viernes, 18 de enero de 2019

¡Viva la tolerancia!

A mi amigo Javier, protagonista de muchos de mis relatos, por supuesto le encantan las playas nudistas. Como es tan altote y grueso, y ya maduro, no pasa desapercibido y le gusta atraer las miradas. Pero cultiva una morbosa preferencia por las que son mixtas, es decir, aquéllas en las que hay una convivencia entre textiles y nudistas. Él mismo lo explica así: “Estar todo el mundo en pelotas deja de tener gracia. En cambio moverse entre gente vestida da mucho más morbo. Además los que van allí y no se desnudan se sienten muy liberales y no chistan por mucho que te pavonees ante ellos”. Una de estas playas era precisamente la del pueblo en que pasaba unos días. Aparte de la playa, en la que los lugareños, normalmente cubiertos, ya se habían acostumbrado a compartirla con los veraneantes nudistas, había un chiringuito que en realidad era el bar del pueblo. Para no desentonar lucía un cartel que rezaba “VESTIDO OPCIONAL”. Aquí es donde mi amigo disfrutaba de su exhibicionismo. Porque además, si bien muchos bañistas nudistas, cuando iban al chiringuito, solían mostrar cierto pudor y se tapaban de alguna forma, no era éste el caso de Javier, que se acogía sin recato a la tolerancia. Entraba siempre en el recinto muy decidido, solo con un monedero en la mano, y hasta le satisfacía si, en ese momento, era él el único despelotado. Se tomaba su cerveza en la barra y desde luego se hacía ver con su voluminosa presencia. Contrastaba en especial su impudicia con el grupo de jubilados que charlaban con su café o su carajillo, o con las amas de casa que hacían un receso tras la compra. Se volvió tan asiduo que ya lo conocían y él, con su afabilidad natural, los iba saludando. Se acercaba a los que jugaban al dominó y los hacía reír con sus chascarrillos. Su polla bien a la vista era mirada con envidia o con deseo. Las señoras cuchicheaban entre ellas y soltaban risitas nerviosas cuando mi amigo las saludaba con la mano o les hacía un guiño. Estaba seguro de que chismorreaban entre ellas picardías a cuenta de su ostentoso culo o de su desvergonzada delantera. No había la menor provocación en las actitudes de Javier, tan solo se sentía a gusto con la incongruencia entre su desnudez integral y la normalidad cotidiana de los parroquianos del bar.

En una ocasión el alcalde, que ya había coincidido más de una vez con Javier en el bar y habían departido amigablemente, apareció acompañando a una comitiva de corpulentos colegas extranjeros que precisamente habían venido para comprobar in situ la fama de tolerancia de la población. Encontrar allí a Javier le vino de perlas como ejemplo indiscutible de ello. Pero además, como no era muy ducho en el manejo del inglés, Javier le pudo echar una mano. Con entusiasmo cantó las alabanzas a la libertad que se respiraba, superados los tabúes en una comunidad tan pequeña. Los observadores lo escuchaban atentos y dos de ellos lo miraban con algo más que interés. El alcalde, animado, invitó a unas cervezas. Entonces los dos admiradores de Javier se mostraron proclives a experimentar ellos mismos la alabada libertad. Divertidos y algo nerviosos se quedaron también en pelotas, compitiendo con Javier en corpulencia y pilosidad. Se sentaron todos en torno a una mesa redonda, donde también se les sirvió un pica-pica. Los dos simpatizantes de Javier se las apañaron para colocarse a ambos lados de éste. Encantados con sus bromas y contagiados de euforia, le arrimaban las piernas y hasta le daban palmadas en los muslos.

Como Javier vio que la cosa se ponía tentadora, les propuso dar una vuelta por la playa. Así que los tres despelotados pasearon un rato disfrutando del aire y el sol por todos sus cuerpos. Desde luego el conjunto de voluminosas figuras debía causar impacto. Darse un remojón se impuso y se adentraron en el agua con juguetonas zambullidas. Aprovechaban la flotación para arrimarse a Javier, que muy a gusto lo facilitaba. El roce de cuerpos hizo que a éste se le empezara a producir una erección. Porque ya se miraban y acercaban más que hablaban, con un deseo cada vez más indisimulado. El vaivén de agua propició que una mano fuera a dar con la polla de Javier y ahí se quedó. Él buscó también y encontró una verga dura y otra en camino. El de esta última hizo entonces una inmersión y Javier sintió que su polla pasaba del manoseo a una succión, que duró poco por la necesidad de salir a flote para respirar. Pero ya estaba todo claro entre ellos y antes de reintegrarse al grupo del bar, acordaron una visita de Javier esa misma tarde al hotel en que los dos fichajes se alojaban.

Tras ese precalentamiento, Javier ardía en deseos de entregarse a aquellos dos tiarrones en los que tantas ganas había despertado. Le gustaban los tríos en que él era la novedad en que cebarse. El hotel era convencional, sin anuncio de “VESTIDO OPCIONAL”, por lo que se puso el mínimo de ropa, que se pudiera quitar pronto: un pantalón corto que apenas le cubría los muslos, sin calzoncillos, y una camisa liviana. Ya en el ascensor empezó a empalmarse. Los dos que lo esperaban con ansiedad, reunidos en la habitación de uno de ellos, ya estaban en pelotas. Javier lo hizo en segundos y se les ofreció con su lujuriosa erección. En contraste con la luminosidad de la tarde, habían creado una morbosa penumbra que a Javier le excitó aún más. Los dos se lanzaron sobre él y casi lo inmovilizaron con sus achuchones y sobeos. Le estrujaban las tetas y se las chupaban, arrancándole gemidos cuando mordían los pezones. Le hacían subir los brazos para lamerle los sobacos y luego buscaban su boca para meterle las lenguas. Uno de ellos se acuclilló pata trabajarle la polla, mientras el otro, por detrás, le manoseaba las nalgas y le repasaba la raja metiendo los dedos. Dejarse manejar, chupado y baboseado por aquellos hombretones tanto o más corpulentos que él, llevaba a Javier al mayor arrebato, que lo hacía desear ser poseído por ellos en lo más íntimo. El dolor en los pezones y el escozor en el ojete lo enervaban y las succiones a los huevos y a la polla le aflojaban las piernas. Hacía esfuerzos para no correrse todavía porque quería que lo penetraran con todo su vigor íntegro. Pese a lo trabado de sus movimientos, con las manos tanteaba en busca de las vergas de los acosadores. Su tacto era tan firme y húmedo que, sin poder aguantar más, gritó suplicante: “¡Folladme ya!”.

Entonces lo fueron empujando hasta hacerle caer de bruces sobre la cama. Cuando Javier puso el culo en pompa esperando el ataque, el que le había chupado la polla se tomó su tiempo. Como si tuviera que macerarlo, palmeó las nalgas para a continuación llevar la boca a la raja. La lamía y mordisqueaba los bordes, mientras Javier emitía gemidos de gusto e impaciencia. Pero de la boca aún iba a pasar a los dedos, que hurgaban despiadados ensanchando el ojete. Javier sintió casi alivio cuando fue la verga la que empezó a abrirse paso. “¡Sí, sí, adentro, adentro!”, exclamaba, “¡Folla, folla!”. Le ardía el interior placenteramente y a cada embestida sentía un lujuriante latigazo. El que estaba sobre Javier no llegó a correrse, sino que cedió la presa al otro. La polla más gruesa que ahora le entró con brusquedad redobló las sensaciones de dolor y goce. “¡Me matas!”, “¡Soy tuyo!”, “¡Lléname!”, se explayaba Javier con cada arremetida. El hombretón le daba palmadas en el culo y en los muslos, resoplando en una excitación creciente. Éste sí que se corrió entre espasmos, para morbosa complacencia de Javier.

Bien satisfecho con la doble follada Javier se había de recuperar. Pero poca tregua le iban a dar en cuanto logró ponerse bocarriba. El que no se había corrido, con la verga tiesa, se colocó con la cabeza de Javier entre las rodillas. Se la meneaba restregándole los huevos por la cara y, cuando Javier entreabría la boca para respirar, le metía la verga hasta atragantarlo. Entretanto el otro manoseaba la polla de Javier, que no tardó en vigorizarse. La frotaba con energía con una mano y con la otra mantenía cogidos los huevos. Javier daba palmadas a los costados, indefenso ante el doble ataque, aunque arrebatadamente excitado. La persistente masturbación que soportaba hacía sus efectos y una incontrolable necesidad de vaciarse lo dominaba. El que se meneaba la verga sobre su cara se tensó de pronto y empezó a disparar la leche, que le cegaba los ojos y corría por su nariz y sus labios. El sabor del semen alentaba los jadeos de Javier, que al fin se dejó ir. Su corrida desbordó la mano del masturbador, que la extendió por la velluda barriga. Los dos hombres rieron satisfechos del lujurioso festín que les había proporcionado Javier. Éste buscó a tientas algo para limpiarse y le alargaron una toalla. Cuando recuperó el resuello, exclamó sonriente: “Sois unos salvajes… Pero me ha encantado”.

Al día siguiente el alcalde fue a buscar a Javier al bar. Lo encontró como de costumbre en pelotas sobre un taburete bebiendo una cerveza. Quería darle las gracias por la contribución que había prestado a la promoción del pueblo. La comisión, que había marchado por la mañana, había quedado encantada y aseguraron que difundirían en sus respectivos países la excelente acogida desprejuiciada que se deparaba tanto a nudistas como a textiles. Javier pensó que la follada del día anterior, que tan salvajemente habían disfrutado los dos comisionados, era un elemento importante del éxito de la visita.

4 comentarios:

  1. Muy buen relato, pero me quedo en duda el fisico de los dos accionistas. ¿Eran obesos realmente?.

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    1. Me parece que queda bastante claro. Llego a decir que son hombretones tanto o más corpulentos que Javier. Gracias por seguirme.

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  2. Muy Buen Relato Excelente... Amigo ¿ Y Que pasó con las andanzas del comisario? Nos dejó en ancuas..

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    1. Muchas gracias... Temía que ya cansara tanto comisario. Pero creo que pronto podré sacar algo sobre él.

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