sábado, 24 de diciembre de 2016

Santa Claus Nacked (Una travesura de Navidad)


El amigo al que de vez en cuando convierto en protagonista de algunos relatos haciendo gala de su robusta madurez, se lanzó a una nueva aventura en el terreno de la desvergonzada provocación, que tuvo lugar precisamente a cuenta de la Navidad.  El dueño del bar de osos que frecuentábamos se divertía mucho con las ocurrencias de mi amigo. Y algo más porque, cuando se animaba, no perdía la ocasión de meterle mano. El caso es que un día nos comentó que tenía pensado organizar un cotillón de Navidad abierto a toda clase de público, pero desde luego con espíritu osuno. A mi amigo enseguida le encantó la idea e hizo su sugerencia. “Entonces debería haber un Papá Noel que diera la nota”. El dueño rio. “Capaz eres de ofrecerte”. “¿Por qué no? Tengo una buena barriga ¿no?”. “Pero que tú hables de dar la nota seguro que tiene retranca”. “Con una barba blanca y un gorro me bastaría”. ¡Claro! Y un tanga”, bromeó el dueño. “Ni eso, que se clava mucho”. “¿En puras pelotas entonces?”, le siguió la corriente el otro. “En una noche de desmadre como esa nadie se va a asustar y tendría su impacto”. “No creo que te atrevieras a tanto…”, alegó el dueño escéptico. “¿Que no? Parece que no me conozcas… Me lo pasaría pipa”, replicó mi amigo. Y se puso a saltar girando y con los brazos en alto. “¡Tocad, tocad, que da buena suerte!”. El dueño me miró como diciendo “¿Será posible?” y yo asentí con la cabeza. El dueño aún objetó: “Pero es que vendrá gente que no es del ambiente…”. Mi amigo lo interrumpió. “Esos serán los que más metan mano, que tanto ellos como ellas van reprimidos… Si lo sabré yo”. “No sé qué decirte…”, dudó el dueño. Pero mi amigo insistió: “Además, si en el cartel pones ‘Santa Claus Nacked’, que suena muy cool, verás cómo se te llena esto”.

Así quedaron las cosas y yo, cuando estuvimos solos, aunque no me cabían muchas dudas al respecto, le pregunté pese a todo a mi amigo: “¿Ibas en serio con lo de hacer de Papá Noel en pelotas?”. “¡Y tanto que sí! Es una ocasión inmejorable para pasármelo de coña”. “¿Pero no quedarás excesivo?”, dije con diplomacia. “¿Dónde has visto un Papá Noel flaco y jovencito? Y a más de uno lo pongo cachondo ¿o no?”, replicó. “No lo dudo… Entre ellos a mí”, confirmé. “Además de paquete no ando nada mal y empalmado luzco bien”. “¡Ah! ¿Ya cuentas con empalmarte y todo?”. “¡No veas! Ya sabes cómo me pongo con los toqueteos”. “Como un toro en celo”, concluí burlón. Pero él ya tenía la idea entre ceja y ceja.

Al cabo de unos días mi amigo vino exultante. “El del bar está de acuerdo y ya hemos comprado el equipo”. Me enseño una bolsa, de la que extrajo el típico gorro rojo con borde de piel blanca y una generosa barba postiza de bastante buena calidad”. “¿Eso es todo entonces?”, pregunté. “¡Claro! No hace falta más… También habrá algunas serpentinas”. Sus planes estaban pues en marcha y añadió: “Quiero que me hagas una foto para los carteles tal como voy a salir”. “¿Vas a salir ya en pelotas en los carteles?”, pregunté sorprendido. “Es para que luego el grafista haga un diseño de mi silueta”. Rápidamente se quedó en cueros y, ante un espejo de cuerpo entero, se ajustó la barba y el gorro. “¿Qué te parece? Auténtico total ¿no?”. “Aunque eso no es lo que más van a mirar…”, contesté. “Hazme unas cuantas fotos y escogeremos… Han de ser de perfil, por lo de la silueta”. “¿Aparte de la barriga tiene que destacarse algo más?”, pregunté provocador. “¡Claro! Es la gracia… Si ya me estoy empalmando”. Sin ni siquiera tocarse, y nada más por el morbo que le producían las perspectivas, la polla se le había puesto bien tiesa y dura. “¿Quedo bien así?”. El perfil estaba de lo más excitante. “El grafista no va a tener que exagerar nada para la silueta”, confirmé. Saqué varias fotos y enseguida escogimos la que serviría para el cartel. “Verás lo chulo que queda… y nadie se va a llamar a engaño”, dijo satisfecho, “No podrán decir que la publicidad exageraba”.

El cartel desde luego había sido un éxito y el grafista se había inspirado en la célebre silueta de Alfred Hitchcock, aunque de un cuerpo entero muy explícito. Como había absoluta confidencialidad acerca de quién encarnaría a Papá Noel, la noche señalada fuimos al bar como unos clientes más. El local estaba ya muy concurrido y constantemente llegaba más gente. Como preveía el dueño, no solo había osos sino también una variopinta fauna gay friendly de ambos sexos. Entre la animación que incrementaban la música y las luces, nos juntamos con conocidos e iniciamos el copeo. Mi amigo se comportaba con la mayor naturalidad y bebía como el que más sin que al parecer le inquietara la misión que le aguardaba. Un poco antes de las doce, cuando la efervescencia festiva estaba llegando al máximo, con un “Ahora vuelvo”, nos dejó como el que va a los servicios.

Segundos previos a las doce, se cortó la música y el dueño tomó el micrófono. “¡Atentos todos! Va a entrar nuestro Papá Noel particular ¡Santa Claus Nacked!”. Un foco se proyectó hacia una escalera sin barandilla que sube a la oficina y empezó a sonar un rockero Jingle Bells. La puerta se abrió y apareció mi amigo según lo previsto: con la barba y el gorro como único atuendo. Tan solo le colgaban del cuello algunas serpentinas de colores que descendían a distintas alturas, pero que, con la agitación que les iba imprimiendo mi amigo, más que ocultar nada daban un toque de aún mayor morbo. Fue bajando lentamente y alternaba saludos con la mano y agitación de las serpentinas. Las ovaciones y los aplausos atronaron en la sala, con evidente regocijo por parte de mi amigo. Los que estaban conmigo y que conocían bastante más que su cara comentaban: “¿Es él?”, “¡Claro que sí!”, “No podía ser otro”. Y a mí: “Tú lo sabías ¿no?”. Pero todos concentramos la atención en el descenso de mi amigo y en cómo continuaría su show.

Desde luego era impúdicamente impactante, bajo la cruda iluminación, la orgullosa exhibición de su exuberancia corporal, virilmente velluda. Tetudo y barrigudo, se correspondía exactamente con una imagen porno de Papá Noel, acentuada por el balanceo que le daba a su polla, haciéndola rebotar sobre los huevos con sus insinuantes golpes de cadera, que afectaban también a su orondo culo, que no dudaba en mostrar de vez en cuando. Se diría que incluso quienes, entre los presentes, tuvieran otros gustos en cuanto a físico y a género estaban morbosamente fascinados por la espontánea sexualidad que irradiaba mi amigo.

El bar tiene una larga barra, que estaba abarrotada de gente en taburetes y de pie, una zona de mesas y el espacio central donde, parado el baile ahora, había el mayor bullicio. Concluido el descenso y tras lanzar las serpentinas sobre la gente, mi amigo estaba dispuesto a darse un auténtico baño de masas. Con el anonimato, aunque no para todos, que le proporcionaban el gorro calado y la tupida barba, y su carencia de pudor para el resto, se lanzó a pasearse por todo el local y, con voz impostada, repartía frases de buen augurio y el tópico “¡Jo, jo, jo!”. Todo ello, como no podía ser menos en él, trufado de un desinhibido descaro que era recibido, y aprovechado, con general regocijo. Porque, al estrechar manos a diestro y siniestro, se dejaba atraer y abrazar por lo más entusiastas. Se detenía complacido si alguien le acariciaba una teta o hasta se atrevía a darle una chupada. Si las rodillas de los sentados en taburetes se le arrimaban a la entrepierna,  se restregaba con “¡Ufs!” voluptuosos. A veces se sentaba en las piernas de alguno o alguna que ocupaban las mesas y, cuando se adentró en la aglomeración central, los achuchones y sobeos, que admitía encantado, se desataron.

Por fin se acercó al grupo de amigos con los que habíamos iniciado la velada. “¡Necesito una copa!”, proclamó y echó mano del primer vaso lleno que vio. Al erguirse para beber, quedó bien patente la erección que exhibía con toda naturalidad. “¡Uf, como me han acabado poniendo!”, comentó con descaro. “Ya contabas con eso ¿no?”, le dije y todos rieron excitados, sin dudas ya sobre su identidad. Para colmo tiró de un billete de veinte euros que le habían encajado en la raja del culo y me lo alargó. “¡Toma, guárdamelo!”. Cuando uno comentó “Habría que ver si te han metido más”, mi amigo le plantó delante el culo. “¡Busca, busca! Debe haber hasta monedas por ahí dentro”. Claro que lo único que recibió fue una palmada. Más calmado preguntó: “¿Os parece que he tenido éxito?”.”¿Aún lo preguntas? Lo raro es que todavía estés entero”, contesté. “Y lo caliente que estoy todavía”. De pronto acabo su copa y dijo: “Creo que voy a dar otra vuelta”. Se metió entre el vociferante bailongo, al que se unió con procaces meneos. Vimos que poco a poco iba quedando rodeado hasta que su actividad se ralentizó. Estuvo así un rato y volvió hacia nosotros con expresión satisfecha. Sacudió desvergonzadamente la polla, que ya solo estaba morcillona y exclamó: “¡Qué buena mamada me han hecho!”.

3 comentarios:

  1. Jajaja, divertida situación.

    FELICES FIESTAS!!!

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  2. PAKOSO.
    Ya me hubiera gustado hacerlo a mi pero tengo un marido muy celoso de que nadie salvo el me meta nada por el culo. Jajajaja

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  3. te deseo un feliz año nuevo mageton y que seas muy feliz muchas gracias por los buenos momentos que nos haces pasar con tus relatos sigue poniéndonos calientes un besazo grande

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