martes, 2 de mayo de 2017

Exhibicionismo rural

Paseaba por un paraje solitario entre campos de cultivo y, al ir a pasar por un ajado puente sobre un cauce seco, observé que había alguien apoyado en el pretil. Se trataba de un tipo sesentón con una buena barriga y unos brazos peludos en su camisa de manga corta. Por su aspecto algo rudo, pensé que se trataría de un campesino que se tomaba un descanso. Pero al fijarme mejor y hallarse el hombre un poco de medio lado, pude ver perfectamente que tenía la bragueta abierta y le salía la polla echando un potente chorro. Avancé algo más y me detuve haciendo ver que me interesaba en el paisaje. Pero él me miró y captando mi atención me sonrió. Se dio unas aparatosas sacudidas y se dejó la chorra fuera. Oí que decía: “¿Te gusta?”. “No está mal”, contesté. “¿Te gustaría ver más?”, volvió a provocar. “A nadie le amarga un dulce”, repliqué. Señaló un cobertizo abandonado: “Allí te lo puedo enseñar todo… ¿Vamos?”. Se guardó la polla, pero no se molestó en cerrar la bragueta. Lo seguí y me avisó: “No es que vayamos a echar un polvo. Solo quiero que me mires… sin tocar. Es lo que me pone. Pero si te apetece puedes hacerte una paja conmigo”. Algo rarillo me pareció la cosa, pero me pudo la curiosidad y el tío desde luego estaba muy bueno.

Ya a resguardo me dijo: “Anda, siéntate ahí”. Dejaba claro que mantenía las distancias. Se plantó ante mí y, poniendo voz anhelante, preguntó: “Me lo quieres ver todo ¿verdad?”. Asentí: “Claro”. Muy serio, y con la mirada un tanto perdida, se sacó los faldones de la camisa fuera del pantalón y fue desabrochando los botones. Se quitó la camisa con naturalidad y la dejó a un lado. Aunque lo pareciera, no me daba la impresión de estar ante un striptease convencional. Acompañaba los calmados gestos a los que se entregó, con un punto de lubricidad, de subrayados e incitaciones que no esperaban respuesta, solo mi atenta contemplación. Un vello recio se extendía por gran parte de pecho, barriga y brazos. Todo ello se puso a sobárselo y estrujárselo a dos manos. “Buenas tetas ¿eh? ¿A que las lamerías?”. Dos rosetones cárdenos, de puntas más oscuras, asomaban entre el pelambre. Se chupó los dos índices y los pasó por los pezones. “Me gusta ponerlos duros, estirarlos y pellizcarlos”. Cosa que hizo con recia lascivia, poniéndome los dientes largos. Luego se dio la vuelta, para lucir la espalda también con vello. Se palpaba los michelines de la cintura. “Estoy hermosote ¿a que sí?”. Aproveché para darme unos toques a la entrepierna revuelta. Volvió a ponerse de frente y se soltó el cinturón. “Te estás poniendo cachondo ¿eh?”. Como la bragueta se la había dejado abierta, sujetó los pantalones mientras se quitaba los zapatos moviendo los pies. “Verás lo que viene ahora…”.

Fue bajando los pantalones. Llevaba unos calzoncillos blancos clásicos, de bragueta con abertura delantera. Por lo que, al agacharse e ir levantado las piernas para sacarse los pantalones, le asomaban pelos por ella, e incluso los huevos por las anchas y cortas perneras. Ya solo en calzoncillos, se puso a jugar con ellos. La procacidad de sus manejos y de las expresiones que los glosaban denotaba una creciente agitación, pese a su concentrada seriedad. Los calzoncillos algo arrugados le permitían provocadoras insinuaciones. Se cogía el paquete y lo sacudía. “¡Lo que hay aquí…!”. Subía las perneras hasta las ingles. “¡Mira qué muslos!”. En verdad los tenía rollizos y velludos. “¡Uy lo que asoma!”, al salírsele de nuevo un huevo. Se bajaba la cinturilla  hasta la raíz de la polla, mostrando el rizado pelambre del pubis. “Tengo un bosque aquí”, y moldeaba la tela sobre la polla. “Y vaya tronco ¿eh?”. Una manchita de humedad se formaba en el blanco tejido. “Eso que estoy haciendo esfuerzos para no empalmarme todavía”. Metió la mano en la bragueta haciendo amago de sacársela. “¡Qué ganas debes tener de que te la enseñe! Con lo que te gustó verla mientras meaba…”. Siguió tocándosela por dentro de los calzoncillos. “Pues vuelvo a tener ganas… ¡Vas a tener suerte otra vez!”.

Se puso de perfil y sacó la polla, que se veía bastante más crecida. Sin manos, como había hecho antes, el chorro fue a caer a una lata oxidada con fuerte sonido metálico. Ahora sí que se la cogió para sacudirla con energía. “¡Qué a gusto se queda uno!”. No se molestó en metérsela dentro, pero se puso de espaldas. “Te voy enseñar una buena cosa”. Se bajó los calzoncillos hasta las pantorrillas. Desde luego tenía un culo impresionante. Voluminoso y bien redondeado, el vello se le espesaba en la raja. “¿Qué? ¿Impresionado? …Pues se mira pero no se toca. Que ya imagino lo que querrías hacer con él”. Se agachó para  sacarse los calzoncillos por los pies. “¿Ves lo que me cuelga?”. En efecto entre los muslos se bamboleaban los cargados huevos rojizos. “Gordos ¿verdad? …Luego los verás mejor”. Primero tenía que mostrar con voluptuosidad las excelencias de su culo. Se dio varias palmadas. “Duro como una piedra”. Después se inclinó y alargó los brazos hacia atrás para agarrarse con las dos manos las nalgas. Tiró hacia los lados abriendo todo lo que pudo la raja. Entre los bordes peludos, en una franja cárdena se vislumbraba un botón oscuro. “¿Ves bien el ojete? Seguro que te gustaría follártelo ¿eh, golfo?”. Seguí callado pero, por supuesto, me daban unas ganas locas de lamerlo y clavarme en él. “Pues mira cómo el gusto me lo doy yo”. Soltó un lado y llevó la mano a la boca para chuparse los dedos. Con un forzado e insospechado giro, dado su volumen, logró meterse el índice y lo frotó. “¡Joder, qué rico! Hasta tres dedos me caben”. Dicho y hecho, hurgó en la raja y parecía que tuviera casi la mano entera dentro. “¡Oh, que bruto soy!”, se increpó a sí mismo.

Fue enderezando el cuerpo y ya erguido volví a tenerlo de frente. Bajo la orza que le hacía la barriga, entre un crespo pelaje, el sexo sobresalía en la confluencia de los muslos. Sobre los huevos medio ocultos por los pelos, reposaba la polla. Vista de frente, la vi más ancha y agreste. La piel del prepucio no cubría del todo el capullo, que brillaba más claro y húmedo. Me dejó mirar con los brazos en jarra. Pero pareció que se excusaba. “Meterme los dedos por el culo me ha aflojado. Pero así podrás ver cómo se me llega a poner”. Entretanto levantó la polla y separó las piernas para enseñar los huevos al completo. “¡Qué buenas pelotas! Por detrás parecía que me colgaban ¿a que sí? Pero ya ves que las tengo bien pegadas”. Se los sobó. “No me caben en la mano”. Se soltó la polla y se me acercó peligrosamente. “Ahora sin manos… Ve mirándola con atención y verás cómo se me pone cachonda del todo”. Efectivamente, al conjuro de mis ojos que casi se me salían, la verga iba engordando y alargándose. La piel se retraía y el capullo llegó a asomar entero, romo y mojado. Al irse levantando, llegó a quedar en horizontal. “¿Qué te dije? Cómo se me ha puesto solo con que me la mires”.

Ya se la agarró. “Me voy a hacer un buen pajón… ¿Tú no te animas a acompañarme? Seguro que te he puesto a cien”. Hablé por primera vez. “¿Así quieres que me la saque?”. “Menéatela mirando cómo lo hago yo”, insistió. Para más comodidad, me bajé los pantalones y la polla me saltó liberada. Pero al hombre parecía interesarle tan solo que fijara mi atención en su ritual masturbatorio. Lo cual, por otra parte, sería un estímulo definitivo para mí. Con una mano se la sobaba y con la otra se tocaba los huevos, separadas las piernas. “La tengo que me quema” decía. Unas veces se la restregaba con el puño cerrado alrededor y otra usaba solo el pulgar y el índice. “Variando así alargo el gusto”, explicaba. A mí, casi automáticamente, me contagiaba el método. “¿No ves lo hinchada que la tengo ya?”. Mostraba el capullo enrojecido. “Vaya paja me estoy haciendo ¿eh? Y la hago aguantar”. Pausa y meneo; pausa y meneo. “Seguro que estás deseando ver cómo me sale la leche para sacarte la tuya también”. Se dio con energía ahora. “Ya falta poco. Estoy a punto de estallar”. Estaba sofocado mirando hacia lo alto. “¡Me viene, me viene! … “¡Aaaaajjjj”. Empezó a expulsar chorros de leche en varias oleadas, acompañadas con sacudidas de todo su cuerpo. Cuando los chorros cesaron, aún siguió frotando más lentamente y apretando el capullo para extraer las últimas gotas. Mi excitación funcionó sola y noté que tenía la mano pringada de mi propia leche.

Se limpió la mano en el pelambre de la barriga y se dirigió más directamente a mí. “¿Qué? Te ha puesto cachondo verme ¿eh?”. Y volvió a explicar con toda seriedad. “Me gusta que me mire alguien mientras me toco”. “¡Vaya exhibición que me has hecho!”, dije con la respiración entrecortada. “Ahora te irás con las ganas de haberte dado un revolcón conmigo… Eso también me pone”. “Y cómo has conseguido ponerme a mí…”, concedí y me ajusté los pantalones. Aún me quedé contemplándolo vestirse con parsimonia y expresión de haberse dado un gustazo. Se me ocurrió preguntarle: “¿Haces esto muy a menudo?”. Contestó sin darle importancia: “Alguno del pueblo me lo pide y a veces se juntan varios para pajearse mirándome… Pero con un desconocido me da más morbo”. Logrado su propósito pareció sin embargo que ya le sobraba. Así que dejé que siguiera vistiéndose y me marché. “¡Qué tipos más raros hay por el mundo!”, pensé, “Pero que me den muchos como éste”.






6 comentarios:

  1. ¡Muchas gracias por el relato! Por favor escribe uno con profesores...

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  2. Buen relato. La lectura te calienta y la imaginacion pide culminar, dar un paso mas y que el que mira pase a la acción. Gracias por todos tus relatos.

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  3. Me dejo un poco a medias

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  4. Cómo siempre, quiero estar allí con ellos. ¡Gracias!

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  5. Corto pero directo, me encanta!!!!

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