miércoles, 3 de febrero de 2016

Una peli porno


En este relato hago el experimento de adaptar, de forma más o menos libre, una película (Grandpa's Toy Bear) que me resulta tremendamente excitante, al estar protagonizada por un actor que va ganando en su madurez y que se entrega, con gran morbo y realismo, a dos individuos, que le hacen, y él les hace a ellos, de todo… Para pasarla a texto recurro una vez más a ese amigo imaginario, o no tanto, también maduro, robusto y velludo, que he implicado, como paradigma de una sexualidad desinhibida y explosiva, en muchas aventuras… Veremos cómo resulta:

Añadir en mi perfil del chat un par de fotos de mi amigo tuvo sus consecuencias. Eran  de desnudos, aunque discretas, pero lo suficiente para dar una idea de sus apetitosas formas. Una pareja de hombres mayores contactó conmigo, más interesados en mi amigo que en mí. Tampoco es que fueran de mi tipo, por  demasiado delgados para mi gusto. Pero en algunas fotos exhibían unas pollas largas y nervudas. Me hacían preguntas sobre mi amigo y nos enzarzamos en un chat de lo más provocativo a su costa: “¿Está tan bueno como parece?”. “Si os van gordos y viciosos, lo tiene todo”. “¿Le gustaríamos nosotros?”. “Con esas pollas que tenéis, seguro que sí”. “Así que traga…”. “Si le metéis mano con decisión, hace lo que queráis”. “¡Joder! Ya nos gustaría estar con él...”. Yo tenía también mis preguntas, porque me parecían mayores para esas pollas tan firmes: “¿Se os siguen poniendo así de duras las pollas?”. “¡Claro que sí! Tomamos una cosa que nos la deja tiesas durante horas”. “Como en las pelis porno…”. “Alguna hemos hecho ya”. Esto me dio un morbo tremendo y dije: “Pues a mi amigo le haría gracia que lo filmara”. “¿Tú sabes de eso?”. “Tengo una buena cámara y me defiendo con vídeos domésticos”.  “¡Qué bien nos lo pones! Los dos con tu amigo… ¿Pero él querrá sin conocernos?”. “Le gustan las sorpresas y, cuando sepa que os voy a grabar, se os entregará por completo”. “A ver si quedamos pronto, que ya estamos negros solo de pensarlo”. “Dejadlo de mi cuenta y os avisaré”.

En cuanto vi a mi amigo, lo preparé: “Hay dos tíos que quieren follar contigo…”. “¿Así, por las buenas?”. “Han visto alguna foto tuya y les vas mucho… Tienen unas pollas que te encantarán”. “Ya sabes que me ponen los encuentros a ciegas”. “Además han hecho algunas pelis porno y yo podría gravaros…”. “¡Qué fuerte!…Pero todo real ¿no?”. “Por supuesto. Tienen experiencia y ganas…”. “Pues diles que vengan”. “Sabía que te apuntarías”. “¿Tan golfo me crees?”. “Eso y más…”.

Sugerí a la pareja que acudieran trajeados y con corbata, para que el contraste que tenía previsto para el encuentro inicial fuera mayor. Yo los recibiría y les iría preguntando cosas al tiempo que iba filmando. Mientras mi amigo, ya preparado, los escucharía oculto para irse enterando del cariz de la charla y, en su momento, se harían las presentaciones. Confié en la experiencia de la pareja y en la espontaneidad de mi amigo.

Llegaron los dos convocados, cuya vestimenta oscura y elegante acentuaba su delgadez. En cuanto los enfoqué con la cámara iniciaron la representación. Venían como si no supieran para qué se les había citado: “Nos han avisado de que aquí hay algo para nosotros”, dijo uno dirigiéndose a mí. “Al parecer se trata de un juguete…”, añadió el otro. “¿No sabéis qué clase de juguete?”, pregunté yo. “Se supone que es bastante voluminoso…” contestó uno en tono burlón. “¿Tenéis ganas de jugar con él?”, volví a preguntar. “Para eso hemos venido ¿no?”. “¿Traéis las armas preparadas?”. “¡Por supuesto! ¿Quieres comprobarlo?”. “Yo bastante tengo con que no me tiemble la cámara…”. “¿A qué esperamos entonces?”. “¡El juguete ya viene!”, declaré yo.

Era la contraseña para que mi amigo se mostrara. Y apareció haciendo honor a su desvergüenza. Completamente desnudo, su condición de juguete erótico se limitaba a una corbata negra de pajarita ceñida al cuello por una cinta. Aunque le sugerí que procurara no empalmarse por adelantado, oír nuestra conversación le había animado algo la polla. Desde luego, a efectos de imagen quedaba de impacto. La sorpresa de los dos hombres no fue fingida, ya que no se esperaban una presentación como aquélla. “¡Joder, qué tío!”. “Las fotos no engañaban”. Eran sus cometarios espontáneos. Pero enseguida asumieron su papel e interpelaron a mi amigo, que sonreía procaz. “Con que tú eres el juguete”. “Con muy poca vergüenza, por lo visto”. Mi amigo llevó las manos a la pajarita. “Me he vestido de gala para vosotros”. “¿Y ese otro pájaro que enseñas?”. Mi amigo miró hacia abajo, como si él mismo se sorprendiera. “Ya veis. Se pone contento de veros ¿Os gusta?”. Uno de ellos le tendió un paquete alargado atado con una  brillante cinta roja. “Te hemos traído un regalito”. Mi amigo lo tomó contento y, tras deshacer el lazo, se colgó la cinta del cuello. El paquete contenía un consolador que imitaba un pepino de buen tamaño. “¡Oh, me encanta!”, exclamó mi amigo recorriéndolo con la mano. A continuación se puso a chuparlo con lascivia. “¡Cómo conocéis mis gustos!”. “¿Te crees que es de chocolate?”, rieron ellos. “¿Ah, no se come? Entonces será para esto”. Mi amigo empezó a pasárselo por la entrepierna. Lo juntaba a su polla y lo pasaba hacia atrás. Se giró hacia la cámara, mostrando por primera vez el orondo culo. Pasaba el pepino por la raja y llegó a meterse la punta. Con aspavientos y gemidos, se apoyó en una mesa y lo llevó hacia atrás para apretar mejor. El pepino entraba y salía con ritmo intensivo, y las expresiones de placer de mi amigo crecían. Desde luego quedaba de lo más cinematográfico y no escatimé primeros planos de la penetración. “A ver si vamos a estar de más…”, comentó burlón uno de los hombres. Pero mi amigo le replicó. “Esto es para dilatar, que me han dicho que las tenéis muy grandes”.

Corté la filmación para que la pareja se desnudara. Mi amigo entabló con ellos una amena conversación mientras se la iba meneando con la naturalidad que lo caracteriza. “Así que vosotros sois los que habéis dicho a mi colega que me queréis follar… Espero que valga la pena”, decía con curiosidad ante lo que iba sacando a la vista la pareja. Eran realmente bastante mayores y altos. Uno, de cuerpo fibroso, algo velludo y cabello canoso, tenía un rostro amable. El otro, enjuto, lampiño y calvo total, parecía un sátiro. Pero ambos, sobre todo el segundo, disponían de unos badajos considerables que les oscilaban entre los muslos. Casi me dio vértigo imaginar cómo serían cuando llegaran a estar erectos. Mi amigo debió pensar lo mismo, aunque con lasciva complacencia.

Una vez despelotados se le acercaron. “¿Empezamos tocar?”, preguntaron listos para la filmación. Mi amigo había puesto ya los brazos en alto y separado un poco las piernas. “¡Claro que sí! Soy todo vuestro” los invitó. Con morbosidad, y bien expuestos a la cámara,  lo palpaban y sobaban, arrancando a mi amigo murmullos de placer. Iban comentando: “Buenas tetas”, “Barrigón y peludo”, “Qué dura se te pone”, “A ver ese culo”. Mi amigo se dio la vuelta y puso el culo en pompa. “Os está esperando”. Pero antes iban a tener un morboso precalentamiento, para el que empujaron a mi amigo hasta hacerlo caer sobre el confortable sofá que había en medio de la sala. El canoso se agachó primero para chupársela a mi amigo, quien frotó la verga del calvo, de pie a su lado, y que se puso ya descomunal. Ambos se turnaron a continuación para morrearlo intensamente, con aparatosos juegos de lenguas, mientras las manos de mi amigo iban estimulándoles las pollas. Éstas pronto se alzaron buscando su boca y él las fue chupando con deleite. Ponía especial empeño en la larga y tiesa verga del calvo. La frotaba a dos manos y la sorbía en todo lo que le cabía en la boca. El canoso, mientras, se la mamaba a mi amigo.

Éste, de pronto, ya con la fogosidad a tope, se levantó y, arrodillándose en el sofá, volcó el cuerpo sobre el respaldo. Separó las rodillas y llevó las manos a las nalgas estirándolas hacia los lados, con los huevos y la polla colgantes entre los muslos. El ojete parecía una boca sedienta y el calvo se agachó para darle profundas lamidas. Mi amigo seguía estirando las nalgas y gemía de gusto.  Cuando el calvo se puso de pie,  apuntó la enorme verga y la fue metiendo poco a poco. La lisura de su vientre permitía ver cómo llegaba a tope y enseguida empezó a bombear rítmicamente. Su flaco cuerpo se cimbreaba en el mete y saca, y alardeaba de su potencia cruzando las manos a la espalda. Yo alternaba esta toma con las de mi amigo que, agarrado al cojín del respaldo y agitando la cabeza, gimoteaba y a la vez alentaba las embestidas. El calvo llegó a trepar ágilmente sobre el sofá y continuó la follada desde arriba, con lo que las penetraciones se hacían más profundas e incrementaban las exclamaciones de mi amigo, cuyos brazos colgaban tras el sofá.

Se tomaron un respiro, aunque el calvo no daba la menor muestra de agotamiento. Antes bien se echó bocarriba sobre una alargada banqueta, con la verga tan tiesa como al principio. Mi amigo no resistió la tentación de sentase encima e ir saltando con la verga bien metida. Por su parte el canoso le entró al calvo por la cabeza y le clavó la polla en la boca para follarla. Mi amigo dándose gusto ansiosamente con la verga en el culo y el calvo mamando al canoso, formaban una estampa de lo más lujuriosa.

Ninguno de los tres daba muestras de cansancio, así que les propuse cambiar al dormitorio. Enseguida el calvo, en plan dominante, se tumbó bocarriba y exhibió la turgencia de su verga. Mi amigo se dejó llevar por el reclamo y, tendido a su lado, se puso a frotarla y chuparla con una lascivia espectacular mientras el calvo, de costado, removía la pelvis incitándolo. Luego mi amigo se elevó sobre las rodillas y se echó hacia delante para proseguir la mamada. Esta postura fue aprovechada por el canoso para atacarlo por detrás sin previo aviso. Mi amigo, enardecido, intensificó el chupeteo al tiempo que removía el orondo culo para gozar de la follada. Frenético, empezó a exclamar: “¡Dámela, dámela!”. No se sabía si se refería a la leche del calvo o a la del canoso. En cualquier caso fue este último el que dio síntomas de estar pegándole una intensa descarga. Cuando sacó la polla, la lefa rebosaba del ojete de mi amigo y le resbalaba por los huevos.

Antes de que mi amigo llegara a reaccionar, el calvo tiró de él para hacerlo quedar de lado. Utilizaba la leche del canoso a modo de lubricante e introducía los dedos con una fuerte frotación. Mi amigo gemía, pero se aprestaba a un nuevo ataque. La verga, que en ningún momento había perdido su dureza, le entró limpiamente. La flexibilidad que el delgado cuerpo del calvo le permitía dotaba a la follada de una vistosa variedad. Las carnosas formas de mi amigo, que mantenía con esfuerzo levantada una pierna, eran sacudidas por las arremetidas del calvo. Si era éste el que le sujetaba la pierna y se metía casi debajo, las manos de mi amigo pasaban de sobarse la polla a pellizcarse los pezones con febriles aspavientos. Cuando parecía que mi amigo daba síntomas de sofocación por lo retorcido de las posturas, su excitación pudo más y, en un impulso alocado, se apoyó sobre las rodillas y enrolló una almohada bajo su barriga. El calvo no se inmutó con el cambio y reanudó la jodienda ahora desde atrás. Se agitaba como una culebra y se agarraba a la cabeza o a los hombros de mi amigo, que clamaba de dolorido placer. Los tortazos que el calvo se puso a darle en la culata lo llevaron ya al paroxismo. “¡Córrete!”, imploraba. Pero el calvo aún quería rizar el rizo. Manejando a mi amigo como a un fardo, lo hizo quedar bocarriba de través sobre la cama con la cabeza casi colgando en el borde. Él se puso de pie y se entregó a una masturbación frenética sobre la cara de mi amigo, que le asía por los flacos muslos. La leche empezó a brotar y a dispersarse por labios, nariz y ojos. Mi amigo se fue enderezando poco a poco, alucinado y medio cegado. El fuerte resoplido que lanzó hizo que salpicaran gotas de leche.

Interrumpí la grabación para que mi amigo pudiera limpiarse la cara. “¡Qué pasada!”, fue su único comentario. Quedó despanzurrado sobre la cama, flanqueado por los otros dos. No tardó en empezar a sobarse la polla para volver a endurecerla. Pero el canoso le apartó la mano y se puso a chupársela y lamerle los huevos, mientras el calvo se dedicaba a pellizcarle los pezones. Mi amigo gemía de nuevo en su deseo de desfogarse por fin. Le urgía ya tanto que desplazó al canoso para meneársela él mismo. Cuando la leche fue brotando a borbotones, el canoso arrimó la lengua para lamerla.

Mi última toma fue la de la cara sonriente y satisfecha de mi amigo. Sin embargo, increíblemente, al calvo se le estaba poniendo tiesa la verga otra vez. Pero mi amigo la miró ahora con distanciamiento. Se daba por servido, y bien servido. De modo que salió de la cama en busca de una imprescindible ducha. Me fui con él y allá dejamos al insaciable calvo follándose a su compañero. “¿Cómo te ha quedado el culo?”, pregunté socarrón a mi amigo. Pero él, enjabonándoselo, exclamó radiante: “¡Qué peliculón habrá salido ¿no?!”.

4 comentarios:

  1. Este relato no me ha resultado tan excitante, pero te agradezco el esfuerzo de creación y el compartirlo con nosotros. Un beso

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    1. Gracias por la crítica. Tampoco me convencía demasiado el experimento. No siempre se acierta.

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    2. Gracias a ti por aceptarla. Seguro que en los siguientes vuelves a las andadas y me alegras la jornada (y algo más)
      ;-)

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  2. Gracias por la información de la página, no la conocía y está bastante bien

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