jueves, 1 de junio de 2017

El alcalde se desmadra en la sauna

En el chat de osos y maduros que frecuento, entré en contacto con un tipo de lo más peculiar. Vi la única foto de su perfil en la que, si bien ocultaba la cara, mostraba un torso grueso y velludo que hacía adivinar un cuerpo de los que resultan ideales para los adictos a hombres maduros y robustos como aquél, entre los que desde luego me encuentro. Asimismo la edad que hacía constar, de cincuenta y seis años, aunque probablemente alguno más, completaba su atractivo. Le envié un mensaje y enseguida me contestó. En las charlas que a partir de entonces mantuvimos, se reveló tremendamente extrovertido y simpático. Se llamaba Samuel, residía en una pequeña población del interior, de la que pronto confesó ser el alcalde, y casado para más señas. Sublimaba la represión a la que se veía obligado con unas fantasías eróticas, centradas en hombres más o menos de su tipo, que exponía con todo lujo de detalles. El hecho de que yo viviera en una gran ciudad, con oportunidades de ligue y, sobre todo, la posibilidad de acudir a bares y saunas donde encontrar hombres así, lo llenaba de envidia. Le pinchaba hablándole en concreto de la sauna de clientela más bien granada a la que suelo ir y de todo lo que allí puede pasar.

Un día me comunicó con gran alborozo que vendría a pasar unos días a mi ciudad con su mujer y, aprovechando que ésta dedicaría una tarde a ir de compras, estaba dispuesto a echar una ansiada cana al aire, en un lugar donde nadie lo conocería. Lo que más ilusión le hacía era precisamente que lo llevara a la sauna de la que tanto le había hablado. Como ya nos habíamos visto las caras, y algo más también, por el chat privado, no fue difícil reconocernos. Nos habíamos citado en el centro comercial de la ciudad y no lejos de la deseada sauna. En cuanto me echó el ojo me saludó con la mano, sonriente y con muestras de inquietud. En vivo me impresionó no menos que por lo que ya conocía de él. Alto y de una espléndida robustez, destacaba entre la masa de viandantes. “¡Uf, qué ganas tenía de esto!”, fue su saludo y comprendí que lo decía no tanto por mí como por lo que dentro de poco le aguardaba. Ya en el corto trayecto me avisó: “Espero que no te asustes conmigo, pero lo quiero aprovechar a tope”. Desde luego no me cupo duda de que su desinhibición iba ser total y que, pese a lo novedoso del lugar para él, se iba a mover como pez en el agua.

Nada más coger las llaves de las dos taquillas y pasar al vestuario, donde siempre hay cierto movimiento de los que se desvisten o visten y de los oteadores de las novedades, empecé a no perderlo de vista. Me resultaba de lo más morboso verlo desnudarse integralmente, porque además parecía regodearse de las miradas que recaían sobre él. Miradas que por lo demás no eran nada de extrañar, empezando por la mía, dados su viril corpulencia y lo bien equipado de sus bajos. Ya en cueros, tomó el paño para la cintura que había en la taquilla y preguntó: “¿Hay que ponerse esto?”. “En principio es la costumbre”, dije con ambigüedad. Pero resultó algo corto para su circunferencia. Entonces dijo: “Voy a ver si me lo cambian por un taparrabos más largo”. Y tan solo con él en la mano se dirigió sin el menor pudor a la recepción para la permuta. Volvió con el nuevo ya puesto y nos dirigimos a las duchas. Escogimos dos juntas y, mientras se enjabonaba, no resistí ya la tentación de acariciarle el culo y sobarle la polla espumante. “¡Uf! Mira como me estás poniendo”, dijo al apuntarle una  buena erección. A pesar de ella no se molestó en ceñirse el paño cuando salimos al espacio común, para solaz de los que allí había… Si no hacía estas exhibiciones a propósito, lo parecía. “¿A dónde se va ahora?”, me preguntó. Y para hacer boca lo dirigí a la sala de vapor.

Entró decidido en las brumas vaporosas, donde hay que habituar la vista para empezar a captar las formas que hay por allí. Avanzó tanteando la pared hasta que dio con una bancada sobre la que soltó el paño. Indeciso siguió de pie con la espalda pegada a la pared. Como yo lo seguía, me puse ante él y nos pusimos a besarnos. “Esto me va a gustar”, murmuró. Luego bajé la boca hacia sus tetas, que chupé y mordisqueé, a la vez que le manoseaba la polla y los huevos. Este precalentamiento, que Samuel acompañaba de sonoros murmullos placenteros, tuvo también un efecto de reclamo. Porque enseguida, uno que ya estaba dentro se le acercó y lo tanteó. Yo le cedí espacio, aunque no dejé de seguir chupando una teta para darle pistas. El otro se amorró también y  Samuel exageró sus gemidos declarando: “¡Cómo me gusta esta comida de tetas!”. Pero el otro no dejó tampoco de llevar las manos a la polla endurecida y, cuando se agachó y se puso a chupársela, lo llevó al paroxismo. Entretanto, no habían tardado en entrar al vapor más tíos, sin duda atraídos por lo que ya habían visto en el exterior de Samuel. Quien, por si fuera poco, mostraba su disponibilidad extendiendo los brazos para atraerlos. De este modo, sobado y chupado arriba y abajo por varios a la vez, parecía estar en la gloria en esa penumbra, sin importarle cómo fueran los que se afanaban con su cuerpo. Sensatamente no quiso sobrepasar todavía el límite de calentamiento y, para librarse de las mamadas, no se le ocurrió otra cosa que darse la vuelta y ponerse frente a la pared, sin privarse desde luego de provocar poniendo el culo en pompa. Dejaba que se lo sobaran y hasta que se restregaran por él, sin que faltaran amagos de penetración, que a veces debieron dar brevemente en el clavo, según los sobresaltos que le provocaron.

Después de este completísimo repaso inicial, y agobiados por el calor de los vapores, conseguí que saliéramos para tomar una ducha. Le propuse que, para descansar y cambiar impresiones, fuéramos a tomar algo al bar. Su entusiasmo por supuesto era tremendo. “¡Joder, cuántos tíos metiéndome mano! ¡Esto es Jauja!”. “Es que tú estás muy bueno y los atraes como moscas”, aclaré. Pero su provocador exhibicionismo tampoco cesó en el bar. Aunque llevaba puesto el paño, lo había enrollado de forma que, con su corpulencia, le tapara lo justo. Así, al apoyarse en la barra para pedir las bebidas, por detrás le asomaba medio culo. Luego se encaramó de medio lado a un taburete con los talones sobre el reposapiés, lo que le hacía mantener las piernas separadas. Con el paño estirado casi al nivel de las ingles, mostraba lo que le colgaba a todo el que quisiera verlo. Desde luego, los ojos también se le iban tanto a los que pasaban por allí como a los que ocupaban alguna mesa. Si el cruce de miradas era más directo, correspondía con pícaras sonrisas. Por mi parte, me llegué a contagiar de su desvergüenza y ya no me privé de darle algunas caricias en las tetas e incluso en los provocadores colgantes, que recibía complacido incluso marcando una impúdica erección. Aprovechamos para comentar lo que le apetecería hacer a continuación. Y pareció tenerlo claro. “Después de tanto manoseo, me gustaría que pudiéramos estar con un tío de esos que nos van… A ver si me das la sorpresa”. Decidí que lo mejor era darnos una vuelta por la zona de cabinas. Ésta también le encantó. “¡Qué morbo meterse en una a ver quién entra!”. Quise aclarar: “¿Es eso lo que quieres?”. “¡No, no!  Prefiero que me busques a alguien”. Le sugerí que entrara en una cabina que estaba abierta y así lo hizo tumbándose desnudo sobre la cama. Entorné la puerta para que no quedara demasiado visible y pudiera entrometerse alguien. Al avanzar por el pasillo, tuve la suerte de ir a dar enseguida con un conocido, que me pareció perfecto para lo que Samuel deseaba.

Era un tipo, llamado Jaime, con el que había pasado muy buenos momentos y que precisamente tenía un aire a Samuel, casi tan gordo y solo algo más joven. Además se mostraba muy calentorro y hacía unas mamadas de fábula. Se alegró de verme y yo le dije que había venido con un amigo. Discreto dijo: “Entonces hoy te dejaré con él”. Pero yo enseguida repliqué señalando la cabina: “No, si está ahí. Ven a verlo”. Se acercó a la puerta y, nada más vislumbrarlo, exclamó: “¡Jo, que pedazo de tío!”. Lo invité a avanzar. “¡Pasa, pasa! Serás bien recibido”. Entramos los dos y Samuel, obscenamente despatarrado, saludó al ver a contraluz al que me acompañaba: “¡Hola!”, lo saludó. Yo le dije: “Este es Jaime, un conocido mío”. “¡Um!”, masculló Samuel, “¿Qué tal?”. “Yo bien… y tú estás buenísimo”, contestó Jaime arrimándose a la cama. “¿Te gusto?”, volvió a preguntar Samuel con voz zalamera y le alargó una mano. Jaime se la cogió y con la otra suya le acarició un muslo. “Si sigues así me voy a empalmar”, dijo Samuel. “Eso me gustará”, replicó Jaime, que ahora a dos manos intensificó el manoseo por las piernas, acercándose estratégicamente al sexo. Samuel entonces le estiró del paño, que cayó al suelo. “A ver qué hay por aquí”. De sobra sabía yo que Jaime estaba no menos bien dotado. Ante lo fluido del encuentro, ya cerré la puerta y me despojé igualmente de mi paño, dispuesto a tomar parte.

Lanzado ya Samuel, se giró de costado para ver de cerca y sobar la polla de Jaime, que a su vez tenía agarrada la de aquél. Las dos desde luego se fueron poniendo duras y Samuel no se privó de anticiparse para darle una chupada a la de Jaime. Pero éste ya tenía sus planes y me pidió que me tendiera al lado de Samuel. Nos entró por los pies y, en medio de los dos, no iba frotando y chupando alternativamente las pollas. Yo, enseguida la tuve a punto también. Lo hacía tan hábilmente como ya me constaba y Samuel empezó a manifestar su agrado. “¡Uy, Jaime, qué boca tienes!”. Yo estaba no menos encantado, cuando Jaime, ya en pleno dominio de la situación, me pidió que lo abordara por detrás. Así que, totalmente excitado, bajé de la cama y me arrodillé tras él, que alzó la grupa y, sin detener la mamada a Samuel, me ofreció su apetitoso culo. Le entré sin apenas esfuerzo y su cuerpo se tensó brevemente por la penetración. Lo follaba cada vez más encendido y que se la siguiera chupando al mismo tiempo a Samuel, que resoplaba y le sujetaba la cabeza, me aumentaba la calentura. “¡Me voy a correr!”, avisé ya. Jaime asintió con la cabeza sin soltar la polla de Samuel. Me descargué bien a gusto y no me salí hasta que empecé a aflojarme. Une vez liberado por detrás, Jaime se dio un hábil giro para quedar con el culo sobre la polla de Samuel, en la que se dejó caer. Samuel exclamó admirado: “¡Uf, eres insaciable!”. Jaime, bien encajado, se removía con pericia. “¡Joder, tío, cómo te meneas! Estoy ya a cien”, mascullaba Samuel que, con un fuerte jadeo, se vació a su vez. Jaime se levantó y, algo tambaleante por el esfuerzo, bajó de la cama. “No ha estado nada mal ¿verdad?”, dijo con una sonrisa radiante. Ante lo agotados que nos había dejado a Samuel y a mí, le pregunté no obstante: “¿Y tú qué?”. “Yo ya me apañaré. Hay tiempo ¿no? … Ahora pasamos por la ducha y os invito a tomar algo”, propuso. Quedó claro el feeling que se había creado entre mis dos acompañantes y daba gusto estar sentado entre ellos, con sus paños mal ajustados que tapaban más bien poco.

Samuel, a pesar de su desfogue y de la segunda visita al bar, parecía no tener ninguna prisa. Se quedó mirando a Jaime, que ocultaba apenas la polla sin usar, y de pronto le preguntó a la brava: “¿Me follarías ahora?”. Jaime rio. “Si tienes ese capricho ¿por qué no? Ganas no me faltan”. De modo que volvieron a la cabina, y yo desde luego me apunté, no dispuesto a perdérmelo. Samuel se tiró de bruces sobre la cama, con el culo bien expuesto. Jaime se lo tomó con calma. Se puso detrás y, primero, se dedicó a sobar las nalgas gordas y suavemente velludas, metiendo también el canto de las manos por la raja. Samuel tensaba ansioso el cuerpo. Luego el otro se inclinó para acercar la cara. Las intensas lamidas y los mordisqueos por los bordes de la raja hacían estremecer a Samuel. “¡Uy, cómo me estás poniendo!”. Mientras tanto Jaime se la iba meneando para afianzarla y, cuando estuvo a punto, apuntó la polla y se dejó caer. “¡Ooohhh!”, soltó Samuel al sentirla dentro. “¿Te gusta?”, preguntó el otro. “¡Cómo te digo! ¡Sigue, sigue!”. Jaime empezó a arrear con ganas y Samuel se explayaba de gusto. “¡Qué polla más buena tienes! ¡Cómo me gusta!”. El compenetrado disfrute que se traían dando y tomando era todo un espectáculo. Jaime jugaba a retardarse, con salidas por sorpresa y bruscas clavadas. Lo cual volvía loco a Samuel, que gemía y lo alentaba a la vez. “¡Qué bruto! ¡No pares! ¡Folla, folla!”. “¡Qué culo tienes más caliente!”, replicaba Jaime, cada vez más excitado. “Entre los dos me habéis dejado antes lleno de leche. Ya te voy a dar la mía ahora”, avisó. “¡Sí, córrete!”, lo alentó Samuel. Jaime incrementó con vehemencia el mete y saca hasta que, con todo el cuerpo en tensión, se apretó para descargarse en varios espasmos. “¡Joder, todo lo que me ha salido!”, exclamó. “¡Uf, cómo me has dejado el culo!”, coreó Samuel. La polla de Jaime salió brillante de humedad y empezó a amorcillarse. Ayudó a Samuel a ponerse bocarriba e intuí que la cosa no había acabado. Porque la follada activó de nuevo la líbido de Samuel y, pese a haberse corrido ya poco antes, lo que le había arreado Jaime le avivó el deseo. Así que siguió despatarrado y se puso a manosearse la polla con evidente intencionalidad. Jaime se rio. “Aún te quedan reservas ¿eh?”. “¡Uy, sí! Me has vuelto a poner muy caliente”, afirmó Samuel. “Vamos a ayudarte”. Jaime me invitó a cooperar y, entre los dos, fuimos dando chupadas y mamadas a la polla de Samuel, que ya estaba endurecida de nuevo. También íbamos acariciándolo y estrujándole las tetas. “¡Oh, qué gusto me dais!”, decía él. Pero ya le urgía  el desfogue y desplazó nuestras bocas para tomar el dominio manual de su polla. Se la meneó con energía y, cuando brotó el primer borbotón de leche, Jaime arrimó la lengua para irla recogiendo. Samuel se estremeció con el roce pero lo dejó sorber hasta que limpió la polla. “¡Uf, qué buen remate!”, exclamó Samuel que, mientras se levantaba, dijo a Jaime haciéndose la víctima: “Has hecho conmigo lo que has querido”. El otro rio con ganas. “¡Anda que no os lo habéis pasado bien los dos…!”.

Jaime nos dejó ya solos. “Si volvemos a encontrarnos, ya sabéis…”. Y Samuel no daba el menor síntoma de cansancio. Seguro que, de buena gana, habría empalmado hasta el cierre de la sauna. Pero se acercaba la hora en que tenía que recoger a su mujer y el deber era el deber. No obstante se lo pensó y, para mi sorpresa, hizo un intento de disculparse: “¿No te parece que me he desmadrado un poco?”. “Ya contaba con eso… Venías con muchas ganas”, contesté. “Y el poder hacer de todo sin importarme que me vean me pone la mar de burro”, completó. “Eso se ha notado… Sabes exhibirte a base de bien”. “Para une vez que puedo… Nunca había estado en un sitio así”. “¡Bien hecho! Hay que enseñar lo que se tiene”. Samuel hizo una pausa y, sonriendo, se le ocurrió: “Todavía podríamos hacer algo tú y yo…”. “¿Aún te quedan ganas?”, me admiré. “¡Claro que sí! No ves que llevo atraso… Además me he ocupado poco de ti. Ni siquiera te la he chupado”. “No te voy a dejar con ganas”, dije encantado. Todo este rato habíamos estado con la puerta de la cabina abierta, sin hacer caso a los que se asomaban a mirar. Pero, cuando fui a cerrarla para atender sus deseos, Samuel sugirió: “Podríamos ir a otro sitio ¿no?”. “¿Con publicidad?”, bromeé. “¿Por qué no?”, replicó sonriente.

Recorrimos el pasillo con cabinas y cuartos de achuche más o menos oscuros. Como Samuel se había limitado a echarse el paño al hombro, disfrutó con los toqueteos y hasta palmadas al culo que le caían. Llegamos a la sala en cuya pared de fondo se proyectan en gran tamaño películas porno, que suelen ser de jovenzuelos folla que te folla. No suscitan demasiado interés, por lo que no suele haber más de dos o tres personas, bien sentados en el banco de atrás, bien sesteando en alguna de las dos tumbonas que hay juntas en el centro. Todo queda crudamente iluminado por la película en proyección y por el acceso se van asomando los que quieren ver no tanto la película como lo que se pueda cocer allí dentro. Si hay alguna marcha interesante, en el banco o en las tumbonas, los más descarados se quedan a mirar o tratan de participar. Las tumbonas, que estaban desocupadas, atrajeron enseguida la atracción de Samuel. “Vamos ahí”. Nos echamos en ellas, Samuel despatarrado en cueros y yo aún con el paño a la cintura. Los dos tíos que ya estaban en el banco se pusieron a la expectativa.

Estaba claro que tampoco era la película lo que interesaba a Samuel, sino entregarse a la más desinhibida provocación. Por lo pronto empezó a manosearse la polla que, para mi admiración, no tardó en endurecérsele otra vez. Sin soltársela llevó la otra mano hacia mí, tiró del paño descubriéndome y me agarró la polla. Su mano hábil enseguida me la puso tiesa otra vez. Cuando ya se habían asomado varios mirones, que se quedaban deslumbrados por el sicalíptico espectáculo, y con algunos que se la meneaban con más o menos disimulo, Samuel se dio un giro. Moviendo el cuerpo pesadamente se colocó sesgado a cuatro patas sobre su tumbona. Con la boca sorbió mi polla y se puso a mamármela. Yo, encantado y contagiado de su desvergüenza, lo disfrutaba acariciándole el costado y metiéndole un mano bajo su barriga para sobarle la polla. El gordo culo en pompa de Samuel resultó suficientemente tentador para que unos de los espectadores, gordote y maduro, superando cualquier prevención, se le arrimara. Primero le manoseaba las nalgas y repasaba la raja con los dedos. Pero pronto se agachó y acercó la cara. Lamía y el efecto que hacía en Samuel se transmitía con vehemencia a su mamada. Todo ello hacía que mi excitación estuviera a punto de estallar. “¡Me viene ya balbucí!”. Samuel insistió hasta ir tragándose toda mi leche, mientras yo veía entre brumas a todos los que estaban mirando. Pero Samuel no había acabado todavía. Volvió a quedar tumbado bocarriba, dejando momentáneamente descolocado al gordo que le había estado comiendo el culo. Aunque Samuel quiso compensarlo porque, subiendo las piernas y manteniéndolas sujetadas por los muslos, le ofreció una nueva perspectiva. El gordo la aprovechó y, sobándole la polla con una mano, le metió un dedo de la otra en el ojete humedecido de saliva. Lo frotaba cada vez con más intensidad y hacía bramar de gusto a Samuel. Hasta el punto de que llegó a provocarle una corrida que se desbordó sobre la mano del gordo. Éste quedó la mar de satisfecho por su buen hacer. “¡Eres un fiera, tío!”. Y Samuel dio por fin síntomas de agotamiento, sonriendo orgullosamente al público boquiabierto.

Samuel volvió a la realidad y me dijo: “¡Oye, tú! Vamos a ducharnos, que aún llegaré tarde y me llevaré una bronca”. Aunque, cuando estábamos bajo el agua, matizó: “Igual quieres quedarte un rato más”. “Desde luego que no”, contesté, “Contigo me lo he pasado de fábula y ya no necesito más”. Lo miré con cierto pesar mientras nos vestíamos rápidos ¿Hasta cuándo no volvería a repetirse aquello? Ya en la calle, Samuel me dio un abrazo. “No puedes imaginarte lo que he disfrutado hoy gracias a ti”. Y añadió como en respuesta a mi duda: “Verás cómo me las apaño para que no sea la última vez”. Ya nos separamos y a mí todavía me flaqueaban las piernas al caminar.

Samuel no tardó en dar señales de vida a través del chat. También aprovechó para rememorar la increíble tarde que había pasado en la sauna. “Nunca pensé que llegara a estar tan a mano darse el lote con aquellos tíos”. Incluso reconoció haber descubierto nuevas facetas de su personalidad. “Y cómo me molaba hacer de todo bien a la vista… Mira por dónde me va eso del exhibicionismo ¡Ja, ja, ja!”. Yo alimentaba su morbo contándole cosas de la sauna, que a veces adornaba para que quedaran más escabrosas. “Jaime me da siempre recuerdos para ti… Por cierto, que nos hemos dado unos buenos revolcones a tu salud”… Así Samuel disfrutaba alimentado su mente, que no el cuerpo. Aunque ni él ni yo perdíamos las esperanzas de pasar juntos nuevos ratos en aquella sauna.

4 comentarios:

  1. Joder como me gustaria participar en tus relatos,me pones supercachondo,me encantan los cuerpos que describes.
    gracias por compartir, besos.....

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  2. hola majo otra vez te superaste joder que buen relato y que morbo de situaciones y de personajes ojala me pasara esto ami alguna vez sigue deleitándonos con muchos mas porfavor un besazo grande

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  3. me encanto, espero que sigas escribiendo, tus relatos me ponen a full

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  4. Buen relato, lastima que no suele ser tan intensas las tardes de sauna.

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