sábado, 27 de abril de 2019

Tres anécdotas de mi amigo Javier

Para distraer la espera de la jornada electoral, tal vez vayan bien estas historias ligeras...

A mi amigo Javier le encantan las aventuras que le surgen, e incluso provocarlas, pero también se muestra generoso ante las necesidades ajenas. He aquí un ejemplo:

Había ido con él a visitar a unos familiares a una población cercana. Resultó que el coche no nos arrancaba y optamos por coger un tren de cercanías. Igual tuvimos que hacer al volver, ya avanzada la noche y cansados por lo mucho que habíamos comido y bebido. El tren a esa hora iba casi vacío y nos acomodamos en una fila de asientos situados longitudinalmente en parte del vagón para poder estirar mejor las piernas. Era en pleno verano y la temperatura muy cálida, por lo que íbamos ligeros de ropa. En concreto Javier, tan fogoso él, estaba bastante despechugado con la camisa medio abierta y no se había puesto calzoncillos bajo su liviano pantalón corto. En la estación siguiente, subió un hombre bastante mayor, regordete y más bien pequeño. Echó un vistazo en general y fue a sentarse en la fila de asientos frente a la nuestra y justo delante de Javier. A todas luces parecía que le había llamado la atención y debió pensar que qué mejor sitio para distraerse en el viaje. Lo que no podía imaginar el hombre, que se limitaba a echar miradas discretas, era que Javier, percatado del admirador que había aparecido, se disponía a desplegar sus desvergonzados recursos para hacerle pasar un buen rato. Tampoco me había escapado el interés del pasajero por Javier e hice como que me abstraía en la lectura del libro que llevaba. No obstante, de reojo, no dejaba de observar no solo la reacción de aquél sino también las maniobras de seducción de Javier, reflejadas como en un espejo por el oscuro cristal de enfrente.

Primero Javier, sin mirar directamente al admirador, exagerando los efectos del calor reinante, se abrió más la camisa y se pasó una mano por el pecho resaltando las velludas tetas. También hacía como que aireaba la camisa para que el torso le luciera bien. El hombre se tensó entonces visiblemente y Javier aprovechó para lanzarle una cálida sonrisa que podía entenderse “si te gusta lo que ves, sigue mirando”. Porque a continuación pasó al juego de piernas. Las estiró y echó el cuerpo hacia atrás. Se acarició varias veces los robustos muslos haciendo subir las perneras del pantalón hasta las ingles. Luego, tras bajarlas de nuevo para que quedaran sueltas, cambió de postura. Se descalzó un pie y lo subió hasta descansarlo sobre la rodilla de la otra pierna. Sin calzoncillos y con la pernera ancha, estaba claro lo que iba a enseñar. Al hombre se le saltaban los ojos al ver que, sobre los huevos asomaba la punta de la polla. Una nueva sonrisa de Javier lo invitó a seguir disfrutando, aunque no pudiera creer que aquello le estuviera pasando. Porque ya no eran insinuaciones más o menos descaradas, pues Javier, animado por la estupefacción del admirador, se sacaba toda la polla y la sobaba poniéndola dura. Al hombre se le notaba la respiración agitada y la lengua le salía repasando los labios.

Llagábamos al fin de trayecto. Javier y yo nos pusimos de pie para ir hacia la puerta, aunque me mantuve un poco apartado. El hombre, como imantado, se puso detrás de Javier, que se giró hacia él y arrimándosele hizo que la mano la rozara el paquete hinchado. Oí que le susurraba: “Fuera nos vemos ¿vale?”. La estación estaba desierta y, al salir, el hombre quedó rezagado mientras Javier, ya que nuestra casa estaba cerca, me decía: “Adelántate tú, que voy enseguida”. Vi cómo llevaba al hombre hacia un rincón discreto.

“¿Tanto te ha gustado ese hombre?, le pregunté algo extrañado. “No se trataba de eso, pero seguro que hace tiempo que no se comía una rosca y quise hacerle disfrutar”, contestó. “No solo con la vista, al parecer”, dije esperando que me contara lo que habían hecho en privado. Cosa que hizo sin dudarlo. “Con lo poquita cosa que parecía, me ha comido las tetas de maravilla y me ha puesto de lo más cachondo. Luego me ha hecho una mamada que me ha dejado con las piernas temblonas… Él ha disfrutado como loco, y yo también”.

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Que a Javier no le duelen prendas en entregarse con generosidad cuando se le presenta la ocasión lo demostró en esta otra situación:

Tengo un tío, ya bastante mayor, que había pasado casi toda su vida en países extranjeros. Boyante económicamente, sin familia y algo delicado de salud, había decidido pasar sus últimos años en su tierra. Se instaló en una residencia de tercera edad lujosa y con todas las comodidades y servicios, sin demasiado sacrificio de la privacidad. Aunque había tenido poco contacto con él, fui varias veces a visitarlo. Sus limitaciones físicas le hacían usar la mayor parte del tiempo una silla ortopédica. Cordial y muy abierto de espíritu, simpatizamos bastante y no tuve inconveniente en manifestarle mis inclinaciones, así como que tenía un amigo. Él por su parte reconoció ser igual que yo en ese aspecto, aunque con las limitaciones y ocultación que su época imponía. Estas, en buena parte, habían contribuido a su alejamiento. Lógicamente, dada su edad y estado físico, se trataba de algo que ya se le había quedado anclado en el pasado.

Javier mostró interés en conocerlo y supuse que a mi tío también le gustaría. Así que lo llevé conmigo a la residencia. Simpatizaron enseguida y mi tío estaba encantado. Incluso llegó a decirme jocoso: “Hasta coincidimos en gustos… Si en mis buenos tiempos hubiese pillado a alguien así, lo que habría hecho yo…”. Javier recogió satisfecho la lisonja y enseguida me di cuenta de que iba a poner en marcha los impulsos de generosidad tan propios de él. “Nunca es tarde”, dijo dirigiendo a mi tío una sonrisa seductora. Desde luego mi tío no quitaba ojo a la robusta y sensual figura de Javier, y replicó irónico: “Para eso estoy yo…”. Javier no iba a cejar. “Tu sobrino sabe bien que me gusta gustar y disfrutar con quien quiera disfrutar conmigo”. Mi tío quedó perplejo ante lo que dudaba haber entendido. Pero Javier siguió. “Te crees que no noto cuando me desnudan con los ojos… Pues para qué te vas a conformar solo con la imaginación”. Aquí intervine yo. “¡Tío! Lo que te está diciendo es que tiene ganas de desnudarse para ti… Él es así”. Mi tío entonces puso cara de pillo y comentó divertido: “¡Sí que sois liberales ahora! Cualquiera dice que no”. Javier soltó un par de botones a la camisa y se arrimó a mi tío: “Sigue tú”. Mi tío, con las manos un poco temblonas la acabó de desabrochar. Javier la dejó caer y mostró su velludo torso, tetudo y barrigón. “¿Te gusta?”, preguntó con voz insinuante. “Te caes de bueno”, dijo mi tío soltando un suspiro. “Pues tengo unas tetas muy sensibles…”, siguió provocando Javier. Me admiraba el sentido del humor que no abandonaba a mi tío pese a su turbación. “Si no toco, no me lo creo”, dijo plantándole las manos. Palpó y acarició con habilidad, endureciendo los pezones., lo que ya empezó a calentar a Javier. Se arrimó aún más. “Por aquí abajo está pasando algo…”. Cogió una mano de mi tío y la puso directamente sobre su bragueta. “¡Uf, qué bendición”, exclamó mi tío al captar el abultamiento. Javier se soltó el cinturón. “¿Quieres abrir?”. “No sé si lo resistiré, pero vale la pena intentarlo”, contestó mi tío bajando la cremallera. Javier ayudó por los lados para que los pantalones cayeran. El prominente vientre, con el espesamiento piloso, desbordaba el escueto eslip, tensado por la evidente erección entre los compactos muslos. “¡Joder, qué paquetón!”, soltó el habitualmente bien hablado tío. Javier ya metía los dedos por el borde del eslip y, al echarlo abajo, dijo: “¡Esto es lo que hay!”. La polla se elevaba majestuosa y mi tío se recreó primero con la vista. “Ya ni me acuerdo de cuando vi una cosa así…”. “Pues te está pidiendo que juegues con ella…”, lo incitó Javier. Pero incómodo por la trabazón de pantalones y eslip por los pies, añadió: “Espera…”. Se apartó un poco para quitárselos y aprovechó para mostrar también el culo. Deliberadamente medio agachado, ofreció una impúdica perspectiva de su trasero y, como si se lo presentara a mi tío, dijo: “Mi herramienta de trabajo preferida”. Mi tío me dirigió una mirada de picarona envidia. “¡Cómo debes disfrutar, golfo!”, me soltó. Repliqué: “¡Sóbaselo, que le pone!”. Javier se agitó voluptuosamente y añadió con comicidad: “La raja me hace chup-chup”. Mi tío no pudo menos que reír la desvergüenza. Empezó dándole una divertida palmada, pero el contacto con el suave vello lo animó a volver a plantarle la mano, e incluso añadir la otra. Ante la invitación de Javier, se animó a separar las nalgas. “¡Uy, qué cosa más golosa!”. Tanteó el ojete y Javier emitió un “¡Ummm!” de complacencia. Metió un dedo y frotó con suavidad. “¡Ay, cómo me estás poniendo!”, exclamó Javier. Pero mi tío, comprendiendo que no podía hacer más por ahí, dejó el experimento. Javier entonces se volvió de frente y la polla se mostró aún más tiesa y dura. “A lo mejor se te han abierto las ganas de comer”, dijo socarrón. “Supongo que esto no afectará a mi dieta…”, le devolvió la broma mi tío. “Pero antes déjame tocar el material”. “Todo tuyo”, y Javier se le arrimó. Mi tío rodeó la polla con las dos manos temblorosas. “¡Joder! ¡Qué grande y dura la tienes!”. La acariciaba y frotaba maravillado. Javier lo incitó. “Mira cómo se me está mojando de gusto… ¿Te apetece catarla?”. “¡Que si me apetece…! ¿Puedo?”, contestó mi tío con voz estremecida. “Lo estoy deseando”, dijo Javier. Mi tío acercó la cara y sacó poco a poco la lengua. Lamió el capullo y sorbió el juguillo que destilaba. “¡Qué cosa más rica!”, exclamó. “Puedes sacarme todo lo que quieras…”, lo invitó Javier. “¡Uy! No tengo yo la boca para esos trotes…Me ahogaría”, se lamentó mi tío. “Venga, que yo te ayudo”, dijo Javier meneándosela. Mi tío miraba fascinado y se animaba a chupar el capullo de vez en cuando. No obstante preguntó incrédulo: “¿De verdad te vas a correr?”. “Si no lo hago reviento”, contestó Javier, cuya excitación estaba en aumento. Pero no debió parecerle prudente echar su habitualmente abundante corrida en la boca del mi tío, porque puso el cuenco de su otra mano bajo la polla. “¿Me la dejarás probar?”, preguntó mi tío con voz suplicante. “¡Claro que sí ¡ Yo te aviso”. Mi tío quedó expectante con los ojos bien fijos y la boca entreabierta. “¡Ya me va salir!”, anunció Javier tensando el cuerpo. La leche empezó a brotar y dejó que la eclosión  más fuerte le cayera sobre la mano. La fue bajando para no obstaculizar el acercamiento de los labios de mi tío, que cubrieron el capullo y succionaron el resto de leche. “¡Uf, qué ganas tenía ya!”, exclamó Javier. “Chupa lo que quieras”, añadió, aun resistiendo la fuerte sensibilidad que le habría quedado en la polla. Mi tío desde luego se la dejó limpia y, saciado, comentó: “¡Oh, qué rica la tienes! Ya pensaba que nunca volvería a saborear algo así”. “Para que veas que cuando menos te lo esperas salta la liebre”, dijo Javier sonriendo mientras se limpiaba la mano en una toalla. “¡Menuda liebre estás tú hecho!”, replicó mi tío, que se dirigió a mí. “No sabes la suerte que tienes”. Javier todavía se regodeó un rato más en su desnudez, sabiendo que seguía haciendo las delicias de mi tío. Yo avisé de que pronto no tendríamos que ir y, cuando Javier iba a empezar a vestirse, mi tío le pidió: “Déjame antes tocarte un poquito más”. Por supuesto Javier se le plantó delante. “Toca lo que quieras”. Mi tío le acarició con ternura desde las tetas hasta los muslos y palpo suavemente los huevos y la polla ya retraída. Cuando Javier se dio la vuelta y dejó que le manoseara el culo, mi tío acabó dándole un cachete. “¡Anda, vístete ya! Que me va a dar algo”. Como despedida, Javier lo besó cariñosamente en los labios y le preguntó: ¿Querrás que acompañe otra vez a tu sobrino cuando venga a verte?”. “Estaría encantado”, contestó mi tío emocionado. Lamentablemente la salud de mi tío se fue agravando y, aunque volvimos a visitarlo, ya estaba en otra honda.

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Esa tendencia de Javier a la provocación y  a entregarse a  las consecuencias que de ella se deriven la manifestó una vez más en una situación doméstica. Había venido a casa un fontanero a cambiar la cisterna del wáter que estaba estropeada y durante unos días hubo que utilizar cubos. Era un hombre de casi sesenta años y de aspecto austero, al que no le encontré un particular atractivo. Estaba en plena faena, que se alargaba más de lo previsto por las típicas complicaciones que escapan a mi comprensión. De pronto vino Javier y, como era un día muy caluroso, llevaba pantalón corto y además, nada más entrar, se quitó la camisa. Le avisé: “Hay un fontanero en el baño”. “¿Y qué?”, replicó él. En éstas apareció el hombre para decirme que iba a bajar un momento a su coche para buscar una pieza. Al ver a Javier, con su exuberante pinta, se quedó sorprendido momentáneamente. Nada más salir, Javier me comentó: “¿Te has fijado en cómo me ha mirado?”. “No es que pases precisamente desapercibido”, repliqué. “Estoy seguro de que me tiene ganas”, insistió él. “¡Pobre hombre! Está ahí trabajando y en lo que menos debe pensar es en eso… Además no me parece que sea tu tipo”, remaché yo. “Eso es lo de menos… No me cuesta nada hacer la prueba de camelármelo”. Sabía que si se le había metido en la cabeza no lo iba a disuadir. “Ve con cuidado, no me vaya a quedar sin cisterna”.

El fontanero volvió y al pasar hacia el baño repasó de arriba abajo a Javier de reojo. “¿Qué te dije?”, me susurró éste. “No lo veo tan claro”, traté de desanimarlo. Pero ya estaba dispuesto a ponerse en acción. Entró en el baño y preguntó afablemente: “¿Cómo va eso?”. “Ya ve, un poco enredado. Todavía tengo para rato”, contestó el hombre que no esperaba la visita. “Es que he llegado de la calle con muchísimo calor y necesitaría darme una ducha… Como creo que ahí sí que va el agua ¿tendría inconveniente en que la use?”. El otro quedó perplejo y reaccionó. “¿Quiere que me salga?”. “¡No, hombre, no! No interrumpa su trabajo. Si estoy enseguida”, contestó Javier con desenfado y, sin más, se quitó los pantalones. Aunque el fontanero le daba la espalda, los diversos espejos del baño le permitieron una magnífica vista del orondo culo. La ducha tiene una mampara de cristal totalmente traslúcido. Javier entró y abrió el agua. Antes de ponerse debajo, soltó como si pensara en voz alta: “Como no he podido hacerlo en el wáter, mearé mientras sale caliente”. Al oírlo, el hombre tuvo la reacción de mirar directamente el perfil de Javier lanzando un potente chorro. Tras lo cual empezó a recrearse bajo el agua. Por otra parte, el mismo juego de espejos que hacía que el fontanero, sin moverse de donde estaba, pudiera ver lo que ocurría en la ducha, dejaba que yo, discretamente apostado a un lado de la puerta, tampoco me perdiera lo que pasaba en el baño. Desde luego el hombre, por más que tratara de disimular, no podía evitar el estar pendiente de las provocativas evoluciones bajo el agua de Javier. Éste, en un avance de su estrategia de seducción exclamó de pronto: “¡Vaya despiste el mío!”. Y sacando medio cuerpo por el extremo de la mampara le pidió al fontanero: “Tendría la bondad de acercarme la pastilla de jabón que hay en el lavabo. Me he olvidado de cogerla”. Era absurdo porque en la ducha había varios frascos de gel. Pero el hombre cayó en la trampa y fue a la ducha con el jabón en la mano. Se vio obligado a asomarse y estirar el brazo, porque Javier se había adentrado de nuevo bajo en agua dándole la espalada. “Aquí tiene”, dijo con la voz y la mano temblonas. Javier entonces se giró mostrándose bien de frente  y, en el paso de una mano a otra de la pastilla, ésta resbaló al suelo. Los dos se agacharon simultáneamente a punto de entrechocar las cabezas. “Se está mojando”, advirtió Javier. “Da igual”, dijo el otro atolondrado y se hizo con el jabón. Se quedó con la mano tendida ante la lujuriosa desnudez de mi sonriente amigo, quien preguntó yendo  a por todas: “¿Le gustaría enjabonarme?”. “¿Cómo dice?”, reaccionó el fontanero para ganar tiempo. “Que te desnudes y nos duchemos juntos”. Ante ello el hombre podía haber reaccionado con “¡Pero qué se ha creído!” y armarse la gorda. Sin embargo solo dijo: “Está el otro señor”. “Por eso no te preocupes”, lo tranquilizó Javier con el triunfo brillándole en los ojos. El fontanero, que ya solo pensaba en meterle mano a aquel pedazo de tío, dejó de lado cualquier escrúpulo y empezó a desnudarse torpemente.

Javier aguardaba provocador con una erección iniciada, asomado a la mampara y con el agua cayendo a su espalda. El cuerpo del fontanero era enjuto y casi lampiño. En cuanto quedó desnudo Javier alargó un brazo para tirar de él dentro de la ducha. Lo puso bajo el agua y se puso a repasarle el cuerpo con el jabón, seguramente para asegurar una higiene básica. El hombre se dejaba manejar emitiendo murmullos de asombro y turbación. Al enjabonarle la entrepierna se disculpó, probablemente por su falta de reacción. “Estoy muy nervioso”. “¡Tranquilo! Yo no”, replicó Javier y lo atrajo hacia él, los dos bajo el agua. “¡Chúpame las tetas!”, ordenó. El fontanero iba pasando la boca de una a otra. “¡Así, así, me pone muy caliente!”, decía Javier. “Ya lo noto”. Porque la polla debía chocarle contra el cuerpo. Una vez entonado, Javier se giró para cerrar el agua y aprovechó para preguntar: “¿Te gusta mi culo?”. “¡Uf!”, fue la desmayada respuesta. “¿Quieres jugar con él?”. El hombre, que no podía creer lo que le estaba pasando, cayó de rodillas. Manoseó y estrujó las lustrosas nalgas, y ahondaba con los dedos en la raja. Javier incitaba y facilitaba el toqueteo agachándose apoyado en la pared. “¡Cómelo!”. El otro no dudó en hundir la delgada cara en las profundidades de la raja. “¡Oh, qué lengua más hábil!”, decía Javier. Éste debió querer comprobar si, ya puestos, podría meterle algo más, por lo que se dio la vuelta para examinar la polla del fontanero. Como no parecía muy animada, se agachó y se puso a chuparla. El hombre temblaba y volvió a disculparse. “Cosa de los nervios”. Javier no insistió y se puso de pie ofreciendo la polla bien dura. El fontanero cayó de rodillas y compensó su vergüenza con una mamada apasionada. Javier hacía movimientos obscenos con los brazos en jarra follándole la boca. Dada la insipidez del fontanero por delante, Javier tuvo un impulso. “¡Te voy a follar!”, soltó. El hombre se estremeció pero, como sin voluntad propia, dejó que le agarrara el poco pesado cuerpo y lo pusiera contra la pared. Visto de espaldas su figura parecía casi juvenil y el culo enjuto debió resultar tentador para Javier. Cuando le metió un dedo enjabonado, el fontanero se contrajo todo él. “Ya estás abierto”, dijo Javier para calmarlo. Se le echó encima arrancándole un lastimero gemido. El poderoso culo de Javier se contraía y distendía en el esfuerzo del bombeo. “¡Cómo tragas! ¡Qué me gusta!”, exclamaba. “¿Sí?”, solo llegó a decir el fontanero que, sin embargo, afianzaba las piernas y se ponía más en pompa. Javier arreaba con ganas y lo zamarreaba. “¡Qué culo más rico! ¿Sientes mi polla?”. “Sííí, muy gorda”. “¡Estoy a cien! Me falta poco”. “¿Se va a correr?”. “¿La quieres?”. “¡Démela!”. Javier pegó los golpes finales resoplando y sujetando el desmadejado cuerpo. Cuando lo soltó, el fontanero se tambaleó. “¡Quién iba a esperarse esto!”, se atrevió a exclamar. “¿No te ha gustado?”, preguntó Javier risueño mientras volvía a abrir el agua. “Mucho, mucho”, y ya estaba saliendo de la ducha. “Usa esa toalla”, le indicó Javier. “¡Gracias! Me visto y sigo con el wáter… ¿Qué estará pensando el otro señor?”. “Es muy comprensivo…”, contestó Javier irónico, seguro de mi espionaje.

De todos modos ya me fui a la cocina como si hubiera estado atareado todo el tiempo. Apareció Javier en puras pelotas. “¡Qué descaro!”, le dije, “¿Qué tal el fontanero?”. “Un buen polvo que hemos echado”, contestó ufano. “¿Lo conseguiste? ¿Y sigue vivo?”, pregunté haciéndome el nuevo. “Como que no te he visto mirando por el espejo…”. No lo negué, claro. “Le has puesto tanto entusiasmo…”. “Pues el tío tiene un culo que traga de maravilla ¡Qué a gusto me lo he follado!”, concluyó Javier. Al cabo de un rato el fontanero se asomó y quedó indeciso al ver que Javier seguía en cueros. Sin querer mirarlo me dijo: “El wáter ya no le dará problemas”. “Estupendo. Ya me mandará la factura”, contesté. Parecía que tenía prisa por desaparecer, pero Javier le soltó: “¡Eh! Gracias por dejar que me duchara”. “Gracias a usted”, dijo todo cortado.


1 comentario:

  1. Que buen polvo me heche con la parte del fontanero, me encanto el relato. Por favor segui asi.

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