miércoles, 28 de octubre de 2015

Nuevas amistades en la playa


Fui a una playa nudista pues, aunque todavía no hacía tiempo para bañarse, me apetecía disfrutar de la brisa marina y el ambiente de libertad. Era una cala no muy grande y prácticamente estaba desierta. Solo hacia un extremo una familia joven jugaba con los niños. Como soy temeroso de los atracones de sol, iba provisto de una sombrilla que instalé en un recodo protegido del viento. También llevaba un reposo para la espalda y, extendida la toalla, me acomodé plácidamente. Aunque traía prensa y un libro, de momento me apeteció quedarme con la mente en blanco.

Al cabo de un rato apareció un hombre grandote, de unos cincuenta años, en pantalón corto, camisa abierta y una toalla en la mano. Vi que daba una mirada general y pensé enseguida que no me importaría nada que se pusiera cerca de donde estaba yo. Tenía una pinta estupenda y, si como era de prever, se desnudaba, debía resultar impresionante. Pareció que mi deseo se cumplía porque dirigió sus pasos hacia mi recodo. “¡Hola!”, saludó, “Este es mi rincón favorito… Espero que no te moleste compartirlo”. Devolví el saludo con el corazón acelerado y contesté un soso: “¡Faltaría más!”. Soltó la toalla a poca distancia y comentó sobre la sombrilla: “Vienes bien equipado…”. “Si quieres, hay sitio”, no dudé en ofrecer. “Si acaso luego, para la cabeza”. Ya se quitó en un santiamén la camisa y el pantalón sin calzoncillos. Allí de pie delante de mí, se mostró con toda naturalidad. Con una buena barriga, muslos robustos y peludos, aunque no en exceso, el sexo en reposo lo tuve a la altura de mi cara. Se giró agachándose para estirar la toalla. Un culo rotundo, con los huevos asomando al final de la raja, se ofreció a mi vista.

Se tumbó bocarriba a pleno sol, con los brazos estirados a los lados y con los ojos cerrados. Así pude revisar a gusto su viril cuerpo. La barriga le subía y bajaba con la respiración, y los huevos, aupados sobre la juntura de los muslos, desplazaban ligeramente hacia un lado la polla, ahora no tan contraída. Me sacó de su contemplación su voz: “¡Esto es una delicia!”. Como daba pie al palique, le pregunté: “¿No te cogerá demasiado sol?”. “Tengo la piel dura”, contestó. De todos modos le ofrecí: “Tengo crema, si quieres”. “Si acaso luego me pones un poco… Ahora, cuando esté bien sudado, me daré un chapuzón”. Aunque la primera frase me sorprendió, me limité a comentar la segunda. “El agua estará todavía muy fría…”. “Eso me gusta, revitaliza cantidad”. Se pasó ya un buen rato inmóvil y en silencio. Su piel iba brillando por el sudor.

Cogí el libro y lo ojeaba sin leer. Me volvía su expresión de “si acaso luego me pones crema”, y trataba de convencerme de que debió ser un lapsus queriendo decir que le dejaría ponerse de mi crema. De pronto, con un resoplido, se incorporó. Se giró quedando a cuatro patas, alisó la toalla y se dejó caer bocabajo. Levantó un poco el culo para meter una mano y dejar bien colocado el paquete. Quedó estirado y apoyado sobre los codos. El culo, orondo y firme, lucía el suave vello humedecido por el sudor y una raja bien marcada. Aproveché para ponerme de pie y estirar un poco las piernas, así como para aflojar la polla que había empezado a empinárseme. Él habló sin mirarme. “Lo malo de esto es la sed que se pasa… Se me ha olvidado coger el agua que tengo en el coche”. Inmediatamente ofrecí: “Yo tengo aquí y aún estará fresca”. Señalé una bolsa térmica. “Te paso una botella”. Él se incorporó y quedó sentado con las rodillas dobladas. “Sí que vienes bien provisto… Pero no quiero abusar”. “¡Venga ya”, le dije poniendo en su mano la botella. Mientras bebía pude observar que su polla, al haberse librado del calor del aplastamiento, aparecía bastante más crecida. “¡Uf, qué rica! ¡Gracias!”. Me devolvió la botella y se puso de pie. Estaba todo sudado y efectivamente su polla, aunque no erecta, pendía gruesa y descapullada. Se desperezó, brazos en alto y estirando el cuerpo. “¡Ahora sí que me doy un baño de impresión! ¿No te animas?”. Decliné la invitación a mi pesar. A paso ligero se dirigió hacia la orilla, cimbreando el sólido cuerpo. Aunque al adentrarse en el agua, tuvo un momentáneo encogimiento, avanzó más y se zambulló de cabeza. Reflotó y dio varias brazadas, pero pronto volvió a la orilla.

Ya habían llegado algunas personas más que se hallaban dispersas, pero nadie más con planes de darse un baño. Se acercó deprisa sacudiéndose el agua. “¿Fría?”, le pregunté. “Pero deliciosa… Me siento nuevo”. No recurrió a la toalla. “Ahora a secarme al sol”. Pero antes se agachó para rebuscar en un bolsillo de la camisa y sacó un purito. “Uno de mis vicios…”, comentó, “¿Tú fumas?”. “Conseguí dejarlo hace tiempo”, contesté. Lo encendió y se quedó de pie orientado hacia el sol. En inequívoca alusión a su polla que ahora estaba al mínimo, comentó: “Con el frío se le encoge a uno todo”. Yo me había vuelto a sentar y no podía evitar el estar pendiente de la variación de sus poses para absorber el calor solar. Casi quise creer que se recreaba mostrándose a poca distancia de mí. Apagó el purito a medias sobre unas rocas y dejó los restos ocultos.

Vino hacia mí preguntando: “¿Qué tal me irá esa crema que me ofreciste?”. “Te puede aliviar el golpe de sol”, y la saqué decidido de la bolsa. “¿Me podrías poner por detrás?”, pidió tan tranquilo. Pensé que había oído bien lo que dijo antes. Se quedó plantado dándome la espalda. Me faltó tiempo para aplicarle unos pegotes en los hombros y empezar a extenderlos por espalda y brazos, que él separaba del cuerpo para facilitarme la tarea. Hacía esfuerzos para que no se me notara temblor en las manos al contacto con la cálida piel. Fui frenando al llegar a la cintura, pero dijo resuelto: “No te pares. En este tipo de playa se le quema a uno todo”. Menos mal que no me veía la cara al incitarme a  que le embadurnara el culo. Desde luego, el sobeo de los glúteos lo hice a conciencia, pasando por encima de la raja que mantenía apretada. Ya bajé incluso por los muslos y las pantorrillas. Él se dejaba hacer impertérrito. “Sí que refresca, sí… Buenas manos”, se limitó a comentar cuando acabé. Me sorprendió sin embargo que enseguida se fuera a tumbar de nuevo bocarriba sobre la toalla. “¿No te pones también por delante?”, pregunté. “Es verdad… Lo puedo hacer aquí”, dijo tan pancho. Pero enseguida mostró las manos. “Se me ha pegado arena… Ya que estás ¿te importaría seguir tú?”. Se me entremezclaban el asombro por su actitud desinhibida, por no decir descaro, y el efecto de imán que ejercía sobre mí su cuerpo puesto a mi disposición de ese modo. De todos modos no me pude estar de ironizar. “Esto ya es hacer de masajista…”. “Si te parece que abuso…”, dejó caer. “¡No, hombre, no! Si me divierte…”. Con los ojos cerrados, se estiró relajado. Con las manos untadas fui moldeando las tetas, cuyos pezones de buena gana habría pellizcado, mientras los dedos se me enredaban en el vello. Bajé por la barriga que inflaba su respiración y, al llegar al inicio del pubis, salté lo que seguía, que se mantenía en reposo, pero para nada encogido, y pasé a los muslos y el resto de las piernas. Cuando oí que decía: “¿No te dejas algo?”, repliqué tontamente: “¿Ahí también?”. “Es piel sensible ¿no crees?”. Sin hablar ya, puse mis manos resbalosas en la polla y la embadurné con la mayor delicadeza. Al principio la noté blanda entre mis dedos pero, cuando pasé a manosear los huevos, se fue elevando poco a poco. Casi se me escapó: “¡Vaya!”. “¿Te asusta?”, preguntó él. Solo dije: “Era de esperar…”. Se incorporó apoyando las manos hacia atrás y sonriendo soltó: “Cuando se está a gusto…”. “Creo que he hecho todo lo que se puede hacer aquí”, reconocí. Porque una cosa era ponerse cremas, que a nadie le iba a extrañar en esta playa, y otra pasar a mayores ante el público. “¿Te gustaría hacer más?”, preguntó incisivo. “¿Tú qué crees?”, le devolví la pregunta. “Es que no he visto que te animaras demasiado…”, remarcó. “Tampoco es que te hayas fijado mucho”. Porque desde su aparición había estado empalmado con frecuencia, aunque quizás sin atreverme a mostrarlo tan a las claras como hacía él. “Estamos disfrutando con lo que podemos ahora ¿no te parece?”, y añadió. “¿Me acoges en tu sombrilla?”. Como no había mucho espacio, señaló: “Me basta con que me proteja la cabeza. Yo estaba sentado y él tiró de su toalla y se tumbó con la cabeza rozando mi muslo. Su polla aún mostraba bastante alegría. “Me ha gustado mucho cómo me has puesto la crema”, dijo en tono suave. “Ya lo he notado… Me ha encantado hacerlo”.

De pronto se dio la vuelta por completo y su boca quedó sobre mi muslo. Lo beso y dijo: “Si tapas un poco con tu bolsa, podré hacer algo que me apetece mucho”. La corrí hasta que quedó frente a su tronco y mi pierna. Se adelantó un poco más y su cara alcanzó mi entrepierna. Jugando con la lengua dio con mi polla y la sorbió. Se me puso completamente dura dentro de su boca y fue mamando con suavidad. Usaba con tanta eficacia labios y lengua, sin apenas mover la cabeza, que una oleada de placer me iba inundando. Le avisé: “Si sigues así, no respondo”. Sin detenerse, me dio unos golpecitos en la pierna como queriendo decir que eso era lo que pretendía. No tardó mucho en conseguirlo, pues me corrí con un gusto inmenso. No me soltó hasta que lo hubo tragado todo. Luego levantó la cara y me miró sonriente: “¿Ves como también sé hacer cosas agradables?”. Yo había quedado con la respiración entrecortada y él aprovechó para ponerse de pie. “Ahora voy a remojarme otra vez… En cuanto me seque un poco, tendré que irme”.

Fue ligero al agua y repitió el breve baño. Regresó y también quedó de pie escurriéndose y absorbiendo el calor del sol. “Esta vez la he encontrado menos fría, pero estoy entonado”. No pude menos que decir: “Siento que te tengas que ir así…”. “¿Porque no me he desfogado como tú? Por eso no te preocupes… Me lo he pasado muy bien seduciéndote”, concluyó riendo. Pero a continuación añadió: “Si quieres que nos volvamos a ver, pasado mañana vendré con unos amigos. Estaremos todo el día bien equipados”. “Entonces vas a estar muy ocupado…”, alegué. “¡Qué va! Son muy simpáticos. Les caerás bien… Me gustaría mucho que vinieras”. Ya se vistió rápido y me dio un cálido beso en los labios. Cuando despareció de mi vista, me acerqué a la orilla. Pero solo llegué a mojarme los pies.

Por supuesto no falté a la cita dos días después. Cuando llegué, el recodo estaba ya ocupado… ¡y de qué manera! Había montada una tienda de excursión con su toldo desplegado, así como una nevera portátil y diversas bolsas. Divisé a mi ligue que, en su espléndida desnudez mojada, debía acabar de salir del agua. Trajinaban por allí otros dos hombres. Uno, regordete y bastante peludo, de unos cuarenta años. Otro, de más de cincuenta, robusto y de piel muy clara, ornada de vello dorado. Mi ligue me hizo señas para que me acercara. Me presentó como su invitado y me besaron todos. Los otros dos eran pareja, franceses que hablaban muy bien castellano, y que estaban recorriendo la costa. Aunque yo seguía deslumbrado por mi ligue, no dejé de apreciar lo buenos que estaban los franceses desnudos, cada uno en su estilo. Mientras disponía mis bártulos y me quitaba la ropa, mi ligue bromeó. “Como ves, no eres el único bien organizado”. No hizo falta que abriera mi sombrilla porque el toldo era suficiente. Además mis compañeros no parecían ser muy partidarios de buscar la sombra. Los tres se daban chapuzones, lo cual me hizo tener cierto complejo. Pero verlos secarse al sol era un espectáculo de lo más reconfortante.

Llegó la hora de la comida y la pareja extendió una lona bajo el toldo. En el centro se colocaron las provisiones y nos acomodamos alrededor. Tal como estaba orientada la tienda con su toldo, se había creado un ambiente de bastante intimidad. Todos demostramos tener buen saque y la comida, abundante pero no pesada, fue cayendo entre charlas y bromas. La pareja no se privaba de mostrar sus afectos, con unos achuchones que a veces tenían consecuencias en sus entrepiernas. Mi ligue me dirigía miradas cargadas  de picardía y gestos insinuantes, dejando entender que me reservaba alguna sorpresa.

Una vez hubimos recogido, la pareja decidió hacer una siesta al sol, limitándose a cubrirse las cabezas con gorras livianas. Mi ligue no tardó en proponer: “¿Y si nos encerramos dentro de la tienda?”. “¿Es para lo que me imagino?”, volví a preguntar encantado. La tienda daba casi lo justo para dos colchonetas juntas y no permitía estar del todo de pie. Pero poca falta nos hacía… Él se dejó caer con toda su humanidad bocarriba. “¡Qué ganas tenía de esto!”. Me deslicé a su lado. “Supongo que no hará falta la excusa de la crema…”, dije. Su cuerpo se me ofrecía al sobeo más voluptuoso y me entregué a un masajeo en seco, que él agradecía con murmullos de complacencia. La polla se le puso bien tiesa aún antes de que me ocupara de ella. La acaricié disfrutando de su consistencia mientras le palpaba los huevos bien pegados entre los muslos. Lo que no pude llegar a hacer el otro día estaba ahora a mi alcance. Abrí la boca y sorbí la polla con ansia. Mi mamada lo hacía estremecer. “¡Para, para, que no hay que correr!” pidió. A continuación echó sobre mi todo su cuerpo y me besó cortándome la respiración. Fue deslizándose hacia abajo hasta encontrar mi polla, que mostró su dureza al dejar de estar aplastada. “¿Así estás ya? Eso me gusta…”, comentó. La chupó un poco con ternura y dijo: “Desearía que me follaras”. Poseer ese orondo culo no podía atraerme más. “¿Dejarás que te lo coma antes?”, pedí con morbo. “¡Todo tuyo! ¡Pónmelo a tono!”. Se giró y tiré de sus anchas caderas para que quedara elevado. Lo manoseé con lujuria sintiendo en mis dedos el vello suave que lo poblaba. Le abrí la raja y pude ver el punto oscuro con bordes rosáceos. Hundí la cara para besarlo y repasarlo con la lengua. “¡Uuuhhh, cómo me estás calentando!”, exclamó él. Una vez bien ensalivado le metí un dedo y froté. “¡Mete ya otra cosa!”, me instó él. La tenía tiesa y ansiosa, así que no me costó nada cumplir su deseo. “¡Wow, qué bruto!”, protestó. “Es lo que querías ¿no?, repliqué. “¡Folla folla!”, exigió acomodándose. Muy a gusto que lo hice y el ardor de su recto se me trasmitió a todo el cuerpo. Me moví con soltura dentro del generoso culo. “¡Oh, qué vicio tengo! ¡Cómo me gusta!”, proclamaba él. Estaba tan concentrado que apenas lo oía. Quería que durara aquella agitación y a la vez me impulsaba el deseo de vaciarme. Cuando dijo: “¡La quiero toda, eh!”, no aguanté más y el fluido fue pasando de mi polla a su caliente interior. Me aparté y él se girón lentamente hasta quedar bocarriba, con una sonrisa satisfecha. “¡Qué buena follada!”. Llevó una mano a su polla, que había estado aplastada. “Si no me corro, me da algo”. Hice el gesto de colaborar, pero me frenó. “Tú descansa, que ya me apaño”. Enseguida se le endureció la polla y su frotación suave produjo una irrupción mansa y abundante de leche. “¡Puaf! Si ya la tenía a punto”, dijo relajándose finalmente.

Cuando salimos de la tienda, la pareja estaba en el agua y, al vernos, nos saludaron agitando las manos. Mi ligue se apuntó enseguida. “Me hace falta un remojón ¿No te animas?”. Estaba tan sofocado que, esta vez, me decidí a arrostrar el frío y acompañarlo. Solo soporté el primer chapuzón y esperé en la orilla que ellos acabaran de chapotear para entonarse. Sabía que los franceses pasarían la noche acampados, pero ignoraba los planes de mi ligue. Cuando éste me dijo: “Yo me quedo a dormir con ellos ¿Por qué no te animas?”, me quedé extrañado. “¿Todos en esa tienda?”. “¡Umm! ¿No te da morbo?”, replicó él con una sonrisa pícara. Así que me dejé convencer. Cenamos y sobre todo bebimos en abundancia al amor de una hoguera.

Cuando llegó la hora de acostarse, los cuatro, bastante cargados, por no decir borrachos, nos embutimos como pudimos en la tienda sobre las dos colchonetas. El frescor de la noche lo combatíamos con el alcohol que habíamos ingerido y el acoplamiento de nuestros cuerpos. En lo brumoso de mi mente, no diría que fuera una noche de sexo a tope, si por ello se entiende folladas a tutiplén. Pero más de una teta chupé y me chuparon, y pasó por mi boca más de una polla, así como la mía también ocupó otras bocas. Nos fuimos despertando en un maremágnum de brazos y piernas.

Me ofrecí para acercarme con el coche al bar más cercano para traer cafés bien cargados y cruasanes. Al volver, los franceses ya habían desmontado su tinglado y estaban listos para reemprender su ruta. Se despidieron muy cariñosamente y quedamos solos mi ligue y yo. Saturados como estábamos de playa, decidimos marcharnos también. Como cada uno llevaba su coche y las direcciones eran opuestas, intercambiamos teléfonos y señas. Solo añadiré que fue el comienzo de una gran amistad.

10 comentarios:

  1. Como siempre: fantástico y muy morboso.

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  2. Muchas gracias, me gusta mucho que escribas

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  3. Two new stories--no,three now. Very sexy and totally believable. I'm so glad you're back.

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  4. Me fascina lo que escribes. Me has hecho mojar el calzoncillo . Eres muy bueno en esto. Te agradezco la generosidad de compartir . Me has encantado...y calentado.
    Xabi

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    1. Muchas gracias. También tiene su morbo saber que hay lectores que se calientan con mis relatos...

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  5. gracias...deseando ir a la playa nudista....

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