miércoles, 30 de noviembre de 2016

Intercambio de parejas


Pedro y Javier eran dos hombres de negocios cincuentones que, aunque todavía no se conocían, tenían más cosas en común de lo pudieran imaginar. Ambos eran robustos y pasados de peso, y se habían casado con mujeres bastante más jóvenes que ellos. Sus matrimonios transcurrían dentro de la rutina convencional de una convivencia acomodaticia, en que ellas les daban empaque social a ellos a la vez que disfrutaban de un elevado nivel de vida. En cuanto al sexo, había ido pasando a un plano secundario a lo largo del tiempo, con relaciones cada vez más esporádicas y carentes de pasión.

Rita, la esposa de Pedro, era una mujer de armas tomar. En el ámbito conyugal mantenía las formas con exquisitez, aunque no dejara de constituir un alivio para ella el declive de los ardores amatorios de su marido. La intensa dedicación de este a sus negocios, que conllevaba frecuentes viajes, le permitía una discreta, pero intensa, relación con amantes de su propio sexo. Tenía una habilidad especial para seducir a otras esposas insatisfechas, a las que descubría placeres más atrevidos que los que les proporcionaban sus aburridos maridos. Fue en este contexto en que trabó amistad con Sara, la mujer de Javier, quien, de carácter más maleable, había sido presa fácil de sus conquistas.

Al ser las dos de un mismo status social, les vino muy bien que los dos matrimonios empezaran a relacionarse. Salían juntos a cenar o a algún espectáculo y se visitaban en sus respectivos domicilios. La perspicaz Rita no tardó en captar que los maridos, en una irreprimible tendencia a apreciar más lo ajeno que lo propio, prestaban una atención especial, aunque contenida, a la mujer del otro. No dudó en hacérselo notar a Sara. “¿No te has dado cuenta de las miradas que Pedro le echa a tu escote?”. “¿Tú crees? ¿Te molesta eso?”, contestaba la menos aguda Sara. “¡Para nada! Si a Javier también le brillan los ojitos conmigo”, rio Rita. “¡Vaya con los carrozones! Pues no sé yo si ganaríamos mucho con el cambio”, se sinceró Sara. “Tampoco me seduciría mucho el intercambio de parejas. Pero…”, dejó en el aire Rita. Sara quedó pendiente de la inventiva de su amiga. “Se merecen que nos divirtamos a su costa… Un intercambio distinto al que ellos esperarían”, propuso Rita. “¿Nosotras por un lado y ellos por otro? La armarían”, se espantó Sara. “Si aceptan entrar en el juego, tendrán que aguantarse… A ver cómo se apañan cuando nos vean”, replicó Rita convencida. “No sé yo…”, dudó Sara. “Déjame que prepare el terreno”, decidió Rita.

En un hogareño momento de sobremesa, Rita comentó a Pedro: “Esta mañana, en la peluquería, dos clientas contaban con todo descaro que habían hecho un intercambio de parejas”. Pedro puso atención. “¿Ah, sí?”. “Decían que tenían mucha confianza los dos matrimonios y que se lo pasaron muy bien”, completó su relato Rita, y añadió: “¡Qué cosas! ¿No?”. Pedro se mostró comprensivo. “Ahora la gente se comporta con más libertad”. “¿Es como si lo hiciéramos nosotros con Javier y Sara?”, preguntó cándidamente Rita. “También hay mucha confianza entre nosotros ¿No crees?”, picó el anzuelo Pedro. “¿A ti te gustaría algo así?”, insistió Rita. “Tendría que gustarnos a todos”, contestó Pedro ambiguo.

Ahí quedó la cosa pero, en una cena conjunta, mientras degustaban las copas y el café, Pedro sacó el tema. “El otro día comentábamos lo de las parejas que hacen intercambio”. Rita observó divertida que Javier la miraba de refilón y ponía la antena. Pero se las dio de enterado. “Sí, hay clubs que se dedican a eso”. Pedro precisó: “También hay parejas que se conocen y deciden probarlo entre ellas”. “Hay que ser muy atrevidos ¿no?”, terció Sara que intuía los manejos de Rita. “Imagina que lo hiciéramos nosotros…”, dejó caer ésta con un tono de fingida incredulidad”. Los hombres guardaron un silencio tenso, hasta que Pedro se atrevió. “Hay confianza entre nosotros ¿No os parece?”. “Podría ser…”, lo apoyó Javier, y añadió: “¿Vosotras qué decís?”. “Si es como un juego, todos juntos…”, puntualizó Rita. “¡Eso! Que no tire cada pareja por su lado”, redondeó Sara. Ellos se miraron algo extrañados por la forma de intercambio tan poco íntima que se les había ocurrido a las mujeres, al imaginarse follando a la mujer del otro mientras veía cómo éste se follaba a la suya. Al fin Javier admitió: “Puede tener su morbo”. Pedro tampoco objetó ya. “Pues lo hacemos así… ¿Vamos a nuestra casa?”.

Una vez en casa de Pedro y Rita, los hombres se mostraron un poco cortados por cómo abordar el asunto. Rita aprovechó para hacer su propuesta. “Ponernos a desnudarnos en el salón va a resultar incómodo… Lo mejor será que los hombres vayáis a una habitación y nosotras, a otra. Nos quitamos la ropa y nos juntamos los cuatro aquí… Pero desnudos del todo ¿eh? No vale hacer trampas”. Por supuesto, las mujeres no tenían el menor problema para eso. Más vergonzosos ellos por mostrar sus robustas figuras, los animaba la idea de cepillarse sin tapujos a la mujer ajena. Mientras procedían a despelotarse, se miraban de reojo y por sus mentes circulaban pensamientos similares. “Está más gordo él que yo”. “¡Qué peludo es también el tío!”. “¿Cómo le sentará verme follando a su mujer?”. “¿Se lo hará mejor que yo a la mía?”. Una vez en cueros y nerviosos, Pedro preguntó: “¿Vamos?”. “Vayamos”, contestó Javier.

Al llegar al salón empezaron las sorpresas. Había dos sofás enfrentados y las mujeres ya habían ocupado uno. Los recibieron sonrientes y en una actitud descaradamente cariñosa. Aunque de momento los hombres se habían fijado sobre todo en la hembra que deseaban cepillarse, cuando Pedro le dijo a Rita “¡Venga! Deja que me ponga yo ahí”, se llevaron el primer chasco. “¡Ni hablar!”, replicó Rita, “El intercambio ya está hecho. Como no habíamos hablado de cómo sería, nosotras hemos escogido”. Para corroborarlo le dio un intenso morreo a Sara, que lo acogió gozosa. Pedro y Javier cayeron literalmente de culo en el otro sofá. Incrédulos todavía, Pedro buscó una explicación. “Así que se os ha ocurrido montar un numerito lésbico para excitarnos ¿eh?”. Rita fue implacable. “Si os excita, mejor para todos. Pero os tendréis que apañar entre vosotros”. Y aún se permitió darles ideas. “Si no se os ocurre nada, podéis imitar lo que hagamos nosotras”.

De momento, uno sentado junto a otro, Pedro y Javier miraban con ojos como platos las desinhibidas metidas de mano a las que se entregaban sus cónyuges. Se acariciaban y chupaban mutuamente las tetas, y los dedos hurgaban en las entrepiernas. Cuando Rita se deslizó para comerle el coño a Sara y ésta se puso a lanzar gemidos de placer, los hombres, pese a su estupefacción, no dejaron de empezar a sentir unos excitantes efectos. “¡Joder con las tías! ¡Qué morbo tienen!”, exclamó Pedro. “¡Cómo se te está levantado!”, comentó Javier mirándole la polla. “¡Pues anda que a ti…”, replicó Pedro. Y es que los dos se estaban empalmando con inevitable evidencia. Rita se interrumpió brevemente para observarlos y soltar, con la boca y la barbilla chorreantes de los jugos de Sara: “Mira cómo se van animando los chicos”. Porque ellos, mecánicamente, se habían llevado la mano a la polla; cada uno a la suya, por supuesto. Entretanto se consolaban con una cómplice camaradería. “¡Qué cachondo me estoy poniendo!”, reconoció Pedro. Javier le preguntó: “¿Tú le haces eso a Rita?”. “¡No, nunca!”, declaró Pedro como si se tratara de algo impropio de él. Javier confesó: “Yo a Sara cuando éramos jóvenes”. “Pues parece que le gusta cantidad”, comentó Pedro, al que ya le estaban entrando ganas de bajar de su pedestal y hacérselo él. Para mayor recochineo, Rita se desplazó de forma que ahora su coño también estaba al alcance de la boca de Sara. Las dos mujeres, así enlazadas, se retorcían y emitían murmullos voluptuosos. Javier expresó un deseo, aunque con poca convicción. “Igual luego dejan que nos las follemos”. Pedro, que conocía la cabezonería de Rita, lo desilusionó. “Me temo que la partida la tenemos perdida”.

Ante el sin parar de las féminas, Pedro y Javier estaban cada vez más excitados. Al fin el segundo dijo algo que ni él mismo habría imaginado nunca que diría. “¿Te importa si te la toco un poco?”. La respuesta de Pedro no fue menos asombrosa. “¡Vale! Y yo te lo haré también. Que no se crean ésas que nos vamos a quedar con un palmo de narices”. Mientras con manos temblorosas asían la polla del otro, se enzarzaban en un susurrante diálogo que iba dando pie a gestos cada vez más osados, arrullados y estimulados por los rumores y las posturas lascivas que captaban del sofá de enfrente. “¡Qué dura se te ha puesto!”. “Tienes la mano muy caliente”. “Se te moja el capullo”. “Los huevos los tienes gordos ¿eh?”. “Deja que palpe los tuyos”. “Separa un poco más los muslos”. “Espera, que me echaré un poco hacia atrás”. “Eso, que no estorbe el barrigón”. “¡Mira quién habla!”. “Me gusta cómo me tocas ¿sabes?”. “Tampoco lo haces mal”. “Cuando te inclinas hacia delante parece que tengas las tetas más gordas que Sara”. “Ella no tiene pelos”. “Unos pezones grandes ¿eh?”. “Tócalos si quieres”. “¡Uy! Se te ponen duros”. “A ver los tuyos”. “¡Vaya lametón!”. “¿Te ha molestado?”. “¡No, no! Puedes seguir”… Se habían casi abstraído de las maniobras de las mujeres que, ya con los ardores algo más calmados, observaban ahora divertidas, pero sin querer interferirlos, los avances de sus maridos.

“¿Y si hacemos como ellas?”. “¿Te refieres a chuparnos por abajo?”. “Yo nunca he hecho eso”. “Yo tampoco ¿Qué te crees? Pero ahora tengo muchas ganas”. “¡Venga! Ponte de pie aquí delante”. “¿Estoy bien así?”. “¡Uf, qué pollón! No sé si podré”. “Ahora no te eches atrás ¡Chupa ya!”… “¡Osti, qué gusto me estás dando!”. “No te vayas a correr ¡eh!, que me lo tienes que hacer también”. “Ya aguanto, sigue un poco más”… “¡Va! Vamos a cambiar”. “¿Sabes que tienes un buen culo?”. “¡Eso ni se te ocurra!”. “¡No, hombre, no! Solo es un comentario”. “¡Vale! Te la voy a chupar”… “¡Qué bien le das con la lengua!”… “Ya estoy casi a punto”. “Pues venga, échate a mi lado, que yo tampoco resisto ya”. Juntos y despatarrados en el sofá, cada uno se meneó la suya frenéticamente. Cuando se corrieron de forma casi simultánea, les sobresaltaron los aplausos que les dedicaban las mujeres.

“¡Uf, quién lo iba a decir!”, farfulló Pedro resoplando. “¡Qué pasada! ¿No?”, agregó Javier. Ya intervino Rita. “¡Vaya con los hombrecitos salidos! Qué bien os habéis apañado solos”. Pedro protestó. “Pero lo nuestro ha sido por necesidad, no por vicio como vosotras”. “Llámalo como quieras, pero os habéis dado el lote también”, replicó Rita, que añadió con cinismo: “Nos habríamos compadecido y dejado que vinierais a acabar la faena con nosotras, pero os hemos visto tan compenetrados que no hemos querido interrumpir”. “Pues no nos habéis hecho falta ¿Verdad, Javier?”, le devolvió la pelota Pedro, completándolo con un afectuoso achuchón a su compañero. Javier asintió todavía confuso.

Como no dejaban de ser gente de orden, dieron la experiencia por terminada. Javier y Sara se marcharon a su casa, mientras Pedro y Rita volvían a su rutina conyugal. Tanto a una pareja como a la otra les resultaba algo violento comentar lo ocurrido. Los hombres, por una parte, sentían su orgullo herido por la constatación de que sus mujeres se apañaran entre ellas con tanto desparpajo y menospreciando su colaboración. Pero por otra, les inquietaba la duda de si la excitación que habían experimentado se debía tan solo al numerito lésbico que les habían ofrecido. En cuanto a las esposas, sin bien habían sido las provocadoras conscientes de lo sucedido, les quedaba el resquemor de lo fácilmente que sus maridos se habían arreglado sin insistir en su deseo por la mujer ajena.

Pedro, que no le iba a la zaga a su esposa Rita en cuanto a decisión, le hizo una propuesta. “Ya que al parecer Sara y tú no nos necesitáis a Javier y a mí para pasároslo bien, no tengo inconveniente en que te la traigas a casa para hacer vuestras cosas. Yo os dejaré tranquilas y aprovecharé para ir a la de ellos. Así veré a Javier y podremos aclarar entre nosotros lo que nos sucedió el otro día”. A Rita le faltó tiempo para llamar a Sara y comunicárselo. A ésta le pareció muy bien la idea y se encargaría de transmitírsela a Javier, quien sin duda no tendría inconveniente. Así pues convinieron en la tarde de un sábado para este nuevo intercambio.

Pedro salió de su casa antes de que llegara Sara e hizo algo de tiempo para asegurarse de que Javier se había quedado solo. Cuando éste le abrió la puerta resultó evidente que no tenía ni idea de lo que se cocía. “¿No te ha dicho Sara que ella iría a mi casa y que yo vendría a la tuya?”, preguntó Pedro. “Lo primero sí que me lo ha dicho, pero lo segundo no… ¿Estarán tramando otro lío?”, dijo Javier haciéndolo pasar. Pedro explicó: “Ha sido a mí a quien se le ha ocurrido este encuentro por separado. Quería que habláramos tranquilamente de lo nuestro”. “¿Qué es lo nuestro?”, preguntó Javier aún perplejo. “Cómo nos comportamos los dos el otro día ¿No te pareció algo raro?”, aclaró Pedro. “Bueno, sí… Vino así la cosa”, admitió Javier algo azorado. “Pues a mí me gustaría entender por qué nos pusimos tan cachondos”, se sinceró Pedro. “Estaban allí ellas haciendo todo aquello…”, arguyó Javier. Pedro puso el dedo en la llaga: “¿Fue solo eso?”. Javier guardó silencio sin saber que responder. Pedro entonces lanzó su propuesta: “Nuestras mujeres estarán ahora dándose el lote en mi casa y se me ha ocurrido que nosotros hagamos una comprobación”. “¿Comprobar qué?”, preguntó todavía Javier. “Que nos pongamos en la misma situación que el otro día, ahora sin ellas delante… Y a ver qué pasa”. “¿Quieres decir que nos desnudemos?”, se extrañó Javier. “A mí no me importaría ¿y a ti?”, replicó Pedro. “Bueno… ya lo hicimos esa vez”, admitió Javier.

Más decidido Pedro y más cortado Javier, los dos se quedaron en cueros. Se miraron sin saber muy bien qué hacer a continuación. Pedro sugirió: “Vamos a sentarnos en el sofá como el otro día”. Como Javier lo hizo a una cierta distancia, Pedro lo animó: “¡Arrímate más, hombre! Que nos rocemos”. Quedaron pues con las piernas en contacto y entonces Javier preguntó: “¿Te acuerdas de lo que hicimos?”. “¡No me voy a acordar! Nos las chupamos”. “¿A ti te gustó?”. “No estuvo mal, la verdad”. “No…”. Hubo un silencio en el que la mano de uno se posó en el muslo del otro. “Estás caliente”, comentó Javier. “Hace calor aquí… ¿Te puedo pasar un brazo por los hombros?”, pidió Pedro. “¡Claro! Ya que estamos…”. “¿Qué tal así?”. “Bien”. “Hoy no tenemos a nadie enfrente…”. “¿Tú notas algo?”. “Un poquito”. “¿Verdad que sí?”. Abrazados, parecían aguardar algo. “Te dije que me gustaban tus tetas ¿te acuerdas?”. “Sí, hasta me las lamiste ¿Lo harías ahora?”. “Sí quieres…”. Pedro se puso a palpar los abultados pectorales de Javier y a pasar un dedo por los picudos pezones. Luego acercó la boca y los chupó. “Lo haces bien”, dijo Javier, “¿Dejas que te lo haga yo?”. Cambiaron de posiciones y Javier pasó los dedos y la lengua por las tetas de Pedro, no menos crecidas. “Tienes más pelo”. “¿Te molesta eso?”. “No… Me hace cosquillas”. “Me estás dando mucho gusto… Fíjate cómo estoy”. Javier miró hacia abajo y vio la erección de Pedro. “Yo estoy igual”. Todavía quisieron buscar una explicación. “¿Pensabas en mi mujer?”. “Ni en la tuya ni en la mía”. “Yo tampoco”. “Entonces nos bastamos solos”. “Eso parece”. “¿Seguimos?”. “¿Por qué no?”.

Pedro se despatarró para lucir su poderosa polla. “¿Cómo la ves?”. “Ya te dije que muy grande”. “Tampoco está nada mal la tuya… y mira qué tiesa la tienes”. “¡Vaya paja nos hicimos el otro día!”, evocó Javier. “Pero cada uno la suya”, puntualizó Pedro, “Hoy podríamos hacerlo distinto ¿no?”. “Tendremos que probarlo”. “Antes nos las chuparemos… Aquello estuvo muy bien ¿verdad?”. “Casi me atraganto con la tuya”. Mientras mantenían este diálogo, las manos se les habían ido a la entrepierna del otro. No solo manoseaban las pollas, porque Pedro dijo con sentido del humor: “Me estás tocando los huevos”. “¿Te molesta?”. “Son unas cosquillas agradables”. De pronto Pedro pidió: “Deja que te toque el culo”. “¡Ya estás con eso!”, protestó Javier. “No te voy a hacer nada… Solo verlo y tocarlo un poco”. Javier se levantó y le dio la espalda. Pedro enseguida se puso a acariciarlo. “Lo encuentro muy sexy… Y con esta pelusilla tan suave”. Cuando le abrió más de la cuenta la raja, Javier la apretó. “¡Cuidado con lo que haces!”. “¡Confía en mí, hombre!”, lo calmó Pedro. Pero tiró de él. “Siéntate aquí encima un poco… Solo para rozarte”. Javier transigió dejando que Pedro le restregara la polla. “¡Qué dura la tienes!”. “Me estoy poniendo muy caliente”, reconoció Pedro. Javier sorteó el peligro y se apartó. “¡Deja eso ya! Mejor nos las chupamos”. “¿Viste cómo lo hacía ellas?”, preguntó Pedro. “¿Las dos a la vez?”. “Sí ¿No te gustaría?”. “Nosotros estamos más gordos”. “¡Venga! Yo me tumbo en el sofá y tú te subes encima”, propuso Pedro. “¿Al revés?”. “¡Claro!”.

Pedro quedó estirado mientras Javier hincaba las rodillas un poco por arriba de su cabeza y echaba el cuerpo hacia delante. “¿Así llegas?”. “Sí… ¡Qué tiesa la tienes!”. “Has puesto los huevos encima de mi cara”. “¿Llegas a la polla?”. “¡Sí, sí… Empecemos!”. Javier lamió el capullo y fue sorbiendo la polla de Pedro. Éste, dio unos chupetones a los huevos y tanteó con la lengua para poder atrapar la polla de Javier. Durante un rato, con las bocas ocupadas, mamaron al unísono. No podían expresar sus sensaciones más que con sonidos guturales y el temblor de los cuerpos que se transmitían mutuamente por las barrigas pegadas. En esa situación, a medida que el placer se iba intensificando en cada uno de ellos, les surgían unas dudas que no dejaban de tener su morbo. ¿Cómo saber que el otro iba ya a correrse? ¿Se les llenaría por sorpresa la boca de leche? Sin embargo ninguno paraba para no cortar también el gusto que se estaban dando. Las reacciones fueron distintas según la posición ocupada. Javier, al notar el efluvio lácteo, abrió la boca y la leche fue resbalando por la polla de Pedro para caer sobre los huevos y el peludo pubis. Pedro no tuvo más remedio que ir tragando para no ahogarse. Cuando deshicieron el enredo de sus cuerpos, Pedro protestó: “¡Cabrón! Me he tenido que tragar toda tu leche y tú me has soltado en el último momento”. Javier se disculpó. “Perdona. Ha sido un impulso por la cantidad que largabas… ¿Pero te ha gustado cómo te la he mamado?”. “Eso sí”, admitió Pedro. Javier añadió condescendiente: “En otra ocasión lo haremos al revés”. “¡Ah! ¿Pero habrá más ocasiones?”, replicó Pedro complacido con la idea. “Yo diría que sí… Nos estamos apañando la mar de bien ¿no?”. “Y de paso sabrán aquellas dos que se lo han buscado”. Pedro todavía se atrevió a expresar un deseo que le seguía rondando. “Igual hasta me dejas jugar con tu culo”. “Eso ya lo veremos”, se zafó Javier.

Sin dar más cuentas de sus andanzas, los dos matrimonios siguieron muy compenetrados. Acudían juntos a actos sociales y coordinaban a la perfección los intercambios de domicilios, e incluso de habitaciones de hotel por las noches cuando hacían algún viaje conjunto. ¡Ah! En cuanto a Pedro y Javier, perfeccionaron las mamadas y el primero logró con paciencia y persuasión que el segundo le acabara cediendo el culo. Cosa que Javier acabó disfrutando sin prejuicios.

4 comentarios:

  1. Muy bien....muy morboso y un buen argumento...Pero el final un poco precipitado..Es una pena no saber como javier termina dandole el culo a Pedro...O espero que haya segunda parte y nos lo cuentes

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  2. Muy ingenioso meter a sus respectivas esposas. Espero que en una segunda entregas haya sodomización, ambos personajes lo están pidiendo a gritos.

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  3. como siempre genial y muy morboso joder que situacines mas buenas solo les falta unos juegos mas y buenos morreos gracia de nuevo majeton un besazo

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  4. mu buen relato, como todos los tuyos. me encanta leerlos y pensar que yo estoy allí. Enhorabuena.

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