lunes, 11 de febrero de 2019

A vueltas con mi cirujano (1)

Hace algún tiempo escribí un relato –‘Mi cirujano’– a cuenta del que me había operado de una cadera. Lo describí como un hombre maduro y grueso, de facciones carnosas en un rostro afable y un tono de voz persuasivo. Periódicamente voy a su consulta para una revisión y siempre me resulta de lo más apetecible. Una de estas visitas fue la que dio lugar a la licenciosa ensoñación que contaba en el relato. Pues bien. He vuelto a ir a la consulta y la aparición de un paciente que llegó a la sala de espera poco después que yo me ha inspirado una nueva fantasía.

Acababa de pasar al despacho del doctor la mujer que me precedía y, deseando que no se demorara demasiado, me resigné a esperar mi turno. En eso que vino el individuo en cuestión. Era un tipo grandote que enseguida se quitó el tabardo que llevaba. Se sentó en la fila de butacas que hacía ángulo con la que ocupaba yo, por lo que lo tenía bien a la vista. Pude además observarlo con detalle, ya que sacó el móvil y se enfrascó en lo que parecía un juego. En un principio me había parecido algo basto, pero no tardé en encontrarle un cierto atractivo agreste. De unos cincuenta años, con una barba cerrada y poco rasurada, su espeso cabello se acaracolaba sobre la frente. Vestía un jersey de lana de cuello cerrado marcándole una buena barriga, que le hacía estar abierto de piernas con el paquetón en el borde del asiento mientras manejaba el móvil con unas manos recias y velludas.

Al fin fui convocado al despacho, donde el doctor me acogió con la cordialidad habitual y, por supuesto, aséptica. La visita era más bien de trámite y duró poco, aunque no dejé de recrearme en su cercanía. Lo que más me llamó la atención, desatando mis morbosas elucubraciones, tuvo lugar al salir del despacho y entretenerme rellenando unos impresos con la enfermera. Ésta ya había dado paso a la consulta al hombre que me seguía, pero de pronto volvió a abrirse la puerta y asomó la cabeza del doctor, que se dirigió a la enfermera. “Como ya es la última visita, puedes marcharte. Ya cerraré yo”. Pensar que se quedaban solos aquellos dos hombres tan deseables no solo me dio envidia, sino que me llevó a fantasear con lo que podría ocurrir ahí dentro…

El doctor está sentado sonriente tras su mesa y hace al otro, que se mantiene de pie delante, un gesto con la mano de que espere. Cuando se oye el golpe de la puerta que habrá cerrado la enfermera, el doctor pregunta irónico: “¿Qué es lo que te duele hoy?”. El pretendido paciente, en un tono de desvergonzada confianza –que por lo demás es la que se va a dar entre los dos en el juego al que se entregan­–, suelta: “Lo huevos, que están que me revientan, doctor”. “Ya sabes que lo mío son los huesos”, replica éste. “A usted le van las cosas duras ¿verdad? Pues de eso también tengo”. “Entonces, como de costumbre, habré de examinarte a fondo”, dice el doctor, “Pasa ahí y tiéndete en la camilla”. Le indica el espacio que hay tras un biombo. “¿Me tengo que quitar algo, doctor?”. “Eso ya lo iremos viendo”, contesta el doctor. Resulta evidente que esta apariencia de normalidad en la relación médico-paciente, incluidas las formas falsamente respetuosas que utiliza el segundo, no pueden ser más que ingredientes que colman de morbo la relación voluptuosa que se va a dar entre ellos.

El hombre se sienta en la camilla y levanta las piernas girando el cuerpo para quedar estirado. Estos movimientos han hecho que el jersey  se le haya subido ligeramente y muestre el ombligo peludo. “¿Le gusta así, doctor?”.  Éste se limita a centrarle las piernas y empezar a palparlas por encima del pantalón. Cada vez más arriba, presiona los recios muslos hasta llegar a las ingles. Entonces manosea el abultamiento de paquete. “¿Es ésta la dureza de que hablabas?”, pregunta. “¿Le parece grave, doctor?”. “Tendré que examinarla con más calma”. Lo que ahora atrae al doctor es el jersey subido. Mete la mano por debajo y acaricia la barriga. “Has engordado ¿eh?”. “¿No le gusta así, doctor?”. “Sabes que sí, golfo”. El doctor llega a la tetas, pero se interrumpe. “Vamos a quitar esto”. Hace que el paciente levante la espalda y se deje sacar el jersey por la cabeza. Aparece el torso velludo, con unas pronunciadas tetas y la barriga subiendo y bajando por la respiración acelerada. “¿Qué me va a hacer, doctor?”. “Sube los brazos por encima de la cabeza. Quiero comprobar tus reacciones”. El hombre obedece y cruza las manos tras la nuca. “Haga lo que crea necesario, doctor”. Las manos de éste van palpando, en un intenso reconocimiento, desde el ombligo hasta las peludas axilas. Estruja las recias carnes y se entretiene con las tetas. Pellizca con fuerza los picudos pezones provocando estremecimientos del paciente. “¡Doctor! Creo que la dureza que usted sabe está aumentando”. “Entonces voy a verla ya”. Cuando el doctor empieza a soltar el cinturón, el paciente pregunta: “¿Me va a desnudar del todo, doctor?”. “Antes voy a ponerme más cómodo… Espera ahí y no hagas nada hasta que vuelva”, contesta el doctor.

Pasa al otro lado del biombo y, en primer lugar, se quita la bata blanca. Sigue con la corbata y la camisa, y vuelvo a verlo como en mi sueño anterior: El torso rollizo y velludo, con pronunciadas tetas que se vuelcan sobre la oronda barriga. Parece titubear pero, tras descalzarse, procede con los pantalones y el eslip. Su sexo surge esponjado entre el pelambre del vientre y los gruesos muslos. Ya completamente desnudo, vuelve a ponerse sin embargo la bata. Entretanto el paciente solo se ha atrevido a acariciarse el paquete por encima del pantalón, sin duda saboreando lo que le aguarda. El doctor, manteniendo su actitud seria, regresa junto a la camilla con la bata a medio cerrar. El paciente no se priva de comentar: “Me gusta verlo así, doctor... Me da más confianza”. Porque, al moverse, la bata va desvelando fragmentos de la desnudez del doctor. “No te vayas a tomar demasiada”, le reprende éste severo, que añade: “¡A lo que íbamos!”.

Antes de continuar  con el aflojamiento de la cintura del pantalón, el doctor saca los zapatos del paciente, así como los calcetines. Luego ya baja la cremallera y comenta: “¡Sí que noto una dureza, sí!”. Hace que el paciente levante el culo para tirar de los pantalones. Un eslip negro aparece ostentosamente abultado. Pero el doctor se lo va a dejar aún puesto porque antes maniobra con las piernas macizas y velludas. Las va levantando, separando y flexionando. Aunque so pretexto de tales ejercicios, las manos van sobando desde los pies hasta las ingles. Además estrecha piernas contra su pecho con la bata abierta e incluso se pasa las plantas de los pies por las gordas tetas. “¡Cómo noto sus pezones, doctor!”, exclama el paciente. “Eso es señal de que estás bien de reflejos”, dictamina el doctor. Deja al fin caer las piernas y se ocupa del eslip. Lo va bajando poco a poco hasta que la contundente verga liberada se levanta desafiante. “¡Oh, qué alivio!”, suspira el paciente.  Aparentemente impasible, el doctor estira un poco más y surgen los huevos peludos. Ya baja del todo el eslip y lo saca por los pies. “¿Cómo me ve ahora, doctor?”, pregunta el paciente con tono irónico. “Parece que todo está bien, pero tendré que examinarte mejor”. Decidido, el doctor se pone a palpar los huevos. “¿Los notas hinchados?”. “Y cada vez más, doctor”. Éste pasa a sujetar la polla con dos dedos. “Se mantiene la dureza”. “¿Eso es malo, doctor?”. “¡En absoluto!”, afirma el doctor, que tira de la piel hacia abajo. “Tienes el glande muy lubricado”. “¿Quiere decir que está mojado el capullo, doctor?”, dice burlón el paciente. “¡Qué ordinario eres!”, le recrimina el doctor, quien no obstante va extendiendo el líquido pegajoso con un dedo. “¿Qué sientes?”. “¿Usted qué cree, doctor?”, resopla el paciente.

El doctor suelta la polla y va a coger un frasco. Se echa un poco de loción en las manos y luego vierte unas gotas por la entrepierna del paciente. Agarra la polla con una mano y la va frotando con suavidad. A la vez, con la otra mano manosea los huevos. “¿Estás bien?”, pregunta. “¡En la gloria, doctor!”. Éste mete los dedos por debajo de los huevos para alcanzar el perineo. Tantea y accede al ano, en que introduce un dedo poco a poco. “¡Uuuhhh!”, ulula el paciente, “Eso es nuevo”. “Este masaje te sentará bien”, insiste el doctor con el dedo, pero sin dejar de manosear la polla. “Lo que me está poniendo es a cien”, avisa el paciente. “No es lo más conveniente todavía… Tendré que distraerte para que no te desbordes”. Entonces saca el dedo del ojete y suelta la polla. “¡Ponte de costado!”, ordena. El paciente va girando de medio lado el pesado cuerpo con dificultad y el doctor, empujándolo por el culo desde atrás, lo ayuda. Le palpa las nalgas. “También lo tienes más gordo”. “Si usted lo dice…”. El doctor no se resiste a darle unas fuertes palmadas. “Esto te activará la circulación”, explica. “Entre el dedo que me ha metido y estos tortazos, está que me arde todo”, alega el paciente. “Ahora te daré un calmante”.

El doctor pasa al otro lado de la camilla y, con la bata abierta, exhibe su polla regordeta erecta, que acerca a la cara del recostado. Éste pregunta burlón: “¿Se chupa o se traga?”. “¡No seas impertinente!”, censura el doctor, que finge apartarse. “Disculpe usted… Son los nervios”, finge mostrarse compungido el paciente, “Ya sabe que hago lo que usted decide”. “Entonces abre la boca”. El doctor le mete la polla y el paciente la mama con fruición. Esto produce un cambio en la actitud de sangre fría que hasta el momento había mantenido el doctor. Se deshace de estorbos y deja que la bata le resbale de los hombros hasta caer al suelo. Ahora su gordo culo se agita en un vaivén follando la boca del paciente. Fuera ya de cualquier compostura exclama: “¡Cómo me pones, mamón!”. Al paciente le entra la risa y se aparta de la polla. “Me tenía ganas ¿eh, doctor?”. Pero éste le sujeta la cabeza y vuelve a meterle la polla. “¡Calla y chupa!”. Sin embargo llega a un momento en que se separa bruscamente. “¡Para ya! Prefiero guardármelo todo para cuando me folles”. “Como siempre…”, replica el paciente con tono de decepción porque probablemente se quedaba con ganas de completar la mamada. “No te quejes”, lo corta el doctor, “Con lo que te gusta darme por el culo”. “¿Quién es el ordinario ahora, doctor?”, se ríe el paciente. “¿Prefieres penetración anal?”, ironiza el doctor, “¡Como lo quieras llamar, venga ya!”.

El paciente se sienta en la camilla y se gira para quedar con las piernas colgando. Separa los muslos con la polla bien tiesa y la ofrece: “¿No me va a estimular un poco, doctor? Se la meteré con más ganas”. “¡Cómo eres!”, se queja el doctor, “Pero ve con cuidado, que la última vez te adelantaste y me la echaste en la boca”. Pese a esta prevención, el doctor no duda en ponerse a chupar la enorme polla. El paciente lo anima. “¡Eso, eso, doctor! Así le toma medidas a lo que le va a entrar por el culo”. El doctor, reafirmada la tiesura de la polla, ordena: “¡Venga, baja de ahí! Ahora me apoyaré yo”.

El paciente salta de la camilla y el doctor hinca los codos en ella. El paciente se pone a sobarlo por detrás. “¿Sabe que su culo tan gordo y peludo me vuelve loco, doctor?”. “Es lo que me dices siempre… Pero antes ponme un poco de aceite”. El paciente coge el frasco que antes se había usado con él y vierte un chorrito en la raja. Lo extiende y, con un respingo, el doctor soporta que profundice con un dedo. “¡Vale ya! ¡Métemela de una vez!”. El paciente toma fuerzas agarrando las anchas caderas y pega una certera clavada. “¡Bruto!”, exclama el doctor. Pero el otro ya está bombeando y hace que doctor y camilla se zarandeen. “¡Qué culo más caliente, doctor!”, “¡Qué buena verga la tuya!”, intercambian. Los resuellos del doctor se acompasan con los resoplidos del paciente. “¿Así es como le gusta, doctor?”. “¡Dale, dale!”. El paciente se recrea tanto con sus cambios de marcha que impacienta al doctor. “¡Córrete de una vez!”. “Bien adentro que se la voy a echar… porque ya me viene”. El paciente aumenta la energía de sus embestidas hasta que se va parando. “¡Oh, qué gustazo!”, exclama todavía dentro del doctor. “¡Aguanta ahí!”, pide éste, que ya baja un brazo de la camilla y se pone ansioso a meneársela. El paciente se mantiene apretado al culo y aguarda. El doctor resopla y su brazo se va deteniendo. “¡Aj, qué bueno!”, masculla sacudiendo la mano. Los dos ya se enderezan apartándose.

El doctor tiene el cuidado de coger la sábana que cubría la camilla y echarla al suelo. Con el pie desnudo la arrastra para limpiar la leche derramada. El doctor recobra su actitud circunspecta y dice al paciente: “Ya puedes vestirte”. Él se limita de momento a ponerse su bata y se sienta ante su mesa en espera. Cuando el paciente, ya vestido, traspasa el biombo, dice socarrón: “No se olvidará de mi receta ¿verdad, doctor?”. Lo que le entrega son unos cuantos billetes. “Tan generoso como siempre, doctor”. El paciente se los guarda enseguida en un bolsillo y añade: “¿Cuándo deberé volver a pedir hora, doctor?”. “En unos quince días estará bien”, contesta éste. Como hace con cualquier paciente, lo acompaña a la puerta del despacho y le da la mano. “Ya sabes cómo se sale… Dentro de un rato cerraré yo”.

Al quedarse solo el doctor da un profundo suspiro. Vuelve a quitarse la bata que cuelga de una percha. Se detiene un momento y mira su figura reflejada en el cristal oscuro de un armario. A dos manos se sacude el barrigón y luego se palpa la polla. Como la nota aún pringosa, va a buscar un pañuelo de papel y se la limpia. Ya empieza a vestirse con parsimonia. Mientras tanto va pensando: “Con lo atareado que voy siempre, haber dado con ese individuo me quita de penas. Es un poco patán pero todo un macho. Disfruto metiéndole mano y luego me pone el culo la mar de contento… Y ahora a cenar a casa, que mi mujer me estará esperando”.

“¡Quién fuera ese patán!”, me digo yo todavía dentro de mi fantasía. Sin embargo mi imaginación no se da por satisfecha y empieza a surgirme una pregunta: “¿Cómo se llegaría a establecer esta relación, entre libidinosa y mercenaria, de mi cirujano?”. Lo cual me llevó a elucubrar sobre tales circunstancias, como si se tratara de una precuela, tan al uso en películas y series…

2 comentarios:

  1. Lindo relato, vaya morbo con el doctor, ojala me tocara uno asi. Espero la segunda parte, si es que la pensas hacer.

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