de las que, cuando
se ponen en forma, dan la sorpresa”. Por poco se cae de la escalera y tuvo que empotrar
el culo entre dos travesaños. Pero se recuperó enseguida. “Si aún tendremos que
hacer un concurso”. Julián se alejó riendo.
Anselmo había tenido
el detalle de traer unas cervezas en una neverita portátil. Las compartieron
haciendo un descanso. Sentados frente a frente sobre unos cajones, Anselmo
tenía que controlar su emoción. Julián parecía no sentirse nada incómodo en su
desnudez y, bajo la curva de la velluda barriga, lucía sin recato sus magníficos
atributos. Claro que Anselmo también enseñaba lo que tenía entre sus rollizos
muslos. Puesto que Julián había vuelto a sacar lo de los tamaños, Anselmo se
tomó la libertad de comentar sobre la polla de Julián: “Con eso volverás locas
a las mujeres”. “No creas”, dijo Julián con más sinceridad de la que Anselmo
esperaba, “Mi mujer hace tiempo que no tiene ganas. Además nunca ha querido
chupármela porque dice que tan grande le darían arcadas… Ya ves que no todo son
ventajas”. “¡Qué desperdicio!”, le salió del alma a Anselmo. Julián rio su
espontaneidad y maquinalmente se la tocó. Anselmo aprovechó para dar un paso
más. “Tengo una curiosidad… ¿Cómo será cuando se te pone dura?”. “¡Joder, tío!
A ver si ahora vas a querer que me empalme”, contestó Julián, más divertido que
molesto. Anselmo no se desalentó. “Si lo hacemos los dos, podremos comparar”.
Julián se relajó. “Eso lo hacíamos de críos en el pueblo”. En el fondo le
halagaba la admiración que Anselmo mostraba por su polla y ahora se la
acariciaba más abiertamente. “Cualquiera diría… Pero tanto hablar del tema me
está poniendo a tono”. Entonces Anselmo empezó a sobarse la suya y bromeó sobre
él mismo para quitarle embarazo a la situación. “A mí me basta con dos dedos”.
Cada uno en su medida, no tardaron en estar empalmados. Desde luego la verga de
Julián confirmaba con creces lo que Anselmo había imaginado. Se levantaba firme
y tiesa, con un grosor y una longitud impresionantes. La de Anselmo, en su
modestia, tampoco estaba nada mal. Más corta, le brillaba un capullo romo y
rojizo. Julián, algo avergonzado, se puso de pie para mejor lucimiento. “¡Hala,
curioso! ¿Qué te parece?”. A Anselmo casi le temblaba la voz. “Lo que yo decía,
un pollón de campeonato”. Se le fue la mano y lo palpó. “¡Y qué duro!”. Julián
hizo un movimiento de rechazo y Anselmo lo soltó. “¡Perdona! ¿Me he pasado?”.
“No, no pasa nada”, contestó Julián sofocado, “Es que si ahora no me hago una
paja, quién sigue trabajando”. Anselmo halló una salida a su imprudencia.
“También me vendría bien”. No hicieron falta más palabras para cada uno se
pusiera a meneársela por su cuenta. Julián cerraba los ojos, pero Anselmo tenía
la mirada fija en las manipulaciones del otro. Cuando Julián, con resoplidos y
sacudidas de todo el cuerpo, empezó a lanzar unos buenos chorros de leche,
Anselmo, menos aparatoso, también se corrió. “¡Uf, vaya guarros estamos
hechos!”, exclamó Julián nada arrepentido, “Más vale que volvamos al curro”.
Ese día no pasó nada más ni hubo alusiones a lo sucedido. Pero Anselmo estaba
eufórico con lo logrado y se hacía cábalas sobre lo que podría pasar en días
sucesivos.
En la siguiente
jornada, ya asumieron como lo más normal trabajar desnudos, para satisfacción
de Anselmo. Sin embargo, veía a Julián algo cabizbajo. Esperó al momento de
descanso con las cervezas, que no había descuidado volver a traer y que tanto
pie habían dado el día anterior. En efecto Julián no tardó en sacar el tema.
“Anoche me puse negro con la manía de mi mujer de no chupármela… Con lo que me
gustaría una buena mamada”. Anselmo puso su granito de arena. “Lo bueno que
tiene es que te dejas ir y te lo hacen todo”. “¡Uf, sí!”, asintió Julián. Se
quedó un rato en silencio y Anselmo lo secundó expectante. Por fin Julián
volvió a hablar arrastrando las palabras con dificultad. “Ayer, cuando me
tocaste la polla tiesa, estuve a punto de pedirte que siguieras”. Anselmo se
hizo el sorprendido. “¿Que te hiciera yo la paja?”. “¿Lo habrías hecho?”,
repreguntó Julián. Anselmo se pensó lo que decir. “Si me lo hubieras pedido… Tampoco
hay que darle tanta importancia a estas cosas”. “¿Pero te habría gustado?”,
insistió Julián. “Creo que ya lo sabes”, se sinceró Anselmo. “¡Eres la ostia,
tío! Desde que me soltaste aquello al verme en pelotas por primera vez empecé a
pensarlo”, reconoció también Julián. “Uno es como es”, dijo simplemente
Anselmo. “No me desagrada en absoluto… Voy tan escaso que un interés como el
tuyo se agradece”, aclaró Julián. “Parece que lo estás demostrando…”, dijo
risueño Anselmo al fijarse en que la polla de Julián estaba engordando. “Sí que
estoy caliente, sí… Tócame si quieres”, ofreció ya Julián. Pero Anselmo vio que
podía llegar a más. “Tocar y más… si es lo que quieres tú”. “¿A qué te
refieres?”, preguntó Julián. “A eso que te apetece tanto”, contestó Anselmo.
“¿Me la chuparías?”, volvió a preguntar Julián. “Lo estoy deseando desde que te
la vi”. Anselmo ya iba a por todas. “¡Anda! Échate hacia atrás y déjame hacer a
mí”. Julián se tendió bocarriba en el cajón donde había estado sentado. Con las
manos sobre el pecho, cerró los ojos. Anselmo no se podía creer que por fin
tenía a aquel pedazo de hombre a su disposición. Su excitación se le concentró
en la polla, que se le puso dura como una piedra. Pero ahora tenía que saciarse
con aquella verga que se bamboleaba tentadora ante sus ojos. Separó un poco los
velludos muslos y la sujetó con una mano mientras su lengua buscaba los gordos
huevos que imaginó bien cargados. Julián sintió las lamidas que hurgaban entre
sus ingles y exclamó: “¡Uf! ¿Qué haces? ¡Me gusta!”. Anselmo no contestó, sino
que frotó la verga que, descapullada del todo, destilaba un juguillo incoloro.
Anselmo lo sorbió coronando el capullo con sus labios y recorriéndolo con la
lengua. Luego fue metiéndose la polla en la boca, con las mandíbulas bien
distendidas, hasta que no le cupo más. Julián, acelerando la respiración,
empezó a pellizcarse las tetas en un gesto instintivo. Mientras Anselmo chupaba
en un sube y baja progresivamente acelerado, cosquilleaba con una mano los
huevos y con la otra acariciaba la peluda barriga. “¡Joder, joder! ¡Qué
maravilla!”, farfullaba Julián, “Estoy a tope. Creo que me correré pronto”.
Anselmo le dio unos cachetitos en el muslo para dar a entender que eso es lo
que quería. “¡Oh, oh, ya me viene!”, estalló Julián. A Anselmo se le empezó a
llenar la boca de leche e iba tragándola para no acumularla. Tanta era la que
soltaba Julián entre espasmos. No se sacó la polla de la boca hasta que noto el
primer aflojamiento y que Julián lo apartaba con las rodillas. Ya sus miradas
se cruzaron y lo primero que preguntó Julián sorprendido fue: “¿Te la has
tragado?”. “¡Entera!”, contestó Anselmo sonriente, y añadió: “Ha merecido la
pena ¿no te parece?”. “¡Me has matado, pero de gusto, tío!”, exclamó Julián
jadeante. Cuando Anselmo se levantó, Julián, que seguía tumbado, se fijó en la
polla dura y enrojecida bajo su barrigón. “¿Y tú qué?”, le preguntó. “No te
preocupes. A poco que me dé me corro ya”. Julián, lleno de gratitud por lo que
Anselmo le había hecho disfrutar, tuvo una reacción que a éste lo excitó aún
más. “Que yo te vea… ¡Échamela encima!”. Le pasó un brazo por detrás de las
piernas y lo ciñó a su costado. Así sujeto, Anselmo se masturbó breve pero
enérgicamente y se vació sobre las tetas de Julián. Éste hasta bromeó. “Aquí se
queda hasta que me duche luego”.
La verdad es que, ese
día, el trabajo les cundió poco y hubieron de comprometerse a recuperar el
tiempo al día siguiente. No estaban las cosas para arriesgarse a volver al
paro. Tan en serio se lo tomó Julián que se trajo unos pantalones cortos de
deportes y le dijo a Anselmo con buen humor al ponérselos: “Así no te
distraerás tanto”. Anselmo, por el contrario, siguió pavoneándose de un lado
para otro con su rollizo cuerpo arrebolado por el calor. Sin embargo, después
de haberse afanado los dos en avanzar lo más posible, finalmente no les resultó
tan fácil mantenerse firmes en su propósito de abstención. Una vez más fue el
hecho de estar subido Anselmo en la escalera lo que provocó el interés de
Julián. Estaba de espaldas a media altura y, al acabársele la pintura del
envase que tenía colgado de un lateral de la escalera, pidió a Julián que le
alargara otro lleno. Mientras Anselmo hacía el cambio, le quedaba a Julián a la
altura de la cara su culo, orondo y carnoso, con pelusilla que le sombreaba la
raja. Mirándolo tan de cerca, le vino un inesperado brote de deseo. “¡Vaya culazo
el tuyo!”, le soltó. A Anselmo no podía menos que halagarle la observación.
“¿Hasta ahora no te habías fijado? ¿Te gusta?”. Al ponerlo en pompa, Julián
añadió: “Lo tienes como una tía gorda”. Anselmo no se dio por ofendido con la
comparación, dada la ambigüedad sexual por la que estaba deambulando Julián.
Igual le recordaba al de su mujer. Julián ya le había plantado una mano en cada
nalga. “Da gusto tocarlo tan suave”. “¡Uy, qué peligro!”, exclamó Anselmo, al que
le estaba encantando. “Si yo te dejé que jugaras con mi polla, déjame ahora
esto”. Anselmo se dejó y Julián lo manoseó hasta abrirle la raja. “Debe dar
gusto meterla aquí ¿eh?”, comentó. Anselmo entonces se cerró como una almeja y
se puso derecho. “¡Oye! No te digo que sea virgen por ahí, pero estoy
desentrenado. Y tú tienes una tranca que me haría un destrozo”. “Si me dejaras
probar… Mira como me has puesto”. Julián se bajó los pantalones y su polla
salió bien tiesa. Anselmo optó por ir descendiendo de la escalera porque, con
los temblores que le estaban entrando, corría peligro su integridad física. En
su ánimo oscilaba entre el morbo de tener dentro el pollón de Julián y el
pánico a los efectos en su culo. Aún probó a darle largas. “Habíamos quedado en
que hoy solo trabajaríamos”. Pero Julián insistió. “Hemos adelantado mucho y tú
tienes la culpa por no haberte tapado como yo”. “De poco te ha servido”,
ironizó Anselmo mirando a Julián ahora tan despelotado como él y verga en
ristre.
Anselmo bajó del todo
de la escalera más dispuesto ya a ceder a las pretensiones de Julián. “Como no
me pongas algo que suavice, van a oír mis gritos todos los vecinos”.
“¡Espera!”, dijo Julián, “El gel que usamos en la ducha puede servir”. Fue
corriendo a buscarlo y, mientras, Anselmo hizo los preparativos. Sobre el cajón
donde el día anterior se la había mamado a Julián hizo un cojín doblando los
monos que apenas habían usado y apoyó ahí los codos. Julián se lo encontró con
el culo en pompa y las regordetas piernas separadas. “¡Joder, qué
provocación!”, exclamó. En Anselmo había una mezcla de deseo y prevención.
“¡Venga, ponme un poco de eso! Pero no vaya ser que empiece a echar espuma”. Julián
ya le había echado mano. “¡Joder, qué raja tienes!”. “Como todo el mundo, con
un agujero en medio”, replicó Anselmo nervioso. Julián echó unas gotas de gel y
enseguida pasó un dedo, que se le escurrió por el ojete. “¡Uuuhhh, qué frio
está!”, exclamó Anselmo. “Ahora te lo calentaré”, dijo Julián metiendo dos
dedos. “¡Ohhh! Más vale que metas ya la polla”, se quejó Anselmo. “¡Pues ahí
va!”. Julián apuntó y se clavó. Mientras empujaba, Anselmo iba soltando unos
agudos “¡Uy, uy, uy!”. Cuando la tuvo toda dentro pidió: “¡Párate ahí un
momento!”. “¡Ostia, qué gusto da esto!”, dijo Julián bien apretado. “¡Muévete
ya”, dirigía la operación Anselmo. Julián tomó impulso y se puso a bombear con ganas.
“¡Jo, qué bueno! ¡Cómo me la atrapas!”. Anselmo estaba ya a sus anchas. “¡Sí!
Casi no me acordaba de lo que me gusta. ¡Dale, dale!”. “¡Cómo me estoy
poniendo!”, proclamaba Julián. “¡Aguanta un poco más!”, rogaba Anselmo. “¡Ya me
viene, ya!”. “¡Venga, lléname!”. Julián temblaba y resoplaba mientras se corría
bien adentro de Anselmo. Julián se detuvo apoyándose en la espalda de Anselmo y
su polla fue resbalando hacia fuera. Anselmo habló primero. “¡Uf, cómo me has
hecho hervir el culo”. Julián solo pudo decir: “¡Qué a gusto me he quedado!”.
Pero le entró la risa al ver que la raja de Anselmo, en efecto, espumeaba por
la mezcla de leche y gel. “¡Qué polvo más higiénico te he echado!”, bromeó.
Anselmo también se lo tomó con humor. “Más vale que me lave un poco. Si no, voy
a estar soltando pompas de jabón”.
Cuando volvió Anselmo,
Julián ya se había puesto de nuevo sus pantalones cortos. Anselmo se burló.
“¡Míralo! Como el que no ha roto nunca un plato”. Julián dijo muy serio:
“Tenemos que recuperar el tiempo perdido”. Anselmo replicó: “¿Te crees que, tal
como me has dejado el culo, estoy yo para hacer alpinismo?”. “¡Vale! Ya me subo
yo a la escalera… Así no me provocarás tanto”. Se afanaron diligentemente en
cumplir lo previsto para la jornada. Al terminar se despidieron. “¡Qué bien voy
a dormir esta noche!”, declaró Julián. “Yo me haré un pajón a tu salud”,
replicó Anselmo.
El día siguiente era
el previsto para la terminación de los trabajos. Había de pasar por allí el
supervisor de la empresa y también los propietarios del piso para que quedaran
perfilados los últimos detalles. Así que Anselmo y Julián no tuvieron más
remedio que usar los calurosos monos y gorras. Especialmente el primero se
sentía incómodo y renegaba de vez en cuando. Julián, de mejor talante, le
tomaba el pelo. “Si estás la mar de sexy… Pareces un muñeco de nieve”. ¡Sí! Con
una zanahoria pinchada en la entrepierna”, respondía Anselmo. Pero, salvo estas
expansiones verbales y algún achuchón furtivo, no tuvieron más remedio que
guardar las formas y centrarse en que todo quedara a gusto de los jefes.
El joven matrimonio
propietario parecía no tener prisa en marcharse y pululaba de una a otra
habitación con comentarios acerca del mobiliario y la decoración. Los pintores
estaban ya de más y la intimidad de la que habían disfrutado en días anteriores
había desaparecido. Dejaron apilado todo el material, que ya recogería una
furgoneta, y pidieron permiso para cambiarse de ropa en un cuarto vacío. Como
el baño había quedado limpio, no tuvieron ocasión de ducharse. Se quitaron los
monos y contemplaron sus respectivas desnudeces con contenido deseo. Pero
Anselmo, siempre más lanzado, no pudo resistir la tentación de agachar su
regordete cuerpo ante Julián y tomar ansioso con la boca la polla de éste. Julián
susurró sorprendido “¡¿Qué haces?!”, aunque la cálida succión de Anselmo lo
dejó inerme. Como si con ello compensara la indiscreta osadía de Anselmo, Julián
le sujetaba la cabeza con las dos manos mientras su excitación crecía
imparable. Poco tiempo bastó para que la corrida inundara la boca de Anselmo,
que la tragaba ávido. Julián soltó la cabeza y, con la respiración
entrecortada, masculló: “¡Serás cafre!”. Anselmo se levantó sonriente y soltó: “¿No
te ha parecido una buena forma de despedirnos?”.
Porque los dos, dadas
sus respectivas situaciones personales, eran conscientes de que difícilmente
iban a volver a encontrarse en una situación similar a la vivida durante
aquellos días, en que habían coincidido al albur de sus precarias situaciones
laborales. No obstante, cuando estaban ya en la portería, Julián le dio la mano
a Anselmo. “¿Nos volveremos a ver?”. Anselmo le sonrió. “¡Claro, claro!”. Al
salir tomaron direcciones opuestas.