lunes, 1 de abril de 2019

Director y gerente siguen compartiendo (b)

Cuando Ernesto, después del numerito de la piscina, fue una vez más al hotel de sus encuentros con Ramón, no le sorprendió que lo recibiera ya en cueros, pero sí que estuviera empalmado. “¿Te has liado con algún conserje?”, preguntó Ernesto divertido. “¡Calla!”, respondió Ramón, “Qué mientras me desnudaba esperándote, me acordé de lo que montamos en la piscina y me he calentado”. “Lo tuyo no entraba en le guión desde luego. Pero fuiste un espontáneo estupendo”, dijo Ernesto. “¿Tú crees?”, dudó Ramón, “Pasármelo bien sí que me lo pasé, pero ya has visto el cachondeo que se traen conmigo”. “Nadie se escandalizó y son comentarios cariñosos. No has perdido autoridad con eso”, lo tranquilizó Ernesto. Pero este tenía otra curiosidad. “¿Luego te dijo algo tu mujer?”. “Que ya no le sorprende nada últimamente, pero me recordó: ‘Pensar que siempre querías bañadores que no te hicieran parecer demasiado gordo’… Fue una pulla muy fina”. “Pues yo me quedé con las ganas de meterte mano allí mismo. Estabas de lo más apetecible”, dijo Ernesto. “¿Por qué no lo haces ahora?”, ofreció Ramón. Así que esta vez fue Ernesto, al que aún no le había dado tiempo a desnudarse, quien sobó a base de bien el lujurioso cuerpo de Ramón. “¡Cómo me estás poniendo!”, exclamó este, que añadió: “Tengo el morbo de follarte vestido”. “¿Vas a perforar la ropa con la polla o qué?”, rio Ernesto.

Pero Ramón ya estaba decidido. “¡Déjame hacer!”. Con manos inquietas le soltó el cinturón y bajó la cremallera. Luego le hizo dar la vuelta y apoyarse en el respaldo de una butaca. “¡Sujétate bien!”. Bajó bruscamente los pantalones y apuntó la polla a la raja. Se clavó a la primera. “¡Oh, qué fiera!”, se estremeció Ernesto. Ramón, arreándole, llegó a avisar: “Estoy muy caliente… Voy a durar poco”. Dio unas cuantas arremetidas más y, con un fuerte resoplido, se dejó caer sobre el cuerpo de Ernesto. Este comentó: “Ha sido casi una violación… Pero me ha gustado”. Ramón, con cierta mala conciencia, dijo: “¡Anda! Acaba de desnudarte y échate en la cama ¿Querrás que te haga una paja?”.  “Me la hagas tú o me la haga yo, es lo que necesito después de follarme. Ya lo sabes”, recordó Ernesto.

Lo que no se esperaba era que Ramón desplegara tanta actividad, a pesar de acabar de correrse. Porque enseguida se aprestó a revitalizarle la polla chupándosela con ganas. “Me gusta mucho ¿sabes? Tienes una polla preciosa”, dijo Ramón cuando la hubo endurecido. “Eso me dicen todos”, bromeó Ernesto, que aprovechó para pedir: “A ver cuándo me dejas que te la meta también por el culo”. “Todo se andará… Me tengo que mentalizar”, escurrió el bulto Ramón, que ya pajeaba a Ernesto con soltura. “¡Uy, qué bien lo haces!”, dijo este. “Cuando te vaya a venir me avisas, que quiero bebérmela”, pidió Ramón. Así lo hizo Ernesto y Ramón abrió la boca sobre la polla en espera del primer brote. Fue sorbiendo con los labios para acabar relamiendo el capullo. “¡Uf, qué a gusto me he quedado por detrás y por delante”, declaró Ernesto. “Me ha sabido muy rica”, añadió Ramón.

Relajados los dos sobre la cama, Ernesto comentó: “Sí que te ha dado un calentón recordando lo de la piscina. Me has hecho de todo”. Ramón pensó lo que iba a decir. “Es que además me ha estado dando vueltas a la cabeza otra cosa”. “¿Qué también te pone cachondo?”, apuntó Ernesto. “Bueno, algo de eso”, arrancó Ramón, “Querría preguntarte si tú follas con todos esos tíos con los que fuiste a la playa”. Ernesto rio por el punto de ingenuidad de Ramón. “¡Hombre! Con todos a la vez no… ¿Es que estás celoso?”. “Ya sabes que no. Si hasta me gusta que me hables de tus ligues”, quiso aclarar Ramón, “Es si lo haces con más de uno a la vez”. “¡Ah, eso!”, exclamó Ernesto, aunque ya había captado de qué iba el interés de Ramón, “A veces nos juntamos tres o cuatro y lo pasamos bien”. “Ahí quería llegar yo… Lo de darse el lote en grupo”, reconoció Ramón. Entonces Ernesto le allanó el terreno. “¿Te acuerdas el que estaba a mi lado en la foto que os enseñé?”. “¿El que dijeron que se parecía a mí?”. “Ese… Precisamente su pareja, un tipo como él, fue el que nos hizo la foto”. “¿Y te liabas con los dos?”. “¡Uy, varias veces! Son muy marchosos”. Ramón fue ya al grano. “¿Crees que yo les gustaría también?”. “¡Por supuesto! Si ya les había hablado de ti”. “¡Uf, qué morbo!”, soltó Ramón. Estaba claro por dónde iba y Ernesto se lo facilitó. “Pues son de aquí… ¿Querrías que les propusiera un encuentro de los cuatro? Seguro que estarán encantados”. “No estaría mal ¿verdad?”, dejó caer Ramón. “¡Venga, hombre! Que lo estás deseando”, concluyó Ernesto.

Ramón reservó una suite con sala de reuniones para el encuentro con la pareja amiga de Ernesto, no solo para cubrir las apariencias, sino sobre todo para mayor comodidad. Porque además estaba dotada de dos camas dobles. “Cuatro tíos gordos no cabemos en una habitación normal”, consideró. Como de costumbre, Ramón acudiría antes y Ernesto se citaría con sus amigos para ir juntos. Ernesto no pudo menos que regocijarse con tan entusiastas preparativos. “Así que estás lanzado ¿eh? Parece que vas a por todas”. Ramón, tremendamente excitado con el nuevo paso que se aventuraba a dar, exclamó: “¡Qué coño! Hay que probarlo todo”.

Con ese talante aguardó Ramón, comido por la emoción, a los tres que habían de venir. Aunque sabía de sus aficiones, y estaba seguro de que Ernesto les habría contado lo de su despelote en la piscina de su casa, no se atrevió a recibirlos desnudo. Le resultó más tranquilizador hacerlo bien trajeado, como la primera vez que se citó con Ernesto. Y acertó porque, aparte de Ernesto que siempre acudía en plan ejecutivo, sus dos acompañantes iban elegantes, aunque más informales. Pero no fueron estos detalles los que merecieron la atención de Ramón nada más abrirles la puerta con la mejor de sus sonrisas. Porque la pareja que venía con Ernesto estaba formada por dos tiarrones, también cincuentones, de una envergadura que lo dejó sin resuello. Gordotes ambos, le sacaban casi la cabeza en altura, y eso que Ramón no era para nada un hombre bajo. Ernesto inició las presentaciones. “Aquí tenéis a mi amigo Ramón con muchas ganas de conoceros ¿No es así?”, dijo tomándolo de un brazo. Ramón no tuvo más remedio que contestar y solo le salió “¡Mucho gusto!”. Los otros dos pasaron de formalismos y le estamparon un par de besos cada uno con choque de barrigas. “Yo soy Luis”, dijo el primero, añadiendo sonriente: “Creo que ya me viste en la foto de la playa con Ernesto”. El otro explicó no menos risueño: “Yo fui quien la hice… Soy Pedro, el marido de Luis”. “Así que estáis casados…”, comentó Ramón por decir algo. “Pero golfos totales, eh… Ya te habrá contado Ernesto”, aclaró Luis. “Algo sé”, admitió Ramón forzando una risita. Ernesto, que sabía que este descoloque, inhabitual en Ramón, no podía deberse sino a la excitación ante lo que se le venía encima, le echó un capote. “Todos estamos a lo mismo ¿no? ¿Por qué no nos ponemos cómodos para conocernos mejor?”. Luis, que parecía el más coñón de la pareja, terció. “Como si estuviéramos en la piscina de tu casa ¿no, Ramón?”. Este ya se mostró más suelto. “Por lo visto Ernesto os ha enseñado mi  curriculum…”. “Pero mejor si nos lo enseñas tú”, dijo Luis insinuante pulsándole con un dedo en la barriga. Pedro fue ya más práctico. “¡Venga, vamos a desnudarnos! Lo hacemos aquí mismo ¿no?”. La pareja tomó la iniciativa, seguidos por Ernesto, acostumbrados como estaban a no andarse con remilgos. Ramón en cambio se rezagaba, no por pudor ya sino por la curiosidad de ir viendo lo que mostraban los nuevos fichajes. A cual más fornido y no menos bien amueblado, solo se diferenciaban por la barriga más abultada de Luis y el pelaje. Ambos peludos sin exceso, Luis tenía el vello más oscuro y el de Pedro tiraba a dorado. Cuando ya se quitaron los eslips, a Ramón se le fueron los ojos a las generosas entrepiernas. “¡Lo que podía dar de sí aquello!”, pensó Ramón. Concentrado en la observación, apenas se dio cuenta de que, al quedarse desnudo del todo, era el primero en estar empalmado. Lo cual fue acogido con alborozo por los demás en cuanto se percataron. “Sí que vas fuerte ¿eh?”, rio Luis. “Para mí esto es nuevo”, reconoció Ramón, “Y quiero aprovecharlo”. Ya volvía a ser el Ramón totalmente lanzado a experimentar novedades con ansias de neófito.

Con este ánimo afrontó el acercamiento de la pareja, mientras Ernesto se mantenía en un segundo plano, complacido como buen maestro de los avances de su discípulo. Luis echó mano a la polla de Ramón. “Nos han dicho que eres un picha brava”. Ramón no se arredró y con ambas manos agarró asimismo las de ellos. No pudo reprimir expresar su sensación. “¡Uf, dos a la vez!”. “Ya notas cómo reaccionamos ¿verdad?”, dijo Pedro. Porque efectivamente los manoseos, que se dejaban dar bien a gusto, les estaban animando las pollas. Ramón entonces reclamó con tono festivo: “¡Acércate, Ernesto! No me dejes solo con éstos”. Ernesto no se hizo de rogar y se les arrimo con un inicio de erección. Pero se colocó por detrás de Ramón acariciándolo. “Aún no habéis visto el culo tan rico que tiene”, dijo provocador forzando a Ramón para que se girara. “Bien que lo debes disfrutar ¿eh?”, comentó Luis. “Si no me deja…Todavía tiene prejuicios”, reconoció Ernesto, “Pero le he metido otras cosas y bien que le entran”. “Ya te follo yo a ti ¿no?”, se defendió Ramón. “Eso sí que lo borda”, admitió Ernesto. Entonces Luis y Pedro se dieron la vuelta y mostraron lascivamente sus magníficos traseros”. “A ver si también puedes con estos”, dijo Luis. Y Pedro precisó: “Que conste que a nosotros, como a Ernesto, nos va todo… Igual de esta no te libras”. Ante la evidente amenaza que se cernía sobre él, Ramón contemporizó a medias. “Ya se verá sobre la marcha…”. Aunque Ernesto avisó: “¡Oye! Que yo soy el que más méritos ha hecho para estrenarte”.

Desde luego no se iban a quedar en estos toqueteos preliminares. “Supongo que aprovecharemos  esa cama tan enorme. Parece hecha a medida de nosotros”, sugirió ya Luis. Porque Ramón, antes de que llegaran, se había  cuidado de apartar la mesilla que las separaba y juntar las dos camas. “¡Y tanto que sí! ¡Vamos!”, dijo Ernesto en calidad de anfitrión adjunto. Él y la pareja se lanzaron sobre la duplicada cama encantados de su amplitud. “¡Aquí cabemos todos!”, celebró Luis. Sin embargo Ramón se quedó de pie mirándolos. Ernesto se dio cuenta y le instó: “¿Qué esperas? ¿Te vas a cortar ahora?”. Pero no era que Ramón estuviera cortado ni mucho menos, sino que la visión de aquellos corpachones que empezaban a enlazarse le había hecho concebir una morbosa idea, que le pudo más que el deseo de entregarse ya a ellos. “Preferiría ver primero cómo os lo montáis… No he hecho nunca algo así y podré implicarme mejor”. Para atajar su extrañeza se atrevió a ofrecer: “Luego os dejaré hacerme lo que queráis…”. Pedro fue quien expresó el parecer de los tres. “Si eso te va a poner más cachondo, mira todo lo que quieras… Pero no tardes en apuntarte ¿eh? Que te tenemos ganas”. Por su parte Ernesto se regocijó internamente del ofrecimiento que había hecho Ramón. “Esto hay que aprovecharlo”, se dijo.

Así pues, bajo la mirada ávida de Ramón, plantado al borde de la cama, los otros tres se entregaron a lo que no era nuevo para ellos. Enredados de brazos y piernas, se morreaban entre sí para, a continuación, contorsionarse todo lo que permitía su corpulencia y chuparse las pollas unos a otros. Pese a que Ramón estaba a tope de excitación, el nivel le subió aún más, hasta el punto de que tuvo que dejar de tocarse para que no se le fuera la mano, cuando Ernesto montó a Pedro. Este se había puesto bocabajo y Ernesto se le echó encima. “¡Sí! Me gusta cómo me follas”, exclamó Pedro al penetrarlo Ernesto limpiamente. Pero entonces Luis se arrodilló detrás y se la clavó a su vez a Ernesto. “Si te cepillas a mi hombre, yo te cepillo también”, dijo en tono festivo. Cada uno arremetía como podía, más como lujuriosa diversión que con ánimo de llegar a más. Ya habría tiempo para eso… En efecto Ernesto, no resistiendo más seguir emparedado, se acabó zafando de los otros dos y cayó a un lado. Inmediatamente Luis lo sustituyó en el culo de Pedro, que comentó: “Esta me la conozco bien”. Entonces Ernesto fue poniéndose bocarriba aún empalmado y miró a Ramón, no menos empalmado y con los ojos echando fuego de excitación. “¿No querrías chupármela recién sacada del culo de Pedro?”, lo incitó. El morbo de la propuesta logró que Ramón pasara ya de la lujuriosa contemplación y se lanzara a la acción arrostrando todas sus consecuencias.

Ramón se abalanzó sobre Ernesto y directamente se metió su polla en la boca. La sensación de notarla aún caliente y jugosa por el sitio donde había estado metida le dio más deseo de saborearla. Ernesto, despatarrado, gozaba de la vehemencia de Ramón. “¡Qué bien que te hayas decidido!”. Entonces Luis y Pedro deshicieron su enlace y el primero reclamó: “¡Eh, que nosotros también queremos!”. Mientras Pedro, al quedar con el culo vaciado, se iba poniendo bocarriba, Luis se arrimó a Ernesto y tiró de Ramón para que cambiara de polla y chupara la suya recién sacada. Ramón hizo el cambio frenético de excitación. “¡Qué buena boca tienes!”, exclamó Luis sujetándole la cabeza. Pero Pedro, que tenía la polla encogida por los aplastamientos, se interpuso para que Ramón se la reavivara con su mamada. “¡Oh, qué dura me la estás poniendo!”, disfrutó Pedro no menos que los otros dos. Mientras Ramón se trabajaba a Pedro, que se había puesto a cuatro patas con la cabeza de Ramón entre los muslos, Ernesto y Luis se repartieron la entrepierna de Ramón. Alternativamente iban chupándole la polla y lamiéndole los huevos, lo cual le hacía patalear, de gusto pero también porque no quería derramarse antes de tiempo. “¡Esto es la hostia!”, proclamó.

Nada les urgía y poco a poco se fueron desenganchando jadeantes. Ernesto se interesó por Ramón que, congestionado, babeaba. “¿Qué? ¿Es lo que te imaginabas?”. “¡Qué me iba imaginar! Sois la releche”, pudo mascullar Ramón. “Pues espera, que esto no ha hecho más que empezar”, intervino Luis. “Solo han sido unos juegos preliminares”, apuntilló Pedro. Todo y lo ofuscado que estaba, a Ramón le vino a la mente la temeraria oferta que había hecho cuando pidió que le dejaran mirar antes de echarse al ruedo. “¿Se lo tomarían en serio lo de que se dejaría hacer lo que quisieran?”, se preguntó. Pero él mismo se lo había buscado. Con la marcha que llevaba tenía que pasar y, si a aquellos hombretones les gustaba poner el culo, igual no eran para tanto sus temores. “A lo hecho pecho y a aguantar la respiración”, se dio ánimos él mismo. Pero también se le planteaba un dilema. Ardía en deseos de no desperdiciar la ocasión de meterla en aquellos apetitosos culos. Aunque con el calentón que llevaba ya, no iba a poder aguantar sin correrse en uno u otro. Y con el descenso de libido, ni que fuera temporal, que ello le supondría, le iba a resultar más duro dejarse desvirgar por esas fieras. Para asumir lo inevitable, mejor que lo pillaran bien excitado.

Sin embargo, Ramón comprendió que la opción no iba a estar en sus manos. Así que cuando, tras la breve tregua, Pedro se tomó la revancha y se lanzó a follarse a Ernesto, Ramón no dudó en clavarse en el culo que generosamente le ofrecía Luis acogiéndolo. “¡Venga! Hazme probar esa polla tan gorda”. Ramón le arreaba con entusiasmo. Si hasta entonces solo se había trabajado a Ernesto, muy satisfactoriamente por cierto, estar dentro de un nuevo culo no menos gordo y peludo, en aquella jodienda simultánea además, lo llevó al frenesí. Tanto que no pudo contenerse y exclamó: “¡Oh, que me viene!”. “¡Sí, sí, dámela!”, oyó pedir a Luis. Por su parte Pedro, cabalgando a Ernesto al lado de Ramón, secundó a este. “¡Pues yo también, qué coño!”.

Tras esta doble corrida, Ernesto y Luis se libraron de la opresión de sus respectivos folladores. Ernesto se dirigió a Ramón con un fingido reproche. “En cuanto se te da confianza te buscas otro culo ¿eh?”. A Ramón aún le quedaba suficiente sentido del humor para replicarle. “¡Ah! Si yo creía que era el tuyo”. “Que sepas que me has puesto cuernos con mi marido”, se unió Pedro a las guasas. Luis no se quedó atrás. “Pues yo diría que folla mejor que vosotros dos”. Esta relajación propició que, de común acuerdo, se tomaran un descanso. Ramón había tenido la previsión de completar las provisiones del minibar con unas botellas de cava. Así que abandonaron la cama y, para desentumecerse, aprovecharon la sala reuniones. Ramón estaba exultante y servía el champán moviendo su cuerpo sudoroso como pez en el agua. Casi se había olvidado de que la fiesta estaba solo en pausa y que al menos dos, Ernesto y Luis, todavía conservaban todas sus energías. Por eso no le sorprendió que Ernesto se pusiera cariñoso, pasándole un brazo por los hombros y restregándose con él. “Parece que estás disfrutando como loco con estas nuevas amistades ¿eh?”. “¡Joder, vaya trío que hacéis!”, exclamó Ramón entusiasmado, sin captar todavía lo que pretendía Ernesto. Cayó del guindo sin embargo cuando este fue más directo. “Supongo que ahora que te vas entonando estarás dispuesto a que disfrutemos de ti”. “Lo estamos haciendo todos ¿no?”, dijo Ramón para despistar. “¿No dijiste que te podríamos hacer lo que quisiéramos?”, le recordó Ernesto. “Bueno, sí…”, reconoció Ramón, “Pero tampoco hay que hacerlo todo hoy ¿no?”. “Te lo contaremos cuando volvamos a la cama”, metió baza Luis.

Entonces, como si hubiera un acuerdo previo, Pedro y Luis tomaron cada uno de un brazo a Ramón y lo condujeron con carantoñas hacia la cama. Ernesto, detrás de ellos, anunció: “Los amigos van a dejar que tenga la primicia”. A Ramón le subió un sofoco, producto de la contradicción entre los prejuicios, y no menos el miedo, que todavía le infundía eso de tomar por el culo, y el morboso deseo de experimentar todo lo que diera de sí su cuerpo, abierto desde hacía poco, a través de Ernesto, a impensados placeres. Con estos sentimientos se encontró Ramón ante la cama. Optó por la resistencia pasiva y dejó que entre Pedro y Luis tiraran de él para hacerle caer de bruces. Dado su peso, se conformaron con que quedara con el cuerpo doblado y los pies en el suelo. Lo cual, por lo demás iba a facilitar la tarea de Ernesto que, previamente se entretuvo unos momentos en contemplar el hermoso culo que tanto había deseado poseer.

Cuando plantó las manos sobre las nalgas, Ramón entendió que ya no había vuelta atrás y pidió tembloroso: “Me pondrás algo antes ¿no?”. Ernesto lo tenía ya previsto, porque además le serviría como juego de precalentamiento. Así que echó mano de un tubito de lubricante y, tirando de una nalga con una mano, puso un poco en la raja. Los dedos lo fueron extendiendo y uno se clavó bruscamente en el ojete. “¡Uuuhhh!”, gimió Ramón. “¿Ya se te ha olvidado lo que te gustó el masaje que te di?”, preguntó Ernesto insistiendo en la frotación. “¡Nooo!”, susurró Ramón. Lo que este no se esperaba fue que se apuntara Luis. “Déjame probar, que tengo unas manos muy finas”, ironizó. Hubo un cambio de dedo y Ramón lo acusó. “¡De camionero las tienes!”. Pero Luis estaba lanzado y añadió otro dedo. “¡Oy, oy, oy!”, se estremeció Ramón, “Casi voy a preferir una polla”. Pero aún se encaprichó Pedro. “No voy a ser menos”. Le metió el dedo gordo. “Si estás ya muy abierto…”. “Si tú lo dices…”, replicó con amarga ironía Ramón. Entretanto a Ernesto se le había ido poniendo a punto la polla y, de pie tras Ramón, tanteó con ella la raja. “Poco a poco y con suavidad”, imploró Ramón. “La misma que tú conmigo”, dijo Ernesto, lo que no le sonó demasiado tranquilizador.

Al fin tuvo lugar el desvirgue de Ramón, a quien le entró la polla de Ernesto hasta lo más íntimo. “¡Aaahhh, cómo me quema!”, lloriqueó Ramón, “¡Quédate quieto, que te ha entrado ya toda!…¡Qué gusto me da!”, dijo Ernesto bien apretado sobre el culo. Por su parte Luis y Pedro, subidos sobre la cama, cogían los brazos de Ramón, no tanto sujetándolo como alentándolo tal que expertos. “Aguanta y verás cómo se te calma”, “Pronto te irá gustando también”. Ernesto empezó a moverse poco a poco. “¿Qué haces?”, preguntó Ramón acongojado. “Como si no lo supieras”, replicó Ernesto, “¡Relájate de una vez!”. A medida que aumentaba el meneo, Ramón concentrado guardaba silencio. “Va mejor ¿eh?”, dio por supuesto Ernesto. “No sé”, contestó Ramón menos dramático. Ernesto fue ya arreándole con más decisión. “¡Oh, qué bien tragas!”. “¡Vale, sigue!”, pidió Ramón, “Ya voy notando algo”. “¿Ves, cagueta? ¡Ahora verás”, se iba animando Ernesto. “¡Oh, sí! Esto está bien… No pares ya”, reconoció el converso Ramón. Ya todo fueron jadeos y resoplidos por parte de ambos. “¡Cómo me estoy calentando!”. “¡Yo también!”. Ernesto, al que al placer de la follada se le unía el morbo de haber hecho pasar por el aro a Ramón, llegó a excitarse al máximo, dispuesto a llegar al final. “¡Me voy a correr!”. “¡Sí, hazlo!”, le instó Ramón que, aunque le había tomado el gusto, también pensó que ya estaba bien por esta primera vez. Ernesto tuvo una satisfactoria descarga. “¡Qué polvazo! ¡Por fin!”. “Lo conseguiste ¿eh? Haces conmigo lo que quieres”,  dijo Ramón, volcado aún sobre la cama, sin fuerzas para moverse todavía. “Mira quien habla”, ironizó Ernesto.

No pudo imaginar Ramón que lo que pareció una ayuda de Pedro y Luis para que se subiera más cómodamente a la cama tuviera intenciones más aviesas. Porque, una vez llegó a subir todo su cuerpo sobre la cama, al intentar girarse para poder respirar mejor, Luis lo retuvo. “¡Hey, a dónde vas! Que yo todavía no me he descargado”. “¿También me quieres follar?”, preguntó Ramón asombrado. Pero ni él mismo supo cómo llegó a añadir. “Pues venga, ya que estamos…”. Luis no necesitó más y se le echó encima, para recochineo de Ernesto, que comentó: “Has tardado pero ahora coges carrerilla”. Luis se la metió a Ramón con una facilidad sorprendente, al hallar el culo dilatado y con leche de Ernesto. Se puso a bombear desde el primer momento y Ramón aguantaba ya sin protestas. “También te gusta mi polla ¿eh?”, le interpeló Luis. Ramón le soltó sarcástico: “Por el culo no sé distinguir”. “Pues tragas que da gloria”, replicó Luis cada vez más excitado. “¡Calla y acaba de una vez!”, exclamó Ramón. Aunque la verdad es que no le corría demasiada prisa. “No creía yo que esto me fuera a gustar tanto”, pensaba. Cómo no, Luis tuvo una escandalosa corrida y, gordo él, quedó derrumbado sobre el gordo Ramón. “¡Oh, qué bueno ha sido!”, certificó Luis. “Me va a salir leche por las orejas”, hizo notar Ramón.

Pero ahí no iba a quedar todo porque, cuando Luis liberó a Ramón y este, para distenderse de tanto aplastamiento, hizo el gesto de alzarse sobre las rodillas, atrajo la atención de Pedro. Este lo sujetó por el culo. “¡Quieto ahí, que no va a haber dos sin tres… Y con tanto folleteo me he vuelto a entonar”. “¡Coño, qué abuso!”, protestó Ramón que había quedado con el culo en pompa y la raja exudando leche. “No me querrás hacer un feo…”, le recriminó Pedro tomando posiciones arrodillado detrás. “No me va a venir ya de uno más”, admitió Ramón resignado e hincándose de codos hacia delante. La enculada de Pedro resultó ser más trabajosa, puesto que se había corrido no hacía poco con Ernesto. Por eso este y Luis, aligerados ya de sus  fluidos, se apostaron en plan coñón a ambos lados para darle ánimos a Pedro. “¡Venga, que tú puedes!”, lo alentó Luis. “Si no querías chocolate, tres tazas ¿eh Ramón?”, reía Ernesto. Se oyó la voz de Ramón, desafiante aunque quebrada por las embestidas. “¡Pues me está gustando, sí! ¿Qué pasa?”. Pero ese gusto tan novedoso para él tuvo asimismo un efecto no menos inesperado. Porque a medida que Pedro insistía en su follada, la postura con el culo subido en que ahora se hallaba Ramón le dejaba más suelta la polla. Y el choque continuado de los huevos de Pedro contra los suyos le repercutía asimismo en la polla, que se le balanceaba al mismo compás. Esto le producía tal excitación que, cuando al fin Pedro exclamó “¡Sí que me corro, sí!”, Ramón reconoció sofocado: “Yo lo estoy haciendo ya”. Tuvo tales estremecimientos que Pedro perdió el equilibrio y se le salió la polla, que acabó de vaciarse sobre la rabadilla de Ramón. Cuando este se irguió sobre las rodillas, su polla goteaba todavía dura. No se le ocurrió otra cosa que comentar: “¡Joder, cómo he dejado la sábana!”.

Ramón, con leche por todas partes, no quiso moverse demasiado y siguió de rodillas recuperando el resuello. Ernesto entonces no se privó de soltarle: “¿Quieres que miremos por si encontramos a alguien más por el pasillo?”. “¡Muy gracioso!”, replicó Ramón, “Ya te pillaré yo otro día”. “Será un placer”, rio Ernesto. Pero a Ramón ya le urgía pasar por el baño. “Si no, me va a correr leche piernas abajo”. Entretanto los otros aprovecharon para hacer sus comentarios. “¡Vaya fichaje has hecho!”, “Tiene más aguante que nosotros tres juntos”, decían Luis y Pedro. “Fue él quien quiso meterse en una jarana así”, explicó Ernesto, “Desde que le picó la curiosidad conmigo no ha dejado de ir acelerado”. “¡Y de qué manera! Lo ha aguantado todo”, corroboró Luis. Ya volvió Ramón, refrescado tras un rápido lavoteo. Rebosando satisfacción bromeó. “Me pitaban los oídos allá dentro”. “Solo decíamos cosas buenas de ti”, replicó Luis. Daba toda la impresión de que haber superado el tabú de la intangibilidad de su culo había llenado de energía a Ramón. Porque siendo el mayor de todos, era el que menos cansancio mostraba, pese a ser además sobre quien más intensamente se habían cebado los otros tres. “¡Venga! Ya está bien de cama ¿no?, los exhortó, “Que queda otra botella de cava”.

Con cierta languidez, los otros tres lo siguieron a la sala y se dejaron caer con gusto en las sillas que rodeaban la mesa. Pero Ramón dijo con sorna: “Me temo que no voy a poder sentarme ¡Cómo me habéis dejado el culo!”. Ello no fue obstáculo para que se mostrara obsequioso sirviendo el cava que, por cierto, se bebió él en la mayor parte. Su euforia era contagiosa y Luis le propuso: “Contamos contigo para que vengas el próximo verano a la playa del despelote ¿eh?”. “Ya veré de apañarme…”, contestó Ramón, quien en ese momento no veía obstáculos insalvables. Ernesto, que no dejaba de estar asombrado de la deriva de que hacía gala Ramón, puso una nota de realismo. “Si no te embarcan en otro crucero…”. “¡Tú calla!”, replicó Ramón, “De aquí al verano…”. Así quedaron las cosas y el matrimonio decidieron marcharse ya. Se vistieron y, antes de salir, no faltaron efusivos besos y achuchones a los que seguían en cueros.

Una vez solos, Ramón le dijo a Ernesto: “Ya había avisado de que esta noche me quedaría…. Además, tal como están las camas no parecería que solo ha habido una reunión de trabajo”. “Más bien una batalla campal”, rio Ernesto. “¿Te quedarás también conmigo?”, propuso Ramón, “Total, están deshechas las dos camas”. “Solo si es para dormir”, ironizó Ernesto. “Nunca se sabe”, replicó socarrón Ramón. También le pidió: “¡Anda! Ayúdame a poner las camas separadas como estaban”. “¿No me quieres cerca?”, preguntó Ernesto. “¡Sí, hombre, sí! En una cabemos los dos de sobra… Es para ahorrarnos trabajo por la mañana”. Así cayeron, plácidamente muy juntos, en un sueño reparador.


4 comentarios:

  1. Wow espero y tengamos mas para leer de estos dos tios ...amo tus relatos

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  2. Muy buena esta tercera entrega de Ramon y Ernesto, con sus nuevos amigos, ademas Ramon tenia que estrenarse y lo hizo a conciencia.Muy bien escrito y muy Buenas fotos en ambos relatos. gfla

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  3. Woow que buen cuartero, dejaron bien llenito a Ramon. Buena forma de desvirginar a alguien, me la puso bien dura mientras lo leia. Por favor segui escribiendo relatos asi.

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  4. Y para cuando un nuevo relato?. Mayo esta en la vuelta de la esquina.

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