domingo, 17 de diciembre de 2017

Papá Noel sale del armario (2)

2 – El sueño de Ernesto

Ernesto no encaraba con demasiada ilusión las celebraciones navideñas. Cincuentón con sobrepeso y medio calvo, desde hacía años mantenía con su mujer una relación de convivencia acomodaticia. En la Nochebuena estaban invitados a cenar en casa de su cuñada y el plasta de su marido, cosa que a Ernesto le daba cien patadas. Sabía que el concuñado, un hombretón extrovertido y parlanchín, se dedicaría todo el tiempo a presumir de lo bien que hacía todo, desde sus negocios a sus aficiones deportivas o culinarias. Efectivamente fue lo que ocurrió y Ernesto hubo de soportar estoicamente la inevitable cháchara. Claro que sus pensamientos volaban libres y se desahogaba con sus propias ocurrencias, tal como: “Te metería la polla en la boca, a ver si te callabas”. Y no solo para eso porque, eso sí y pese a todo, reconocía que el tipo tenía un buen revolcón.

De vuelta a casa, Ernesto y su mujer ocuparon sus respectivos espacios, que no traspasaban desde tiempo inmemorial, en el lecho conyugal. Con la pesadez de la cena y de las mezclas alcohólicas, Ernesto se sumió en un sueño inquieto…

Le pareció oír un ruido extraño en algún sitio de la casa. Miró a su mujer que no se había inmutado. Decidió salir de la cama y, en pijama y descalzo como estaba, salió de la habitación y fue bajando silenciosamente la escalera. En la sala había encendida una pantalla y una figura hizo sombra al pasar ante ella. Ernesto se asomó sigiloso a la puerta, con el corazón palpitante, y no podía creer lo que vio. Alguien se había repantigado relajadamente en su butaca favorita. Pero lo más insólito todavía era que ese alguien, cuyo rostro quedaba sombreado, estaba completamente desnudo ¡Y vaya desnudo más impresionante! “Te estaba esperando, Ernesto”, oyó éste, al que, en el tono de la voz campanuda, le pareció percibir algo vagamente familiar.

Con los ojos abiertos como platos y paralizado por el asombro, Ernesto sacó fuerzas para preguntar tratando de no alzar la voz: “¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?”. El intruso, sin darle respuesta, le dijo: “¡Acércate, hombre! Que estás en tu casa”. Ernesto, que se sentía ridículo con su pijama en el quicio de la puerta, dio unos tímidos pasos y ya no tuvo la menor duda. “¡¿Tú?!”, gritó saliéndole un gallo. Porque no era otro que el marido de su cuñada, con el que habían estado cenando hacía unas horas. “¡Sí, yo mismo!”, dijo el otro, “Estoy aquí para que puedas realizar un deseo que has tenido mientras hablaba en la cena,…aunque el motivo pueda parecerme algo ofensivo”. Rio relajado y separó las piernas provocador. “Pero eso ahora no importa… Quiero que disfrutes conmigo”. Se acarició lascivamente las tetas velludas y arrastró una mano por la barriga para palparse la entrepierna. Añadió: “¿Vas a decir que no te gusto?”.

Ernesto se debatía entre una completa incomprensión y el cosquilleo que empezaba a notar en la entrepierna. Aquel hombre, o lo que fuera, conocía sus pensamientos más íntimos y, por tanto, debía saber de las fantasías que se hacía de vez en cuando acerca de su concuñado imaginándolo desnudo –lo más que había visto de él era en la playa y entonces ya le había impresionado– y  de cómo sería poder meterle mano. Como confirmación de esta especie de telepatía, el intruso se puso de pie. “¡Ven! Acércate sin miedo y comprueba que no soy un ectoplasma”. Ernesto no pudo evitar avanzar hacia él y ponerle una mano en el pecho. El calor de su piel y hasta el latido del corazón lo electrificó. No se dio cuenta de que el otro había bajado una mano y le estaba tocando por encima de la bragueta del pijama. “Esto me dice que crees lo que te digo”, comentó. Porque, en efecto, la visión y ahora el tacto de su concuñado –sí, ya no dudaba–estaba haciendo que la excitación se hiciera más fuerte que el miedo y la incredulidad.

Ernesto se sintió de pronto ridículo con su pijama, mientras el concuñado le estaba sacando la polla y la acariciaba poniéndola aún más dura. De nuevo le leyó el pensamiento. “No deberías seguir con esto… ¿Te lo quitas tú o te ayudo yo?”. Sin esperar contestación, se puso a desabrochar los botones de la chaqueta, que ya Ernesto dejó que le sacara por los brazos. Luego, con la polla todavía en su mano, con la otra soltó el botón que sujetaba el pantalón del pijama, que se deslizó a los pies. “Me gusta estar los dos así”, dijo el concuñado. “¿Pero tú…?”, empezó a preguntar Ernesto dudando de que la atracción pudiera ser recíproca. Pero el otro lo interrumpió. “Olvídate de eso ahora… Me has deseado y aquí me tienes. Esta noche va a ser nuestra”. Ernesto pudo comprobar que presentaba una erección no menos real que la suya.

Cuando el concuñado abrazó a Ernesto y unió los labios a los suyos metiéndole la lengua, ya voló por el aire cualquier temor y prevención. Se olvidó de su mujer, de su cuñada y hasta de lo gordo que le caía su marido. Fuera como fuera, ahora lo tenía allí en carne y hueso tal como lo había deseado subrepticiamente. Jugó también con su lengua y, cuando hubo de parar para tomar un respiro, le salió del alma: “¡Hostia, qué bueno estás!”. Ahora usó las manos para palpar y sobar aquel cuerpo suculento que se le ofrecía. Porque además el concuñado, mientras Ernesto le estrujaba las tetas y pasaba los dedos por el vello de pecho y barriga, no solo se dejaba hacer con murmullos de placer, sino que a su vez le correspondía con caricias y besos, pronto convertidos en chupadas a los pezones, que a Ernesto le pusieron la piel de gallina. Es más, se soltó de éste y, sentándose en la mesita baja, lo atrajo hacia él por las caderas. “Esto es lo que quisiste hacer en la cena ¿no?”, dijo risueño. Entonces, con un cierto recochineo, abrió la boca y tiró de Ernesto para que su polla le entrara. La abarcó con los labios y chupó lenta y suavemente, cosquilleándole los huevos a la vez. A Ernesto le temblaban las piernas, y no solo por la deliciosa mamada, sino también por estar viendo a su concuñado, con todo su magnífico corpachón,  inclinado ante él comiéndole la polla.

De pronto Ernesto tuvo un imperioso deseo y pidió: “¡Deja que te lo haga yo también!”. “Te reservas ¿eh? Pillo”, dijo el otro que no dudó en ir a sentarse en la butaca, echado hacia atrás y abierto de piernas, mostrando provocador su contundente polla. Ernesto, fuera de sí, cayó de rodillas y se le agarró a los muslos. Lamió el capullo que destilaba un jugo salado y luego engulló todo lo que le cabía en la boca. Mientras chupaba estiraba los brazos para alcanzar las tetas que, desde la posición en que estaba, veía gordas y de duros pezones. De vez en cuando el concuñado le guiaba la cabeza. “¡Eres un fiera! Así me gusta”, lo incitaba. Poco después gemía y avisaba: “Vas a conseguir que me corra”. Ernesto no estaba ya dispuesto a frenarse e insistía ansiando beberse lo que fuera. Cuando por fin la leche fue brotando en abundancia, la tragaba como el elixir más exquisito. Ahíto levantó la cara con la barbilla chorreándole y miró al rostro satisfecho del otro, que le preguntó: “Te ha gustado ¿eh?”. Ernesto no contestó porque sabía que ya le leía en su mente que nunca había saboreado el semen de otro hombre.

El concuñado se sentó más derecho en la butaca y dijo al sofocado Ernesto: “No vayas a creerte que ya hemos acabado… Mira cómo estás”. Se refería a la erección que se le mantenía firme a Ernesto. “¡Sí, estoy muy caliente!”, reconoció éste. “Pues todavía tengo algo más que ofrecerte…”, manifestó insinuante el concuñado. Se levantó, se dio la vuelta e hincó las rodillas en la butaca. Volcando el torso sobre el respaldo, presentó provocador el culo en pompa. “¿No te gustaría desfogarte en él?”, preguntó con un lascivo meneo. Ernesto creyó enloquecer más todavía. Cuando aún notaba la leche en su boca, ahora lo tentaba con toda crudeza aquel culo esplendido, de nalgas anchas pobladas de vello suave. Éste oscurecía la raja que parecía latir pidiéndole que la abriera. Es lo primero que hizo al plantarle las dos manos y descubrir el ojete fruncido. Luego acercó la cara y lo lamió enfebrecido. El concuñado suspiró. “¡Oh, qué lengua tienes!”. Pero añadió retándolo: “¿Solo vas a hacerme eso?”. “¡No!”, exclamó Ernesto, “¡Te voy a follar!”. Ya se levantó y se dejó caer con todo su peso y la polla apuntando a lo que acababa de lamer. Al penetrar sentía una ardiente presión y no podía creer que estuviera dando por el culo a un tío, y menos al marido de su cuñada. Pero éste le dijo enseguida: “¡Sí, dame fuerte! ¡Tú sabes!”. Ernesto se puso a arrearle con una vehemencia inédita para él y la excitación le fue llegando al máximo. No le hizo falta oír “¡Lléname!”, para soltar una descarga que explotaba desde su cerebro.

El sueño, que hasta el momento había tenido un realismo increíble, se volvió confuso de pronto. Ernesto, obnubilado por el tremendo orgasmo, solo  pudo captar difusamente que una figura que parecía envuelta en algo rojo se diluía en la oscuridad. Ya sí que despertó con un sobresalto y oyó la voz de su mujer. “Ernesto ¿qué te pasa? No has parado de moverte en toda la noche y estás como congestionado… ¿Te sentaría mal algo de la cena?”. Ernesto contestó: “No te preocupes. He dormido estupendamente… Ahora me vendrá bien una ducha”. Al salir de la cama disimuló la humedad pegajosa del pantalón del pijama y también la sonrisa radiante que lució camino del baño ¿Con qué cara miraría a su concuñado la próxima vez que se encontraran?

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“¡Lo bien que me lo paso encarnado en el concuñado!”, exclamó Papá Noel al concluir el relato a los elfos. Porque él, gordo y más viejo que el tiempo, seguía conservando todo su vigor sexual, como había vuelto a demostrar ante aquéllos. Pero también disfrutaba alojándose en un buen cuerpo y ser objeto de deseo de un hombre hambriento ¡Y menudo lote se daba a costa del pardillo de Ernesto!


3 comentarios:

  1. Que buen relato, por un momento pense que seria uno de los duendes transformado en humano. Esperaba que fuera igual de largo que el anterior, pero no deja de ser muy bueno. Espero con ansias otra continuacion, si la tenes.

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  2. ESPECTACULARES, MUY EXCITANTES TUS RELATOS. ESPERO LA CONTINUACIÓN

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  3. Joder cambias cuñado por vecino y ya me lo puedes traer para los reyes,como me gustaria follarmelo hasta quedar los dos secos,que bien sienta la fruta prohibida,buen relato gracias por publicar y feliz año.

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