Emprendí un viaje de
largo recorrido en autobús, que había de llegar a mi destino de madrugada. El
vehículo era muy moderno y confortable, con buena climatización pese al calor
exterior reinante. El trayecto empezó con bastantes pasajeros. Me correspondió una
plaza en la segunda mitad y, como compañera de asiento, tuve a una señora, de
buena presencia, pero que no era objeto de mi interés. Más bien éste se centró
en un hombretón de la fila de delante, al otro lado del pasillo. Sentado junto
a éste, una pierna le sobresalía por su corpulencia. Como llevaba pantalones
cortos, podía ver cómo de éstos rebosaba un muslo recio y velludo. Parecía que
iba acompañado de una mujer. Pero al menos me distraería la vista e imaginaría el
resto.
A media tarde, en una
de las principales paradas, en la que ya se quedó bastante gente, dieron un
tiempo al resto para poder estirar las
piernas y tomar un refrigerio. No dejé de observar a mi compañero incidental.
En la barra de la cafetería, departía con la acompañante y, desde luego, tenía
una pinta de impresión. Los pantalones cortos, lejos de la moda de bermudas o
pirata, realzaban bien las sólidas piernas y, al contornear su trasero,
marcaban atractivamente sus formas. Una camisa remetida, pero escapada al
descuido por un lado, cubría un torso generoso y dejaba ver unos brazos fuertes
y velludos como las piernas. Una barba poco rasurada resaltaba su aspecto
viril. Me dirigí a los lavabos y, cuando estaba lavándome las manos, entró él.
Por la mirada que clavó en mí, me di cuenta de que me reconocía, como si de
alguna manera también hubiera reparado en mi existencia. Incluso me pareció que
podía expresar un “¡lástima, no haber llegado un poco antes!”. Desde luego, me
entretuve para verlo reflejado de espaldas en el espejo mientras orinaba y casi
tuve la certeza de que él se sentía mirado, por su algo exagerada manera de
sacudírsela y ajustarse los pantalones. Como había entrada y salida de otros
hombres, la cosa quedó ahí, sin embargo, aunque en el resto de la parada no
dejé de pensar en las señales enviadas. O eso creía yo.
Para mi sorpresa,
cuando hubo que volver al autobús, vi que la mujer lo besaba en plan de
despedida y hacía parar a un taxi. Por lo que el hombre subió solo. Y a partir
de aquí se fueron sucediendo los acontecimientos. La parte trasera había
quedado vacía, salvo él y yo, que ocupé el mismo asiento. Pero él, entonces, se
cambió de fila y se situó en la paralela a la mía. Al poco tiempo de iniciarse
la marcha, empezó a acomodarse. Se colocó reclinado contra la ventanilla, subió
el brazo que separaba los asientos y reposó, a su vez, una pierna medio
estirada. Cerró los ojos simulando dormitar y, en tan relajada postura, se
ofreció como blanco de mis miradas. Porque no podía tener otra explicación su
maniobra de acercamiento.
Ya había anochecido y
la difusa iluminación del vehículo, así como las ráfagas fugaces de luz
exterior, creaba un ambiente de intimidad excitante. En su fingida duermevela,
una de sus manos, sin embargo, no descansaba. Como al descuido, repasaba con un
dedo el borde de los pantalones, resaltando más los muslos, o bien se ajustaba
el paquete. Subía y desabrochaba algún botón de la camisa, para meterse luego y
acariciar el pecho. Yo me estaba poniendo negro y empecé a tocarme a mi vez.
Debió ser lo que esperaba, porque abrió los ojos y, con una mirada socarrona,
encendió la lucecita para lectura. Proyectada a su entrepierna, el show avanzó.
Provocándome ya explícitamente, se bajó la cremallera y hurgó hasta sacar la
polla tiesa, de un tamaño generoso. Se la acariciaba con voluptuosidad y
descubría el capullo. Para subrayar la lascivia de la escena, con la punta de la
lengua se relamía los labios.
El deseo de saborear
tan apetitosa oferta que había llegado a generar en mí se veía frenado por el
temor de que, si me lanzaba sobre él, podría resultar demasiado aparatoso e,
incluso, ser observado por el conductor. Pero el provocador halló una solución.
Se recompuso la ropa y me hizo un gesto de espera. La hilera seguida de
asientos del final quedaba aún más en penumbra por la escasez del pasaje y
discretamente protegida por el promontorio que contenía la escalara de descenso
replegada. Como si quisiera estirar las piernas, allí se dirigió. Aguardé un
minuto, que se me hizo eterno, y con sigilo me fui en su busca. Repantingado en una esquina
había ido adelantando. Con la camisa bien abierta y los pantalones bajados, se
mostraba obscenamente, pidiendo guerra su verga liberada. Ahora sí que tomé
posesión de ella; la manoseé y chupé con deleite. Él me sujetaba la cabeza para
controlar el ritmo. Luego tiró de mí y arrastré la cara por su velludo torso,
hasta que mi boca se asió a un pezón endurecido. Maniobró entretanto para
bajarme el pantalón y, haciendo que me levantara a su lado, buscó mi polla para mamarla. Lo hacía con
vehemencia para darle la dureza deseada, porque, en un rápido giro, me sentó en
el lugar que él había ocupado. Se puso de espaldas y echó una mano hacia atrás
para sujetar mi polla. Dirigiéndola, fue bajando el culo, hasta tenerla
apuntada a su ojete. Impulsó todo su cuerpo hacia abajo y se la clavó. Suspiró
de placer y empezó a moverse con vehemencia. Yo, casi atrapado, me limitaba a
sobarlo y a agarrarle las tetas. La frotación que conseguía en su no parar iba
incrementando mi excitación e hizo que me corriera de una forma explosiva.
Saciados los dos por esta vía, él aún tenía que desfogarse. Se volvió hacia mí
y se masturbó con energía, acercando la polla a mi cara. En el último momento
me instó a abrir la boca, donde recibí la abundante lechada. Un susurrado pero
sentido “¡¡joder!!” fue la primera expresión que le oí.
Quedamos entrelazados
unos minutos en el rincón, hasta que por fin dijo: “La próxima parada es la
mía”. Se puso bien la ropa y salió discretamente hacia su asiento original. Yo
me quedé medio traspuesto donde estaba y, al cabo de un rato, pude ver cómo
cogía sus bártulos y bajaba del autobús. No faltaba mucho para que amaneciera
cuando llegamos al final del trayecto, que era también mi destino.
muy bien, sigue asi tio, un saludo
ResponderEliminarGracias, otro saludo
EliminarUffff voy a tocarme yo también.....
EliminarBien hecho...
Eliminarbuenas, encontre este blog de casualidad,y me dije uffff esto no tiene qe valer nada, y me he equibocao totalmente, yo soy casado y dentro del armario, con 37 años, pero como me ponen tus relatos, me exitan mucho, y na mas pienso en qe me pase una situacion de tus relatos. Bueno muchas gracias
ResponderEliminarLo celebro y que lo disfrutes
EliminarDefinitivamente tu eres el genio de los relatos de maduros rellenito y peludos madre mia solo leyendo me transporto a los lugares, olores y sensaciones eres una maravilla (el venezolano)
ResponderEliminarMadre mia, como me gustan tus historia jajaja. Quiero tios como estos en Valencia, pero para mi, para comérmelos jajaja.
ResponderEliminarUn saludo.
Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarQue Cómo quisiera que me pasara algo así en un viaje,sólo un taxista me la mamo,pero fue corto,skype malo197914
ResponderEliminarYo mayor, hace mucho he deseado algo así, y siento sus placeres como los, incluso en buses locales me he excitado, masturbado en bus casi vacío, me arrimaron un pene en mi brazo estando yo sentado y me gustó respondiendo a sus picotones y deseando que no termine pero iba tan lleno que solo vi su cara al bajarme me quedé con las ganas de tenerlo desnudo todo para mi, he llegado a la conclusión que es pecado dejar a alguien con esos deseos insatisfechos, seamos honestos comprensivos y cariñosos con el prójimo, te lo agradecerán con mucho placer.
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