jueves, 3 de diciembre de 2015

Accidente laboral


Tuve ocasión de observar, o mejor dicho espiar, una escena de lo más tórrida. La azotea de la finca colindante a la mía queda un piso por debajo de la ventana de mi estudio. Dos operarios estaban cubriéndola de tela asfáltica y, aunque no era un trabajo ruidoso, de vez en cuando los observaba discretamente. Uno era un tipo gordote de cuarenta y pico de años que usaba casco protector. El otro, ya rebasados los cincuenta, de cabello canoso y también bastante robusto. De pronto oí un cierto estruendo y me asomé a mirar. Al parecer el más joven había tropezado con un cubo y se tambaleaba quejándose de un calambre en la pierna. Su compañero lo sujetó y le ayudó a sentarse en el suelo. A continuación hizo que se tumbara y le colocó un rollo de tela para que reposara la cabeza. Pude captar que le decía algo de darle un masaje en la pierna. No habían llegado a percatarse de mi presencia en la ventana y adopté una posición en que pudiera mantenerme mirando sin ser visto. El lesionado se dejaba hacer con los dedos cruzados sobre el pecho y sin corregir que la camiseta le hubiera quedado algo subida, mostrado la redonda barriga entre el cinturón y más arriba del ombligo. El otro, arrodillado a su lado, le fue subiendo una pernera del pantalón hasta dejarla arrugada cerca de la ingle. La pierna maciza atrajo mi atención. Con una mano en el muslo y  otra en la pantorrilla, la flexionaba y estiraba, al tiempo que aplicaba un suave masaje. La cosa debía funcionar porque el tumbado empezó a sonreír plácidamente y a contestar a lo que su compañero, no menos sonriente, le iba diciendo. Sentí no llegar a oírlos, aunque las manipulaciones de los fuertes brazos sobre la pierna desnuda no dejaban de tener su morbo. Pero pronto la escena adquirió un cariz de lo más interesante. El masajista, con una mano en la rodilla de la pierna flexionada y otra deslizándose por el muslo, la desplazó, como quien no quiere la cosa, sobre el paquete del yacente. Éste dio un respingo y, con rostro serio, le apartó el brazo. La maniobra de ambos se repitió varias veces y cada vez el rechazo era más débil. Hasta que la mano se mantuvo toqueteando y el tumbado ya dejó estirados los brazos a los costados. A continuación el masajista, que no había soltado la rodilla, la arrimó a su propia entrepierna y se restregó. El lesionado entonces hizo el gesto de taparse los ojos bajándose el casco. Una forma de dar vía libre… El otro le puso la pierna estirada y ocupó las dos manos en soltarle el cinturón y bajar la cremallera de la bragueta. Hurgó y asomó una polla flácida, que manoseó haciéndole tomar cuerpo. A continuación se sacó él mismo la polla, que tenía ya tiesa, y, desplazándose un poco sobre las rodillas, cogió una mano de su compañero y la puso sobre ella. Agarrada con aparente desgana, se limitó a sujetarla mientras el masajista lo seguía trabajando. Le subió la camiseta por encima de las tetas regordetas y maniobró para bajarle los pantalones, lo que el otro facilitó levantando un poco el culo. Se le notaba excitado cuando tuvo a su disposición la entrepierna liberada. Primero volvió a frotar la polla, pero luego se puso a mamarla y lamer los huevos. Intentó que el otro también se la chupara y acercó la polla a la cara medio tapada por el casco, pero lo rechazó negando con la cabeza. El masajista no se arredró, sino que se bajó del todo los pantalones. Entonces el lesionado mostró, en su actitud equívoca, un comportamiento muy curioso. El masajista empezó a empujarle el cuerpo con la evidente intención de hacerlo poner bocabajo. El otro parecía oponerse a los intentos pero su peso muerto iba cediendo hasta llegar a quedar girado del todo. El casco le cayó ahora y apoyó la frente en el rollo de tela. El gordo culo lucía tentador y el masajista tiró todo lo que pudo de los pantalones enrollados. Él se bajó los suyos y la polla mostró su dureza. No tuvo ya impedimento para colocarse encima del lesionado, que se mantenía en total pasividad y solo tembló levemente cuando recibió la primera clavada. El masajista follaba con una gran concentración, subiendo y bajando el peludo culo rítmicamente. La descarga fue rápida y no tardó en apartarse, poniéndose de pie y subiéndose los pantalones. El recién follado se quedó unos instantes tal como estaba. Luego se levantó sobre las rodillas y, con cierta dificultad por la trabazón de los pantalones, se puso de pie y se los ajustó a la cintura. Hizo bajar la pernera enrollada y, cojeando levemente, se incorporó al trabajo que ya había reanudado su compañero. ¡Vaya con el gordo! Resultó ser de los que dicen: “A mí no me va este rollo, pero si te empeñas…”.


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