lunes, 4 de febrero de 2019

Ni buscado aposta

Javier, mi amigo gordote y cincuentón, tenía que desplazarse un par de días por negocios a una cuidad de la costa, muy concurrida en verano. Como entonces era invierno, pensó que poca animación iba a encontrar. De todos modos, las reuniones iban a tenerlo ocupado hasta última hora de la tarde. Así ocurrió ya el primer día, en que una vez libre de compromisos entró en una bar para tomar unas tapas y una buena cerveza. Por la noche se había propuesto salir de copas y conocer el ambiente. Pero antes le vendría bien pasar por el hotel para darse una ducha y ponerse otra ropa. Sin embargo, cuando iba hacia el hotel, tomó un atajo por una calle estrecha y le llamó la atención una puerta pequeña con un rótulo luminoso: SAUNA. Pensó que le vendría bien relajarse, aunque no sabía de qué tipo de sauna se trataría. Decidió preguntar previamente y entró. En la minúscula recepción había un tiarrón con camiseta imperio, más alto que él y algo menos grueso. Pareció sorprendido y miró de pies a cabeza a Javier, que iba bien trajeado y que preguntó directamente: ¿Es de ambiente gay?”. “¡Por supuesto!”, contestó el hombre, “Aunque a esta hora no queda nadie… Pero, como el cierre es a las doce de la noche, si te apetece, puedes entrar”. Javier no se lo pensó. “Ya me va bien”. Pagó y el hombre llamó a un chico para que le enseñara el vestuario y llevara las toallas y las chanclas. El chico era bastante joven y moreno, con unos shorts muy ajustados. Javier pensó que tenía un culo que le gustaría follarse. Ambidiestro como era, si se le presentaba la ocasión de dar por el culo, prefería los pequeños y prietos, que se le acoplaran mejor debajo de su abultada barriga. El chico le mostró la taquilla y dijo confianzudo: “Ve desnudándote, que ahora te traigo las toallas”. Así lo hizo Javier y terminaba de quitarse la ropa cuando volvió el chico. Sin demasiado disimulo se quedó mirándolo mientras se sacaba el eslip y aún se entretuvo con las toallas para verlo por detrás y por delante. Desde luego a Javier no le incomodó lo más mínimo. “Aquí tienes. Cualquier cosa que necesites me la puedes pedir”, dijo el chico obsequioso. En cuanto se marchó, Javier se dijo divertido: “Entre el de la puerta dejándome pasar en solitario y el chico para todo, creo que he caído en gracia”. Aunque en el lote venía el típico paño para la cintura, Javier lo desechó. “Si no hay nadie ¿para qué voy a ir con esto que se va a mojar?”. Así que se limitó a coger una toalla.

Lo que iba conociendo de la sauna, bastante pequeña, se veía nuevo y limpio. Fue en primer lugar a las duchas que estaban en un cuadrado a un extremo del espacio central, enfrentadas dos y dos y sin separación. Pulsó el mando de la que tuvo más a mano y la alcachofa lanzó potentes choros. Los primeros, fríos, lo entonaron y luego graduó el mando hasta alcanzar una temperatura más cálida. Se afanó en una minuciosa higiene, sobre todo de los bajos y la raja de culo, que enjabonó a conciencia.

Había una sala de vapor y allá se metió. Con una bancada a dos niveles, el calor no estaba excesivamente fuerte y la tenue luz era roja. Javier se quedó en pie de espaldas a la pared y echó en falta que no hubiera nadie que le metiera mano. Pese a todo, los vapores calientes le hacían efecto y empezó a sobarse las tetas y la polla, que no tardó en tener dura. Bien sudado, salió para volver a ducharse. Ahora estaba el chico secando con una fregona el suelo mojado. Javier pasó por delante todavía empalmado y el chico hasta se detuvo para mirarlo. Javier fingió no darse cuenta, pero se colocó en la ducha más próxima al acceso del cuadrado. La erección se le mantenía bajo el agua caliente y él se iba tocando la entrepierna provocativamente. Entonces el chico fue arrastrando la fregona hasta ponerse casi delante. Repasaba el suelo una y otra vez, pero siempre de cara a Javier. Éste le dio más lubricidad a sus movimientos con frotes descarados a la polla. Al terminar pasó de nuevo junto al chico sin mirarlo para volver al vapor. Javier quedó de nuevo de espaldas a la pared y no pasaron ni dos minutos para que el chico entrara. Llevaba una pequeña linterna y dio una explicación de lo más inverosímil. “Perdona, pero he de revisar si algún cliente se había dejado por aquí alguna cosa”. Javier dijo socarrón: “Ya ves que no llevo nada que pueda dejarme aquí”. El chico, sin inmutarse, se puso a recorrer el suelo con el haz de luz de la linterna, sobre todo en la cercanía de Javier, y a veces, como al descuido, se le escapaba el enfoque hacia la endurecida polla. Javier, agarrándosela, le soltó ya: “Igual por aquí encuentras algo”. El chico jugueteó ya con la linterna recorriendo a Javier, que se sobaba la polla con lascivia. “Te gusta ¿eh?… ¡Toca, toca!”. El chico le echó mano para palparla. “¡Uy, qué dura!”. De pronto se apartó para quitarse la camiseta. “¡Qué calor hace aquí!”. Volvió a sobar la polla y fue agachándose para metérsela en la boca. Mamó un rato y Javier resoplaba sujetándole la cabeza. La excitación alcanzada le llevó a decir: “No es ahí donde te voy a dar la leche”. El chico interrumpió la chupada. “¿Qué quieres hacer?”. Javier hizo que se levantara y le bajó los shorts. El chico lo entendió. “¿Me quieres follar? La tienes muy gorda”. “Seguro que la tragarás”, replicó Javier lleno de excitación. El chico dejó que Javier lo llevara hacia el banco e hiciera que se echara adelante para apoyarse. Javier se cogió la polla, la restregó por la raja de chico y fue empujando. El chico emitía unos leves quejidos y Javier, ya encajado, le dijo: “¿Ves lo bien que ha entrado?”. “¡Sí! Y me gusta sentirla”, admitió el chico. Javier se puso a bombear henchido de excitación. “¡Oh, qué bueno!”, “¡Qué culo más rico!”, iba profiriendo. El chico mostraba también su disfrute. “¡Qué pedazo de polla!”, “¡Qué bien follas”. Sin embargo, cuando Javier avisó “¡Estoy a cien!”, el chico, que no debía querer que se le corriera dentro, se apartó de pronto haciendo que Javier sacara la polla. “El jefe me debe estar buscando”. Recogió los shorts y la camiseta y salió apresurado. Javier quedo desconcertado y soltó un resoplido. “A punto me he quedado”, se dijo. Se contuvo no obstante de hacerse una paja para rematar. “No hay prisa y ha sido muy buena follada de todos modos”, reflexionó satisfecho, “¡Un culo riquísimo!”.

Al salir del vapor no se veía al chico. Fue a la ducha y acababa de empezar a remojarse cuando apareció el tipo de la recepción. Ahora llevaba tan solo el paño a la cintura y vino directo hacia las duchas. Javier tuvo la sospecha de que se había coordinado con el chico. Ahora se apreciaba mejor su sólida robustez y el vello sin exceso que la realzaba. “¿Todo bien?”, preguntó con aparente indiferencia hacia la desnudez de Javier. “¡Perfecto! Mucha tranquilidad”, contestó con cinismo Javier, que no paró de girar bajo el agua y extenderse gel por el cuerpo. El recepcionista se quitó con toda naturalidad el paño y lo colgó en un gancho. Fue a ocupar justamente la ducha al lado de la de Javier. Expuesto al completo destacaba una polla pendulante por encima de la media que, por supuesto, a Javier tampoco le pasó desapercibida. El hombre se justificó. “Como ya es seguro que no va a venir nadie más, aprovecho para entonarme… No te importa ¿verdad?”. “¡Para nada!”, contestó Javier, “Además tú eres el jefe”. “Bueno, digamos que el encargado”, rio el otro, que se mantenía ostentosamente de cara a Javier. Abrió el agua y, cuando fue a pulsar el dispensador de gel, se encontró, o simuló, que estaba vacío. “¡Vaya! El chico se ha olvidado de llenarlo”. Podía haberse pasado a otra ducha. Pero lo que hizo fue arrimarse a Javier pasándole un brazo por delante para usar su dispensador. “Con permiso”, dijo con descaro, “Aquí sí que hay gel”. “Coge lo que quieras”, replicó Javier con segundas. El encargado no se apartó demasiado y esa primera toma se la aplicó directamente a la entrepierna, que enjabonó cuidadosamente manoseándose la polla y los huevos. En un momento en que Javier le daba la espalda, o hablando claro le mostraba el culo, el otro fue a por más gel. Y esta vez el roce de su polla con las nalgas de Javier fue más directo. “¡Um!”, murmuró éste quedándose quieto. Como si tal cosa, el encargado siguió arrimado y pulsó el dispensador. “Aquí también queda poco”. Entonces Javier le soltó: “Me lo he debido poner por todo el cuerpo… ¿Si quieres?”. El otro empezó a extender gel por la espalda de Javier y fue bajando hasta culo. Javier incluso inclinó el cuerpo hacia delante facilitando la tarea. “¡Qué limpio voy a quedar hoy!”, dijo Javier. En el sobeo de las nalgas le llegó a entrar un dedo resbaloso y dio un respingo. “¡Uf!”. Pero ya se giró poniéndose de frente. Estaba empalmado y el encargado no dudo en echarle mano a la polla. Frotándola con suavidad, también le estrujaba las tetas con la otra mano, y Javier suspiraba sonoramente.

De momento no echaron en falta que sus duchas, que cortaban el flujo automáticamente cada cierto tiempo, no dispararan agua. El gel sobre los cuerpos le daba mucho juego a las manos. Las de Javier ya estaban haciendo crecer la polla del encargado, que se levantaba casi el doble de grande que la del propio Javier. “¿Qué te parece?”, alardeó el otro. “¡Uy! No quiero ni imaginar lo que podrías hacer con eso”, declaró Javier temerario. “Lo vas a saber enseguida”, dijo el encargado. Le dio al agua de la ducha que había sido solo de Javier y los dos sobándose fueron aclarando sus enjabonados cuerpos. Luego se secaron apenas con sendas toallas y el encargado tomó del brazo a Javier. “¡Vamos!”. “¿A dónde me llevas?”. El tono melifluo que ya usó Javier fue un indicio de que los modos enérgicos del encargado lo impulsaban a adoptar una actitud de entrega.

Javier se dejó conducir a un cuarto en el que destacaba una camilla plegable cubierta por una sábana. “Te voy a dar un masaje a cuenta de la casa”, dijo el encargado. Javier, que ya se veía  follado por las buenas, quedó desconcertado ante esta propuesta y solo alcanzó a preguntar: “¿Cómo me pongo?”. “Túmbate bocarriba… Es como te voy a trabajar primero”, contestó el otro. Javier se sentó en la camilla y el encargado le ayudó a subir las piernas. “Así, bien estirado”. Pilló por sorpresa a Javier que le subiera los brazos por encima de la cabeza y, más aún, que le sujetara las muñecas con unas abrazaderas que había en la cabecera de la camilla. “¡¿Para qué haces eso?!”, se alarmó Javier, aunque en el fondo le daba un morbo tremendo. “Es solo para que no manotees. Te quiero quieto”, afirmó el encargado. A continuación éste, como primera medida, tomó un frasco y se puso a rociar aceite perfumado por todo el cuerpo de Javier, que se estremecía con cada fría gota que le caía. Se echó también en las manos y, al extenderlo, recorría y moldeaba las orondas carnes de Javier, comprimiéndolas con una energía que lo hacía gemir en su indefensión. Le apretaba las tetas y enredaba los dedos en el vello, pinzando los pezones. “¡Uy, cómo me pone eso!”, lloriqueaba Javier. Al ir bajando, el encargado contorneaba las caderas y los muslos, para subir luego y meterle las manos por las ingles, orillando los huevos y la polla, pero con roces a ésta, ya bien tiesa, con el dorso de las manos. Además, al ir dando vueltas en torno a la camilla, se volcaba restregándose sobre Javier, cuya excitación se disparaba. El encargado estaba no menos empalmado y, cuando se colocaba en la cabecera de la camilla, ponía su polla al alcance de las manos sujetas de Javier. Éste la miraba de reojo pugnando por atraparla y el otro jugaba a zafarse. Tan fuera de sí estaba Javier que imploró: “¡La quiero chupar!”. El encargado accedió a acercársela a la boca y Javier la atrapó ansioso. “¿Tanto te gusta?”, se ufanaba el encargado entrando y saliendo. Javier farfullaba: “¡Sí, sí! ¡Qué grande y gorda la tienes!”. “Luego la vas a disfrutar mejor”. “¿Me vas a follar?”. “Todo a su tiempo”.

El encargado dejó a Javier con la miel en los labios y se desplazó a los pies de la camilla. Le apartó las piernas hacia los lados y, con un chorreo adicional de aceite  a la polla y los huevos, se puso ya a trabajarlos a conciencia. Frotaba la polla cambiando de manos y con distintos ritmos, mientras cosquilleaba los huevos y los apretaba. Javier, enervado, se debatía entre el intenso deseo de correrse cuanto antes y el de aguantar acumulando calentura para la follada que ya anhelaba. Pero el encargado insistía en el pajeo, con interrupciones que frenaban lo que parecía inevitable. Paró de repente cuando Javier, tratando inútilmente de librar las manos, exclamó: “¡Ya no puedo más!”.

El encargado dijo impasible: “Ahora vas a darte la vuelta”. Para Javier casi fue un alivio que le dejara tranquila la polla a punto de reventar y también que le soltara las manos. No obstante, cuando dejó caer inertes los  brazos, se quejó. “¿No he tenido ya bastante?”. “Un masaje nunca se deja a medias”, sentenció rotundo el encargado, que ya lo forzaba a girar el cuerpo. De nuevo quiso dejarlo asegurado inmovilizándole las manos con  las abrazaderas. Javier ya no tuvo ánimos para  protestar. Bien lubricado, el trabajo de manos sobre Javier pareció un masaje propiamente dicho. Al amasarle los hombros, el encargado comentó: “Estás muy tenso”. “¿Cómo quieres que no lo esté con esta paliza?”, se permitió ironizar Javier. Pese a todo iba notando un cierto alivio. En esta línea, el encargado prosiguió trabajando la espalda, con presiones de los dedos y golpecitos a lo largo de la columna. Al tener más serenado a Javier, llegó a confesarle: “¿Sabes una cosa? En cuanto te vimos, el chico y yo comentamos lo bueno que estabas y le dije que probara el primero. Pero que no te desgastara, que luego iba yo”. “Por eso no quiso el chico que me corriera”, cayó en la cuenta Javier.

La normalidad del masaje empezó a alterarse cuando traspasó la rabadilla. Tras manosear y cachetear las opulentas nalgas, el encargado vertió aceite por la raja y pasó repetidamente por ella el canto de la mano. Javier suspiraba ansioso en la esperanza de que al fin aquel masaje lo fuera acercando a lo que más deseaba en aquel momento. Ya no le sorprendió que, en la raja tan resbalosa, un dedo se escurriera sin dificultad por el ojete, aunque no dejó de tener un estremecimiento. Pero el dedo no solo frotaba sino que también hurgaba con una habilidad que hizo que a Javier se le erizara el vello. El encargado explicó profesional: “Esto te lo agradecerá la próstata”. “¡Uy, qué gustó!”, exclamó Javier que, sin embargo, añadió impaciente: “¿Me meterás ya la polla?”.

“Creo que ya estás a punto”, dijo el encargado. Javier notó de pronto una especie de conmoción. Porque aquél dobló las patas de la camilla plegable haciendo que bajara la parte inferior del cuerpo de Javier quien, de no ser porque estaba firmemente sujeto por las muñecas, habría resbalado todo él hacia el suelo. Quedó entonces con el torso horizontal  y el resto apoyado con los pies en tierra. “¡Me matarás a sustos!”, remugó Javier. “¡Anda ya! Si te pone más caliente”. “Si tú lo dices…”, se permitió ironizar Javier. El encargado pasó ahora a colocársele por delante. Se levantó la impactante polla y la puso al alcance de las manos de Javier. Éste enseguida se esforzó en atraparla. “¡Cómo presumes, eh! ¿Pero me follarás de una vez? Porque eso es lo que vas a hacer ¿no?”, desvariaba Javier que, con la cara aplastada hacia un lado, no llegaba a ver la polla sino solo palparla. El encargado, sin contestarle, se apartó y se trasladó detrás de Javier, que contuvo la respiración. Cuando notó que lo que le resbalaba por la raja del culo ya no eran dedos, sino la polla tan deseada, afianzó todo lo que pudo los pies en el suelo. La presión que tuvo que aplicar el encargado no se debía precisamente a falta de lubricación. Bastante untado de aceite había quedado el ojete de Javier. Era por la contundencia de la polla que estaba pugnado por entrarle. Javier iba soportando la dilatación que sentía crispando como podía las manos inmovilizadas sobre su cabeza. “¡Uuuhhh!”, siseaba. Al detenerse el encargado, preguntó: “¿Está toda?”. “Hasta los huevos te podrían caber ¡tragón!”, soltó el encargado totalmente pegado. “¡Qué bien! ¡Pues folla!”, urgió Javier.

Las arremetidas que empezó a dar el encargado eran de campeonato y a punto estuvieron de derribar la camilla. Javier se agarraba con fuerza al borde pese a sus manos trabadas e iba mezclando imprecaciones y alabanzas. “¡Oh, que bruto! ¡Me destrozas!”, “¡Qué grande la tienes! ¡La siento bien adentro!”, “¡Dame, dame! ¡Cómo me gusta!”. El encargado no le iba a la zaga. “¡Qué culo más bueno!”, “¡Cómo te abres, cabronazo!”, “¡Tragas que da gloria!”, “¡Me pones a cien!”. “¿Te gusta? Pues no pares”, pedía Javier. “¡Verás qué corrida te voy a meter!”. “¡Échamela toda! ¡La quiero en mi culo!”. El doble frenesí al que estaban entregados desembocó en agitados espasmos del encargado y en ansiosos jadeos de Javier. “¡Ahí la tienes!”, exclamó el primero, que quedó abrazado al cuerpo de Javier. Éste correspondió. “¡Oh, qué bien me has follado!”. El encargado tuvo que tirar de la polla, todavía tiesa y goteante, para abandonar el culo. Javier, con las manos sujetas como estaba, hubo de esperar que el otro recuperara el aliento y tuviera a bien soltarlo por fin. La contorsionada postura en que había tenido que recibir la enculada, con la camilla doblada por la mitad, lo tenía entumecido. A ello se unía el ardor que le había dejado en el culo la polla recién sacada y  que le dificultaba juntar las piernas. Así que para afirmarse sobre el suelo tenía que irse apoyando con las manos en la inestable camilla. “¡Cuidado, que aún te vas a escoñar!”, le advirtió irónico el encargado. “¡Ay, me has dejado baldado!”, se lamentó Javier. “Pero bien a gusto ¿no?”, replicó el encargado. “Eso sí”, reconoció Javier dando un resoplido.

El encargado se dirigió a las duchas y Javier lo siguió con flojera de piernas. Pero al lavarse los bajos, empezó a sobarse la polla. “¡Qué caliente me has dejado! Necesito correrme”, declaró dispuesto a desfogarse allí mismo. El encargado lo frenó sin embargo. “Sería un desperdicio… Aguarda un momento”. Entonces llamó a voz en grito: “¡¡Chico!!”. Éste acudió al instante y en cueros. “¿Quieres acabar lo que dejaste a medias?”, le preguntó el encargado. “¡Cómo no!”, replicó el chico ofreciéndose a Javier. Éste, que ya estaba completamente empalmado y con la excitación al máximo, no se lo pensó dos veces. Agarró al chico, le hizo darse la vuelta y lo empujó contra la  pared de la ducha. “Ahora quieres mi leche ¿eh?”. “¡Sí! El jefe no quería que te vaciara antes de que él te follara”, contestó el chico con descaro. Pero la clavada que le arreó Javier fue tan enérgica que se quejó. “¡Uy! En el vapor fuiste más suave”. “Ya te tengo tomadas las medidas”, replicó Javier, que le zumbó sin piedad. El chico, una vez soportado el impacto inicial, pareció sentirse más a gusto y no se privó de manifestarlo. “¡Qué bien manejas la polla! ¡Me encanta!”. Sin embargo Javier poco iba a aguantar ya, por su urgencia en correrse. “¡Me viene!”, clamó apretándose al culo. Agitándose como un flan, se fue vaciando bien adentro del chico, que al fin recibía encantado la leche.

Ahora fue Javier quien tuvo que apoyarse en la pared. “¡Uf, si no me corro reviento!”, exclamó. Solo entonces fue consciente de que el encargado seguía allí al lado y, como por lo visto el espectáculo lo había entonado, se sobaba la polla de nuevo endurecida. Una vez desocupado el chico, se le echó encima. “¡Ya que estás!”. Mientras tenía lugar esta segunda enculada, al parecer a plena satisfacción de los implicados, Javier ocupó la ducha de al lado y disfrutó de los reconfortantes chorros de agua. “Ni buscado aposta”, pensó. Como los otros tardaban en desengancharse, probablemente porque la nueva corrida del encargado se demoraba, Javier optó por irse ya al vestuario. Se secó con parsimonia y empezó a vestirse. Como deferencia, y porque la puerta debería estar cerrada, aguardó a que los otros aparecieran. No tardaron mucho, ya descargados, y despidieron a Javier muy obsequiosos. “¿Te volveremos a ver por aquí?”, preguntó el encargado. “Mañana me marcho”, contestó Javier, “Pero quién sabe… Merecerá la pena volver aunque sea para repetir en esta sauna. Es ya mi preferida”. Al salir, Javier pasó ya de ir de copas y, en el hotel, se despelotó y, agotado, se derrumbó en la cama. Durmió como un tronco. “Ni buscado aposta”, le volvió a la cabeza como último pensamiento.


10 comentarios:

  1. Muy bien relato, me la dejo a la mar de dura cuando el recepcionista le daba el masaje a Javier. Sigue asi Victor.

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  2. Gracias por tus ánimos. Mer parece que eres uno de los pocos lectores que seguís fieles.

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    1. Que va! Creo que somos muchos los que seguimos fielmente tus relatos, aunque no comentemos. Pero por favor, sigue escibiendo, nos alegran el día a más de uno.

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  3. Escribo poco pero siempre leo todo lo que escribes. Eres un crack Víctor. Sigue haciéndonos soñar con tus relatos

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  4. Hola Victor , sigo tus relatos desde hace mucho, y no te rindas pues son autenticos, alguno como el de los pintores dan mucho morbo sigue asi.
    ademas te sigo y me sigues en newtumbl. abrazote

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    1. Lo celebro, muchas gracias... Lo de Tumblr ha sido un faena, con la de fotos que había publicado. Newtumbl está todavía en pañales.

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  5. Yo soy Rafael de Cordoba, y me he leido todos tus relatos, pero todos, sin dejar uno atras. Cuando descubri la web esta, ya llevabas publicando, pero en pocos dias me puse al dia. Y menudos pajores me he echo yo gracias a tus relatos. Y espero seguir haciendomelos por mucho tiempo.
    Y como soy un hombre de campo, echo mucho de menos relatos relaciones con el mundo rural, campesinos, ganaderos, agricultores, pastores. En el campo se folla tambien. No solo en las ciudades

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    1. Alguna cosa de tema rural sí que he escrito. Lo que pasa es que como soy de ambiente más bien urbano, ahí tengo mis experiencias. A ver si se me ocurre algo también de tu gusto... En todo caso, gracias por tu seguimiento.

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  6. Soy Miguel de Venezuela, me he leido y releidos todos tus relatos y como todos me he pajeado leyendolos.Sigue asi, hermano Victor.

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